Los textos de Carlos G. Vallés
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Año 2013
Día 15
Os cuento

Esto es de los tiempos (ya lejanos) en que los chicos en el colegio sabíamos latín. Veíamos a los padres jesuitas del colegio recitar el breviario todos los días paseando arriba y abajo por los pasillos, o si hacía buen tiempo por los campos de fútbol del colegio con sus sotanas negras y sus bonetes cuadriculados. Al verlos pasear y rezar tan serios pasando hojas y hojas casi tan deprisa como andaban, nos contábamos entre nosotros (sin dejarles enterarse nunca a ellos) el chiste del cura que recitaba para empezar el alfabeto entero de la A a la Z y añadía en latín:
“Per hoc alphabetum notum / componitur breviarium totum.”

Es decir: “Todo el breviario consiste / en este alfabeto triste.”

Y ese era todo su rezo. Claro que cuando llegó al cielo lo recibieron en un lago de tinta con una pancarta que decía:
“In lacu atramento pleno / nunc habitabis in coelo.” O sea:
“El cielo que te ha tocado: Un lago de tinta helado.” 

Había que saber latín y tener humor para esas bromas.

De los placeres intelectuales de mi vida, uno de los grandes ha sido el de leer a Cicerón en latín. Hacía frío en Salamanca, pero yo ardía tanto por dentro al leer a Cicerón que no sentía el frío. Aparte de sus discursos escribió varios tratados, y uno de ellos sobre la misma oratoria que él tan bien practicaba, y que dedicó a Brutus y lleva su nombre (“Bruto” en castellano), por lo cual el ejemplar que a mí me tocó para su estudio y estaba cuidadosamente forrado, llevaba escrito su nombre en el forro con grandes letras en color, EL BRUTO DE CICERÓN, con significado ambiguo de lo de “bruto”, al que sin embargo el profesor no podía objetar. 
El breviario, también en latín, me encantó desde el primer momento. Fue tal mi loco entusiasmo espiritual y lingüístico que corrí a ver al padre espiritual del seminario, el inglés padre Astbury, y me desbordé en elogios del latín y los salmos y los himnos y las lecturas y la belleza y la devoción que cada línea y cada palabra rebosaba y que yo disfrutaba en aquel primer adviento en que me había tocado aquel placer literario y religioso con deleite y concupiscencia casi pecaminosa. El buen inglés aguantó impávido mi embestida hispana con su típica flema inglesa, me dejó acabar sin interrumpirme, y al final me miró por encima de las gafas y me dijo: “Vuelva usted aquí dentro de seis meses y me lo cuenta.” No le perdonaré nunca aquella puñalada de crueldad al inglés…, pero tenía razón. La repetición acaba con la mejor devoción. Era un buen padre espiritual.

Quizá esto le sirva de consuelo a alguien. Gracias al bruto del inglés.

Me contáis

Esto me han enviado (por segunda vez, por cierto), y ahora me ha parecido que os puede divertir. («Matemática, ¿estás ahí?», Adrián Paenza, RBA bolsillo, Barcelona 2005, p.195)

Sgeún etsduio de una univenrsdiad ignlsea, no ipmotra el ódren en el que las ltears etsan ersciats, la úicna csoa ipormtnate es que la pmrirea y la útlima ltera etsen ecsrtias en la psiocion cocrrtea. El rsteo peuden etsar taotlmntee mal y aún pordás lerelo sin pobrleams. Etso es pquore no lemeos cada ltera por sí msima sino que la paalbra es un tdoo. Devritodi.

INGLÉS:

Aoccdrnig to rscheearch at Cmabrigde Uinervtisy, it deosn’t mttaer in waht oredr the ltteers in a wrod are, the olny iprmoantnt tihng is taht the frist and lsat ltteer be at the rghit pclae. The rset can be a toatl mses and you can still raed it wouthit porbelm. This is bcuseae the huamn mnid deos not raed ervey lteter by istlef, but the wrod as a wlohe. Amazing, huh?

Salmo

Salmo 141 – A voz en grito

He rezado en mi mente y he rezado en el grupo; he rezado en silencio y he rezado en voz baja; he rezado en el rincón de la iglesia vacía y he rezado en la multitud con el gesto y el canto. Pero hoy ya no puedo más y levanto el tono y rompo toda etiqueta y toda liturgia y rezo a voz en grito. Hay urgencia y casi violencia en mi oración porque hay urgencia y violencia en mi alma y en el mundo en que vivo. Hoy me inspiran y me impulsan mis propios sentimientos y sufrimientos y los de mis hermanas y hermanos. Y no hago más que usar palabras que tú me pones en los labios, Señor,

«A voz en grito clamo al Señor,
a voz en grito suplico al Señor.
«

Mi grito proclama la urgencia de mi plegaria aun antes de que se distingan sus palabras. No necesito detallar peticiones o subrayar necesidades. Tú sabes lo que yo necesito y todo lo que anda mal en el mundo, y no voy a molestarte con minucias. Lo único que pido es atención. Quiero que escuches mi voz en presencia de tu pueblo. Y por eso grito. Quiero recordarte que existo. Quiero romper el silencio de mi timidez con la desvergüenza de mi grito. Que la gente se vuelva y mire. Soy presa del dolor, y por eso grito. Que mi dolor te llegue en mi grito.

Mi dolor no es solo el mío, sino el de mis hermanos y hermanas, mis amigos, los pobres y los oprimidos, los desterrados y los perseguidos, todos los que sufren y se inclinan ante el peso de la injusticia y la dureza de la vida. Mi grito es el grito de la humanidad en pena, millones de voces unidas en una, porque el sufrimiento nos une a todos en el parentesco del dolor común. Por todos ellos grito con la sinceridad de mi dolor mientras resuenan sus ecos en este valle de lágrimas. Hoy rezo a gritos, Señor.

«A ti grito, Señor,
atiende a mis clamores.
«

Meditación

Salmo 52 – La muerte de Dios

Yo creía que el ateísmo era una moda más o menos moderna. La proclamación de la muerte de Dios llegó a ser noticia en los periódicos de la mañana. Ateos y agnósticos presumen de ser pensadores actuales que dejan atrás a creyentes anticuados. Y, sin embargo, ahora me encuentro en tu Salmo, Señor, que yo había ateos en aquellos días. Ya entonces había quienes negaban tu existencia y trataban de convencerse a sí mismos y a los demás de que no hay Dios. Parece que la enfermedad viene de antiguo.

Dice el necio para sí: ¡No hay Dios!

Anoto la palabra escueta con que se describe al ateo y se despide su caso: Necio. El necio bíblico. La persona que no tiene entendimiento, que queda lejos de la sabiduría, que no percibe, que no ve. La falta de perspectiva, de sentido, de visión. La incapacidad de ver lo que se tiene delante de los ojos, de abrazar la realidad que surge alrededor. El necio no entiende a la vida, y al no entender a la vida, no entiende nada. Él se hace daño a sí mismo.

¿Y no soy yo también a veces necio, Señor? ¿No me porto en la práctica como si tú no existieras, ciego a tu presencia y sordo a tus llamadas? No te hago caso, me olvido de ti, paso de largo. Vivo mi vida, me encuentro con la gente, tomo decisiones sin referencia alguna a ti. Pienso y actúo en total independencia de ti. Funciono a nivel puramente humano, hago mis cálculos y evalúo los resultados en pura estadística. ¿No es eso ser ateo en la práctica?

Quiero luchar contra el ateísmo en el mundo de hoy, y para hacer eso caigo en la cuenta de que debo empezar por luchar contra el ateísmo en mi propia vida y en mi conducta diaria. Tengo que vivir de hecho y mostrar en humildad una dependencia feliz y total de ti en todo lo que haga. Quiero tenerte ante mis ojos cuando pienso y sentirte en mi corazón cuando amo. Quiero escuchar tu voz y adivinar tu presencia, y quiero actuar siempre de tal manera que se vea que tú estás a mi lado y que yo lo sé y lo reconozco. Quiero ser creyente no sólo cuando recito el credo, sino cuando doy cada paso y vivo cada instante en el trajín del día.

Mi respuesta a la «muerte de Dios» es que tú, Señor, te manifiestes en mi vida.

Día 1
Os cuento

Espero os diviertan y os inspiren estos cuentos tomados de “Cuentos Jasídicos” por Martin Buber, Paidos, Barcelona.

59. Una vez, después de haber recitado las Dieciocho Bendiciones, el rabí de Berditchev se dirigió a varias personas presentes en la Casa de Oración y las saludó diciéndoles repetidamente “La paz sea con vosotros”, “la paz sea con vosotros”, y abrazándolos una y otra vez como si vinieran de un largo viaje. Cuando lo miraron todos sorprendidos les explicó: “¿Por qué os asombráis? ¿Es que no estabais muy lejos? Tú en un mercado viendo qué tenías que comprar, tú en un barco con mercancía valiosa a tu nombre, y tú en tu oficina pensando en los pleitos que tenías que resolver. Cuando las plegarias se acabaron y cesó su canto, volvisteis los tres de tan lejos, y por ello os saludé efusivamente.”

63. Cada noche el rabí de Berditchev examinaba en su corazón qué había hecho ese día y se arrepentía de cada falta que encontraba. Decía: “Leví Itzjac no lo hará de nuevo.” Y entonces se reprendía: “¡Leví Itzjac dijo ayer exactamente lo mismo!” Y agregaba: Leví Itzjac tiene la costumbre de pecar, y Dios tiene la costumbre de perdonar.”

84. Cuando Rabí Shmelke y su hermano visitaron al maguid de Mezritch, lo interrogaron sobre el siguiente punto: “Nuestros sabios dicen ciertas palabras que nos arrebatan la paz porque no las entendemos. Según ellos, los hombres deberían agradecer a Dios tanto el sufrimiento como el bienestar, y recibir ambos con la mima alegría. ¿Nos dirías, rabí, cómo debemos entender esto?”El maguid repuso: “Id a la Casa de Estudio. Allí encontraréis a Zusia, que estará fumando su pipa. Él os dará la explicación.” Fueron a la Casa de Estudio y formularon su pregunta a Rabí Zusia. Él dijo: “¡Pues sí que habéis acudido al hombre acertado! Dirigíos a otro antes que a mí, pues yo jamás experimente el sufrimiento.” Pero ambos sabían que, desde el día de su nacimiento hasta ese día, la vida de Rabí Zusia había sido una red de necesidades, sufrimiento y angustia. Entonces supieron de qué se trataba: de aceptar el sufrimiento con amor.

Me contáis

Un buen amigo me escribe desde América: “He tenido una experiencia religiosa que me ha dejado asombrado y agradecido aunque no sé precisamente cómo entenderla. Estaba yo en la iglesia el domingo, y de repente me llenó por dentro un gozo enorme que me alegró en cuerpo y alma y me duró toda la mañana de una manera inenarrable pero lleno de gozo y alegría. No sé ni por qué vino ni por qué se marchó, pero me dejo transformado. ¿Es esto normal?”

Le he contestado que sí que es normal, y que de hecho sucede con bastante frecuencia entre fieles cristianos, pero que en general se nos ha educado a desconfiar de tales experiencias “místicas” y no les damos importancia y nos las callamos y nos olvidamos, cuando al contrario deberíamos dar gracias por ellas y estas siempre abiertos a recibirlas. A Dios le gusta comunicarse y tiene en sus manos muchas maneras de hacerlo, y no debemos pensar que eso es solo para frailes y monjas de clausura sino para todos nosotros. Le he dicho que me alegra mucho me haya contado eso y que esas gracias no hay que callarlas sino comunicarlas a amigos con sinceridad y humildad. Así nos ayudamos unos a otros. “Deus semper mayor” como dicen en latín. Dios siempre es más de lo que nos imaginamos.

Salmo

Salmo 142

En la mañana hazme escuchar tu gracia.
Enséñame a cumplir tu voluntad,
ya que tú eres mi Dios.

Despierto, y mis ojos se levantan hacia ti, Señor. Mi primer pensamiento vuela a tu lado al comenzar un nuevo día. No sé lo que me espera, no he planeado el día ni ordenado mi trabajo. Antes de cualquier otro pensamiento, quiero entrar en contacto contigo para recibir tu bendición y tu sonrisacuando la vida se abre otra vez ante el mundo y ante mí. Buenos días,  Señor, y que pasemos este día muy juntos los dos.

La mañana es la hora de rezar y de adorar, de recibir de tus manos la promesa de la vida que se renueva con el primer rayo de luz; la mañana es el momento escogido porti, en tus tratos contu pueblo, para venir en su ayuda como símbolo y realidadde la prontitud mañanera de tu presencia. Por eso me acerco a ti de mañana para recibir de nuevo de tus manos el don de la vida en creación continuada. De ti depende mi vida, de ti depende mi día en la aurora que apunta sobre el horizonte de mi conciencia. Santifica el día desde su primer comienzo, Señor.

La única petición que hago para orientar el día es: “Enséñame a cumplir tu voluntad.” Las horas del día me van a traer opciones y decisiones, dudas y tentaciones, oscuridad y pruebas. Lo único que me preocupa de todo esto, al comenzar la trayectoria del día, es saber en todo momento cuál es tu voluntad. Este día será lo que ha de ser si se enfoca desde el principio en la dirección salvífica de tu deseo. Mis decisiones serán correctas si llevan a cabo tu voluntad. Mi caminar será derecho si se dirige hacia ti. Tu voluntad es el resumen por adelantado de mi día, y descubrirla paso a paso en la jornada es mi tarea y mi gozo.

Al ver los primeros rayos de sol que se asoman tímidos a mi ventana, te pido, Señor: dame luz. Al escuchar a los pájaros que se ponen a cantar para despertar a tiempo a la naturaleza dormida, te pido: dame alegría. Al fijarme en las flores que abren sus pétalos a la brisa con atrevida confianza, te pido: dame fe. Dame fortaleza, Señor, dame vida, dame amor.
“En la mañana hazme escuchar tu gracia, ya que confío en ti.”

Meditación

El monte Fuji

Al abrir mi ventana todas las mañanas,
Veo el monte Fuji.

Nos alegramos mucho. Quizá envidiamos también al sabio japonés que nada más conabrir la ventana de su casa por la mañanapuede disfrutar de la vista, a un tiempo artística y sagrada, del monte perfecto en su cono de nieve, cargado de tradición y de sentimiento, símbolo de un pueblo, de una fe, por su esfuerzo por elevarsedesde una base terrestre hasta un vértice de nubes en contacto con el mismo cielo.Una vista así cada mañana consagra y eleva el resto del día con el recuerdo gráfico y emotivo del destino eterno que nos espera y al que nos acercamos día a día en peregrinación agradecida. Feliz el hombre que comienza el día ante el triángulo sagrado del monte Fuji

La cosa cambia un poco cuando nos enteramos de que el sabio japonés que pronunció estas palabras vivía muy lejos del monte Fuji, de hecho vivía en otra isla del Japón desde donde ni siquiera en el horizonte se divisaba tierra alguna, y además su casa estaba en un pueblecito de casas apiñadas donde lo único que veía al abrir la ventana por la mañana era la pared del vecino con su color deslucido y sus manchas de tiempo. Para colmo, el buen hombre nunca había salido de su pueblo y nunca había visto el monte Fuji en su vida, y solo lo conocía a través de poemas y pinturas, como un nombre, un símbolo, una imaginación. ¿A qué venía, pues, el decir que veía el monte Fuji desde su ventana? ¿Era presunción? ¿Era deseo objetivado? ¿Era licencia poética? ¿Era nostalgia? ¿Era sueño?

Era algo más sencillo y más profundo al mismo tiempo. El sabio había aprendido a valorar la vida ordinaria, a tomar cualquier incidente como manifestación de la vida, a descubrir nobleza en lo vulgar y belleza en lo trivial, a saber que cada palabra es mensaje y cada rostro revelación, a ver la creación entera en una hoja de hierba, y el monte Fuji en una pared de barro. Había encontrado el sentido sagrado de la existencia, el alma del universo, la unidad del cosmos. No necesitaba vivir en un monte sagrado o una gruta solitaria. No necesitaba imágenes ni paisajes. No necesitaba escrituras ni ritos. Por todo ello había pasado con devoción y respeto, y todo ello lo había llevado a la contemplación directa de todo en todo, del cielo en la tierra, de lo divino en lo humano, del monte Fuji en la pared de enfrente. Así lo veía todas las mañanas y bendecía su día con la presencia remota pero cercana del espíritu en la materia. Ojos de fe que ven redención en cada suceso y gracia en cada gesto. Ese era el secreto del escondido adorador del monte Fuji.

Ese es el secreto de la elevación del alma en medio de la rutina diaria. La contemplación del monte Fuji cada mañana alabrir la ventana. El culto delo cotidiano. La novedad de lo repetido. La sorpresa de lo aburrido. La reconciliación con las cosas tal como son y con la vida tal como es. El gozo del presente sin esperar a triunfos de futuro. El saludo a la pared de enfrente sin envidiar a los vecinos del Fuji. Esa actitud cada mañana es la más apropiada para vivir bien el día.

Yo incluso sospecho que los vecinos del Fuji que lo ven en realidad desde sus casas a cualquier hora, acaban por acostumbrarse, aburrirse y dejar de mirarlo. Más vale el sabio lejano que sigue adivinándolo porque nunca lo havisto. Eso es fe.

 

Día 15
Os cuento

Acabo de leer la autobiografía de Julie Andrews y quiero compartirla con vosotros cubriendo así mis dos secciones Os Cuento y Me Contáis. Comienzo por lo que más me ha llegado al alma. Aquí mismo en la Web he dicho varias veces que cuando escribo un libro o doy una charla (o preparo la Web), lo que yo deseo es que quien lee lo que yo escribo u oye lo que yo digo pase un buen rato con ello. No aspiro a cambiar el mundo, ni a reformar a la sociedad, ni a convertir a nadie. Solo quiero que quien lee o escucha pase un rato agradable con mis palabras. La vida es dura, la rutina cansa, el camino es cuesta arriba, las alegrías son escasas, el sufrimiento acecha y penalidades grandes y pequeñas no nos dejan. En medio de ese lento esfuerzo del vivir, lo que yo espero y deseo y trabajo por conseguir cuando escribo algo o digo algo es que la persona que lee o escucha descanse por un momento, se sonría a sí misma, se anime, mire a la vida con cariño indulgente, y se disponga a seguir su camino con alegría. Nada más. Y nada menos. Imaginaros mi sorpresa y mi sonrisa cuando vi que una persona tan delicada y artística como JulieAndrews, y desde una perspectiva bien distinta, viene a decir lo mismo. Está hacia el final de su libro:

“Mi amiga Svetlana y yo estábamos una tarde de compras en Harrods, cuando ella me dijo si quería que fuéramos a su piso a tomar una taza de té. Oferta tentadora. ‘Me encantaría ir contigo a tu casa, Svetlana’, le contesté, ‘pero creo debería irme a mi casa para descansar y prepararme para la representación de esta noche.’ Ella se paró y me miró, ‘¡Qué torpe soy, Julie! Perdona. Me había olvidado que tenías representación esta noche. Claro que tienes que ir a casa y descansar. Tu trabajo es lo primero.’ Me recordaba que mi deber al público tenía preferencia sobre otras ocupaciones.

Sería porque fue ella quien me lo dijo, o quizá porque lo dijo en el momento exacto en que yo estaba dispuesta a oírlo, pero sus palabras tuvieron el efecto de despertarme y hacerme caer en la cuenta que mi tarea en los escenarios tenía una profundidad y una finalidad muy por encima del mero entretenimiento o diversión o profesión. Yo sabía de siempre que mi voz al cantar era un don de Dios muy especial que merecía mi gratitud, pero ahora entendí que toda mi vida era para devolver algo por tanto bien, para compartir mi don con todos en alegría y agradecimiento.

Toda mi vida hasta entonces había sido…, bueno…, trabajo. Era mi profesión. Y en mi inmadurez juvenil nunca se me ocurrió que al salir al escenario yo podía quizá contribuir algo a la vida de nadie. Ahora, con esta inesperada revelación, comencé a sentir una nueva satisfacción en lo que hacía, en tratar de llevar alegría a la gente y hacerles disfrutar, ayudarles a trascender sus preocupaciones y problemas por las dos o tres horas que estaban en el teatro. Comencé a encontrar razones, motivos, profundidad, sentido… y la respuesta íntima a por qué se me había dado este don: para alegrar la vida a la gente. Aquel breve diálogo con Svetlana me cambió la vida.”

Al leer ese párrafo yo pensé: Yo no lo diría mejor. “Tratar de llevar alegría a la gente y hacerles disfrutar.” Bendita vocación. La suya y la mía. La de todos. Ahora cito algunas de sus anécdotas.

“La noche antes del estreno de MyFair Lady en Londres, Tony y yo salimos del teatro bastante después de medianoche, y nos quedamos sorprendidos al ver toda una larga fila de gente que daba la vuelta a la manzana, con sillas y mantas sobre el pavimento.
Pregunté, ‘¿Qué es esto?’.
‘Estamos haciendo cola para las entradas de última hora que se venden mañana por la mañana. Tenemos que hacer cola para conseguir un buen sitio’, me contestaron.
Tony y yo nos paramos a hablar con ellos un rato, y al despedirnos les dije esperaba disfrutaran con el espectáculo. La tarde siguiente, 30 de abril, mi camerino estaba tan lleno de flores que apenas podía moverme. Había un magnífico ramo de Charlie Tucker que eran la azaleas más bellas que yo había visto en la vida; pero el que más me emocionó fue una simple cesta del mercado de Covent Garden llena hasta el borde con ramos de violetas llenas de rocío, frescas, olorosas. La violeta es precisamente la flor de Eliza Doolittle en el musical (que era mi papel): mis flores. La tarjeta que las acompañaba decía sencillamente: ‘Con cariño de parte de la cola de la noche antes del estreno.’ Por lo visto se habían puesto de acuerdo y habían comprado las violetas de algún puesto de Covent Garden. Ese gesto me llegó más de lo que yo pueda decir.”

Sudi, a quien menciona ahora, no es nada menos que Mohammed Masud Raza Khan, quinto hijo de la decimotercera esposa de un maharajá paquistaní, y el marido de su amiga Svetlana a quien acaba de mencionar. Era un personaje de leyenda que decía no podía jugar a las cartas porque si perdía, la ley mandaba que había que cortarle las manos a su oponente. Esta es una hazaña más divertida del príncipe:

“Sudi estaba un día comprando en Harrods. La tienda estaba llena, y, en la cola de la caja una mujer se le adelantó a empujones. Sudi se irguió cuan alto era y se dirigió a ella cortésmente. ‘Señora’, dijo, ‘el Buen Dios os ha dado a vos una ventaja sobre mí. Os ha hecho mujer. Pero si ese hombre en el mostrador, que ha visto cómo usted se ha saltado la cola injustamente, le atiende a usted antes que a mí, yo le romperé las narices a él de un puñetazo’.” La mujer se retiró apresuradamente.

Algo negativo también, ya que la envidia y la competencia y la mala intención también se dan en la vida.

“En una sesión de tarde, PaddieO’Neil –a quien había conocido en mis primeros días de vaudeville– se presentó de repente entre bastidores en medio de la representación. Yo no la había visto hacía años, pero, para no parecer que no le hacía caso ahora que yo era famosa, la hice pasar al camerino. Yo solo tenía un momento entre dos escenas y quise aprovecharlo. No tenía ni idea qué era lo que ella quería.

Me dijo que pasaba por allí, y había entrado sin más a saludarme. Yo me arreglé rápidamente el vestido y el pelo para la escena siguiente, y le dije, ‘Perdona, Paddie, pero tengo que salir a escena.’ Entonces ella hizo algo raro que me asustó. Cuando yo me levanté para salir, ella se interpuso y me impidió el paso. Y siguió hablando y haciéndome preguntas sin dejarme salir. Yo no hacía más que rogarle, ‘Paddie, por favor, tengo que salir’, y ella repetía que tenía otra pregunta que hacerme y se sonreía maliciosamente como si se estuviera divirtiendo sin dejarme salir. Por fin la empujé y salí a escena. Cuando volví, se había marchado. Solo me ocurre pensar en la tristeza y la amargura que causa la envidia. Quién sabe lo que había sufrido por la falta de éxito en su trabajo.

Helen Keller era ciega y sorda, pero asistió a una representación completa de MyFair Lady.

“Helen Keller asistió a una representación y luego vino a saludarnos. Todos los actores nos emocionamos. Ella andaba entonces por los sesenta. No había podido ver ni oír la representación, pero su intérprete le había explicado todo por trazos en la palma de la mano. Helen me hizo saber que se identificaba con Eliza porque ella misma había tenido muchos problemas con el lenguaje. Fue muy emotivo.”

Otro rasgo en que tuvo eco especial en mí. Hacer todo lo que hago de la mejor manera que yo sepa y pueda hacerlo.

