Los textos de Carlos G. Vallés
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Año 2008
Día 15
Os cuento

¡Me equivoqué de viejo!

Entré en el metro. Estaba lleno. Lleno de jóvenes. Yo tengo ya mi edad pero nadie se levantó a cederme el asiento. Sé que tengo derecho a hacerle levantar a quien se sienta en asientos reservados para viejos, como estaban varios jóvenes, pero no lo hice. Eran solo tres estaciones. Detrás de mí entró un señor también de edad. Una joven que estaba sentada enfrente de mí y me había visto primero a mí se levantó al instante al verlo y le ofreció su sitio. Seguro que no me ganaba en años. Yo era mayor. Primero me pareció injusto que le cediera el sitio a él y no a mí que era mayor, e iba a sacar yo mi carné de identidad y enseñárselo a la chica para comparar edades, pero, al contrario, me consolé. Por lo visto yo no parecía tan viejo. Me vio a mí y no se levantó. Le vio al otro y se levantó. Hizo creerme que yo tenía buen tipo y que no había por qué levantarse por mí. Se lo agradecí en silencio más que si se hubiera levantado.

La muchacha salió en la misma estación que yo. Yo me puse a su lado y le dije: “Déjame felicitarte por haber dejado tu asiento a ese anciano. ¿Cuántos años crees tú que tendría?” Se sorprendió por mi pregunta, pero la tomó a bien, se rió, y dijo: “Por lo menos setenta.” “Yo tengo 82”, le dije. Me miró con asombro y los dos nos echamos a reír de buena gana. “¡Me equivoqué de viejo!” exclamó. Eso rejuvenece más que ir sentado en el metro.

El safari definitivo

El siguiente es un cuento de Nadine Gordimer, pero refleja una situación tan real, la cuenta tan bien, y me ha sacudido tanto que lo resumo aquí. Se titula The Ultimate Safari.

[El Parque Kruger en Sudáfrica se anuncia como “El Safari Definitivo”, la última experiencia de turismo de naturaleza animal en nuestros días. Esta es otra experiencia del mismo Parque que nos abre los ojos a “el problema definitivo” de nuestros tiempos, el abismo entre ricos y pobres.]

Aquella noche nuestra madre se fue al mercado y no volvió. Nunca. ¿Qué pasó? No lo sé. Mi padre también se había ido un día y nunca volvió; pero él estaba luchando en una guerra. No sabíamos a donde ir. Entonces la gente de la guerra, esos que el gobierno llama bandidos aunque aquí dicen que no son eso, vinieron a nuestro pueblo. Oímos a la gente gritar y correr. Teníamos miedo hasta de correr, sin nuestra madre que nos lo dijera. Yo soy la de en medio, la niña, con mi hermano pequeño pegado a mi estómago con sus brazos alrededor de mi cuello y sus piernas alrededor de mi vientre como un mono pequeño con su madre. Mi hermano mayor se pasó toda la noche con un leño de madera en sus manos, medio quemado cuando los bandidos quemaron nuestra choza. Era para defendernos si los bandidos volvían.

El día siguiente al bajar el sol vinieron nuestra abuela y nuestro abuelo. Alguien de nuestro pueblo les había dicho que estábamos solos, que nuestra madre no había vuelto. Nos llevaron a su pueblo. Nuestra madre nunca volvió. Mientras estábamos allí, la abuela no tenía nada para darnos de comer, ni para el abuelo ni para ella misma. Nos llevó a buscar espinacas salvajes en la selva, pero todos los del pueblo habían hecho lo mismo y no quedaba ni una hoja. Entonces decidieron que teníamos que marcharnos. Queríamos ir a donde no hubiera bandidos y hubiera comida. Nos alegrábamos pensando que había un sitio así, aunque estaba lejos.

Para llegar allí teníamos que cruzar el Parque Kruger. Sabíamos qué era el Parque Kruger. Algo así como todo un país de animales –elefantes, leones, chacales, hienas, cocodrilos, toda clase de animales –donde los blancos van a mirarlos y fotografiarlos. Íbamos en un grupo y nos guiaba un hombre, pero estábamos todos cansados. Nos dijo que teníamos que dar un largo rodeo alrededor de las alambradas que nos dijo nos matarían y nos quemarían la piel el momento que las tocáramos como los cables de los postes que llevan electricidad a la ciudad. Pero en un sitio teníamos que cruzarlas. Él nos ayudó y nadie se quemó. Vimos un mono muerto y quisimos asarlo y comerlo pero el guía nos dijo que ya estábamos dentro del parque y no podíamos hacer fuego porque los guardianes nos verían y nos echarían. Nos dijo que teníamos que movernos como animales entre animales, lejos de los caminos, lejos de los campamentos de los blancos.

Vimos elefantes enrollando sus trompas alrededor de las hojas rojas de los árboles mopane y metiéndoselas en la boca mientras los elefantes bebés se apoyaban en sus madres. Nos pasaban muy despacio porque los elefantes son tan grandes que no necesitan huir de nadie. Cuando hacía mucho calor durante el día nos encontrábamos leones durmiendo. Tenían el mismo color que la hierba seca y no los veíamos, pero el guía los veía y nos hacía retroceder para dar un largo rodeo. Yo quería tumbarme como los leones. Mi hermano pequeño se estaba quedando muy delgado, pero aun así me pesaba mucho a la espalda.

Andábamos no solo de día sino también de noche. Veíamos los fuegos de los blancos que cocinaban en sus campos y olíamos el humo y la carne. El viento nos traía palabras en nuestra propia lengua de los campamentos donde vive la gente que trabaja para los blancos. Una mujer de las nuestras quería acercarse a ellos de noche para pedirles ayuda, pero nuestro hombre nos dijo que teníamos que mantenernos alejados aun de nuestra propia gente que trabajaba en el Kruger, porque si nos ayudaban perderían su empleo. Si nos veían, lo único que podían hacer era pretender que no nos habían visto; solo habían visto animales.

Por la noche nos parábamos un poco a dormir. Estábamos cansados, muy cansados. Mi hermano mayor y el guía tenían que llevar a mi abuelo en volandas de piedra en piedra cuando cruzábamos los ríos. La abuela era fuerte pero le sangraban los pies. Comíamos frutos salvajes, y nos daban diarrea. El abuelo se alejó en la hierba alta para evacuar solo. No volvía, y el guía nos dijo que nos diéramos prisa. Teníamos que ir con los demás, teníamos que seguir con el grupo, nos urgía el guía, pero le pedimos que esperara al abuelo. Todos se pararon a esperar al abuelo. Fuimos a buscarlo entre la hierba alta, la hierba elefante, pero él era tan pequeño y la hierba tan alta que no lo veíamos. Lo llamábamos en voz baja y esperamos toda la noche y el día siguiente. Yo vi esos pájaros feos con pico curvo y cuello desnudo que daban vueltas y vueltas por encima de nosotros. Mi abuela también los vio. Por la tarde nuestro hombre nos dijo que teníamos que seguir o todos moriríamos.

La abuela no dijo nada. Vimos que los demás se levantaban para marchar. A mí se me saltaron las lágrimas de los ojos a las manos. La abuela se levantó, tomó a mi hermano pequeño, se lo puso a la espalda, se lo ató con un trapo y dijo, Vamos. Así dejamos el sitio de la hierba elefante. Lo dejamos atrás. Fuimos con los demás y con el guía. Comenzamos a andar otra vez.

*

Hay una tienda muy grande, más grande que una iglesia o un colegio, atada con estacas al suelo. Al llegar no entendí que allí era donde íbamos a vivir. Está hecha de telas azules y blancas, y aquí es donde vivimos con otra gente que han venido de nuestro país. La Hermana de la clínica dice que somos doscientos sin contar los niños, y que ahora hay más niños, y que algunos nacieron mientras veníamos por el Kruger.

Dentro está oscuro aun cuando fuera brille el sol, y es como si fuera un pueblo dentro. En vez de casas, cada familia tiene un espacio marcado con sacos o cartón de cajas desarmadas. Cuando llueve, los pequeños juegan en el barro. Mi hermano pequeño no juega. La abuela lo lleva a la clínica los lunes cuando viene el médico. La Hermana dice que tiene algo mal en la cabeza, cree que es porque no comíamos bastante de pequeños en casa. Por la guerra. Nuestro padre no estaba en casa. Y luego porque pasó mucha hambre al cruzar el Parque Kruger. Lo único que le gusta es estar tumbado en las rodillas de mi abuela o apoyado en ella, y se nos queda mirando a nosotros. Quiere preguntar algo pero vemos que es que no puede. Si le hago cosquillas, sonríe.

Ya casi no me acuerdo de cómo éramos cuando llegamos aquí. Nos llevaron a firmar que habíamos venido a través del Parque Kruger. Nos sentamos en la hierba y había barro. Una Hermana vino y nos trajo un polvo especial. Nos dijo que teníamos que mezclarlo con agua y beberlo despacio. Rompimos los paquetes con los dientes y nos lamimos todo el polvo. Se me quedaba pegado a la boca y yo me chupaba los labios y los dedos. Algunos niños vomitaron. Otra Hermana nos cogió del brazo y nos clavó una aguja. Cada vez que yo cerraba los ojos, me parecía que estaba andando, que la hierba era alta, que veía elefantes. No sabía que ya estábamos lejos.

Ahora llevamos ya mucho tiempo aquí. Yo tengo once años, y mi hermano pequeño, tres. Solo que es tan pequeño, solo tiene la cabeza grande. Aún no está bien de la cabeza. La gente ha cavado en el suelo alrededor de la tienda y ha plantado verduras y cereales. No se permite a nadie buscar trabajo en las ciudades, pero algunas mujeres han encontrado trabajo en el pueblo y pueden comprar cosas. La abuela es todavía fuerte y acarrea ladrillos para la gente que hace casas.

Unos blancos vinieron a sacar fotos de la gente que vive en la tienda. Dijeron que estaban haciendo una película. Yo no he visto nunca una película, aunque sé lo que es. Una mujer blanca se metió en nuestro espacio y le hizo a la abuela preguntas que uno que sabía la lengua de la mujer blanca nos decía a nosotros.

¿Hace cuanto tiempo que vive usted así?
En esta tienda dos años y un mes.
¿Qué esperanza tiene usted para el futuro?
Ninguna. Estoy aquí.
¿Espera usted volver algún día a su país, a Mozambique?
No volveré.
Cuando acabe la guerra, ¿no volverá usted?

La abuela apartó la mirada y dijo: No hay nada; no hay casa.

¿Por qué dice eso la abuela? ¿Por qué? Yo sí que volveré a través del Parque Kruger. Después de la guerra, cuando ya no haya bandidos, nuestra madre estará allí esperándonos. A lo mejor también, cuando dejamos al abuelo, solo se quedó allí, anduvo y salió del Parque Kruger, despacio, a su manera, encontró el camino y nos estará esperando en casa.

(Nadine Gordimer, The Ultimate Safari, Telling Tales, Nadine Gordimer,Bloomsbury, London 2004, p. 269 (abreviado).

(Se me saltan las lágrimas.)

Me contáis

Muchos de vosotros os habéis sonreído y os habéis puesto de acuerdo con mi respuesta de que la diferencia entre sexo cinco minutos antes de la boda y cinco minutos después es solo diez minutos. Algunos pocos han objetado que la doctrina de la Iglesia ha de seguirse en todo caso. Conozco la doctrina de la Iglesia y la respeto, pero también me mantengo informado sobre la opinión católica, y esto es lo que el obispo auxiliar de Sydney, Australia, Geoffrey Robinson, dice sobre el tema de la Iglesia y el sexo en su libro que acaba de publicarse, “Confronting Power and Sex in the Catholic Church”, The Columba Press, Dublín 2007:

p. 166: “En julio de 1968 el papa Pablo VI publicó una encíclica titulada ‘Humanae Vitae’ en la que decía que todas las formas artificiales de control de la natalidad eran inmorales. Ese documento marcó una vertiente en la doctrina de los papas porque, dejando aparte si es justo o no, es un hecho sencillo que a lo largo de cierto tiempo un gran número de católicos tomó la decisión en conciencia de rechazar la doctrina de esa encíclica. Para la mayoría de esta gente su decisión cumplía todos los requisitos para una recta decisión de conciencia que yo he mencionado en este libro. El rechazo fue una marea que arrastró a muchos moderados e incluso conservadores entre los católicos. Muchos de ellos comenzaron a decirse, ‘Si el papa se equivoca en esta materia, ¿cómo podemos estar seguros que no se equivoca en las demás? El cambio ha sido profundo y no es probable que la Iglesia consiga nunca volver del todo a la situación de antes de la publicación de este documento.”

p. 257: “Muchos obispos católicos están realmente inquietos acerca de la actual doctrina de la Iglesia en el materia de los divorciados vueltos a casar.”

p. 297: “Hay que admitir abiertamente que el rechazo de mucho de lo que la Iglesia hizo en el segundo milenio está considerablemente justificado.”

Todo eso lo dice un obispo católico, por escrito, y muy recientemente. Yo solo cito y traduzco. Si queréis el original inglés, está en la sección inglesa de esta web. Supongo que el libro del obispo tiene el permiso del obispo. Al menos de un obispo.
Salmo

Salmo 27 – La Roca

“El Señor es mi Roca.”

Tú eres mi Roca. En un mundo en el que todo se tambalea y todo cambia, en el que el hombre es inconstante y voluble como pluma al viento, en el que nada es estable, nada es fijo, nada permanece; en un mundo de inseguridad e inconstancia… tú eres mi Roca.

Tú permaneces cuando todo pasa. Tú eres firme, fijo, eterno. Tú eres el único que da seguridad y ofrece garantías. Sólo en ti puedo encontrar refugio, sentirme seguro y hallar paz. Tú eres mi Roa.

Alrededor mío hay arenas movedizas, lodazales, marismas, caminos resbaladizos y terrenos empantanados. Tengo que andar despacio y con cautela. No puedo correr ni saltar ni bailar, aunque mi alma lo quiera. Tengo que fijarme al dar cada paso y tentar la firmeza de cada piedra en el camino. El avanzar por los terrenos de la vida es proceso lento, lleno de aprensión y miedo a cada paso. No puedo firme de nada ni de nadie. Siempre queda la duda, la sospecha y el miedo. Cuando todo se tambalea, la mente misma se agita, y la paz desaparece del alma.

Esa es mi mayor prueba: que yo mismo no estoy firme. Soy un manojo de dudas. No es ya que no me fíe de nadie, sino que no me puedo fiar de mí mismo. Dudo y vacilo y tropiezo. No sé lo que quiero yo mismo, y no estoy seguro de adónde quiero ir. La incertidumbre no sólo está fuera de mí, sino dentro de mí, muy dentro de mí, en mis decisiones, mis opiniones, mis mismas creencias. Hago cien propósitos y no cumplo ninguno; comienzo cien proyectos y no acabo ninguno; emprendo cien viajes y no llego a ninguna parte. Soy una caña agitada por el viento. No tengo firmeza en mí mismo, y por eso necesito urgente y vitalmente tener al lado a alguien en quien pueda apoyarme.

Ése eres tú, Señor. Tú eres mi Roca. La firmeza de tu palabra, la garantía de tu verdad, la permanencia de tu eternidad. La Roca que se destaca a lo lejos en medio de olas y arenas y vientos y tormentas. Sólo con mirarte encuentro reposo. Sólo con saber que estás allí, siento ya tranquilidad en mi alma. Palpo tu sólida presencia, tu encarnación en piedra. Me apoyo contra tu lado, y me invaden la tranquilidad y la paz. En un mundo de cambios, tú eres mi Roca, Señor, y esa profesión de fe trae la alegría a mi alma.

“El Señor es mi fuerza y mi escudo:
en él confía mi corazón;
me socorrió, y mi corazón se alegra y le canta agradecido.
El Señor es fuerza para su pueblo, apoyo y salvación para su ungido.
El Señor es mi Roca.”

Meditación

El Ángel viajero

“Los babilonios echaron a Daniel en el foso de los leones, donde estuvo seis días. Había en el foso siete leones a los que se les daba diariamente dos cadáveres y dos carneros; entonces no se les dio nada, para que devoraran a Daniel.

Estaba a la sazón en Judea el profeta Habacuc: acababa de preparar un cocido y de desmenuzar pan en un plato, y se dirigía al campo a llevárselo a los segadores. El ángel del Señor dijo a Habacuc: lleva esa comida que tienes a Babilonia, a Daniel que está en el foso de los leones.” “Señor – dijo Habacuc – no he visto jamás Babilonia ni conozco ese foso.” Entonces el ángel del Señor le agarró por la cabeza y, llevándole por los cabellos, le puso en Babilonia, encima del foso, con la rapidez de su soplo. Habacuc gritó: “Daniel, Daniel, toma la comida que el señor te ha enviado.” Y dijo Daniel: “Te has acordado de mí, oh Dios mío y no has abandonado a los que te aman.” Y Daniel se levantó y se puso a comer, mientras el ángel de Dios volvía a llevar al instante a Habacuc a su lugar.”
(Daniel 14: 31-39)

Otra vez Daniel. Aunque esta vez quien se lleva al ángel es Habacuc. O mejor dicho, el ángel lleva a Habacuc. Agencia de viajes instantánea. Lo toma por el cabello y lo deposita con toda delicadeza sobre la fosa donde hay siete leones y un profeta hambriento. Catering a domicilio. Tiene gracia la reacción de Habacuc ante el mandato optimista del ángel de que vaya a Babilonia. “No sé dónde está Babilonia ni conozco el foso.” Y el ángel actúa inmediatamente. Transporte arreglado. De ida y de vuelta. Solo le queda a Habacuc volver a cocinar el cocido.

Ángel mío, sé que me quieres llevar a muchas partes y hacerme decir muchas cosas y hacer muchas cosas. De acuerdo. Pero no te creas que con decírmelo ya está todo hecho. No tengo ni idea de dónde está Babilonia, y menos de por dónde cae el foso de los leones. Tampoco tengo ya ni mucho pelo para darte agarradera suficiente. Pero sé que tú te arreglarás. Llévame a donde tú sabes que yo debo estar, y hazme hacer lo que sabes que debo hacer. Yo pondré de mi parte el cocido que sé preparar, y estaré encantado de dárselo a quien lo necesite más que yo. De lo demás, encárgate tú, por favor.

