Los textos de Carlos G. Vallés
2001 | 2002 | 2003 | 2004 | 2005 | 2006 | 2007 | 2008 | 2009 | 2010 | 2011 | 2012 | 2013 | 2014 | 2015 | 2016 | 2017
Año 2014
Día 15
Os cuento

Tengo que corregir al papa en su sermón de Navidad. Se refirió al lema de los jesuitas, IHS, que interpretó como Iesus Hominum Salvator (“Jesús Salvador de los Hombres” en latín) que es lo que dice mucha gente. Pero no es así. Originalmente son las tres primeras letras del nombre de Jesús en mayúsculas en griego. IESUS. Lo que pasa es que en griego hay dos “e”s, la breve, epsilón, y la larga, eta. Y la eta mayúscula se escribe como una H. De ahí la confusión. El Random House Dictionary da la correcta interpretación. Espero no afecte esto a la infalibilidad pontificia.

Me gusta Beethoven, y os voy a contar algunas cosas sobre él, que todo ayuda a disfrutar su música. De joven me pasé un verano estudiando música al piano, y lo primero que hacía todos los días por mandato del profesor era repetir todas las piezas que había ido estudiando hasta ese día. Como la primera era la sonata Claro de Luna, resulta que la toqué para empezar todos los días durante tres meses. Y nunca me cansé o me aburrí. No es fácil de tocar, pero es una experiencia nueva y única cada vez que se toca. Liszt llama “una flor entre dos abismos” a la joya del segundo movimiento entre las tormentas del primero y del tercero. Pero una cosas es saberse sus sonatas y sinfonías de memoria, y otra es conocer el carácter de la persona y las anécdotas de su vida. También son de un genio.

Su padre bebía demasiado. Cuando murió, algunos dijeron con humor póstumo que su muerte era una pérdida para la economía de la nación, ya que él había contribuido generosamente a su riqueza con los repetidos impuestos que pagaba por sus bebidas alcohólicas. Su madre resentía la conducta de su marido, y no llevaban una vida familiar feliz. Eso hizo que el niño saliera tímido, escéptico del matrimonio e incapaz de relacionarse con mujeres. De joven era desarreglado y perezoso, pero ya sabía desde entonces que que algo especial le iba bullendo por dentro, y cuando le reñían por su descuido personal, respondía, ‘Cuando yo sea un genio, nadie se fijará en eso.’ Haydn fue su maestro, y se desesperaba porque Ludwig no podía aprenderse las reglas de la armonía, el contrapunto y la fuga. Cuando se quejaba de que su alumno no mostraba ningún interés en aprender las reglas, el futuro genio le contestaba: ‘Las reglas solo valen para quebrantarlas.’ Genial. El hecho es que Beethoven no compuso ni una fuga decente en su vida. Siempre está, desde luego el último movimiento de la Sonata Hammerklavier, pero eso es más una tormenta que una fuga.

Cuando tenía 17 años se encontró con Mozart que entonces tenía 31. Mozart le pidió al muchacho que le tocase algo en el piano, pero no prestó mucha atención porque creyó que Beethoven, como suelen hacer todos los niños prodigio, había venido con una ‘improvisación’ bien preparada y aprendida de memoria. Beethoven cayó en la cuenta y le pidió le diera cualquier tema para desarrollarlo improvisando. Comenzó con la evidente improvisación, y Mozart se quedó boquiabierto. Literalmente “de una pieza”. Animó al muchacho, pero nunca volvieron a encontrarse.

Al comienzo no tuvo mucho éxito con su música. No había puesto anuncios en los periódicos para vender sus composiciones. No tenía mucho dinero. Un día para pagar la renta de la casa no tenía dinero, y la cosa urgía. Se encerró en su cuarto, escribió a toda prisa un tema con variaciones, y se lo dio a un amigo para que lo vendiera para sacar algún dinero. Su amigo, en vez de venderlo, le dio el papel al dueño de la casa, que al principio rehusó pero al fin lo aceptó. Al día siguiente vino a decirle a Beethoven que le podía pagar con esos papeles. Para evitar pagar renta  para escaparse de las quejas de los vecinos por el ruido, cambiaba de casa constantemente en Viena – llevando siempre consigo todos sus muebles y sus tres pianos. Cambió Viena por Heiligenstat donde perseveró algún tiempo en la misma casa. La casa estaba cerca de una iglesia, y fue entonces cuando Beethoven cayó en la cuenta de que cada vez oía menos el sonido de las campanas de la iglesia. Se estaba quedando sordo.

Llevaba un diario de los gastos de la casa con todo detalle. Algunas citas:

Enero 31: Sirvienta despedida.

Febrero 15: Cocinera contratada.

Marzo 8: Cocinera se despide.

Marzo 22: Nueva sirvienta.

Abril 17: Nueva cocinera.

Mayo 15: Cocinera despedida.

Julio 1: Nueva cocinera.

Julio 28: Cocinera escapa por la noche.

Septiembre 6: Nueva sirvienta.

Octubre 22: Sirvienta se despide.

Diciembre 12: Nueva cocinera.

Diciembre 18: Cocinera despedida.

Los problemas con la cocinera no eran solo de cocina. Cuando estaba componiendo su Misa Solemne y había acabado ya el Kyrie, lo quiso retocar como siempre hacía, pero no podía encontrar por ninguna parte los papeles con la partitura. Se desesperó pensando los había perdido y no podría volver a componer la música, cuando los encontró en la cocina envolviendo el queso. Riña a la cocinera. Pero aún faltaban algunas páginas. Los encontró envolviendo la mantequilla y forrando los estantes. ¡Fuera la cocinera!

No toleraba interrupciones mientras comía, y así la cocinera tenía que traerle todos los platos juntos desde el principio y dejarlos sobre la mesa. Pero, comiera Beethoven solo o con sus amigos, se concentraba en sus pensamientos y en la conversación con sus comensales, y la comida se enfriaba. Entonces él se enfadaba con la cocinera porque los platos estaban fríos. Así es que la cocinera no podía traer los platos uno a uno porque no se le podía interrumpir, y no podía traerlos todos juntos porque se enfriaban. Problema diario.

El sábado era el día en que la muchacha iba al mercado a hacer la compra para toda la semana. Pero a Beethoven tampoco se le podía interrumpir en el trabajo. La muchacha se vestía para salir afuera, se plantaba con sombrero y cesta ante Beethoven que seguía con sus composiciones, y esperaba sin decir nada. Al fin Beethoven levantaba la vista, la veía, caía en la cuenta de lo que aquello significaba, y comenzaba a protestar:

    • ¿Tiene usted que ir de verdad?
    • Sí, señor. Tengo que ir.
    • ¿Es que hoy es sábado?
    • Sí, señor. Sábado.
    • ¿Cómo lo sabe usted?

La muchacha tenía el calendario preparado y señalaba la fecha. Beethoven se ponía a buscar en sus bolsillos, le daba el dinero, y ella iba al mercado. El plato favorito de Beethoven era pescado, junto con macarrones y sopa de pan (castellana). Y sobre todo huevos. Se ponía a examinar cada huevo por si resultaba sospechoso, y si encontraba algún defecto lo estrellaba contra la pared. El pescado venía del río cercano y estaba contaminado por las factorías de plomo a la orilla del río. Un análisis reciente de un mechón de su pelo ha demostrado que lo que mató a Beethoven fue lo que eventualmente lo mató. Pagó caro el pescado. Y nosotros nos quedamos sin una décima sinfonía.

Dios hizo a Beethoven sordo, a Demóstenes tartamudo, y a Homero ciego. Lección para aprender a vencer los obstáculos.

(Cf. Fernando Argenta, “Los clásicos también pecan”, Plaza y Janés, Barcelona 2010.)

Me contáis

Pregunta: Mis amigos hablan mucho de astrología y de la posición de los astros y de lo que nos influencian en todo lo que hacemos, y no sé qué pensar. ¿Hay algo en todo eso?

Respuesta: No te asustes por lo que hablen. Hasta nada menos que santo Tomás creía algo en eso de los astros y llegó a escribir (y te lo cito en latín): “Astra non necessitant, sed inclinant.” Es decir, “los astros no nos obligan, pero nos inclinan”. Yo, viviendo en la India, no pude evitar que me sacaran mi horóscopo, que allí te lo sacan para todo y así fijar los días de buen agüero para emprender un viaje, empezar el curso, casarse, comenzar a escribir un libro, pedir un empleo, lo que sea. Para todo hay que consultar el horóscopo e invocar al dios Ganesh (el de forma de elefante) que es el dios de los comienzos. Yo tuve un problema cuando, después de un mes de dar charlas en Suráfrica hube de tomar el avión desde Ciudad del Cabo a Las Canarias. El avión salía por la tarde, y yo tenía ya el billete para el viaje. Me dijeron que no podía salir pues toda la tarde de aquel día era de mal agüero. Yo les dije que a mí no me importaban los astros. No les satisfizo, pero encontraron una salida, pues estaban acostumbrados a esos casos. Me hicieron preparar la maleta por la mañana y salir con toda solemnidad y discursos de despedida y abrazos y besos y guirnaldas de la casa en que me había alojado. De allí me hicieron pasar a otra casa de otro amigo en la misma calle, y allí pasamos el día tranquilamente hasta la tarde en que ya había pasado el tiempo de mal agüero, y pudimos seguir al aeropuerto. El viaje no tuvo incidentes.

Salmo

Salmo 12

“¿Hasta cuándo… hasta cuándo… hasta cuándo?” El grito repetido del alma en espera. ¿Cuánto tiempo me queda, cuánto he de esperar, cuánto tardará? ¿Cuánto me costará aprender a rezar, dominar mi genio, llegar a la madurez, conseguir la paz? He empleado ya tantos años, tantos esfuerzos; he hecho tantos propósitos y malgastado tantas gracias; he dejado pasar tantas ocasiones y retrocedido tantas veces… que te explicarás por qué me impaciento y pregunto y vuelvo a preguntar; “¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?”

Sueño con una fecha futura, con un salto adelante, con una victoria decisiva. He oído hablar de conversión, iluminación, samadhi, satori, que son palabras que el hombre usa para describir la experiencia de encontrarte a ti o encontrarse a sí mismo, el paso definitivo que libera al hombre en la tierra, le hace abrir su alma a ti y sus brazos al mundo entero, y lo consagra en amor y libertad como hombre realizado en su esperanza y en su fe. Sé que hay un momento de gracia en la vida del hombre en que el cielo se abre y se oye una voz y las alas de una paloma se agitan en el aire, y la vida cambia por entero, se abre una visión nueva y el hombre avanza para siempre con el poder del Espíritu. Todavía estoy haciendo cola a orillas del Jordán. ¿Hasta cuándo, Señor, hasta cuándo?

Y entonces escucho tu respuesta: ¿Para qué preguntas que hasta cuándo? ¿No caes en la cuenta de que ya estoy contigo, de que mañana es hoy, el futuro es ahora, mi gracia está en ti, el mundo está ya redimido y mi Reino ha llegado? La gracia es la gloria, y la lucha es la victoria. No sueñes con días por venir, disfruta el amanecer de hoy. Aprecia lo que posees y trabaja con lo que tienes. Ya eres libre: muéstratelo a ti mismo y al mundo, y habrás hecho tu contribución a la libertad de la raza humana. Aprende el secreto: conseguir la liberación es saber que ya eres libre. Mi Hijo ha muerto por tu libertad, y yo he aceptado su muerta al levantarlo de entre los muertos. Si crees en su muerte y su resurrección, crees en tu propia liberación: proclama tu fe mostrándola en tu vida.

¡Creo, Señor! Creo que he recibido el Espíritu Santo y poseo sus dones. Me esfuerzo ahora por combinar en mi vida los dos movimientos vitales de poseer y esperar, pedir y recibir, darle la gracias al Espíritu por estar ya en mí y seguir pidiendo a diario: “Ven, Espíritu Santo”; apreciar lo que tengo y esperar tener más: vivir el presente y abrazar el futuro; regocijarme en la plenitud que ya poseo y entrever la nueva plenitud que aún he de recibir; combinar el cielo y la tierra, la promesa y el cumplimiento, el tiempo y la eternidad. Feliz combinar que forma mi vida.

Esa es la lección viva que aprendo en este Salmo que comienza por quejarse: “¿Hasta cuándo?”, y acaba proclamando: “Yo confío en tu misericordia; alegra mi corazón con tu auxilio, y cantaré al Señor por el bien que me ha hecho.” Así lo haré yo también, Señor, de todo corazón.

Meditación

¡Demasiado tarde!
¡La flecha ya abandonó el arco!

Imagen subyugante. Veo al arquero en posición de tiro sosteniendo el arco vertical con firmeza certera. Veo al maestro que ha querido intervenir en el último momento con una corrección final. Veo la flecha, que hace un instante estaba inmóvil en tensa expectativa volar ya disparada hacia el blanco lejano. Y oigo la exclamación, que es a un tiempo pena y reproche en el entrenamiento exigente: ¡Demasiado tarde! ¡La flecha ya salió!

La reacción ha de ser instantánea para ser eficaz. Un segundo de espera, y ya salió la flecha. Una duda, y se perdió la oportunidad. Una dilación, y desapareció para siempre la frescura del momento. La flecha no espera. La ocasión se atrapa al vuelo. Han de estar alerta todas las neuronas del cerebro y todas las fibras del cuerpo para saltar al instante y responder al reto. El retraso es la muerte.

¿Por qué somos tan lentos? ¿Por qué se nos escapan las ocasiones de las manos? ¿Por qué se nos ocurre la respuesta ingeniosa cuando acabó la conversación? ¿Por qué vemos la solución solo cuando ha pasado la crisis? Si lo vemos tan claro ahora, ¿por qué no lo vimos entonces? Si tenemos la capacidad de pensarlo ahora, ¿por qué no se nos ocurrió cuando también hubiéramos quedado si lo hubiéramos dicho? ¿Por qué se nos hace tan difícil la espontaneidad a pesar de saberla tan atractiva? ¿Por qué se nos escapa la flecha?

Porque estamos bloqueados por dentro Todos tenemos la capacidad de ver y sentir y responder y satisfacer con intervención original en el momento requerido. Pero estamos tapiados por dentro con mil tapias que impiden la reacción y retrasan el efecto. Timidez y miedo y ansiedad y necesidad de quedar bien y dudas de nosotros mismos y complejo ante otros y perfeccionismo a nuestros propios ojos. Y pulimos y pensamos y cavilamos y esperamos…, y vuela la flecha antes de que podamos hacer nuestro comentario. Y ríe el maestro. ¡La flecha ya abandonó el arco!

Yo a veces me siento como si estuviera atado en nudos por dentro. Deseo de hacer bien, de no herir a nadie, de satisfacer a todos, de estar a la altura, de dar en el clavo. Todos son nudos bien atados. Y mientras estén allí esos nudos, sé muy bien que no podré intervenir oportunamente ni hacerme justicia a mí mismo ni a nadie. Y también sé muy bien que en el momento en que se desaten esos nudos, despertaré por dentro de repente, me sentiré a gusto, estaré ocurrente, diré felizmente todo lo que quería y sabía decir, y quedaré yo satisfecho y todos conmigo.

Sigo trabajando por quitar nudos. Merece la pena. La espontaneidad es la sal de la vida. ¡Que no se me vuelva a escapar la flecha!

Día 1
Os cuento

He estado en Málaga a presentar mi último libro “Dime cómo hablas”, guía práctica de psicolingüística, y estas son algunas cosas de las que allí dije.

“Somos humildes rehenes de nuestro lenguaje” dijo Ortega. Nos podemos conocer mejor a nosotros mismo si prestamos atención a cómo hablamos, para así mejorar nuestro carácter y nuestra conducta. Toda una tarea, pero posible.

A lo largo de mi vida he usado tres lenguajes, guyaratí con mis estudiantes, inglés con mis colegas profesores, y español con mi comunidad religiosa. He caído en la cuenta de que todo se puede decir en cualquier lengua, tampoco hay sinónimos exactos aunque los diccionarios nos quieran hacer creer que los hay. Caballero = gentleman = gruhasta en sus correspondientes diccionarios, pero la frase “no hay caballero sin caballo” en español no es lo mismo que “there is no gentleman without a horse” que no dice nada en inglés, y peor aún es “el hombre de la casa” que es lo que “gruhasta” quiere decir en guyaratí.

Cuando la ocupación del Japón por tropas norteamericanas después de la segunda guerra mundial, hubo bodas entre soldados americanos y mujeres japonesas, resultando así matrimonios bilingües. Y se notó que las esposas japonesas les hablaban con más respeto a sus marido cuando le hablaban en japonés que cuando les hablaban en inglés. El lenguaje lleva consigo la cultura y la costumbre.

Nuestro profesor de derecho canónico en el seminario de Pune en la India, el padre jesuita ceilandés Rayana Putota (con perdón por el apellido) hablaba muy bien el inglés, pero tenía una muletilla que repetía constantemente. Decía “¿cómo se dice?” casi a cada palabra. “Tomamos un… ¿cómo se dice?… un libro, lo abrimos por el… ¿cómo se dice?… el índice, miramos un… ¿cómo se dice?… capítulo, y así interminablemente durante toda la clase. Un estudiante travieso que se llamaba Pay (y Pay quiere decir “demonio” en tamil) fijó una bombilla roja en el techo detrás del profesor y lejos de su vista, y la encendía a cada “¿cómo se dice?” ante las sonrisas de los alumnos y la intriga del profesor. Al final de la clase y después de marcharse el profesor, daba el número de cada día. Algo así se cuenta de Unamuno con su muletilla “¿estamos?”. Sus estudiantes jugaban a “pares o impares” contando las veces que la decía en cada clase. De él se dice que le chivaron, y el día siguiente en clase no dijo ni una vez la muletilla, pero al acabar dijo tres veces: “Estamos, estamos, estamos. Hoy ganan los impares.” El Padre Putota hizo algo parecido. También le avisó alguien y dejó de decirla ni una sola vez. Y en la última clase del curso se despidió diciendo: “Con esto hemos acabado el… ¿cómo se dice?… el derecho canónico.” Consiguió que así le aplaudieran al acabar el derecho canónico, que no deja de tener su mérito.

Me contáis

Pregunta: El párroco nos dijo el otro día en el sermón que las epístolas a Timoteo y Tito no son de san Pablo. ¿Es verdad eso? Yo siempre había oído en la iglesia aquello de “Lectura de la epístola de san Pablo a Timoteo (o a Tito)”. Si eso no es así, ¿quién las escribió?

Respuesta: Te cuento mi propia experiencia en esta cuestión. Cuando aprendí griego me hizo ilusión leer las epístolas de san Pablo en griego, y me pasó una cosa curiosa. Al pasar de Romanos y Corintios a Timoteo y Tito sentí como si estuviera pasando de Cervantes a Cela, es decir, que eran dos estilos completamente distintos, y por consiguiente distintos también sus autores. Era evidente. No solo diferencia de traducción o de copistas a través del tiempo, sino de conceptos y vocabulario y estilo. Desde luego que son parte de la biblia y están inspiradas por el Espíritu Santo, como también son muy interesantes e instructivas. Y también te cuento mi propia experiencia con san Pablo. Tuve la suerte de tener a un gran jesuita, el padre Ignacio Errandonea, como profesor mío justo antes de ir a la India. Cuando fui a despedirme de él, me dijo: “Entre tus profesores jesuitas aquí en España has tenido algunos magníficos. No sé qué profesores tendrás allí en la India para los estudios que te faltan, pero pase lo que pase, ¡¡¡agárrate a san Pablo!!!” De hecho tuve profesores excelentes en la India (y recuerdo con gratitud al italiano Uricchio, al belga Criem, al austriaco Staffner, al indio Miranda), pero también me agarré a san Pablo, leí los mejores comentarios de sus epístolas tanto católicos como protestantes, anoté versículo por versículo cada una de las epístolas en una serie de cuadernos que aún conservo y hasta el día de hoy son mi materia favorita para meditar y rezar. Los tomos del “International Biblical Commentary”, el comentario de Spic sobre Corintios, y el de Lightfoot sobre Filipenses son parte de mi equipaje intelectual y espiritual hasta hoy en día.

Salmo

Salmo 13 – «¡Héme aquí, Señor!

“El Señor observa desde el cielo a los hijos de Adán,
Para ver si hay alguno sensato que busque a Dios.
Todos se extravían igualmente obstinados,
No hay uno que obre bien, ni uno solo.”

Me siento movido, Señor, por esa imagen tuya en que miras desde el cielo a los hombres que has creado, y no encuentras ni uno solo que te busque de corazón. Adivino tu desilusión y tu tristeza. Parece que andas buscando a alguien de quien puedas fiarte, alguien a quien puedas llamar para encargarle tu trabajo entre los hombres. La humanidad sigue desvariada sin ti, y tú quieres tener al menos algunos hombres que te sirvan de mensajeros, de profetas, de agentes de tu gracia que recuerden a los hombres que los amas, que repitan tus promesas  y proclamen tu ley. Andas mirando por toda la tierra, y no encuentras a nadie.