“De joven comencé a pensar qué sería de mayor. No me parecía que yo valiese para algo en particular, y desde luego que no tenía idea por entonces del valor de mi voz. Pero sí sé que pensé con determinación que cualquier cosa que yo hiciera en mi vida lo haría de la mejor manera que pudiera, y procuraría ser útil para los demás. Si había de ser la secretaria de alguien, sería la mejor secretaria del mundo; y si había de ser una florista, sería la mejor florista del mundo. Me entregaría a lo que hiciera, y trabajaría con toda el alma para que mi vida mereciese la pena.”

De pequeña sufrió carencias en casa durante la segunda guerra mundial.

“Todo estaba escaso. Los melocotones y los plátanos me parecen un lujo hasta el día de hoy. Una o dos veces por semana, Johnny y yo teníamos un huevo para desayunar. Quiero decir, un huevo para los dos. Un día me tomaba yo la yema, y él la clara; y el próximo, se tomaba él la yema, y yo la clara. No sé por qué no se nos ocurrió nunca que podíamos hacer un huevo revuelto.”

Llama a su libro Home (casa, hogar), y así es como explica el título al comenzar:

“Siempre me han dicho que la primera palabra inteligible que yo pronuncié de niña fue ‘home’. Así es como sucedió:

Mi padre iba al volante de su Austin 7 de segunda mano de vuelta de algún sitio a casa. Mi madre iba sentada a su lado conmigo en brazos. Según nos acercábamos a nuestra modesta casa, mi padre frenó el coche y dobló para enfilar la estrecha banda de cemento que llevaba a la entrada, y por lo visto yo al verla dije con toda claridad y tranquilidad: ‘Home’.

Mi madre me dice que pronuncié la palabra con un tono especial de voz, no tanto de estar probando la lengua con la palabra, sino quizá con el deleite de descubrir la conexión entre el lugar y la palabra. Mis padres quisieron asegurarse que habían oído bien, y así mi padre echó marcha atrás, volvió a recorrer las últimas calles antes de entrar en casa, y por lo visto al enfilar otra vez el portal yo repetí la palabra. ‘Home’.

Mi madre contó la anécdota mil veces según yo iba creciendo. Con satisfacción, con orgullo, quizá para instilar en su hija un sentido de familia y de seguridad. Esa palabra ha tenido una enorme resonancia en toda mi vida. De ahí el título de este libro.

‘Home’.

(JulieAndrews, Home, Phoenix Paperback, London 2008)

Salmo

Salmo 143 – ¿Qué es el hombre?

“Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?,
¿Qué son los hijos de Adán para que pienses en ellos?
El hombre es igual que un soplo;
sus días, una sombra que pasa.”

No digo esto en un momento de depresión, Señor, ni tampoco para quejarme, ni mucho menos para denigrarme a mí mismo. Lo único que pretendo es poner las cosas en su sitio, encajar mi vida en la perspectiva que le corresponde y aprender a no tomarme demasiado en serio a mí mismo. Esta es la mejor manera de enfocar la vida, en providencia sana y tranquila, y te ruego me ayudes a dominar ese arte, Señor.

Sí, soy un soplo de viento y una sombra que pasa. Pensamiento feliz que ya en sí mismo reduce el volumen de mis problemas y rebaja la altura artificial del trono de mi pretendida realeza. Se desinfla el globo de mi autoimportancia. ¿Qué puede haber más ligero y alegre que un soplo de viento y una sombra voladora? Disfrutaré mucho más de las cosas cuando no se me peguen, y bailaré con más alegría mi vida cuando se aligere su peso. No soy yo quien ha de resolver todos los problemas del mundo y deshacer los entuertos de la sociedad moderna. Seguiré adelante, haciendo todo lo que pueda en cada ocasión, pero sin la seriedad imposible de ser el redentor de todos los males y el salvador de la humanidad. Ese papel no es el mío. Yo soy algo mucho más humilde. Soy soplo de viento y sombra que pasa. Dejadme pasar, dejadme volar, y que mi presencia pasajera traiga un instante dedescanso a todos a los que salude con gesto de buena voluntad en un mundo cargado de dolor.

Me siento ligero y estoy feliz. Soy un soplo de viento, pero ese viento es el viento de tu Espíritu, Señor. Soy sombra que pasa, pero esa sombra es la que arroja la columna de nube que guía a tu Pueblo por el desierto. Soy tu sombra, soy tu brisa. Esa es la definición más feliz de mi vida sencilla. Gracias por inspirármela, Señor.

“Dichoso el pueblo que esto tiene,
Dichoso el pueblo cuyo Dios es el Señor.”

Meditación

Dos «haikus»

En el desierto
Amanece la aurora.
Alguien lo sabe. 
(Borges)

Y porque alguien lo sabe, la aurora se hace plegaria, el desierto, contemplación, y la existencia, sacramento. La presencia del hombre y la mujer en el desierto estéril dan sentido a su extensión y vida a sus arenas. El ser humano, al vivir la creación, la santifica y la devuelve en disfrute agradecido al Creador que se la regaló al principio de todos los tiempos. La aurora es bella porque el hombre lave.

La aurora “acontece”. Los grandes momentos de la vida y de la historia simplemente “suceden”. Las cosas “pasan”. El hombre “es”. En la sencillez de la existencia está la majestad de lo cotidiano. “Todo lo que existe es adorable”, dijo Claudel. Nuestro papel es el ver el acontecer como acontecimiento, reconocer el pintor en el cuadro, a Dios en la aurora, a la eternidad en el desierto. Al oler la rosa, alegramos su destino. Al beber el agua satisfacemos su existencia. Al mirar a los cielos, consagramos su esplendor. Nos han puesto en mitad de la creación para que admirándola y aceptándola y usándola y trabajándola demos testimonio de su grandeza y vivamos la gratitud de su don. Nuestra presencia da sentido al cosmos.

Y al reverenciar a la naturaleza en todas sus creaturas, evocamos también su respuesta hermana, y ellas ayudan nuestro trajinar y nuestras penas con el consuelo lejano y anónimo de la fraternidad desinteresada. Otro haiku de la misma fuente:

Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
Que te consuela.

Si la presencia del hombre y la mujer le había prestado alma a la naturaleza, ahora la naturaleza responde y recompensa la presencia con lo mejor de su repertorio de luces y colores y nubes y paisajes. El trino del ruiseñor aleja la tristeza, la brisa de la tarde alivia el cansancio, el color de la rosa redime la vista, el perfume del campo ensancha el alma. Y todo con el desinterés ejemplar de quien no lo sabe, quien no se entera, quien lo hace porque lo hace, sin darle importancia, sin llevar cuenta, sin pedir recibo. El ruiseñor nos consuela con su alegre trino, y la lluvia nos calma con su tenue frescor. Las criaturas nos devuelven el haberlas devuelto a Dios. Ese es el círculo sagrado que justifica al mundo. Sepamos contemplar las auroras. Y sepamos dejarnos consolar por el ruiseñor. Ciclo de hombre y naturaleza. Y en el centro de todo, el Creador.

Día 1
Os cuento

Había ido yo a la oficina de turismo cerca de mi casa para sacarme un billete de tren. Ya conocía a la directora de la oficina de otras visitas y entramos al momento en materia. Entonces sonó su teléfono móvil. Ella me pidió educadamente permiso y lo tomó. Vi que se la ponía seria la cara, y cuando paró de escuchar dijo ella: “¿Te duele mucho, hijo mío?”

Con eso se dibujó toda la situación ante mis ojos. Tenía un hijo que había quedado en casa enfermo de algo, mientras su madre iba al trabajo como tenía que ir. Ahora ella le llamaba y él le había dicho que le dolía. “¿Te duele mucho, hijo mío?”

El deber puede hacerse duro. La madre está en su trabajo en la oficina, pero su corazón está en casa con su hijo. Está contando los minutos, sufriendo mientras trabaja, esperando a salir y correr al lado de su hijo enfermo. Y el hijo está esperando a verla y tenerla a su lado. Acabé pronto y le dije: “Déle un beso a su hijo de mi parte.”

Me contáis

Me habéis enviado varios correos sobre el papa y su renuncia al papado, y todos ellos evocan lo que todos sentimos, que es respeto, aprecio y admiración por un gesto tan noble y tan digno. Y tan difícil. No es fácil retirarse. Cuento un caso,aunque algo distinto. En el siglo pasado el papa nombró cardenal a un jesuita. Los jesuitas hacemos voto de no ser obispos, pero el papa se lo pide a alguno de vez en cuando, y entonces se obedece y se acepta. Así sucedió que el siglo pasado el papa nombró cardenal a un jesuita, el italiano padre Boetto. Con eso él pasó a ser miembro de la curia romana y a residir en el Vaticano. Todos los años el día de su cumpleaños el padre general de los jesuitas con los padres superiores de Roma iba a felicitar al cardenal Boetto, aunque ya no era súbdito suyo. El cardenal los recibía, y al final les decía: «Pídanle al Señor que me dé un año más de vida para acabar las obras que llevo entre manos.» Todos lo prometían y se despedían. Y así un año y otro año.

Al fin un año, después de la acostumbrada visita, saludo y respuesta, cuando el cardenal dijo «Pídanle al Señor que me dé un año más de vida para acabar las obras que llevo entre manos», el padre general se permitió un toque de humor y le dijo al cardenal con una sonrisa: «Si le pedimos eso al Señor cada año y el Señor escucha nuestra oración, usted va a ser eterno.» Todos sonrieron y se despidieron.

El año siguiente volvieron como siempre a la cita. Y dijeron lo mismo de siempre. Pero el cardenal ya no dijo lo mismo de siempre. Sencillamente omitió la referencia a un año más. Todos sonrieron y se despidieron. Liturgia romana. El cardenal se acordaba. Y tampoco se murió ese año. Siempre es difícil despedirse.

Salmo

Salmo 144 – De una generación a otra

Pienso con frecuencia en el vacío generacional, Señor. Hoy más bien, al contemplar la historia de tu pueblo, sus tradiciones, su oración en público y el cantar de tus salmos en grupo compacto, pienso en el vínculo generacional. Una generación instruye a la siguiente, pasa el testigo, entrega creencias y ritos, y el pueblo entero, viejos y jóvenes, reza al unísono, en concierto de continuidad, a través de las arenas del desierto de la vida. La historia nos une.

“Una generación ponderatus obras a la otra
y le cuenta tus hazañas.”

El tema de la oración de Israel es su propia historia, y así, al rezar, preserva su herencia y la vuelve a aprender: forma la mente de los jóvenes mientras recita la salmodia de siempre con los ancianos. Coro de unidad en medio de un mundo de discordia.

Por eso amo tus salmos, Señor, más que ninguna otra oración. Porque nos unen, nos enseñan, nos hacen vivir la herencia de siglos en la exactitud del presente. Te doy gracias portus salmos, Señor, los aprecio, los venero, y con su uso diario quiero entrar más y más en mi propia historia como miembro de tu pueblo, para transmitirla después en rito y experiencia a mis hermanos menores.

“Alaban ellos la gloria de tu majestad,
y yo repito tus maravillas:
encarecen ellos tus temibles proezas,
y yo narro tus grandes acciones.”

Diálogo en la plegaria de dos generaciones. Que el rezo de tus salmos sea lazo de unión en tu pueblo, Señor.

Meditación

Dattátreya Balkrishna Kálelkar fue un fiel seguidor de Gandhi además de un pensador profundo y original. Una vez Gandhi estaba contestando cartas con ayuda de su secretario, Mahadev Desai, mientras Kálelkar estaba en otro rincón con un grupo decidiendo quién se encargaba de qué en los próximos días de campaña por la independencia. Alguien preguntó: “¿Qué le encargamos a Kálelkar?” Gandhi oyó la pregunta y dijo desde su rincón: “A Kálelkar dadle cualquier trabajo… con tal de que no sea fácil.” Cuando Kálelkar me contó esa anécdota que formó su vida, noté que se le humedecían los ojos.

Es un buen tema para nuestra meditación. Que nuestro trabajo no sea fácil. Dame algo difícil para hacer, y te mostraré de lo que soy capaz. Si me das una tarea fácil, me estás insultando. Puedo hacer algo más que eso. Fíate de mí y lo verás. No se te ocurra nunca darme algo que sea fácil de hacer.

 

Día 15
Os cuento

Me gusta Beethoven, y he pensado contaros algo de su música. En mi juventud me pasé un verano tocando todos los días al piano, como primer ejercicio del día, la sonata Claro de Luna. Nunca me cansé de ella. Es difícil de tocar, sobre todo el último movimiento en la clave endiablada de do sostenido menor con sus arpegios por las teclas negras de un extremo a otro del teclado y sus trinos en octava que son fisiológicamente imposibles; pero es adictivo hasta el extremo. Al movimiento central Listz lo llamó “una flor entre dos abismos”, y lo es. Pero una cosa es saberse las sonatas y las sinfonías de Beethoven de memoria, y otra muy distinta es conocer su carácter como persona y las anécdotas de su vida. De ellas, algunas nos alegran y otras nos entristecen. Entre todas nos dan el perfil característico del genio.

Su padre bebía. Demasiado. Cuando falleció, los chistosos dijeron en broma póstuma que su muerte era una pérdida para la nación, y no solo para la música sino para la economía por su generosa contribución con los impuestos que pagaba por bebidas alcohólicas. La madre de Beethoven se dolía de esta conducta de su marido, y la vida de familia se resentía de ello. Eso nos dio un niño tímido, desconfiado del matrimonio, e incapaz de relacionarse con las mujeres. De joven andaba desaliñado y era perezoso, pero ya sabía desde entonces que era alguien especial, y cuando le reprendían por su descuido contestaba: ‘Cuando yo sea un genio, nadie se fijará en eso.’

Haydn le daba clases, y se desesperaba porque Ludwig era incapaz de aprenderse las reglas de armonía, contrapunto y fuga. Cuando se quejaba de que su alumno no mostraba ningún interés por aprenderse las reglas, el futuro genio le contestaba: ‘Las reglas valen solo para quebrantarlas.’ Genial. De hecho, Beethoven no compuso ni una fuga decente en toda su vida. Sí está, desde luego, el último movimiento de la Sonata Hammerklavier, pero eso es más una tormenta que una fuga.

A los 17 años se encontró con Mozart que entonces tenía 31. Mozart le pidió al joven que tocase algo al piano, pero no se fijó mucho porque pensó que el niño Beethoven, como suelen hacer los niños prodigio, había venido con una ‘improvisación’ bien preparada y aprendida de memoria. Beethoven cayó en la cuenta y le pidió que le diese algún tema para improvisar sobre él allí mismo. Comenzó con la improvisación, y Mozart se quedó de una pieza. Animó al muchacho, pero nunca volvieron a encontrarse.

A los principios Beethoven no tuvo mucho éxito con su música. Tenía que poner anuncios en el periódico para vender sus composiciones. No tenía mucho dinero. Un día en que no tenía nada para pagar el alquiler de la casa, que le urgían, se encerró en su cuarto, escribió a toda prisa un tema con variaciones y se lo dio a un amigo para que lo vendiera enseguida. En vez de venderlo, el amigo se lo dio al casero que al principio no quería aceptarlo pero al fin lo tomó. Al día siguiente le dijo a Beethoven que podía pagarle cada mes con esos papeles. Para evitar pagos y quejas, Beethoven cambiaba constantemente de casa en Viena – siempre acarreando todos sus muebles y tres pianos. Luego se fue de Viena a Heiligenstat y allí perseveró bastante tiempo en la misma casa. Estaba cerca de la iglesia, y allí fue donde Beethoven cayó en la cuenta que cada vez oía menos el repicar de las campanas de la iglesia. Se estaba volviendo sordo.

Llevaba un diario de las cuentas de la casa en todo detalle. Algunas muestras:

Enero 31: Criada despachada.
Febrero 15: Cocinera contratada.
Marzo 8: Cocinera se va.
Marzo 22: Criada contratada.
Abril 17: Cocinera contratada.
Mayo 16: Cocinera despedida.
Julio 1: Cocinera contratada.
Julio 28: Cocinera se escapa de noche.
Septiembre 6: Muchacha contratada.
Octubre 22: Muchacha se va,
Diciembre 12: Cocinera contratada.
Diciembre 18: Cocinera despedida.

Los problemas con la cocinera no eran únicamente culinarios. Cuando estaba componiendo la Misa Solemne y había acabado ya el Kyrie, quiso corregir algunos pasajes una y otra vez como siempre hacia, pero no podía encontrar la partitura por ningún lado. Estaba desesperado pensando había perdido la música, cuando encontró los papeles en la cocina… envolviendo cuidadosamente el queso. Con la riña consiguiente a la cocinera. Pero aún faltaban otros papeles. Estaban envolviendo la mantequilla y forrando los estantes. Cocinera despedida.

No toleraba interrupciones en la mesa, y así la sirvienta tenía que traer todos los platos desde el principio y dejarlos sobre la mesa. Pero Beethoven, comiera solo o con invitados, se concentraba en la conversación o en sus propios pensamientos, y los platos se enfriaban. Entonces se enfadaba con las sirvientas porque estaban fríos. No podían traérsele todos los platos juntos porque se enfriaban, y no podían traerse uno tras otro porque no se le podía interrumpir. Todo un problema. Repetido todos los días.

El sábado iba la sirvienta al mercado a comprar provisiones para la semana. Pero a Beethoven no se le podía interrumpir para pedirle dinero. La sirvienta, ya vestida para la calle con su gorro y su cesta, se presentaba ante Beethoven cuando éste estaba inevitablemente componiendo, y esperaba sin decir nada. Por fin Beethoven advertía su presencia, caía en la cuenta de lo que significaba, pero aun así protestaba y le decía:

    • ¿Tienes que ir de verdad?
    • Sí, señor. Tengo que ir.
    • ¿Es que hoy es sábado?
    • Sí, señor, es sábado.
    • ¿Cómo lo sabes?

La muchacha llevaba preparado el calendario y le señalaba la fecha. Beethoven entonces tenía que buscar la cartera, darle dinero, y la muchacha iba al mercado. El plato favorito de Beethoven era pescado, y luego macarrones y sopa de pan (sopa castellana). Y sobre todo huevos. Los examinaba cuidadosamente uno por uno, y si alguno tenía manchas sospechosas lo estrellaba contra la pared. El pescado que tomaba eran peces de río que estaban contaminados por el plomo de varias fábricas en sus orillas. Un análisis reciente de un pelo de Beethoven ha demostrado que fue envenenamiento de plomo lo que al fin mató a Beethoven. Lo pagó caro por el pescado. Y nosotros nos perdimos una décima sinfonía.

Reflexión. Dios hizo a Beethoven sordo, a Demóstenes tartamudo, y a Homero ciego. Para enseñarnos a conquistar obstáculos.

Me contáis

Me escribes diciendo que no te imaginas que yo sea matemático; pero sigo siéndolo, emérito si quieres porque ya no doy clases, pero sí en mi formación y mi trabajo y mi interés, y aún sigo leyendo artículos y revistas de matemáticas de vez en cuando. En el colegio me gustaban las matemáticas porque una vez que entendías ya no tenías que aprender cosas de memoria. Geografía e historia no me gustaban porque había que memorizar todo, y eso era pesado. Me preguntas también qué son las matemáticas para mí, y te doy la mejor definición que conozco: “Las matemáticas son lo que los matemáticos hacen para ganarse la vida.” Eso al menos demuestra que los matemáticos tenemos sentido del humor.

Salmo

Salmo 145 – «No confíes en los príncipes.»

Aviso oportuno que adapto a mi vida y circunstancias: No dependas de los demás. No me refiero a la sana dependencia  por la que el hombre ayuda al hombre, ya que todos nos necesitamos unos a otros en la común tarea del vivir. Me refiero a la dependencia interna, a la necesidad de la aprobación de los demás, a la influencia de la opinión pública, al peligro de convertirse en juguete de los gustos de quienes nos rodean, al recurso servil a “príncipes”. Nada de príncipes en mi vida. Nada de depender del capricho de los demás. Mi vida es mía.

Solo rindo juicio ante ti, Señor. Acato tu sentencia, pero no acepto la de ningún otro. No concedo a ningún hombre el derecho a juzgarme. Solo yo me juego a mí mismo al reflejar en la honestidad de mi conciencia el veredicto de tu tribunal supremo. No soy mejor porque me alaben los hombres, ni peor porque me critiquen. Me niego a entristecerme cuando oigo que otros hablan mal de mí, y me niego a regocijarme  cuando les oigo colmarme de alabanzas. Sé lo que valgo y lo que dejo de valer. No rindo mi conciencia ante juez humano.

Es eso está mi libertad, mi derecho a ser yo mismo, mi felicidad como persona. Mi vida está en mi conciencia y mi conciencia estáen tus manos. Tú sólo eres mi Rey, Señor.

“Dichoso aquel a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor su Dios.”

Meditación

Un hombre muy feo vivía más o menos resignado a su fealdad, cuando comenzó a enterarse de los avances de la cirugía plástica, y concibió la posibilidad de mejorar su rostro. Para entonces había reunido también una suficiente suma de dinero, y podía permitirse el lujo de una larga ausencia; así es que, tras los trámites iniciales, se fue a América, donde ingresó en una clínica de cirugía plástica y se puso en manos de expertos cirujanos para todo el tiempo que hiciera falta hasta conseguir un estético resultado.

Los cirujanos lo consiguieron, y al final de las numerosas  y laboriosas intervenciones, el hombre tenía un rostro modelo, como si hubiera salido de un taller de escultura griego. Eso le produjo gran satisfacción y, sobre todo, la alegría de volver a su tierra y pasear su bello rostro entre todos aquellos que habían conocido su fealdad.

Solo hubo un problema, y es que la transformación había sido tan perfecta que nadie lo reconoció, con lo cual se vio privado del gozo de sorprenderlos con su belleza.

Día 1
Os cuento

¡FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN A TODOS!

Yo tenía un gran amigo en la India que era un buen poeta y me solía leer a mí sus versos antes de publicarlos.

Se llamaba KarsandásManek. Hoy lo he recordado al ver entre mis estantes el libro que me dedicó con la colección de sus mejores poesías. Él mismo me decía que el poema suyo que había resultado más popular y que todo el mundo en el Guyarat se sabía de memoria era el que comenzaba:

“Yo me quejo, Creador,
tus caprichos me confunden.
En tu mar flotan las piedras
mientras las flores se hunden.”

Es decir, que la gente siempre está quejándose de Dios que hace o permite que los malos lo pasen bien en este mundo mientras deja que los buenos sufran. Las flores se hunden. Yo le contestaba a mi amigo que esa era también la queja que yo recibía más en mis tratos con personas espirituales y devotas. ¿Cómo permite Dios eso? Fulano es un sinvergüenza a todas luces, y a él le va en sus negocios mejor que a nadie en el pueblo, mientras que a mí, que voy todos los días a misa y rezo el rosario con mi familia, todo me sale mal y apenas tengo para seguir adelante.

Mi tía Julieta, que propiamente hablando era tía de mi padre y tía abuela mía, tuvo una enfermedad larga y bastante penosa al final de su vida, y muchos días iba a visitarla y llevarle la comunión el párroco de San Lorenzo en Huesca. La consolaba diciéndole con cariño: “Mire, doña Julieta, Dios le quiere tanto que ahora le envía estas pequeñas pruebas para que así sufriéndolas con paciencia tenga usted luego un lugar más alto en el cielo.” A lo que mi tía Julieta le contestaba con su acento inexorablemente baturro: “Pero don Amancio, ¡si en el cielo yo me conformo con un rinconcico!” Sabía mucha teología mi tía Julieta.

El mismo amigo de antes, que era hindú de religión, me contaba también que él estudió de joven en un colegio cristiano, y el profesor les pintaba un elefante en la pizarra como la representación del dios Ganesh que así lo veneran los hindúes, y les desafiaba insolentemente: “Venid a adorar a vuestro dios.” Lo recordaba sin amargura. Pero lo recordaba.

Me contáis

Hoy mientras comíamos juntos en mi comunidad de jesuitas hemos recordado el Rosario de la Aurora y las Misiones Populares de otros tiempos que ya no se celebran pero que a nosotros nos hacían mucho bien aunque también exageraban un poco las cosas. Íbamos cantando a voz en cuello por las calles:

Pecador no te acuestes nunca en pecado;
no sea que despiertes ya condenado.
El demonio en tu oído te está diciendo:
No vayas hoy a misa, sigue durmiendo.

Todo lo que tú haces siempre pecando,
el demonio en su libro lo va apuntando.
¡Viva María! ¡Viva el Rosario!
¡Viva santo Domingo que lo ha fundado!

Alguien ha recordado que ante tales sermones, un buen parroquiano le protestó un poco molesto a su párroco: “Mire usted, padre, si hay que ir al infierno, se va; pero no nos jorobe.” Usando una palabra un poco más fuerte en vez de “jorobe”. Y otro contó lo que le dijeron, también ante tanta mención del infierno: “Tenga usted cuidado, padre, no vaya a ser que sea usted quien vaya al infierno por habernos mandado allá a todos nosotros.”

Ahora quizá estemos en el otro extremo.

