Vida

Nací en Logroño, el 4.11.25, de padres aragoneses que al muy poco tiempo pasaron a vivir en Zaragoza. Mi padre era ingeniero de la Confederación Hidrográfica del Ebro, y su última obra fue el Pantano de Ortigosa de Cameros que hoy lleva su nombre. Él murió, cuando yo tenía diez años, de una «angina de Vicents», enfermedad que hoy se cura fácilmente con antibióticos; pero estos no existían entonces. Aunque murió siendo yo tan joven, creo es la persona que más me ha influenciado en mi vida, por su insistencia en hacer las cosas bien, su honradez y su confianza en mí. A los ocho años yo agarré una pulmonía que entonces -también sin antibióticos- era enfermedad casi mortal. Estuve tres meses en cama. Cuando me repuse y volví, aún débil, al colegio, le oí a mi madre decirle a mi padre: «¿Qué va a hacer ahora Carlos? Ha perdido tres meses de colegio y ahora vienen los exámenes. No va a poder darlos.» Y mi padre le contestó: «No te preocupes por Carlos; yo le preparo en quince días para los exámenes.» Aquellas palabras me formaron. Mi padre se fiaba de mí. Yo no le fallaría.

A los seis meses de morir mi padre, estalló la guerra civil que nos dejó a nosotros en un lado y a nuestra casa en el otro. Perdimos todo lo que teníamos. Mi madre, mi hermano y yo quedamos sólo con la ropa puesta. Fuimos a alojarnos con una hermana de mi madre, casada en Tudela de Navarra, y allí conseguimos becas mi hermano y yo en el colegio de los jesuitas e hicimos el bachillerato.

Del colegio de jesuitas en Tudela al noviciado de los jesuitas en Loyola fue un paso para mí. Tenía entonces quince años. En mi libro «Saber escoger» he reflexionado sobre ese momento de mi vida. Fue el primer desprendimiento espiritual, el «dejar la familia por Cristo», que era la vocación religiosa; y, con mi carácter e intensidad de vida que acabo de mencionar, a ese primer desprendimiento se siguió al poco tiempo el segundo, el «dejar la patria por Cristo», que era la vocación misionera, y yo pedí ser enviado al Oriente. Me dijeron que se planeaba fundar una universidad en la ciudad de Ahmedabad, en la India, y allá fui yo. Mi padre me había enseñado a nunca hacer las cosas a medias.

Al llegar a la India me encontré como en mi casa. Mis amigos hindúes me dieron una explicación sencilla. Según ellos, en mi encarnación anterior yo había sido un indio en la India, y de ahí venía mi familiaridad. Fui a la prestigiosa universidad de Madrás a hacer la carrera de matemáticas -sin saber inglés ni matemáticas. Escogí «el curso del honor» en el que se daba un solo examen al final de toda la carrera con todas las asignaturas estudiadas en todos los años., ¡y si se fallaba en el examen no podía repetirse! Saqué el título en 1953.

Para entonces había yo comprendido que el inglés, por más que bien extendido, era lengua extranjera en la India. Bastaba para enseñar matemáticas, pero no para llegar al corazón. Para esto -que es lo que yo quería- hacía falta la lengua materna. En el caso de mi región, el idioma guyaratí -nada menos que la lengua de Mahatma Gandhi. Lo estudié en el «año de lenguas» reglamentario, pero vi que un año no bastaba. Pedí un año más en el que me fui a residir a un Colegio Mayor del estado, rostropálido yo, alto y tímido, en medio del cuerpo estudiantil tan curioso ante mi presencia como dispuesto a ayudar. Dominar la lengua es asimilar la cultura. Aquel año cambió mi vida.

Siguieron cuatro años de estudios teológicos en Pune, y cada día de esos cuatro años lo comenzaba yo con dos horas de escribir en guyaratí por pura práctica, rompiendo después lo escrito, pero ejercitando la pluma a diario. Luego la sagrada escritura, la cristología, la «indología», la moral. Cuatro años llenos, culminando en la ordenación sacerdotal el 24.4.58 ante mi madre que viajaba por primera vez a la India. Antes me había escrito: «No comprendo yo cómo toda la India no se hace cristiana., con las oraciones y sacrificios de tantas madres de misioneros ofrecidos por ella.»