Ángel viajero, acompáñame siempre en mis viajes.
Día 1
Os cuento

Antisistema

Las palabras son importantes. Cuando se acuña una nueva palabra es porque ha surgido una nueva realidad. Ésta todavía no está en el DRAE (Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española), aunque tiene varias páginas de “anti-“, pero está en la calle. No ya antirracista o antifascista o antimachista, sino “antisistema”. Jóvenes antisistema. Grupos antisistema. Manifestaciones antisistema. Revueltas antisistema. Sea cual sea el sistema. Anti. En contra. En contra del sistema. En contra de todo sistema. En contra del sistema como tal. En contra de todo. En contra.

“Sistema” quiere decir etimológicamente en griego “aquello que se mantiene de pie todo junto”. Consistente. Estable. Permanente. Definirse como antisistema es declararse en contra de todo lo que se mantiene en pie. Soy antisistema. Soy anti-existencia. Soy anti-realidad. Soy antitodo. Un activista antisistema puede tomar parte en cualquier manifestación de protesta de cualquier parte del mundo. En contra de esto. En contra de aquello. En contra del bando que está en contra del otro bando. En contra de todo lo que permanece. Abajo con ello. Destruir. Atacar. Arrasar. Que no quede nada en pie. Y entonces nos manifestaremos contra los que han hecho que no quede nada en pie. Somos anti-todo.

De mí prefiero decir que soy pro-todo. A favor de todo. Bueno. Casi. Ya se entiende. Con tal de que no haga daño. ¡Viva todo! No soy partidario de ningún sistema como tal, pero animo a todos. No quiero que mi vida consista en negativos sino en positivo. Soy pro-existencia, pro-realidad, pro-vida, pro-ilusión, pro-todo.

Definirse por negación es el vacío. Y eso es lo que temo en los jóvenes. Me dan pena los jóvenes negativos. Por lo que hacen, desde luego, pero más que nada por lo que piensan. Por como se ven. Por como se definen. Antisistema. Con quemar bibliotecas no se hace literatura. Con destruir edificios no se hace arquitectura. Con romper imágenes no se hace escultura. Con ser antisistema no se reforma el sistema. Y os estáis haciendo daño a vosotros mismos.

Ojalá el DRAE no tenga que incluir la palabra en su próxima edición.

Nosotros no hacemos eso

Günter Grass en su autobiografía, “Pelando la cebolla” (Alfaguara, Madrid 2007, p. 91) cuenta esta experiencia suya.

“Día tras día se desarrollaba una ceremonia, que oficiaba un subteniente de rostro grave por principio, del que dependía la armería. Él distribuía, nosotros agarrábamos los fusiles. Un hombre tras otro se veía armado. Por lo visto, todo miembro del Servicio de Trabajo debía sentirse honrado en cuanto tenía agarrados la madera y el metal, la culata y el cañón del fusil.

La excepción era un chico muy espigado, rubio como el trigo, de ojos azules y un perfil tan dolicocéfalo que solo se encontraba, como ejemplo, en las láminas para enseñar la crianza de razas nórdicas. Un Sigfrido parecido a Baldur, dios de la Luz. No ceceaba ni mucho menos tartamudeaba cuando tenía que responder a una orden. Nadie mostraba más resistencia en las carreras de fondo ni más valor al salvar fosas mohosas. Nadie era tan rápido cuando se trataba de superar en segundos una pared escarpada. Podía hacer sin flaquear cincuenta flexiones de rodillas. Batir récords en competiciones le hubiera sido fácil. Nada, ningún defecto enturbiaba su imagen. El noticiario, dentro de lo que el Gran Reich Alemán seguía ofreciendo en los cines, lo hubiera podido proyectar en la pantalla como aparición sobrenatural. Sin embargo, él, cuyo nombre de pila y apellido se me han borrado, se convirtió para mí en una auténtica excepción, por su desobediencia.

No quería aprender a manejar un arma. Más aún: se negaba a tocar siquiera su culata o su cañón. Peor todavía: si el mortalmente serio subteniente le ponía en la mano el fusil, lo dejaba caer. ¿Había algún delito más grave que dejar caer al polvo del campo de instrucción el mosquetón, el fusil, la prometida novia del soldado? Con la pala hacía todo lo que se le ordenaba. También en lo que se refiere a su trato con los compañeros, hubiera habido que darle las máximas calificaciones. Estaba siempre dispuesto a ayudar, era un chico de carácter amigablemente bondadoso que hacía sin rechistar lo que se le pedía. Limpiaba las botas de sus compañeros de habitación, manejaba los trapos de limpieza y los cepillos, y solo evitaba coger el fusil, el arma, el mosquetón 98, para el que, como todos, debía recibir instrucción premilitar.Le impusieron toda clase de servicios de castigo, pero no sirvió de nada. Le hacíamos preguntas, tratábamos de convencerlo, porque realmente nos caía bien, ‘¡Cógelo! ¡Agárralo!’ Su respuesta se limitaba a algunas palabras que pronto se convirtieron en cita que nos susurrábamos unos a otros. No puedo enumerar cuántas veces repitió la representación, que ahora irritaba incluso al mando, pero intento acordarme de las preguntas que le hicieron desde sus superiores hasta el subteniente, y con las que lo acosábamos nosotros.

– ¿Por qué hace eso, hombre del Servicio de Trabajo?
– ¿Por qué haces eso, idiota?

Su respuesta, que nunca variaba, se convirtió en frase acuñada y se me ha quedado para siempre como digna de ser citada:

– Nosotros no hacemos eso.

Lo castigaron, lo arrestaron, lo licenciaron. Fue ‘destacado’, como se decía. No supimos más de él. No supimos quienes eran ‘nosotros’ y no sabíamos perteneciese a ningún grupo especial. Pero no tocó un arma. Se me quedó como digno de admiración, como modelo. Nosotros no hacemos eso.”

El rey y el visir

Akbar fue el emperador de la India que intentó poner de acuerdo a las tres religiones hinduista, musulmana, y cristiana para la unidad de la India aunque no lo consiguió. Hay muchas historias sobre el emperador Akbar y su visir Birbal, en las que Akbar hace de tonto y Birbal de listo. Alguna de ellas.

Un visitante del extranjero vino a la corte de Akbar y desafió a Birbal en plena corte. Le preguntó: “He visto que hay muchos cuervos en su ciudad, y he oído que usted tiene medios para saber todo lo que sucede en su capital. ¿Puede usted decirme el exacto número de cuervos que hay hoy en Agra?”
Todos se sintieron humillados y preocupados pues no había respuesta posible a esa pregunta; pero el visir simplemente dijo que los contaría y le daría la cifra exacta el día siguiente.
Ante la expectativa de todos y la sonrisa victoriosa del visitante, Birbal apareció el día siguiente en plena corte y declaró sin más: “Ayer había en Agra exactamente 47,835 cuervos permanentes y 618 de paso.”
“¿Cómo lo sabe usted?”, protestó el visitante.
“Si tiene usted alguna duda, puede verificar mi cifra por su cuenta”, respondió el visir.”
Todos inclinaron la cabeza y sonrieron bajo sus bigotes. Birbal también se inclinó hacia Akbar y le dijo al oído: “Lo mismo sucede con las tres religiones. ¿Quién puede verificar lo que dicen?”

Akbar era un gran patrón de las artes, y su músico favorito era Tansen. Un día en que el emperador decía que Tansen era el mejor músico del mundo, Birbal le contradijo y le informó que el mismo Tansen decía que el mejor músico vivo era su maestro Haridas. Akbar dio orden de que viniera Haridas a su corte, pero le informaron que Haridas era un hombre libre y no obedecía órdenes. Akbar y Birbal viajaron junto con Tansen a Brindavan, donde se alojaba el maestro, y Tansen le rogó que cantase para el Emperador, quien le recompensaría ampliamente. Haridas contestó respetuosamente: “Me es imposible cantar de encargo. Solo puedo cantar cuando la inspiración me surge de dentro. Y no cobro por mi arte.”
El emperador se sintió decepcionado y se enfureció, pero Birbal le aconsejó despedirse en paz, y luego ocultarse tras un árbol cercano y pasar la noche allí. Al amanecer el nuevo día con el leve resplandor de los cielos, Haridas comenzó a cantar suavemente en su choza y siguió cantando un rato largo toda la mañana con melodías sublimes y sentimiento profundo.

Al final, Akbar se acercó y le dio las gracias. Birbal explicó: “Majestad, Tansen canta cuando se lo manda el rey; y Haridas canta cuando se lo manda Dios. Esa es la diferencia.”

Me contáis

Veo os interesó la cita del obispo católico australiano Geoffrey Robinson en mi Web del 15 de enero. Me lo habéis dicho muchos, y casi todos a favor. Os amplío su opinión sobre el sexo. Coloca juntos los cuatro mandamientos consecutivos quinto, sexto, séptimo, octavo, “no matarás”, “no cometerás adulterio”, “no robarás,”, “no calumniarás” como el respeto a la vida, la familia, la propiedad, el buen nombre de los demás respectivamente, es decir, la salvaguarda de la persona humana en su ser y en su entorno. Así es como ha de entenderse cada uno de esos cuatro mandamientos que forman un todo completo. “Yo entendería”, dice, “el sexto mandamiento en cuanto acciones sexuales torcidas pueden dañar las relaciones humanas, y toda discusión de moralidad sexual debería basarse en ese concepto. No en el concepto de ser ‘ofensa de Dios’ o ‘contrarias a la naturaleza’. Este sería el primer paso para edificar una nueva ética sexual.”

El acto sexual, por consiguiente, es pecado cuando hace daño a alguien, como lo hacen el matar, robar, calumniar. No es que, como tal, un acto sexual (por ejemplo la masturbación o el sexo antes del matrimonio) sea una “ofensa a Dios” (que no lo es), prosigue el obispo, ni que sea un acto “contra la naturaleza tal como Dios la ha establecido” (que tampoco lo es). Dice textualmente: “En vez de basar la ética sexual en una ofensa directa a Dios deberíamos basarla en el bien o mal que hace a otros, a uno mismo, y a la comunidad. Al colocar el sexto mandamiento junto con los otros tres que lo rodean, es cuando nos estamos moviendo hacia una ética genuinamente cristiana que protege las relaciones que dan sentido, fin, y dirección a la vida humana, tratando a nuestro prójimo como queremos ser tratados por él.”

Esto, que es bastante revolucionario y cambiaría toda la ética sexual católica actual, lo dice en su libro “Confronting Power and Sex in the Catholic Church”, The Columba Press, Dublin 2007, y lo dice por escrito, lo dice muy delicadamente (aunque también muy clara y enérgicamente), y lo dice como obispo. En mi última Web os decía que yo no me hubiera atrevido a decir lo que él decía, pero sí me permitía citar el libro de un obispo, el cual –os decía con mi acostumbrada inocencia– tendrá al menos la aprobación de un obispo. Hoy he abierto Internet para enterarme de los últimos datos sobre el obispo Geoffrey Robinson en Australia, y después de la descripción de su brillante carrera como obispo, me ha salido esto al final: “El papa ha aceptado su dimisión por motivos de salud.” Tiene 70 años.
Salmo

Salmo 28 – Cuando el cielo se oscurece

El cielo está oscuro, la tempestad se enfurece, las fuerzas del mal parecen haberse apoderado de cielo y tierra. La tempestad es símbolo y realidad de destrucción y confusión, de peligro y de muerte. El hombre teme a la tempestad y corre a protegerse cuando los rayos descargan. El hombre, desde su infancia personal e histórica, siempre ha tenido miedo a la oscuridad.

Y, sin embargo, tú me enseñas ahora, Señor, que la tempestad es tu trono. En ella avanzas, te presentas, dominas los cielos y la tierra que tú creaste. Tú eres el Señor de la tempestad. Tú estás presente en la oscuridad tanto como en la luz; tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. El trueno es tu voz, y el rayo es la rúbrica de tu mano. He de aprender a reconocer tu presencia en la tormenta oscura, así como la reconozco en la alegre luz del sol. Te adoro como Señor de la naturaleza.

“La voz del Señor sobre las aguas,
el Dios de la gloria ha tronado,
el Señor sobre las aguas torrenciales.
La voz del Señor es potente,
La voz del Señor es magnífica,
La voz del Señor descuaja los cedros del Líbano.
La voz del Señor lanza llamas de fuego.

Después de reconocerte en las tormentas de la naturaleza, llego a reconocerte también en las tormentas de mi propia alma. Cuando mi cielo privado se oscurece, tiemblan mis horizontes y rayos de desesperación descargan sobre la soledad de mi corazón. Si las bendiciones vienen de ti, también vienen las pruebas. Si tú eres el sol, también eres trueno; y si traes la paz, también traes la espada. Tú te acercas al alma tanto en el consuelo como en la tentación. Tuyo es el día y tuya es la noche; y después de venerarte como Dios de la luz del día, quiero también aprender a venerarte como Señor de la noche en mi propia vida.

Rezo con el poeta José Zorrilla en su poema La Tempestad:

“¡Señor. Yo te conozco! La noche azul, serena,
me dice desde lejos: ‘Tu Dios se esconde allí’;
pero la noche oscura, la de nublados llena,
me dice más pujante: ‘Tu Dios se acerca a ti’.”

Aún te siento ahora más cerca en la tempestad, Señor, que en la calma. Cuando todo va bien y la vida discurre su curso normal, te doy por supuesto, reduzco al mínimo tu papel en mi vida, me olvido de ti. En cambio, cuando vienen las tinieblas y me cubren con el sentido de mi propia impotencia, al instante pienso en ti y me refugio a tu lado. Por eso acepto ahora con gratitud el misterio de la tormenta, la prueba del relámpago y el trueno. Me acerco a ti más en mis horas negras, y me inclino ante tu majestad en el temporal que ruge por los campos de mi alma. El Dios de las tormentas es el Dios de mi vida.

“El Señor se sienta por encima del aguacero,
el Señor se sienta como Rey eterno.
El Señor da fuerza a su pueblo,

el Señor bendice a su pueblo con la paz.”
Meditación

El Ángel de la noche

“Volvió el ángel que hablaba conmigo y me despertó como a un hombre que es despertado de su sueño. Y me dijo: ‘¿Qué ves?’.”
(Zacarías 4:1-2)

Ojalá durmiera yo tan bien que necesitara un ángel para despertarme. Dicho de otra manera: el secreto de dormir bien es saber que me va a despertar un ángel. Él es quien lo hace siempre aunque yo no me dé cuenta. Suyo es el toque que roza mi rostro, el destello que alerta mis ojos, la voz que abre mis oídos… aunque sea el sonido metálico del despertador ingrato. Es mi ángel quien me despierta, porque él es quien ha estado velando mi sueño toda la noche y sabe cuándo he de acabarlo y levantarme para salir al encuentro del día y del trabajo y de la vida. Me roza con la punta del ala, me acaricia con su suavidad, me hace cosquillas con su travesura, y si hace falta me sacude y me grita hasta que salgo de la noche y me presento al día. Me despierta “como a un hombre que es despertado de su sueño”. Eso hacía el ángel con los profetas para contarles profecías. Que lo haga también conmigo.

El profeta comienza a ver visiones y el ángel le pregunta. “¿Qué ves?”. Se lo cuenta el profeta sin entender muy bien lo que dice, y él mismo pide al ángel que se lo explique:

“Proseguí y dije al ángel que hablaba conmigo: ‘¿Qué es esto, señor mío?’. Me respondió el ángel que hablaba conmigo y me dijo: ‘¿No sabes qué es esto?’. Dije: ‘No, mi señor.’ Prosiguió él y me habló así.”
(4:4-6a)

Yo sueño sueños y veo visiones y planeo planes y programo el día. Pero no sé muy bien todo lo que eso significa. No sé cómo se me van a presentar los asuntos, cómo me van a salir las cosas, cómo van a reaccionar las personas. “No lo sé, mi señor.” Y el ángel explica y aclara y anima. De su mano me levanto y de su mano comienzo a andar por las sendas del día. Sentirlo conmigo en la noche para seguir junto a él en el día. Y que se vayan cumpliendo sus profecías. Cada día tiene su visión si sé recibirla al amanecer del ángel que me despierta. ¿No sabes qué es esto? No, mi señor. Explicádmelo vos a lo largo del nuevo día hasta que llegue el momento de descansar en la nueva noche. Y luego me despertaréis otra vez “como a un hombre que es despertado de su sueño.” Duermo tranquilo.

 

Día 15
Os cuento

La velocidad en la vida

Un astrólogo en Singapore le predijo a Vincent Poscente cuando era joven que moriría a los cuarenta… y él le creyó. Dice: “Me preocupó pensar que sólo tenía unos pocos años para hacer todo lo que yo quería hacer, y eso me hizo sentir una profunda necesidad de hacer todo deprisa. Por otro lado, me convenció de que yo no podría morirme antes de los cuarenta, y eso me llevó a hacer todo lo que un inmortal haría: tirarme con esquís desde un paracaídas, volar sin motor, saltar desde puentes, y luego, con veintitrés años, me metí en el deporte que recomiendo a todo el mundo: “Luge”. Consiste en tirarse por una vertiente helada tumbado en un estrecho y mínimo trineo a más de 100 kilómetros por hora. ¿Podría haber algo mejor?”

Llegó a participar en los Juegos Olímpicos en ese peculiar deporte y a la carrera final para la medalla de oro, aunque no la ganó. Entonces se dedicó a dar conferencias sobre como su experiencia podía ayudar a vivir mejor la vida, y escribió un libro sobre el tema, The Age of Speed, (Bard Press, Austin, Texas 2007). Algunas citas:

“Mi hija Alexia no conseguía aprender a andar en bicicleta. Se empeñó en hacerlo por sí sola, y se le alargaba el aprendizaje y se le despellejaban las rodillas. Pero recuerdo el día en que pasó el Rubicón.

Iba despacio en la bici para evitar caídas una vez más, pero no conseguía mantener el equilibrio. Las ruedas de la bici titubeaban, y ella se inclinaba precipitadamente a derecha e izquierda para mantenerse erguida. Yo la miraba, todo tenso y dispuesto a correr para sostenerla si se caía. Entonces, en un último esfuerzo para mantenerse en el sillín, comenzó a pedalear deprisa.

De repente la bicicleta se movía en línea recta, nada de torcerse o desviarse. En cuanto Alexia cogió velocidad, todo se simplificó. Encontró su ritmo a paso rápido y seguro. Evitó un pedrusco en el camino y se acercó a la acera a bajarse como si lo hubiera hecho toda la vida. La velocidad le había dado estabilidad.” (p. 85)

A eso va la parábola. Si vas demasiado despacio, te caes; si demasiado deprisa, te estrellas. Encuentra tu velocidad en la vida.