Salmo

Salmo 146 – Estrellas y corazones

“El Señor sana los corazones destrozados,
venda sus heridas.
Cuenta el número de las estrellas,
a cada una la llama por su nombre.”

Tu poder, Señor, se extiende del corazón del hombre a las estrellas del cielo. Eres Dueño del hombre y Dueño de la creación, y aquí proclamo los dos reinos de tu poderío en una sola estrofa, y abrazo con un solo gesto todo el inmenso territorio de tu dominio. El latir del corazón del hombre y las órbitas de los cuerpos celestes, la conducta humana y las trayectorias astrales, la conciencia y el espacio. Todo está en tu mano. Y a mí me alegra pensar en ello. Al cantar tu poder, canto mi alegría.

Si sabes manejar las estrellas, ¿no vas a saber manejar también mi corazón? Encárgate de él, Señor, por favor. Tiene una órbita bastante loca; no es fácil saber hoy lo que hará mañana; puede escaparse en cualquier momento por la tangente, como puede estacionarse y negarse a avanzar con tozuda torpeza. Guíalo suavemente hasta la órbita justa, Señor; vigila su curso y cuida su camino con providencia suave y eficacia firme Que sea estrella para alegrar el cielo nocturno sobre el mundo de los humanos.

Yo descanso, Señor, en tu sabiduría y tu poder. El firmamento es mi hogar, y me paseo alegremente por toda tu creación bajo tu mirada cariñosa. Llámame por mi nombre, Señor, como llamas a las estrellas del cielo y a tus hijos e hijas en la tierra. Llámame por mi nombre como el pastor llama a sus ovejas, como el astrónomo identifica a sus estrellas. Me alegra saber que conoces mi nombre. Úsalo con toda libertad, Señor, para llamarme al orden cuando me aleje, y a la intimidad cuando me acerque con cariño filial. Y úsalo un día, Señor, para llamarme a tu lado para siempre.

“Nuestro Señor es grande y poderoso,
su sabiduría no tiene medida.”

Meditación

El dominó egipcio

Estoy en la sala de espera del aeropuerto de Miami. Tenso entre dos aviones con la atención en los altavoces y pantallas para no perderme el vuelo. Solo en un rincón cuando se acercan dos muchachas y un muchacho con aire de trotamundos. Vaqueros, mochila, pelos revueltos. Preguntan cortésmente: «¿Le molesta si jugamos?» – «Jugad, por favor.» Y se sientan sobre la espesa alfombra.

Sacan un dominó y se reparten las fichas. De repente me escucho a mí mismo que estoy diciendo: «¿Puedo jugar con vosotros?» – «Mejor cuatro que tres al dominó.» Y me acomodo sobre la alfombra. El muchacho me explica: «Nosotros jugamos al Dominó Egipcio. Es así. Se sale con el seis doble. Luego se le ponen cuatro seises por sus cuatro lados lo cual da lugar a cuatro filas. Entonces se suman los puntos de los cuatro extremos, y si al poner tu ficha los extremos suman cinco o múltiplo de cinco, ganas puntos: 1 por un 5, 2 por un 10, etc.  ¿Entendido?» –  Sí. Adelante.

Pierdo de entrada. Les noto hacer cálculos en la cabeza, pero no acierto yo con el álgebra para sacar cinco. Resulta divertido. Mejoro mis cuentas. Llego a hacerme la ilusión de que la próxima partida la voy a ganar yo. De repente la muchacha que lleva las cuentas me dice: «¿No habías dicho que ibas a El Salvador? Acaban de anunciar el vuelo.» Yo no había oído nada. Me levanto de un salto, agarro mi equipaje de mano y les doy un apretón a cada uno. Me sonríen. Salgo corriendo.

Por poco pierdo el avión. Hubiera sido la primera vez en mi vida. Pero nunca había tenido una espera de aeropuerto tan relajada. Gracias al Dominó Egipcio.

 

Día 15
Os cuento

Espero os entretengan estas historias que tomo del libro “Cuentos Jasídicos”de Martin Buber, Paidos, Barcelona.

p.59. Una vez, después de haber recitado las Dieciocho Bendiciones, el rabí de Berditchev se dirigió a varias personas presentes en la Casa de Oración y las saludó diciéndoles repetidamente “La paz sea con vosotros”, “la paz sea con vosotros”, y abrazándolos una y otra vez como si vinieran de un largo viaje. Cuando lo miraron todos sorprendidos les explicó: “¿Por qué os asombráis? ¿Es que no estabais muy lejos? Tú en un mercado viendo qué tenías que comprar, tú en un barco con mercancía valiosa a tu nombre, y tú en tu oficina pensando en los pleitos que tenías que resolver. Cuando las plegarias se acabaron y cesó su canto, volvisteis los tres de tan lejos, y por ello os saludé efusivamente.”

p.63. Cada noche el rabí de Berditchev examinaba en su corazón qué había hecho ese día y se arrepentía de cada falta que encontraba. Decía: “Leví Itzjac no lo hará de nuevo.” Y entonces se reprendía: “¡Leví Itzjac dijo ayer exactamente lo mismo!” Y agregaba: Leví Itzjac tiene la costumbre de pecar, y Dios tiene la costumbre de perdonar.”

p.84. Cuando Rabí Shmelke y su hermano visitaron al magid de Mezritch, le interrogaron sobre el siguiente punto: “Nuestros sabios dicen ciertas palabras que nos arrebatan la paz porque no las entendemos. Según ellos, los hombres deberían agradecer a Dios tanto el sufrimiento como el bienestar, y recibir ambos con la mima alegría. ¿Nos dirías, rabí, cómo debemos entender esto?”

El maguid repuso: “Id a la Casa de Estudio. Allí encontraréis a Zusia, que estará fumando su pipa. Él os dará la explicación.” Fueron a la Casa de Estudio y formularon su pregunta a Rabí Zusia. Él dijo: “¡Pues sí que habéis acudido al hombre acertado! Dirigíos a otro antes que a mí, pues jamás experimenté el sufrimiento.” Pero ambos sabían que, desde el día de su nacimiento hasta ese día, la vida de Rabí Zusia había sido una red de necesidades, sufrimiento y angustia. Entonces supieron de qué se trataba: de aceptar el sufrimiento con amor.

Me contáis

Pregunta: ¿Cómo puede usted hablar bien del hinduismo, como con frecuencia lo hace, si es una religión idólatra y politeísta?

Respuesta: Sí que hablo bien del hinduismo por su doctrina y sus frutos que conozco por haber vivido muchos años en la India y haber tenido a muy buenos amigos hindúes. Por cierto, allí también traté con musulmanes, y en reuniones en que hablábamos de religión y rezábamos juntos, algunos de ellos también nos reprochaban a nosotros los cristianos algunas cosas como venerar a tres divinas personas en Dios,la Santísima Trinidad, que ellos veían como politeísmo. Y el Antiguo Testamento también prohíbe hacer imágenes de Dios y venerar cualquier imagen, mientras que nosotros las hacemos de Jesús y de los santos con todo derecho y devoción, ya que Jesús es Dios y hombre verdadero, y en los santos veneramos  su santidad. La realidad es que el concepto de Dios es tan excelso y está tan por encima de límites humanos que hacemos bien en usar todas las expresiones que con reverencia y devoción encontremos para expresar lo que está por encima de toda expresión. Siempre con cariño y delicadeza. Los hindúes no son politeístas como los católicos no somos tri-teístas.

Y me permitirás aquí un recuerdo muy personal. Tuve un gran amigo hindú, el poeta KarsandasManek de Bombay, que me contaba cómo él se educó en un colegio de misioneros protestantes. Los misioneros les dibujaban a los alumnos en la pizarra un elefante y un mono y les desafiaban e insultaban diciendo: “Venid y postraros ante vuestros dioses.” Se referían a los dioses Ganesh y Hanumán que tienen forma de elefante y de mono respectivamente y forman parte del panteón hindú. Mi amigo me decía que no guardaba ningún rencor. También los protestantes nos reprochan a los católicos laproliferación de imágenes de santos en nuestras iglesias mientras nosotros las defendemos. Debemos respetar todas las religiones mientras fervientemente practicamos la nuestra. Ése es el verdadero ecumenismo.

Salmo

Salmo 147

“El Señor envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz; manda la nieve como lana, esparce la escarcha como ceniza; hace caer el hielo como migajas, y con el frio congela las aguas; envía una orden, y se derriten; sopla su aliento, y corren.”

La dulce nieve habla el silencio en el paisaje de invierno. Gracia blanca del cielo para cubrir la tierra. El descanso del invierno para frenar la carrera de la vida. Y la promesa de agua para los campos helados cuando la nieve se derrita con los primeros fervores de la primavera. Gracias por la nieve, Señor.

Tu poder está escondido, Señor, en los tiernos copos que se posan suaves sobre los árboles y la tierra. No hay ningún ruido, ni presión, ni violencia; y, sin embargo, todo cede ante la mano invisible  del maestro pintor. Imagen de tu acción, Señor, suave y poderosa cuando se encarga del corazón del hombre.

Tu poder es universal, Señor. Nada en toda la tierra se escapa a tu influencia. Todo el paisaje es blanco. Llegas a las altas montañas y a los valles escondidos; cubres las ciudades cerradas y los campos abiertos. Te presentas ante el sabio y ante el ignorante; amas al santo y al pecador. Tu gracia lo cubre todo.

Tu llegada es inesperada, Señor. Me despierto una mañana, me asomo a la ventana y veo que la tierra se ha vuelto blanca de repente, sin que sospechara nada la noche. Tú sabes los tiempos y las horas, tú gobiernas las mareas y las estaciones. Tú haces descender en el momento exacto la bendición refrescante de tu gracia sobre las pasiones de mi corazón. Apaga el fuego, Señor, antes de que me queme.

Señor del sol y las estrellas, Señor de la lluvia y la tormenta, Señor del hielo y la nieve, Señor de la naturaleza que es tu creación y mi casa; me regocijo al verte actuar sobre la tierra y recibo con alegría a los mensajeros atmosféricos que mellegan desde el cielo para confirmarme tu ayuda y recordarme tu amor.

¡Señor de las cuatro estaciones! Te adoro en el templo de la naturaleza.

Meditación

La ducha

Se ha devaluado uno de los mayores placeres del mundo. Placer diario. Y eso ha empobrecido la vida. La ducha matutina seimpone porobligación en tiernaedad, se propina en agua fría para formación de carácter, se fija la hora inflexible sobre el cuerpo soñoliento rompiendo la caricia de las sábanas, se enturbia de jabón que se mete en los ojos y escuece y se resbala de las manos y hay que buscarlo a tientas por el suelo a golpes de cieg, se ejecuta precipitadamente bajo la amenaza diaria de llegar tarde al trabajo, crea complejo de culpa si se deja un solo día por pereza o por prisas, y se corta el agua en el momento más crítico…, cuando no llega uno a resbalarse indefenso y vulnerable sobre las baldosas agresivas, para tener que confesar luego avergonzado, ante la pregunta de los amigos sobre las moraduras sospechosas, que es que nos hemos caído en la ducha por la mañana. Una conspiración maquiavélica para privarnos de uno de los placeres más gloriosos y refinados en la historia de la humanidad desde los baños de Mohenjodaro hasta las termas de Caracalla. Hay que recuperar el placer.

Es el momento, casi único ya, en nuestra civilización sofisticada, en que el gozo primigenio, la postura elemental, la actitud inocente, la desnudez erguida, la espontaneidad adamítica del cuerpo humano en su anatomía al descubierto se siente a sí mismo sin timideces no vergüenzas, se admira y se quiere, se disfruta y se palpa al abrirse a la bendición de la naturaleza que lo creó en la lluvia al aire libre y lo purifica hoy en la continuidad organizada de su protección maternal con la caricia húmeda que lo acompañó desde el seno original y lo renueva en la intimidad de su higiene diaria. Bendito momento que sana el día con el recuerdo ancestral de las edades en que los humanos eran uno con la naturaleza.

Calculo con experiencia la temperatura del agua. Tirando a fresca para despertarme la piel y darme vigor, pero suave en su envite, sin la sacudida helada que corta el aliento. Me besa en la frente, me resbala por la cara que levanto para recibirla de lleno, me balanceo suavemente para que caiga abundante sobre cada curva de mi cuerpo y cada longitud de mis miembros, y la ayudo con mis manos a que abrace mi piel y empape mis poros con toda su presencia bienhechora. Todo el cuerpo está húmedo y siente su unidad en el útero revivido del nacimiento en el nuevo día.

El agua no solo limpia el cuerpo. Limpia la mente, limpia la memoria, limpia el alma. Es una renovación total del organismo entero ante las tareas que se aproximan. Puedo enfrentarme a mi jornada porque me he duchado; y me he duchado, no con la formalidad compulsiva de la costumbre impuesta, sino con la alegría renovada del contacto vital de todo mi cuerpo con toda la naturaleza a través del agua que es origen de vida, vínculo de cielo y tierra, renovación de tejidos, hidroterapia natural y placer orgánico. Esa es mi ducha.

Día 1
Os cuento

Estoy traduciendo al castellano un libro mío en guyaratí y os voy a poner aquí susdos primeros cuentos.

El diamante

Un joven se presentó a un joyero como aprendiz para entrenarse y aprender el oficio. El joyero le puso un diamante en la mano, se la cerró sobre él y le dijo la llevara así un año entero. Era un poco molesto y parecía además bastante inútil, pero tal era el deseo del joven que se aguantó y se pasó todo el año con el diamante en la mano. Al fin se presentó al joyero, y este le retiró el diamante, cogió otro y se lo puso en la mano para que lo llevara otro año. El muchacho protestó: “Ya he perdido un año entero y no estoy dispuesto a perder otro.” Y añadió enfadado: “Además esto no es un diamante.” El joyero le contestó: “Ya vale. Has acabado tu formación.”

Acuse de recibo

El santo le pedía todos los días la misma gracia a Dios, pero Dios no se la concedía. El santo insistió, perseveró, pero sin ningún resultado. No consiguió respuesta alguna. Un día, cuando había vuelto a repetir su petición de siempre, se le presentó un ángel y le dijo: “Vengo de parte de Dios a decirte que Dios ha decidido no concederte lo que le estás pidiendo.” El hombre salió disparado, llegó a la plaza del pueblo, y comenzó a convocar a todos a voces diciendo: “Venid, venid, y alegraos conmigo.” Se juntaron muchos y le preguntaron: “¿De qué tenemos que alegrarnos contigo?” – “De que llevo mucho tiempo pidiéndole a Dios que me conceda una gracia…” – “¿Y te la ha concedido?” – “No. Todo lo contrario. Hoy me ha hecho saber que no me la va a conceder nunca.” – “¿Entonces Dios rehúsa darte lo que le pides y tú nos dices que nos alegremos de ello?” – “¡Claro que sí! No me la ha concedido, pero me ha dado acuse de recibo por mi petición. ¿Os parece poco?”

Me contáis

Pregunta: Jesús dice “pedid y recibiréis”, pero nosotros pedimos y no recibimos. ¿Cómo se entiende eso?

Respuesta: La oración de petición es característica del cristianismo, y es también una dificultad, o más bien un misterio, porque como bien dices, muchas veces no se cumple. El escriturista William Barclay dice que “cada cama en un hospital y cada tumba en un cementerio es un monumento a una oración no escuchada”.Y C.S. Lewis, considerado como el escritor espiritual de mayor influencia en el siglo pasado, dice que “el cristianismo sería una religión más fácil de aceptar si no tuviera la oración de petición.” Él mismo escribió primero un libro sobre el sufrimiento “TheProblem of Pain” sobre la aceptación del sufrimiento, pero luego se casó y su mujer murió a los cuatro años, y entonces escribió otro libro “A GriefObserved” en el que dice: “Más tarde o más temprano tenemos que enfrentarnos a la cuestión fundamental. ¿Qué razón tenemos, excepto nuestros propios desesperados deseos, para creer que Dios es en manera alguna bueno? ¿No sugiere lo contrario toda la evidencia que de él tenemos? Nos hace sufrir… para darnos una mayor recompensa en el cielo. ¿No es eso sadismo puro? Una y otra vez, cuando parece más benévolo, está preparando el próximo tormento.”(Y tras un espacio en blanco continúa): “Escribí eso la noche pasada. No era un pensamiento, era un grito. Voy a empezar otra vez. ¿Es razonable creer en un Dios malvado? El Sádico Cósmico, el despreciable imbécil.” Duras palabras, y más en un creyente.

San Agustín dice que para que una oración sea escuchada debe tener cuatro condiciones: humildad, atención, confianza y perseverancia, y como nosotros fallamos con facilidad en cualquiera de ellas, eso explica que la petición no sea oída. Pero eso lo dijo san Agustín, no Jesús. Jesús no puso condiciones. “Pedid y recibiréis.” Y no siempre recibimos.

Para colmo, y esto puede empezar a ayudarte (o a confundirte más), Jesús también rezó y le pidió gracias al Padre, y al menos tres veces el Padre no se las concedió. Pidió por Pedro, y Pedro le negó; pidió por que “todos sean uno” y hay cristianos católicos y protestantes y ortodoxos y de otras denominaciones bien distintas. Y pidió en Getsemaní “pase de mí este cáliz”, y tuvo que beberlo.

Yo creo sencillamente que la oración de petición es para que nos acordemos de Dios. Si no tuviésemos que pedirle cosas, nos acordaríamos bien poco de él. La oración de petición nos pone en contacto con él como hijos pidiendo favores a su padre. Eso merece la pena. El mismo padrenuestro que nos enseñó Jesús estodo peticiones. Y lo rezamos con fervor todos los días.

Salmo

Salmo 148

“Alabad al Señor en el cielo, alabad al Señor en lo alto; alabadlo todos los ángeles, alabadlo todos sus ejércitos; alabadlo, sol y luna; alabadlo, estrellas lucientes; alabadlo, espacios celestes y aguas que cuelgan del cielo. Alabad el nombre del Señor.”

La alabanza  es el lenguaje del cielo. Aprendámoslo en la tierra para ir ensayando la eternidad.

La alabanza es la oración que lo acepta todo. Alabemos al Señor por sus obras sin pretender enmendarlas.

La alabanza es la oración que hace contacto. No se escapa en petición o queja, sino que hace oración de la realidad.

La alabanza es la oración del momento presente. Ni perdón de pasado ni preocupación de futuro.

La alabanza es la oración del grupo. El coro de voces mixtas ante el altar de Dios.

La alabanza es oración de alegría. No puedo decir “¡Alabad al Señor!” con cara larga. La alabanza es oración de amor. Me alegro al cantar alabanzas, porque amo a la persona a quien festejo.

La alabanza es obediencia. Mi estado de criatura hecho música y canto.

La alabanza es poder. Los muros de Jericó se desmoronan al sonido de las trompetas de la liturgia en manos de sacerdotes.

La alabanza es adoración. Alabar a Dios es tratar a Dios como Dios en la majestad de su gloria.

“Alabad al  Señor en la tierra, cetáceos y abismos del mar; rayos, granizo, nieve y bruma, viento huracanado que cumple sus órdenes; montes y todas las sierras, árboles frutales y cedros; fieras y animales, domésticos,, reptiles  y pájaros que vuelan. Reyes y pueblos del orbe, príncipes y jefes del mundo; los jóvenes y también las doncellas, los viejos junto con los niños. Alaben el nombre del Señor.”

Meditación

El periódico

Leer el periódico todos los días no es un placer. Es una obligación. Es una costumbre tan arraigada y tan social que, si no se lee, parece que falta algo. Si alguien pregunta durante el día: “¿Has leído el periódico esta mañana?”, resultaría violento decir que no. Como la  confesión de un error o de un descuido. Hay que afeitarse –o hay que maquillarse– y hay que desayunar y hay que leer el periódico. Hay que ser moderno.

Lo importante no es lee el periódico. Lo importante es pasar las hojas. Hay que pasarlas todas, sin dejar una. Rápidamente, voluminosamente, sonoramente. Para eso son tantas y tan grandes y tan incómodas. Pero hay que pasarlas una por una, aparatosamente, como testimonio ante todos y ante la propia conciencia de que hemos cumplido con el deber diario. Es trabajo puramente físico. Es puro ejercicio aeróbico. Es incómodo y desagradable y molesto. Pero hay que hacerlo. Hasta las páginas de que no entendemos nada. Sin que falte ninguna. Llegó la última página, y ya está. Se pliega el ruido y acabó la sesión.

Al pasar las páginas pasan ante la vista rápidamente los titulares. Para eso están en letras grandes. Su misión secreta –si nos mantenemos alerta durante el primer ataque informático del día– es hacernos caer en la cuenta de la manipulación oculta a que se nos somete cada mañana. Tenemos que ver lo que alguien ha decidido que veamos. Tenemos que considerar importante lo que alguien enteramente distinto de nosotros ha determinado que consideremos importante. Se nos graban subliminalmente en la retina nombres y sucesos que alguien ha escogido porque así lo ha querido. Somos esclavos por unos instantes del “hermano mayor” permanente que lava cerebros y condiciona mentalidades. Víctimas de la libertad de expresión que hemos creado para acabar no siendo libres en la primera información que nos moldea el día. El buen o el mal humor de una mañana puede depender del sesgo que a las letras grandes les dio una mano incógnita. El tamaño de las letras decide la importancia de los eventos. Somos esclavos mentales de la tipografía de imprenta.

Ése es el secreto de disfrutar del periódico. Jugar a no dejarse coger. Verlo todo sin someterse a nada. Ignorar reclamos y evitar ganchos. Y, mientras tanto, estar ojo avizor para descubrir instintivamente el reportaje escondido, el artículo ignorado, el comentario breve, el nombre desconocido que a nadie dice nada, pero que a nosotros sí nos interesaba. Allí está. Lo descubrió la práctica experta del pasar las páginas cada mañana. Vimos algo que merecía la pena el periódico entero. Pasaron los anuncios y los sucesos y los análisis y los números. Pero descubrimos algo que nos interesaba, y eso justifica la sesión. Ya tenemos algo que contar. Ya está amortizada la suscripción anual. Ya hemos cumplido con el deber diario. Tenemos práctica de hacerlo rápido y estamos a tiempo de saborear el desayuno servido. Aún no se ha enfriado.

 

Día 15
Os cuento

Al principio la Fe movía montañas solo cuando era absolutamente necesario, con lo que el paisaje permanecía igual a sí mismo durante milenios.

Pero cuando la Fe comenzó a propagarse y a la gente le pareció divertida la idea de mover montañas, estas no hacían sino cambiar de sitio, y cada vez era más difícil encontrarlas en el lugar en que uno las había dejado la noche anterior; cosa que por supuesto creaba más dificultades de las que resolvía.

La buena gente prefirió entonces abandonar la Fe y ahora las montañas permanecen por lo general en su sitio.

Cuando en la carretera se produce un derrumbe bajo el cual mueren varios viajeros, es que alguien muy lejano o inmediato, tuvo un ligerísimo atisbo de Fe.
(De Augusto Monterroso, La fe y las montañas.)

Tenía la heroica manía bella de lo derecho, lo recto, lo cuadrado. Se pasaba el día poniendo bien, en exacta correspondencia de líneas, cuadros, muebles, alfombras, puertas, biombos. Su vida era un sufrimiento acerbo y una espantosa pérdida. Iba detrás de familiares y criados, ordenando paciente e impacientemente lo desordenado. Comprendía bien el cuento del que se sacó una muela sana de la derecha porque tuvo que sacarse una dañada de la izquierda, por simetría.

Cuando se estaba muriendo, suplicaba a todos con voz débil que le pusieran exacta la cama en relación con la cómoda, el armario, los cuadros, las cajas de las medicinas.

Y cuando murió y lo enterraron, el enterrador le dejó torcido el ataúd en la tumba para siempre.
(De Juan Ramón Jiménez, El hombre recto.)

Atlas estaba sentado, con las piernas bien abiertas, cargando el mundo sobre los hombros. Hiperión le preguntó:

    • Supongo, Atlas, que te pesará más cada vez que cae un aerolito y se clava en la tierra.
    • Exactamente – contestó Atlas –. Y, por el contrario, a veces me siento aliviado cuando un pájaro levanta vuelo.
Me contáis

Pregunta: ¿Cree usted en el infierno? ¿No podría el papa suprimir el infierno como ha suprimido el limbo?