Por fin comencé a enseñar matemáticas en la universidad y me dediqué a ello con toda el alma. Tenía ante mí en cada aula cien muchachos y muchachas que eran lo mejor de la región, y que agarraban al vuelo los teoremas más abstractos de la matemática moderna. Esta matemática moderna (conjuntos, grupos, anillos, cuerpos, espacios vectoriales, álgebra matricial) comenzaba a entrar en la India, y a mí me tocó introducirla en nuestra región, comenzando por inventar la terminología guyaratí para el nuevo vocabulario técnico. (A los iniciados en el orientalismo les interesará saber que la palabra «anillo» la traduje por «mandala» que refleja perfectamente el contenido matemático del concepto.)

Contribuí a fundar la primera revista matemática en una lengua india, y edité el volumen sobre matemáticas en la enciclopedia oficial «Gnanganga» (El Ganges de la ciencia»). En todo esto trabajé mano a mano con el Dr. P.C. Vaidya, sabio, bramán y amigo, a quien presenté yo una vez en una charla pública en mi universidad con estas palabras: «Si yo hubiera hecho por Cristo lo que este hombre ha hecho tan consagradamente, eficazmente y desinteresadamente por la causa de la matemática moderna, sería yo un santo.» Gran misionero de la ciencia. Presenté nuestros modestos esfuerzos como representante de la India en congresos mundiales de matemáticas en Moscú, Exeter y Niza.

En 1960 publiqué un pequeño libro en lengua guyaratí en el que trataba de la problemática del universitario moderno en la India, con la intención de establecer el diálogo personal con mis alumnos más allá de las clases y los exámenes. El editor a quien lo presenté arrojó el libro al suelo y dijo: «¿Quién va a leer este libro?» Su razón tenía, porque yo era un autor desconocido, extranjero, y para colmo le había puesto al libro el desgraciado título «Moral universitaria». Mi madre me envió un dinero desde España, y con él publiqué yo mismo el libro. Hoy lleva ya más de veinte ediciones. ¡sin cambiarle el título!

Al poco tiempo el editor de la más prestigiosa revista de familia, «Kumar» (que quiere decir «Príncipe»), me invitó a que escribiera en su revista. Con toda honradez creí que era un mero cumplido, le di las gracias y no escribí nada. Seguí con mi cátedra y con mis matemáticas. Cinco años más tarde volvimos a coincidir el mismo editor y yo en una fiesta, se me acercó y me dijo suavemente: «¿Se acuerda usted de la invitación a mi revista que le hice hace cinco años? La invitación sigue en pie.» Esta vez le creí, y le envié un breve artículo. Seguí contribuyendo cada mes, y al final del año me dieron el «Premio Kumar» por la mejor contribución a la mejor revista. Comencé a alternar las matemáticas con la literatura.

Con todo, el punto de inflexión llegó algo más tarde de mano de la prensa diaria. El editor del diario de mayor circulación, «Guyarat Samachar», me llamó a su despacho. «Quiero que escriba usted un artículo cada semana en la edición del domingo», me dijo sin preámbulos. Todavía no había televisión, y el entretenimiento básico para el descanso dominical en cada hogar de entonces era el suplemento abundante y cuidado del periódico del domingo. Con él me metí yo en cada familia, y mi serie que llamé «A la nueva generación» (¡para que la leyera también la antigua!) labró domingo a domingo mi relación con miles de lectores a lo largo de todo el Guyarat.

Los artículos se fueron recogiendo en libros, mis colegas hindués en la facultad de matemáticas tuvieron el gesto inaudito y espontáneo de reducir al mínimo mis clases distribuyéndose ellos mis trabajos, para que yo quedara libre y pudiera dedicarme más a mis escritos. Nunca les agradeceré bastante esa generosidad. También escribí juntamente con ellos una seria de libros de texto de matemáticas para todas las asignaturas de la universidad, que se hizo tan popular por su claridad como odiada por la dificultad de sus problemas. Toda una generación de estudiantes me conoce a mí más por esos textos de matemáticas que por mis libros literarios.