Otro pasaje:

“Cuando yo era joven me pasé una vez seis horas de pie en una cola para sacar entradas a un concierto de los Eagles. Toda una prueba. Pero cuando escuché el primer acorde de la canción ‘Hotel California’, toda la expectativa acumulada durante las seis horas de espera desembocó en una experiencia arrolladora. Desde luego que de todos modos me hubiera gustado esa primera canción aunque no hubiese tenido que esperar seis horas, pero no cabe duda que la espera contribuyó al placer. Si me hubiera saltado la cola y conseguido las entradas en el acto, me hubiera perdido parte del gozo. En aquella ocasión, el haber ido deprisa a sacar los billetes me habría estropeado la experiencia. Cada cosa tiene su velocidad.” (51)

El silencio de las sirenas

Franz Kafka tiene un cuento célebre, “El silencio de las sirenas” con interesantes enseñanzas:

“Ulises se tapó los oídos con cera e hizo que lo encadenaran al mástil mayor de su nave para protegerse de la atracción irresistible del canto de las sirenas sobre el acantilado junto al que tenía que pasar su nave. Pero las sirenas tienen un arma mucho más peligrosa que su canto: su silencio. Quizá algún navegante escapara de su canto, pero nunca nadie logró huir de su silencio. Por eso las terribles seductoras no cantaron cuando Ulises pasó cerca de ellas. Ulises no percibió su silencio, porque pensó que ellas estaban cantando, y que él no las oía porque tenía tapados los oídos con cera. Así escapó de su canto, porque no cantaron, y de su silencio, porque se creyó que cantaban.

A esta historia añado yo un comentario. Se dice que Ulises, hombre sabio, era astuto como un zorro, tanto que la Diosa del Destino desconocía lo que guardaba en el corazón. Es posible que Ulises se diera cuenta de que las sirenas permanecieron calladas, y representó una farsa para ellas y para los dioses, digamos que a modo de protección.”

(“Cuentos Breves”, Maximiliano Torres, Norma, Buenos Aires 2006, p. 63)

Y ahora añado yo mi propio comentario. Kafka tiene razón en algo, y se equivoca también en algo. Tiene razón en que el silencio es más poderoso que las palabras, que las melodías, que las ideas. Atrae más, seduce más, encanta más. Lección certera y útil para la vida, tanto para encantar como para ser –o no ser– encantado. En la seducción, callar vale más que hablar.

Pero Kafka se equivocó en su cita de Homero. Según Homero, Ulises les tapó los oídos con cera a todos los remeros de su barco para que siguieran remando en sus puestos al pasar cerca de las sirenas sin desviarse, y les instruyó que lo ataran a él al mástil para que no pudiese soltarse aunque lo atrajera el canto; pero él no se los tapó y quedó con los oídos bien abiertos precisamente porque quería oír el canto de las sirenas. Si se hubiese tapado los oídos no hubiera habido necesidad de atarlo, como no ató a los remeros. Pero así podía él ver todo y oír todo sin peligro mientras dirigía a la nave en su curso. Él oyó el canto de las sirenas, se emocionó, se conmovió, forcejeó, quiso soltarse y lanzarse y abrazarse a ellas… pero las ataduras lo mantuvieron sujeto al mástil, la nave siguió adelante, pasó el peligro, Ulises cesó de forcejear, sus marineros lo desataron, se quitaron la cera de los oídos, y el viaje siguió adelante con un episodio más para el relato de Ulises. Y para el comentario de Kafka.

Y para mi propio comentario. Hay que leer con cuidado a los clásicos para citarlos bien. Ulises no se tapó los oídos. Kafka no leyó bien a Homero. Perdón, genio.

La piedra de la verdad

El padre instruyó a su hijo: “Ve en busca de la piedra de la verdad. Recorre las tierras más lejanas, afronta los peligros más mortales, tarda un año entero si hace falta, pero vuelve a tu pueblo y a tu familia con la piedra de la verdad. Tráela, y yo te enseñaré como te guiará la piedra en tu vida. Marcha, y que Dios esté contigo en tu búsqueda.”

El muchacho partió y anduvo días y días sin hablar con nadie, atravesó muchos países sin detenerse, llegó al mar, y allí pidió a los habitantes de ese último país le dijeran dónde podía encontrar la piedra de la verdad. Le dijeron que allí todos tenían las piedras de la verdad, y le dieron una de ellas. El muchacho se la guardó agradecido y emprendió el camino de vuelta.

Al pasar por otro país en su vuelta se detuvo a hablar con las gentes de allí, le preguntaron el objeto de su viaje, y él dijo había venido en busca de la piedra de la verdad y la había conseguido y la mostró a todos. Todos se rieron y le dijeron que esa no era la piedra de la verdad, que las verdaderas piedras las tenían ellos, y le dieron una de las verdaderas. Él se la guardó, les dio las gracias, guardó también por si acaso la primera piedra, y siguió su camino.

Lo mismo le ocurrió en el siguiente país, y en el siguiente, y en el siguiente. En cada país que atravesaba en su vuelta le daban una nueva piedra que era la verdadera. Él se las guardó todas, llegó a casa de su padre, le contó lo sucedido, y le mostró la colección de piedras.

Su padre le dijo: “Ahora ya sabes como te guía la piedra de la verdad. Te está diciendo que los habitantes de cada pueblo se creen que ellos son los únicos que poseen la verdadera y que todas las demás son falsas. Aprecia y guarda lo que tú has aprendido en tu pueblo y en tu familia, hijo mío, y respeta y entiende lo que los demás han aprendido en los suyos. Y guarda cuidadosamente todas esas piedras para que lo recuerdes. Esa enseñanza merecía ese viaje.”

Y el muchacho se guardó todas las piedras con cuidado.

Sabiduría

“Dios les da su alimento a los pájaros; pero no se lo echa en el nido.” (Joshua Holland)

Me contáis

María Blanca Vela Segovia me escribe:

“Tengo dudas de si el señor obispo que usted cita [la Web de 1 febrero] dimitió por motivos de salud. Su teoría es muy adelantada y atrevida. Personalmente la encuentro acertadísima. Y supongo que, más tarde o más temprano, la Iglesia deberá hacer una revisión a fondo sobre el controvertido tema de la sexualidad y su ejercicio. Me alegra inmensamente que usted toque estos temas en su muy leída y recomendada página. Creo que es vital para muchos católicos que tienen la sensación de vivir en permanente pecado mortal. ¡Qué pena tan grande! Digo que me alegra por mis hermanos más jóvenes, por mis sobrinos y sobrinos nietos que tienen toda una vida por delante. Personalmente yo estoy ‘más allá’ porque tengo 75 felices años… ¡de soltera! Pero en mi juventud esas enseñanzas me torturaron moralmente de una forma increíble.”

Gracias, María Blanca, y son muchos los que me han escrito en el mismo sentido. Sobre todo mujeres.

Salmo

Salmo 29 – Altibajos del alma

“Tañed para el Señor, fieles suyos,
dad gracias a su nombre santo;
su cólera dura un instante,
su bondad, de por vida;
al atardecer nos visita el llanto,
por la mañana, el júbilo.”

Quiero descubrir mis estados de alma ante ti, Señor, y ante mí mismo, que bien lo necesito. Quiero aprender cómo tratarme a mí mismo cuando estoy de buen humor y cuando estoy de mal talante, cómo capear mi optimismo y mi pesimismo, como reaccionar ante la alegría espiritual y el desaliento humano; y, sobre todo, cómo dominar la marea de sentimientos, los cambios de humor, las tormentas repentinas y los gozos inesperados, la luz y las tinieblas, y, por encima de todo ello y a través de todo, la incertidumbre que nunca me deja saber cuánto va a durar un estado de alma y cuándo se va a precipitar el sentimiento opuesto con violencia de huracán.

Vivo a merced de mis sentimientos. Cuando me siento alegre, todo parece fácil, la virtud se hace natural, el amor brota espontáneo, y concibo una firme seguridad de que así ha de ser ya siempre en mi vida. Sí, me digo a mí mismo, ya he llegado por fin, ya estoy maduro en el espíritu, ya me domino; he sufrido altibajos, pero ya estoy sereno, ya sé lo que viene en la vida y nada ha de sacudirme ya. Soy un veterano y sé dónde estoy. Con la gracia de Dios, seguiré firme y constante.

Tú que me conoces bien, Señor, has puesto estas palabras en mis labios al invitarme a recitar el Salmo para enseñarme mi debilidad: “Yo pensaba muy seguro: no vacilaré jamás”. Sí, esa era mi falsa confianza, mi prematura jactancia. Yo creía que no volvería a vacilar jamás. Bien equivocado estaba, y bien pronto lo iba a verificar.

Tu Salmo continúa como lo hace mi vida: “Pero escondiste tu rostro y quedé desconcertado”. Volví a estar peor que antes. No valgo para nada; no aprenderé nunca; después de tantos años, vuelvo a estar como cuando empecé; cualquier viento me lleva para arriba o para abajo sin que yo pueda hacer nada; tan pronto entusiasmado como desesperado; no sé orar, no sé guardar la paz del alma, no sé tratar con Dios, y mucho menos conmigo mismo; no sé nada, y nunca aprenderé nada: lo mismo da que lo eche todo a rodar y me conforme con una existencia rutinaria por los bajos de la vida. Las estrellas no se hicieron para mí.

Cuando me va mal, me desespero, me olvido de que antes me había ido bien y me convenzo de que ya nunca volverá a sonreírme la vida; y cuando me va bien, me olvido también de que antes me ha ido mal, y presumo con seguridad absoluta que ahora ya siempre me irá bien, que no hay nada que temer y que la batalla está ya ganada para siempre. Me falla la memoria, y eso me multiplica el sufrimiento. Si me acordase de los días de sol cuando llueve, y de los días de lluvia cuando hace sol, podría obtener un equilibrio medio de realismo sano. Pero me olvido, y paso del abismo a las cumbres y de las cumbres al abismo con penosa rapidez. Soy esclavo de mis sentimientos, juguete de la brisa, muñeco de humores. Caliente en verano y frío en invierno. Me falta la firme perseverancia del seguidor fiel que sabe de mareas altas y mareas bajas y consigue la ecuanimidad con la paciencia de la fe. Yo vacilo, tropiezo y caigo. Necesito equilibrio, perspectiva, paciencia. Necesito la sabiduría de ver las cosas desde lejos para encajar mejor los altos y los bajos.

Esa es mi oración: Que cuando me vaya bien, me acuerde de que antes me ha ido mal; y que cuando me vaya mal, confíe que pronto me volverá a ir bien Entonces sí que “te daré gracias por siempre, Señor, Dios mío”
Meditación

El Ángel de la alianza

“He aquí que yo envío a mi mensajero a allanar el camino delante de mí, y enseguida vendrá a su Templo el Señor a quien vosotros buscáis; y el ángel de la alianza, que vosotros deseáis, he aquí que viene, dice el Señor de los ejércitos.”
(Malaquías 3:1)

Este es el último ángel del Antiguo Testamento. Justo una página antes del Evangelio de Mateo. Habla del mensajero que allanará el camino delante del Señor, frase que Jesús mismo aplicará a Juan Bautista su precursor: “Jesús se puso a hablar de Juan a la gente: ‘Este es de quien está escrito: He aquí que yo envío mi mensajero delante de ti, el cual te preparará por delante el camino. En verdad os digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista’.” (Mateo 11:7,10-11) Habla de la llegada del Señor a su Templo, profecía que también cumple Jesús al ser llevado ya desde niño al Templo de Jerusalén y consagrarlo con su presencia y su palabra. Y habla también del “ángel de la alianza”, término general que abarca la alianza del pueblo de Israel con Yahvé en el Antiguo Testamento y la alianza mucho más íntima traída por Jesús en el Nuevo Testamento, con la alianza también entre los dos Testamentos en esta mención del último libro del Antiguo Testamento citada en el primer libro del Nuevo. La Biblia es una unidad en sí. Y los ángeles custodian esa unidad.

Los ángeles que inspiraban a los profetas de Israel están esperando aparecerse a los pastores de Belén, y los mensajeros celestes que anunciaban victorias militares a reyes de Israel están ansiando proclamar la victoria definitiva de la resurrección de Jesús ante los hombres y mujeres del nuevo pueblo de Dios. La historia de la salvación continúa.

En esa continuidad está el fundamento de nuestra confianza y la firmeza de nuestra fe. Dios es el mismo. Jesús es el mismo “ayer, hoy, y para siempre” (Hebreos 13:8). Las profecías de antaño son realidad de hoy, y la promesa de los siglos se cumple en nuestros días. La presencia de ángeles es vínculo garante en las largas jornadas de la humanidad. Ellos guardan la historia, vigilan el presente, y alcanzan la eternidad. Los ángeles son el marco de nuestra historia, el surco de nuestras faenas, el horizonte de nuestro caminar. Con ellos tiene sentido nuestro afán, dirección nuestros pasos, y seguridad nuestra esperanza. El “ángel de la alianza” es la garantía de nuestra fe. El pueblo de Dios sigue peregrinando en compañía de ángeles. El ángel de la alianza sigue con nosotros.
Día 1
Os cuento

Las Cataratas de Iguazú

Cuando visité las cataratas de Iguazú tuve un guía oficial muy simpático y muy profesional. Era ya mayor, llevaba más de diez años enseñando las cataratas a turistas según nos dijo, y lo hacía con un entusiasmo, una dedicación, un fervor que añadía su artística presentación al espectáculo maravilloso de los 275 saltos en tres kilómetros de extensión.

El salto “Álvar Núñez Cabeza de Vaca”, su descubridor para el occidente, que las llamó “Saltos de Santa María”, el “Salto de Adán y Eva”, y sobre todo “La Garganta del Diablo” que acerca el majestuoso caer de las aguas grandes (Iguazú quiere decir “agua grande”) a la mirada atónita, encantada, embrujada del espectador que contempla casi al alcance de su mano la furia de las aguas en su caída geométrica, perpendicular, artística, sonora. El arte de la naturaleza en la majestad de la selva.

Me hizo reír el nombre de un salto: “Salto Ramírez”. No muy poético. Me recordó que en el tiempo que precedió a la segunda guerra mundial, los franceses habían construido una línea de fortificaciones a lo largo de su frontera con Alemania, que llamaron “Línea Maginot”; los alemanes contestaron solemnemente con la “Línea Sigfrido” al otro lado de la frontera…, y los españoles, para no ser menos, pusimos también algunos cañones en los Pirineos apuntando a Francia por si acaso, y los llamamos “La Línea Gutiérrez”, que era el nombre del ingeniero que la proyectó. También los apellidos corrientes tienen sus derechos.Casi nos hicimos amigos, y yo le dije al guía al despedirnos:

– Le admiro por el entusiasmo con que nos ha enseñado usted las cataratas.
– Digo lo que siento, señor.
– Ya lo veo, pero también me ha dicho usted que lleva más de diez años enseñando día a día el mismo paisaje.
– Así es.
– ¿Y no le aburre eso un poco? Repetir todos los días lo mismo, por grandioso que sea el espectáculo, ¿no degenera en rutina y repetición y desgana?
– Admito que a veces sí, pero procuro animar a los visitantes y apreciar yo mismo la suerte que tengo de contemplar todos los días esta maravilla que ustedes pagan por venir a ver y a mí me pagan por enseñarla.
– Le felicito.
– Y ahora permítame una pregunta. Usted me ha dicho que es sacerdote, ¿no?
– Sí, lo soy.
– Y usted dice misa todos los días.
– Sí.
– Es decir, que usted también repite más o menos las mismas oraciones cada día.
– Así es.
– ¿Y no le aburre eso?
– También yo procuro animar a mis oyentes y doy gracias por mi suerte.
– Sí, pero yo le llevo una ventaja a usted: yo cambio de oyentes todos los días, y usted tiene siempre los mismos. Yo también le aprecio a usted, y acuérdese de las cataratas.

Me acordaré toda la vida.

El salto del pez

Para mí las cataratas fueron uno de los paisajes más bellos que he visto en mi vida. Para una mirada más pragmática quizá pudieran ser oportunidad industrial para construir una central eléctrica. Rabindranath Tagore cuenta la siguiente experiencia suya en las aguas del Ganges:

“Un día navegaba yo por el Ganges en una pequeña embarcación. Era un perfecto atardecer de otoño. Acababa de ponerse el sol, y un silencio cósmico descendía sobre el horizonte. La superficie de las aguas, sin una arruga, reflejaba los matices del crepúsculo. Las arenas de las orillas se extendían a ambos lados del río como las escamas iridiscentes de un monstruo marino.

Mientras nuestro barco navegaba en silencio por el medio del río, saltó súbitamente un pez enorme, desapareció al punto entre las aguas, y sus escamas fugitivas dibujaron por un instante en el aire un arco iris de transparencias mágicas. Había surgido de sus dominios en las profundidades para añadir un trazo de color y alegría al día que bajaba a su ocaso.

Yo sentí que había recibido el saludo encantado de un mundo misterioso, y en mi corazón había penetrado un rayo de luz. Entonces, súbitamente, oí al timonel del barco que exhalaba un suspiro de resignación: ‘¡Vaya pescado!’

Para él la aparición del pez era la imagen del pescado, cocinado y servido en un almuerzo festivo. Había visto el pez solamente a través de su apetito. Su deseo condicionaba su visión. Se perdió la belleza del momento… ¡y no se comió el pez!

¿No es así, a veces, la vida?”

(Sádhana o la vida espiritual, Afrodisio Aguado, Madrid 1957, p. 150)

Santo ecuménico

Tagore reflexiona en el mismo libro:

“Nuestro trabajo no es nuestro descanso. Sin embargo, el río halla su descanso en su carrera al mar; el fuego, en su arder; la flor, en exhalar su perfume; mientras que para nosotros nuestro trabajo no es nuestro descanso. Nuestro trabajo nos agobia porque no nos dedicamos a él de corazón, no nos damos, no nos entregamos.

¡Ojalá puedan nuestras almas volar ardientes hacia ti como la llama, correr hacia ti como el río, exhalar tu perfume como la flor!”
(175)

Pone otra comparación:

“Si un salvaje, en su ignorancia, al ver el cuidado y el respeto con que los hombres blancos trataban y guardaban los billetes de banco creyese que poseían un poder mágico para obtener con ellos todo lo que uno quisiera, se procuraría esos billetes, los guardaría, los escondería, los adoraría de mil maneras…, hasta que al fin, cansado de sus esfuerzos, vería tristemente que esos papeles carecen absolutamente de valor y en sí mismos no valen para nada.