Una vez dijiste en voz alta cerca de donde pudiera oírte Isaías: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de mi parte? Y él contestó espontáneamente: ¡Aquí estoy, Señor, envíame.” Y tú al instante le diste la orde, “Ve y dile a mi pueblo…”.

Una vez dijiste en voz alta cerca de donde pudiera oírte Isaías: “¿A
Yo no soy Isaías, Señor; pero yo te amo, siento celo por tu gloria, y ahora acabo de oír tus palabras. Las tomo como una invitación personal que me haces a mí, doy un paso al frente, y me ofrezco al trabajo. “Aquí estoy, Señor; envíame.” Yo no soy digno, no puedo hacer mucho, no valgo para nada; pero tú buscas voluntarios, y yo me apunto. Tu poder suplirá mi pequeñez.

Tú has mirado hacia abajo desde el cielo, y yo he mirado hacia arriba desde la tierra: y nuestros ojos se han encontrado. Feliz momento en mi vida mortal. Mi misión ha comenzado.

¡Heme aquí, Señor!

Meditación

Los pies de la serpiente

Ponerle pies a la serpiente.
(Dicho Zen)

Eso es lo que todos hacemos. Sentimos pena por la serpiente y su triste arrastrarse convulsivamente en el polvo y el barro, y nos ponemos a colocarle pies por todo el cuerpo para que pueda andar sobare el terreno como cualquier animal decente. ¡Mírala a la pobrecilla cómo se retuerce en el polvo! Vamos a sacarla de su miseria con el gesto generoso de una mano bienhechora. Ya verás cómo nos lo agradece en cuanto pruebe el nuevo sistema de desplazamiento. Será una alegría verla andar ligera sobre sus pies con ritmo gozoso. Una buena acción. Podemos sentirnos orgullosos de ella.

Eso es lo que todos hacemos. Ponerle pies a la serpiente. Complicar lo sencillo, hacer preguntas cuando todo estaba claro, pidiendo explicaciones cuando los hechos hablan por sí mismos. Pies a la serpiente. Métodos complicados, lógica retorcida, conclusiones forzadas. Nos creemos más sabios que la naturaleza y sometemos a  nuestra lógica lo que solo es materia de contemplación. Uniformidad en todo. Que todos anden de la misma manera. Que todos anden como nosotros, que somos los que mejor andamos. Que todo quede bajo medida, número y peso. Que todo se ajuste a nuestro modo de ver las cosas y hagan lo que nosotros hacemos. Esa será la mejor manera de que todos nos entendamos.

Esa será la mejor manera de que nunca nos entendamos. ¡Pobre serpiente! ¡Fíjate el lío en que se está metiendo con todos esos piececitos! A la serpiente le era bien fácil deslizarse por terrenos amigos, y ahora no sabe qué hacer con los pasos múltiples de todos esos pies. A serpiente cobra, que en libertad puede adelantarse a un hombre corriendo, se enreda ahora y tropieza con sus nuevas prótesis. La vida, que era clara y sencilla en la experiencia directa de los episodios de cada día, se hace ahora una madeja enredada en sí misma, un embrollo y un lío cuando nos ponemos a explicarla con conceptos sofisticados de filosofías enrevesadas. La oración se hace examen de conciencia, la religión se hace asignatura, y Dios es la conclusión de un silogismo. Al final, la serpiente se queda sin poder andar.

No es que no haya que usar la razón. Es que no hay que abusar de ella. Hay que usarla para respetar la naturaleza de cada ser, el deslizarse de la serpiente, la intimidad de la vida, el misterio de Dios. No hay que usarla para imponer fórmulas matemáticas al vuelo del espíritu. Un razonamiento excesivo ahoga todo sentimiento, apaga el fervor, seca la devoción. Las elucubraciones de la mente pueden estorbar los movimientos de los pies. La serpiente avanza mejor sobre sus escamas endurecidas, lisas, entrelazadas para dominar cualquier terreno que con pies artificiales que no le sirven para nada. Dejemos a la serpiente que ande a su manera.

¿Por qué nosotros no andamos bien? ¿Por qué no avanzamos en la vida, no aprovechamos en el espíritu, no alcanzamos nuestros fines por más que nos empeñemos y estemos decididos a conseguirlos? Porque le hemos puesto pies a la serpiente. Porque hemos complicado lo que era sencillo, hemos oscurecido lo claro, hemos difuminado lo definido, y así hemos colocado lejos de nuestro alcance a lo que por sí mismo estaba en nuestra mano. Hemos perdido la inocencia espontánea de nuestra manera natural de andar. Y estamos hechos un lío.

No le pongamos pies a la serpiente.

 

Día 15
Os cuento

Un árabe tenía un magnífico caballo. Lo montaba, lo dominaba, lo entrenaba, lo usaba para sus viajes y presumía de él ante sus amigos. Un mercader quiso comprárselo y le ofreció uno, dos, tres camellos en cambio, pero el amo del caballo se negó a deshacerse de él a cualquier precio. El mercader pensó cómo se haría con él, se disfrazó de mendigo, y se sentó como si fuera un tullido pidiendo limosna a la vera del camino por donde sabía que el árabe había de pasar con su caballo. Llegó el árabe en su caballo, y el supuesto mendigo le suplicó lo colocara sobre el caballo y lo llevara a la ciudad. El árabe lo hizo, lo colocó sobre su caballo, y él mismo siguió andando junto al caballo. El mercader se despidió con ironía del árabe y lanzó el caballo al galope. El árabe le gritó al verlo: “¡Llévate el caballo! Te lo regalo. Es tuyo. Pero no le digas a nadie que lo has robado disfrazándote de mendigo, porque entonces la gente ya no se fiará de la gente pobre aunque lo sean de verdad y no les darán nada.” El árabe lo oyó, paró al caballo y se lo devolvió al árabe.

Me contáis

Alguien viene a verme, me cuenta las cuitas suyas y de su familia, y luego baja la voz y añade: “¿Cómo puede Dios permitir esto?” Oigo con frecuencia esta queja, y mi primera reacción es de respeto ante el sufrimiento y la persona que lo sufre, nunca lo despacho a la ligera ni doy respuestas de rutina, que todos tenemos que sufrir, que así es la vida, que en el cielo lo entenderemos todo. Prefiero no dar respuestas cuando no las hay.” La vida es dura, amarga, y pesa” (Eduardo Galeano), y todos sentimos a veces su peso y su amargura. Hay que tomar el paquete entero tal como viene, lo agradable y lo desagradable, las alegrías y las penas, la luz y la oscuridad. No hay día sin noche, no hay marea alta sin marea baja. Aprendemos a tomar lo bueno y lo malo, y a llevar nuestra carga con resignación cuando no con alegría. “Es mejor vivir con sufrimiento – dijo santo Tomás – que no vivir de ninguna manera.” (Melius est sic ese quam penitus non esse.) La vida conlleva el sufrimiento, y Dios permite el sufrimiento porque ama a la vida. La respuesta cristiana al sufrimiento es Cristo. Él mismo sufrió, y la cruz es nuestro estandarte.

Salmo

Salmo 14

Quiero vivir junto a ti, pero pierdo a cada paso el sentido de tu presencia. Ese es mi dolor. Me olvido de ti sin más,  puedo pasarme horas y horas como si tú no existieras. Los momentos de oración durante el día me recuerdan tu existencia pero entre medias te pierdo y ando a la deriva todo el rato. Quiero recobrar el contacto, quiero “hospedarme en tu tienda” y “habitar en tu monte santo”. Dime cómo puedo hacerlo. Escucho atento tu respuesta y, cuando has terminado la lista de condiciones, caigo en la cuenta de que ya las conocía y de que todas se reducen a una: el mandamiento del amor y la equidad y la justicia para con todos mis hermanos. “El que procede honradamente y practica la justicia, el que tiene intenciones leales y  no calumnia con su lengua, el que no hace mal a su prójimo ni difama a su vecino…” Ése podrá habitar en tu montaña y disfrutar de tu presencia.

Una vez te preguntó un joven. “¿Qué he de hacer…?”, y tú le contestaste: “Ya sabes los mandamientos…”. Tu respuesta a mi pregunta “¿Qué he de hacer?” es siempre: “Ya lo sabes”. Sí, es verdad que lo sé; y sé muy bien que lo sé. Y también recuerdo tu reacción ante otra persona que te preguntó lo mismo y a quien contestaste lo mismo: “Pues ahora ve y hazlo, y tendrás vida.”

Dame fuerzas para ir a hacerlo. Para amar al prójimo y hacer justicia y decir la verdad. Para ser justo y amable y cariñoso. Para servir a todos en tu nombre, con la fe de que al servirles a ellos te sirvo a ti, y haciendo el bien en la tierra conseguiré entrar en tu tienda y “habitar en tu monte santo”.

Meditación

Cuando una espina ayuda

Veo algo que me llama la atención en un arbusto de los campos abiertos en la India calurosa de los monzones húmedos. Me acerco cuidadoso a examinar la sorpresa, y pronto reconozco la reliquia inconfundible de la vida renovada cada primavera al crecer los cuerpos con el vigor de juventud y fuerza. Allí, colgando de una espina alta, está la camisa recién abandonada de una serpiente. De una pieza, fina y transparente como un velo de novia. La desengancho y la admiro en mis manos, y pienso en la serpiente que dejó su envoltura para poder crecer.

Es cómodo tener el traje hecho a medida, por la naturaleza misma, en corte preciso. La serpiente se precia de él con justificado orgullo. Quizá se aficiona también al traje y piensa que con él no va a tener problemas de vestir ya por el resto de su vida. Pero el cuerpo crece, y el traje queda estrecho. Resulta incómodo. No puede ya albergar al maduro reptil. Hay que deshacerse de él.

No es fácil. El cambio es siempre incómodo. Los pliegues aprietan. Incluso nos avisan que hay peligro cuando la serpiente queda expuesta e indefensa durante el cambio de vestido. Pero la vida  llama y el momento llega. La serpiente otea el horizonte, espera por seguridad, escoge un arbusto, encaja el extremo de su envoltura en una espina, y comienza a escurrirse hacia afuera, curva a curva, milímetro a milímetro, dejando atrás la camisa gastada, y saliendo airosa vestida en el resplandor de su traje estrenado. Al fin queda libre del todo y vuelve a sus andares con la alegría de su nuevo cuerpo. Para crecer hay que cambiar de piel. Aunque duela.

Me pongo a mirar por si encuentro una espina que me ayude a crecer. Quiero colgar de ella la antigua piel que me aprieta. Me impide crecer. Me sirvió bien en su tiempo, y su dibujo era bien bello en moda serpentina, pero yo he crecido y ya no quepo en él. Saltan las costuras. Yo estaba acostumbrado a él, y me gustaba. Siento dejarlo. Me acompañó muchos años de mi vida. Mis costumbres, mis opiniones, mi manera de pensar y de juzgar, mis convicciones y mis devociones, mi imagen y toda mi historia. Todo era muy agradable, muy digno, muy noble. Pero si quiero crecer he de cambiar. Si me quedo aprisionado en mi primera piel mis miembros no se desarrollarán y mi mente no se abrirá. Tengo que pasar por el rito del descondicionamiento si quiero seguir adelante en la primavera del espíritu. Y este proceso tampoco es de una vez para siempre. En la próxima primavera tendré que cambiar de piel otra vez para seguir creciendo y seguir viviendo. La piel del alma ha de cambiarse si el alma ha de crecer hasta la plenitud a la que ha sido destinada. Hay que encontrar la espina, aferrarse a ella, y tirar. Es penoso, pero es necesario. La serpiente lo sabe.

Tengo en mis manos la piel descartada. Pienso en la serpiente, lejos de aquí ya, que ha tenido el valor de dejarla atrás. Bello dibujo de escalas simétricas. Bello, pero ya pasado de moda. La experiencia en la selva me anima a seguir de cerca la naturaleza. Voy a cambiar de piel.

Día 1
Os cuento

Os pongo aquí algunas anécdotas de la última autobiografía que he leído, “Getting a Grip” de Mónica Seles, Penguin, Londres 2009. Todo es sobre tenis, claro, pero está lleno de lecciones de vida.

p.5 Durante 28 años yo fui conocida como tenista. Ahora que dejo de ser profesional me espanta la idea de tener que abandonar la seguridad que esa etiqueta me daba.

19. Yo no sabía cómo contar en el tenis, que por cierto es bastante complicado. Yo solo le daba a la pelota con toda el alma, y luego le miraba a mi padre para asegurarme que era yo la que había ganado. Me llevó mucho tiempo aprender a contar en el tenis.

35. Yo llevaba ocho años jugando con la raqueta agarrada con las dos manos, y cuando me hicieron jugar con cada una por separado… mi consumo de mantequilla de cacahuete se multiplicó.

45. Por naturaleza me gusta agradar a todo el mundo, y no me gusta ganar a costa del otro. El deseo de eliminar a mi contrincante no ha sido nunca parte de mi juego.

50. Cuando gané mi primer campeonato me dieron un cheque de 50.000 dólares. Me lo dieron de un tamaño enorme para las fotos. Yo nunca había visto tantos ceros, y pensé que como era mucho dinero había que escribirlo en un cheque grande de verdad. Estaba convencida de que tenía que llevarlo así al banco, y así anduve toda la ceremonia agarrado a él aunque era más grande que yo. El director del campeonato me explicó que luego me darían otro cheque que podría meterme en el bolsillo, pero yo estaba tan entusiasmada con mi victoria que quería llevar yo misma aquél pedazo de cartón mientras pudiera.

62. En m primer viaje a Barcelona me harté hasta no poder más de pescado y mariscos. Era imposible no hacerlo.

71. Ser el número uno tiene un problema, y es que siempre tienes algo que perder cada vez que juegas.

74. Yo había pasado de la niñez a la edad madura al ganar mi primer Grand Slam, y ahora andaba en busca de mi adolescencia perdida.

88. Un fan loco de mi rival Steffi Graf me clavó un puñal por la espalda en plena  pista. Pero no se suspendió el campeonato.

97. Con aquella puñalada me entró una gran depresión. Tenía 19 años y me encontraba ante la terrible perspectiva de tener que vivir ya sin tenis. ¿Podría volver a la pista o no? El tenis había sido mi vida desde que yo tenía seis años, y me aterrorizaba pensar que yo no tenía otra identidad que con la raqueta en la mano. ¿Quién era yo sin el tenis? El resultado fue… la bulimia. Comencé a comer sin medida. En Wimbledon perdí ante la tenista número 59. Los periódicos disfrutaron diciendo que yo parecía una campeona de sumo. Pesaba 14 kilos de más.

165. Jugué en Budapest, Berlín, Varsovia, Roma, Madrid, Londres, Praga… Por desgracia los horarios de los campeonatos son tan apretados que todo lo que vi de esas increíbles ciudades fue mi cuarto en el hotel y la pista de tenis.

232. Comencé a dar algunos pasos para hacer más completa mi vida, más allá de las fronteras del tenis. En Madrid fui a ver El Prado, uno de los museos más impresionantes del mundo. Yo no entiendo nada de arte, pero me quedé con la boca abierta delante de todas las obras maestras de Velázquez. Al encontrarme delante de tanta belleza, creada por un par de manos y un poco de pintura hacía cuatrocientos años me dio una sacudida como la que había sentido cuando vi la Gran Muralla. Me hizo caer en la cuenta de que me estaba perdiendo muchas cosas. Ahora hace ya trece años que he tenido la suerte de viajar por los cinco continentes y visitar algunas de las ciudades más ricas en cultura e historia del mundo. Pero no podía recordar nada que no estuviera relacionado con el tenis. Paseando por las grandes salas de El Prado, disfrutando de cada momento de arte y soledad, era como descubrir toda otra dimensión de la vida. Para colmo fuimos después a u bar de tapas donde me comí 21 pequeños platos de manjares deliciosos. Era algo enteramente nuevo para mí, y yo no conocía ni la mitad de las cosas que me pusieron delante, pero sí sabía dos cosas: cada plato era mejor que el anterior, y mi entrenador no hubiera aprobado ni uno. Salimos del restaurante a la una de la mañana y a mí se me cerraban los  ojos. La Plaza Mayor estaba soberbiamente iluminada y llena de gente comiendo y bebiendo en mesas al aire libre. Todos estaban felices de estar donde estaban en aquel momento. Y yo también, claro.

237. A través de los años mi entrenador me había dado siempre el mismo consejo: “En la vida todo viene y todo va. Nada permanece. Por eso no te preocupes por cosas que no tienen importancia. Tu única responsabilidad es asegurarte de que la mayor parte del tiempo haces cosas que te gusta hacer. Si haces eso, todo te saldrá bien al final.”

Me contáis

Me has preguntado: “¿Por qué sufrimos? ¿Por qué Dios nos hace sufrir? ¿Por qué la vida está llena de dolor? ¿No es Dios bueno y todopoderoso y nos quiere? ¿Cómo encaja todo eso con todo el sufrimiento que tenemos en esta vida?”

Te contesto con toda la delicadeza que puedo. (Pemán decía que el sufrimiento hay que tratarlo con manos de enfermera): “El sufrimiento es parte de la vida. No hay cumbres sin valles, y lo que nos trae alegría puede también traer tristeza. No hay luz sin sombra, y no hay día sin noche. No gastes energía en buscar explicaciones que no existen, toma la vida como viene, vive el momento presente, aprovecha cada hora lo mejor que puedas. Todos nos podemos morir en cualquier momento, y muchos mueren jóvenes. No intentes resolver el misterio. Vive cada momento en plenitud, acepta la realidad, valora el presente y no te preocupes por el futuro.

Salmo

Salmo 15 – ¡Heme aquí, Señor!

El Señor observa desde el cielo a los hijos de Adán,
para ver si hay alguno sensato que busque a Dios.
Todos se extravían igualmente obstinados,
no hay uno que obre bien, ni uno solo.

Esa imagen tuya, Señor, mirando hacia los hijos de Adán que tú has creado sin poder encontrar ni uno solo que te busque sinceramente, me llega al corazón. Siento tu desilusión y tu tristeza. Andas mirando a ver si encuentras a alguien de quien puedas fiarte, a quien puedas llamar y encargarle tu misión. La humanidad va por sus caminos, y tú quieres que algunos hombres y mujeres al menos sean tus mensajeros, tus profetas, los agentes de tu gracia para recordarles a los humanos tu amor, para repetirles tus promesas y proclamar tu ley. Sigues y sigues mirando, y no encuentras a nadie.

Una vez dijiste donde te pudo oír Isaías: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de mi parte?” Y él te contestó enseguida: “Aquí estoy yo, envíame.” Tú le dijiste al momento: “Ve y dile a mi pueblo…”. Yo no soy Isaías, Señor, pero yo te amo, tengo celo por tu gloria, y he oído tu palabra. La tomo como una invitación a mí. Aquí estoy, envíame. Yo no soy digno, no valgo nada, puedo hacer bien poco. Pero tú estás buscando voluntarios y yo he dado un paso al frente.

Tú miras hacia abajo desde el cielo, y yo miro hacia arriba desde la tierra, y nuestras miradas se han encontrado. Es el momento mejor de mi vida. Mi misión ha comenzado.

Meditación

El diamante

Un joven fue a un joyero a que le enseñara el oficio. El maestro le puso un diamante en la mano, le dijo que cerrara el puño y que lo mantuviese cerrado un año entero.

No le resultó fácil al joven mantener el puño cerrado todo el año, pero tal era su interés en aprender el oficio que, a pesar de muchos inconvenientes, perseveró todo el año en su empeño. Al final del año volvió a presentarse al maestro para comenzar su instrucción. El maestro cogió otro diamante y lo colocó en la mano del discípulo, pero éste se negó a cerrar la mano y protestó: “¡Ya he aguantado todo un año! ¡No voy a perder otro año encima!” Pero el maestro le obligó a cerrar la mano, y entonces el discípulo gritó: “¡Además este no es un diamante!” El maestro dijo: “Basta. Ya has terminado tu aprendizaje.”

 

Día 15
Os cuento

Os doy algunas citas del “Testamento” del Abbé Pierre, famoso en Francia por su organización de “Los Traperos de Emaús” el siglo pasado. Abbé Pierre, Testamento, PPC Madrid 1994.

p.10 Me hacían muchas preguntas, pero nunca oía yo aquellos días la pregunta que ahora se oye tanto: la pregunta sobre el sentido de la vida.

11. Dios ha jugado su juego, y yo el mío. Nuestra jaculatoria favorita ante los sin-techo que se llegaban a nuestros albergues era siempre: “Adelante, entra con nosotros, te estábamos esperando.”

47. El primer deber del ser humano es verificar que la vida tiene sentido.

55. La alegría del creyente cuando vive su vida en plenitud y sin límites se hace contagiosa. Ese es el verdadero apostolado, el mejor apostolado, el único apostolado.