Respuesta: Preguntarle a un católico si cree en el infierno es pregunta ociosa, ya que si es católico tiene que creer en el infierno, y si no cree, deja de ser católico, ya que el infierno es dogma de fe para los católicos, como lo es la Santísima Trinidad o la divinidad de Jesús. Luego la gente dice, bueno sí, existe pero está vacío. Hasta el mismo Pascal dijo eso, con lo cual salvan la existencia del infierno por un lado y la bondad de Dios por el otro, ya que no enviaría a nadie al infierno. Se olvidan que ya hay alguien ahí.Nada menos que todos los ángeles caídos. Y que tampoco sería digno asustarnos con algo y luego decirnos que no existe, como se les hace a los niños con el coco. “Duérmete, niño mío que viene el coco, y se lleva a los niños que duermen poco.” Y luego se enteran de que no hay coco. El papa ha hecho bien en suprimir el limbo a pesar de la larga tradición que hacía que, aunque no fuera de fe, fuera, en fórmula escolástica, “próximo a la fe”. Pero el infierno es dogma de fe, y eso no se puede tocar. Con todo es difícil creer que Dios vaya a confinar a alguien al infierno a sufrir en cuerpo y alma por toda la eternidad. Claro que el decir esto es una herejía, lo cual conduce al infierno por toda la eternidad. Pero creo que somos muchos los que pensamos así. Probablemente Dios también.

Salmo

Salmo 149

«Que se alegre Israel por su Creador,
los hijos de Sión por su Rey.
Alabad su nombre con danzas,
cantadle con tambores y cítaras.»

Quiero danzar en mi mente, si no ya con el cuerpo, para expresar con la totalidad de mi ser la totalidad de mi entrega a Dios. Quiero danzar como David danzó delante del Arca, como Israel danzó delante del templo, como pueblos de toda la tierra han danzado en adoración litúrgica ante el Señor del espíritu y la materia.

La danza es el cuerpo hecho oración. Salmo de gestos. Rúbrica de movimientos. El cuerpo habla con más elocuencia que la mente, y una inclinación rítmica vale por mil invocaciones. Si el que canta «reza dos veces», ¿qué no hará el que danza?

La danza compromete al danzante en presencia del pueblo. Es pública, abierta, manifiesta. La danza es una profesión de fe. El danzante tiene derecho a reclamar para sí la promesa solemne: «Si alguien se pone de mi parte ante los hombres, yo me pondré de la suya ante mi Padre que está en los cielos.»

La danza trae el arte a la oración, y esa noble empresa se hace acreedora a la gratitud por parte de todos los hombres y mujeres que aman la oración y aman el arte. ¿Por qué han de ser feas las imágenes religiosas? ¿Por qué han de ser aburridos los libros religiosos? ¿Por qué ha de ser monótona la oración? ¿Por qué ha de ser abstracta la fe? La danza cambia todo eso en un instante, con solo cimbrear el cuerpo y batir palmas. Arte y religión. Belleza y verdad. Quiero aprender a hacer mi oración gozosa y mi culto estético para gloria de Dios y regocijo mío.

«Que los fieles festejen su gloria y canten jubilosos al arrodillarse ante él.»

Meditación

El tren de las 5 en la India

Habían tenido que madrugar mucho. Aquel grupo de colegialas evidentes que iban de campamento por primera vez en su vida, a juzgar por lo excitadas y agitadas que estaban, habían tenido que levantarse muy pronto y arreglar sus cosas y venir a la estación a coger el tren de las 5 de la mañana, que yo también tenía que coger para otro destino, y las observé en el andén esperando la llegada del tren. A todas las acompañaban sus madres. Era evidente que habían hecho un esfuerzo para levantarse bien temprano, en gesto maternal que ellas sabían era de vital importancia para sus hijas, pues ninguna hubiera querido aparecer sola cuando a todas las demás las acompañaban sus mamás, y todas las mamás habían hecho el sacrificio matinal con prontitud y alegría, sabiendo su importancia.

Lo que no les había dado tiempo era a arreglarse. Se las veía con unos pelos recogidos con prisa, con un sari arropado al vuelo, con un rostro sin maquillaje. Bastante habían hecho con venir, y ya se arreglarían con calma para la jornada al volver a casa después de dejar a sus hijas en el tren. Pero me llamó la atención una de las mamás. Estaba impecablemente vestida. Para colmo, no llevaba el socorrido sari, sino una blusa blanca, una chaqueta verde oliva  y pantalones crema. Iba bien peinada y con maquillaje discreto pero exacto. Me fijé en ella, y así pude ver lo que sucedió. Su hija estaba en el grupo de compañeras hablando a gritos con todas al mismo tiempo y besando a mamás y dejándose besar por ellas, y luego salió del grupo, echó un vistazo a sus compañeras y a sus mamás y se fue corriendo a donde su mamá la estaba observando y esperando a un lado. Al llegar al lado de su mamá, se echó en sus brazos, la besó, le dijo algo al oído, y luego su mirada y la de su mamárecorrieron el grupo, y ambas se rieron al mismo tiempo con la misma sonrisa. Y la mamá abrazó y besó a su hija una vez más, y la niña volvió al grupo radiante de alegría.

Yo no oí lo que la niña de dijo al oído a su mamá, pero me arriesgo a adivinarlo. Sus miradas antes  y después y su sonrisa triunfadora lo decían todo. Las otras mamás habían venido sin arreglarse, y la suya sola era la que hacía la mejor figura entre todas. Las jóvenes (y los jóvenes) son muy exigentes cuando se trata de la apariencia externa de sus padres ante sus compañeras o compañeros. Les gusta presumir de padres perfectos, y, para colmo, perfectos según las reglas de los jóvenes, no de las de los mayores. Muchos padres y madres no pasan el examen, y no caen en la cuenta de lo que con eso les hacen sufrir a sus hijos y sus hijas. Por eso muchas veces los jóvenes prefieren que sus padres no vayan cuando ellos y ellas están con sus compañeros Y esta vez una mamá sí que había pasado el examen.  Ahí estaba, a las 5 de la mañana, acompañando a su hija que se iba de campamento, y allí lucía toda su belleza, su buen gusto, su arte de tocador. ¡Qué orgullo para su hija! Aquello era más que salir luego reina del campamento.

Por eso estoy seguro de que, cuando se abrazaron y sonrieron y se hablaron al oído, la hija le dijo a la mamá: “Gracias mami, por haber venido tan bien arreglada. Tengo la mejor mamá del mundo.” Y su mamó le contestó: “Y yo tengo la mejor hija del mundo.”

Eso pensé yo cuando las vi. Y llegó el tren.

Día 1
Os cuento

(Esta vez va todo en una sección)

He estado en Córdoba a dar una charla sobre Gandhi, y os voy a contar lo que allí dije. La vida me llevó a la India, que considero una gran suerte, y en la India a la ciudad de Ahmedabad, la ciudad de Gandhi, que también considero una gran suerte. Albert Einstein dijo que pasarán los siglos y la gente no se querrá creer que una persona como Gandhi vivió sobre la tierra, y desde luego fue extraordinario como persona y como líder. Lo interesante en él es ver lo poco que valía de joven, y lo mucho que llegó a valer de mayor, y lo que le pasó entremedio para hacerle cambiar de esa manera.

Estando yo en Ahmedabad me llamaron un día a la sala de visitas. La visita era de alguien que se anunció como “la señora Kulkarni”, que es un apellido corriente allí. Bajé, nos saludamos, ella miró alrededor como para asegurarse que nadie nos escuchaba, y dijo en voz baja: “Perdone, pero no quiero que nadie se entere. Yo soy nieta directa de Mahatma Gandhi. Yo recuerdo muchas anécdotas de mi abuelo y quisiera contar algunas a usted y que usted las escriba, ya que yo conozco sus libros y me gustan.” Y hablamos. No quiero decir que lo que yo voy a contar es solo lo que la señor Kulkarni me dijo, pero sí usaré esa información en la cuenta que voy a dar de una vida tan interesante e instructiva.

De joven Gandhi era un inútil. Yo fui a su ciudad natal, Porbandar, y visité el colegio donde estudió de pequeño. Allí conservan y me enseñaron a mí el libro de calificaciones de todos los alumnos, y tienen marcada la página en que se encuentra el nombre que nos interesa: Mohandas Karamchand Gandhi. El primer nombre en la India es el nombre propio, en este caso Mohandas, el segundo es el nombre propio del padre, Karamchand, y el tercero es el apellido de familia, Gandhi. El apellido significa la ocupación tradicional de la familia, y en este caso “gandhi” significa “vendedor de especias” aunque en su tiempo la familia de Gandhi ya no se dedicaba a eso. Pues bien, el resultado de nuestro Gandhi en el último examen que allí dio era el siguiente por asignaturas: “Aprobado, suspenso, ausente, ausente, ausente, ausente.”Todo un palmarés.

Su familia tenía medios y propusieron mandarlo a Inglaterra a estudiar, a lo que él contestó: “Sí, mejor es que me mandéis a Inglaterra, porque aquí desde luego que no paso.” En Inglaterra estudió, pasó, y se hizo abogado. Consiguió su primer cliente, estudió el caso, lo preparó bien y escribió toda la defensa para poder hablar mejor. Se levantó en plena corte, no pudo hablar de pura timidez, tomó los papeles para leerlos pero ni eso pudo, pidió perdón y se retiró. El mismo comenta así esa escena en su autobiografía: “Me porté como una novia recién casada que pasa a vivir en casa del novio con los padres de éste.” Experiencia universal en la India, e imagen de timidez y apuro absoluto. Ese fue el comienzo de la aventura de Gandhi.

En cambio el final fue universalmente honroso y fabuloso. Gandhi fue quien logró por primera vez en la historia de la humanidad la independencia de una gran colonia, la India, de un gran imperio, Inglaterra. Nosotros lo sabemos bien pues hubimos de luchar guerras de independencia con los países de Latinoamérica desde Cuba hasta Chile. Churchill había declarado: “No me han hecho primer ministro de Su Majestad para firmar la independencia de nuestra mejor colonia.” Y de hecho retrasó el proceso todo lo que pudo, y no fue él sino su sucesor como primer ministro, Atlee, quien la firmó.

Surge, pues, la pregunta. ¿Cómo, por qué, dónde, cuándo cambió Gandhi? La pregunta tiene respuesta concreta. Y yo, que sabía cuál era el lugar, quise visitarlo. Así fue como sucedió. Me encontraba yo en Suráfrica, en Ciudad del Cabo, dando charlas a la numerosa colonia guyaratí de la India que me había invitado para ello. Mis amigos me preguntaron a dónde quería ir, qué quería ver yo en esos días de todo ese país tan nuevo para mí y tan variado y maravilloso. Yo contesté sin dudar: “Solo quiero que me llevéis a Pietermaritzburgo.” Ellos no entendieron por qué, y algunos ni siquiera sabían dónde estaba esa ciudad. Yo especifiqué: “Bueno, basta con que me llevéis a la estación de tren de Pietermaritzburgo, que es lo que me interesa.” Aquí ya alguno sonrió. Cayeron en la cuenta.

Lo que cambió a Gandhi fue la noche que pasó en esa estación de tren. Él viajaba de Ciudad del Cabo a Durban, y el tren tenía solo una parada en Pietermaritzburgo. De Ciudad del Cabo a Pietermaritzbugo había viajado en primera clase y sin nadiemás en el compartimento. En Pietermaritzburgo entró otro viajero… y este era blanco. Al ver a Gandhi, que no era negro del todo pero sí “de color” al ser indio, el viajero blanco le dijo al revisor que lo echase. El revisor le pidió a Gandhi que se fuera a tercera clase, pero Gandhi se negó y sacó su billete de primera. Entonces el revisor llamó a la policía y lo sacaron a Gandhi por la fuerza y lo dejaron tumbado en el andén con su equipaje. Él no se movió de allí en toda la noche. La pasó pensando  en la injusticia que se les hacía a los indios en África y decidió dedicarse a acabar con ella.

Yo tengo también mi pequeña anécdota de esa estación. Me habían llevado allí mis amigos, como he dicho, y les pedí me dejaran solo unos momentos para pasearme por el andén. Había un solo banco en el andén mismo cerca de la vía del tren, y noté tenía una chapa con una inscripción: “Reservado para primera clase.” Primera clase eran los blancos, claro. Mientras yo me paseaba con esos pensamientos entraron dos negros en el andén y se sentaron sin más en ese banco. Vendrían a coger el tren o a esperar a alguien y estaban allí con toda tranquilidad, pero en cuanto se sentaron salió disparado el jefe de estación y los hizo levantarse. Ellos me miraron a mí con una sonrisa como para que fuera testigo de esa escena, y se quedaron tranquilamente de pie. Yo pensé que los prejuicios tardan en desaparecer. Hace ya bastantes años de esa experiencia, y espero que ya se haya corregido del todo.

Gandhi se estableció en Ciudad del Cabo y viajó a la India a recabar la ayuda de los líderes indios para su lucha en África. En Bombay, Gókhale era la figura principal, y a él acudió Gandhi con su petición,  incluso primero le consultó que si debería hacerse él mismo cristiano ya que casi la habían convencido sus amigos protestantes de Suráfrica. Gókhale le contestó que el cristianismo estaba bien, pero que eso de la “redención vicaria”, es decir, que peco yo, y Cristo muere por mí, era una injusticia, era literalmente “pagar justos por pecadores”, y por eso no debía bautizarse. Después le dijo, “¿De qué te quejas que a los indios no se les hace justicia en África cuando a los indios no se les hace justicia en la India? Ven aquí, que aquí es donde hay que trabajar.” Y Gandhi volvió a la India. Pasó un año entero viajando por toda la India para enterarse bien de la situación. Se le hacía fácil llegar a las masas, pero pronto vio que había dos colectivos que quedaban lejos de contacto y eran los que más necesitaban ayuda, las mujeres y los pobres, y para ellos ideó su campaña especial. A las mujeres las reunió ciudad por ciudad, y les pedía lo único personal que podían dar: sus joyas. Las joyas de una mujer, las pulseras que siempre lleva en sus brazos, y anillos en sus dedos, eran el único capital personal de la mujer, ya que en todo lo demás dependía del marido, y Gandhi les pidió sus joyas. Por cada pulsera él concedía su autógrafo, y se hacía fila para el contrato. Una niña pequeña cuyo nombre nos ha quedado, Kaumudi, se acercó a Gandhi en la fila y se quitó la pulsera que llevaba. Gandhi la tomó y le firmó su nombre. Llevaba otra pulsera en la otra mano y se la dio también. Gandhi le escribió otra firma. Entonces la niña se quitó el collar que llevaba y se lo dio también a Gandhi. El gesto le gustó tanto a Gandhi que en el artículo que escribía todos los días en la prensa mencionó el gesto y el nombre de la niña, y añadió que ella ya no volvería a llevar joyas en su vida. Pero al ver el artículo en la prensa el día siguiente, Gandhi cayó en la cuenta de que eso de que no volvería a llevar joyas no lo había hablado con la niña, y la llamó para verificarlo. La niña le confirmó que no las llevaría, pero entonces Gandhi le recordó que cuando se casase, su novio exigiría joyas que eran la verdadera dote de la mujer. Kaumudi le dijo: “Yo escogeré un novio que no quiera joyas.” Y la anécdota llevó su mensaje a toda la India.

Acerca de los pobres, Kálelkar, el discípulo de Gandhi y luego amigo mío que luego me contó a mí todas esas cosas, me dijo que Gandhi les pedía también a los pobres que le dieran lo poco que pudieran dar, y me añadió que él iba recogiendo las monedas que le iban dando en esas reuniones, y que al acabar tenía las manos manchadas de verde, ya que esas monedas habían estado guardadas en trapos y bolsillos donde habían enmohecido y adquirido el verdín del moho.

El episodio más genial de la vida de Gandhi es “La Marcha de la Sal”. La sal es valiosa como condimento en la comida, como elemento para conservar alimentos, y en la India tiene también el valor de sellar la hospitalidad con la expresión “he comido su sal”, con la cual el huésped declara su gratitud hacia el anfitrión y su fidelidad hacia él. En la India eran célebres las salinas de Dharásana, y los ingleses tenían su monopolio. Así fue como a Gandhi se le ocurrió la idea genial. Él anunció de antemano que iba a dirigir una marcha popular desde su ciudad de Ahmedabad hasta la costa, donde tomaría en sus manos un puñado de sal directamente del mar, violando así el monopolio inglés. Y así lo hizo. Fueron 17 días de marcha, y a su paso por cada pueblo y ciudad se le unían más y más voluntarios hasta que una inmensa multitud llegó a la costa, Gandhi tomo el puñado de sal y fue arrestado inmediatamente junto con otros muchos. Él lo había previsto todo, y un mujer, la poetisa Sarógini Naidu, le substituyó en el liderato.

Los ingleses cerraron el acceso a las salinas, pero una gran multitud se formó ante la entrada, y lentamente, ordenadamente, pacíficamente fueron avanzando hacia la puerta. En la puerta los esperaba un sargento inglés rodeado de soldados, y al ver acercarse al primer voluntario le propinó un duro golpe con su porra en la cabeza. El voluntario cayó, se levantó, se curó la herida allí mismo en el botiquín que habían preparado, y volvió a ponerse en la cola que avanzaba hacia la entrada. Cuando el sargento inglés lo vio acercarse, levantó la porra mientras todos asistían aterrorizados a la escena. Cuando el voluntario llegó hasta el sargento, éste levanto la porra, luego la fue bajando despacio, se la colocó bajo el brazo, saludó militarmente al voluntario y se marchó. No había televisión en esos días, pero la noticia y la imagen recorrió el mundo entero como la mejor expresión del país que con esa actitud estaba logrando la independencia.

Con este resumen quiero dar una idea de la genialidad y la humanidad de Mahatma Gandhi.

 

Día 15
Os cuento

El móvil

Estoy en la parada del autobús esperando a que venga. Acabo de hacer una llamada por el móvil y me lo meto en el bolsillo. Dos chicos jóvenes están de pie a mi lado y se están diciendo algo mirándome a mí. Por fin uno de ellos se me acerca y me dice: “Señor, ¿podría usted hacernos un favor? Tenemos que hacer una llamada urgente y nos hemos quedado sin batería. ¿Podría dejarnos su móvil por un momento?”

Yo dudo un instante. Podría ser una buena maniobra para hacerse con mi móvil. Conozco tales casos. Les doy mi teléfono, se echan a correr, hacen todas las llamadas que quieran a todos los sitios que quieran antes de que yo pueda avisar a la telefónica que lo desconecten, y luego lo tiran. Yo tengo que pagar por sus llamadas y comprarme otro móvil. Pero debo de ser muy inocente porque sí les dejé el teléfono y lo puse en sus manos. Ellos se miraron el uno al otro y me explicaron: “Era solo una apuesta entre nosotros dos. Yo le había apostado a mi amigo que aún existe gente buena que nos dejarían su móvil para una llamada si se lo pedíamos sin conocerlos, cosa que él negaba. Bueno, he ganado la apuesta.”

Los tres nos reímos. Me quedo con que soy de la buena gente que aún queda.

Me contáis

Me dices: “Yo tengo una opinión muy baja de mí mismo. Me veo muy por detrás de mis compañeros, no solo en estudios sino en sociedad y hasta en juegos. Evito grupos y no tengo amigos.¿Por qué soy así?¿Tengo algún remedio?”

Te digo: “Voy a contarte un cuento del Mulá Naserudín, de esos que enseñan además de divertir. Naserudín tenía un burro y fue un día al mercado a venderlo. Anunció allí su mercancía: “Quiero vender mi burro al mejor postor. Antes advierto que el burro es muy viejo, trabaja poco y come mucho, y le tira coces a cualquiera que se le acerca con verdadero peligro.” La gente le dijo: “¿Cómo quieres vender tu burro si no haces más que sacarle defectos?” Él contestó: “Lo que pasa es que lo quiero mucho y no quiero separarme de él.”

La moraleja del cuento es que una baja autoestima nos ayuda a olvidar nuestros propios fallos y nuestra pereza porque “yo soy así” y no lo puedo hacer de otra manera, con lo cual no estoy obligado a mejorar y cambiar. El hablar mal del burro nos ayuda a no venderlo… aun cuando hayamos ido al mercado a ofrecerlo.

Salmo

Salmo 150

“Alabad al Señor tocando trompetas,
alabadlo con arpas y cítaras,
alabadlo con tambores y danzas,
alabadlo con trompas y flautas,
alabadlo con platillos sonoros,
alabadlo con platillos vibrantes.
Todo lo que alienta alabe al Señor.”

Cada vez que escucho música, pienso en ti, Señor. La música es la creación más pura del hombre y es donde más se acerca a ti en la expresión de su alma y en la sublimidad de su arte. Sonido puro, armonía sin palabras, aire hecho belleza, espacio vibrante de alegría. Al escuchar las obras maestras de la humanidad, me asombro pensando en el toque de inspiración angélica que ha logrado ese estremecimiento de perfección desnuda que eleva la mente a regiones más allá de este mundo. Te encuentro, Señor, entre las cuerdas de un cuarteto o los acordes de una sinfonía, con un realismo que es casi gracia sacramental, en consagración redentora de todo mi ser. Gracias, Señor, por el don de la música en mi vida.

Alabad al señor con violines y violas, con violoncelos y contrabajos, con flautas y flautines; alabadlo con pianos y arpas, con armonios y órganos, con guitarras y mandolinas; alabadlo con óboes y clarinetes, con fagots y tubas, con trompas y trompetas; alabadlo con trombones y xilofones, con tambores y timbales, con triángulos y castañuelas.

“¡Todo ser que alienta alabe al Señor!”

Meditación

En el supermercado

Me propongo recorrer todo el supermercado sin comprar nada.Es uno de los grandes placeres de la sociedad de consumo. Pasearse por todo el centro comercial sin comprar. Verlo todo y no comprar nada. Entrar en el horno ardiente de Nabucodonosor sin quemarse. Bien divertido.David contra Goliat.Pasar por todas las galerías del paraíso de estanterías y vitrinas y exposiciones y rebajas y oportunidades y ocasiones con la tarjeta de crédito en el bolsillo y no sacarla para nada. Desafiar la mayor tentación del hombre (¡y de la mujer!) en nuestro tiempo: compro luego existo.

Hay que verlo todo, desde luego. Tenemos que ver, encontrar, comparar, preguntar, pensar. Tenemos que saberlo todo para poder decidir cuando lo necesitemos. Pero sin comprar nada por ahora. Con una mirada neutra, con paso firme, con gesto comedido. Comprar rompe el equilibrio, precipita decisiones, estropea el paseo. Cuando vamos a comprar algo nos cegamos a todo lo demás, y el paseo reposado se convierte en encargo egoísta. Eso no es lo bueno.Hay que verlo todo sin comprar nada.No es fácil, desde luego, pero el placer merece la pena.

El cuerpo entero entra en alerta ante el peligro inminente. Un toque de riesgo es el mayor placer del mundo, y no hay mayor riesgo que pasearse por los grandes almacenes con dinero en el bolsillo. El riesgo de escalar montañas, de bordear un precipicio, de tirarse en paracaídas, de invertir en bolsa… no es nada comparado con el riesgo de contemplar toda clase de productos en sus estantes, cogerlos en nuestras manos, acariciarlos, leer los precios, desear poseerlos… y permanecer indiferentes con desprendimiento supremo en medio de la abundancia. Pocos mortales salen de la prueba con el bolsillo intacto. Pero sentir el peligro, jugar con la tentación, llegar al borde, es el secreto del mayor placer en el hacer humano. Los supermercados se hicieron para proporcionarnos ese placer. Feliz el consumidor que sabe disfrutar de la ocasión.

El riesgo aumenta al final de la visita. Hemos pasado a través de los objetos caros y las rebajas extremas, pero al final un libro, un casette, un CD… ¿quién puede evitarlos al pagar ya en el mostrador de salida? Pero no cedamos. Hay que resistir hasta el final. Ni siquiera un chicle. Hemos superado la prueba y respiramos con satisfacción. Y en el fondo nos queda escondido el secreto esperanzador en el paseo comercial: siempre nos quedan las rebajas.

Día 1
Os cuento

Algunos cuentos del libro “Un Maestro Zen Llamado Cuervo” de Robert Aiken, Siruela, Madrid 2004, abreviados.

Discípulo: ¿Cuál es el Camino del Medio?
Maestro: Buena pregunta.
Discípulo: No habéis contestado a mi pregunta.
Maestro: No has oído mi respuesta.

Discípulo: ¿Hay alguna manera especial para practicar el Zen?
Maestro: Muchas.
Discípulo: ¿Cuántas?
Maestro: Tantas como seres encuentras en tu vida diaria, porque todos tienen algo que decirte.

Discípulo: ¿Por qué los discípulos buscan muchos maestros?
Maestro: ¿Y por qué los maestros buscan muchos discípulos?

Discípulo: ¿Es importante el Maestro?
Maestro: Indispensable.
Discípulo: ¿No puede eso crear problemas?
Maestro: También son indispensables.

Discípulo: Solo deseo un poco de felicidad. ¿No puedo ser feliz?
Maestro: Si dejas de pedirlo, sí.

Discípulo: ¿Qué puedo hacer si no siento compasión hacia mi prójimo?
Maestro: Fíngela y actúa como si la tuvieras.
Discípulo: Eso no parece honesto.
Maestro: Pero puede ser el camino para ser honesto.

Primer Maestro: La existencia es el vacío del universo.
Segundo Maestro: ¿Qué queréis decir con eso?
Primer Maestro: ¿Qué queréis decir con “qué queréis decir”?
Segundo Maestro: ¿Qué queréis decir con ‘¿qué queréis decir con “qué queréis decir”’?
Primer Maestro: ¿Qué queréis decir con “…’… ‘…”?