Todo lo que hemos recibido en esta vida es para usarlo, emplearlo, cambiarlo, darlo. Nuestro corazón es para entregarlo. Si lo guardamos enterrado, no sirve para nada.”
(119)

Y nos cuenta esta leyenda de Kabir, el santo de Benarés en el siglo XV, que vivió para acercar a hinduistas y musulmanes en la adoración del único Dios.

“Cuando Kabir murió, los hindúes querían incinerarlo, y los musulmanes, enterrarlo, cada uno según su costumbre. Cuando estaban discutiendo, Kabir se les apareció y les dijo: ‘Levantad el sudario que cubre a mi cuerpo, y ved lo que hay debajo.’ Lo hicieron así, y en lugar del cuerpo encontraron un puñado de flores Champa, con su pétalos blancos alargados y sus estambres de oro.

La mitad de ellas la enterraron en Maghar los musulmanes, que hasta la fecha reverencian el nicho que aún existen el lugar de los hechos; la otra mitad se la llevaron los hindúes a Benarés para incinerarla.

Conmovedora conclusión, perfectamente apropiada a la vida del hombre que había derramado el perfume de sus poemas sobre las más bellas doctrinas de dos grandes creencias.”

(218)

Me contáis

[Esta página fue escrita el año pasado como preparación para la Congregación General de los jesuitas que está teniendo lugar este año en Roma por quien fue después elegido en esa misma Congregación como el nuevo Padre General de los Jesuitas, Adolfo Nicolás.]

“¿PODEMOS SER REALISTAS?

Todavía recuerdo la Congregación General 34 (la anterior a esta). Recuerdo con cariño y humor sus desafíos. Pero no fuimos realistas.

Imagínate: 220 jesuitas deciden tratar 46 temas, los trabajan durante tres meses, publican solemnemente 26 documentos, aprueban 416 notas complementarias. Por eso no nos sorprendimos cuando sobrevinieron crisis: crisis de contenido, de gobierno, de esperanza. Y esta vez vamos a ser cerca de 230 los reunidos.

Espero ardientemente que seamos realistas acerca de lo que una Congregación General puede hacer buenamente, lo que no puede hacer, y lo que debería dejar al nuevo Padre General y su equipo.

¿PODEMOS SER TRANSPARENTES?

La transparencia se está haciendo difícil en nuestro pequeño mundo. ¿Cuál fue la última vez en la que un gran líder pudo confesar graves faltas suyas en público y continuar dirigiendo a los fieles, el país, la Iglesia?

Sin embargo, nuestras Congregaciones Generales han comenzado siempre con admitir, honrada y sinceramente, en qué nos hemos equivocado, qué falta en nuestras vidas, qué se ha torcido o quedado herido en nuestro espíritu, qué necesita conversión, renovación, o reforma radical. Espero sinceramente que podemos volver a hacerlo.

¿PODEMOS HACERNOS ACOMPAÑAR?

Lo mejor de una Congregación General es el evento mismo como evento del corazón. Es un tiempo de búsqueda intensiva y de alegres encuentros en los que las preguntas y respuestas no vienen de manera lineal sino que danzan dentro de nosotros y a nuestro alrededor, al ritmo de la apertura fraterna, humilde, mutua.

Espero que esto suceda en toda la Compañía de Jesús. Espero que todos tomemos parte activa en preparar la Congregación desde dentro de nuestros temas comunes. Oración, reflexión, intercambio son el don que hemos de contribuir.

Espero que los que no vayan a Roma sigan de cerca los acontecimientos con la misma esperanza, la misma intensidad de búsqueda, la misma disposición a cambiar y a dejarse llevar por el Espíritu y por nuestro Señor. Este será nuestro mejor logro.

¿PODEMOS SER CREATIVOS?

Siento de alguna manera, imprecisa y difícil de definir, que hay algo importante en nuestra vida religiosa que necesita atención y no se la estamos dando. Nos hemos preocupado por tratar nuestros problemas siempre que los hemos descubierto: Pobreza (CG32 en 1974 y 34 en 1995), Castidad (GC34), Comunidad (Provinciales en Loyola)…. Pero la inquietud en la Compañía y en la Iglesia no ha desaparecido.

La pregunta es la siguiente: ¿Basta con que estemos contentos con nuestra vida y mejoremos nuestro servicio y nuestro ministerio? ¿No hay también un factor importante, oculto en la voz del pueblo, que debería llevarnos a una reflexión más profunda sobre la vida religiosa hoy? ¿Cómo es que provocamos tanta admiración y tan poco seguimiento?

Una de mis esperanzas es que en la Congregación General 35 comencemos un proceso abierto y dinámico de reflexión sobre nuestra vida religiosa que pueda dar lugar a un proceso de una nueva creación de nuestra Compañía para nuestro tiempo, no solo en la calidad de nuestros servicios, sino también y primariamente en la calidad de nuestro testimonio personal y comunitario a la Iglesia y a la Palabra.

¿PODEMOS SER PRÁCTICOS?

La era en que vivimos, y en la que los jesuitas más jóvenes vivirán, es una era de rápido cambio. Las nuevas tecnologías y las posibilidades de comunicación lo están cambiando todo. Nosotros usamos algunas, pero no nos sentimos libres para usar otras. Quizá cierta moderación en el uso de nuevos medios nos iría bien. Quizá no. Es muy difícil saber qué va a suceder en siete o diez años.

Espero que la próxima Congregación General abra el camino para futuras Congregaciones Generales, dándole al General y a su Consejo libertad para discernir y escoger los mejores medios para preparar y gobernar las Congregaciones del futuro.

¿PODEMOS SER BREVES?

No desearíamos que la Congregación General 35 pusiera a prueba nuestra paciencia. Una Congregación General no es una panacea para todos los problemas que pueden surgir. Es una gran ayuda, pero básicamente está orientada al crecimiento continuado en el Espíritu y al Apostolado de toda la Compañía.

Así, mi última esperanza es que seamos tan claros en nuestros fines, y tan enfocados en nuestro trabajo, que podamos hacerles este servicio a la Compañía y a la Iglesia en un tiempo razonablemente breve.”

Por Adolfo Nicolás SJ, Moderador de la Conferencia Jesuita de Asia Oriental y Oceanía.

Salmo

Salmo 30 – Mi vida en tus manos

“Tú eres mi Dios; en tus manos están mis azares.”

Me siento feliz al decir esas palabras. Déjame repetirlas:“Tú eres mi Dios, en tus manos están mis azares.” Se me quita un peso de encima, descanso y sonrío en medio de un mundo difícil. “Mis azares están en tus manos.” ¡Benditas manos! ¿Y cómo he de volver a dudar, a preocuparme, a acongojarme pensando en mi vida y en mi futuro, cuando sé que está en tus manos? Alegría de alegrías, Señor, y favor de favores.

“Mis azares.” Buena suerte, mala suerte; altos y bajos; penas y gozos; luces y sombras. Todo eso es mi vida, y todo eso está en tus manos. Tú conoces el tiempo y la medida, tú sabes mis fuerzas y mi falta de fuerzas, mis deseos y mis limitaciones, mis sueños y mis realidades. Todo eso está en tu mano, y tú me amas y quieres siempre lo mejor para mí. Esa es mi alegría y mi descanso.

Que esa fe aumente en mí, Señor, y acabe con toda ansiedad y preocupación en mi vida. Desde luego que seguiré trabajando por mis “azares” con todas mis fuerzas y con toda mi alma. Soy trabajador incorregible, y no he de bajar las miras ni disminuir el esfuerzo; pero ahora lo haré con rostro alegre y corazón despreocupado, porque ya no estoy atado a conseguir el éxito por mi cuenta. Esos “azares” están en tus manos, y bien se encuentran allí. Yo ahora puedo sonreír y cantar, porque por primera vez empiezo a sentir que el yugo es suave y la carga ligera. Mi esfuerzo seguirá, pero desde ahora el resultado está en tus manos, es decir, fuera de mi competencia y, por consiguiente, fuera de mi preocupación.

La paz ha vuelto a mi alma desde que yo he aprendido las benditas palabras: “Tú eres mi Dios; en tus manos están mis azares.”

Meditación

El ángel de la encarnación

“Se le apareció el ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar del incienso.”
(Lucas 1:11)

Gabriel abre el Nuevo Testamento. Él da un vuelco a la historia, finaliza una etapa, inaugura la redención. Allí está en el Templo sagrado que unía a Israel, en el “santuario del Señor”, en frente del sacerdote Zacarías que ha entrado solo, en el turno privilegiado que le toca sólo una vez al año, a quemar el incienso ante el “santo de los santos” mientras la multitud devota espera fuera a la hora de la oración. Allí está para ir después a Nazaret y completar su misión y dejar en marcha el plan que Dios había pensado desde el día en que Adán y Eva salieron del paraíso, y que ha ido fraguándose profeta a profeta y rey tras rey hasta que ha llegado la plenitud de los tiempos y ha florecido la rama de Jesé, y la creación está de parto, y Dios en persona va a visitar a su pueblo. Gabriel abre el nuevo escenario. Empresario del drama de la redención.

Ángel de los comienzos. Prólogo de narraciones. Obertura de festivales. Él sabe dar noticias insólitas, acallar miedos incipientes, resolver dudas, explicar planes, dar nombre a niños por nacer, proporcionar pruebas, comunicar gozo. Él es el jefe de la diplomacia celeste, el embajador plenipotenciario, el enviado de confianza, el ángel de la encarnación. Él suaviza los comienzos, establece los contactos, acierta a expresar misterios divinos en palabras humanas. El tacto y la claridad marcan sus intervenciones. Si la palabra “ángel” quiere decir “mensajero”, Gabriel es el ángel de los ángeles.

Tengo mucho que aprender de Gabriel. Mi punto flaco son las relaciones públicas. No tengo talento diplomático. No sé de contactos, influencias, etiquetas, recomendaciones. No frecuento reuniones, no conozco personajes, no cultivo a los poderosos, no organizo apoyos. Digo lo que siento con claridad culpable, y no preparo canales de aceptación con previsión razonable. No quiero herir a nadie, y mis expresiones son delicadas, pero tampoco hago esfuerzos positivos por ganarme a personas indiferentes, que siempre las hay y siempre pueden obstaculizar actuaciones, y siempre pueden también suavizar su oposición si se las trata con tacto preventivo. No lo sé hacer. Y quizá me convendría aprender a hacerlo para facilitar entendimiento y agilizar resultados. Hay una diplomacia meritoria que conviene aprender en respeto a las demás personas y en mejora de relaciones humanas. Su maestro es Gabriel.

Una vez que Gabriel ha entrado en escena, sabemos que todo irá bien. Que entre también en mi vida para mejorar mis embajadas.

 

Día 15
Os cuento

Todo o nada

Richard Branson, el fundador de Virgin, nos cuenta algunas de sus experiencias.

“Disfruté mucho mientras hacía la serie de televisión The Rebel Billionaire en Estados Unidos porque me pareció muy divertido hacer pasar a un grupo de jóvenes empresarios y empresarias y a mí mismo por distintos desafíos, muchos de los cuales estaban sacados directamente de las películas de James Bond, aunque ninguno era imposible. Estaban diseñados para ir reduciendo el grupo hasta que solo quedara la persona con el carácter más fuerte y el más capacitado para conseguir sus metas. El episodio final daba un giro brutal. Todos nos reunimos en la terraza de mi casa en mi isla privada de Necker, en la playa junto al mar, para que yo entregara al ganador, Shawn Nelson, el premio final, un cheque de un millón de dólares.

Había una pega. Podía coger el cheque o jugarse a cara o cruz un premio mayor. Si no acertaba, lo perdería todo. Le tendí el cheque. Lo cogió y al ver la larga línea de ceros, casi se podía ver en sus ojos lo que significaba aquella suma para él y para sus aspiraciones empresariales. Luego, volví a coger el cheque y lo puse en el bolsillo de atrás de mi pantalón. En su lugar, le tendí una moneda de plata.

‘¿Cuál escoges? –le dije– ¿la moneda o el cheque?’

La vida está llena de elecciones difíciles. ¿Por cuál optaría? Shawn parecía conmocionado. Era un gran riesgo. Todo o nada. Me preguntó, ‘¿tú qué harías, Richard?’ ‘La elección es tuya’, le dije. Le podría haber dicho, ‘yo asumo riesgos, pero siempre riesgos calculados. Evalúo las posibilidades en todo lo que hago’, pero no dije nada. Él tenía que decidir.

La tensión iba en aumento a medida que Shawn caminaba de un lado a otro de la terraza, sin siquiera mirar a la idílica vista sobre el mar, encerrado en una lucha interna consigo mismo mientras trataba de decidirse. Era tentador jugársela. Le haría parecer cool. Además el premio desconocido podía ser increíble. Aun así, no dije nada; sabía lo que yo habría hecho, pero ¿qué haría él?

Al final dijo, ‘Cojo el cheque.’ Poseía una pequeña empresa y podría usar el millón de dólares sabiamente para que su empresa creciera. Podía cambiar su vida a mejor y también ayudar a la gente que trabajaba para él y que creía en él. Escogió el cheque.

Yo me alegré mucho y mientras sacaba el cheque del bolsillo y se lo entregaba, le dije: ‘Si hubieras escogido lanzar la moneda, yo te habría perdido el respeto.’

Había escogido la opción correcta no jugándosela a algo que no podía controlar. Consiguió el millón de dólares, y además le añadimos el premio misterioso. El gran premio era ser presidente por tres meses de las más de 200 compañías de Virgin en todo el mundo con sus 50.000 empleados. Shawn aprendería mucho. Era una oportunidad de oro y, al no arriesgarlo todo lanzando una moneda, había demostrado que mis empresas estarían en buenas manos esos tres meses. Se había ganado el puesto.”

(Richard Branson, Hagámoslo, Arcopress 2008, p. 57)

Ahora o nunca

Otra experiencia del mismo:

“El primer gran reto de mi vida me llegó cuando tenía cuatro o cinco años y nuestra familia fue a Devon dos semanas en verano, junto con dos tías y un tío. Cuando llegamos allí, corrí a la playa y me quedé mirando el mar. Ansiaba nadar, pero no había aprendido. Mi tía Joyce, una de las hermanas de mi padre, vino y se paró a mi lado mientras yo miraba fija y melancólicamente las olas, y me ofreció diez chelines si aprendía a nadar antes de que acabaran las vacaciones. Era muy lista, y sabía que ya entonces yo respondía inmediatamente a cualquier reto. Acepté la oferta, seguro de que la ganaría. Casi todos los días el mar estaba picado y las olas eran altas, pero intenté nadar durante horas y horas. Día tras día chapoteaba con un pie en el fondo, me ponía azul por el frío, no hacía caso de la cantidad de agua que tragaba…, pero no aprendí.

‘No importa, Ricky –me dijo amablemente mi tía Joyce al final– ya lo intentarás el año que viene.’

Yo estaba abatido porque había perdido la apuesta y porque estaba convencido de que a mi tía se le olvidaría el año siguiente. Montamos en el coche para volver a casa. Era un día caluroso y en los años cincuenta las carreteras eran muy estrechas, por lo que no íbamos muy rápidos. ¡Cómo me hubiera gustado aprender a nadar! ¡Cómo odiaba haber perdido!

De repente miré por la ventanilla y vi un río. ‘¡Para el coche!’, grité. Mis padres sabían lo de la apuesta, y creo que mi padre entendió lo que yo quería, salió de la carretera y aparcó. ‘¿Qué pasa?’ me preguntó volviéndose hacia mí.

‘Ricky quiere volver a intentar ganar los diez chelines’, dijo mi madre. Como aún no habían acabado las vacaciones porque aún no habíamos llegado a casa, la oferta de mi tía estaba en pie.

Salté del coche y me desvestí rápidamente. Luego corrí a través del campo hasta el río. Cuando llegué a la orilla, sentí miedo. El río parecía profundo y rápido, y corría entre rocas. Volví la cabeza y vi a todos de pie, mirándome. Mi madre sonrió y me hizo señas para que avanzase. ‘¡Puedes hacerlo, Ricky!’, me animó.

Con sus ánimos y el reto de mi tía dándome fuerzas, supe que era ahora o nunca. En cuanto llegué al medio, la corriente me atrapó, me fui al fondo, y tragué agua. La corriente me arrastró río abajo. Conseguí respirar y relajarme, puse un pie en una roca y me eché adelante. De pronto, casi sin saberlo, estaba nadando. Chapoteaba en círculos, pero había ganado el premio. A pesar del ruido del agua sobre las rocas y del que yo producía al salpicar, pude oír a mi familia vitoreándome desde la orilla. Volví despacio, estaba agotado, pero muy orgulloso. Salí a gatas por el barro y las ortigas hasta alcanzar a tía Joyce. Con una gran sonrisa, sacó y me dio los diez chelines.

‘¡Bien hecho, Ricky!’, me dijo.

‘Sabía que podrías hacerlo’, me dijo mi madre, dándome una toalla seca. Siempre he odiado el fracaso.”
(69)

El momento presente

No conocía yo esta anécdota que Richard Branson cuenta de Dalí, pero bien puede ser auténtica.

“El pintor español Dalí tenía un modo único de saborear el momento presente. Cuando la vida le aburría, paseaba por sus jardines cerca del mar. Cogía un melocotón perfecto, templado por el sol. Lo sujetaba en sus manos para admirar su piel dorada. Cerraba los ojos, lo olía, y respiraba profundamente a medida que su perfume llenaba sus sentidos. Luego le daba un único mordisco. Su boca se llenaba con un jugo exquisito. Lo saboreaba detenidamente. Después tiraba el melocotón al mar. Decía que era un momento perfecto y que conseguía más de ese mordisco único que de atiborrarse con una cesta de melocotones.”
(97)

El alma se queda atrás

Un explorador blanco, ansioso por llegar cuanto antes a su destino en el corazón de África, ofreció una paga extra a sus porteadores para que anduviesen más de prisa. Durante varios días, los porteadores apuraron el paso.
Una tarde, sin embargo, se sentaron todos en el suelo y dejaron la carga, negándose a continuar. Por más dinero que les ofreciese, los indígenas no se movían.
Finalmente, cando el explorador pidió una explicación para aquel comportamiento, obtuvo la siguiente respuesta:
– Hemos andado demasiado deprisa, y ya no sabemos ni dónde estamos ni qué estamos haciendo. Tenemos que esperar a que nuestras almas nos alcancen.