88. San Anselmo dice, “el dinero del rescate ya se le ha pagado al Padre”, pero son expresiones medievales que dieron origen a la doctrina de la “satisfacción”. Es una palabra horrible. Como si se tratase de que el Padre satisficiera su sed de venganza. Increíble.

94. Los teólogos han trabajado duro para inventar la puramente aritmética palabra “Trinidad”, cuando en realidad se trata de la mayor alegría como un volcán de vida y energía interminable.

99. Siempre me siento mal al comenzar la Eucaristía con el “mea culpa” (por mi culpa). ¿Quién tuvo la brillante idea de hacer que nos acercásemos a Jesús golpeándonos el pecho y diciendo “soy el peor de los peores…”? Deberíamos acercarnos dando gracias con alegría.

101. No apruebo la repetida fórmula del avemaría: “Ruega por nosotros pecadores.” Es un insulta y nos hace daño. Llamarnos pecadores cincuenta veces en el rosario nos hace mucho daño. En una ocasión acompañando a un amigo en sus últimos días me acostumbré a decir, en vez de “ahora y en la hora de nuestra muerte”, “ahora y en la hora de nuestro encuentro.”

116. Espero con impaciencia el día en el que desaparezca la mitra y la tiara que llevan el papa y los obispos. Durante el último sínodo todavía vimos en  la tele la procesión de los obispos con sus tiaras por la Plaza de San Pedro. Había algunos cardenales muy bajitos con unas mitras enormes en la cabeza. Era tan ridículo que todos nos echamos a reír.

117. El Evangelio se ha convertido en Derecho Canónico.

138. Albert Schweitzer me escribió una vez: “Haz lo que quieras, pero no organices nada.”

139. El Padre Joseph Wresinski (de Los Traperos de Emaús) convenció a algunas peluqueras de París a que fueran a los barrios pobres para arreglar a mujeres que no podían permitirse el lujo de ir a la peluquería. Sabían que si se peinaban bien, se portarían de distinta manera, serían personas diferentes. Y así sucedió.

165. ¿Hay algo más estéril e inútil que la inmensidad de los glaciares? Y sin embargo sin su necesaria actividad la vida habría desaparecido hace tiempo de llanuras y valles. Cuando el aire entra en contacto con los picos glaciales se renueva y desciende para hacer posible la vida en la tierra. Yo tenía 18 años cuando oí todas estas explicaciones, que hoy llamaríamos ecológicas, de los labios de Pierre Termier. El glaciar es el sigo de la renovación continuada. A pesar de toda su masa parece flotar sobre las aguas que salen de sí mismo y que luego aparecen lejos como fuentes y torrentes. Tuve la suerte de pasar varias noches en refugios cercanos y escuchar el extraño ruido de los bloques de hielo separándose y volviéndose a juntar en una continua tensión. Una tarde el padre Abad me invitó a que les diera una charla a los benedictinos de Saint-Wandrille, y les conté todas esas reflexiones de Pierre Termier. Los días siguientes, al cruzarme con los monjes por los pasillos se sonreían como diciendo. “El glaciar te saluda.”

179- Lo más importante al mirar a un mendigo es mirarle a la cara. Uno de esos mendigos me dijo una vez: “Lo peor es la manera como la gente me mira con una mirada que no hace diferencia entre un ser humano y el cartón que pide limosna.”

Me contáis

El obispo católico Geoffrey Robinson en su libro “ConfrontingPower and Sex in theCatholicChurch”, The Columba Press, Dublin 2007,  expresa opiniones serias y avanzadas sobre varias materias.

117. La tecnología ha traído consigo en la práctica un incremento masivo en el poder del papa. Ha hecho posible un control detallado de todos y cada uno de los aspectos de la Iglesia en todos y cada uno de los países del mundo en una manera en la que papas de otros siglos no pudieron ni haber soñado. Esa tecnología que se usa para ganar control papal sobre la Iglesia, se podía igualmente haber empleado para escuchar a las opiniones y deseos de toda la Iglesia, pero hay que decir que eso no se ha hecho.

121. Ha habido todo un proceso de lo que algunos llaman ya “infalibilidad solapada” (en inglés la llaman “creepinginfallibility). Se dice, por ejemplo, que tal enseñanza no es infalible, pero sí es irreformable o definitiva. Eso va en contra del antiguo adagio, “En lo necesario, unidad; en lo dudoso, libertad; y en todo, caridad.” Yo siempre entendí este adagio en el sentido de que las materias necesarias en las que se requiere unidad deber reducirse a un mínimo, para que la libertad sea la mayor posible. Pero creo que esa “infalibilidad solapada” ha creado una tendencia a cambiar temas del reino de lo dudoso o no necesario, donde hay libertad, al reino de lo necesario, donde se exige la unidad.

124. Cuanto un papa insista más en la autoridad que en vez de en la fuerza persuasiva de sus argumentos, menos le hará caso la gente. Y cuanto menos caso le haga la gente, más sentirá el papa la necesidad de insistir en la autoridad.

125. En los veinte años en que he trabajado como obispo activo, solo puedo recordar muy pocas ocasiones en las que el papa consultase al cuerpo de los obispos, y ninguna en que les pidiese a los obispos que votasen sobre alguna materia. No se nos pidió votar ante la publicación del documento sobre la ordenación al sacerdocio de las mujeres, ni siquiera cuando el cardenal pefecto de la Congregacón para la Doctrina de la Fe (que entonces era Ratzinger) habló de esta doctrina como “infalible”, sin que el papa hiciera nada para contradecirle. (En una nota añade:) Los presidentes de las Conferencias Episcopales fueron llamados a Roma. Se les dio un documento completo condenando la ordenación de mujeres y se les pidió que lo endorsaran en nombre de todos los obispos. Los presidentes replicaron que ellos no podían hablar en nombre de todos si no los podían consultar primero. Es decir, que si a los obispos no se les pide su opinión ni aun cuando se pronuncia la palabra “infalible”, el Colegio de Obispos parecería no tener ninguna importancia en la Iglesia, y la declaración del Concilio Vaticano que en ese Colegio r reposa solidariamente el supremo poder parecería quedar vacía de sentido. No se dio ninguna explicación de por qué no se  había consultado a los obispos, pero se puede pensar que alguien o algunos cercanos al papa tenían miedo de que los obispos no iban a darle a ese documento la casi unanimidad  que hubiera permitido llamarle “infalible”. No sé qué hubieran dicho los obispos si se les hubiera preguntado sobre la ordenación de las mujeres al sacerdocio; pero sí estoy seguro de que la mayoría se harían opuesto a que cualquier tipo de declaración sobre ese tema se llamase “infalible”.

131: En el sínodo de 1998 el Cardenal Secretario me informó de que el sínodo funcionaría por consenso, no por mayoría, y que un voto del 90% ya era consenso. Luego lo entendí. La delegación del mismo Vaticano era ya el 10%, con lo cual su voto unido podía bloquear cualquier proposición del resto, el 90%. Por qué los obispos no se rebelan contra esto?Todavía estoy por encontrarme con el obispo que no tenga críticas serias contra la manera como se hacen las cosas en el Vaticano, y hay un gran malestar sobre como se llevan los sínodos. Por qué los obispos no usan nunca su poder colectivo? No es una pregunta fácil de responder. Solo puedo decir que es una combinación de lealtad, amor, y miedo. Hay mucho niveles de falta de satisfacción con “El Vaticano” o con “Roma”, y hay muchas causas situaciones, por lo que si un obispo particular se quejase, siempre correría el peligro de quedarse aislado aunque muchos pensaran como él.

128. El problema fundamental no está en las personas que forman la Curia, sino en el sistema que están obligados a seguir. El pode papal ha llegado demasiado lejos y no tiene límites en su ejercicio. La autoridad del Colegio de Obispos que quedado marginada, y la fe de toda la Iglesia, privada de poder.

Salmo

Salmo 16

“¡Muéstrame las maravillas de tu misericordia!”

Muéstrame, Señor. Tus obras son patentes, pero yo soy ciego y olvidadizo, y necesito que me las vuelvas a mostrar, que me las recuerdes, que me las hagas reales. Tu misericordia es tu amor, y si yo vivo es porque tú me amas. Cada palabra de tus escrituras y cada instante de mi existencia es un mensaje de amor que me envías en cuidado constante de mi efímera vida. Y tu misericordia es también tu perdón cuando yo te fallo y te vuelvo a fallar, y tú me acoges una y otra vez con incansable piedad. Solo tengo que aprender a reconocer tu sello en mi vida para entender tus maravillas.

Y le que entiendo como mayor maravilla de tu misericordia es la confianza que me das de poder aparecer ante ti con la frente erguida y el corazón tranquilo. Yo nunca hubiera osado pronunciar las palabras que hoy pones tú en mis labios en este Salmo: “Aunque sondees mi corazón visitándolo de noche, aunque me pruebes al fuego, no encontrarás malicia en mí.” Es verdad que no deseo hacer el mal, pero también es  verdad que el mal anida en mí y hago sufrir a los demás y te entristezco a ti y tú lo sabes muy bien y te dueles de mi dolor. Pero también es verdad, y me gozo en recibir de ti esta gracia ahora, que no soy malo en el fondo, que quiero hacer el bien, y que me alegra poder hacer algo por los demás y servirlos en tu nombre. Yo no soy inocente, pero tu misericordia me hace inocente, y ese gesto tuyo de borrar mi pasado y limpiar mis fondos me llena de alegría ante la responsabilidad de mi vida y la realidad de tu amor. Bendita sea tu misericordia que me abre las puertas del creer.

Ahora puedo acabar el Salmo con confianza: “Con mi oración vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.”

Meditación

La oración rechazada

El fiel devoto iba todos los días al templo a rezar, y le hacía al señor una petición, siempre la misma. Día tras días, semana tras semana, mes tras mes la misma visita y la misma devoción y a misma oración. Pero Dios no oía su oración. Un día al fin un ángel se le apareció cuando él hacía su oración en el templo, y le dijo: “Yo vengo de parte de Dios a decirte que él ha decidido no concederte lo que le pides.” Y el ángel se marchó.

El hombre enseguida se levantó, salió de templo, y se fue a la plaza mayor del pueblo donde la gente estaba como siempre reunida y comenzó a gritar: “¡Venid, venid todos y regocijaos conmigo!” La gente se reunió y le preguntaron: “¿Por qué hemos de regocijaros contigo? ¿Qué te ha pasado?”

    • Vosotros sabéis a qué iba yo al templo todos los días. Yo os lo había dicho, ¿os acordáis?
    • Sí, ibas a pedirle a Dios una gracia, siempre la misma.
    • Así es. Bueno, pues hoy me ha enviado un ángel a decirme que no me la concederá.
    • ¿Y por eso te alegras? ¿Porque no te la concederá?
    • Es verdad que no me la concederá; pero ya tengo acuse de recibo. ¿Os parece poco?”
Día 1
Os cuento

Un par de citas de un libro que me ha entretenido. EL SAFARI DE LA ESTRELLA NEGRA por Paul Theroux, (Dark Star Safari), Ediciones B.S.A. 2003, Barcelona.

p.46 En El Cairo un taxista me pidió 50 libras egipcias (unos 12 dólares). Le ofrecí 30, y pensé que se pondría a regatear como todos hacen, pero solo mostró enfado y no hizo nada de regateo. En la estación, que estaba llena de coches y de gente, se mostró muy atento, me saludaba una y otra vez con la cabeza, insistió en llevar mi maleta, fue abriéndose paso entre la multitud, encontró el andén correspondiente, la parada del tren de Ashwan, e incluso el sitio mismo en el que iba a parar el coche cama. Así que yo le di 50 libras por lo bien que se había portado. Él buscó cuidadosamente en sus bolsillos, me devolvió 20 libras y me dio las gracias sin más. Yo insistí en que se quedase con la vuelta. Él se llevó la mano al corazón y no tomó la propina. Yo había herido sus sentimientos y había dudado de su honradez.

Con todo, me había impresionado tanto el cuidado que se había tomado y la eficiencia que había demostrado, que yo insistí, y la escena se hizo una comedia mientras los dos guardábamos las apariencias de una manera teatral. Al final yo di con la verdadera fórmula, Ashani ana (por respeto a mí). Él entonces tomó el dinero con un gesto como si fuera él quien me hacía un favor a mí. Toda una lección de orgullo egipcio.

p.43 “Inshalá” quiere decir en un principio “Si Dios quiere”, que es su sentido literal, como también “pronto”; luego pasa a significar “a su tiempo”, o también “finalmente”; más adelante cambia a “esperemos que así sea”, y al final “desde luego que no”, “de ninguna manera”, “eso no resulta”. Todo según el tono con que se diga. Gramática egipcia.

Me contáis

Un amigo me ha enviado esta cita del obispo anglicano John A. T. Robinson en su libro “Honest to God”.

117. La tecnología ha hecho crecer el poder del papa de una manera extraordinaria. Ha hecho posible un control efectivo y total de todos los aspectos de la Iglesia en todas partes del mundo como papas de siglos anteriores no pudieron ni imaginar. La tecnología que se ha usado para aumentar el poder central de Roma sobre la Iglesia podría haberse aplicado igualmente a facilitar la expresión de las opiniones y deseos de la Iglesia entera ante Roma, pero hay que admitir que eso no ha sucedido.

121. Ha habido un proceso de lo que algunos han llamado “infalibilidad larvada”. Se han usado términos para ciertas definiciones que no se llaman “infalibles”, pero sí “no sujetas a cambio” o “categóricas” o “definitivas”. Antes se decía, “En todo lo necesario ha de haber unidad, en lo dudoso libertad, y siempre caridad.” Yo entendía ese refrán como que las cosas necesarias en las que había que requerir unidad habían de entenderse las mínimas posibles para que así quedase la máxima libertad para las demás. Pero ahora entiendo que esa “infalibilidad larvada” ha creado una tendencia a pasar de lo dudoso o no estrictamente necesario en lo que había libertad a lo necesario en lo que se exige unidad.

124. Cuanto un papa insista más en la autoridad que en la fuerza de sus argumentos, menos le escuchará la gente. Y cuanto menos le escuche la gente, más se creerá el papa que ha de insistir en su autoridad.

Todo esto lo dice un obispo.

Salmo

Salmo 17 – Sinceridad conmigo mismo

Digo a mi Señor:

“Tú eres mi Dios,
mi felicidad está en ti.
Los que buscan a otros dioses no hacen más que aumentar sus penas;
jamás pronunciarán mis labios su nombre.”

Repito esas palabras, te digo a ti y a todo el mundo y a mí mismo que soy de veras feliz en tu servicio, que me dan pena los que siguen a “otros dioses”; los que hacen del dinero o del placer, de la fama o del éxito la meta de sus vidas; los que se afanan sólo por los bienes de este mundo y sólo piensan en disfrutar de gozos terrenos y ganancias perecederas. Yo no he de adorar a sus “dioses”.

Y, sin embargo, en momentos de sinceridad conmigo mismo caigo en la cuenta, con claridad irrefutable, que también yo adoro a esos dioses en secreto y me postro ante sus altares. También yo busco el placer y las alabanzas y el éxito, y aun llego a envidiar a aquellos que disfrutan los “bienes de este mundo” que a mí me prohíben mis convicciones o mis votos.

Sí que renuevo mi entrega a ti, Señor, pero confieso que sigo sintiendo en mi alma y en mi cuerpo la atracción de los placeres de la materia, la fuerza de gravedad de la tierra, la pena escondida de no poder disfrutar de lo que otros disfrutan. Aún tomo parte, al amparo de la oscuridad y el anónimo, en la idolatría de dioses falsos, y ofrezco irresponsablemente sacrificios en sus altares. Aún sigo buscando la felicidad fuera de ti, a pesar de saber perfectamente que sólo se encuentra en ti.

Por eso mis palabras hoy no son jactancia, sino plegaria; no son constancia de victoria, sino petición de ayuda. Hazme encontrar la verdadera felicidad en ti; hazme sentirme satisfecho con mi “heredad”, mi “lote” y mi “suerte”, como me has enseñado a decir.

“El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,
mi suerte está en su mano;
me ha tocado un lote hermoso,
me encanta mi heredad.”

Enséñame a apreciar la propiedad que me has asignado en tu Tierra Santa, a disfrutar de veras con tu herencia, a deleitarme en tu palabra y descansar en tu amor. Y prepárame con eso a hacer mías en fe y en experiencia las palabras esperanzadoras que pones en mis labios al acabar este Salmo:

“Me enseñarás el sendero de la vida,
me saciarás de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.”

Hazlo así, Señor.

Meditación

Los cielos proclaman la gloria de Dios,
la cúpula de los cielos revela su trabajo.
Cada día le habla al siguiente,
cada noche trasmite a cada noche su experiencia.
(Salmo 18)

El salmo 18 es la clave de la ecología cristiana. Y eso por dos razones, cada una más bella. La primera es que aquí tenemos la esencia y el significado de la creación. Todo lo que existe está hecho por él, y en consecuencia es sagrado, divino, trascendente. Todo lleva el sello real del Creador, y todo está acariciado por la mano del Padre. Todo lo que nos rodea en paisaje y horizonte, en la tierra y en el cielo, en el aire y la brisa, en la fuente y en el océano, en el vuelo del pájaro y en el perfume de a flor… todo eso lleva en sí mismo la marca viva de ese poder creativo que le dio la existencia y lo mantiene en su ser en una creación continuada que hace real a la presencia de Dios en la majestad de su obra. Este es el mensaje permanente que cada día le cuenta al siguiente, y cada noche trasmite a cada noche. La presencia de Dios en sus obras. Y, en consecuencia, reverencia, respeto y adoración, en nuestros corazones hacia todo aquello que sabemos él ha creado y ha puesto en nuestras manos. Podemos usar de todo, pero solo como un sacramento de gracia que nos revela una presencia. Todo es Cuerpo y Sangre en el misterio de salvación cósmica. La ecología ya no es solo un tema de cultura natural o de conveniencia económica, sino que es, en su profundidad e intimidad, oración de adoración y liturgia de la fe. Con debida distancia y proporción, debemos aplicar a toda la creación un eco a menos de aquellas palabras que Jesús dijo con terneza y cariño: “Todo lo que hacéis por el más pequeño de esos niños, me lo hacéis a mí.” Eso nos enseña a amar a la creación por amor al Creador. Esa es la base auténtica de la verdadera ecología.

Pero hay más todavía, y esa es la segunda lección que el salmo nos enseña, y lo hace con ese recurso poético tan querido de los hebreos: el paralelismo bíblico. Es decir, dos ideas, dos descripciones de imágenes que al ponerse una junto a otra en secuencias rítmicas se iluminan y refuerzan mutuamente con ambos sentidos, semejantes y distintos al mismo tiempo.

Eso es lo que este salmo dice con gran profundidad y gran belleza. Habla primero del sol en el cielo, de su órbita exacta y su calor bienhechor, y luego, en la misma frase, sin dar ninguna explicación ni establecer ninguna transición, se pone a hablar de la santísima voluntad de Dios que se manifiesta en el camino que nos marca y en la vida que nos da con firmeza y ternura. Lo que nos está diciendo tan bellamente es que así como el sol no falla nunca en su tarea de daros luz y vida, así la ley divina y la salvífica voluntad de Dios tampoco nos fallarán nunca en la asistencia que necesitamos para nuestra vida en el Espíritu. La naturaleza es imagen de la gracia. El sol es el recuerdo de la presencia de Dios en su creación. Es un toque discreto y amoroso para enseñarnos y recordarnos que la contemplación de la naturaleza nos ha de llevar a la memoria de Dios, y la observación de la regularidad de sus leyes ha de fortalecer nuestra confianza en el poder y la protección de Dios en toda nuestra vida. La naturaleza se hace libro abierto de oración, y la fidelidad de sus leyes y sus estaciones nos recuerda diario la cariñosa y poderosa providencia de Dios sobre nosotros. El mismo salmo hace esta misma delicada sugerencia con su acostumbrado procedimiento de la comparación y las imágenes:

“Allí le ha puesto su tienda al sol:
él sale como el esposo de su alcoba,
contento como un héroe, a recorrer su camino.
Asoma por un extremo del cielo,
y su órbita llega al otro extremo:
nada se libra de su calor.
La ley del Señor es perfecta y es descanso del alma;
el precepto del Señor es fiel e instruye a los ignorantes.
Los mandamientos del Señor son rectos y alegran el corazón;
la norma del Señor es límpida y da luz a los ojos.
El temor del Señor es puro y eternamente estable.
Los mandamientos del Señor son verdaderos y eternamente justos.”

El precepto del Señor es fiel… como el curso del sol en el cielo. La visita diaria del sol en el horizonte renueva en nuestros corazones la confianza en el Dios que nos lo envía. La imagen del poema religioso aviva nuestra fe. La teología nos visita en poesía.