Aun así, estos otros libros, sobre juventud, familia, sociedad, religión, psicología, moral., se fueron multiplicando y creo pasan ya de los setenta. Este año el editor ha decidido hacer una nueva edición uniformada de mis obras completas en guyaratí, cosa que se suele hacer cuando el escritor ha muerto, pero que yo voy a poder ver en vida. En este momento la edición está en la imprenta.

El gobierno del Guyarat concede cada año varios premios literarios al mejor libro en diversas categorías: novela, historia, biografía, poesía, ensayo. El premio en la categoría de ensayo me lo concedieron a mí en cinco años consecutivos, hasta que el gobierno promulgó una ley por la que ningún autor podía ganar el premio más de cinco veces. Más importante fue para mí la concesión en 1978 de la «Medalla de Oro Ranyitrám», que es el supremo galardón de la literatura y cultura guyaratí, y que por primera y única vez hasta ahora se ha concedido a un extranjero.

Todo este reconocimiento me acercaba a mis lectores, pero aun así yo sentía la distancia entre mi residencia aislada en la prestigiosa universidad y mis lectores en sus barrios humildes de la ciudad antigua. Entonces concebí la idea de ir a vivir con ellos. Tomé un hatillo indispensable, monté en mi bicicleta, y fui a pedir limosna de hospitalidad de casa en casa en los barrios pobres de Ahmedabad. La hospitalidad oriental me abrió las puertas de una familia tras otra, y así vivía yo con ellos las veinticuatro horas del día, compartiendo sus dos comidas vegetarianas diarias, el suelo sobre una esterilla para dormir, y la cercanía de vivir como un miembro de la familia por unos días hasta despedirme para ir a llamar a otra puerta. Iba y venía en bicicleta a la universidad para dar mis clases, pero por lo demás vivía plenamente con la familia que me tocaba en turno. Así viví diez años. Quizá eso sólo sea posible en la India.

Esa peregrinación doméstica me llevó a hogares hindúes, jainistas, parsis, musulmanes, cristianos, lo que me hizo conocer bien de cerca y desde dentro diferentes mentalidades, conductas, creencias, tradiciones. Esa experiencia encontró reconocimiento en las menciones oficiales de mi trabajo que más aprecio. En 1995 recibí en Nueva Delhi el premio «ACHARYA KAKASAHEB KALELKAR AWARD FOR UNIVERSAL HARMONY», y en 1997 el «RAMAKRISHNA JAIDAYAL HARMONY AWARD» por mi vida y trabajo a favor del mutuo entendimiento, aprecio y unidad entre pueblos de distintas lenguas, culturas y religiones. Eso quiero seguir haciendo.

Todos esos años me consideraba yo siempre tan identificado con mi lengua y región y cultura en el Guyarat que me negaba rotundamente a escribir y publicar nada en inglés. Por fin cedí, escribí un libro en inglés («LIVING TOGETHER»), volví a ceder traduciéndolo al castellano, y eso me abrió un frente nuevo de actividad e interés. Primero en España, a donde volví tras veinte años de ausencia en que el país había pasado de la posguerra al posconcilio con cambios radicales en la sociedad en actitudes privadas y en conducta pública que a mí me tomaron por sorpresa y me llenaron de asombro, y luego ampliamente en Latinoamérica a donde llegaron mis libros y de donde pronto me comenzaron a llegar invitaciones para conocer lo que secretamente en mi alma había deseado toda la vida conocer.

Por fortuna este desarrollo coincidió con mi jubilación oficial de la cátedra de matemáticas en la universidad, y así me vi libre para viajar, como lo he hecho desde entonces, primero a comunidades guyaratís cercanas en países del África Oriental desde Kenya hasta Sudáfrica, luego en Europa, Estados Unidos y Canadá, y final y felizmente por toda Latinoamérica de México a Chile. Con mi herencia española, mi identificación con la India, y mi enamoramiento de Latinoamérica recibo humildemente en mi alma la bendición que en el Oriente llamamos «vivir tres vidas en una». Y para colmo viene ahora Internet a abrir el abanico, multiplicar el contacto y acercar amistades. Bendita sea.

Fundación González Vallés

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