(Paulo Coelho, Maktub, Planeta, Barcelona 2005, p 36)

Las tres joyas

Habla un monje budista:

“El budismo consiste en lo que llama sus Tres Joyas: el Buda, su Doctrina, la Congregación de sus monjes. La oración budista reza:

Buddham sharanam gacchami;
Dhammam sharanam gacchami;
Sangham sharanam gacchami.

‘Busco refugio en el Buda;
busco refugio en su Doctrina;
busco refugio en su Congregación.’

Pero…
Las imágenes del Buda no nos dejan ver al Buda.
Los sermones sobre su doctrina no nos dejan oír su Doctrina.
Los monjes no nos dejan encontrar su Congregación.”

(Ashin Janakabhivamsa, Autobiography, p. 192.)

¿Solo en el budismo?

Me contáis

Alguien me ha preguntado qué música oigo mientras trabajo. Le he contestado que estos días estaba oyendo El Clave Bien Temperado de Bach. Él se lo ha comprado y se lo ha puesto. Y me dice luego que se ha aburrido a muerte. Lo comprendo. Yo estudié de joven en detalle los 48 preludios y fugas de Bach al piano y se me quedaron en el alma para toda la vida. Mientras que oídos de repente uno tras otro, aburren. Y eso no me hace a mí en manera alguna superior a nadie. Sencillamente me tocó Bach de joven y me marcó. A otros les marcan otras músicas que a mí no me tocaron. Así que mi gusto quizá no sea el tuyo. Sin que ninguno de nosotros dos sea “mejor” que el otro.

Por cierto, mi opinión tampoco es necesariamente la tuya. Lo que me vale a mí, quizá no te valga a ti. A ti quizá no te guste Bach. No te lo compres.

Salmo

Salmo 31 – Sombras de mi alma

He obrado el mal, y he pretendido olvidarlo. Le he quitado importancia, lo he acallado, lo he disimulado. Me he justificado a mí mismo en secreto ante mi propia conciencia: no se trata de nada importante, a fin de cuentas; todo el mundo lo hace; no tenía más remedio; ¿qué otra cosa pude haber hecho? Dejémoslo en paz, y su recuerdo desaparecerá; y cuanto antes, mejor.

Pero el recuerdo no pasó. Al contrario, aumentó en mí la tristeza y el desasosiego. Cuanto más tiempo pasaba, más agudo se hacía el aguijón del dolor en mi conciencia. Mis esfuerzos por olvidarme sólo habían conseguido turbarme y apesadumbrarme más.

“Mientras callé se consumían mis huesos,
rugiendo todo el día;
porque día y noche tu mano pesaba sobre mí;
mi savia se me había vuelto un fruto seco.”

Estaba disgustado conmigo mismo y enfadado con mi propia debilidad. Algo quedaba colgando en mi pasado; una herida abierta, un capítulo inacabado, un delito sin expiar. Había tragado veneno, y allí estaba distribuyendo por todo mi organismo su efecto letal de angustia y desesperación. Por fin, no pude más y hablé.

“Había pecado, lo reconocí,
no te encubrí mi delito:
confesaré al Señor mi culpa.
Y tú perdonaste mi culpa y mi pecado.”

Lo manifesté todo ante mí mismo y ante ti, Señor. Admití todo, acepté mi responsabilidad, confesé. Y al momento sentí sobre mí el favor de tu rostro, el perdón de tu mano, el amor de tu corazón. Y exclamé con alegría nueva:

“¡Dichoso el que está absuelto de su culpa,
a quien le han sepultado su pecado!
¡Dichoso el hombre a quien el Señor
no le apunta el delito!”

Dame la gracia de ser transparente, Señor. Transparente contigo y conmigo mismo, y, en consecuencia, con todos aquellos con quienes trato. No tener nada que esconder, nada que disimular, nada que disfrazar en mi conducta o en mis pensamientos. Quiero acabar con todas las sombras por los rincones de mi alma, o, más bien, aceptarlas como sombras, es decir, aceptarme a mí mismo tal como soy, con sombras y todo, y aparecer como tal ante mi propia mirada y la de todos los hombres y la de tu suprema majestad, mi Juez y Señor.

Que me conozca yo tal como soy, y que así me conozcan también los demás. Quiero ser honesto, sincero y cándido. Quiero ser transparente en mis luces y en mis sombras. Y que la gratitud de la realidad me compense por los fallos de mi flaqueza.

“Tú eres mi refugio:
me libras del peligro,
me rodeas de cantos de liberación.”

Meditación

El Ángel de los comienzos

“Al sexto mes fue enviado por Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María.”
(Lucas 1:26-27)

El ángel y la doncella. El cielo y la tierra. La propuesta y el sí. Y el Hijo del Altísimo que reinará desde el trono de David sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin. Claridad en el diálogo; delicadeza en la expresión; sobriedad en el trato. El pacto más sagrado de la historia del género humano queda sellado en breves frases con acuerdo rápido. El ángel dice exactamente lo que ha de decir; la doncella lo entiende y expresa su aceptación. Y el ángel se va.

Gabriel, ángel de los comienzos, patrono de toda obra buena, anunciador de amaneceres, propiciador del sí. Yo no voy a hacer grandes cosas en mi vida, pero sí deseo que tú inaugures con tu presencia los pequeños proyectos que yo emprenda. Quiero sentir que cada obra mía, por pequeña que sea, viene de Dios, y por eso deseo que tú me la expliques, que tú me invites. Visítame con tus iniciativas, inspírame con tus planes, hazme caer en la cuenta de que las ideas que yo concibo para escribir un libro no vienen de mí sino de más arriba, que lo que mi cabeza me dicta se lo ha sugerido a ella antes un murmullo de alas que vienen de lejos, que mis pequeños trabajos son parte ínfima y mínima pero real y viva de ese plan soberano que tú le revelarte un día a esa doncella querida en su casita de Nazaret.

Mis esfuerzos son parte de esa tarea, mis actividades fluyen de esa corriente, mis proyectos se inspiran en esa empresa. Mi pequeña historia se enmarca en esa gran historia, mis breves capítulos se anotan en su largo índice, mi vida late humilde en su vida. Sin tu visita a Nazaret no llegarían esos pensamientos a mi mente, esos sentimientos a mi corazón ni estas palabras a mi pluma. Tú estás al comienzo de todo, ángel Gabriel, y yo te ruego sigas estando al comienzo de todo lo que yo haga y diga y escriba. Tú sabías dónde estaba Nazaret, y sabes en cada momento donde estoy yo. Te espero, ángel de los comienzos de todo lo bueno. Vuelve a venir.

Día 1
Os cuento

Bodas de oro

El lunes pasado, 24 de marzo, víspera de la fiesta de la Anunciación, cumplí 50 años de sacerdote. Nos ordenamos siete compañeros jesuitas en la misión del Guyarat en la India. Tres han fallecido, y de uno de ellos voy a contar una anécdota de aquel día.

El protagonista fue un compañero mío jesuita que falleció el año pasado. Ignacio Zavala Alday. Nuestra ordenación sacerdotal tuvo lugar la víspera de la fiesta de la Anunciación, 24 Marzo 1958, en la localidad de Anand, provincia del Guyarat en la India de manos del obispo indio Edwino Pinto. Mi madre había venido de España para acompañarme en el día más esperado de su vida y más ansiado de la mía. Era también la primera vez que las ordenaciones sacerdotales se iban a tener en un puesto de misión, pues hasta entonces se celebraban todas en el mismo teologado donde estudiábamos, dando como razón que servirían de consuelo a los profesores que tanto trabajaban por prepararnos para el sacerdocio y se consolarían viendo subir al altar a quienes habían adoctrinado en clases y juzgado (y a veces suspendido) en exámenes.

Pero aquel año se pensó que para fomentar las vocaciones sacerdotales nativas en tierras de misión convendría tener unas ordenaciones en una parroquia viva, y para nosotros se escogió la de Anand donde se organizó con entusiasmo el evento religioso y popular. Hubo que erigir una plataforma en el campo de fútbol del colegio adjunto a la parroquia, y se construyó atando firmemente unas con otras cientos de grandes latas de leche en polvo (llenas todavía) que organizaciones internacionales enviaban a la India en aquellos tiempos. Algo crujían las latas mientras los siete candidatos nos desplazábamos litúrgicamente sobre la improvisada plataforma, pero aguantaron nuestro peso y nuestras emociones. Que fueron muchas.

Al acabar la ceremonia nos retiramos a un lado para desvestirnos de los ornamentos. A mi lado estaba Zavala. Se quitó casulla, estola, alba, amito y los fue plegando y dejando sobre la mesa. Quedó un momento de pie mirándolo todo. Entonces volvió sus manos que quedaron con las palmas hacia arriba, y mirando alternativamente de una a otra se preguntó a sí mismo en voz baja cargada de asombro y reverencia: “¿Cómo puede ser esto?” Y se quedó mirándolas.

Fue solo eso. Se lo dijo a sí mismo, pero yo lo oí. Aquellas manos acababan de tocar por vez primera la sagrada hostia. El contacto sagrado. La mano recién consagrada por el óleo del obispo. Manos de sacerdote desde ahora y para siempre. Para traer a Dios del cielo y perdonar pecados sobre la tierra. Manos de Cristo. Mis manos. Parecía mentira. Manos para bendecir y para ser besadas. Manos para tocar a Dios. ¿Cómo puede ser esto?

Todo este sentimiento nacía del hecho que aquella era la primera vez en la vida que tocábamos la sagrada hostia con nuestras manos. Por entonces se seguía estrictamente la regla de recibir la comunión en la lengua sin permitir jamás que los dedos la tocaran. Incluso nos decían que sería pecado. Por eso el primer roce de la blanca hostia en los dedos recién consagrados tenía ese toque de misterio, de milagro, de emoción. De puro gozo parecía mentira.

Me imagino que sacerdotes de ahora que han venido recibiendo la comunión en la mano desde el día de su primera comunión no sienten ningún estremecimiento especial al tocarla de sacerdotes después de haberla tocado tantas veces desde niños. Ya están acostumbrados a tocarla. Soy partidario de recibir la comunión en la mano, pero reconozco que hemos perdido algo de respeto, reverencia, adoración. Gracias por aquel momento, Ignacio Zavala.

Desde el cielo recordarás lo que yo te contesté en aquel momento. Habíamos leído el evangelio de la Anunciación en la Misa, y yo había predicado el sermón. Gabriel y María. La embajada divina. La pregunta de María “¿Cómo puede ser esto?” y la explicación del ángel. El sí de la Virgen. El misterio de la encarnación. Y cuando tú te preguntaste a ti mismo “¿Cómo puede ser esto?”, a mi me sonaron a las palabras de la Virgen al ángel, y te contesté, por lo bajo también para que las oyeras tú solo, las palabras del ángel a la Virgen: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra.” Acuérdate que nos miramos. Y los dos teníamos los ojos húmedos. Nos abrazamos muy fuerte.

Tres cuentos de la India

Una mujer muy piadosa sentía que su marido no practicaba la religión, y cuando un famoso predicador vino a su pueblo a predicar tres días, logró conseguir que fuese a oír el sermón.

Fue el primer día al templo, se sentó en un banco, se durmió inmediatamente, se despertó cuando todos se levantaban, y se fue a casa.

El segundo día, lo acompañó su mujer, pero se durmió también desde el principio, y su mujer no pudo hacer nada ya que no podía tocarlo en público, y no despertó hasta el final.

El tercer y último día se durmió también, pero un mosquito se posó en su brazo y le picó, con lo que él se despertó un instante, se rascó, y se volvió a dormir. Pero aquel breve instante en que estaba despierto unas pocas palabras del sermón entraron en sus oídos, y la palabra de Dios es tan poderosa que entró en su mente y en su corazón, y eso bastó para convertirlo a una vida piadosa. Se fue de peregrinación a Benarés, se hizo monje, y dejó a su mujer.

Esa es la fuerza de la palabra de Dios una vez que entra en el oído. Una fuerza mucho mayor de lo que se esperaba la mujer.

*
Le pidieron a Tenali Rama, el tradicional juglar del sur de la India, que les recitase la historia del Ramayana. Cómo Rama fue exilado a la selva por su madrastra, fue allí con su mujer Sita, luego Rávana raptó a Sita y se la llevó a Shri Lanka, y de allí siguieron todas las guerras y las hazañas que forman el poema épico.

Tenali Rama comenzó: “Rama y Sita se fueron a la selva…”, y se paró. Le rogaron que continuara, pero él dijo: “Rama y Sita se fueron a la selva. De allí se deduce todo lo que siguió. Allí está todo. Comienza tu camino hacia Dios, y todo se seguirá de ahí. Pero comienza. En tu primer paso están todos los demás. Vete a la selva. Y todo el Ramayana se seguirá. Pero tienes que comenzar.”

*
El rey se casó con una princesa para tener un hijo. No lo tuvo, y se casó con otra. Esta también resultó estéril, y el rey se casó con otra y con otra hasta siete. Siguió sin hijo y sin heredero que pudiera ocupar el trono tras él.

Triste y desengañado, iba un día paseando por el bosque cuando vio a una mujer de gran belleza. Se enamoró de ella y le pidió que se casara con él. Le dijo: “No quiero ya hijo ni heredero, quiero solo tu amor.” Se hizo su mujer…, y pronto tuvo un hijo. El rey se regocijó y volvió a visitar a sus siete mujeres…, y todas ellas concibieron a su tiempo.

El Buda enseñó: “El deseo de conseguir resultados es el mayor obstáculo para conseguirlos. Quita el deseo y llegará el fruto.”

(A.K. Ramanujan, Folktales From India, Penguin New Delhi 1991. pp. 65, 68, 87.)

Jóvenes

“El adolescente compra ropa carísima que parece hecha por un enemigo, se la pone al revés de cómo tiene que ser. El calzado es de tipo carnavalesco y el peinado puede resultar un poema multicolor. Los jóvenes detestan cualquier tipo de ‘uniforme’ de los padres, pero buscan las mismas marcas de ropa que los demás jóvenes y sienten predilección por idénticas extravagancias. Los chicos son capaces de dilapidar sus ahorros para adquirir un pantalón que no es de su talla o un jersey que parece tejido por un manco; las chicas, además, intercambian ropa o zapatos con sus amigas. Cuando llevan a casa algo nuevo no se les pasa por la cabeza estrenarlo inmediatamente. Primero se encierran en el cuarto, se ponen el modelo, se miran en el espejo con él, bailan, hacen muecas. Una vez visto el atuendo en todas las posturas posibles e imposibles, entonces, y sólo entonces, osan salir con él puesto. Cuando se encuentran atractivas, tardan bastante tiempo en cambiar al atavío. Pueden llevar el mismo pantalón hasta tres meses seguidos, aunque tengan otros en el armario.

– Mamá, ¿dónde está mi pantalón?
– Estaba roto, hija. Se te ve el trasero. Lo he cosido y ahora está en la lavadora.
– ¿Te has vuelto loca o qué? ¡Coserlo! ¡Lavarlo! Te mato. ¡Nadie va a ir tan horrible como yo! Nadie. ¡Dios mío! ¿Qué me pongo ahora?

Además, las chicas son muy dadas a invadir el guardarropa ajeno, lo que suele desencadenar un sinfín de disputas entre los hermanos.”

(Alejandra Vallejo-Nágera, La edad del pavo, Temas de hoy, Madrid 2006, p. 86)

Cortos de Rabindranath Tagore

“El pájaro quiere ser nube.
Y la nube quiere ser pájaro.”

“El gorrión se compadece del pavo real
por el peso de su cola.”

“La hierba es la hospitalidad de la tierra.
Verde y suave para recibirnos.”

“Calla, corazón.
Esos árboles son oraciones.”

Me contáis

Gracias, Francisco, por llamarme hoy mismo la atención al artículo de Juan Masiá SJ en el último número de la revista Vida Nueva sobre un tema que siempre me ha interesado, ya que yo estuve muy metido en él en la India. Las traducciones de Biblia y liturgia a otras lenguas. Él habla, con autoridad, del japonés. Cito de su artículo:

“La versión de la misa en japonés no ha logrado en tres décadas la aprobación definitiva de la Curia romana, y todavía se usa solo como provisional. El tema ha quedado atascado en minucias como las siguientes:

En Japón se hace una reverencia al comienzo de la misa. Besar el altar sería mal educado. No se pone la boca en el mantel del comedor. Mejor juntar las manos respetuosamente. Pero la Curia insiste en el beso.

La respuesta ‘Y con tu espíritu’ suena en japonés tan rara como ‘con tu fantasma’, pero la Curia insiste en mantener lo literal.

En japonés se dice: ‘Me reconozco profundamente en pecado’ y basta una vez. La Curia insiste en triplicar ‘por mi culpa’ y acentuar ‘máxima culpa’.

‘Creo en la resurrección del cuerpo’ se refiere en japonés a la persona entera. Pero la Curia insiste en decir ‘resurrección de la carne’, frase que provoca en japonés una imagen grosera.

Se comprenderá la perplejidad de la Iglesia japonesa ante este contencioso, y preocupará por lo que tiene de síntoma como punta de iceberg de la marcha atrás con relación al Concilio Vaticano II.”

(Vida Nueva, 7.3.2008,  p. 18)

Lo mío fue más divertido. El obispo de Ahmedabad en la India me encargó la traducción de la Misa latina al idioma guyaratí. La hice, y he de decir que me sentí inspirado al hacerla. Pero las traducciones de textos litúrgicos, como ha sucedido con el japonés, han de ser aprobadas por Roma. Allá se envió mi traducción. El problema fue que en Roma no había nadie que supiera guyaratí. De Roma enviaron el texto de vuelta a mi obispo y le pidieron que alguien en la India retradujera mi traducción guyaratí al latín. El P. Pariza, de tanta santidad como sabiduría, se prestó a la tarea y lo hizo debidamente. Se mandó a Roma su traducción de mi traducción. Se aprobó mi traducción. Y hoy se reza con devoción en la Misa guyaratí. Yo le había dicho al obispo que, al pedirle de Roma la traducción latina de mi traducción guyaratí, les enviase sencillamente el texto original del misal latino. Se rió, pero no se atrevió.

Salmo

Salmo 32 – Los planes de Dios

“El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad.”