Otro salmo (88,32) habla de la luna, y la llama, con no menos instinto poético, “fiel testigo en el firmamento”. Esto no quiere decir que la luna nos esté vigilando desde su privilegiado punto de vista en la oscuridad de la noche para poder testificar sobre nuestra conducta buena o mala. La idea del salmo es mucho más profunda y más bella. La luna es fiel testigo de la fidelidad de Dios a sus promesas porque en su trayectoria regular de infalible astronomía nos muestra cómo Dios nunca falla en lo que ha prometido una vez. Dios les prometió a Adán y Eva al comienzo de la creación, y a Noé y su familia después del diluvio, que el sol y la luna seguirían su curso diario sin fallo alguno, que el día seguiría a la noche y la noche al día sin nunca cesar, que las estaciones rotarían en sucesión con toda puntualidad, y que la naturaleza entera cumpliría con su misión de ser habitación para la humanidad y entrada a la eternidad. Dios ha dado su palabra y cumplirá su promesa.

La luna, con todos sus secretos astronómicos y su fascinación poética, ha sido siempre parte esencial de esa trama cósmica, y ella sabe cómo resaltar su testimonio. Su salida y ocaso, sus fases y sus eclipses, su acercarse y alejarse, las mareas que crea y los perfiles que enseña han sido siempre lo que debían ser en cada momento según el almanaque vigente. No ha fallado nunca. Ése es su testimonio. Esa conducta ejemplar le ha ganado el noble título bíblico de “fiel testigo en el firmamento”. Nos lo está diciendo con su propia experiencia: “El Dios que es tan fiel en regir las órbitas de los cuerpos celestes en el cielo no será menos fiel en proteger los caminos de hombres y mujeres sobre la tierra con mayor cuidado y providencia. Que vuestra fe en Dios aumente al verme a mí. Él nunca os fallará.”

El mismo Padre Nuestro nos recuerda a diario nuestra conexión con la naturaleza, y confirma nuestro recuerdo del contacto con cielo y tierra en su más conocida y repetida petición: “Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.” No se trata de que los humanos cumplamos con la voluntad de Dios como los ángeles en el cielo, sino como el sol y la luna en el firmamento.

Este salmo 18 que tantas cosas nos ha enseñado, acaba con la esperanza de que estas consideraciones, tan poéticas como místicas, le agraden al Señor, y lo llama, una vez más con la metáfora hebraica y ecológica de “mi Roca”.

“Que te agraden las palabras de mi boca,
y llegue a tu presencia el meditar de mi corazón,
Roca mía, Redentor mío.”

 

Día 15
Os cuento

Aquí va un cuento que acabo de leer.

El padre de la novia no tenía dinero para su dote. Pero era pintor, y pintó un cuadro que le dio a su hija con la advertencia que nunca lo vendiera o lo empeñara por menos de mil monedas de plata. El cuadro representaba una cadena de montañas en una noche de media luna creciente. La familia del novio pensó que era una dote muy exigua, pero de todos modos se celebró la boda. Con el tiempo el marido cayó una vez seriamente enfermo, y se dispusieron a empeñar el cuadro para comprar medicinas, pero el prestamista les ofreció solamente diez monedas de plata. Ellos se marchaban ya de la tienda, cuando el dependiente les dijo que volvieran dentro de quince días. Volvieron a los quince días con el mismo cuadro… y la luna había crecido a luna llena. El cuadro tenía vida y cambiaba con el tiempo. El padre de la novia tenía razón.

Me ha gustado mucho ese cuento. No sabemos qué tesoros tenemos.

Me contáis

Un matrimonio a quien conocí bien en la India ha venido a verme hoy en Madrid. Disfrutamos recordando a porfía memorias de aquellos tiempos mientras almorzábamos juntos en un restaurante vegetariano, ya que ellos no comen ni carne ni pescado ni huevos (ni los echan de menos aun en América). Ellos habían tenido un gran problema que vivimos juntos en su tiempo. No solo eran de castas distintas, que ya es un buen obstáculo para casarse en la India, sino de religiones distintas, ya que en la India hay muchas (hinduista, musulmana, cristiana, jainista, parsi, y las llamadas aborígenes, sin contar ateos y agnósticos), y la muchacha era jainista mientras que el chico era hinduista y además brahmán. Todo un lío. Comunidades distintas, creencias distintas, templos distintos, oraciones distintas. Lo divertido en la India es que cada año celebramos seis Años Nuevos, uno por cada religión oficial, con su correspondiente vacación en el colegio y la universidad, cosa que alumnos y profesores celebramos de todo corazón. El ecumenismo tiene sus ventajas.

El caso es que esta pareja se enamoró, y como los dos estudiaban en nuestra universidad vinieron a mí a pedirme auxilio. Todo un reto. No sé la cantidad de veces que visité a sus padres de una casa a otra, lo que hablamos y discutimos y razonamos y propusimos, pero al fin vieron que la felicidad de sus hijos estaba por encima de toda casta o credo. Y se casaron. Por el rito hindú que consiste en dar siete vueltas alrededor de unas piedras con fuego en medio, cogidos de la mano y pisando uno en las huellas del otro, las seis primeras vueltas con el chico delante, y la última con la chica delante. El fuego es el testigo de la promesa. Todo un símbolo. Tienen dos hijas y son muy felices. Para un antiguo profesor, un encuentro así es una fiesta.

Os cuento otra escena de ese rito, que tantas veces presencié en la India. Después de la boda, la novia que deja la casa de sus padres para ir a vivir con su marido, se sienta en el suelo de frente a la pared en el cuarto principal de la casa, pone sus manos sobre una bandeja llena de pintura líquida roja, y las planta sobre la pared para que queden allí sus huellas rojas de por vida. Las verás en cada casa india. Diles que ya sabes que se llaman «thapa», y les gustará.

Me vienen tantos recuerdos tan bellos que se me humedecen los ojos al contar esto. Que Dios bendiga a todas esas parejas.

Salmo

Salmo 18 – Naturaleza y gracia

Puedo fiarme de la naturaleza. La salida del sol y la llegada de las estaciones, las fases de la luna y el surgir de la marea, las órbitas de los planetas y el puesto de cada estrella. Maquinaria cósmica de precisión eterna. Los cielos hablan de orden y regularidad, y nos dan derecho a esperar hoy el mismo horario de ayer, y este año la primavera de todos los años. Es la marca de Dios sobre su creación, un Dios que es el Dios del orden y de la garantía, un Dios de quien puedo fiarme en todo lo que hace, como me fío de que el sol saldrá mañana. Así como me fío de Dios en la naturaleza, me fío también de él en su creación de espíritu y de gracia. En su ley y su voluntad y su amor. La voluntad de Dios dirige el mundo de la gracia en el corazón del hombre con la misma seguridad providente con que hace salir el sol y llover a las nubes, fiel en su cariño salvífico como lo es en guardar su puesto la estrella polar. “Su ley es perfecta, su precepto es fiel, sus mandatos son rectos, su voluntad es pura.” La misma divina voluntad es la que rige las estrellas del cielo y el corazón del hombre. Una creación es el espejo de la otra, ara que al ver a Dios llenar de belleza los cielos nos entre la fe de dejarle que llene también nuestros corazones con su misma belleza.

“El día al día le pasa el mensaje, la noche a la noche se lo susurra. Sin que hablen, sin que pronuncien, sin que resuene su voz, a toda la tierra alcanza su pregón y hasta los límites del orbe su lenguaje.”

Ese pregón, ese lenguaje, esa sabiduría secreta nos habla a nosotros también. Su mensaje es claro. Dios no falla nunca. Ese es el secreto de las estrellas. Y la misma mano que las guía a ellas eternamente por las rutas invisibles del cielo nos guía también a nosotros por los laberintos imposibles de nuestro viaje sobre la tierra. Mira a los cielos y cobra ánimo. Dios respalda a su creación.

Cielo y tierra al unísono. Tu Hijo nos enseñó a pedir que tu voluntad se haga en la tierra como en el cielo. Veo a todos los cuerpos celestes que obedecen a tu voluntad con fácil perfección, y pido para mí esa misma facilidad en seguir las rutas de tu gracia. Esa es la oración que rezo a diario, enseñado por tu Hijo. Es verdad que yo tengo la libertad , que el sol y la luna no tienen, de escoger dirección y desviarme de tu camino. Por eso te pido que me dirijas despacio, me corrijas suavemente, me cuides a lo largo de mi órbita. Dame fe en tu santa voluntad para que me sienta seguro de que al seguir su dirección me coloco en mi sitio en ese universo que has creado, y así contribuyo con mi libertad a la belleza del conjunto. Hazme amar tus mandamientos y acatar tus preceptos. Llévame a adorar tu ley, la ley única e indivisa que rige en armonía los cielos y la tierra. Enséñame a pensar en ti cuando saludo al sol naciente,  a darte gracias cuando despido a las sombras de la noche. Hazme sentirme cerca de tu creación, cerca del milagro de la naturaleza, cerca de tu ley. Adiéstrame para que cante tu gloria en mi vida en feliz unísono con el himno de cielos y tierra.

“El cielo proclama la gloria de Dios, el firmamento pregona la obra de sus manos.”

Meditación

Ojos cerrados, ojos abiertos

Yashoda es la madre de Krishna, y Krishna es la encarnación más querida y adorada de Dios en la India. Ella cuidó a Krishna de pequeño y lo acompañó de joven con cariño de madre y devoción de santa. Krishna creció, y le llegó el momento de dejar la casa de su madre para dedicarse a su misión de predicar, animar, ayudar a redimir a su propio pueblo. Al despedirse, su madre le pidió una gracia: «Concédeme que siempre que cierre los ojos, te vea.» Él le contestó: «Te doy una gracia mayor: que cada vez que abras los ojos, me veas.»

Ver a Dios en todo. En las personas, en las cosas, en toda la vida a nuestro alrededor. Así es como el andar es fe, y el mirar es contemplación. Él está allí siempre. Cada sonido lleva el eco de su voz, cada color refleja el iris de sus ojos, cada paso es su huella. Él está allí escondido, o mejor, él se revela en todo. Él vive en todas las creaturas porque las ha hecho a todas. Todo son huellas para quienes conocen bien al Amado.

Ojos abiertos. Él los hizo para que pudiéramos ver todas las cosas, y a él en todas. Rostros y gestos, encuentros y sucesos, naturaleza en los montes y asfalto en las calles. No hay diferencia para que él esté presente, porque él está en todo. Solo con abrir los ojos, le vemos. Pero tenemos que mirar de frente, del todo, a lo profundo. Tenemos que aprender a reconocer rasgos eternos en paisajes diarios, a sentir la divina presencia en nuestras propias manos. Tenemos que acostumbrarnos a contemplar la visión eterna sobre el horizonte diario. Tenemos que aprender a mirar.

¿Por qué será que cuando proponemos en un grupo rezar por un rato, todos cierran los ojos?

Día 1
Os cuento

Unos versos que se llamaron EL EVANGELIO EN TIEMPO PRESENTE sobre la experiencia de Dios se hicieron famosos hace unos años entre gente religiosa, y merecen recordarse. La experiencia personal de Dios no se menciona mucho aun entre gente espiritual, y es más la moral y el ritual, fe y mandamientos, lo que ocupa nuestra atención en la práctica religiosa. Todo eso está muy bien, pero no podemos olvidar que Dios tiene sus maneras de hacerse presente en nuestra conciencia y nuestra experiencia, y todos hemos sentido a veces esa devoción y acercamiento a Jesús que se nos hace presente con certeza firme. Las “Reglas del Discernimiento de Espíritus” de san Ignacio en sus “Ejercicios Espirituales” tratan expresamente de esas experiencias, y dan por supuesto que son corrientes en la vida espiritual y deben apreciarse debidamente. La experiencia personal, real, sensible de Dios en esta vida es tan gratuita como verdadera, nunca merecida pero siempre concedida por Dios libremente, es parte esencial de la fe cristiana aunque ahora no se hable mucho de ella y raras veces se propone. Una falsa humildad y cierta falta de fe en la práctica son responsables por esa pérdida. Estos son los versos:

Tus doctos sermones no son evidencia.
Lo que yo deseo es luz y presencia.
Hace veinte siglos ¿qué sé qué paso?
Lo que pasa ahora quiero saber yo.
No cuentes historias que turban la mente.
Dame el evangelio en tiempo presente.
Déjate de citas, habla sin demora,
Y dime tú mismo: “Jesús vive ahora”.

Me contáis

Ante todo una advertencia. En esta sección incluyo anécdotas o comentarios que me enviáis para que los publique aquí si me parece oportuno, y luego también me hacéis consultas privadas como una especie de dirección espiritual a distancia, que yo siempre aprecio mucho y contesto en privado. Estas últimas yo nunca se las digo a nadie. Algo así como el sigilo de la confesión. Por cierto que algunos me han escrito sus confidencias y luego me han pedido a ver si les podía dar la absolución por internet como si fuera una confesión. Yo siempre les contesto: “Todavía no.” Sí que creo que eso llegará algún día si es que la confesión sacramental ha de sobrevivir, pero aún llevará mucho tiempo. Roma anda despacio.

Me escribes: “Yo voy a misa y comunión todos los días, y de ordinario me siento recogida y devota en la iglesia, pero a veces me distraigo y me olvido por completo un buen rato de todo lo que está pasando en el altar, y eso me hace sentirme mal. Tanto es así que pienso si no debería hacerlo con menos frecuencia para que no resulte rutina, que me preocupa mucho.”

Te contesto: “Conciencia muy delicada, quizá incluso un poco demasiado. Las distracciones son normales y las tenemos todos. Santa Teresa llamaba a la imaginación “la loca de la casa”, y tenía toda la razón con su buen humor. Acércate a comulgar siempre con humildad, pero nunca la dejes por un falso escrúpulo.”

Salmo

Salmo 17 – El Señor del trueno

Me hacía falta este Salmo, Señor, y de doy gracias por enviármelo a tiempo. Necesito su doctrina, y necesito que me la repitas, precisamente porque mi trato contigo me lleva a la familiaridad, y la confianza puede arrinconar la debida reverencia. Aprecio inmensamente esa confianza y familiaridad, pero también caigo en la cuenta del peligro que tienen de hacerme caer en la falta de respeto y el olvido de tu infinita majestad. Eres Padre y eres amigo, pero también eres Señor y Dueño, y quiero tener tus dos aspectos ante mis ojos siempre. Este Salmo me va a ayudar en esto.

“El Señor tronaba desde el cielo,
el Altísimo hacía oír su voz.
Disparando sus saetas los dispersaba,
y sus continuos relámpagos los enloquecían.
El fondo del mar apareció
y se vieron los cimientos del orbe,
cuando tú, Señor, lanzaste un bramido,
con tu nariz resoplando de cólera.
Entonces tembló y retembló la tierra,
vacilaron los cimientos de los montes,
sacudidos por su cólera;
de su nariz se alzaba una humareda,
de su boca un fuego voraz, y lanzaba carbones encendidos.
Inclinó el cielo y bajó con nubarrones debajo de sus pies;
volaba a caballo de un querubín,
cerniéndose sobre las alas del viento,
envuelto en un manto de oscuridad, como un toldo,
lo rodeaban oscuro aguacero y nubes espesas;
al fulgor de su presencia las nubes se deshicieron
en granizo y centellas.”

Me inclino ante ti, Señor, al aceptar como tuya la extraña imagen del relámpago y el fuego. Tú te sientas a mi lado, y tú cabalgas sobre las nubes; tú susurras y truenas; tú eres alegre compañero, y tú eres Rey de reyes. Quiero aprender la reverencia y la distancia para merecer y salvaguardar la cercanía y la intimidad.

No he de aprovecharme del privilegio que me brinda tu amistad, no he de olvidar el respeto y el decoro, no he de faltar a los buenos modales de la corte del cielo. He de amarte y adorarte, Señor, en un mismo gesto de acercamiento y humildad.

Lo que deseo es unir estas dos actitudes en una sola en mi alma, y acercarme a ti con intimidad y reverencia, con ternura y asombro al mismo tiempo. No olvidarme, ni en los momentos más íntimos, de que eres mi Dios; ni en los encuentros oficiales, de que eres mi amigo. Quiero encontrarme a gusto en tu palacio y en mi choza, en la liturgia pública y en la charla privada, en tu cielo y en mi tierra. Quiero tratar contigo en diálogo y en silencio, en obediencia y en libertad, en tu corte y en mis jardines. De ordinario nos encontramos como amigos, y por eso mismo hoy me alegro de que te me presentes como Rey y como Dios.

Y aún hay otra lección que quiero aprender hoy en este Salmo y llevarme como recuerdo. Siempre que la tormenta visite los cielos que me cubren, he de pensar en ti. Las nubes y la oscuridad y los truenos y los rayos volverán a dibujar tu imagen ante mi mirada, y yo me inclinaré en silencio y adoraré.

Bienvenidas sean las tormentas.

Meditación

El charco

Hasán Básari, venerado santo del Islam, caminaba un día con sus discípulos cuando vio a un hombre, aparentemente borracho, que daba tumbos por el camino. Había una charca profunda en medio y el suelo estaba resbaladizo, por lo que el santo advirtió al hombre que venía tambaleándose: “Tened cuidado, hermano. El suelo está resbaladizo y el agua es profunda. Si os caéis, podéis ahogaros.” A lo que el buen hombre contestó: “Y vos tened aún mayor cuidado, maestro. Porque si yo me ahogo, me ahogo solo; pero si vos os ahogáis, se ahogarán mucho otros con vos.”

Responsabilidad de los que enseñan, los que dirigen, los que de alguna manera representan a Dios. Nadie se salva solo ni se condena solo. Los discípulos siguen al maestro. Un resbalón puede causar muchos resbalones. Una caída provoca muchas otras caídas. Un paso en falso puede llevar a muchos pasos en falso. La charca es profunda y el suelo está resbaladizo. Siempre lo está en este mundo.

Y el consuelo también. Un paso en la dirección debida puede llevar a muchos pasos también en la verdadera dirección. El maestro cuidadosamente evita la trampa, y los discípulos que lo siguen también la evitarán. Él ve primero lo resbaladizo del suelo y lo advierte. Si él pisa firme, sus seguidores pueden pisar firme detrás de él. Todos nos ayudamos a todos.

El hombre que parecía borracho, no lo era. Le faltaban fuerzas, eso sí, y él lo sabía. Y su propia debilidad sabida y reconocida lo llevaba a protegerse del peligro. La humildad es la mejor defensa en la vida.

El maestro recogió la lección. Nadie cayó en el charco.

 

Día 15
Os cuento

(Oímos hablar de niños soldados, un problema de nuestro tiempo. He aquí el testimonio de uno de ellos que vivió para contarlo. Todo son citas directas.)

Solo sabíamos que había guerra. No sabíamos por qué. Los rebeldes y las tropas del gobierno luchaban ferozmente por todo el país y destruían todo. Los rebeldes destruyeron nuestro pueblo y mataron a toda mi familia. Yo escapé a la desesperada y me uní a un grupo de muchachos que sobrevivíamos como podíamos. Un día agarramos a un chico pequeño que se estaba comiendo dos mazurcas de maíz, una con cada mano. Nosotros no dijimos ni una palabra, ni siquiera nos miramos. Sencillamente saltamos sobre él, y antes de que se diera cuenta de qué pasaba se las habíamos quitado y nos las estábamos comiendo nosotros. El niño corrió a llamar a sus padres, pero sus padres comprendieron que deberíamos tener mucha hambre, y no intervinieron. Por la tarde la madre del muchacho nos dio una mazurca a cada uno. Yo me sentí culpable, pero no había otra cosa que hacer.

Anduvimos cinco días desde el amanecer hasta el ocaso sin encontrar a ningún ser humano. Nuestro único alimento eran nueces de coco. Yo no sabía cómo trepar a un cocotero, hasta que un día estaba tan hambriento y nadie me ayudaba que sin saber cómo trepé al árbol y me encontré echando cocos abajo. Los rompí como pude y comí a bocados. Me levanté bien descansado y alimentado, y pensé en volver a subir para coger más cocos para el camino. Pero me resultó imposible subir. Lo intenté una y otra vez, pero cada vez me salía peor. Ya no tenía el empujón del hambre. Me eché a reír como no me había reído hacía tiempo. Podía escribir un tratado de sicología con esa experiencia.

La familia de Saidu, uno de mis compañeros que falleció luego, no pudo salir de la ciudad durante el ataque. Se escondió con sus padres y sus tres hermanas, que tenían 15, 17 y 19 años, debajo de la cama por la noche. Saidu había subido al ático para recoger el poco arroz que les quedaba para el camino cuando los rebeldes entraron en la casa. Se quedó arriba conteniendo la respiración y escuchando los gemidos de sus hermanas mientras los soldados las violaban. El padre de Saidu les gritó a los soldados pero le pegaron un culatazo. La madre de Saidu les pidió perdón a sus hijas por haberlas traído a este mundo. Después de violar a las hijas una y otra vez, los soldados metieron en sacos todo lo que encontraron en la casa y les hicieron que las llevaran al padre y a la madre. Se llevaron a las tres hijas. (Me ha hecho llorar todo esto.)