Discípulo: Me pongo muy nervioso al recitar las Escrituras en público y cometo errores.
Maestro: Los errores son parte de la recitación.

Me contáis

Pregunta: ¿Qué quiere decir “Fuera de la Iglesia no hay salvación”?

Respuesta: Ha querido decir distintas cosas a través de los siglos. Comenzó por significar que quien no estaba bautizado no podía ir al cielo aunque no tuviera ningún pecado mortal, y de ahí vino el limbo donde podían disfrutar de una “felicidad natural” los que morían sin pecado grave, aunque no llegaban nunca a la “visión beatífica” del cielo. De hecho la frase castellana “ese está en el limbo” no es precisamente un cumplido, lo cual demuestra que no tenemos una idea muy buena del limbo y de quienes están en él.

El Catecismo de la Iglesia Católica de 1992 dice: “Esta afirmación (Fuera de la Iglesia no hay salvación) no se refiere a los que, sin culpa suya, no conocen a Cristo y a su Iglesia: Los que sin culpa suya no conocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, pero buscan a Dios con sincero corazón e intentan en su vida, con la ayuda de la gracia, hacer la voluntad de Dios, conocida a través de lo que les dice su conciencia, pueden conseguir la salvación eterna.” (847)

Yo comento: Hay muchos en el mundo entero que sí que conocen el evangelio de Cristo y su Iglesia, e incluso tienen amigos cristianos y conocen sus creencias y sus prácticas, y sin embargo no se bautizan. Esos, según la declaración del Catecismo, no podrían salvarse. A mí esa declaración del Catecismo no me parece aceptable.

Salmo

Salmo 1

«¡Dichoso el hombre cuyo gozo es la ley del Señor!»

Tengo suerte, Señor, y lo sé. Tengo la suerte de conocerte, de conocer tus caminos, tu voluntad, tu Ley. La vida tiene sentido para mí, porque te conozco a ti, porque sé que este mundo difícil tiene una razón de ser, que hay una mano cariñosa que me sostiene, un corazón amigo que piensa en mí, y una presencia de eternidad día y noche dentro de mí. Conozco mi camino, porque te conozco a ti, y tú eres el Camino. El pensar en eso me hace caer en la cuenta de la suerte que tengo de conocerte y de vivir contigo.

Veo tal confusión a mi alrededor, Señor, tanta oscuridad y tanta duda y tal desorientación en la vida de gentes con las que trato, y en escritos que leo, que yo mismo a veces dudo y me confundo y me quedo ciego en la oscuridad de un mundo que no ve. La gente habla de sus vidas sin rumbo, de su falta de dirección, de seguridad, de certeza, de su sentirse a la deriva en un viaje que no sabe de dónde viene ni a dónde va, del vacío en su vida, de las sombras, de la nada. Todo eso me toca a mí de cerca, porque todo lo que sufre un hombre o una mujer lo sufro yo con solidaridad fraterna en la familia de la que tú eres Padre.

Mucha gente es en verdad “paja que arrebata el viento”, colgados tristemente de los caprichos de la brisa, de las exigencias de una sociedad competitiva, de las tormentas de sus propios deseos. Son incapaces de dirigir su propio curso y definir sus propias vidas. Tal es la enfermedad del hombre moderno y, según aprendo en tu Palabra, Señor, era también la enfermedad del hombre en la antigüedad cuando se escribió el primer Salmo. También aprendo allí el medio que es tu palabra, tu voluntad, tu ley. La fe en ti es lo que da dirección y sentido y fuerza y firmeza. Solo tú puedes dar tranquilidad al corazón del hombre, luz a su mente y dirección a sus pasos. Solo tú puedes dar estabilidad en un mundo que se tambalea.

En ti encuentro las raíces que dan firmeza a mi vida. Tú me haces sentirme como “un árbol plantado al borde de las aguas”. Siento la corriente de tu gracia que me riega el alma y el cuerpo, hace florecer mi capacidad de pensar y de amar y convierte mis deseos en fruto cuando llega la estacón y el sol de tu presencia bendice los campos que tú mismo has sembrado.

Necesito seguridad, Señor, en medio de este mundo amenazado en que vivo, y tu ley, que es tu voluntad y tu amor y tu presencia, es mi seguridad. Te doy gracias, Señor, como el árbol se las da al agua y a la tierra.

¡Que nunca “se marchiten mis hojas”, Señor.

Meditación

Cómo hacer feliz a una mujer

Hoy he hecho feliz a una mujer. No, no, es mucho más sencillo. Nada de complicaciones. Ha sido así: Iba yo caminando solo por una calle en mi ciudad de Ahmedabad cuando me ha saludado un conocido. Hacía años que no nos veíamos, me ha recordado que vivía allí mismo, me ha invitado a entrar en su casa con la naturalidad hospitalaria con que esa invitación se hace y se acepta en estas tierras. Hemos entrado juntos.

Al poco rato de sentarnos y hablar, sale discretamente su mujer como tan bellamente lo hacen en la India y, después de un saludo con las manos juntas, hace la pregunta que se ha hecho en la India desde el comienzo de los tiempos: “¿Té o café?” La respuesta correcta, también desde el comienzo de los tiempos, es “Té”. Y ella desaparece a entregarse al ritual milenario.

Al cabo de un rato aparece con la bandeja en sus manos y, sobre ella, dos tazas de té ya preparado. Me da la primera a mí, la otra a su marido, y se sienta enfrente mientras vamos tomando la bebida. Bebemos en silencio y en sorbos breves, en reverencia al rito doméstico. Le devuelvo la taza vacía, le devuelve su marido la suya, y antes de que ella vuelva a la cocina con la bandeja es cuando hablo yo. Ella se para, porque yo me dirijo a ella y le digo: “Cuando uno ha pasado una temporada en el extranjero de país en país, como acabo de pasarla yo ahora, y vuelve a la India como acabo de volver yo hace un par de días, cae uno en la cuenta de lo bueno que es el té aquí y lo bien que lo preparan ustedes. Ustedes no lo aprecian porque lo beben en casa todos los días, pero yo le digo que acabo de beber la mejor taza de té de toda mi vida. Estaba delicioso.”

A la mujer le explotó la cara de alegría. No le cabía la sonrisa en la boca. Casi se le cae la bandeja de las manos. No supo qué decir. No se lo esperaba. Había preparado tantas tazas de té en su vida para tantos huéspedes en tantas visitas, y todas iguales, y todas bebidas sin decir una palabra, sin proferir un cumplido, sin casi dar las gracias porque se da por supuesto, y el té siempre es igual y siempre bueno, pero siempre ignorado y siempre silenciado, que le sacudió las entrañas el que por una vez de dijeran lo bueno de su bebida y lo perfecto de su arte. Todas las tazas de té que había preparado en toda su vida como que se unieron y se alegraron y se celebraron en la taza que había ganado el galardón merecido del elogio oportuno. La humilde habitación de la sencilla casa se transformó como por encanto de Cenicienta en aula de palacio y vivió toda su historia condensada en aquel momento. Y todos sentimos el instante de magia.

Ella se retiró con la bandeja, y tardó un rato en volver a aparecer. Sospecho que se fue a contárselo todo a sus vecinas y a celebrar con ellas el festejo. Volvió al fin, y nos despedimos con cordialidad. Yo salí de su casa con la satisfacción de haber hecho aquél día una obra buena. Había hecho feliz a una mujer. Es tan sencillo…

 

Día 15
Os cuento

Hoy ha venido un amigo de mis días en la India, y hemos recordado los días alegres que vivimos juntos. Y con eso hemos recordado también a amigos comunes, algunos ya fallecidos. La memoria de uno de ellos, especialmente, me ha sacudido sentimientos. Él estudiaba química y yo matemáticas, pero todas las carreras de ciencia tenían además una asignatura común y obligatoria que se llamaba “Preliminary English”, cuyo examen había que pasar de antemano. Eso estaba muy bien pues aseguraba que sabías inglés antes de ponerte a estudiar matemáticas en inglés. Mi amigo y yo nos sentábamos juntos en clase. Teníamos a un profesor hindú, brahmán, que venía a clase con su túnica blanca, su enorme turbante y su coletilla de casta.Éramos más de cien en clase, y yo era el único europeo de piel blanca entre los rostros morenos de los indios. Por eso el profesor me tomó a mí por inglés, ya que para ellos todos los extranjeros eran ingleses, y cuando él mismo dudaba de la pronunciación de alguna palabra, se dirigía a mí para que se lo dijese, a pesar de todas mis protestas de que yo no era inglés sino español, y había venido a su clase a aprender el inglés. No había manera. En clase todos (sí, todos) los alumnos eran brahmanes, que allí monopolizaban la educación, aunque muchos se cortaban ya la coleta de casta y vestían como querían, y el profesor preguntaba con humor y mala intención, “¿A ver cuántas coletillas tengo aún en clase?” y los muchachos contaban algo avergonzados y todos se reían. Se vivía el tránsito generacional. Ahora ya no lleva nadie coleta.

Ese amigo mío, jesuita como yo, fue después obispo de Madura y arzobispo de Madrás, desde donde me invitó entonces para ir a pasarme quince días con él en su palacio arzobispal recordando tiempos y soñando planes. Antes de que yo pudiera ir, murió de repente, y eso me dejó una gran pena. Ser arzobispo no es bueno para la salud. Casimir Gnanádikam.

Me contáis

Me seguís preguntado qué me parece el nuevo papa, y os sigo contestando que a mí todos los papas (de nuestros tiempos) me parecen muy bien, y éste además es jesuita, y encima sé que ha leído mis libros, así es que no puede ser mejor. Sé que ha leído mis libros porque cuando yo hace años fui por Suramérica y di charlas en su diócesis, le llamé por teléfono para pedirle su permiso (o más elegantemente su bendición) y me dijo que ya conocía mi nombre y había leído mis libros. Espero se note.

Salmo

Salmo 2 – Yo soy tu hijo

Estas son las palabras que más me gusta escuchar de tus labios, Señor: “Tú eres mi hijo.” Hace falta fe para pronunciarlas ante mi propia miseria y ante una turba escéptica, pero yo sé que son verdad, y son la razón de mi vida y la esencia de mi ser. Te llamo Padre todos los días y te llamo Padre porque tú me has llamado a mí hijo. Ese es el secreto más entrañable de mi vida, mi alegría más íntima y mi derecho más firme a ser feliz. La iniciativa de tu amor, el milagro de la creación, la intimidad de la familia. El cariñoso acento con que te oigo decir esas palabras, a un tiempo sagradas y delicadas: “Tú eres mi hijo.”

Con la misma ilusión te  oigo pronunciar la siguiente palabra: “Hoy”. “Tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy.” Sé  que para ti todo momento es hoy, y todo instante es eternidad. Tal es la plenitud de tu ser, la intemporalidad de tu eterno presente. Y mi anhelo es reflejar en mi fragmentada existencia el destello indiviso de tu constante “ahora”. Quiero sentirme hijo tuyo hoy, quiero caer en la cuenta de que me estás dando vida en cada instante, de que comienzo a vivir de nuevo cada vez que vuelvo a pensar en ti, porque en ese momento tú vuelves a ser mi Padre.

Sigue recreando en mí, Padre, la novedad del nacer que me das día a día, para que yo nunca me canse de respirar, no me aburra de vivir, no me quede atascado en la desgana de mi propia existencia. Esta es una tentación que nunca me deja, y me temo que es también tentación permanente en muchos que me rodean. La vida es tan repetida, tan monótona, tan gris que cada día se parece al anterior, todos obedecen al mismo horario, y la rutina del trabajo inevitable, con la oficina, el papeleo, las visitas y el cansancio de hacer todos los días lo mismo, despojan a la jornada de la alegría de vivir en un mundo nuevo de horizontes limpios y caminos sin fin. Hasta mis oraciones se parecen unas a otras, y perdóname si lo digo, pero hasta mis encuentros contigo, Señor, en la contemplación y en el sacramento, se marchitan ante mí por el recuerdo de encuentros anteriores y el formalismo de liturgias repetidas. Enséñame la lección refrescante y liberadora de tu “hoy”, para que cada momento de mi existencia vuelva a cobrar vida en ti.

Como eres mi Padre y eres dueño de todo, me das en herencia “los confines de la tierra”, Ahora sé que todo es mío, porque todo es tuyo y tú eres mi Padre. Hazme sentirme a gusto en cualquier sitio y en cualquier situación, ya que tú eres su dueño y yo soy tu hijo. Hazme disfrutar de la tierra, descubrir sus riquezas y afrontar sus peligros. Haz que no me sienta yo como un extraño ante nada ni nadie. Hazme “gobernar” la tierra, no con poderío y soberbia, sino con la alegría del corazón y la paz del alma que vienen de tu presencia y atraen y unen a todos tus hijos en confianza y amistad sobre la tierra que a todos nos has dado. Hazme gobernar sirviendo y atraer amando. Así es como quiero abrazar esos confines de la tierra que tú me das en herencia.

Oigo también gritos de protesta en la asamblea de los mortales. “Se alían los reyes de la tierra, los príncipes conspiran contra el Señor y contra su Mesías.” Los hombres no pueden callar cuando alguien se declara hijo de Dios Sus armas son la ironía, la risa, el desprecio disimulado y las amenazas patentes. El mundo no tolera que alguien, en medio de la confusión y el sufrimiento universales, encuentre la paz y proclame la alegría. Son todos contra uno, el grupo contra la persona, la tempestad contra la flor. Juran destruirme y traman mi ruina. ¿Podré resistir sus ataques?

Y ahora es cuando me llega otra voz. Tu propia voz. Voz de trueno y poderío por encima de las tormentas de los hombres. Voz que es para mí seguridad y confianza, porque lleva el tono inconfundible de tu ira contra los insensatos que se atreven a tocar a quien tú proteges bajo tu mano. Oigo resonar tu risa en los cielos, risa que contiene a mis enemigos y me libera a mí. Estoy a salvo bajo tu protección. Que se enfurezca el mundo entero: yo soy tu hijo. Ahora habito en Sión, “tu monte santo”, al que no pueden ocultar las nubes ni sacudir las tormentas. Desde allí proclamo tus promesas y me glorío de ser hijo tuyo. Vivo al amparo de tu amor.

“¡Dichosos los que se refugian en él!”

Meditación

Teléfono

Suena el teléfono. Aconseja un maestro Zen que, aunque el teléfono esté al lado, encima de la mesa, se le deje sonar tres veces antes de tomarlo. Es para la paz del alma, para no precipitarse, para no generar ansiedad con el cuerpo cuando corremos, nos precipitamos, arrebatamos el aparato con violencia física que engendra en todo el cuerpo la reacción expectante de defensa, de molestia, de ataque aun antes de saber quién habla. Calmar el espíritu antes de comenzar a hablar. Y para eso calmar el gesto. Y ajustar la voz a niveles neutrales. La primera nota es la que da el tono.

Lo primero es caer en la cuenta de la diferencia entre una conversación por teléfono y una conversación en vivo frente a frente. Frases más breves, dar a la otra persona la oportunidad de que dé muestras de existencia de vez en cuando desde su lejanía, modular la voz para compensar por la pérdida de los gestos de la cara, convencerse de una vez para siempre que los gestos de las manos son totalmente inútiles al teléfono y debilitan la comunicación, porque creemos que hemos expresado algo con ellos cuando, de hecho, no hemos comunicado nada, no repetir, no alargar, ser consciente de quién está pagando la cuenta: y preparar suavemente el fina oportuno y cordial. Vuelta a colgar.

La esencia del teléfono es la voz. El oír una voz amiga a kilómetros, o quizá a continentes de distancia, es uno de los gozos mayores de la amistad humana. La voz lo dice todo. No importa que no haya noticias, que al final parezca que no hemos dicho nada, que casi no merecía la pena, que la cuenta ha subido demasiado, que una carta habría bastado. No es eso. Por encima de todo eso sabemos que ha merecido la pena, que era lo mejor, que vale más que cualquier correo, que hemos disfrutado los dos, y que a los dos nos ha dejado una memoria mucho más íntima y duradera que la de cualquier otro medio de comunicación. La voz se sigue oyendo en la memoria mucho después del último clic del teléfono. Tiene una fuerza evocativa única para revivir episodios y sentimientos. La voz es la  persona, y al hablar sentimos una cercanía afectiva que llena el alma entera con presencia sonora. Por eso nos satisface tanto el hablar. Por eso nos alegra la vida el hablar a distancia.

Me quedo mirando al teléfono después de una conversación larga a distancia. Compañero amable del momento íntimo. Testigo discreto. Milagro electrónico. Reproduce ya tan bien la voz que evoca la persona entera con su acento, su deje, su tonillo. Y espero que haya hecho lo mismo con la mía. Quisiera proteger el instrumento benéfico librándolo de la vulgarización, la comercialización, la multiplicación demográfica a que precipitados inventos y crueles competencias lo han sometido rebajando su dignidad, despojándolo de su sitio de honor en el hogar, desterrándolo a una existencia nómada de bolsillo en bolsillo, exponiéndolo a la execración pública en plena desnudez callejera, violando su modestia silenciosa y educada cuando su dueño grita a voces en entornos concurridos donde todos oyen lo que dice, y sufren sus gritos y maldicen al inocente teléfono móvil que los hace posibles. La técnica ha suplantado a la educación. La utilidad ha vencido a la delicadeza. Al teléfono le da vergüenza su precariedad callejera. Me imagino que le suben los colores cuan abusan de él. Quizá por eso sus cabinas son rojas.

Nos hace falta aprender a hablar por el teléfono móvil.

Día 1
Os cuento

Me permito relatar dos anécdotas de amigos cercanos, ambas verdaderas, espontáneas y significativas, sobre la vida religiosa y el matrimonio.

L.S. fue compañero mío riguroso de colegio, de noviciado, y año tras año en la formación de jesuita hasta que yo me fui a la India. Él fue jesuita y sacerdote ejemplar, pero al cabo de algunos años, cuando yo ya estaba en la India y no seguíamos en comunicación, me enteré de que él se había salido de jesuita y se había casado, eso sí, con todos los permisos de Roma. Yo vine de la India por entonces a dar charlas en España sobre temas orientales, y aproveché la ocasión para reunirme con él e intercambiar experiencias. Yo le dije: “Tú fuiste un buen jesuita durante varios años, y ahora veo eres un buen padre de familia hace años también. Tú podrás ahora evaluar y comparar el estado religioso y el matrimonio con imparcialidad. ¿Qué puedes decirme?” Él levantó las manos al cielo y dijo casi gritando: “¡Que ninguno de los dos funciona!”

Yo prefiero decir humilde y sinceramente y sin levantar las manos al cielo: “Que los dos funcionan, cada uno a su manera.”

Otro compañero mío jesuita, F.G., que fue conmigo a la India, fue cayendo en la cuenta, en su exuberante juventud, que no podía resistir el instinto sexual, volvió a España, pidió la dispensa de los votos de jesuita, y se casó con todos los permisos de la Iglesia. Aquella misma vez que vine yo a España fui a verle y hablamos mucho. Él me dijo: “Ya sabes que yo volví y me casé porque sinceramente no podía aguantar sin sexo. Y lo hice con todos los permisos. Pero después de acostarme seis noches con mi mujer caí en la cuenta de que, la verdad, no merece la pena. Te lo aseguro.” Un poco exagerado quizá lo de seis noches solo, pero eso es lo que él dijo.

Estas historias pueden catalogarse como lo que en latín llamamos “Praesidia castitatis”, (Defensas de la castidad). Y las cuento con todo el respeto que ambos estados se merecen, así como los amigos que me las contaron. Y con el toque de humor que llevan consigo. Que cada uno aprecie lo que la vida le trajo y respete lo de los demás.

El confesor impaciente de que la buena casera vasca no mencionase nada del sexto mandamiento y el sexo en la confesión le urgió: “Bueno, ¿y el sexto?” La casera no entendió bien la pronunciación y contestó: “¿El cesto? Lo dejé a la entrada, señor cura. Solo lleva pescado fresco.” Me lo contaron en San Sebastián cuando yo era muy pequeño y no lo entendí. Pero el subconsciente lo guardó en la memoria hasta años más tarde cuando lo entendí y me reí.

Me contáis

Pregunta: Me confieso todas las semanas, y allí menciono que me masturbo a veces, pero el confesor me dice que eso no lo mencione. Yo le pregunté un día al fin: “¿Pero es pecado?”, él me dijo, “Hombre, sí así lo pregunta usted, sí.” – “¿Pecado mortal?” – “Sí.” – “Y si me muero con él ¿me voy al infierno?” – “Dios no permitirá que…” – “Déjese usted de lo que Dios permitirá o no, que eso usted no lo sabe, y dígame si me voy al infierno o no.” – “Bueno, si lo pone usted así, sí.” – Yo le dije: “Gracias por decirme que no me preocupe”, y me marché.

Respuesta: Lo que te contestó ese confesor es lo que todos los confesores contestamos. La masturbación “oficialmente” es pecado. Esto es lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica en el número 2352: “Tanto el Magisterio de la Iglesia, de acuerdo con una tradición constante, como el sentido moral de los fieles, han afirmado sin ninguna duda que la masturbación es un acto intrínseca y gravemente desordenado”. No puede decirlo más claro. Pero a continuación añade: “Para emitir un juicio acerca de la responsabilidad de los sujetos y para orientar la acción pastoral, ha de tenerse en cuenta la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales que reducen, e incluso anulan la culpabilidad moral.” Es decir, que es pecado pero no lo es. “Sin duda ninguna” desde luego. Si no hay suficiente “inmadurez afectiva”, “hábito” o “estado de angustia”, siempre quedan “otros factores psíquicos” que pueden entenderse generosamente, y se arregla todo.

El semanario inglés “The Tablet” publicó una carta en que alguien exponía su situación, como la que he descrito aquí mismo, y preguntaba: “¿A quién he de obedecer, al papa o a mi confesor?” La Iglesia ganaría mucho para bien de todos si tuviera más transparencia y comprensión en esta materia.

Salmo

Salmo 3 – Ritmos de vida

“Me acuesto y me duermo…, y vuelvo a despertar.”

Ese es mi día, Señor, esa es mi vida. Los ritmos de mi cuerpo a tono con los ritmos de tu creación, con las estrellas de noche y con el resplandor de tu luz durante el día. Tuyo soy cuando trabajo y tuyo cuando duermo; tuyo cuando me mantengo de pie en la postura que me hace hombre y me permite mirar al cielo, y tuyo cuando me acuesto, con cansancio en el cuerpo y confianza en el alma, y me tumbo sobre la tierra que tú has creado para que me sostenga durante la vida y me reciba en la muerte, amparando mi cuerpo cuando tú recibas mi alma.

Iníciame, Señor, en los ritmos de la creación, en la intimidad con la tierra que sostiene mis pasos y el aire que llena mis pulmones. Iníciame en la sabiduría de las estaciones, los caminos de las estrellas, el ciclo de la luz y la sombra, y ensáñame así la lección fundamental, que siempre me repites y nunca acabo de comprender, de que, tanto como en la naturaleza, también en la gracia hay idas y venidas, día y noche, invierno y verano, marea alta y marea baja, alegría y tristeza, entusiasmo y escepticismo, certeza y dudas, sol y tinieblas.

Hace falta valor para ponerse de pie, y hace falta valor para acostarse. Y, más que nada, hace falta valor para aceptar la vida entera como un ciclo de levantarme y acostarme, como una trayectoria ondulante a la que he de adaptarme arriba y abajo, una y otra vez, en compañía del sol y la luna y los cielos y los vientos. Enséñame a respirar al unísono con la creación entera, Señor, para entrar de lleno en los ritmos de tu amor.

“De ti, Señor, viene la salvación,
Y la bendición sobre tu pueblo.”

Meditación

El vuelo fue horrible. Dios hizo mis piernas largas, y las líneas aéreas hicieron los espacios entre filas cortos, y sencillamente no quepo. La duración del vuelo era más de dos horas, de Madrid a Canarias, y me dio amplia ocasión para ensayar todas las posturas e intentar todos los equilibrios. Pero no encajaba. Si me sentaba derecho en escuadra con las piernas juntas y las rodillas en ángulo, se las clavaba sin remedio al pasajero de delante, y más cuando éste intentaba echar el respaldo de su asiento para atrás, como tenía pleno derecho a hacer, y dejaba mis rodillas encajadas en sus riñones. Imposible para él y para mí. Después de un primer intento y de una mirada hacia atrás, discreta pero decidida, de mi vecino del asiento anterior, desistí del empeño. Tenía que haber otras soluciones. Había que torcerse de alguna manera y encontrar un espacio. Pero no eran muchas las posibilidades.