Estas palabras me tranquilizan, Señor, como ha de tranquilizar a todos los que se preocupan por el futuro de la humanidad. Leo los periódicos, oigo la radio, veo la televisión, y me entero de las noticias que día a día pesan sobre el mundo. “Los planes de las naciones.” Todo es violencia, ambición y guerra. Naciones que quieren conquistar a naciones; hombres que traman matar a hombres. Cada nueva arma en la carrera de armamentos es testigo triste e instrumento potencial de los negros pensamientos que tienen hombres en todo el mundo, de “los planes de las naciones” para destruirse unas a otras. Desconfianza, amenazas, chantaje, espionaje… La pesadilla internacional de la lucha por el poder en el mundo, que amenaza a la existencia misma de la humanidad.

Ante la evidencia brutal de violencia en todo el mundo, hombres y mujeres de buena voluntad sienten la frustración de su impotencia, la inutilidad de sus esfuerzos, la derrota del sentido común y la desaparición de la cordura del escenario internacional. “Los planes de las naciones” traen la miseria y la destrucción a esas mismas naciones, y nada ni nadie parece poder parar esa loca carrera hacia la autodestrucción. Más aún que la preocupación por el futuro, lo que entristece hoy a los hombres que piensan es la pena y la sorpresa de ver la estupidez del hombre y su incapacidad de entender y aceptar él mismo lo que le conviene para su bien. ¿Cuándo parará esa locura?

“El Señor deshace los planes de las naciones.”

Esa es la garantía de esperanza que alegra el alma. Tú no permitirás, Señor, que la humanidad se destruya a sí misma. Esos “planes de las naciones”, en su edición inicial, eran los planes de los reinos vecinos del Pueblo de Dios para destruirlo y destruirse unos a otros. Esos planes fueron desarticulados. La humanidad sigue viva. La historia continúa. Es verdad que en esa historia continúan los planes de las naciones para destruirse unas a otras, pero también continúa la vigilancia del Señor que aleja el brazo de la destrucción de la faz de la tierra. El futuro de la humanidad está a salvo en sus manos.

Contra “los planes de las naciones” se alzan “los planes de Dios”, y ése es el mayor consuelo del hombre que cree, cuando piensa y se preocupa por su propia raza humana. No conocemos esos planes, ni pedimos que se nos revelen, ya que nos fiamos de quien los ha hecho, y nos basta saber que esos planes existen. Siendo los planes de Dios, han de ser favorables al hombre y han de ser llevados a cabo sin falta. Esos planes protegerán a cada nación y defenderán a cada individuo de mil maneras que él no conoce ahora, pero que descubrirá un día en la alegría y la gloria de la salvación final. La victoria de Dios será en último lugar la victoria del hombre y la victoria de cada nación que a sus planes se acoja. Los planes de Dios son el comienzo sobre la tierra de una eternidad dichosa.

“El plan del Señor subsiste por siempre;
los proyectos de su corazón, de edad en edad.”

La historia de la humanidad está en las manos de su Creador.
Meditación

El Ángel de la espera

“El ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: ‘José, hijo de David, no temas tomas contigo a María tu esposa, porque lo concebido en ella viene del Espíritu Santo.”
(Mateo 1:20)

Yo conjeturo que el ángel que se aparece a José es el mismo Gabriel. Él ha puesto en marcha el proceso de la encarnación con Zacarías y María, y lo completa ahora con José. Hace las cosas bien y no deja a medias lo que comenzó. También conjeturo que Gabriel andaba preocupado porque sabía el momento difícil por el que pasaba María, y se sentía responsable por causarle sufrimiento en su perplejidad. Ante María e Isabel había quedado perfectamente explicado el parto virginal, que fue solo motivo de admiración y de gozo en la fe respaldada por la palabra de Dios y el milagro anunciado y verificado del embarazo de Isabel. Pero José no sabía nada, y a él le tocaba muy de cerca todo esto. Estaba ya perplejo ante la situación impensable, acosado por la presión social y la angustia interna. ¿Qué hacer?

El ángel ha tenido que esperar, porque tiene órdenes de Dios y sabe que a veces Dios prueba a los que más quiere para templar su virtud y acrecentar su fe. Pero en cuanto se lo permiten de arriba, vuela a José, le explica la situación con su acostumbrada brevedad y claridad, y puede ya volver a su reino con la satisfacción de la misión  cumplida. María y José se reúnen y nace el niño a quien el ángel ya había llamado Jesús.

El ángel de la espera. El ángel de la prueba. El ángel que tiene la solución en su mano pero no acaba de llegar, y mientras tanto yo me consumo con dudas y miedos y conjeturas. El ángel de la paciencia. Bien la necesito cuando concibo proyectos y espero resultados y sufro lentitudes y anhelo que las cosas fueran más de prisa en instituciones que amo que necesitan reforma pero que miden el tiempo por siglos y alargan los plazos y retrasan explicaciones y me ponen a prueba sabiendo como sé que el ángel vendrá pero viendo como veo que no acaba de llegar. También para la espera necesito un ángel. Necesito saber que él tiene tantos deseos de venir como yo de que venga. Y en el fondo de mi alma ya lo sé porque sé fiarme de los ángeles. Que venga pronto el sueño liberador y me hable del Espíritu Santo que trae nueva vida. ¡Con qué alegría se levantó José aquel día!

 

Día 15
Os cuento

Yo no me ato a un tío

El lenguaje cuenta. Aunque solo sea en un anuncio callejero. Allí estaba en grandes titulares cubriendo superficie inevitable ante los ojos con la imagen de una muchacha joven y alegre en primer plano. Para llamar la atención y vender el producto. A mí desde luego me llamó la atención, no para comprar el producto sino para caer en la cuenta del desplante verbal. La muchacha decía en el anuncio: “Yo no me ato a un tío.” Era una manera bastante desenfadada de decir, “Yo no pienso casarme”. Y cada cual tiene derecho a hacer lo que mejor le parezca con su vida. Pero hay maneras de hacerlo…, y de decirlo. Llamar al matrimonio “atarse a un tío” es un ataque a la cultura, a la sociedad, a la familia. Es despreciar lo más sagrado que hay en la vida. Es insultar a la pareja y a todos aquellos que se unen en matrimonio. La pareja no es un “tío”, y el casarse no es “atarse”. Más respeto, por favor.

Seguí leyendo. “Yo no me ato a un tío…, y menos a un operador móvil.” A eso iba el anuncio. A animar al transeúnte incauto a cambiar de proveedor de servicio de telefonía móvil. Por uno mejor, claro, más barato y más eficaz y más guay. Cambia de móvil. Cambia de operador. Cambia de pareja. Usar y tirar. Todo es lo mismo. Yo no me ato a nada. Ni a nadie. Yo no me caso con nadie. La verdad es que las empresas de publicidad, en su empeño por atraer clientes, trabajan la imaginación. A veces demasiado. Pero también es verdad que toman sus expresiones de los labios de los consumidores a quienes se dirigen para identificarse con ellos y regir sus opciones. Son los jóvenes los que hablan así. Y piensan así. La expresión viene de la calle. De labios jóvenes. Femeninos. “Yo no me ato a un tío.” Ese es el peligro.

El lenguaje delata. Esa expresión en lo alto de un anuncio denuncia una actitud. Falta de compromiso. Yo no me comprometo a nada. Nunca. Y presumo de ello. El anunciador que incita a que cambien de otra marca a la suya no cae en la cuenta de que está preparando el camino para que en el próximo móvil cambien de su marca a otra. No hay que atarse a nada. La cultura de la inconstancia. La cultura de la ligereza. La cultura de la instabilidad. Rasgo de nuestro tiempo.

No estoy haciendo propaganda por ninguna marca ni por continuar siempre con la misma marca. Libertad ante todo. Pero seriedad también. Y no rebajar el matrimonio.

“La compuerta número doce”

El padre del escritor chileno Baldomero Lillo fue capataz en las minas de carbón, y él escribió más tarde con realismo sobre la tristeza de las minas, y el dolor de infancia que nos sigue acompañando en nuestro tiempo, y que él plasma aquí con acento desgarrador.

“Pablo se aferró instintivamente a las piernas de su padre. Zumbábanle los oídos, y el piso del ascensor de la mina que huía bajo sus pies le producía una extraña sensación de angustia. Creíase precipitado en aquel agujero cuya negra abertura había entrevisto al penetrar en la jaula, y sus grandes ojos miraban con espanto las lóbregas paredes del pozo en el que caían con vertiginosa rapidez.

Pasado un minuto, la velocidad disminuyó bruscamente, los pies asentáronse con más solidez en el piso fugitivo, y el pesado armazón de hierro, con un áspero rechinar de goznes y de cadenas, quedó inmóvil a la entrada de la galería.

El viejo tomó de la mano al pequeño y juntos se internaron en el negro túnel. Eran de los primeros en llegar, y el movimiento de la mina no empezaba aún. De la galería bastante alta para permitir al minero erguirse elevada talla, solo se distinguía parte de la techumbre cruzada por gruesos maderos. Las paredes laterales permanecían invisibles en la oscuridad profunda que llenaba la vasta y lóbrega excavación.A cuarenta metros del pique se detuvieron ante una especia de gruta excavada en la roca. Del techo agrietado, de color de hollín, colgaba un candil de hoja de lata cuyo macilento resplandor daba a la estancia la apariencia de una cripta enlutada y llena de sombras. En el fondo, sentado delante de una mesa, un hombre pequeño, ya entrado en años, hacía anotaciones en un enorme registro. Su negro traje hacía resaltar la palidez del rostro surcado por profundas arrugas. Al ruido de pasos levantó la cabeza y fijó una mirada interrogadora en el viejo minero, quien avanzó con timidez, diciendo con voz llena de sumisión y de respeto:

– Señor, aquí traigo el chico.

Los ojos penetrantes del capataz abarcaron de una ojeada el cuerpecillo endeble del muchacho Sus delgados miembros, y la infantil inconsciencia del moreno rostro en el que brillaban dos ojos muy abiertos como de medrosa infancia, lo impresionaron favorablemente, y su corazón endurecido por el espectáculo diario de tantas miserias experimentó una piadosa sacudida a la vista de aquel pequeñuelo arrancado de sus juegos infantiles, y condenado, como tantas infelices criaturas, a languidecer miserablemente en las sombrías galerías, junto a las puertas de ventilación. Las duras líneas de su rostro se suavizaron, y con fingida aspereza le dijo al viejo, que, muy inquieto por aquel examen, fijaba en él una ansiosa mirada:

– ¡Hombre! Este muchacho es todavía muy débil para el trabajo. ¿Es hijo tuyo?
– Sí, señor.
– Pues debías tener lástima de sus pocos años, y antes de enterrarlo aquí, enviarlo a la escuela por algún tiempo.
– Señor –balbuceó la voz ruda del minero en la que vibraba un acento de dolorosa súplica–, somos seis en casa y uno solo el que trabaja.

Pablo cumplió ya los ocho años y debe ganar el pan que come y, como hijo de mineros, su oficio será el de sus mayores, que no tuvieron nunca otra escuela que la mina.

Su voz opaca y temblorosa se extinguió repentinamente en un acceso de tos, pero sus ojos húmedos imploraban con tal insistencia, que el capataz, vencido por aquel mudo ruego, llevó a sus labios un silbato y arrancó de él un sonido agudo que repercutió a lo lejos en la desierta galería. Oyose un rumor de pasos precipitados y una oscura silueta se dibujó en el hueco de la puerta.

– Juan –exclamó el hombrecillo, dirigiéndose al recién llegado–, lleva a este chico a la compuerta número doce. Reemplazará al hijo de José, el carretillero, aplastado ayer por la corrida.

Y volviéndose bruscamente hacia el viejo, que empezaba a murmurar una frase de agradecimiento, díjole con tono duro y severo:

– He visto que en la última semana no has alcanzado a los cinco cajones que es el mínimum diario que se exige a cada barretero. No olvides que si esto sucede otra vez, será preciso darte de baja para que ocupe tu sitio otro más activo.

Y haciendo con la diestra un ademán enérgico, lo despidió.

Los tres marcharon silenciosos y el rumor de sus pisadas fue alejándose poco a poco en la oscura galería.”

[La segunda parte del cuento me resulta demasiado dura para transcribirla palabra por palabra. El padre tiene que atar al hijo, que forcejea por soltarse y escaparse, a un grueso perno incrustado en la roca “del que colgaban trozos de cordel que indicaban no era la primera vez que prestaba un servicio semejante”. Que imágenes tan crueles nos sacudan para acabar con los sufrimientos de los niños.]

(Cuentos Breves 2, Maximiliano Tomás, Norma, Buenos Aires 2006, p. 65)

Breves

Rabindranath Tagore:

“El hombre se sumerge en el ruido de la multitud,
para ahogar su necesidad de silencio.”

“Si cierras la puerta a todos los errores,
la verdad se quedará fuera.”

“¿Quién se encargará de mi tarea?”
preguntó el sol al ponerse.
“Yo lo haré, Señor”,
contestó la lámpara de barro.

“Con arrancarle los pétalos
no recoges la belleza de la flor.”

“Dicen los sabios que tu luz no lucirá para siempre”,
le dijo la luciérnaga a la estrella.

Me contáis

Me ha preguntado un buen católico si puede tener una imagen de Buda sobre la mesa. Le he contestado que yo tengo una. ¿Debería haber necesidad de preguntar esas cosas? La imagen que yo tengo es además muy divertida. Es la del Buda durmiente. En madera de sándalo. Tumbadito a todo lo largo, con la cabeza apoyada en su brazo derecho vuelto hacia mí, los ojos cerrados, el rostro sereno, los labios en sonrisa como si estuviera soñando un sueño divertido, los pies paralelos, el manto en pliegues sobre su cuerpo relajadamente horizontal. Como un palmo de largo. Él duerme mientras yo trabajo. Inspira paz. Le dejo que siga durmiendo. No le dirijo oraciones, no le recito alabanzas, no le quemo incienso. Le dejo dormir. Lo miro de vez en cuando. Me da mucha paz. ¿Os parece que puedo tenerla?

Salmo

Salmo 33 – Gustad y ved

Dejo que las palabras resuenen en mis oídos:

“Gustad y ved qué bueno es el Señor.”

Gustad y ved. Es la invitación más seria y más íntima que he recibido en mi vida: invitación a gustar y ver la bondad del Señor. Va más allá del estudio y el saber, más allá de razones y argumentos, más allá de libros doctos y escrituras santas. Es invitación personal y directa, concreta y urgente. Habla de contacto, presencia, experiencia. No dice “leed y reflexionad”, o “escuchad y entended”, o “meditad y contemplad”, sino “gustad y ved”. Abrid los ojos y alargad la mano, despertad vuestros sentidos y agudizad vuestros sentimientos, poned en juego el poder más íntimo del alma en reacción espontánea y profundidad total, el poder de sentir, de palpar, de “gustar” la bondad, la belleza y la verdad. Y que esa facultad se ejerza con amor y alegría en disfrutar radicalmente la definitiva bondad, belleza y verdad que es Dios mismo.

“Gustar” es palabra mística. Y desde ahora tengo derecho a usarla. Estoy llamado a gustar y ver. No hay ya timidez que me detenga ni falsa humildad que me haba dudar. Me siento agradecido y valiente, y quiero responder a la invitación de Dios con toda mi alma y alegría. Quiero abrirme al gozo íntimo de la presencia de Dios en mi alma. Quiero atesorar las entrevistas secretas de confianza y amor más allá de toda palabra y toda descripción. Quiero disfrutar sin medida la comunión del ser entre mi alma y su Creador. Él sabe cómo hacer real su presencia y cómo acunar en su abrazo a las almas que él ha creado. A mí me toca sólo aceptar y entregarme con admiración agradecida y gozo callado, y disponerme así a recibir la caricia de Dios en mi alma.

Sé que para despertar a mis sentidos espirituales tengo que acallar el entendimiento. El mucho razonar ciega la intuición, y el discurrir humano cierra el camino a la sabiduría divina. El discurrir impide el gustar y ver. He de aprender a quedarme callado, a ser humilde, a ser sencillo, a trascender por un rato todo lo que he estudiado en mi vida y aparecer ante Dios en la desnudez de mi ser y la humildad de mi ignorancia. Sólo entonces llenará él mi vacío con su plenitud y redimirá la nada de mi existencia con la totalidad de su ser. Para gustar la dulzura de la divinidad tengo que purificar mis sentidos y limpiarlos de toda experiencia pasada y de todo prejuicio innato. El papel en blanco ante la nueva inspiración. El alma ante su Creador y  Señor.

El objeto del sentido del gusto son los frutos de la tierra en el cuerpo, y los del Espíritu en al alma: “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza.” (Gálatas 5,22). Cosecha divina en corazones humanos. Esa es la cosecha que estamos invitados a recoger para gustar y asimilar sus frutos. La alegría brotará entonces en nuestras vidas al madurar las cosechas por los campos del amor; y las alabanzas del Señor resonarán de un extremo a otro de la tierra fecunda.

Bendigo al Señor en todo momento,
Su alabanza siempre está en mi boca.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,

Ensalcemos juntos su nombre.”
Meditación

El ángel del peligro

“El ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: ‘Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; allí estarás hasta que te avise. Porque Herodes va a buscar al niño para matarlo.”
(Mateo 2:13)

Hay quienes tienen un instinto que les avisa de los peligros. Hay quienes saben leer traición en unos ojos, peligro en una noticia, amenaza en el ambiente. Hay quienes detectan enseguida sospecha en el tono de voz, desconfianza en una mirada, intrigas en un cumplido. Y les viene bien ese instinto para sobrevivir en la vida donde el trabajo es competencia y el éxito es envidia y el descubrir es arriesgar.

José, carpintero honrado, no tenía ese instinto estratégico y confiaba en la gente, en los clientes, en los gobernantes con la clara inocencia de su innata bondad. Por eso necesitaba el ángel que le avisara de los peligros que corría el niño. Herodes lo buscaba para matarlo. Había que huir en la noche a Egipto.

Yo carezco de ese instinto de protección. Soy ignorante de peligros e inocente de conspiraciones. No me entero, no las sospecho, no me las creo. Me fío de todos y me convencen todos. No sospecho malicias ni detecto ataques. No me llegan los rumores de la corte de Herodes y duermo tranquilo en vísperas de sangre. Más de una vez he sufrido por no prever una envidia o adivinar un rechazo o sentir una oposición. Me falta un servicio de inteligencia personal. Vivo al descubierto.