Hasta este día llevo la pena que sintieron mis hermanas y mis padres. Cuando se marcharon los soldados y yo bajé del ático no podía ni mantenerme de pie, y las lágrimas me llenaban los ojos. Y vuelvo a sentir lo mismo cuando lo cuento. Pero lo cuento porque debe saberse.

Cuando nos daban de comer nos decían que teníamos que comernos todo en un minuto. Lo que no habíamos comido en sesenta segundos, nos lo quitaban. Nadie pudo acabarlo el primer día, pero en una semana habíamos aprendido a comer cualquier cantidad en un minuto. Me ha quedado el hábito para toda la vida de comer todo una comida en un minuto…, cosa que siempre asombra a los que comen conmigo.

Los fusiles eran más altos que nosotros.

La primera vez que tuvimos que disparar nos volvió locos. Queríamos acabar pero no nos dejaban.

Nuestras marchas duraban muchas horas, y solo parábamos para comer sardinas, tomar cocaína por las narices, o “brown-brown” (una mezcla de heroína y pólvora, y cápsulas de droga). Esa combinación de venenos nos daba un subidón de energía y nos hacía sentirnos como locos. La idea de morir no se nos pasaba por la cabeza, y matar nos resultaba tan natural como beber agua. Siempre que veía a los rebeldes jugando a las cartas me sentía furioso porque me recordaban a los rebeldes que jugaban a las cartas en las ruinas de mi pueblo donde mataron a mi familia. Por eso cuando el teniente nos daba la orden yo mataba a todos los que podía y me sentía bien a gusto. Después de cada tiroteo nos metíamos en el campo rebelde para rematar a los heridos.

A veces estábamos viendo una película y nos mandaban salir para la guerra en mitad de la película. Volvíamos después de varias horas de haber estado matando mucha gente, y seguíamos viendo la película como si hubiésemos ido al descanso. Siempre estábamos o en el frente, o viendo una película de guerra, o tomando drogas. No había tiempo para estar solo o para pensar. (Aquí pone una descripción de cómo les obligaron a los niños soldados a matar con las bayonetas a un grupo de prisioneros, con un premio para quien lo hiciera “mejor”. No puedo ni copiar la descripción.) Aquel día lo celebramos con más droga y más películas de guerra. Yo tenía una tienda para mí solo, pero nunca pude dormir porque no me venía el sueño.

Llevábamos ya más de dos años luchando, y matar era nuestra principal actividad todo el tiempo. Yo no sentía piedad por nadie. Mi infancia había desaparecido sin darme yo cuenta, y era como si mi corazón se hubiera quedado helado. Tenía yo quince años.

Un día le atacamos a uno de los guardias y le herimos de gravedad. Él sólo nos dijo: “No es culpa vuestra. No os han enseñado otra cosa.” Las enfermeras nos decían lo mismo, pero a nosotros nos sentaba mal. Noche tras noche me pasaba yo todo el tiempo tumbado en la cama, mirando al techo y pensando, ¿por qué he sobrevivido a la guerra? ¿Por qué yo soy el único de mi familia que queda? No lo sé.

Durante mucho tiempo evité hacerme amigo de nadie, chicos o chicas, para no tener que contar estas cosas. Luego me invitaron a ir a las Naciones Unidas a hablar sobre los niños soldados. Lo hice, y ahora escribo todo ello.

Me contáis

Me habéis preguntado repetidamente mi opinión sobre el papa actual, y yo siempre contesto que para mí el papa Francisco es el mejor de todos los papas de toda la historia de la Iglesia… incluido san Pedro. La razón es evidente. Ante todo, es jesuita, y luego él me dijo, cuando era arzobispo de Buenos Aires, que había leído mis libros, y no puede haber mejor recomendación. Espero se le note. Sólo hubiera preferido que al escoger el nombre de Francisco, aparte de mencionar a san Francisco de Asís, hubiera mencionado también a san Francisco Javier como jesuita. Todo queda en la familia.

Salmo

Salmo 18 – Naturaleza y gracia

La naturaleza siempre es de fiar. La salida del sol y la llegada de las estaciones, las fases de la luna y la subida de las mareas, las órbitas de los planetas y los puestos de las estrellas. Reloj cósmico de precisión eterna. Los cielos representan orden y garantía, nos dan el derecho de esperar hoy el mismo horario que ayer, y recibir este año a la primavera como todos los años. La marca de Dios mismo está sobre su creación, y él es un Dios de orden y fiabilidad, un Dios de quien podemos fiarnos en todo lo que hace como nos fiamos de que el sol saldrá mañana.

Y Dios también es fiable en su creación de la gracia. En sus leyes y en sus mandamientos y en su amor. Como el sol amanece y la lluvia llega, como la luna crece y la estrella polar guarda su sitio, así la voluntad de Dios dirige con cuidado fiel el universo de la gracia en los corazones de hombres y mujeres. “Su ley es perfecta, sus preceptos son firmes, sus decretos son justos, sus mandamientos son eternos.” La divina voluntad que dirige las estrellas del cielo es la misma que gobierna los corazones de los humanos. Una creación es espejo de lla otra, y cuando vemos a Dios dibujando su belleza en el cielo lo imaginamos también creándola en nuestras almas.

Un día le habla al siguiente, cada noche comparte su secreto con cada noche, y eso sin necesidad de habla o lenguaje o sonido de voz. Su música recorre la tierra, y sus palabras rozan los límites del universo.

Esa música, ese mensaje, esa sabiduría secreta nos hablan a nosotros también. Ese es el secreto de las estrellas. La mano que las guía desde la eternidad por sus caminos sin camino nos guía a nosotros también por los intrincados laberintos de nuestro viaje por la tierra. Mira a los cielos y cobra ánimos. Dios respalda a su creación.

Escucho tu mensaje, Señor, y lo grabo en mi alma. Tu Hijo nos enseñó a rezar que se haga tu voluntad en la tierra como en el cielo. Yo veo cómo todos los astros cumplen tu voluntad a la perfección, y deseo para mí esa facilidad en seguir los caminos de tu gracia. Es la oración que rezo todos los días como me enseñó tu Hijo. Ya sé que yo tengo la libertad que el sol y la luna no tienen, la libertad de escoger direcciones y desviarme de tu camino. Por eso te pido que me dirijas, que me empujes suavemente, que me mantengas en mi órbita. Dame fe en tu sagrada voluntad, convénceme de que al seguir tus mandatos estoy tomando el sitio que me corresponde en el universo que tú has creado, contribuyendo así con mi libertad a la belleza del conjunto. Amo tus mandamientos y me gozo de tus preceptos. Adoro a tu ley, que es la expresión de tu sabiduría y tu poder en el gobierno de los cielos y la tierra en armonía. Pienso en ti cuando saludo al sol naciente, y te doy gracias cuando me acojo a las sombras de la noche. Me siento cercano a tu creación, a la naturaleza, a tu ley. Quiero cantar tu gloria en mi vida en unísono con todas las voces de los cielos.

Los cielos proclaman la gloria de Dios,
Y el firmamento describe el trabajo de sus manos.

Meditación

Acuse de recibo

Un musulmán muy piadoso le venía pidiendo a Dios una gracia, y la pedía todos los días repetidamente, pero no le llegaba nunca. Se ponía todos los días en el mismo rincón de la mezquita, y decían que sus rodillas habían dejado ya su marca en el suelo de tanto arrodillarse en el mismo sitio. Pero nunca recibía respuesta.

Al fin un ángel del Señor se le apareció un día y le dijo: “Dios ha decidido no concederte la gracia que le pides.” Cuando el buen hombre recibió ese mensaje comenzó a gritar de alegría, a saltar cantando, y a invitar a todos los presentes a que le dieran gracias a Dios con él. Todos se sorprendieron y le dijeron: “¿Cómo puedes darle gracias a Dios por haber rechazado tu petición?” Y él les contestó: “Sí, es verdad que no me va a conceder esa gracia, pero al menos me ha dado acuse de recibo. ¿Qué más quiero yo?” Y siguió cantando y bailando.

Rezar es creer que mi voz ha llegado a Dios. No es la petición lo que cuenta, ni la gracia, ni la concesión, ni la respuesta. Todo es verdad, desde luego, pero lo más importante de todo es que el mensaje ha llegado, que mis palabras han alcanzado audiencia ante Dios, que la tierra ha tocado al cielo. Lo que importa no es el resultado sino el contacto. Yo he escrito la carta, y ahora sé que mi carta ha llegado a su destino y ha sido leída. Eso es todo lo que importa.

El buen musulmán siguió yendo cada día a la mezquita, al mismo rincón, a darle gracias a Dios porque su oración le había llegado.

Día 1
Os cuento

Un joven muchacho fue a un joyero y le pidió le enseñara su oficio. El joyero le puso un diamante en la mano, le cerró la mano sobre él, y le mandó mantuviera así el puño cerrado un año entero. Al joven no se le hizo fácil la condición, que además le pareció estúpida, pero tenía tanto interés en hacerse joyero que aguantó todo el año, y al final se presentó para comenzar su aprendizaje en serio. El joyero tomó otro diamante, se lo puso en la mano y le iba cerrar el puño sobre él cuando el muchacho exclamó: “Ya he perdido un año entero, ¿y voy ahora encima a perder otro?” A pesar de su protesta el joyero le cerró el puño, y el muchacho protestó: “¡Además este no es un diamante!” El maestro le dijo: “Tu aprendizaje ha terminado.”

Este es el valor de vivir en familia, de tener amigos, de tratar con buena gente sin ceremonia alguna y disfrutando sencillamente amor y amistad en su mejor manifestación. Diamantes en la vida. En ese trato sencillo crecemos como personas y vamos desarrollando nuestras vidas día a día. No apreciamos esas bendiciones cotidianas, y nos conviene reflexionar sobre ellas de cuando en cuando para ir ganando en profundidad y seriedad de vida.

Me contáis

“No me entiendo a mí mismo. Voy todos los días a misa y comulgo, y a veces siento una gran devoción y verdadera alegría con el sacramento, mientras que otros días no siento absolutamente nada y estoy distraído desde el principio hasta el final, y aun me enfado conmigo mismo por estar perdiendo el tiempo de esa manera. No entiendo eso, y me gustaría tener cierta constancia y seguridad en mis sentimientos. ¿Es eso posible?”

“No es ni posible ni deseable. Si siempre estuviéramos encantados en la iglesia eso no nos valdría para mucho. No que haya de ser una carga, pero somos humanos y unos días nos encontramos de una manera y otros de otra, y hemos de aprender a rezar bien en todo caso. Lo mejor que yo podría hacer sería darte un ejemplar de los Ejercicios Espirituales de mi padre San Ignacio de Loyola con sus célebres “Reglas para el discernimiento de espíritus”. Allí habla magistralmente de lo que él llama consolación y desolación, que son estados del alma que alternan en nosotros y que hemos de aprender a discernir, entender, y controlar si es que queremos vivir en paz y alegría. Hay que seguir la marea.

Salmo

Salmo 19 – Carrozas y caballos

No desprecio carrozas ni caballos, Señor. Sé que el que quiere luchar necesita armas, y el que quiere triunfar necesita medios. Yo quiero hacer algo por ti y por tu Reino; quiero diseminar tu palabra, comunicar tu gracia, darte a conocer a ti; y para eso yo también necesito medios y me propongo tenerlos y usarlos lo mejor posible. Estudiaré las artes de la palabra, aprenderé métodos y técnicas, y emplearé a fondo los medios de comunicación. Pondré los mejores y más modernos medios al servicio de tu mensaje. ¡Los mejores caballos y los mejores carros de combate para tus ejércitos, Señor!

Pero, al mismo tiempo que aprecio los medios humanos y me dispongo a aprovecharlos lo mejor posible, me abstengo de poner en ellos mi confianza, pues sé que en sí mismos no valen nada. Buscaré, sí, la eficacia, pero a sabiendas de que la eficiencia por sí sola no puede establecer tu Reino. Delicado equilibrio en la obra de tu gracia que me lleva a ser eficiente en tu causa, y luego a admitir que la eficiencia en sí no cuenta. Mis caballos y mis carrozas no son los que me han de dar la victoria. No es en ellos en quien confío.

Yo confío en ti, Señor. Has recabado ms esfuerzos y los tendrás, con todas mis flaquezas y toda mi buena voluntad en ellos. Pero el éxito viene de ti, Señor, de tu poder y de tu gracia, y quiero dejarlo bien claro desde el principio ante ti y ante mí mismo.

“Unos confían en sus carros, otros en su caballería: nosotros invocamos el nombre del Señor Dios nuestro.”

Meditación

Un estudiante de agricultura, recién salido de sus estudios en la facultad, compró un campo y se puso a pensar cómo sacarle el mejor partido. Fue a ver a un anciano que llevaba toda su vida cuidando campos en el pueblo, y le pidió consejo:

    • He comprado un campo y usted conoce muy bien toda esta región de toda la vida. ¿Puede decirme si el algodón crece bien en esta tierra?
    • Mira, muchacho, yo he vivido aquí muchos años y nunca que visto que el algodón creciera en estos campos.
    • Comprendo. ¿Y el tabaco?
    • Tampoco.
    • ¿Y la cebada?
    • Tampoco he visto nunca cebada crecer por aquí.
    • Ya veo. Pero algo voy a tener que sembrar. Y ya veremos lo que resulta.
    • Espera un momento, muchacho, espera. Si tú siembras algo, eso ya es otra cosa. Pero nada crece si no lo siembras.

 

Día 15
Os cuento

La primera vez

Ayer me encontré con un amigo a quien no veía hace años. Nos saludamos con efusión, y él mencionó espontáneamente cuándo fue la primera vez que nos conocimos. Yo entonces le recordé, también espontáneamente, lo que Fritz Perls, el fundador de la Terapia Gestalt, le contestó a la cofundadora Barry Stephens cuando ésta recordó con él la primera vez que se encontraron en la vida. Dijo Fritz Perls, y le dijo con naturalidad y convicción típicas de él: «Barry, cada vez que nos encontramos es la primera vez.»

Dichoso quien puede decir eso de su amigo. Nuestro gran peligro es el darle por supuesto al amigo. El tenerlo memorizado, catalogado, definido. Ya le conozco, ya sé lo que me dirá, ya sé lo que yo le voy a decir, ya sé a dónde vamos a ir y qué es lo que vamos a hacer, me lo sé todo porque ya lo hemos hecho mil veces y lo volveremos a hacer otras mil, y la vida es repetición, y la amistad es rutina y todo es siempre lo mismo, y esta es una rueda de la que no salimos nunca. Darle vueltas a la noria.

No, no es lo mismo. Cada vez es distinto, nuevo, diferente. Hay que dejarle al amigo que se nos aparezca de nuevo, que su rostro nos sorprenda, que su sonrisa nos contagie, que su voz suene alegre y su abrazo nos despierte. Cada vez que nos encontramos es la primera vez. Y lo es si lo sabemos ver, porque por larga que sea nuestra historia en común, hoy se abre un capítulo nuevo, se pasa página, se inaugura párrafo, se nace al futuro. Hoy es el primer día de todo lo que me queda de vida. Cada día es principio, cada amanecer es sorpresa, cada mañana es aventura. No hay dos días iguales por más que las agujas del reloj den vuelta a la misma esfera.

Me contáis

Soy un joven de casi veinte años y no muy religioso. He entrado en una amistad cada vez más íntima con una chica y estoy comenzando a pensar en casarme con ella, y creo que ella también quiere casarse conmigo aunque ninguno de los dos hemos dicho nada de eso por ahora. La cuestión es que ella va a misa todos los días, y yo sólo voy los domingos, y no todos. Estoy pensando en ir con más frecuencia, pero eso sería ira la iglesia por la chica, y no por Jesús, por así decirlo, y eso me preocupa. ¿Qué hago?

Jesús lo entiende todo, y de hecho no todos los que van a misa van por motivos sobrenaturales. Hay mucha rutina, costumbre, familia, grupo, presión social, escrúpulo, incluso miedo del castigo eterno por no ir a misa el domingo. Está bien caer en la cuenta de todos esos motivos, pero tampoco hemos de buscar una motivación pura y perfecta, que sencillamente no existe. Siempre somos mezcla. Lo importante es la actitud de reverencia, aprecio y respeto por la religión y sus prácticas. Siempre adelante a pesar de todos los límites.

Salmo

Salmo 20 – El deseo de mi corazón

«Le has concedido el deseo de su corazón.» Estas palabras me traen la alegría, Señor. Estas palabras te definen a ti con la profundidad de la fe y del cariño que llegan a rozar tu esencia: tú eres el que satisface los deseos del corazón humano. Tú has hecho ese corazón, y sólo tú puedes llenarlo. Puedes hacerlo, y de hecho lo haces, y ésa es hoy mi alegría y mi consuelo.

«Le has concedido el deseo de su corazón.» Al concedérselo a «él», me estás diciendo que también estás dispuesto a concedérmelo a mí. Lo que haces por el rey de Israel lo haces por tu pueblo, y lo que haces por tu pueblo lo haces por mí. Quieres concederme el deseo de mi corazón como le concediste al rey de Israel sus victorias.

Eso me hace pensar en la seriedad de tu presencia: ¿Cuál es, en realidad, el deseo de mi corazón? ¿Cuáles son las victorias que yo anhelo? Ahora que sé que estás dispuesto a satisfacer mis deseos quiero escudriñar mi corazón para saber lo que él desea y manifestártelo a ti para que actúes. En breve te lo digo, Señor.

Pero al empezar a escudriñar mi corazón, me quedo parado. Veo mis deseos… y ¡los encuentro tan mezquinos! ¿Cómo puedo presentarlos en serio ante ti, Señor? Lo que yo quiero de primera intención es el éxito barato, el escape fácil, la gratificación personal. Lo que busco es seguridad, comodidad y respetabilidad. ¿Puedo llamar a eso «el deseo de mi corazón» y proponerlo en tu presencia para que lo bendigas y lo concedas? No, no puedo. Déjame profundizar más.

Al profundizar más en mi propio corazón me llevo otra sorpresa desagradable. Ando a la busca de deseos «más profundos»… y veo que esos profundos deseos me resultan puramente artificiales, oficiales, académicos. Resulta que estoy pidiendo por «tu mayor gloria», «la liberación de la humanidad», «la venida de tu Reino»: y todo eso es justo y necesario…, pero esas palabras no son mías, esas fórmulas están copiadas: los deseos sí que son míos, pero sólo en cuanto son los deseos de todo el mundo. Entiendo que por «el deseo de mi corazón» esperas algo más personal, más íntimo, más concreto. Algo de mí a ti, de corazón a corazón, en amor mutuo, confianza y sinceridad. Déjame buscar más adentro.

¡Ya lo tengo! Escucha lo que te pido con gesto de humildad (quizá un poco apresurada) y de satisfacción por haber encontrado la respuesta perfecta: Señor, te dejo a ti la elección. Tú sabes qué es lo que más me conviene, tú me amas y quieres mi felicidad, y yo me fío de ti y de tu sabiduría, de modo que lo que tú quieras para mí es lo que yo quiero para mí mismo. Ése es el deseo de mi corazón.

Bellas palabras. Pero vacías. Otra vez la escapada. Zafarme de mi responsabilidad. Tú me habías preguntado qué era lo que yo quería, y yo, en cobarde cumplido, te devuelvo la pregunta y te impongo a ti la carga de la decisión. No hago más que disimular la vergüenza de mi apocamiento con el gesto de adulación. No sé escoger yo, y cubro mi debilidad con aparente cortesía. Perdóname, Señor. Todavía no he encontrado el deseo de mi corazón.

Mientras sigo buscando, te voy a pedir un favor , Señor, ya que veo aún estás esperando. Dame la gracia de saber qué es lo que yo mismo quiero. Ése es en este momento el deseo de mi corazón.

Meditación

La llave

El buen hombre fue encarcelado por una acusación falsa. Él rezó y le pidió a Dios que lo liberase. Dios le puso en la mano la llave de la prisión para que abriera la puerta y se marchara libre.

Pero el buen hombre, al recibir de Dios la llave se la llevó a la frente, la besó, la colgó de un clavo en la pared y le hizo reverencia. Todos los días se inclinaba ante ella, rezaba, y pedía a Dios le liberase de la cárcel. Pero seguía en la cárcel.

La religión es la llave de la vida. No es para adorarla sino para ponerla en práctica.

Día 1
Os cuento

Una mujer en Nueva York va a una agencia de viajes y pide un billete para Delhi. En la agencia le dicen que no hay billetes, pero ella insiste repitiendo, “¡Tengo que ver al gurú, tengo que ver al gurú!”, y al fin se lo dan. En Delhi pide billete para ir al Himalaya donde el gurú tiene su escuela, todos tratan de persuadirle que vaya a algún otro sitio como Agra o Goa que son más turísticos y seguros, pero ella insiste, “¡Tengo que ver al gurú!” Llega al Himalaya, encuentra la escuela, y allí le dicen que el gurú está en profunda meditación, y ella podrá solamente acercarse, hacerle una reverencia y marcharse. Ella se acerca, y aprovecha para decirle al gurú en la oreja: “Juanito, hijo mío, deja toda esta tontería y vente a casa.” Juanito se baja del trono y se va con su madre.