Yo había pedido a idea asiento de pasillo, en espera de una mayor holgura. Pero si asomaba mis rodillas por el pasillo, me las cepillaba la azafata con el carrito de las bebidas cada vez que pasaba; y si trataba yo de estirar las piernas y poner discretamente los pies en el pasillo, tropezaban conmigo todos los que se desplazaban por él, con la consiguiente confusión y excusas y miradas de reproche disimulado. No estaba por ahí la solución, Pero si doblaba las rodillas hacia dentro, invadía sin querer el legítimo espacio de mi vecino de al lado, lo que me hacía sentirme violento, como si hubiera entrado sin permiso en su casa, y la proximidad física de mis rodillas a las suyas me hacía sentirme molesto al imaginar que él estaría aún más molesto, porque tenía derecho a su territorio invisible pero claramente marcado. No había manera.

No disfruté de la comida (que nunca es como para disfrutarla en los aviones, pero al menos distrae) porque la bandeja no acababa de asentarse, ya que pegaba contra mis rodillas dobladas en alto; y, desde luego, ni pensar en dormir después una ligera siesta, que me habría venido muy bien antes del trabajo que me esperaba en las islas. Si la duración el viaje era de dos horas, a mí se me hicieron cuatro.

Por fin llegamos. En cuanto se detuvo el avión y nos liberamos de los cinturones de seguridad, me levanté como pude, estiré los miembros doloridos, respiré aliviado un momento en el pasillo. Entonces me miró la azafata que había tropezado veinte veces con mis  pies y mis rodillas y había notado mi postura incómoda sin poder hacer nada por ayudarme. Señaló con un gesto de comprensión mi altura, erguida ya en el pasillo que empezaba a llenarse de pasajeros desentumecidos, y me dijo con un bello acento andaluz que oyeron todos y que creó un momento de intimidad en la estrechez del avión antes de que abrieran las puertas. “¡Algo tenia usted que pagar por ser tan buen mozo!”

Aquel piropo me compensó por todos los trabajos del vuelo apretado. Había merecido la pena. Olvidé al instante los apretujones, los roces, los pisotones, los retorcijones del molesto trayecto, y sonreí con alegría espontánea a la muchacha despejada que había aliviado mis molestias con un cumplido generoso que no estaba en el manual de vuelo. Simpatía en los aires. Alegría en el espacio. Solución imaginativa cuando no había solución. Me quedó el recuerdo de aquel vuelo en la memoria como uno de los mejores de mi vida.

 

Día 15
Os cuento

Un gran amigo mío en la India fue el ya fallecido poeta Karsandás Manek, y dimos muchas charlas juntos sobre temas religiosos, él siendo hindú y yo católico. Siempre nos entendíamos muy bien, y nos entendían nuestros oyentes, que también pertenecían a varias religiones pues los había hinduistas, musulmanes, jainistas, parsis, sikhs, protestantes y católicos más algunos agnósticos y ateos. Ecumenismo práctico. Cito una de sus estrofas que me quedó en la memoria en su lengua original, guyaratí, que traduzco al español:

“No lo entiendo, Creador,
tus caprichos me confunden.
En tu mar flotan las piedras
mientras las flores se hunden.

Es la queja permanente de que a los malos les va bien en esta vida, mientras que los buenos lo pasan mal. Desde Job nos venimos quejando de eso. Mi tía abuela, Julieta, tuvo una enfermedad dolorosa en los últimos días de su vida, y el párroco de San Lorenzo en Huesca la visitaba y la consolaba diciéndole: “Dios le envía ahora estas pruebas, doña Julieta, para que así merezca usted un puesto más alto en el cielo.” A lo que mi tía le contestaba: “Pero señor párroco, ¡si en el cielo yo me conformo con un rinconcico!” Y a mí, que era muy pequeño entonces, se me quedó la respuesta en la memoria sin entenderla. Más tarde la comprendí. Sabía mucha teología mi tía Julieta.

Me contáis

¿Por qué permite Dios esto? Esa es la pregunta más corriente que recibo ante un dolor de familia, una enfermedad, una desgracia, un fracaso, un disgusto en la vida de personas buenas de práctica cristiana, queja que además va siempre acompañada directa o indirectamente de la comparación con otras personas que no van a la iglesia y a quienes sin embargo parece irles muy bien en su vida y familia. ¿Por qué permite Dios eso? Es otra vez la queja de las piedras y las flores.

Yo escribí hace años un libro al que titulé: “Dejar a Dios ser Dios”, y creo que el título lo dice todo. A final del libro cité un poema del mismo Karsandás Manek que también me alegra recordar:

“Sacerdote del templo de Dios..,
quienquiera que seas,
abre las ventanas de tu templo
para que entren los vientos de la gracia,
para que corran las brisas de espíritu,
para que venga Dios.
Pon sobre el altar de tu templo
la imagen que prefieras,
recita tus oraciones favoritas,
sigue tu ritual tradicional.
Pero deja abiertas las ventanas de tu alma
para que venga Dios.

Sigue con tus ideas y tus preferencias y tus costumbres…, pero deja siempre la ventana abierta.

Salmo

Salmo 4 – Oración de la noche

El día toca a su fin, un día de alegrías y trabajos, de ratos de intimidad y ratos de ansiedad, de momentos de impaciencia y momentos de satisfacción. Me quedo solo, dispuesto a volver a ser yo mismo por la noche, y una última oración sube a mis labios antes de cerrar los ojos:

“En paz me acuesto, y enseguida me duermo.”

Esa es mi oración, la oración de mi cuerpo cansado después de un día de duro bregar. El sueño es tu bendición nocturna, Señor, porque la paz ha sido tu bendición durante el día, y el sueño desciende sobre el cuerpo cuando la paz anida en el corazón. Me has dado paz durante el día en medio de prisas y presiones, en medio de críticas y envidias, en medio de la responsabilidad del trabajo y el del deber de tomar decisiones. “Tú, Señor, has puesto en mi corazón más alegría que si abundara en trigo y en vino”, y el cuidado que has tenido de mí a lo largo del día me ha preparado tiernamente para el descanso de la noche.

Conozco los temores del hombre del desierto al echarse a dormir, el hombre que sacó estos Salmos de su experiencia y de su vida. El miedo del animal salvaje que ataca de noche, del rival sangriento que busca venganza en la oscuridad, de la tribu enemiga que asalta por sorpresa mientras los hombres duermen. Y conozco mis propios temores. El miedo de un nuevo día, el miedo de encontrarme de nuevo cara a cara con la vida, de enfrentarme conmigo mismo en la luz incierta de un nuevo amanecer. Miedo a la oposición, a la competencia, al fracaso; miedo a no poder aguantar el esfuerzo de ser otra vez como debo ser, como me obligan a ser, como otros quieren que yo sea; o, más adentro, miedo a que no sabré sustraerme a la esclavitud de ser lo que otros quieren que yo sea y portarme como quieren que me porte. Miedo a ser yo mismo y miedo a que no me dejen serlo.

Al acostarme tengo miedo a no volver a levantarme; y al levantarme siento pánico por tener que enfrentarme una vez más al triste negocio del vivir. Ese es el miedo visceral que pesa sobre mi vida. Su único remedio está en ti, Señor. Tú velas mi sueño y tú guías mis pasos. Tú presencia es mi refugio; tu compañía, mi fortaleza. Por eso puedo caminar con alegría, y ahora, llegada la noche, acostarme con el corazón en paz.

“En paz me acuesto, y enseguida me duermo,
porque tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo.”

Meditación

La estrella escondida

Las estrellas celebraron su asamblea general, y cada una sacó a relucir, como saben hacer relucir las estrellas, sus propios méritos en la creación y en la vida del hombre, rey de la creación. La estrella polar demostró cómo ayudaba a los hombres a fijar el norte de sus caminos y de sus mapas; el sol describió el calor, la luz, la vida que hacía llegar a todos los hombres y mujeres de la tierra; una estrella poco conocida reveló que ella fue la que confirmó la teoría de Einstein cuando pasó oportunamente tras el sol durante un eclipse, y con ello hizo un gran servicio a la ciencia, y otras mencionaron los nombres de sabios que habían hecho famosos y los descubrimientos a que habían dado lugar. Cada una tenía algo que decir, y rivalizaban en fama y esplendor.

Solo una pequeña estrella, remota y escondida, permanecía callada en la asamblea celestial. No se le ocurría nada que decir. Cuando le llegó el turno y hubo de hablar, confesó que ella nada había hecho por el cosmos o por el género humano, y que los hombres y mujeres de la tierra ni siquiera la conocían, pues aún no la habían descubierto. Las demás estrellas se rieron de ella y la tacharon de inútil, perezosa e indigna de ocupar un sitio en el firmamento. Las estrellas están para alegrar el cielo, y ¿de qué sirve una estrella que ni siquiera se sabe que existe?

La pequeña estrella escuchaba todos los reproches que le dirigían sus hermanas, y algo se lo ocurrió mientras hablaban, y lo dijo al final. “¿Quién sabe?”, dijo parpadeando suavemente, “a lo mejor yo también estoy contribuyendo a mi manera al progreso y bienestar de hombres y mujeres en la lejana tierra. Es verdad que no me conocen, pero ellos no son tontos, y sus cálculos les dicen que para explicar el curso de otras estrellas y cuerpos celestes que conocen, tiene que haber todavía alguna otra estrella que con su atracción gravitatoria explique las desviaciones en los caminos de las demás. Por eso continúan estudiando y observando y buscando, y con ello avanza su ciencia y continúa despierto su interés.”

Las otras estrellas se habían callado mientras hablaba, y ella tomó ánimos con su silencio y añadió algo al final que hizo pensar a todas: “No es que yo quiera anteponerme a nadie, y tenéis mucho mérito todas con lo que habéis hecho por los hombres y mujeres de la tierra, pero creo que yo también les estoy prestando un servicio importante: que sepan que aún les queda algo por descubrir.”

Día 15
Os cuento

Nada más morir, Juan se vio en un bellísimo lugar, rodeado por las comodidades y por la belleza con las que siempre había soñado. Un individuo vestido de negro se le aproximó:

– Tiene usted derecho a todo lo que desee.

Encantado, Juan hizo todo lo que había deseado en vida. Tras muchos años de placeres, buscó al tipo de negro. Le dijo que ya lo había probado todo, y que ahora necesitaba trabajar un poco para sentirse útil.

– Esa es la única cosa que no puedo proporcionarle –dijo el de negro.
– ¡Voy a pasar la eternidad muriéndome de aburrimiento! ¡Preferiría mil veces estar en el infierno!
– ¿Y dónde piensa usted que se encuentra?
(Paulo Coelho)

Tengo amigos jainistas, y el jainismo es una religión atea (por raro que parezca) que no cree en Dios aunque tiene preceptos y oraciones y ritos y santuarios. Yo hablo con ellos del dicho de Pascal que en todo caso es mejor creer en Dios que no creer, porque si Dios no existe, no te pierdes nada, mientras que si Dios existe lo ganas todo por haber creído en él. Pero algunos opinan de otra manera. Si Dios no existe y tú sin embargo has creído en él y te has portado de acuerdo con esa creencia, te has perdido el aprovecharte de los Siete Pecados Capitales y demás placeres prohibidos que algo divierten (siempre sin hacerle daño a nadie, desde luego). Pero también alguien protesta contra esto y arguye: Si Dios es tan injusto como para enviar al infierno a alguien por no creer en el infierno, aunque lo haga así en toda honradez y convencimiento, lo mismo puede mandarte a ti al infierno aunque te hayas portado según tu conciencia. Aparte de que creer en Dios sólo por la seguridad de no ir al infierno es puro oportunismo digno de castigo. Pero sigue siendo verdad que es mejor creer en Dios que no creer. Se anda en la vida de la mano de Alguien. Los jainistas creen en la reencarnación (como los hinduistas y budistas y confucionistas y zoroastrianistas y animistas que hacen ya medio mundo – todos creen menos cristianos y musulmanes), pero todos están de acuerdo en que tu buen o mal nacimiento y tu subsiguiente existencia en la próxima encarnación (sea esta lo que sea) dependerá de si te portas bien o mal en esta, de modo que tenemos siempre una firme motivación para portarnos bien estemos donde estemos. Eso es lo importante.

Me contáis

Me habéis vuelto a preguntar: ¿Por qué fuiste a la India? añadiendo esta vez ¿y por qué volviste? Y vuelvo a contestar, pues me gusta revivir mi historia. Fui a la India porque llovió dos jueves consecutivos en Oña (Burgos) donde yo hacía el curso de filosofía de mi formación de jesuita. Cuestión de meteorología. Tan sencillo como eso. Los jueves salíamos de paseo en grupos de tres según nos tocaba, pero si llovía se suprimía el paseo y te quedabas a charlar con quien quisieras. Yo me fui con mi mejor amigo, Juanjo, a dar vueltas al claustro románico del monasterio a cubierto mientras llovía fuera. En pocos días iba a venir el padre provincial a darnos nuestros destinos, es decir qué carrera íbamos a hacer cada uno en la universidad con vista a nuestro futuro trabajo en nuestros colegios. De mí decían que me enviarían a estudiar derecho para ser profesor en nuestra universidad de Deusto en Bilbao. Algo bien distinto.

Pero Juanjo arremetió y trató de convencerme que nos ofreciéramos a ir a las misiones, que entonces quería decir dejar España y familia para siempre, e ir lejos con una lengua extraña que nunca dominaríamos con lo cual era un sacrificio de especial mérito ante Dios. Así lo entendíamos nosotros. Pero no me convenció. No hubiera pasado nada si no hubiera llovido el jueves siguiente, pero volvió a llover. Yo volví a buscar a Juanjo y volvimos a darle vueltas al claustro románico. Y al asunto de las misiones. Y esta vez me convenció. Llegó el padre provincial y yo le presenté mi propuesta. Se me quedó mirando un rato con una expresión divertida, hasta que me dijo: “Esto tiene gracia. Yo estaba planeando los destinos de todos ustedes, y los tenía todos fijos menos el suyo. Con usted no lo veía claro. Esperé a hablar con usted, y ahora me sale usted con las misiones. Precisamente nos acaban de encomendar de Roma una nueva misión en la India en la región del Guyarat separándola de Bombay, cosa que todavía no sabe nadie. Desde este momento queda usted destinado como su primer misionero. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. Y me dio la bendición. Amén.

Lo de volver a España fue todavía más divertido. Al llegar a la India le pedí permiso al padre espiritual, el sabio y santo alsaciano P. Froehly, para hacer un voto de nunca salir de la India. Así de bruto era yo. Y lo sigo siendo. El P. Froehly me negó el permiso, y nunca ha habido negación de permiso mejor aprovechada. Cuando mi madre cumplió 90 años me escribió que como ya no viviría mucho, desearía la acompañase en sus últimos años. Lo hice con gusto pensando volver pronto a la India. Ella vivió también con gusto… hasta los 102 años…, y en esos doce años yo ya perdí el contacto con la India, y me quedé en España. Yo era conocido en la India por el artículo que escribía todos los domingos en el periódico principal de Ahmedabad, “Guyarat Samachar”. En aquellos tiempos no había televisión, y el entretenimiento de cada familia el domingo por la mañana era leer el suplemento dominical del periódico… y allí iba mi artículo. Pero el artículo debía reflejar toda la semana anterior con sus noticias y su ambiente y sus cotilleos y sus comentarios, y yo no podía conocer ya desde España los contextos de la India. Comprendí y dejé de escribir. Así sucedió el cambio. Con toda la naturalidad del mundo. Me gusta dejarme llevar por la vida. Me ha paseado bien.

Salmo

Salmo 5
Comienzo el día mirando a tu Templo, Señor, de cara al sacramento de tu presencia, a la majestad de tu trono. Quiero que el primer aliento del día sea un sentido de respeto y reverencia, un acto de adoración de tu poder y majestad, que todo lo llena y a todo da vida.

Tu Templo santifica la tierra en que se posa, y esa tierra, sobre la que anduviste un día, santifica a su vez el universo entero, del que es parte a la vez mínima y privilegiada. Por eso comienzo el día de cara al Templo, para fijar mis coordenadas y trazar mi ruta. Sé que durante el día me va a envolver una ola de trabajo y tensión y fricciones y envidia. No puedo fiarme de nadie ni creer nada. Hay quienes me desean el mal, y un paso en falso me puede llevar a la ruina. “Su corazón es un sepulcro abierto, mientras halagan con la lengua.” Yo no sé descubrir sus emboscadas, yo me pierdo en las trampas y embustes que me tienden a cada paso. Quisiera fiarme de todos y creer pura y sencillamente lo que me dicen, pero esa inocencia me ha hecho sufrir demasiado en el pasado para poder volver a ser ingenuo.

Por esto te pido, Señor, que hagas que la gente trate conmigo con sencillez y honradez, para que yo no sufra con sus engaños. Que caiga sobre mí la sombra de tu Templo, el signo de tu presencia, para que, cuando la gente me hable, me digan la verdad, acepten mi palabra y me faciliten la vida. Esa es la bendición que te pido al romper el día. Que todos te vean a ti en mí, para que me traten con delicadeza y rectitud.

“Tú, Señor, bendices al justo,
y como un escudo lo cubre tu favor.”

Meditación

En un pozo profundo vivía una colonia de ranas. Llevaban su vida, tenían sus costumbres, encontraban su alimento y croaban a gusto haciendo resonar las paredes del pozo en toda su profundidad. Protegidas por su mismo aislamiento, vivían en paz, y solo tenían que guardarse del pozal que, de vez en cuando, alguien echaba desde arriba para sacar agua del pozo. Daban la alarma en cuanto oían el ruido de la polea, se sumergían bajo el agua o se apretaban contra la pared, y allí esperaban, conteniendo la respiración, hasta que el pozal lleno de agua era izado otra vez y pasaba el peligro.

Fue a una rana joven a quien se le ocurrió pensar que el pozal podía ser una oportunidad en vez de un peligro. Allá arriba se veía algo así como una claraboya abierta, que cambiaba de aspecto según fuera de día o de noche, y en la que aparecían sombras y luces y formas y colores que hacían presentir que allí había algo nuevo digno de conocerse. Y sobre todo, estaba el rostro con trenzas de aquella figura bella y fugaz que aparecía por un momento sobre el brocal del pozo al arrojar el cubo y recobrarlo todos los días en su cita esperada y temida. Había que conocer todo aquello.

La rana joven habló, y todas las demás se le echaron encima: “Eso nunca se ha hecho. Sería la destrucción de nuestra raza. El cielo nos castigará. Te perderás para siempre. Nosotras hemos sido hechas para estar aquí, y aquí es donde nos va bien y donde podemos ser felices. Fuera del pozo no hay más que destrucción absoluta. Que nadie se atreva a violar las sabias leyes de nuestros antepasados. ¿Es que una rana jovenzuela de hoy puede saber más que ellos?”

La rana jovenzuela esperó pacientemente la próxima bajada del pozal. Se colocó estratégicamente, dio un salto en el momento en que el pozal comenzaba a ser izado, y subió en él ante el asombro y el horror de la comunidad batracia. El consejo de ancianos excomulgó a la rana prófuga y prohibió que se hablara de ella. Había que salvaguardar la seguridad del pozo.

Pasaron los meses sin que nadie hablara de ella, cuando un buen día se oyó un croar familiar sobre el brocal del pozo, se agruparon abajo las curiosas y vieron recortada contra el cielo la silueta conocida de la rana aventurera. A su lado apareció la silueta de otra rana, y a su alrededor se agruparon siete pequeños renacuajos.

Todas miraban sin atreverse a decir nada, cuando la rana habló: “Aquí arriba se está maravillosamente. Hay agua que se mueve, no como allá abajo, y unas fibras verdes que salen del suelo y entre las que da gusto moverse, y donde hay muchos bichos pequeños muy sabrosos, y cada día se puede comer algo diferente. Y luego hay muchas ranas de muchos tipos distintos, y son muy buenas, y yo me ha casado con ésa que está aquí a mi lado, y tenemos siete hijos y somos muy felices. Y aquí hay sitio para todas, porque esto es muy grande y nunca se acaba de ver lo que hay allá lejos.”

De abajo, las fuerzas del orden advirtieron a la rana que, si bajaba, sería ejecutada por alta traición; y ella dijo que no pensaba bajar, y que les deseaba a todas que lo pasaran bien, y se marchó con su compañero y los siete renacuajos. Abajo en el pozo hubo mucho revuelo, y hubo algunas ranas que quisieron comentar la propuesta, pero las autoridades las acallaron enseguida, y la vida volvió a la normalidad de siempre en el fondo del pozo.

Al día siguiente, por la mañana, la niña de las trenzas rubias se quedó asombrada cuando, al sacar el cubo con agua del pozo, vio que estaba lleno de ranas.

Día 1
Os cuento

El sentido de la vida

Al comienzo del tiempo hubo una chispa de conciencia que se encendió en el espacio infinito. Esta chispa era el espíritu del sol, llamado Tawa. Él fue quien creó el primer mundo: una enorme caverna poblada únicamente por insectos. Tawa observó durante unos instantes cómo se movían y, sacudiendo la cabeza, pensó que aquella población hormigueante era más bien estúpida. Entonces les envió a la Abuela Araña que dijo a los insectos:

– Tawa, el espíritu del sol que os ha creado, está descontento con vosotros porque no comprendéis en absoluto el sentido de la vida. Así que me ha ordenado que os conduzca al segundo mundo, que está por encima del techo de vuestra caverna.

Los insectos se pusieron a trepar hacia el segundo mundo. La ascensión era larga, tan larga y tan penosa que, antes de llegar al segundo mundo, se habían transformado en animales de cuatro patas. Tawa los contempló y dijo:

– Los seres que acaban de crearse no parecen menos estúpidos que los del primer mundo. Tampoco parecen capaces de comprender el sentido de la vida.

Entonces pidió a la Abuela Araña que los condujera al tercer mundo. En el transcurso de este nuevo viaje los animales se transformaron en hombres y mujeres. La Abuela Araña les enseñó el arte de la alfarería y del tejido. Los instruyó convenientemente, y en la frente de hombres y mujeres comenzó a despuntar un destello, una vaga idea del sentido de la vida.

Sin embargo las cosas no funcionaron tan bien porque los brujos malvados hicieron su aparición. Ellos solo se sentían a gusto en las tinieblas, así que extinguieron aquel destello de luz que había en la frente de los hombres. Los niños lloraban, los hombres peleaban y se lastimaban. Se olvidaron de que buscaban el sentido de la vida.

Entonces la Abuela Araña volvió a ellos y les dijo:

– Debo deciros que Tawa, el espíritu del sol, os ha visto y se siente defraudado. Habéis desperdiciado la luz que había brotado en vuestras frentes. Por consiguiente deberéis ascender al cuarto mundo. Pero esta vez tendréis que encontrar por vosotros mismos el camino.

Ningún hombre tenía idea de cómo ascender al cuarto mundo. Estuvieron en silencio un buen rato, mirándose unos a otros sin decir nada. Entonces en aquel silencio se oyó algo, y un anciano dijo:

– Creo haber oído ruido de pasos en el cielo.

Los demás asintieron. Habían oído a alguien andando por allá arriba. Deliberaron unos minutos y escogieron al pájaro sabio para explorar el cuarto mundo. El pájaro sabio se coló por un agujero del cielo y pasó al cuarto mundo donde descubrió un país semejante al desierto de Arizona. Sobrevoló el país y divisó a lo lejos una cabaña de piedra. Cuando se acercaba, vio la silueta de un hombre sentado contra una pared. Parecía dormido. Solo cuando el pájaro sabio se posó junto a él, el hombre despertó. En ese instante, al mirar a sus ojos y ver un resplandor aterrador, el pájaro sabio supo ante quién se encontraba: la Muerte.

– ¿No tienes miedo de mí? – le preguntó.

– No –respondió el pájaro–.  Vengo como enviado de los hombres y mujeres que habitan el mundo que está debajo de este. Quieren encontrar el sentido de la vida.

– Entonces que vengan. Solo encontrarán el sentido de la vida si saben vivir conmigo que soy la Muerte. La Muerte les abre la puerta a lo que hay después de la Muerte, y eso es lo que da sentido a la vida.

Los hombres y mujeres alcanzaron el cuarto mundo, escucharon los cuentos que les contaba la Muerte, tejieron con ellos las leyendas de su mundo y de todos los demás mundos, las pusieron por escrito, y ellas expresaron y declararon para siempre el sentido de la vida. Desde entonces los hombres y mujeres no necesitaron ya viajar a otro mundo.