Por eso pido la protección del ángel de la noche para que me avise en sueños y me señale peligros. No es que yo quiera dudar de todo, sino que precisamente quiero saber detectar por mí mismo los breves momentos de peligro para poder disfrutar luego más a gusto de todo lo demás. Quiero ser avisado de quién no puedo fiarme para entregarme confiado sin dudarlo a todos los demás Quiero tener de vez en cuando el sueño inquieto que me avise, para poder dormir tranquilo todas las demás noches. Algo de la sagacidad de la serpiente junto a la sencillez de la paloma. Las dos cosas recomendó Jesús. Y los ángeles saben de serpientes en el paraíso y de palomas en el diluvio. Que me avisen a mí también en mi sueño.

En cuanto pasa el peligro el ángel vuelve a avisar a José. Aquí sucede una cosa curiosa. José ha aprendido con la experiencia. Al volver de Egipto piensa establecerse en Judea, pero se entera de que allí reina Arquelao, hijo de Herodes, y tiene miedo por el niño. Se ha hecho más cauteloso. El ángel vuelve a aparecérsele en sueños y le dice que vaya a Galilea. Así fue como la Sagrada Familia se estableció en Nazaret. A ver si yo también voy aprendiendo.

Día 1
Os cuento

Había una vez…

[Citas de Isabel Allende en su libro El Oficio de Contar, El Corte Inglés, 2007.]

“Al final de los años setenta yo trabajaba en Venezuela en un colegio para chiquillos fregados (creo que ahora los llaman niños con problemas de aprendizaje…). Un día faltó una maestra de música y me mandaron a cuidar la clase. Me encontré encerrada en un cuarto con veinte salvajes fuera de control que brincaban y se daban de golpes con las flautas y los violines. Estaba yo a punto de huir, aterrorizada, cuando se abrió la puerta y entró una mujer gorda, olorosa a jabón, provista de un balde y una escoba. Supongo que venía a limpiar, pero al ver la situación decidió intervenir y, sin alzar la voz, en un tono tranquilo y amable, dijo: ‘Había una vez…’. De inmediato se calló el clamor y el aire pareció detenerse. Ella repitió esas tres palabras: ‘Había una vez…’ ¡Y los conquistó! Los monstruos se sentaron en absoluto silencio cuando ella comenzó a contarles un cuento. Esa mujer tenía el don de narrar. No recuerdo el relato, pero recuerdo que estuve prendida de sus palabras, atrapada en el suspenso, el ritmo, los personajes, el argumento. Nos cautivó por igual a los veinte chiquillos hiperactivos y a mí. Eso es lo que intento con cada uno de mis libros: coger a mi lector por el cuello y no soltarlo hasta la última línea.
‘Había una vez…’. Esas palabras son mágicas. Las historias han acompañado a la humanidad desde el comienzo de los tiempos. Algunas, contadas una y otra vez, describen nuestro viaje por la vida y la muerte y se convierten en mitos; el Jardín del Edén, la diosa madre, el diluvio que cubrió el planeta, los héroes en busca del Padre, la lucha entre el Bien y el Mal, los actos de valor, los amores contrariados, los sacrificios necesarios, las batallas contra los dragones de nuestra propia alma. Los grandes temas se repiten innumerables veces, solo podemos tejer nuevas versiones, pero un narrador hábil puede recrear la historia con el encanto de la primera vez.” (p. 12)

“Cuando era niña, me castigaban por decir mentiras; ahora que vivo de estas mentiras me llaman escritora.” (20)

“Escribo mucho, escribo siempre, porque siento que no me alcanzará la vida para contar todo lo que deseo contar.” (23)

“Me crié en una casa donde las paredes estaban cubiertas de estanterías con libros. Los libros se reproducían de modo misterioso, se multiplicaban como una maravillosa jungla de papel impreso. En la noche, me parecía oír desde mi cama a los personajes que escapaban de las páginas y vagaban por las oscuras habitaciones. Caballeros, doncellas, brujas, piratas, bandidos, santos, y cortesanas llenaban el aire con sus aventuras. Una madrugada, durante uno de nuestros famosos terremotos, las estanterías se vinieron al suelo con terrible estrépito. Horrorizada, comprendí que los personajes no podrían encontrar el camino de regreso a sus páginas y se verían forzados a buscar refugio en el primer volumen a su alcance. ¿Se imaginan la confusión, el caos, el descalabro del tiempo y del espacio literarios? La imagen de esos personajes exiliados de su propio libro me ha perseguida desde entonces. A veces imagino que esos seres perdidos acuden a mí para que escriba una historia en la que ellos puedan sentirse a gusto.” (4)

“¿Qué es un libro antes que alguien lo abra y lo lea? Solo un atado de hojas cosidas por el canto. Son los lectores quienes le instilan el aliento de la vida.” (5)

“No escojo el tema. El tema me escoge a mí.” (8)

“Como dice mi nieta, yo recuerdo lo que nunca ocurrió.” (10)

De un lado para otro

[Citas del libro Platón y un ornitorinco entran en un bar de Thomas Cathcart y Daniel Klein, Planeta, Barcelona 2008.]

“Era otoño y los indios de la reserva le preguntaron a su nuevo jefe si el invierno iba a ser muy duro. Educado en los métodos del mundo moderno, al jefe no le habían enseñado los viejos secretos y no tenía modo alguno de saber si el invierno iba a ser frío o no. Para curarse en salud, aconsejó a la tribu que hiciera un buen acopio de madera y se preparara para un invierno frío.
Algunos días después, tuvo la ocurrencia tardía de pedir consejo práctico, llamó al servicio de meteorología nacional y les preguntó se predecían un invierno muy duro. El meteorólogo le respondió que, efectivamente, creía que el invierno iba a ser duro. El jefe aconsejó a los miembros de la tribu que fueran a buscar mucha más leña.Un par de semanas después, el jefe llamó de nuevo al servicio meteorológico.

– ¿Le sigue pareciendo que el invierno va a ser duro? – preguntó el jefe.
– Naturalmente –respondió el meteorólogo–. Va a ser un invierno francamente duro.

El jefe instó a los miembros de la tribu a que recogieran cualquier rozo de madera, por pequeño que fuera. Un par de semanas después, el jefe llamó a los meteorólogos y les preguntó cómo les parecía entonces que iba a ser el invierno. El técnico le dijo:

– Nuestra previsión actual es que será uno de los inviernos más fríos de todos los tiempos.
– ¿De verdad? –preguntó el jefe–. ¿Cómo están tan seguros?

A lo que el meteorólogo replicó:

– ¡Los indios están recogiendo leña como locos!” (p. 51)“El sacristán de la catedral de Königsberg ajustaba la hora del reloj observando el momento en que Kant pasaba enfrente de ella. Lo que nadie sabía es que Kant ajustaba su reloj con el reloj de la catedral al pasar enfrente de ella.” (84)

“John Lennon: ‘En el principio fue Elvis…’.” (10)

“Cuando le preguntaron si creía en el libre albedrío, el novelista del siglo XX Isaac Bashevis Singer respondió, con cierta ironía, ‘No tengo otra elección’.” (29)

“Discípulo: Hay tantas filosofías en competencia… ¿Cómo puedo saber cuál es la verdadera?
Maestro: ¿Quién dice que hay una verdadera?” (35)

“Nietzsche: ‘Dios ha muerto.’ Graffiti a la muerte de Nietzsche: ‘Nietzsche ha muerto’.” (99)

“Una ancianita cristiana sale cada día al porche de su casa y grita: ‘¡Alabado sea Dios!’ Y cada mañana, su vecino al ateo de la puerta de al lado, le responde gritando: ‘¡Dios no existe!’.
La anécdota se repite durante semanas enteras. ‘¡Alabado sea Dios!’ – grita la dama. ‘¡Dios no existe!’, responde el vecino.
Con el paso del tiempo, la señora empieza a tener dificultades económicas y casi no le llega el dinero para comer. Cuando sale al porche, le pide a Dios que le ayude con la compra y luego dice: ‘¡Alabado sea Dios!’ A la mañana siguiente, en cuanto sale al porche, se encuentra con unas bolsas con la comida que le había pedido a Dios. Naturalmente, grita: ‘¡Alabado sea Dios!’ El ateo aparece de detrás de una mata y le dice: ‘¡Y un cuerno! Esta comida la he comprado yo. ¡Dios no existe!’ La ancianita le mira y se sonríe. Grita: ‘¡Alabado sea Dios! No sólo me has conseguido la comida, Señor, sino que además has hecho que la pagara Satanás’.” (111)

“Un irlandés entra en el pub y pide tres pintas de Guinness. Se las coloca delante y las va bebiendo un sorbo de cada una por turno. Le explica al barman que tiene un hermano en Australia y otro en América y prometieron beber siempre así, y los tres lo hacen, cada uno en su país. El barman queda impresionado ante el amor ejemplar de los tres hermanos.

Un día el irlandés llega al bar y pide sólo dos cervezas. El barman le da el pésame y le pregunta cuál de sus dos hermanos ha muerto, el de Australia o el de América. Él explica: ‘No, no. Los dos están bien, gracias. Lo que pasa es que yo me he hecho mormón y he dejado de beber’.” (37)

Me contáis

[Esto me ha escrito Carolina desde Argentina en reacción a lo que escribí en la web pasada del 15 de abril bajo el epígrafe “Yo no me ato a un tío”. Me ha llegado al alma, y aquí lo pongo.]

Carolina:
“Yo no me ato a un tío”: me sentí muy tocada al leerlo. Vivo en pareja, tengo 27 años y sí, nunca me casé, porque ví mas seguro hacer la prueba de ver cómo nos llevamos, para leer entre líneas, no comprometerse al cien por ciento… es triste, pero es verdad, y para peor, casi todos los jóvenes de mi edad toman esa actitud. Tal vez por eso (pienso en voz alta) cada vez se extiende la adolescencia, no queremos responsabilidad ni nada que nos ate, pero muchas veces nos adaptamos a los tiempos que nos tocan  vivir. Cabe destacar que muchos, al menos en mi caso, venimos de familias de padres separados, vivimos sus peleas y fuimos sus paquetes, entendiéndolos, pero sufriendo al mismo tiempo; entonces crecemos pensando que mejor no comprometerse demasiado, a la vez tenés que hacer una carrera de forma veloz, porque de pronto y mágicamente te consideran «viejo» para ciertos empleos o sin experiencia para otros, lo poco que se junta de dinero lo usas en un alquiler para ver como funciona la «prueba de amor» y de ahí la costumbre, ¿para qué me voy a casar si así estoy bien? O no, con lo mal que me llevo, mejor me quedo así, cuando no da más, me voy, creo es nuestra triste realidad. Ojalá nos sirva para aprender que lo más cómodo no siempre es lo mejor, y si bien nos tomamos a la ligera «la pareja» darle el respeto que se merece. ¡Saludos a todos!

Yo:

Me has emocionado, Carolina. Por lo claro y lo sinceramente que hablas. Y gracias por darme permiso para poner tu reacción en la web. Pocas veces lo hago, pero la tuya se lo merece y la voy a poner. Como bien dices, no se trata de condenar ninguna actitud, sino de fomentar el respeto ante todas. A mí lo que me hirió fue el lenguaje del anuncio que vi («yo no me ato a un tío»), y eso me motivó el escribir en la web (15 abril) lo que has leído. Y tú estás tratando tu vida y tu pareja con respeto absoluto, que admiro y apoyo. Me impresiona la rapidez con que os pasan los años aun a vosotros tan jóvenes que tenéis toda la vida por delante, y pronto os sentís marginados para ciertos empleos. Tiene que ser tremendo. Yo tengo 82 años, y me gusta decir que la vida comienza a los 80. Para que te animes. Es decir, que comienza donde estés cuando te lo piensas, a los 20 o los 40 o los 80. Vivir en plenitud en cada etapa. Se puede pasar muy bien a mi edad. Eso sí, con ocupación satisfactoria como a mí me da el escribir, y con amigos cercanos que los tengo y me alegran la vida. Como tú me la has alegrado. Gracias, Carolina, en mi nombre y en el de todos los que te lean. No estás sola. Besos, Carlos.

Salmo

Salmo 34 – “Yo soy tu salvación”

“Di a mi alma: Yo soy tu salvación.”

Ya sé que eres mi salvación, Señor, pero quiero oírlo de tus labios. Quiero el sonido de tu voz, el gesto de tus manos. Quiero escucharte en persona, ver cómo te diriges directamente a mí y recibir en mi corazón el mensaje de esperanza y redención: “Yo soy tu salvación”.

Una vez recibido el mensaje, confío en verlo hacerse realidad en las penosas vicisitudes de mi vida diaria. Tú estás siempre a mi lado, y tú eres mi salvación, así que ahora espero ver a tu poder salvífico obrar maravillas en mi vida, según voy necesitando tu ayuda, tu guía y tu fortaleza. Si de veras eres mi salvación, hazme sentirlo así en el fondo de mi alma y en la práctica de la vida. Sálvame día a día, Señor.

En concreto, Señor, sálvame de aquellos que no me quieren bien. Los hay, Señor, y el peso de su envidia entorpece los pasos de mi alegría. Hay gente que se alegra si me sobreviene la desgracia, y se ríen cuando tropiezo y caigo.

“Cuando yo tropecé, se alegraron,
se juntaron contra mí y me golpearon por sorpresa;
me laceraban sin cesar;  cruelmente se burlaban de mí,
rechinando los dientes de odio.
Señor, ¿hasta cuándo te quedarás mirando?
Que no canten victoria mis enemigos traidores,
Que no hagan guiños a mi costa los que me odian sin razón.”

No pretendo quejarme de nadie, Señor; allá cada cual con sus intenciones y con su conciencia; pero sí que siento a veces en mí y alrededor de mí la fricción, la tensión, la sospecha que endurece los rostros y enfría las relaciones. Quiero considerar a todo conocido como un amigo, y a todo compañero en el trabajo como un socio. Pero se me hace difícil en un mundo de crítica, envidia y competencia.

Lo que de veras deseo es llegar yo mismo a aceptar de corazón a todos, para que el sentirse aceptados despierte en su corazón la amistad y me acepten a mí. Arranca de mi corazón toda amargura y hazme amable y delicado para que mi conducta invite también a la amabilidad y delicadeza de parte de los demás y cree un clima de acercamiento dondequiera que yo viva o trabaje.

Si eres de veras mi salvación, redímeme a mí y a cuantos viven y tratan conmigo, de la maldición de la envidia. Haz que todos nos alegremos del bien que cada uno hace, y que cada cual tome como hecho por él lo que su hermano ha conseguido.

“Entonces me alegraré en el Señor,
y gozaré con su salvación.”

Meditación

Ángeles del desierto

“A continuación el Espíritu lo impulsó al desierto, y permaneció en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo, y los ángeles le servían.” (Marcos 1:12-13)

Los ángeles están haciendo lo que más les gusta hacer: servir a Jesús. Está en el desierto, está ayunando, está en medio de animales, está siendo tentado por Satanás. Pero también está rodeado de ángeles que le sirven. Los ángeles contemplan a Jesús, adoran su majestad, siguen sus pasos, anotan sus palabras, y sobre todo cuidan sus días y noches y velan por su seguridad. Respetan su ayuno, pero custodian su soledad.

Satanás, que al fin y al cabo es un ángel en origen, conoce esos cuidados, y los usa precisamente para tentar a Jesús:

“Entonces el diablo lo lleva consigo a la Ciudad Santa, lo pone sobre el alero del Templo, y le dice: ‘Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: A sus ángeles te encomendará y te llevarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna.’ Jesús le dijo: ‘También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios’.”

Los ángeles te recogerán. Puedes tirarte de la torre sin miedo. Sí, pero no porque tú me lo digas. La protección de los ángeles está garantizada, pero no para ser abusada. No hay que tentar a Dios. Ni hay que tentar a sus ángeles. Ahí aprendo yo un principio importante para mi trato con ellos. No abusar. Si el no abusar es siempre señal de buena educación, más lo ha de ser con respecto a los ángeles. No tirarme de cabeza porque sepa que ellos me agarrarán: no descuidar mi paso porque sepa que ellos no me dejarán tropezar; no dejar de pensar porque confíe en que ellos me inspirarán. También está escrito: No tentarás al Señor tu Dios.

Los ángeles están a mi lado para ayudarme a ayunar cuarenta días si hace falta, no para hacer que las piedras del desierto se me conviertan en pan. El saber que están a mi lado me da ánimo para ayunos y vigilias, para firmeza en tentaciones y claridad en determinaciones, para conciencia en responsabilidades y apertura en caridad. Saber que ellos me ven, me ayuda a portarme bien; y saber que ellos me defenderán, me anima a arriesgarme en caminos de acción y de justicia. Ellos vigilan.

La vida es un desierto, y bien lo sabemos. Desierto de arena y sequedad, de hambre y sed, de inmensidad y soledad. Dunas de duda y tormentas de tentación. Solos frente a la vida en su extensión árida todo alrededor. Espejismos de ilusión y de angustia. ¿Cómo resistir a la prueba del desierto, cómo hallar camino en la monotonía de las arenas, cómo mantener la esperanza en la prolongación repetida de sus días y sus noches?

Tenemos a los ángeles. Sabemos que están aquí, al lado, alerta a nuestra presencia, dispuestos a intervenir, sirviéndonos sigilosamente en la prueba de la perseverancia. Dios ha enviado a sus ángeles. Con ellos nuestro desierto se hace lugar de gracia como se hizo para Jesús.

Gracias, ángeles queridos, por haber servido a Jesús en el desierto.

 

Día 15
Os cuento

De boda

[El 2 de mayo pasado casé a un sobrino mío, y esto es más o menos lo que dije en la misa:]

Mónica y Enrique. Os cuento lo que me pasó el otro día cuando quise pensar lo que os iba a decir hoy en vuestra boda. Abrí el correo electrónico, que es mi primer acto laboral cada mañana para atender a la correspondencia generada por mi página Web, y uno de los mensajes, de una persona que yo no conocía para nada como me suele suceder en el correo, decía lo siguiente: “Le escribo desde Montevideo en Uruguay. Acabo de asistir a una boda, y en la Misa, en vez de las lecturas de la sagrada escritura han leído un capítulo de un libro de Carlos González Vallés sobre la significación del SÍ. Me ha gustado mucho. ¿Puede usted ayudarme a conseguir ese libro?”