Todos los gurús tienen madre.

Me contáis

Creo que tengo vocación religiosa y pienso mucho en lo que Jesús le dijo al joven rico: «Vende todo lo que tienes, dales el dinero a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; y luego ven y sígueme.» Pero ¿puedo aplicarme a mí mismo esas palabras?

Yo creo que sí. Jesús es generoso, y no te va a dar a ti menos que a otro. Otra cosa es qué tesoro va a ser ése, y si una vez en el cielo nos va a importar un poco más arriba o un poco más abajo. Más bien nos alegraremos todos de la alegría de todos. Aunque aquí nos exhorten a adquirir más méritos para ir más arriba, yo creo que Dios es Dios, y él nos llenará del todo a todos sin meternos en envidias y comparaciones. Si hubiera envidia nos arruinaría la eternidad. Allí no habrá más arriba ni más abajo ni nos importará todo eso. Ya lo veremos. Lo espero con toda el alma.

Salmo

Salmo 21 – La depresión

Comienzo este salmo de rodillas. Es tu salmo, Señor. Tú lo dijiste en la cruz, en la profundidad de tu agonía, cuando el sufrimiento de tu alma llevaba a su colmo al sufrimiento de tu cuerpo en último abandono. “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”

Son tus palabras, Señor. ¿Cómo puedo hacerla mías? ¿Cómo puedo equiparar mis sufrimientos a los tuyos? ¿Cómo puedo pretender subirme a tu cruz y dar tu grito, consagrado para siempre en la exclusividad de tu pasión? Este salmo es tuyo, y a ti se te ha de dejar como reliquia de tu pasión, como expresión herida de tu propia angustia, como testigo dolorido de tu encuentro con la muerte en tu cuerpo y en tu alma. Estas palabras son palabras de Viernes Santo, palabras de pasión, palabras tuyas. No he de tocarlas yo.

Y, sin embargo, siento por otro lado que este salmo también me pertenece a mí, que también hay momentos en mi vida en los que yo tengo la necesidad y el derecho de pronunciar esas palabras como eco humilde de las tuyas. También yo me encuentro con la muerte, una vez en mi cuerpo al final de la vida, y veces sin cuento en la desolación de mi alma al caminar por la vida en las sombras del dolor. No quiero compararme a ti, Señor, pero también yo sé lo que es la angustia y la desesperación, también yo sé lo que es la soledad y el abandono. También yo me he sentido abandonado por el Padre, y las palabras sin redención han salido de mis labios resecos: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”

Cuando llaga la depresión, hace iguales a todos los hombres. La vida pierde el sentido, nada tiene explicación, todo sabor es amargo y todo color negro. No se ve razón para seguir viviendo. Los ojos no ven el camino, y los pies se atenazan en la inercia. ¿Para qué comer, para qué respirar, para qué vivir? El fondo de la fosa es el mismo para todos los hombres, y los que han llegado ahí lo saben. Sé lo que es una depresión, y sé que es muerte real en cuerpo vivo  Abandono total, límite de sufrimiento, frontera de desesperación. El sufrimiento iguala a todos los hombres, y el sufrimiento del alma es el peor sufrimiento. Conozco su negrura.

¿Dónde quedas tú, entonces? ¿Dónde estás tú cuando la noche negra se cierne sobre mí? ”De día te grito, y no respondes: de noche, y no me haces caso.” De hecho, es tu ausencia la que causa el dolor. Si tú estuvieras a mi lado, podría soportar cualquier dolencia y enfrentarme a cualquier tormenta. Pero me has abandonado, y ésa es la prueba. La soledad de la cruz el Viernes Santo.

La gente me habla de ti en esos momentos, lo hacen con buena intención, pero no hacen más que agudizar mi agonía. Si tú estás ahí, ¿por qué no te muestras? ¿por qué no me ayudas? Si tú rescataste a nuestros padres en el pasado, ¿por qué no me rescatas a mí ahora? “En ti confiaban nuestros padres; confiaban, y los ponías a salvo: a ti gritaban, y quedaban libres: en ti confiaban y no los defraudaste.” Pero yo….

Yo no parezco contar para nada en tu presencia. “Yo soy un gusano, no un hombre”, o al menos así me lo parece ahora. “Estoy como agua derramada, tengo todos los huesos descoyuntados; mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas: mi garganta está seca como una teja, la lengua se me pega al paladar; me aprietas contra el polvo de la muerte.”

Tenía que llegar yo al fin de mis fuerzas para caer en la cuenta de que la salvación me viene solamente de ti. Mi queja ante ti era en sí misma un acto secreto de fe en ti, Señor. Me quejaba a ti de que me habías abandonado, precisamente porque sabía que estabas allí. Muéstrate ahora, Señor. Extiende tu brazo y dispersa las tinieblas que me envuelven. Devuelve el vigor a mi cuerpo y la esperanza a mi alma. Acaba con esta depresión que me acosa, y haz que yo vuelva a sentirme hombre con fe en la vida y alegría en el corazón. Que vuelva yo a ser yo mismo y a sentir tu presencia y a cantar tus alabanzas. Eso es pasar de la muerte a la vida, y quiero poder dar testimonio de to poder de rescatar a mi alma de la desesperación como prenda de tu poder de resucitar al hombre para la vida eterna. Me has dado nueva vida, Señor, y con gusto proclamaré tu grandeza ante mis hermanos.

“Me harás vivir para él, mi descendencia le servirá,
hablarán del Señor a la generación futura,
contarán su justicia al pueblo que ha de nacer:
todo lo que hizo el Señor.”
“Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.”
“Lo recordarán y volverán al Señor
hasta de los confines del orbe;
en su presencia se postrarán
las familias de los pueblos.”

Meditación

Los higos

Tres muchachos fueron a coger higos de las higueras por los campos, y volvieron con toda una bolsa llena de higos. Ahora la cuestión era repartirlos equitativamente, y para ello fueron al anciano del pueblo y le pidieron los repartiera entre los tres. Él les preguntó: «¿Queréis que os los reparta como lo haría un hombre o como lo haría Dios?» Ellos respondieron: «Como lo haría Dios mismo.» Entonces el anciano le dio a uno tres cuartas partes de los higos, a otro una cuarta parte, y al tercero no le dio nada. Los muchachos protestaron indignados, pero el anciano les explicó: «Si me hubierais dicho que os los repartiera como un hombre, os habría dado un tercio a cada uno; pero me dijisteis os los repartiera como lo haría Dios mismo, y Dios a uno le da mucho, a otro poco, y a otro nada. Ahí lo tenéis.»

Hágase la voluntad de Dios.

 

Día 15
Os cuento

El campo de fútbol del Bernabéu en Madrid está cerca de donde yo vivo, y todos los días paso por delante de él al salir. Pero ayer no pude y hube de desviarme. Adivina por qué. Los Rolling Stones habían anunciado su “último espectáculo” (uno de los muchos “último espectáculo” que han dado y siguen dando), y en consecuencia todos los alrededores del estadio estaban llenos de gente y coches y autobuses horas antes del supremo evento. La mayor parte de esa gente no iba a poder entrar, pero todo se había previsto y una pantalla gigante se había instalado fuera para que todos pudieran ver el espectáculo a gusto. Espero tuvieran su espectáculo y lo disfrutaran tanto los cantantes como el público. Yo disfruté el no verlo. Con perdón de los Rolling Stones.

Me contáis

Pregunta: Me gusta ir a misa, pero el domingo no me resulta conveniente. ¿Podría yo cumplir con el precepto si fuera cualquier día de la semana?

Respuesta: Legalmente no, ya que el mandamiento de la Iglesia especifica que ha de ser el domingo, con lo cual cualquier otro día de la semana no cumple con el precepto; pero por el otro lado también es evidente que lo importante es ir a misa, y la fecha es secundaria. De hecho Jesús instituyó la eucaristía en jueves. Sé libre en conciencia.

Salmo

Salmo 22 – Alegre y despreocupado

He observado rebaños de ovejas en verdes laderas. Retozan a placer, pacen a su gusto, descansan a la sombra. Nada de prisas, de agitación o de preocupaciones. No siquiera miran al pastor: saben que está allí, y eso les basta. Libres para disfrutar prados y fuentes. Felicidad abierta bajo el cielo.

Alegres y despreocupadas. Las ovejas no calculan. ¿Cuánto tiempo queda? ¿Adónde iremos mañana? ¿Bastarán las lluvias de ahora para los pastos del año que viene? Las ovejas no se preocupan, porque hay alguien que lo hace por ellas. Las ovejas viven de día en día, de hora en hora. Y en eso está la felicidad.

“El Señor es mi pastor.” Sólo con que yo llegue a creer eso, cambiará mi vida. Se irá la ansiedad, se disolverán mis complejos y volverá la paz a mis atribulados nervios. Vivir de día en día, de hora en hora, porque él está ahí. El Señor de los pájaros del cielo y de los lirios del campo. El Pastor de sus ovejas. Si de veras creo en él, quedaré libre para gozar, amar y vivir. Libre para disfrutar de la vida. Cada instante es transparente, porque no está manchado con la preocupación del siguiente. El Pastor vigila, y eso me basta. Felicidad en los prados de la gracia.

Es bendición el creer en la providencia. Es bendición vivir en obediencia. Es bendición seguir las indicaciones del Espíritu en las sendas de la vida.

“El Señor es mi pastor. Nada me falta.”

Meditación

Dos tigres

Había dos tigres en el zoológico de la ciudad, y un día uno le dijo al otro: “Yo me aburro aquí. Me voy a escapar. Iré a donde sea y veré qué tal me va, y si no me resulta, volveré y te contaré todo lo que he visto.”

Se escapó, lo cogieron a los pocos días y volvieron a meterlo en el zoológico donde estaba. Allí le contó su historia al compañero. “Escaparme me escapé, y al principio me fue muy bien. Vi un edificio con grandes letras que decían MINISTERIO, entré, leí en una puerta MINISTRO, entré y me comí al señor que estaba dentro y no pasó nada. Después vi en otra puerta SECRETARIO, y también me lo comí y no pasó nada. Luego andando por los pasillos vi a un hombre a quien llamaban el camarero y llevaba una bandeja con tazas de café. Me lo comí también, pero entonces se armó un gran jaleo, todos empezaron a gritar “¡El camarero! ¡El del café!”, la emprendieron a palos conmigo y a duras penas me he escapado y he vuelto a refugiarme aquí. ¿Quién será ese personaje tan importante?”

Día 1
Os cuento

Una cita de Eduardo Galeano que a todos nos toca:

“¿Seremos arrasados por los bárbaros fieros?
¿Tantos millones de hombres hablaremos inglés?
¿Dónde están los valientes y nobles caballeros?
¿Callaremos ahora para llorar después?

No es para tanto, claro, pero ayer en Madrid yendo de tapas con unos amigos, uno de ellos le pidió al camarero: “A mí tráigame un coffee solo sin azúcar.” El camarero lo entendió aunque no creo supiera inglés. A veces hablamos inglés sin saberlo. Y una ventaja sí voy a reseñar. La palabra STOP en cualquier país y en cualquier alfabeto le hace a uno detenerse ante el tráfico. En ese momento sí que todos hablamos inglés.

Añado como anécdota lingüística que una vez en Latinoamérica, en una función a la que yo asistía entre el público con unos amigos, y en la que en un momento dado me señalaron desde el escenario y me indicaron por gestos que me pusiera de pie sin yo enterarme, el amigo de al lado me dijo enseguida: “¡Párese!” Yo me quedé sorprendido pues no estaba haciendo nada de lo que debiera parar, hasta que caí en la cuenta. “Párese” en América quiere decir “póngase de pie.” Obedecí. Me “paré” debidamente. Es decir, me puse de pie. La misma lengua pero expresiones distintas.

Aventuras lingüísticas que me gusta reseñar. Como la célebre cita de Bertram Russell: “Inglaterra y Estados Unidos son dos países separados por una misma lengua.” Cuando llegué por primera vez a Estados Unidos, yo que había aprendido inglés en la India con acento británico, intenté acomodarme adoptando pronunciación americana. Mis amigos de Nueva York me pararon enseguida: “No se le ocurra a usted perder su acento inglés de Inglaterra. Aquí en América les envidiamos a los ingleses de verdad.” No pude menos de acordarme de la cita de “My Fair Lady”: “Cada vez que un inglés abre la boca hace que el otro inglés le desprecie.” Con su refrán:

“¿Por qué los ingleses no saben hablar inglés?
Los griegos hablan griego y los chinos hablan chino.
Los hebreos escriben el hebreo al revés, que ya es el colmo.
¿Por qué los ingleses no pueden…, por qué no pueden…, por qué no pueden los ingleses aprender el inglés?”

Me contáis

Pregunta: Rezo todos los días, y algunos días se me pasa todo el tiempo en un momento con gran devoción, mientras que otros días unos minutos parecen una hora. No me entiendo a mí misma.

Respuesta: San Ignacio de Loyola escribió en sus Ejercicios Espirituales las que él llama “Reglas para el discernimiento de espíritus”. Llama a esas situaciones del alma “consolación” y “desolación”, da por supuesto que se van sucediendo una a otra, y da consejos para cada caso. Algunas citas:

“En tiempo de desolación nunca hacer mudanza, mas estar firme y constante en los propósitos y determinación en que estaba el día antecedente a la tal desolación.”

“Dado que en la desolación no debemos mudar los primeros propósitos, mucho aprovecha el intenso mudarse contra la misma desolación, así como es en instar más en la oración, meditación, en mucho examinar, y en alargarnos en algún modo conveniente de hacer penitencia.” Ahí tenemos a san Ignacio: “el intenso mudarse”.

Salmo

Salmo 23 – EL REY DE LA GLORIA

“Del Señor es la tierra y cuanto la llena,
el orbe y todos sus habitantes.
¿Quién puede subir al monte del Señor?
¿Quién puede estar en el recinto sacro?”

La visión de tu majestad me llena el alma de reverencia, Señor, y cuando pienso en tu grandeza me abruma el sentido de mi pequeñez y el peso de mi indignidad. ¿Quién soy yo para aparecer ante tu presencia, reclamar tu atención, ser objeto de tu amor? Más me vale guardar distancias y quedarme en mi puesto. Lejos de mí queda tu sagrada montaña, tu intimidad secreta. Me basta contemplar de lejos la cumbre entre las nubes, como tu Pueblo en el desierto contemplaba el Sinaí sin atreverse a acercarse.

Pero, al pensar en tu Pueblo del Antiguo Testamento, pienso también en tu Pueblo del Nuevo. El recuerdo del Sinaí me trae a la memoria la cercanía de Belén. Los que temían acercarse a Dios se encuentran con que Dios se ha acercado a ellos. Se acabaron las cumbres y las montañas. Ahora es una gruta en los campos y un pesebre y un niño. Y la sonrisa de su madre al acunarlo entre sus brazos. Dios ha llegado hasta su pueblo.

Te has llegado hasta mí.  El don supremo de la intimidad. Andas a mi lado, me tomas de la mano, me permites reclinar la cabeza sobre tu pecho. El milagro de la cercanía, la emoción de la amistad, el triunfo de la unidad. Ya no puedo dejar que mi timidez, mi indignidad o mi pereza nos separen. Ahora he de aprender el arte bello y delicado de vivir junto a ti.

Para eso necesito fe, ánimo y magnanimidad. Necesito la admonición de tu Salmo: “Portones, alzad los dinteles, que se alcen las antiguas compuertas; va a entrar el Rey de la Gloria!”. Quiero abrir de par en par las puertas de mi corazón para que puedas entrar con la plenitud de tu presencia. Nada ya de falsa humildad, de miedos ocultos, de corteses retrasos. El Rey de la Gloria está a la puerta y pide amistad. Dios llama a mi casa. Mi respuesta ha de ser la alegría, la generosidad, la entrega. Que se me abran las puertas del alma para recibir al huésped de los cielos.

Enséñame a tratar contigo, Señor. Enséñame a combinar la intimidad y el respeto, la amistad y la adoración, la cercanía y el misterio. Enséñame a levantar mis dinteles y abrir mi corazón al mismo tiempo que me arrodillo y me inclino en tu presencia. Enséñame a no perder de vista nunca a tu majestad ni olvidarme nunca de tu cariño. En una palabra, enséñame la lección de tu Encarnación. Dios y hombre; Señor y amigo; príncipe y compañero.

¡Bienvenido sea el Rey de la Gloria!

Meditación

¿Quién soy yo?

Un aldeano llamado Pedro iba todos los días a vender sus verduras al mercado. Un domingo en la iglesia le oyó al párroco predicar sobre la pregunta fundamental de nuestras vidas: ¿Quién soy yo? Y el buen hombre comenzó a preguntarles a todos sus amigos y conocidos, “¿Quién soy yo, y qué debería hacer en consecuencia? Por favor, ayudadme a conocerme a mí mismo y cuál es mi deber.” Al fin el maestro le contestó: “Tú eres Pedro, y tu deber es ir todos los días al mercado a vender las verduras de tu campo.” Sabiduría.

Día 1
Os cuento

Este es un buen cuento que acabo de leer. Espero os guste.
Un día una muchacha con vestido rojo y sandalias rojas en sus pies desnudos vino a mi casa y preguntó por mi padre que era el rabí de los judíos y estaba allí mismo.

– Tengo que hacerle una pregunta al rabí.
– Yo soy el rabí. Pregunta.
– Es que estábamos cociendo la carne, y por descuido cayó algo de leche en la cazuela. Y ya sabemos que no se puede cocer la carne con la leche.
– ¿Cuánta carne había?
– Dos pollos y un solomillo.
– ¿Todo en la misma cazuela?
– Sí.
– ¿Y cuánta leche cayó en ella?
– Como un cuarto de litro.
– Entonces hay que tirarlo todo. No hay otro remedio. Según nuestra Ley si se mezcla la leche con la carne queda impura. No se puede tomar y ni siquiera se la puede dar o vender a un no judío. Hay que tirarla a la alcantarilla.
– ¡Pero si ya nos hemos comido todo!
– Entonces ¿para qué me preguntas?
– Para saber cómo hay que limpiar la cazuela.
– Pero ¿por qué no has preguntado antes?
– Es que teníamos mucha hambre, y mi madre no estaba en casa, y mi hermana es la que ha tenido que hacer todo…
– ¡Dios mío, Dios mío! Esto es el principio del fin.

Con esto mi padre le puso la mano sobre la cabeza y le dijo: “Guarda bien nuestra religión judía, hija mía. Quizá llegue el Mesías en tu tiempo.”

Me contáis

Pregunta: “Yo voy todos los domingos a misa, y mi padre venía siempre conmigo; pero ahora dice que cuando era joven iba a misa todos los días, y que eso cuenta por todas las misas que le quedan por oír el resto de su vida. Dice que ya está ‘jubilado’ de oír misa los domingos como lo está de su trabajo los demás días de la semana. ¿Está bien eso?”

Respuesta: Ya sabes que no está bien (a no ser que tu padre esté imposibilitado), y por eso mismo me lo estás preguntando. Pero no has de juzgar a nadie, y menos a tu padre, y él es posible que honradamente piense así. Al fin y al cabo, cuando Jesús dijo “Haced esto en memoria mía”, la palabra “esto” se refería a lo que él estaba haciendo en aquel momento, que era celebrar la pascua como él mismo había dicho entonces: “Id a tal sitio y encontrad a tal hombre, y preguntadle dónde he de celebrar la pascua con mis discípulos.” Y la pascua se celebraba una vez al año. Fue la Iglesia la que después introdujo el mandamiento de ir a misa los domingos, e hizo muy bien en eso para fomentar la vida cristiana; pero no hizo tan bien en imponer el mandamiento bajo pecado mortal, en lo cual Jesús no había pensado nunca, y con eso se ha cometido ese pecado innumerables veces a todo lo largo de la historia, y de eso es responsable la Iglesia. Esto es una gran pena. Está muy bien ir e invitar a ir a misa el domingo, pero no está bien prescribirlo bajo pecado mortal. Eso es lo que yo pienso. Con permiso para discrepar.

Salmo

Salmo 24 – El salmo de la confianza

“En ti confío, Señor; no quede yo confundido.”

¿Caes en la cuenta, Señor, qué pasará si algo malo me sucede a mí y quedo confundido? Llevo tu nombre como cristiano y te represento a ti como sacerdote, así es que si mi nombre sufre… también sufrirá el tuyo. Andamos juntos. En razón de tu propio nombre, Señor, no permitas que yo quede confundido.