(Cuentos Amerindios, Omar Kurdi y Pedro Palao Pons, Colección Sabiduría Ancestral, Ediciones Karma, Madrid 2010, pp. 64, 153)

Me contáis

Me han contado que el Padre Provincial de Wisconsin en América ha dejado por decisión propia la Compañía de Jesus y el sacerdocio, y justifica así su decisión: “Hago esto como una protesta en contra de las injusticias sociales y la exclusión intolerable y pecaminosa que una Iglesia patriarcal perpetra al negarse a considerar la ordenación de las mujeres al sacerdocio y el matrimonio para parejas del mismo sexo. Estoy convencido de que la Iglesia Católica no abandonará nunca su privilegio mientras que nosotros, sacerdotes y obispos, no nos bajemos de nuestro pedestal. En consecuencia dejo la sotana para servir a Dios con una mayor fidelidad, verdad, y universalidad. Llegué a esta conclusión cuando me enteré de que la Compañía de Jesús se negó recientemente a tener una rama de laicos asociada como se había propuesto.”
Hay que respetar y aceptar totalmente a los homosexuales, pero no a una unión que les permita “adoptar” hijos que no tendrían “papá y mamá”, sino “papá y papá” o “mamá y mamá”, lo que haría difícil su vida normal entre niños que no dejarían de notar y hacerles notar esa diferencia, con la tensión consiguiente. Eso no es aceptable.

En cuanto al sacerdocio de las mujeres sí creo – con todo respeto a las normas actuales – que podría y debería establecerse. Jesús no lo hizo sencillamente porque respetó la cultura masculina de su tiempo y la tradición del Sumo Sacerdote Melquisedec, pero yo creo le encantaría ahora ver que, en una sociedad que ha logrado el equilibrio entre los sexos, se extendiera el sacerdocio a las mujeres. Pero temo que no se hará. Hay quien dice (¡perdón!) que a las mujeres sacerdotes se les haría difícil guardar el sigilo de la confesión, pero eso solo les haría tener más mérito. (Espero una sonrisa.)

Salmo

Salmo 6 – El salmo de la noche

No puedo dormir esta noche. “Estoy agotado de gemir, de noche lloro sobre el lecho, riego mi cama con lágrimas.” No lloro por miedo a nadie ni por compasión de mí mismo. Sufro en la noche sin conciliar el suelo, porque sé que me he portado mal contigo, Señor, y ese pensamiento me parte el alma y ahuyenta el sueño. Acepta mis lágrimas, Señor.

No me imaginaba yo, en aquella desgraciada hora en que mi conciencia se obnubiló y el hecho triste se consumó en la sombra, que su memoria había de plantarse tan pronto frente a mis ojos para estropearme el día y robarme el sueño. Y tampoco puedo imaginarme ahora cómo pude yo olvidarme de ti en aquel triste momento y obrar como si tú no existieras, como si tú no estuvieras presente sufriendo el desplante de que yo te hacía objeto en mi hermano con gesto insensato. Lo hice con frialdad, como todos lo hacen cuando defraudan a otro en la cruel competencia de este mundo sin ley. Lo hice y me encogí de hombros creyendo que todo quedaría en eso.

Pero no quedó. Vino la noche, y con la soledad y la oscuridad cayó el débil soporte de la hipocresía que me rodeaba, y me quedé solo con mi conciencia y mi acción y las lágrimas sobre mi lecho. Me abruma la pena, y no es sentimiento fingido de arrepentimiento oficial, sino el triste constatar que, si te he fallado hoy con facilidad tan irresponsable, lo mismo puedo volver a hacerlo cualquier día y a cualquier hora, y eso me preocupa y me humilla. ¿Cómo puedo volver a fiarme de mí mismo? ¿Cómo puedo decir que amo a mi hermano si lo traiciono tan fácilmente? Y si no amo a mi hermano, ¿cómo puedo decir que te amo a ti? Y si no te amo a ti ¿cómo puedo dormir?

Mi vigilia hoy no es penitencia, sino amor; no es para implorar perdón, sino para despertar a mi alma; o sí, es para implorar perdón que sea curación y remedio, para pedir misericordia, y con ella la mayor misericordia, que es la gracia de no volverlo a hacer.

“Misericordia, Señor, que desfallezco: cura, Señor, mis huesos dislocados: tengo el alma en delirio.”

“Vuélvete, Señor, ibera mi alma. Sálvame por tu misericordia.”

“El Señor ha escuchado mi súplica: el Señor ha aceptado mi oración. El Señor ha escuchado mis sollozos.”

Meditación

“Mirad las aves del cielo: no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros: y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Observad los lirios del campo, cómo crecen: no se fatigan ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe?!

(Sermón del Monte)

Jesús vive cerca de la naturaleza, y de ella toma, al hablar, su inspiración y sus imágenes. Predica al aire libre y dice lo que ve y saca lecciones de lo que observa. Las aves del cielo y los lirios del campo, y otro día el sembrador y la cizaña, o la levadura y la mostaza, y la higuera y la vid. Todo es enseñanza en sus manos, porque en todo ve la presencia del Padre que da vida a cada ser y sentido a cada situación. El evangelio nació al aire libre.

Él mismo nos indica lo que nos falta para tener esa visión y adquirir esa confianza. Nos llama “hombres de poca fe”. Y con eso señala nuestra debilidad y explica nuestra pobreza. Nuestra mirada es corta y superficial. No vemos lejos, no vemos dentro, no penetramos la superficie, no llegamos al misterio. No vemos la providencia en una flor ni la vida del hombre en el sarmiento de una vid. Nos falta imaginación, nos falta profundidad, nos falta fe. Nos falta caer en la cuenta del alcance de la encarnación, por la cual Dios se hace hombre, el aire que respiramos lo ha respirado él, y la tierra que pisamos la han pisado sus plantas. Ojos de hombre, que eran visión de Dios, han visto misterios en las mieses del campo y profecías en las nubes del cielo. Y con eso nos han abierto en gesto magnánimo, la facultad de ver maravillas en la vida ordinaria y milagros en la campiña. Paisajes de la fe.

Tras el origen de la creación viene la presencia de la encarnación. La naturaleza, que ya era sagrada por venir de las manos de Dios, se adentra aún más en el santuario al ser asumida por el mismo Dios. La máxima unión entre materia y divinidad. El contacto vivo entre tierra y cielo. Dios toma el alimento que nosotros tomamos. Todo queda santificado porque él ha estado aquí.

“Salió el sembrador…”. Y desde aquel momento, nadie ha podido ver un campo en v sin ver el él la semilla, la palabra, la gracia, los arbustos que ahogan y la cosecha del ciento por uno. Vino Jesús…, y todo el mundo se hizo parábola. Sepamos entenderla.

 

Día 15
Os cuento

Habla el Padre General

Esto he leído en la revista jesuita JEEVAN (Vida) de la India:

En su homilía ante 2000 jóvenes peregrinos de la JMJ en el Brasil, el Padre General de los jesuitas, Adolfo Nicolás, les contó el caso de un obispo de Camboya que puso la imagen de una jirafa en su escudo episcopal. La explicación era la siguiente. La jirafa tiene un corazón grande y fuerte, ya que ha de elevar la sangre hasta la cabeza que está muy alta con un cuello tan largo, y luego, por el mismo largo cuello y su versatilidad, tiene una alta visión de las cosas en todo el horizonte de 360º. Un gran corazón y unas altas miras son lo que todos deberíamos tener en la vida. Para colmo, digo yo, las jirafas tienen unas pequeñas antenas para captar vibraciones todo alrededor. Y largas orejas movibles y orientables. Todo un centro de comunicaciones. Y eso es lo que había de ser un buen obispo para su diócesis.

Un amigo poeta

Me invitaron una vez en la India a ir a Bombay a dar una charla a la comunidad gucheratí de aquella ciudad sobre cualquier tema que yo escogiera. Yo propuse hablar sobre un gran poeta gucheratí de Bombay, Karsandas Manek y su colección de poesías, «Mi lámpara ante Dios», que durante años me sirvió de libro de oraciones en mi propia devoción. Una breve muestra de su poesía con la queja eterna que en este mundo les va mejor a los malos que a los buenos:

«Yo me quejo, Creador,
tus caprichos me confunden.
En tu mar flotan las piedras,
mientras las flores se hunden.»

Me recuerda la copla castellana:

«Vinieron los sarracenos
y nos molieron a palos;
que Dios ayuda a los malos
cuando son más que los buenos.»

Un día dábamos una charla juntos, y él se refirió a mí como «verdadero vishnuita», es decir, devoto de Vishnu, y dijo de mí: «El padre es un buen cristiano, y al ser un buen cristiano es un buen hindú, porque Dios no hay más que uno.» – Me pareció un buen cumplido.

Me contáis

Consulta: Me dicen y creo y estoy convencida de que hacer un rato de oración mental todos los días es muy bueno, y tengo tiempo y quiero hacerlo, pero no sé cómo. ¿Me puede indicar algo?

Respuesta: El tener el deseo ya es cosa muy buena. Lo malo de la «hora de meditación» que asociamos con la vida religiosa es que la hemos convertido en algo muy solemne que tradicionalmente requiere «tomar puntos» de algún libro clásico la noche anterior, que sean precisamente tres puntos, y luego hora fija a toque de campana por la mañana con conciencia activada de la presencia de Dios, acto de adoración y postura alternada de rodillas, de pie, y sentados. Toda una ceremonia. Sencillamente simplifica. Piensa en Jesús y habla con él. Abre el evangelio y lee cualquier pasaje. Y escucha lo que Jesús te dice. Con toda naturalidad.

Salmo

Salmo 7

Te llamo, Señor, «mi refugio» y «mi escudo», y en verdad lo eres, y yo quiero entender en tu presencia los modos y caminos que tienes de protegerme y defenderme. Al decir «refugio», no pienso en una cueva escondida en altas montañas donde yo fuera a huir lejos del alcance de mis enemigos; ni tampoco me imagino que tú pones un escudo ante mí para que nadie pueda herirme y yo salga ileso. Eso es protección externa mientras que tú estás dentro de mí.

Tú no me proteges desde fuera, sino desde dentro. No tengo que acogerme a ti, porque yo estoy en ti y tú estás en mí. Tú proteges mi cuerpo dándome un organismo sano, e informando mi alma con tu gracia. Tú me defiendes identificándote conmigo, y esa es mi fortaleza.

Cuando en la vida me encuentro con una dificultad y pienso en ti, no es para pedirte que quites la dificultad, sino que me des fuerzas para enfrentarme a ella; no es para imponerte a ti mi solución, sino para aceptar la tuya, sea la que sea; no es para forzarte a ver las cosas como yo las veo, sino para aprender a verlas como tú las ves. Tú eres mi fortaleza, porque tú eres mi ser.

Me oirás a veces, Señor, quizá demasiadas veces en estos Salmos, hablar de otros como «enemigos». Espero que entiendas mi lenguaje y adaptes su sentido. No es lenguaje de odio, sino de angustia; no desprecio a nadie, pero sufro por las acciones de otros y me desahogo ente ti con el lenguaje más breve que viene a mis labios. Vivo en un mundo regido por la competencia, donde el éxito del otro es una amenaza a mi propio avance, donde la mera existencia de millones a mi alrededor me quita a mí el sitio de vivir. Cada persona delante de mí en una cola es un «enemigo»; cada conductor que por una fracción de segundo se me adelanta a aparcar en el único sitio libre es mi «enemigo»; cada candidato que aspira al mismo puesto de trabajo que yo pido y necesito es mi «enemigo». Claro que todos ellos son mis hermanos, y yo los abrazo y los amo ante ti. No deseo mal a nadie, y no causaré mal a nadie a sabiendas. Aunque use lenguaje de guerra, estoy en paz con todos, y a todos los acepto en tu amor.

Lo que sí temo es que la competencia que sufro se vuelva injusta; que influencias, sobornos, engaños me priven a mí del puesto o la recompensa que en justicia merezco; ese es el contexto en el que la palabra «enemigo» ha surgido en mi lenguaje y se ha metido en mis oraciones. Por eso la protección que te pido es protección contra los medios injustos que otros usen para eliminarme, para que no caiga yo víctima de ellos y así no sienta la tentación de odiar a nadie. Protege mi vida y mi trabajo para que la palabra «enemigo» no tenga ya ocasión de asomarse a mis labios. Hazme justicia para que yo pueda creer en el hombre. Defiéndeme de la envidia para que se me haga fácil mirar con bondad a los que me rodean. Esa es la protección que de ti deseo, Señor.

«Yo daré gracias al Señor por su justicia,
Tañendo para el nombre del Señor Altísimo.»

Meditación

“Dijo Dios a Noé: ‘Nunca más volveré a maldecir el suelo por causa del hombre. Mientras dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche no cesarán. Pongo mi arco en las nubes, y servirá de señal de la alianza entre mí y la tierra’.”

Noé es el gran patriarca del ecologismo. Él recibió la promesa de Dios de  no volver a inundar la tierra, de la regularidad de las estaciones y del favor divino sobre todo lo que había creado. Y como sello de la alianza, la imagen multicolor del arco alegre sobre nubes grises de lluvia. La reconciliación del hombre con su entorno. La amistad de la naturaleza. La paz ecológica. Sobreviviente del diluvio y restaurador del orden universal. Vínculo con eras perdidas en el pasado, y continuidad con esperanzas soñadas para siempre. Testigo de excepción en la historia amenazada y rescatada de la humanidad.

En su dimensión más profunda el ecologismo es ecumenismo porque nos une a hombres y mujeres de todos los países y creencias en nuestra común relación con la naturaleza y todo lo que la representa en gozo y en temor, en uso y en abuso, en respeto a las fuerzas de la creación y vislumbre de la majestad que se esconde en ella. Al probar vínculos que nos unan en la búsqueda sincera de un futuro mejor, en justicia vital y en fe transcendente, para la raza humana en su presente crisis de luces y valores, haremos bien en rescatar la dimensión religiosa del ecologismo para unificar y revitalizar su potencial de redención humana. Lo que nos une, nos vivifica. Todos somos iguales ante la tormenta.

El tema del diluvio es aviso frente a los abusos cometidos en desprecio y explotación del patrimonio exageradamente monopolizado; y es también esperanza, porque después de la prueba surge siempre el género humano renovado para un nuevo comienzo. Si escuchamos a tiempo el aviso, podemos evitarnos la prueba. Sigamos escuchando.

Día 1
Os cuento

Una vez un amigo escritor gucheratí en la India me pidió ayuda para traducir los poemas de San Juan de la Cruz al gucheratí que iba a publicar en una revista cultural del Gucherat. Él sabía español, y desde luego gucheratí, y tenía experiencia de traducir pues había traducido ya muchos textos del inglés. Pero aun así la tarea era ahora difícil, o más bien casi imposible, parte por la mayor distancia de los dos lenguajes y parte por la perfección de la estrofa original en su medida y en su rima. Un ejemplo que desafía traducción a cualquier lengua:

“Quedéme y olvidéme.
El rostro recliné sobre el Amado.
Pasó todo y déjeme,
Quedando mi cuidado
Entre las azucenas olvidado.”

No hay manera. A mí me ha tocado vivir en tres lenguas, español, inglés y gucheratí, y me consuela pensar en lo que San Juan Berchmans decía que tenemos tantas almas como lenguas sabemos. Aún podría añadir el latín que hablábamos felices por los campos de Salamanca cuando estudiábamos de jóvenes los clásicos. Y el latín en Salamanca sonaba a gloria. Aunque también había quienes callaban en latín durante todo el paseo.

Dicen que toda traducción es traición, pero también es necesidad para acercarnos a todos a lo que no todos podemos leer en el original. Recuerdo aquí una anécdota lingüística. En Madrás, donde conviví yo con jesuitas de varias nacionalidades y lenguas, uno de ellos era inglés auténtico, el P. Leigh, y otro alemán no menos auténtico, el P. Basenach. Ambos de gran carácter y personalidad. Un día Basenach dijo en algún contexto: “This is unbelievable”, y Leigh asintió, “Yes, it is incredible”, y luego otra vez Basenach: “This is quite unlikely”, y Leigh repitió, “Yes, it is quite improbable.” Con lo que Basenach le dijo a Leigh: “Padre, usted no hace más que poner en latín lo que yo estoy diciendo en inglés.” Sin que nadie hubiera caído en la cuenta aunque todos sabían que “improbabile” en latín es “unlikely” en inglés, e “incredibile” es  “unbelievable”.

Leigh era el encargado de darnos una charla mensual a la comunidad, a la que Basenach se negaba a asistir, y luego nos decía con fingida preocupación su problema: “No sé cómo me las voy a arreglar en el cielo, porque el cielo para Leigh consistirá en darnos a todos una charla cada mes, mientras que para mí consistirá en no asistir a ella. Tendré que irme a otra nube.” También los alemanes tienen sentido del humor. Aunque quizá su preocupación era sincera.

Me contáis

Me escribes: Soy una novicia en una congregación religiosa. Acabo de terminar los Ejercicios de Mes en los que he disfrutado muchísimo, y ahora estoy viviendo en una nube de alegría y felicidad, pero las novicias de más experiencias me advierten que estos fervores pasarán, y me asusta pensar en eso. No puede ser. Esto está echando a perder mi buen humor espiritual de ahora. ¿Qué puedo hacer?

Te contesto: Me estás haciendo reír, cariño. Este estado de devoción gloriosa pasará, y antes de lo que te imaginas. La vida es larga, y su valor está precisamente en pasar por todos esos períodos de alegría y tristeza, entusiasmo y aburrimiento, esperanza y miedo, y luego seguir adelante a través de todo ello y aprender a tomar la vida como viene y mantenerse en marcha con fe. No podemos estar siempre en la cumbre de la montaña. Acuérdate de lo que Jesús y Pedro hablaron en la gloriosa experiencia del Monte Tabor. Y luego sigue adelante con tu noviciado y con tu vida.

Salmo

Salmo 8

“¡Señor, dueño nuestro,
Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”

Soy un enamorado de la naturaleza. Amo los cielos y la tierra, los ríos y los árboles, las montañas y las nubes. Puedo sentarme enfrente del mar, fuera de la esfera del tiempo, y mirar con ojos de eternidad el juego de las olas y las rocas, ajedrez de blancas crestas y oscuras sombras sobre el tablero sin límites de la creación. Puedo contemplar el curso de un río y el bailar de las aguas y el cantar de las piedras y sentir su alegría como mi propia alegría en mi correr hacia el mar. Puedo sentarme bajo un árbol y sentir su vida como mía en el surgir de la savia desde las raíces ocultas hasta las hojas bailarinas. Puedo flotar a la deriva con una nube, volar con un pájaro o, sencillamente, quedarme sentado con una flor, sentada ella misma en el color y la fragancia de su vida desde el rincón oscuro de la selva en el que nace y muere.

Me identifico con la naturaleza… porque la naturaleza eres Tú.

La naturaleza recoge el frescor de tus dedos, la vida de tu aliento, el temblor de la majestad de tu presencia, la serena alegría de tu bendición de paz. Disfruto de una puesta de sol, porque es obra exclusivamente tuya, y no hay mano humana que pueda retocarla; y, como es exclusivamente tuya, me trae en imagen virgen el mensaje directo de tu presencia. Y disfruto cuando en la oscuridad de la noche que habla de intimidad te veo trazar sobre el cielo tu firma de estrellas. ¿Entiendes ahora por qué me gusta mirar al cielo por la noche para descifrar con fe y con amor el código secreto de su caligrafía celeste?

“Contemplo el cielo, obra de tus dedos,
la luna y las estrellas que has creado”,
y me digo a mí mismo con alegre orgullo.
“Señor, Dios nuestro,
‘¡qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”

En medio de esa maravilla me veo a mí mismo. “¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él?” Átomo de polvo en un mundo de luz. Pero en ese átomo que soy yo hay toda otra creación más maravillosa que el cielo y las estrellas. La maravilla de mi cuerpo, el secreto de mis células, el relámpago de mis nervios, el trono de mi corazón. Y el temblor de mi alma, la centella de mi entendimiento, el gozo de sentir y la locura de amar. La maravilla que llevo dentro, y tu firma también sobre ella. Sonrío cuando me dices que me has hecho rey de la creación, solo inferior a ti. Sé de mi pequeñez y mi grandeza, de mi dignidad y mi nada, y reconociendo ambos extremos acepto con sencillez la corona de rey de la creación, la de dentro y la de fuera, quiero disfrutar de ambas plenamente, de los ríos y de las montañas tanto como de la conversación y del humor: de las palabras de los hombres y del murmullo de los bosques, de familia y estrellas, amigos y árboles, libros y pájaros, vientos y música, silencio y oración…; disfrutar de todo como sé que tú quieres que yo disfrute para gozo de mi corazón y gloria de tu nombre.

“¡Señor, dueño nuestro,
qué admirable es tu nombre en toda la tierra!”

Meditación

Y la mariposa dijo…

Y la mariposa dijo: “Os avisé.”
Chamalú

¿Hace cuánto no has visto volar una mariposa? ¿Días, meses…, quizá años? ¿Cuál fue la última vez que te sorprendió el palpitar del abanico viviente de alas ingrávidas en leve trayectoria de color? ¿Cuándo viste por última vez a una mariposa posarse en una flor y observaste sus antenas erectas y la espiral de su trompa expertamente desenroscada en busca del néctar oculto en el seno de la flor?

En mi niñez yo veía mariposas todos los días, no ya en el campo, sino en medio de la ciudad que era menos asfalto y más jardín que ahora. Sólo en invierno las echaba de menos, y esperaba la aparición de la primera mariposa como certificado vivo de la llegada de la primavera. Incluso las atrapaba sigilosamente entre mis dedos para observar de cerca sus geométricos dibujos, admirar la viveza de sus colores,  dejarlas marchar guardando sólo entre mis dedos el recuerdo impreso del mágico polvillo de sus alas de hada. Eso era cuando yo era inocente y el aire era limpio. Ahora no veo mariposas por la calle. ¿Dónde estarán?

Nos dicen que un buen índice de la salud ecológica de una región es el número de mariposas que en ella se ven. Si eso es así, andamos mal de salud. Las mariposas se retiran porque el aire se enturbia, la hierba se marchita, las flores se van. Y al marchitarse se llevan con ellas la consolación que nos quedaba de ver su alegre presencia y recibir su testimonio valioso acerca de nuestro entorno vital. Hoy no están, y su ausencia nos hace sentir la pobreza entristecida del aire que respiramos y la tierra que pisamos. Hemos perdido el certificado de buena conducta. Algún castigo nos llegará.

¿Qué es perder una mariposa? Es perder naturaleza, perder patrimonio, perder creación. Dios creó generosamente la multiplicidad de seres vivos para compañía, servicio y alegría del hombre y la mujer que eran imagen suya, y a quienes quiso manifestar así su amor profundo y su providencia cuidadosa. Herencia paterna que adorna y acomoda la casa en que los hijos han de vivir. Conservar esa casa es deber de familia. Por eso la ecología es virtud y el cuidado del entorno es reverencia a Dios. Toda pérdida de herencia es deslealtad al Padre que nos la legó.

Y seguimos perdiendo. Planta a planta, mariposa a mariposa, especie a especie. La lista aumenta cada día. Perdemos follaje, perdemos trinos, perdemos vida. Y la pérdida es siempre irreparable. La mariposa que se va, no vuelve. Por eso quiere avisarnos antes de marcharse. Para que no se nos haga demasiado tarde.

La mariposa nos avisa con su desaparición paulatina Cada ala de menos en nuestros jardines es un peligro más para nuestro futuro. Despertemos a tiempo al mensaje. Antes de que llegue el día en que la mariposa ya no esté aquí para advertírnoslo.

 

Día 15
Os cuento

Una cita de un libro que acabo de leer, “Lo que mueve mi vida”, Jay Allison, Plataforma Editorial, Barcelona 2007.

p.164 “Creo en la teoría del cincuenta por ciento. La mitad del tiempo, las cosas van mejor de lo que cabría esperar normalmente; la otra mitad, van peor. Creo que la vida es pendular. Lleva tiempo y experiencia comprender qué es lo normal, y eso da la perspectiva necesaria para enfrentarse a las sorpresas del futuro. Todas las cosas buenas que ocurren compensan las malas. No pueden estar mucho tiempo por debajo de lo normal. Se me debe algo y saboreo los tiempos idílicos. Estos me infunden nuevo vigor para la próxima sorpresa desagradable y me dan la seguridad de que prosperaré. La teoría del cincuenta por ciento me ayuda a salir de todas las crisis desagradables sabiendo que si me ha tocado algo malo, me va a tocar pronto algo bueno.”

Yo lo digo de otra manera con terminología matemática que la vida es un “juego de suma cero”. Es decir, que a lo largo de la vida las cosas agradables y las desagradables empatan. Ya sé que me daréis mil ejemplos en que no es verdad. Pero yo no los creeré. Yo seguiré creyendo que a la larga se equilibran los dos platillos, eso sí, a una altura o a otra según distintas personas en distintas circunstancias, y la suma seguirá siendo cero. Más o menos. Eso ayuda a enfrentar los momentos desagradables, que también los hay para todos.

Soy tan optimista que cuando me ocurre algo desagradable me alegro pensando que ahora pronto me vendrá algo correspondientemente agradable para equilibrarlo. No tengo prueba alguna de ello, pero sí convicción absoluta. Es mi fe en el equilibrio cósmico. Mi respeto a la voluntad de Dios. Mi experiencia en sentir mi vida y conocer las de otros. Mi truco para convertir el momento desagradable en transición hacia lo agradable. Es decir, hacer trampa para que lo agradable y desagradable quede oficialmente empatado según el árbitro, mientras que en realidad el rato desagradable me lo he pasado yo convencido de que cuanto peor lo pase ahora, mejor lo voy a pasar muy pronto. Con lo cual todo resulta agradable. Se equilibra la cuenta. Y siempre gano yo por dentro. Os aseguro que resulta.