Yo les he dicho a otros que tú eres el que nunca falla. ¿Qué pasará ahora si ven que me has fallado a mí? He proclamado con fe: ¡Jesús nunca nos falla! ¿Y vas ahora a fallarme tú a mí? Eso me haría callar y suprimiría mi testimonio. Me haría daño a mí y a mis amigos. Y a tu propio reino. No permitas que eso suceda, Señor. Ya sé que mis pecados son siempre un obstáculo. Por eso mismo rezo: “No te acuerdes de los pecados de mi juventud, pero recuerda solo tu amor que no falla.” No mires a mis ofensas sino a mi confianza en ti. Es en esa confianza en la que fundo toda mi vida. Con esa confianza hablo y pienso y vivo en todo lo que hago y lo que digo. La confianza de que nunca me has de fallar. Esa es mi fe y ese es mi orgullo. Tú nunca fallas. No permitirás que yo quede mal.

A veces es difícil decir eso cuando estoy bajo una nube y no veo la luz y no espero rescate. Ya sé que tú te tomas tu tiempo, mientras que mi corta paciencia quiere una solución inmediata. Tenemos horarios distintos, y mis cortas miras no encajan en tu eternidad. Estoy dispuesto a esperar, a seguir tu paso y andar a tu lado. Pero no me olvides, Señor. Que triunfe mi confianza y se realice mi esperanza. Dame señales de tu apoyo para sostener mi fe. Demuestra en mi vida que nunca fallas a los que se fían de ti. El Señor nunca abandona a su pueblo.

Nadie que espera en ti será confundido.

Meditación

Ésta es una anécdota auténtica de dos escritores indios, Ved Mehta, que es ciego y sin embargo escribe con exactitud descripciones de eventos concretos en la revista “The New Yorker”, y Vidhya Naipaul, célebre tanto por su Premio Nobel como por su cara permanentemente seria.

Durante una charla pública de Ved Mehta, alguien quiso verificar que era totalmente ciego, se le acercó y comenzó a hacer toda clase de gestos con las manos delante mismo de su cara. El orador siguió hablando con toda naturalidad sin que le afectasen para nada las manos que se agitaban delante de sus narices. Después de la charla, el que había dudado de su ceguera dijo a sus amigos que ahora sí creía que Ved Mehta era totalmente ciego. Pero ellos exclamaron: “¡Si ése no era Ved Mehta! A última hora había habido que cambiar, y ése era Vidhya Naipaul!” El de la cara seria.

 

Día 15
Os cuento

Esta es quizá la anécdota más extraña de mi vida, y la recuerdo ahora después de varios años. Sucedió cuando yo volví de la India para cuidar de mi madre que vivía sola, acababa de cumplir los 90, y me llamó para que la acompañase en los últimos años de su vida. El cuarto mandamiento mantiene su validez en cualquier circunstancia, y con todos los permisos y bendiciones de los superiores yo encontré un sustituto para dar mis clases de matemáticas en la universidad de Ahmedabad (India), y literalmente volé al lado de mi madre.

Los domingos por la mañana mi madre y yo solíamos ir con algunos amigos a tomar un café y charlar juntos un rato. Uno de esos días, mientras charlábamos animadamente en un café cercano, yo sentí sin más que tenía que volver a casa, y así lo dije. Todos me miraron como si estuviese chiflado, que desde luego me lo parecía hasta a mí mismo, pero aun así me levanté y volví a casa. La puerta de abajo y la de nuestro piso estaban perfectamente cerradas con llave. Abrí, entré, llegué al dormitorio, y allí lo vi. La puerta del balcón estaba abierta, y había un hombre joven agachado y arrastrándose por debajo de la persiana con un cuchillo en la mano. Yo anduve en silencio hasta que mis zapatos le quedaron bajo sus ojos. Él miró hacia arriba, me vio, se levantó y quedó en silencio de pie en el balcón enfrente de mí con la verja entremedio. Yo le dije sin más: “Vuélvete por donde has venido.” Y aquí empezó la comedia. Él comenzó a rogarme: “Por favor, no me haga bajar por ese maldito árbol, que bastante me ha costado subir. Déjeme entrar y marcharme tranquilamente por la puerta.” Le dije: “Dame el cuchillo.” Me lo dio. Era un cuchillo de cocina ordinario, nada de un arma profesional. Él entró, quedó de pie a mi lado, y yo le puse la mano en el hombro. Él se echó a llorar. Cuando se calmó me dijo secándose las lágrimas: “Ya lo habrá adivinado. La droga. Tengo ‘el mono’ como decimos nosotros. El síndrome de abstención. No puedo pasarme sin ellas. Soy de buena familia, una de las casas allí enfrente, pero en casa no saben nada. No tengo dinero. Sé dónde se vende droga. Venía a encontrar algún dinero aquí para una dosis. Por favor, déjeme marchar.” Yo lo acompañé hasta la calle, y le dije al despedirme: “Cuéntales todo a tus padres.”

Me queda la pregunta. ¿Por qué sentí yo de repente que tenía que volver a casa? Tengo una relación muy íntima con mi Ángel de la Guarda, y él tiene sus maneras de hacerme sentir lo que conviene. Se está sonriendo ahora. Él lo sabe.

Me contáis

Alguien me ha preguntado: “¿Cómo se le ocurrió a usted ir a la India? ¿Y cómo fue que después volvió? Me gustaría saberlo, porque yo tengo ahora la oportunidad de ir a trabajar a la India.”

Me gusta la pregunta. De hecho yo soy el primer sorprendido cuando pienso en ello. Fui a la India sencillamente porque me lo propuso un amigo. Los jueves por la tarde íbamos los novicios de Loyola a un paseo de tres horas en grupos de tres previamente establecidos. Pero si llovía se ignoraban los grupos, nos quedábamos en casa, y cada uno jugaba o hablaba con quien quería. Así nos buscamos con la mirada mi mejor amigo, Juan José Madariaga, y yo, y comenzamos a dar vueltas al claustro románico hablando animadamente. Él me dijo: “Mira, Carlos, ya sabes que el Padre Provincial viene la semana que viene a darnos nuestros destinos para el futuro. De ti ya sabes que dicen que te va a enviar a estudiar derecho en nuestra universidad de Deusto para que luego seas profesor de derecho canónico allí o en Roma. No está mal, pero no es lo que nosotros pensamos para mayor servicio de Cristo. Debemos pedir que nos envíen a países de misión, que es más difícil y tiene más mérito. De hecho el papa le ha pedido al Padre General que envíe cuantos más misioneros posibles al Japón, porque piensa que el Japón, recién derrotado por los Estados Unidos en la guerra, fácilmente adoptará ahora ideas y costumbres americanas, entre ellas la religión cristiana. Ahí entramos nosotros.”

Yo escuché pero no me convencí, y en eso acabó el paseo. Nada hubiera pasado si no hubiera vuelto a llover el jueves siguiente por la tarde. Nos volvimos a encontrar los dos amigos y a dar vueltas al claustro románico. Y a hablar de lo mismo. El día siguiente venía el Padre Provincial, y yo sin más le dije lo del Japón. Él me contestó lo siguiente: “Al venir aquí tomé la lista de todos ustedes y anoté enseguida a dónde iba a enviar a cada uno… excepto a usted. Sé que lo querían en Deusto para derecho canónico, pero para mí usted no encajaba allí. Dejé su nombre en blanco. Y ahora que me dice usted esto, lo veo claro. Las misiones. Pero no el Japón sino la India. Nos acaban de encomendar desde Roma una nueva misión en la región del Guyarat en la India, y yo le destino a usted ahora mismo como a su primer misionero en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.” E hizo la señal de la cruz sobre mí. Le gustaba hacer las cosas en plan solemne. Y así fui yo felizmente a la India.

El volver fue también sin planificar y con plena espontaneidad. Mi madre vivía entonces sola, ya que mi hermano que había retrasado años su matrimonio para estar con nuestra madre cayó en la cuenta de que tenía que casarse al fin, con lo cual mi madre quedó sola. Cuando cumplió 90 años me escribió pidiéndome que volviese para hacerle compañía en los últimos años de su vida. Yo pensé, recé, consulté a amigos y superiores, y decidí que el cuarto mandamiento era tan válido como los votos religiosos, y volví a España. Al fin y al cabo sería solo para pocos años, y luego podría yo volver definitivamente a la India. Pero esos pocos años se alargaron felizmente y mi madre vivió hasta los 102, lo que cambió las cosas. En la India yo escribía un artículo cada domingo en el suplemento dominical del principal diario, el Guyarat Samachar, y comencé a enviar el artículo cada semana por correo aéreo, ya que entonces todavía no existía el email. Eso duró algunas semanas, pero pronto vi que yo no podía hacer justicia ni a mí mismo ni a mis lectores sin referencia actual al contexto sobre el terreno. Dejé de escribir. Siempre me gusta dejar que la vida me lleve a donde me lleve.

Salmo

Salmo 25 – El salmo del inocente.

Yo no me hubiera atrevido a rezar este salmo, Señor, pero te agradezco que tú me lo ofrezcas y me invites a que lo haga mío. Es un salmo de inocencia y sinceridad, la oración de un hombre justo y de un alma inocente. Ése no soy yo exactamente. Yo conozco mis fallos y lamento mis defectos: a veces hiero a la gente, busco la alabanza, quiero el placer, no soy fiel a mí mismo. Hay momentos oscuros en mi vida, y rincones ocultos en mi conciencia. No soy puro e inocente. No puedo aparecer ante ti como santo y perfecto.

Y sin embargo eso es lo que me estás invitando a hacer en este salmo, y yo me alegro secretamente de ello, casi en contra de mí mismo, cuando escucho tu invitación y me dispongo a responder. Sé que he hecho cosas mal, pero en el fondo yo deseo la verdad y quiero el bien de todos. Nunca he actuado por malicia, no ataco a nadie, no quiero desobedecer. Es verdad que soy débil, pero no soy malo. Me gusta la bondad y estimo la honradez. Querría que todos fuesen felices y el mundo estuviese en paz. Siento esa bondad como lo más interior en mí mismo, y así acepto tu invitación a rezar la oración del justo.

He vivido una vida sin reproche, y he confiado siempre en ti, Señor. Pruébame y escudriña mi corazón. Siempre tengo tu amor en él con tus mandamientos y tu verdad. Me lavo las manos en inocencia para entrar en procesión ante su altar, Señor. Bendíceme, Señor, y muéstrame tu favor.

Eso es lo que yo soy y quiero ser. Me siento feliz de aparecer ante tu presencia. Me gozo en la confianza que me has infundido, en el poder mirarte al rostro y hablar en libertad. Sí, yo soy tu hijo, y a pedirte tu bendición estoy pidiendo justicia. Tú me has dado el derecho de hablar así, y yo lo ejerzo ahora con sencillez. Te pido tu bendición y mi herencia. Te pido paz y alegría. Quiero verme y sentirme como un hijo fiel ante ti y como un hermano para todos. Esto es lo que, con el salmo, llamo justicia, y esto es lo que espero de ti.

Hazme justicia, Señor, porque he vivido una vida sin reproche.

Meditación

– ¿Cómo te fue en la peregrinación, querido discípulo?
– Me fue muy bien, respetado maestro.
– ¿Por qué dices que te fue muy bien?
– Porque vi la estatua de Buda mayor del mundo.
– Pues debes tener mucha fuerza.
– ¿Por qué decís eso, maestro?
– Porque veo que todavía la llevas sobre los hombros.

Día 1
Os cuento

Algunas citas de una autobiografía que acabo de leer. Creo que conoceréis al autor:

“En el primer curso de bachillerato mis calificaciones fueron excelen-tes, lo que me valió el privilegio de elegir el primero el premio de fin de curso. El colegio solicitaba a los padres unos regalos que serían después asignados a los mejores alumnos. Cuando llegó el día de la distribución colocaron todos los regalos en la meseta de la gran escalera que subía desde el patio al piso superior. A los premiados nos colocaron en fila sobre los escalones, ordenados según las calificaciones. En primer lugar estaba yo, bastante impresionado por el ritual. El director, junto a los regalos colocados sobre el suelo, me sopló con voz templada: ‘La pluma Parker’. Pero ya había visto yo un par de libros que me parecían más apetecibles. Señalé los libros, y el director, entre airado y sorprendido, me insistió ahora con voz tronante: ‘¡La Parker!’. Mi decisión estaba tomada. Recogí del suelo los libros, provocando una profunda decepción en el director. Algo asustado -me había rebelado contra el poderoso y temido don Pedro- di media vuelta y bajé las escaleras, acariciando los dos primeros libros de mi biblioteca: Novelas ejemplares, de Miguel de Cervantes, y El abismo y otros cuentos, de Iván Turgueniev, dos tomitos en edición de Espasa Calpe, colección Austral. (Dejando atrás los vientos, Espasa Calpe, Madrid 2007, p. 51)

Estoy convencido de que aquel día quedó mi vida marcada por el amor a los libros. Siento un gran placer con la lectura, y no solo con la lectura propiamente dicha, ya que el libro me ha dado muchas otras satisfacciones: el huroneo de libros desconocidos, la búsqueda de tesoros literarios ajenos al circuito normal, la conversación acerca de libros leídos y no leídos, el contacto físico del libro, la apertura de unos libros recién adquiridos y la relectura continua de los libros favoritos son algunos de los placeres de los que siempre he procurado disfrutar y contagiar a los demás.” (p. 78)

“En enero el Rey sufrió una caída practicando el esquí en Suiza y fue trasladado a Madrid. Le llamé para conocer su estado de salud y me invitó a ir a saludarle personalmente. Al comprobar que a pesar de estar postrado en cama con una lesión que sería muy dolorosa man-tenía buen humor y deseos de conversación, le comenté que me sorprendía que tuviese tan buen ánimo. Me respondió de manera contundente con una sonrisa en los labios; ‘Lo tendré hasta cuando estén clavando el último clavo sobre mi caja’.” (p. 97)

“El presidente de Italia, Sandro Pertini, me transmitió su admiración por la Reina, y me contó que para expresarle gentilmente su consideración, en una comida en Toledo, le explicó que el queso parmesano se toma con los dedos, que así lo hizo la Reina, y Pertini le dijo: ‘Yo no soy creyente, pero si la mano de su majestad me diera la hostia bendita, comulgaría todos los días’.” (p. 184)

“Henry Kissinger me solicitó una entrevista en su visita a España. Me esforzaba yo en exponerle el proyecto del Gobierno cuando comprobé que el poderoso personaje daba muestras de sopor, iba entrando en un duermevela al arrullo de mis explicaciones. A cada rato se despertaba, hacía una pregunta con una gran voz seductora y volvía a caer en una dormitación reparadora. No fue la única entrevista que mantuve con Kissinger a lo largo de los años, y pude confirmar que siempre era dominado por un letargo semiinconsciente. No pude evitar pensar en qué estado de conciencia estaría al tomar sus controvertidas decisiones como Secretario de Estado.” (183)

“De visita en Perú no quise perderme la contemplación de Machu Picchu. En avión llegamos a Cuzco, donde nos esperaba un helicóptero que nos llevaría directamente a las ruinas. El comandante dirigió su helicóptero hacia Machu Picchu, pero se perdió. Después de dar unas vueltas nos confesó que no encontraba las ruinas. Descubrió un riachuelo y decidió seguirlo a escasos metros del suelo y con una increíblemente alta pared lateral de piedra de la que de trecho a trecho caía una inmensa cola de agua. Aterrizó como pudo entre unos cables en un claro del bosque. Enseguida aparecieron muchos chiquillos desnudos que orientaron al comandante sin dudar. Levantamos el vuelo y llegamos por fin a Machu Picchu.” (383)

(Alfonso Guerra, Cuando el tiempo nos alcanza, Espasa Calpe, Madrid 2004, p. 52)

Y esta cita que Alfonso Guerra hace de Machado:

“En mi soledad
he visto cosas muy claras
que no son verdad.” (97)
Hace pensar.

Me contáis

Me volvéis a preguntar sobre el papa actual, y os vuelvo a contestar que para mí es el mejor papa de la historia… ¡porque ha leído mis libros! Así me lo dijo cuando le visité en Buenos Aires antes de que fuera papa. Yo había ido allí a dar algunas charlas, y como siempre hacía en visitas al extranjero fui ante todo a verle y a pedirle su bendición para mi trabajo en su diócesis. Entonces que me dijo que ya conocía mi nombre y mis libros, y me dio toda clase de facilidades. Lo curioso es, aunque pocos lo saben, que los jesuitas hacemos un voto especial de no ser nunca obispos… y mucho menos papas desde luego. Cuando el papa insiste en hacer obispo a un jesuita, éste tiene que pedir dispensa de su voto, que el mismo papa le concede enseguida desde luego. Pero hay que seguir el procedimiento.

Meditación

Ojos cerrados, ojos abiertos

Yashoda es la madre de Krishna, y Krishna es la encarnación de Dios más popular, querida y venerada en la India. Ella le cuidó de niño, de adolescente y de joven con el cariño de una madre y la fe de una creyente. Krishna creció, y le llegó el momento de dejar su casa y su madre para salir a predicar, instruir y redimir a su pueblo. Cuando se marchaba, su madre le pidió una gracia: “Concédeme que siempre que cierre los ojos te vea.” A lo que Krishna contestó: “Te concedo la gracia de que cada vez que abras los ojos me veas.”

Ver a Dios en todas las cosas. En la personas, en los hechos, en los árboles, en el paisaje. Ver a Dios con los ojos abiertos. El andar se hace fe, y el mirar es contemplación. Él está allí siempre. Él lo es todo. Su voz está en todos los sonidos, y sus rasgos en todos los colores. Él está oculto en todo, o mejor dicho se revela en todo. Él lo ha creado todo, y vive en todo lo que ha creado. Sus huellas están por todas partes para aquellos que saben reconocer sus pasos.

Ojos abiertos. Él los hizo para que pudiéramos ver todas las cosas en Él, y a Él en todas las cosas. Rostros y figuras, reuniones y movimientos, los árboles y el asfalto. No hay diferencia en su presencia, porque Él es siempre el mismo. No tenemos más que abrir los ojos y verle. Lo vemos con claridad, de cerca, del todo. Aprendemos a reconocer rasgos eternos en paisajes diarios, a sentir la divina presencia en un apretón de manos, a contemplar la visión infinita en el horizonte lejano. Aprendemos a ver.

¿Por qué será que cuando proponemos unos minutos de oración en un grupo, todos enseguida cierran los ojos?

 

Día 15
Os cuento

Una experiencia de Dios para animarnos en su busca.

“¿Por qué a mí no me pasaban esas cosas? Yo estaba más que abierto a la posibilidad de tener una experiencia mística, la estaba buscando activamente, rezando para que me sucediera. Una cosa es escuchar a los demás el relato de esos momentos y otra muy distinta es experimentarlo en tus propias carnes: era la diferencia entre una prueba indirecta y una incontestable.

Fue durante el entrenamiento de la tarde del día 10 de noviembre, ocho semanas después de empezar mis lecciones en Shaolín, cuando por fin experimenté lo que tanto estaba deseando. Acababa de finalizar unas series de uno de los dieciocho movimientos básicos de Shaolín, en el que había que hacer una patada girando 360 grados. Era un movimiento que había repetido cientos de veces (en el budismo zen la repetición de los movimientos físicos –lavar cacerolas, el tiro con arco, la ceremonia del té– se considera un medio esencial para conseguir la iluminación).

Mientras me dirigía al extremo de la colchoneta para realizar una vez más el mismo movimiento, me vi abrumado por una sensación de paz absoluta. No era algo visual, auditivo o táctil, sino que era de carácter emocional. Y era una sensación que no había experimentado en mi vida. Me sentí como si todo el ruido de fondo que había en mi alma – el estrés, la ansiedad y la preocupación – de repente se hubiera silenciado, como si todo lo estático del universo se hubiera detenido y por un momento solo existiera Dios. Estuve deambulando por la sala sin dirigirme a ningún sitio en particular. Pensé que así debe ser como se siente uno en el Cielo. Inmediatamente comprendí por qué los místicos y los monjes solían renunciar a todos los placeres de este mundo para emprender su viaje espiritual: esta sensación hacía que mereciera la pena realizar cualquier sacrificio.

El tiempo se detuvo. Perdí la consciencia de mí mismo. Había obtenido mi prueba, había vivido mi milagro. Puede que no la alcanzara, pero al menos había visto la Tierra Prometida. Y aquello es lo que hizo que la decisión de ir a Shaolín se convirtiera en la mejor que había tomado en mi vida.

Llega otro extranjero a Shaolín: Carlos. Español. Ya había rebasado los treinta, estaba casado y era padre de familia. Era un hombre encantador pero, según confesaba él mismo repetidas veces, era una pesadilla como marido. Yo me sentía fascinado mientras le miraba y escuchaba cómo representaba una reconciliación perfectamente integrada entre la culpabilidad católica y la libido mediterránea.

El último día de la estancia de seis semanas de Carlos, sus ojos se humedecieron y las lágrimas comenzaron a resbalar por sus mejillas durante el desayuno. Yo pensé que lloraba porque tenía que irse de Shaolín.

– No pasa nada, Carlos. Seguiremos en contacto.
– No, Mateo, no lo entiendes. Es que ha sido increíble.
– ¿El qué?
– Jesús me ha hablado esta noche.
– ¿Qué sucedió?
– Estaba en la cama, rezando por mi familia, cuando escuché una voz y supe que era Jesús. Fue increíble.
– ¿Qué te dijo?
– No puedo recordar la mayoría de sus palabras. Fue todo tan rápido que las palabras se precipitaron sobre mí.

Durante el resto del desayuno, permanecimos en silencio.

Matthew Polly, El Shaolín Occidental, Kailas, Barcelona 2008, p. 185.

Me contáis

Pregunta: Mi hijo no quiere ir a misa el domingo. ¿Qué hago?

Respuesta: Ante todo no le fuerces. Sería contraproducente. No le prediques. No le repitas el sermón del cura para su provecho. Respeta su adolescencia. En vez del choque emocional que tiene lugar cada domingo por la mañana en tu casa cuando tú vuelves de misa envuelta en fervores, y él está tumbado en un sillón leyendo el periódico, suaviza la escena, entra con naturalidad, deja pronto aparte tu rosario y tu misal y tus mantillas, y dale un beso y alégrate de verle y prepárale el desayuno si no lo has hecho todavía. Hay que volver de misa con alegría pero sin agresividad, con devoción propia pero sin juzgar a los demás, con gratitud por la experiencia propia pero sin la urgencia de imponérsela a nadie. Cada cual sigue su camino, y todos pueden llevar a Dios. Como yo viví muchos años en la India me acostumbré a ver iglesias y templos y mezquitas y pagodas y a cada uno con su dios y algunos con ninguno. Hay un grupo en la India, los jainistas, que son ateos en su tradición. Algunos de mis mejores amigos eran y son jainistas. Y nos entendemos muy bien, cada uno con su tradición. Reza por tu hijo en la misa, pero no te pases todo el rato pensando en él y en su ausencia. Que el domingo os sea alegre para todos en casa.

Salmo

Salmo 27 – La Roca

Tú eres mi Roca. En un mundo en el que todo se tambalea y todo cambia, en el que el hombre es inconstante y voluble como pluma al viento, en el que nada es estable, nada es fijo, nada permanece, en un mundo de inseguridad e inconstancia… tú eres mi Roca.

Tú permaneces cuando todo pasa. Tú eres firme, fijo, eterno. Tú eres el único que da seguridad y ofrece garantían. Solo en ti puedo encontrar refugio, sentirme seguro y hallar paz. Tú eres mi Roca.

Alrededor mío hay arenas movedizas, lodazales, marismas, caminos resbaladizos y terrenos empantanados. Tengo que andar despacio y con cautela. No puedo correr ni saltar ni bailar, aunque mi alma lo quiera. Tengo que fijarme al dar cada paso y tentar la firmeza de cada piedra en el camino. El avanzar por los terrenos de la vida es proceso lento, lleno de aprensión y miedo a cada paso. No puedo fiarme de nada ni de nadie. Siempre queda la duda, la sospecha y el miedo. Cuando todo se tambalea, la mente misma se agita, y la paz desaparece del alma.

Esa es mi mayor prueba; que yo mismo no estoy firme. Soy un manojo de dudas. No es ya que no me fíe de nadie, sino que no me puedo fiar de mí mismo. Dudo y vacilo y tropiezo. No sé lo que quiero yo mismo, y no estoy seguro de adonde quiero ir. La incertidumbre no solo está fuera de mí sino dentro de mí, muy dentro de mí, en mis decisiones, mis opiniones, mis mismas creencias. Hago cien propósitos y no cumplo ninguno, comienzo cien proyectos y no acabo ninguno, emprendo cien viajes y no llego a ninguna parte. Soy una caña agitada por el viento. No tengo firmeza en mí mismo, y por eso necesito urgente y virtualmente tener al lado a alguien en quien pueda apoyarme.

Ese eres tú, Señor. Tú eres mi Roca. La firmeza de la tu palabra, la garantía de tu verdad, la permanencia de tu eternidad. La Roca que se destaca a lo lejos en medio de olas y arenas y vientos y tormentas. Solo con mirarte encuentro reposo. Solo con saber que estás allí, siento la tranquilidad en mi alma. Palpo tu sólida presencia, tu encarnación en piedra. Me apoyo contra tu lado, y me invaden la tranquilidad y la paz. En un mundo de cambios, tú eres mi Roca, Señor, y esa profesión de fe trae la alegría a mi alma.

“El Señor es mi fuerza y mi escudo: en él confía mi corazón: me socorrió, y mi corazón se alegra y le canta agradecido. El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su ungido. El Señor es mi Roca.”

Meditación

Hasán Básari, santo venerado del Islam, caminaba un día con su discípulos cuando vio a un hombre, aparentemente borracho, que daba tumbos por el camino. Había una charca profunda en medio y el suelo estaba resbaladizo, por lo que el santo advirtió al hombre que venía tambaleándose: “Tened cuidado, hermano. El suelo está resbaladizo y el agua es profunda. Si os caéis, podéis ahogaros.” A lo que el buen hombre contestó: “Y vos tened aún mayor cuidado, maestro. Porque si yo me ahogo, me hogo solo; pero si vos os ahogáis, se ahogarán muchos otros con vos.”

Responsabilidad de los que enseñan, los que dirigen, los que de alguna manera representan a Dios. Nadie se salva solo ni se condena solo. Los discípulos siguen al maestro. Un resbalón puede causar muchos resbalones. Una caída provoca muchas otras caídas. Un paso en falso puede llevar a muchos pasos en falso. La charca es profunda, y el suelo está resbaladizo. Siempre lo está en este mundo.

Y el consuelo también. Un paso en la dirección debida puede llevar a muchos pasos también en la verdadera dirección. El maestro cuidadosamente evita la trampa y los discípulos que lo siguen tambén la evitarán. Él ve primero lo resbaladizo del suelo y lo advierte. Si él pisa firme, sus seguidores pueden pisar firme detrás de él. Todos nos ayudamos a todos.

El hombre que parecía borracho, no lo era. Le faltaban fuerzas, eso sí, y él lo sabía. Y su propia debilidad sabida lo llevaba a protegerse del peligro. La humildad es la mejor defensa en la vida.

El maestro recogió la lección. Nadie cayó en el charco.

Día 1
Os cuento

Que gente ordinaria tenga experiencias reales de Dios es más frecuente de lo que se cree. Voy a citar una de ellas tomada de «El Shaolín Occidental» by Matthew Polly, Kailas, Barcelona, p. 185.

¿Por qué no me pasaban a mí esas cosas? Yo estaba totalmente abierto a la posibilidad de una experiencia mística, la buscaba activamente, la pedía en mi oración, la esperaba. Una cosa es oír que otros han tenido tales experiencias, y otra bien distinta tenerlas uno mismo. Eso era lo que yo estaba pidiendo y esperando con humildad y confianza.

Sucedió durante nuestro entrenamiento en las técnicas del Shaolín cuando al fin tuve la experiencia que hacía tanto tiempo deseaba. Habíamos practicado la serie de 18 movimientos básicos en Shaolín que acaba con una patada de 160 grados. Era un movimiento que yo había repetido cientos de veces como es costumbre en el Zen. Al colocarme una vez más al borde de la estera para realizar ese mismo movimiento, me sentí abrumado por una sensación de paz infinita. No era algo que yo pudiera ver, oír, o tocar, sino solamente una pura emoción. Era una sensación como nunca había tenido en la vida. Me sentí como si todo el ruido de fondo en mi alma – tensión, ansiedad, preocupaciones – se hubiese apagado de repente, y en aquel momento solo Dios existía. Seguí dando vueltas por el cuarto sin ir a ninguna parte. Pensaba que así es como uno se sentiría en el cielo. Entonces entendí por qué los místicos y los santos dejan todos los placeres del mundo, ya que esa sensación hace trivial a cualquier sacrificio. El tiempo se paró. Yo perdí toda conciencia de mí mismo. Ya tenia la prueba que necesitaba. Había vivido un milagro. Quizá no había llegado aún a la Tierra Prometida, pero ya la había visto. Eso hizo que mi decisión de ir a Shaolín fuera la mejor de mi vida.

Otro extranjero vino por entonces a Shaolín. Era un español, Carlos. Pasados los treinta años, casado y con hijos. Era una persona encantadora, pero, como él mismo confesaba una y otra vez, era una pesadilla como marido. A mí me fascinaba ver y escuchar en él a esa mezcla perfecta de culpa católica y libido mediterránea.

El último día de esos seis meses allí, Carlos apareció con lágrimas en los ojos bajándole por las mejillas mientras desayunaba. Pensé que estaba triste por dejar Shaolín, y le dije:

– Esto no es nada, Carlos, seguiremos en contacto.
– No, Mathew, es que no entiendes. Fue algo increíble.
– ¿Qué fue increíble?
– Jesús me habló anoche.
– ¿Cómo fue eso?
– Yo estaba en la cama rezando por mi familia cuando oí una voz y supe que era Jesús.
– ¿Qué es lo que te dijo?
– No lo recuerdo. Todo fue tan rápido que sus palabras resbalaron sobre mí. Pero el sentimiento no me ha dejado. Fue maravilloso. Y aún lo sigue siendo.

Los dos nos quedamos en silencio. El emocionado ahora era yo.

Me contáis

Me escribes: «Estoy muy bajo. Recito oraciones pero sin sentir nada, y no sé si debería dejarlo. Por lo menos sería más sincero. ¿De qué sirve el rezar si no se siente nada?»

Te contesto: Mi padre S. Ignacio es un maestro en este tema de los estados del alma. Habla de «consolación» y «desolación», y da reglas para ambos casos. Sobre tu caso dice: «El que está en desolación trabaje por estar en paciencia, que es contraria a las vejaciones que le vienen, y piense que será presto consolado.» Paciencia. No podemos estar siempre en la cumbre. Sería bien aburrido. La vida con sus altos y bajos nos enseña y nos entrena. Que Dios se sienta libre al tratar contigo. Él hará siempre lo mejor.

Salmo

Salmo 28 – Cuando el cielo se oscurece

El cielo está oscuro, la tempestad se enfurece, las fuerzas del mal parecen haberse apoderado de cielo y tierra. La tempestad es símbolo y realidad de destrucción y confusión, de peligro y de muerte. El hombre teme a la tempestad y corre a protegerse cuando los rayos descargan. El hombre, desde su infancia personal e histórica, siempre ha tenido miedo a la oscuridad.

Y, sin embargo, tú me enseñas ahora, Señor, que la tempestad es tu trono. Tú eres el Señor de las tormentas. Tú estás lo mismo en la oscuridad que en la luz, tú reinas en las nubes como reinas en cielo azul. El trueno es tu voz, y el rayo es el gesto de tus dedos. Quiero ver tu presencia en la tempestad como la veo en en cielo sereno. Adoro tus obras como Señor de la naturaleza.

El Dios de la gloria truena en los cielos, la voz del Señor resuena sobre las aguas. La voz del Señor es poder, la voz del Señor es majestad, la voz del Señor derrumba a los cedros del Líbano. La voz del Señor descarga fuego.

Al reconoceros a vos, Señor, en las tormentas de la naturaleza, aprendo a reconoceros en las tormentas de mi propia alma, cuando mi propio cielo se nubla y mi horizontes tiemblan y la tormenta de la desesperación sacude la soledad de mi corazón. Si las bendiciones vienen de vos, también vienen las pruebas. Si sois sol, también sois trueno, y si traéis la paz, también traéis la espada. Lo mismo venís en la consolación que en la tentación. Vuestro es el día y vuestra es la noche, y yo quiero aceptaros también ahora como Señor de la noche en mi propia vida.

Aún os siento más cercano, Señor, en la tormenta que en la calma. Cuando todo va bien y la vida sigue su curso, te doy a ti por supuesto, minimizo tu puesto en mi vida, y sencillamente te olvido. Pero cuando llega la oscuridad y me hace sentir mi debilidad, pienso en ti y busco en ti mi refugio. Me siento más cerca de ti en mis horas más oscuras, y me inclino ante tu majestad en la tormenta que ruge en los paisajes de mi alma.

El Señor es el rey de la tormenta, el Señor preside sobre el firmamento, el Señor dará fuerza a su pueblo, el Señor bendecirá a su pueblo con la bendición de la paz.

Meditación

Oración aceptada

Un devoto musulmán rezaba todos los días y le pedía a Dios una gracia concreta que deseaba y esperaba. Siempre se colocaba en el mismo rincón de la mezquita, y pasaron tantos años que ya la gente decía que se podía ver la marca de sus rodillas sobre las baldosas del suelo. Pero Dios no parecía escuchar su oración, ni siquiera darse cuenta de ella.

Por fin un día el Ángel del Señor se le apareció en su oración y le dijo: «Dios ha decidido no concederte lo que le has pedido, y nunca te lo dará.» Al oír esto, el buen hombre se levantó, gritó de alegría, llamó a todos y les contó lo que el Ángel le había dicho. La gente quedó sorprendida, y le preguntaron: «¿Cómo es que te alegras cuando Dios rehúsa darte lo que le pides?» Él contestó mientras seguía bailando de alegría: «Es verdad que no ha escuchado mi oración, pero al menos me ha dado recibo de haberla recibido. ¿Qué más quiero yo?» Y continuó manifestando su alegría.

Rezar es saber que mi voz llegó a Dios. La oración no es la petición, la respuesta, la concesión de la gracia. O sí, es todo eso, pero es sobre todo la fe y confianza de que el mensaje llegó, que mis palabras sonaron en los oídos de Dios, que la tierra tocó el cielo. ¿Qué importa el «resultado» cuando tenemos el contacto? Yo escribí la carta y la mandé, y ahora sé que ha llegado a su destino y la han leído. Eso es todo lo que me importa.

El buen musulmán siguió yendo todos los días a la mezquita, se arrodillaba en el mismo rincón, y le daba gracias a Dios al saber que so oración había llegado hasta sus oídos.

Día 1
Os cuento

Una anécdota de mis días en Ahmedabad. Los miembros de la Cámara de Comercio de la ciudad decidieron construir un edificio que albergara todas sus oficinas, y contrataron nada menos que al célebre arquitecto francés Le Corbusier para el proyecto. Él aceptó, presentó el proyecto, se aprobó y se construyó el edificio. El astrólogo escogió un día “de buen agüero” según las creencias indias, y un gran público se congregó para la ocasión.

El arquitecto francés en vez de poner escalones para la entrada había puesto una rampa como solía hacer en todos sus proyectos, pues decía que eso era mucho más sano para el corazón. El resultado fue que cuando autoridades y público llegaron para la inauguración se encontraron con que las vacas, que se pasean libremente por las calles de las ciudades indias, se habían comido las cortinas. Las vacas no suben escalones, pero sí pueden subir una rampa, y eso es lo que habían hecho tranquilamente para su aperitivo. El arquitecto francés no había pensado en ello.

Me contáis

Pregunta: ¿Qué piensa usted de la reencarnación? Habrá oído hablar de ella en la India, pero aquí en los Estados Unidos donde yo vivo tengo amigos que creen ella, y de hecho la reencarnación explica muchas cosas como los gustos, inclinaciones, amistades o antipatías espontáneas que de otra manera no se entienden.

Respuesta: Claro que se habla de la reencarnación en la India. Te voy a contar un caso divertido. Cuando el Dalai Lama fallece en nuestro vecino Tibet, los monjes se lanzan a buscar niños nacidos en esos días para ver cuál de ellos es el Dalai Lama reencarnado. Les ofrecen dos bastones semejantes, uno que había usado el Dalai Lama, y otro una imitación…, y el verdadero niño se supone escogerá el usado. Pruebas semejantes se repiten hasta que los monjes quedan satisfechos, y entonces educan al niño, lo preparan y lo consagran como el nuevo Dalai Lama. Una vez vi yo en vídeo una entrevista al Dalai Lama en la que él miso contaba todo esto y añadía con una sonrisa: “Así fue como los monjes se convencieron de que yo era el Dalai Lama.” Como los monjes buscan a propósito solamente en buenas familias, y luego educan muy bien al niño, el resultado es siempre excelente. Todos los Dalai Lamas han sido muy buenas personas.

A mí mis amigos en la India me decían muchas veces que yo debí haber sido una persona muy buena en mi anterior encarnación, ya que en ésta era ahora alto, listo y guapo. Casi me hacen creer en la reencarnación.

Salmo

Salmo 29 – Altibajos de humor

Quiero repasar mis altibajos de humor ante mí mismo y ante vos, Señor. Quiero saber cómo tratarme a mí mismo cuando estoy alegre y cuando estoy triste, cómo manejar mi optimismo y mi pesimismo, cómo reaccionar ante el gozo espiritual y la depresión humana, y sobre todo cómo navegar las mareas de mis sentimientos, los cambios de humor, la tormenta súbita y la bendición inesperada, la oscuridad y la luz y la incertidumbre que nunca me deja saber cuánto durará un estado y cuándo se cambiará al opuesto.

Estoy a merced de mis cambios de humor. Cuando estoy alegre todo resulta fácil, la virtud resulta espontánea, el amor es sincero, y con todo eso un sentimiento de que siempre será así y no tengo ya que preocuparme de nada. Ya he llegado, ya he conseguido, ya he madurado en la vida y controlo la situación. He tenido altos y bajos, y sé que todavía habrá pequeños cambios y variaciones, pero fundamentalmente ya me lo sé todo y no temo novedades. Tengo experiencia en los caminos del espíritu y sé muy bien por donde ando. Estoy bien equilibrado por la gracia de Dios.

Tú me conoces bien, Señor, y tú mismo es quien ha puesto esas palabras en mis labios a invitarme a recitar el salmo de tu biblia: “No tengo preocupaciones, y nada ya me derrocará.” Pero eso me llevó a fiarme de mí mismo, a presumir, a bajar la guardia. Llegué a pensar de verdad que nada podía derrocarme.

Pero luego el salmo sigue, como también sigue mi vida. “Pero entonces, Señor, tú tuviste a bien sacudir mi refugio en la montaña. Tú escondiste tu rostro, yo me hundí en la miseria. Fallaron mis cimientos y mi desesperación fue tan total y absoluta como antes lo había sido mi orgullo. Ahora no valgo para nada, no aprenderé nunca, después de largos años me encuentro todavía al principio de mi vida espiritual. No sé rezar, no sé meditar, no sé cómo guardar la paz en mi alma, no sé cómo tratar con Dios. Ni lo sé ahora ni lo sabré nunca. Ya puedo resignarme a una existencia rutinaria e inútil. Las estrellas no se hicieron para mí.

Cuando me hundo, me olvido de que antes estaba bien alto, y creo que ya nunca volveré a subir; y luego cuando estoy arriba me convenzo de que siempre será así y no tengo nada que temer. Tengo poca memoria… y mucho que sufrir. Soy esclavo de mis sentimientos, juguete de la brisa que vuela a mi alrededor. No tengo la firmeza, la continuidad, la perseverancia del buen trabajador. Con frecuencia tropiezo y caigo. Quiero más equilibrio en mi vida, más perspectiva, más paciencia. Quiero los horizontes que tú muestras a los que acuden a ti y se fían de ti.

Ésta es mi oración, Señor: que cuando esté arriba me acuerde que antes estaba abajo, y que cuando esté abajo confíe en que volveré a estar arriba. Entonces podré decir: “Te alabaré por siempre, Señor.”

Meditación

Un cuento indio. Había un asceta, santo y penitente, que vivía en la selva, lejos de caminos humanos; se sustentaba de los frutos de los árboles y las raíces del suelo, y bebía del agua cristalina del río que fluía por bosque junto a su cabaña. Vestía solo un taparrabos y guardaba otro para cambiarse. Y pasaba todo el día en la contemplación sagrada del Dios que había hecho esas maravillas.

Pero había ratones en la selva, y mientras él estaba en oración le roían el taparrabos que había puesto a secar. Pronto quedó inservible. Había que hacer algo.

Los vecinos devoto de aldeas cercanas y lejanas que lo visitaban para pedirle su bendición le indicaron el remedio. La presencia de un gato ahuyenta los ratones. Le trajeron un gato, y el taparrabos quedó a salvo. Pero ahora había que darle de comer al gato. Al gato le gusta la leche. Los siempre devotos visitantes le regalaron una vaca. Luego ¿qué comerá la vaca? Hierba, ya se entiende. Pues le regalaron unos campos para que pastara la vaca. El ermitaño sólo tenía que cuidar de los campos, regarlos, abonarlos, cortar hierba para cuando hiciera falta. Y luego ordeñar la vaca para que diera leche y comiera el gato y espantara a los ratones y quedara protegido el taparrabos de cambio. Así lo hizo el monje, dejándose llevar por el cariño y la sabiduría práctica de sus fieles devotos.

Hasta que un día cayó en la cuenta de que ya no hacía oración. Se le pasaba todo el tiempo entre los campos, la vaca y el gato. No tenía tiempo. No tenía ganas. Se había convertido en terrateniente. Y los vecinos devotos dejaron de visitarlo. Decían que su bendición ya no surtía efecto.

Fundación González Vallés

Contacta con nosotros

13 + 4 =