Me contáis

Muchos me preguntáis qué me parece el papa Francisco. El primer papa jesuita. Y eso con el voto que hacemos los jesuitas de no aceptar dignidades eclesiásticas, es decir de no ser obispos, y mucho menos papas. Pero, claro, cuando lo eligen a uno, tiene que aceptar, que también está el voto de obediencia. Yo digo que para mí este papa tiene la mejor recomendación del mundo, y es que ha leído mis libros. Me lo dijo él mismo hace años en Buenos Aires. Espero se le note.

Salmo

Salmo 9 – Oración por los oprimidos

«El Señor será refugio del oprimido,
su refugio en los momentos de peligro.
Confiarán en ti los que conocen tu nombre,
porque no abandonas a los que te buscan.»

La conciencia de la injusticia y la defensa de los oprimidos estaban muy presentes en el corazón de los que primero hicieron y rezaron estos Salmos, y ese pensamiento me consuela, Señor. La lucha por el pobre existe desde que tu Pueblo existe. «El clamor del pobre» y «los gritos de los humildes» suenan en tus oídos desde que este Salmo se cantó en Israel. La oración «No te olvides del pobre, Señor,…, el pobre se encomienda a ti» es la primera oración de tu pueblo como pueblo, con su conciencia de grupo y su sentido de justicia; y tu pronta respuesta queda también grabada en el Salmo con segura gratitud:

«Señor, tú escuchas los deseos de los humildes,
les prestas oídos y los animas;
tú defiendes al huérfano y al desvalido:
que el hombre hecho de tierra no vuelva a sembrar su terror.»

Y, sin embargo, Señor, «el hombre hecho de tierra» sí que «ha vuelto a sembrar su terror». La situación de injusticia que provocó el grito de este Salmo sigue existiendo hoy sobre la tierra; la explotación del hombre por el hombre no ha desaparecido aún de la sociedad que llamamos civilizada; sigue habiendo injusticia y desigualdad y aun esclavitud entre los hombres que tú has creado para ser libres. Estas palabras, bien antiguas, siguen, por desgracia, siendo nuevas hoy:

«La soberbia del impío oprime al infeliz
 y lo enreda en las intrigas que ha tramado.
El malvado se gloría de su ambición,
el codicioso blasfema y desprecia al Señor.
Su boca está llena de maldiciones, de engaños y de fraudes;
su lengua encubre maldad y opresión;
en el zaguán se sienta al acecho
para matar a escondidas al inocente.
Sus ojos espían al pobre;
acecha en su escondrijo, como león en su guarida,
acecha y se encoge, y con violencia cae sobre el indefenso.»

También hoy se mata al inocente, Señor; también hoy se despoja al indefenso y se oprime al humilde; también hoy los hombres viven en el temor y en la indigencia. Tu mundo aún está manchado por la injusticia, y tus hijos sufren en la miseria. También hoy, Señor, la humanidad consciente se yergue dolorida ante el clamor de los pobres.

El clamor se hace más urgente hoy, porque «el malvado» ya no es un individuo aislado. La opresión no viene de personas concretas a quienes la autoridad pudiera fácilmente reducir. La opresión hoy viene de la misma autoridad, de la sociedad, del grupo, del sistema, de los complejos intereses creados que la avaricia y la ambición y el orgullo y el poder han entretejido en las fibras mismas de la sociedad para el lucro de unos pocos y el más abyecto abandono de millones de tus hijos. Por eso mi oración es hoy más profunda, y mi angustia más extensa, y rezo con mayor insistencia las palabras que tú me inspiraste un día.

«Levántate, Señor, extiende tu mano;
no te olvides de los humildes.
A ti se encomienda el pobre,
tú socorres al huérfano.
Rompe el poder del malvado,
pídele cuentas de su maldad para que desaparezca.”

Sigo pensando, Señor, y ahora descubro en mí mismo con alarma las raíces de la misma maldad. También yo soy causa de dolor y sufrimiento para otros; también yo siento en mí mismo la desdichada hermandad con los «malvados» y descubro dentro de mí las mismas desviaciones que, cuando se desmandan, llevan a otros la miseria que todos deploramos.

Siento en mí la marea de las pasiones, la ambición, la envidia y el poder, y sé que por esas pasiones hago daño a gente a mi alrededor. Por eso, cuando pido por la liberación, pido también por mí. Libérame de la esclavitud de mis impulsos y de la temeridad de mis juicios. Aparta de mí el deseo de dominar a los demás, de imponerme a otros, de manipular y mandar. Acalla en mí la sed de poder, el instinto de la ambición. Libérame en verdad y profundidad de todo lo que en mí hace daño a otros, para que pueda ser yo instrumento de liberación de los demás.

Arranca el mal de mi vida, y luego, a través de mí, de la de todos aquellos que me encuentro en mi camino y a quienes puedo influenciar en nombre tuyo, para que entre todos hagamos un mundo más justo, y juntos  demos gracias y alabanza.

«Piedad, Señor, mira cómo me afligen mis enemigos,
levántame del umbral de la muerte,
para que pueda proclamar tus alabanzas
y gozar de tu salvación en las puertas de Sión.»

Meditación

El monte Fuji

“Al abrir mi ventana todas las mañanas,
Veo el monte Fuji.

Nos alegramos mucho. Quizá envidiamos también al sabio japonés que nada más con abrir la ventana de su casa por la mañana puede disfrutar de la vista, a un tiempo artística y sagrada, del monte perfecto en su cono de nieve, cargado de tradición y de sentimiento, símbolo de un pueblo, de una fe, por un esfuerzo por elevarse desde una base terrestre hasta un vértice de nubes en contacto con el mismo cielo. Una vista así cada mañana consagra y eleva el resto del día con el recuerdo gráfico y emotivo del destino eterno que nos espera y al que nos acercamos día a día en peregrinación agradecida. Feliz el hombre que comienza el día ante el triángulo sagrado del monte Fuji.

La cosa cambia un poco cuando nos enteramos de que el sabio japonés que pronunció esas palabras vivía muy lejos del monte Fuji, de hecho, vivía en otra isla del Japón desde donde ni siquiera en el horizonte se divisaba tierra alguna, y además su casa estaba en un pueblecito pequeño de casas apiladas donde lo único que veía al abrir la ventana por la mañana era la pared del vecino con su color deslucido y sus manchas de tiempo. Para el colmo, el buen hombre nunca había salido de su pueblo y nunca había visto el monte Fuji en su vida, y solo lo conocía a través de poemas y pinturas, como un nombre, un símbolo, una imaginación. ¿A qué venía pues, el decir que veía el monte Fuji desde su ventana? ¿Era presunción? ¿Era deseo objetivado? ¿Era licencia poética¿ ¿Era nostalgia? ¿Era sueño?

Era algo más sencillo y más profundo al mismo tiempo. El sabio había aprendido a valorar la vida ordinaria, a tomar cualquier incidente como manifestación de la vida, a descubrir nobleza en lo vulgar  y belleza en lo trivial, a saber que cada palabra es mensaje y cada rostro revelación, a ver la creación entera en una hoja de hierba, y el monte Fuji en una pared de barro. Había encontrado el sentido sagrado de la existencia, el alma del universo, la unidad del cosmos. No necesitaba vivir en un monte sagrado o una gruta solitaria. No necesitaba imágenes ni paisajes. No necesitaba escrituras ni ritos. Por todo ello había pasado con devoción y respeto, y todo ello lo había llevado a la contemplación directa de todo en todo, del cielo en la tierra, de lo divino en lo humano, del monte Fuji en la pared de enfrente. Así lo veía todas las mañanas y bendecía su día con la presencia remota pero cercana del espíritu en la materia. Ojos de fe que ven redención en cada suceso y gracia en cada gesto. Ese era el secreto del escondido adorador del monte Fuji.

Ese es el secreto de la elevación del alma en medio de la rutina diaria. La contemplación del monte Fuji cada mañana al abrir la ventana. El culto de lo cotidiano. La novedad de lo repetido. La sorpresa de lo aburrido. La reconciliación con las cosas tal como son y con la vida tal como es. El gozo del presente sin esperar a triunfos de futuro. El saludo a la pared de enfrente sin envidiar a los vecinos del Fuji. Esa actitud cada mañana es la más apropiada para vivir bien el día.

Yo incluso sospecho que los vecinos del Fuji que lo ven en realidad desde sus casas a cualquier hora, acaban por acostumbrarse, aburrirse y dejar de mirarlo. Más vale el sabio lejano que sigue adivinándolo porque nunca lo ha visto. Eso es fe.

Día 1
Os cuento

¿Sabéis lo que es la oración por anhélitos? Probablemente habéis oído el nombre si habéis hecho los Ejercicios de san Ignacio en toda su extensión, pero no se usa mucho aunque es muy práctica y muy oriental. Es la oración de la respiración, y por eso es tan natural y sencilla como el respirar. San Ignacio llama al método “orar por compás”, y lo describe como sigue:

“El tercer modo de orar es que con cada un anhélito o resollo se ha de orar mentalmente diciendo una palabra del Pater noster o de otra oración que se rece, de manera que una sola palabra se diga entre un anhélito y otro, y mientras durare el tiempo de un anhélito a otro, se mire principalmente en la significación de la tal palabra, o en la persona a quien reza, o en la baxeza de sí mismo, o en la diferencia de tanta alteza a tanta baxeza propia: y por la misma forma y regla procederá en las otras palabras del Pater noster y las otras oraciones, es a saber, Ave María, Anima Christi, Credo y Salve Regina hará según suele.”

Esta manera de oración es mucho más antigua que san Ignacio, y se practica mucho en la India donde es parte de la tradición hindú. Un día iba yo de mañana en invierno a tener misa en un convento en el Monte Abu y hacía mucho frío. Yo iba bien envuelto en jersey y bufanda, y andaba deprisa, con lo que adelanté a una mujercita que subía a esa hora de la llanura con una carga enorme de leña sobre su cabeza a venderla en el bazar del pueblo. Me dio pena verla. Yo iba sin carga y más deprisa, y al adelantar noté que ella iba recitando por lo bajo una plegaria. Repetía con sus pasos y con su misma respiración aunque ella no se daría cuenta de eso: “¡Oh mi Dios, oh mi Señor; oh mi Dios, oh mi Señor!” a cada paso sin parar. En el convento estaría yo bien calentito, y después de la santa misa las buenas monjas me darían un buen desayuno humeante en buena compañía. Y la pobre mujer seguía penosamente con su carga. “¡Oh mi Dios, oh mi Señor!”

Para colmo me recordó la canción del gibarito que aprendí en Venezuela, y me vino con fuerza a la mente en aquel momento con su música y todo.

“Sale loco de contento
con el cargamento
para la ciudad,
¡ay! para la ciudad.

Lleva todo un mundo lleno
de alegres pensamientos
de felicidad,
¡ay! de felicidad!

Y alegre
el gibarito va,
diciendo así, cantando así por el camino:
Si vendo mi carguita,
mi Dios bendito,
un traje a mi viejita
le he de comprar.

Pasa la mañana entera
sin que nadie quiera
su carga comprar,
¡ay! su carga comprar.
Todo, todo está desierto,
desolado y muerto
de necesidad,
¡ay! de necesidad.
Y triste
el gibarito va
diciendo así, cantando así por el camino.
¿Qué será de mi viejita,
mi Dios bendito,
qué será de mi viejita
y de mi hogar?

¡Borinquen, la tierra del Edén,
la que al cantar el gran Gautier
llamó la perla de los mares.
Déjame que te cuente
mis mil pesares,
déjame que me muera
yo también.”

¿Os ha gustado? A mí se me saltan las lágrimas. Soy muy sentimental.

Me contáis

Pregunta: ¿Por qué se le llama al Espíritu Santo “el gran olvidado?”

Respuesta: Porque sencillamente lo olvidamos. Rezamos con fervor a Jesús, y nos acordamos del Padre también con alguna frecuencia sobre todo al rezar el padrenuestro, pero del Espíritu Santo nos acordamos bien poco en la práctica aparte del “Gloria al Padre” y de su fugaz mención al santiguarnos si es que pronunciamos su nombre y no nos santiguamos solo con rápido gesto. Fuera de la fiesta de Pentecostés, que además por ser en domingo no parece tanta fiesta, apenas entra en nuestra devoción y atención. Santa Teresa lo llamaba “mi palomica”, y en él buscaba la inspiración que bien sabemos llena sus escritos. En cierto sentido es lo que nos caracteriza a los cristianos, pues a Dios como Padre lo consideran otras religiones, y el hinduismo tiene también la encarnación de Dios en Krishna (que para colmo nos recuerdan en la India que los nombres de Krishna y Cristo se parecen, y ambos tienen el parto virginal y la matanza de los inocentes similar en su nacimiento). Todas las religiones tienen sus puntos de contacto, y a todas debemos apreciar mientras abrazamos la nuestra.

Salmo

Salmo 10 – El coraje de vivir

Hoy estoy otra vez bajo el ataque de ese pesimismo siniestro que se mete a veces por los pasadizos del alma, en la oscuridad de la noche, hasta el centro mismo del ser. El deseo de desentenderme de todo y desaparecer, de renunciar a la vida, de dimitir de mi puesto de hombre en el que he sido tan manifiesto fracaso. Estoy cansado, Señor, cansado hasta los huesos, y mi único deseo es tumbarme y dejarlo todo en paz. Que pase lo que pase. Estoy cansado de luchar, cansado de soñar, cansado de esperar, cansado de vivir  Déjame que me siente en un rincón, y que el mundo vaya por sus derroteros, quedando yo libre de toda responsabilidad de impedirlo. Tu mismo Salmo lo dice: “Cuando fallan los cimientos, ¿qué podrá hacer el justo?”

Ni siquiera tengo ganas de pensar, de hablar, y menos de rezar. Tampoco quiero ponerme a discutir contigo, a protestar, a conseguir respuestas a mis preguntas. Déjalo estar. Sencillamente, no tengo ya preguntas, o no tengo ánimo para hacerlas o para acordarme de cuáles son. Sólo sé que mis sueños no se han hecho realidad, que el mundo no ha cambiado, y que ni siquiera yo he cambiado para ser la persona ideal que había decidido ser. Nada ha resultado, ¿y para que he de seguir preocupándome? Quiero despedirme, quiero marcharme, quiero hacerme a un lado y dejar a las cosas que pasen como quieran pasar, sin que yo diga una palabra. Quiero desaparecer, y se acabó.

Sin embargo, sé muy bien que, al hablarte así, mis palabras quieren decir justamente lo contrario de lo que dicen. Estoy hablando de desesperación, precisamente porque quiero esperar; y estoy presentando mi dimisión, porque quiero seguir trabajando. Tú sabes muy bien que quiero seguir, y yo sé que quiero luchar. Mis palabras de queja han sido solo el destaparse de mi desilusión, que crecía bajo la presión de una paciencia prolongada y tenía que reventar de una vez para dar paso a la clara realidad de un sentimiento mejor. No, no me escaparé. Mi existencia le servirá de algo al mundo o no, pero mi sitio es éste, y me propongo mantenerlo, defenderlo y honrarlo. No me escaparé. No es ése mi carácter, no es mi manera de reaccionar y de hacer las cosas, y si por un momento he permitido venir a esos negros pensamientos y me he permitido expresarlos, es precisamente porque quería librarme de ellos, y sabía que la mejor manera de derrotarlos era exhibirlos. Hace falta valor para vivir, pero el valor es fácil cuando pienso en ti y te veo a mi lado.

El Salmo comenzaba con el consejo cobarde: “¡Escapa como un pájaro al monte!”. Y acaba con la palabra de fe: “El Señor es justo y ama la justicia, y los buenos verán su rostro”. Ya nunca huiré.

Meditación

En el desierto
Acontece la aurora.
Alguien lo sabe.
(Borges)

Y porque alguien lo sabe, la aurora se hace plegaria, el desierto, contemplación, y la existencia, sacramento. La presencia del hombre y la mujer en el desierto estéril dan sentido a su extensión y vida a sus arenas. El ser humano, al vivir la creación, la santifica, y la devuelve en disfrute agradecido al Creador que se la regaló al principio de todos los tiempos. La aurora es bella porque el hombre la ve.

La aurora “acontece”. Los agrandes momentos de la vida y de la historia simplemente “suceden”. Las cosas “pasan”. El hombre “es”. En la sencillez de la existencia está la majestad de lo cotidiano. “Todo lo que existe es adorable”, dijo Claudel. Nuestro papel es el ver el acontecer como acontecimiento, reconocer al pintor en el cuadro, a Dios en la aurora, a la eternidad en el desierto. Al oler la rosa, alegramos su destino. Al beber el agua, satisfacemos su existencia. Al mirar a los cielos, consagramos su esplendor. Nos han puesto en mitad de la creación para que admirándola y aceptándola y usándola y trabajándola demos testimonio de su grandeza y vivamos la gratitud de su don. Nuestra presencia da sentido al cosmos.

Y al reverenciar a la naturaleza en todas sus creaturas, evocamos también su respuesta hermana, y ellas ayudan nuestro trajinar y nuestras penas con el consuelo lejano y anónimo de la fraternidad desinteresada. Otro haiku de la misma fuente:

Lejos un trino.
El ruiseñor no sabe
que te consuela.

Si la presencia del hombre y la mujer le había prestado alma a la naturaleza, ahora la naturaleza responde y recompensa la presencia con lo mejor de su repertorio de luces y colores y nubes y paisajes. El trino del ruiseñor aleja la tristeza, la brisa de la tarde alivia el cansancio, el color de la rosa redime la vista, el perfume del campo ensancha el alma. Y todo con el desinterés ejemplar de quien no lo sabe, quien no se entera, quien lo hace porque lo hace, sin darle importancia, sin llevar cuenta, sin pedir recibo. El ruiseñor nos consuela con su alegre trino, y la lluvia nos calma con su tenue frescor. Las criaturas nos devuelven el haberlas devuelto a Dios. Ese es el círculo sagrado que justifica al mundo. Sepamos contemplar las auroras. Y sepamos dejarnos consolar por el ruiseñor. Ciclo de hombre y naturaleza. Y en el centro de todo, el Creador.

 

Día 15
Os cuento

Ante todo Feliz Navidad a todos con mucha alegría y mucha ilusión. Que estos días en lo que queda de Adviento, y luego la Navidad y el Año Nuevo, nos renueven el ánimo, nos alarguen la sonrisa, y nos llenen el corazón con los recuerdos de otras Navidades ya pasadas, y la esperanza de las que vendrán.

Aquí os cuento ahora algo obre otra religión, el sijismo, poco conocida fuera de la India.

Guru Nanak, el fundador del sijismo, fue una vez a visitar la piedra sagrada de la Kaaba en La Meca. Llegó a la ciudad por la tarde, pero como su fama le había precedido, se encontró con que el pueblo entero había salido a recibirlo. Le saludaron, le agasajaron, le pusieron guirnaldas, le pidieron que les hablase. Pero él contestó: “Ya os hablaré otro día, que a eso he venido; pero ahora estoy muy cansado pues llevo muchas millas andadas, y quiero dormir.” Se tumbó sencillamente en el suelo bajo un árbol, se envolvió en su manto y se durmió. No cayó en la cuenta de que al tumbarse se había puesto con los pies hacia La Meca, cosa que los musulmanes nunca hacen. Lo vio el muecín de la mezquita cercana que había acudido, y enseguida le despertó, le riñó y le hizo ponerse con la cabeza hacia La Meca. Así lo hizo Guru Nanak, pero ante el asombro de todos La Meca se corrió entonces y apareció otra vez en la dirección de los pies de Nanak. Éste explicó: «Nuestra vida entera debe de ser una peregrinación espiritual hacia La Meca, y por eso ella se pone delante de nuestros pies. Debemos andar siempre con nuestra fe y nuestra conducta en busca de La Meca, y eso nos recuerdan nuestros pies. Así es como llegaremos a ella.”

Me contáis

Una vez más he recibido la queja o lamento o protesta o enfado que oigo repetido con frecuencia: “¿Cómo puede Dios permitir esto?” Hay muchas cosas que nosotros, si fuéramos Dios, no permitiríamos desde luego, y siendo omnipotentes no dejaríamos que sucedieran. Pero por lo visto Dios piensa de otra manera y las deja pasar, aunque a él tampoco le gusten. La libertad que nos ha dado es más importante. Basta con pensar que si no tuviéramos libertad, nuestras buenas obras tampoco tendrían ningún mérito, de modo que el precio de nuestras buenas acciones es precisamente la posibilidad de cometer las malas.

Salmo

Salmo 11 – Palabra de Dios y palabra de hombre

Vivo en un mundo de palabras, y acuso el cansancio y la molestia de tener que estar escuchando todo el día palabras que no dicen nada o dicen lo opuesto de lo que quieren decir, palabras que halagan y palabras que amenazan, palabras que seducen y palabras que engañan. El cumplido, la excusa, el disimulo, y la mentira desnuda. Nunca acabo de saber si puedo fiarme de lo que oigo o creer lo que leo. Me siento cohibido ante la jactancia de “los labios embusteros y la lengua fanfarrona” que refiere tu Salmo: “La lengua es nuestra fuerza, nuestros labios nos defienden, ¿quién nos dominará?”

Y luego me vuelvo, Señor, a tu Palabra. Tu Palabra es una y eterna, tu Palabra crea y da vida. Tu Palabra me llega, firme y vivificante, en las páginas de tu Libro, en el silencio de mi corazón, en los cantos de tu liturgia y en la encarnación de tu Hijo, el Verbo que es verdad y vida frente a la mentira que es el mundo La contemplación de tu Palabra es mi refugio y refrigerio en medio de la avalancha de palabras falsas que me inundan todo el día. Tu Palabra es mi salvación.

“Las palabras del Señor son palabras auténticas,
Como plata limpia de ganga,
Refinada siete veces.
Gracias, Señor, por la plata refinada.”

Meditación

Lo que el ladrón no se llevó

“Al ladrón se le olvidó
La luna en la ventana.”
(Ryokan)

El ladrón se llevó todo a lo que pudo echar mano. No había mucho en la celda del monje, pero siempre encontraría alguna ropilla, algún objeto, un cuenco limpio o un bastón largo, y eso se llevó el profesional del bolsillo ajeno al amparo de la noche cómplice. El monje, alerta siempre a los ruidos de la existencia, despertó a tiempo para ver la sombra sigilosa y comprender el despojo doméstico a que había sido sometido Notó las ausencias, pero miró a la ventana, marco de luna llena en noche estrellada, y sonrió al ver que su posesión más valiosa estaba intacta. La luna blanca seguía luciendo en el telón de la noche. El monje se dio media vuelta en su rincón y siguió durmiendo. Sus riquezas estaban a salvo.

¿Quién me puede quitar la luna? ¿Quién me puede quitar el sol y las estrellas y las nubes y los vientos y las montañas y los prados? ¿Quién me puede privar del mayor tesoro que es la tierra y el cielo y el aire y el mar? Los mercados del mundo subirán y bajarán, y arrastrarán con ellos el valor de mi dinero y la remuneración de mi trabajo. Los ladrones de la oscuridad espiarán mis ganancias y vaciarán mis cofres. Todo lo que puede ganarse, puede perderse, y la zozobra del peligro constante enturbia los gozos de la posesión insegura. No hay sueño tranquilo bajo el techo de la ambición.

Pero sí lo hay a la luz de la luna. Desprendimiento alegre de oropeles innecesarios. Austeridad sabia en medio del consumismo loco. Sencillez como norma de vida y como elegancia de estilo. Poner el primer placer en la naturaleza, para que los demás placeres cedan rango y pierdan importancia, y así no estorben con su necesidad compulsiva y su logro dudoso el curso feliz del gozo en mi vida. Saber apreciar la belleza de una noche de luna, para no tener que ir a buscarla frustradamente en espectáculos engañosos de falso alboroto.

Quien lleva dentro la riqueza de su vida no necesita atormentarse por encontrar riquezas externas que nunca han de satisfacerle y siempre pueden traicionarle. Y llevar dentro la riqueza quiere decir saber apreciar y disfrutar a fondo las alegrías sencillas de la vida, el día y la noche, el agua y la brisa, el recogimiento y el silencio, la amistad y la compañía, la risa del niño y el trino del pájaro, el amanecer y la puesta del sol, el alimento y el sueño, el orar y el callar. Todo aquello que la luna en la noche representa y recuerda en su presencia segura, su luz delicada, su sendilla figura. Todo aquello que nadie nos puede quitar.

Antes de volverse a dormir, el monje poeta inmortalizó en verso escueto su sonrisa nocturna:

“Al ladrón se le olvidó
La luna en la ventana.”

Fundación González Vallés

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