Pensé que si mi libro puede servirles a otros de lectura litúrgica, también me puede servir a mí de sermón. Así empieza:

“Todo empezó con un sí. El sí de la Virgen en su casa de Nazaret. No hubo programa más grande ni empresa más atrevida que la que en breves palabras proponía el emisario del cielo a la doncella de la tierra. Primero una pregunta necesaria y una aclaración rápida. Y después el sí. Nada de condiciones, nada de seguridades, nada de averiguaciones. Venga lo que venga y pase lo que pase. Apertura total y entrega definitiva. Será dolor y será alegría, será muerte y será resurrección, será esperar y será gozar. Todo vendrá a su tiempo y a su manera, porque la puerta está abierta, el corazón está entregado, el sí está dado, y los cielos se movilizan. Esa es la respuesta que le gusta a Dios, y a esa disposición espera para lanzar sus planes. A Dios no le gustan condiciones, dudas, demoras. Espera un sí claro y definitivo y permanente. Entonces él entra en acción con todo el poder de su gloria y los planes de su eternidad. Y se consuma la redención.”

Resumo otras ideas del libro. San Pablo llama a Jesús, el Sí. Lo hace al comienzo de su Segunda Carta a los corintios, al defenderse de la acusación que contra él lanzaban de haber dicho primero que sí iba a Corinto, y luego que no, como si jugase irresponsablemente con el sí y el no. El mero pensamiento de tal cosa le horroriza a Pablo. Él quería ser en toda su vida un puro sí, sin dejos de políticas o disimulos o medias verdades; y en el enojo que le causa la acusación, se remonta a sus más altas teologías y afirma que Jesús es el Sí eterno a las promesas y los planes de Dios, y nunca una mezcla de sí y no; ¿y cómo va ahora a jugar entre el sí y el no quien se declara discípulo de quien sólo era Sí? Argumento sentido del apóstol ferviente que nada sabía de falsas promesas, y definición gloriosa de Jesús mismo como el Sí del Padre ante la humanidad expectante.

Los votos del religioso y la religiosa son un sí a tres voces. Pobreza, castidad, obediencia. Tienen matices distintos en casas y en tradiciones, en tiempos y en lugares, pero lo que suena fundamentalmente a través de fórmulas y expresiones y ritos y costumbres es un sí claro y sonoro a la llamada que se sintió con fuerza, se discernió con prudencia, y se aceptó con entusiasmo. Un sí largo y de por vida a los ideales que consagran la entrega y al servicio que ennoblece al sacrificio.

Y también el matrimonio es un sí mutuo y valiente ante la responsabilidad delicada del amor y el apoyo, de la unión y la familia, del bien de la persona y la vida de la sociedad. El sí de dos personas a su cariño, a su entrega, a su vida. El sí que consagra la unión de hombre y mujer para su desarrollo humano, su alegría compartida, su aventura de vida, su puesto en la sociedad, sus hijos, su familia. El sí que ha quedado como modelo de todos los síes con la sencillez de su expresión y el alcance de su voz. Sí, quiero. Y dos vidas se hacen una.

Todo lo que es grande en la vida humana, todo lo que es noble y duradero y valioso, es un sí abierto y confiado a lo que haya de venir con fe de vida eterna. Toda la vida es un lento aprender a decir ¡sí! Si el sí que define nuestra vida nos sale de dentro y suena en plenitud, todos los otros síes que nos saldrán en la conversación derivarán su sentido de él, y entonces nuestra palabra tendrá fuerza y nuestra vida tendrá fundamento. Sin ese sí radical de entrega y compromiso, la vida quedará vacía de contenido e inerme de fuerzas. Nos falta afirmación.

El decir sí es siempre preparar la venida al Espíritu Santo. San Agustín: “En cuanto tomamos una decisión, se pone en marcha la Divina Providencia.” Mientras andamos sin decidirnos, esto o aquello, ahora o después, todo o parte… el Espíritu Santo está a la espera. “La Palomica” como cariñosamente lo llamaba Santa Teresa, no sabe por donde tirar hasta que no nos decidamos. En cuanto nos decidimos, vuela a ayudarnos. El sí es lo que nos trae su venida. Por eso tiene tanto valor vuestro sí. Nos trae al Espíritu Santo. Como se lo trajo a la Virgen cuando ella dio su sí.

La fecha que habéis escogido para vuestra boda también refuerza este pensamiento. Aunque no, no estoy hablando de lo que vosotros pensáis. Es verdad que hoy es el 2 de mayo que celebra en toda España el aniversario de la guerra de independencia contra Napoleón, sobre todo este año por el segundo centenario de la fecha. Está muy bien todo eso, pero no me estoy refiriendo a ello. Me refiero aquí a la fecha litúrgica. Ayer, jueves, fue litúrgicamente la Fiesta de la Ascensión (aunque luego se celebre el domingo), y hoy viernes comienza la espera por la venida del Espíritu Santo dentro de diez días el domingo de Pentecostés. Los apóstoles, discípulos, y la Virgen se reunieron en el Cenáculo este día y allí esperaron la venida del Espíritu Santo. Vosotros os decís hoy el sí, y esperáis ahora la venida especial del Espíritu Santo sobre vosotros el próximo Pentecostés. Acordaos de ello dentro de dos domingos.

Voy a recordar el sí de dos personas. La manera como un amigo mío, jesuita indio, decía el sí; y luego otra persona cuyo nombre nunca supe pero que me emocionó con su insistencia en el sí.

Esto va para mi amigo indio. Me encanta cómo pronuncias la palabra. Me fascina oírte decir ¡sí! Te lo dije. Es música en tus labios, es explosión de vida, es afirmación generosa y alegre de todo lo que eres tú y quieres que seamos los demás con esa apertura valiente y esa originalidad espontánea con que tú vives y deseas que todos vivamos. Es sílaba rápida, es nota aguda, es proclama decisiva. Es un acto de fe. ¿Has caído en la cuenta? ¿Te has fijado que cuando dices ¡sí! estás afirmando tu vida, están confiando en Dios, estás invocando a la Providencia que se compromete a hacer realidad tu confianza y verdad tu palabra? Cuando dices ¡sí! con esa energía y esa vibración con que lo dices, estás haciendo que todo el que te oiga crea en la vida, se enamore del mundo, se afiance en la eternidad. Cada ¡sí! tuyo es un sermón, un testimonio, un empujón de gracia para los que te oímos. Me está sonando en los oídos ese ¡sí! de tus labios, tan claro, tan valiente, tan tuyo. Me ayuda el escucharlo.

Y el sí de otra persona que me alegró el alma y dio sentido a todos los libros que he escrito en mi vida que ya son muchos. Había acabado yo un curso en Santiago de Chile, y me despedía sonriente de rostros y miradas que habían entrado gratamente en mi vida en los días intensos de convivencia abierta. Se me acercó una dama que ni siquiera me dijo su nombre ni lo llegué a saber ni hacía falta porque cada rasgo de su rostro hablaba de compresión, cercanía, y afecto. Me dijo mientras me miraba fijamente a los ojos con los suyos tan claros: “Dígame que es verdad, padre Carlos, dígame que es verdad lo que le voy a preguntar. Dígame que sí, por favor, dígame que sí. ¿Verdad que todos los libros que usted ha escrito, los ha escrito solo para mí? ¿Verdad que sí?”

Sí, querido lector y lectora.
Solo para ti.”

Así es como acaba el capítulo y el libro. Ahora os cuento cómo escribí este libro. Estaba yo en la India cuando recibí una carta de Javier Cortés, entonces director general de ediciones PPC, y ahora Presidente del Consejo de Administración del mismo PPC y buen amigo mío. Me decía: “Sé que usted publica todos sus libros en la editorial Sal Terrae, pero tengo un proyecto para el que pido su cooperación. Estoy pidiendo a varios escritores religiosos que escriban un libro con sus siete palabras preferidas. Es decir, elija usted siete palabras, las primeras que le vengan a la mente, y escriba un capítulo breve, autobiográfico sobre cada una de ellas. La serie se llamará ‘Las Siete Palabras de…’ y se publicará a lo largo de los dos años siguientes.”

La propuesta me agarró. Allí mismo, al leer la carta, me surgieron mis siete palabras, las anoté, comencé a escribir sin parar, en una semana tenía listo el libro, y en vez de contestarle a Javier Cortés que aceptaba su propuesta, le mandé el manuscrito del libro. Las siete palabras, curiosamente, me salieron de la más larga a la más corta, y son estas: “Transparencia, credibilidad, creatividad, intimidad, asombro, tierra, ¡sí!” Ahí va una vida.

Que hagáis también ahora vosotros de nuevo vuestra vida, comenzando por el sí que os vais a dar con toda la ilusión y con toda la alegría que compartimos con vosotros los que os acompañamos hoy ante el altar.

[Y ahora añado aquí algo que no conté en el sermón.] Después del “emilio” de Montevideo sobre el capítulo del sí, y ya a punto de ir a la boda, recibí otro emilio, esta vez desde México, en el que alguien me cuenta que ha fallecido un buen amigo suyo, y en su funeral han leído… un capítulo de un libro mío (no, no el mismo del sí, sino otro sobre “El ligero saltamontes” de mi libro “Y la mariposa dijo…”) que era el favorito del difunto porque por lo visto describía su propia manera de ser. Se ve que mis libros valen para bodas y para funerales. Me he reído a gusto.

Habla un cuervo

[Cuentos abreviados de “Un Maestro Zen Llamado Cuervo”, Robert Aiken, Siruela, Madrid 2004.]

34. Discípulo: ¿Cómo comenzar la vida espiritual?
Maestro: Preguntando.
Discípulo: Y ¿qué he de preguntar?
Maestro: Ya has preguntado.

85. Puercoespín: Me he dado cuenta de que mis púas no pinchan.
Conejo: Entonces ¿de qué te sirven?
Puercoespín: De que otros se crean que pinchan.

Conejo a puercoespín: Yo tengo miedo de que me pinchen. ¿Qué remedio tengo?
Puercoespín: Hazte puercoespín.

102. Le pregunté al Maestro ¿Cuál es el sentido del pasaje de las Escrituras “El todo está en la nada, y la nada en el todo.”? Y me dijo que no lo sabía. ¿Cómo puede haberme dicho eso cuando es un Maestro que conoce a la perfección todas las Escrituras?

– Porque también es un Maestro que conoce a la perfección el arte de enseñar las Escrituras.
– ¿Qué quieres decir?
– Que la mejor enseñanza es que descubras el sentido por ti mismo.

107. Discípulo: ¿Es verdad que al morir tenemos que dejar todo?
Maestro: Todo.
Discípulo: ¿También el sol y la luna?
Maestro: ¿Es que has poseído alguna vez a la luna y al sol?

Me contáis

El 1 de abril os dije en respuesta a una pregunta que yo tengo una imagen del Buda dormido en mi mesa de trabajo. Sabía yo que no podía faltar la pregunta obligada, y me ha llegado (Emiliano): ¿Tengo a la cruz en mi mesa de trabajo?

Sí. Una cruz muy querida y especial. De algo me sirve el viajar. Me la traje de El Salvador. Allí vi muchas de ellas y me encantaron. La cruz florida. Es una cruz, desde luego, y la cruz es el cristianismo; son los dos maderos cruzados, que hablan por sí mismos y proclaman a Cristo y a la redención estén donde estén y los vea quien los vea. Hablan por sí mismos y todos los conocen. Pero esta cruz tiene algo muy especial que yo no había visto antes en ninguna parte. Es toda de colores, colores vivos, colores alegres, colores de flores y pájaros y árboles y casas. Llena la vista y alegra el entorno. Esa es la cruz que me traje de El Salvador. Es cruz de resurrección. Es la que tengo en mi mesa. La estoy viendo ahora. Quiero que las imágenes de mi devoción me alegren la vida.

Si hay un Buda que duerme, un Buda que ríe (Ho Tien), un Shiva que baila (Nataraj), un Krishna que toca la flauta (en Vrindavan), un Rama que vuela con Sita en un avión de flores (Pushpaviman), un Apolo que toca la lira para los griegos, y un Obatala en el panteón del pueblo Yoruba emborrachándose un poquito al crearnos a los humanos…, ¿no habría que pensar en alegrar un poco nuestras propias imágenes religiosas?

Salmo

Salmo 35 – La fuente de la vida

“En ti está la fuente de la vida,
y en tu luz vemos la luz.”

Quiero vivir, sentirme vivo, palpar las energías de la creación cuando suben y se esparcen por las células de mi cuerpo y los tejidos de mi alma. La vida es la esencia de todas las bendiciones que Dios da al hombre, el roce del dedo de Dios que convierte un montón de arcilla en un ser viviente y hace de una sombra inerte el rey de la creación. La vida es la gloria de Dios hecha movimiento, la Palabra divina traducida en sonrisa, el amor eterno que hace palpitar el corazón del hombre. La vida es todo lo que es bueno, vibrante y alegre. La vida es la bendición de las bendiciones.

Deseo vivir la vida. En mis pensamientos y en mis sentimientos, en mis conversaciones y en mis encuentros, en mi amistad y en mi amor. Quiero que la centella de la vida encienda todo lo que hago y todo lo que soy. Que mi paso se acelere, que mi pensamiento se agudice, que mi mirada se alargue y mi sonrisa se ilumine cuando la vida amanezca en mí. Quiero vivir.

Yo quiero vivir, y tú eres la fuente de la vida. Cuanto más me acerque a ti, más vida tendré. La única vida verdadera es la que viene de ti, y la única manera de participar en ella es estar cerca de ti. Déjame beber de esa fuente, déjame meter las manos en sus aguas para sentir su frescura, su pureza y su fuerza. Que las aguas vivas de ese divino manantial fluyan a través de mi alma y de mi cuerpo, y su corriente inunde el pozo de mi corazón. Olas de alegría en carne mortal.

También eres la luz. En un mundo de oscuridad, de duda y de incertidumbre, tú eres el rayo rectilíneo, el cándido amanecer, el mediodía que todo lo revela. Si para vivir hay que acercarse a ti, para ver también.

“En tu luz vemos la luz.”

Señor, quiero tu luz, tu visión, tu perspectiva. Quiero ver las cosas como tú las ves, quiero verlas desde tu punto de vista, desde tu horizonte, desde tu ángulo; quiero ver así a las personas y los acontecimientos y la historia del hombre y los sucesos de mi vida. Quiero verlo todo con tu luz.

Tu luz es el don de la fe. Tu vida es el don de la gracia. Dame tu gracia y tu fe para que yo pueda ver y vivir la plenitud de tu creación con la plenitud de mi ser.

“Señor, tu misericordia llega hasta el cielo,
tu fidelidad hasta las nubes;
tu justicia hasta las altas cordilleras,
tus sentencias son como el océano inmenso.

Tú socorres a hombres y animales:
¡qué inapreciable es tu misericordia, oh Dios!
Los humanos se acogen a la sombra de tus alas,
se nutren de lo sabroso de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias.”

Señor, ¡dame de esa agua!
Meditación

Ángeles de la guarda

“Guardaos de despreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos.”
(Mateo 18:10)

Jesús habla de ángeles. Los tiene a su servicio, como le sirvieron cuando ayunaba en el desierto, y ahora nos informa que los tenemos también al nuestro toda la vida. Tenemos nuestros ángeles. Cada uno el suyo. Siempre a nuestro lado y siempre contemplando el rostro del Padre en los cielos. Don personal de alcance eterno. Compañía para siempre.

Todo lo que muestran todos los ángeles de toda la Biblia se concentra ahora en este ángel compañero que comparte mi vida. Fuerza e inspiración, defensa y consejo, dirección y avisos, gloria y alabanza. Cada episodio es una faceta de mi ángel, pues lo que puede uno lo pueden todos, y todas las narraciones de visitas pasadas convergen y se aúnan en la persona única y cercana de mi ángel que representa para mí todo lo que cada ángel en cada momento representó para alguien en el pueblo de Dios. Mi ángel es para mí embajador y acompañante, querubín y serafín, ángel de espada y ángel de luz, y resume en su persona todo lo mejor que yo sé de ángeles y arcángeles y de toda la corte celestial. Es mi ángel. Me lo dijo Jesús.

Quizá porque Jesús habló de ángeles al hablar de niños les ponemos nosotros rasgos de niño a los ángeles. Los niños son lo mejor que tenemos, y hacemos bien en imaginarnos a los ángeles con su inocencia  y su belleza. Pero los ángeles son mucho más que eso. Si son niños en su encanto, son guerreros en su valentía, y si son atractivos en su sonrisa, son temibles en su poder. Por eso nos acompañan cuando crecemos, y de nuestras travesuras de niños pasan a protegernos en nuestras seriedades de mayores. Por eso procuro imaginármelos de todos los modos posibles, pues su riqueza está por encima de mi imaginación, y su poder más allá de mi expectativa. Mi ángel es para mí la representación en mi vida de todos los ángeles.

Gracias, Ángel de mi Guarda, por todo lo que has hecho por mí, aunque yo no lo sepa, y todo lo que sé has de hacer, aunque yo no te lo pida. Y saluda a todos los ángeles de la guarda de todas las personas que amo y dales las gracias a todos en mi nombre por su cariño. ¡Sois un cielo!
Día 1
Os cuento

Comiendo con un obispo

Comer con un obispo siempre es divertido. Hoy me ha tocado en la mesa con un obispo emérito del Caribe que pasaba por España. Yo he caído en la cuenta de que era obispo por el anillo en forma de mitra dorada en el dedo. Nos ha contado muchas cosas.

Un buen hombre que vendía chucherías en un carrito venía todos los días fielmente a misa de las cinco y media por la mañana. Pero nunca comulgaba. Así durante años. El obispo, que entonces era el párroco, se animó a preguntarle un día discretamente sobre su vida. Vivía con su mujer, tenía siete hijos, pero no estaba casado porque su mujer no quería. El párroco lo entendió y le dijo que podía comulgar con buena conciencia. Pero el hombre le contestó: “Yo sé que soy irregular aquí, y yo observo las reglas. No puedo comulgar. Pero sé que Dios me quiere y que alimenta mi alma a su manera.” Eso es fe.

Un día el párroco (ahora obispo) vio entrar en la iglesia a un hombre descalzo con una gran vela que encendió y ofreció al Cristo ante el altar. El párroco se le acercó, le puso un dinero en la mano y le dijo con delicadeza: “Toma estos quince pesos. Jesús ha aceptado tu vela, y te los devuelve para que te compres unos zapatos. No puedes ir así descalzo en este tiempo.” El hombre le contestó: “No puedo tomar el dinero, padre. Lo que le he dado al Cristo no es una vela, es una lengüita de oro, la llamita que en ella he prendido, para que luzca y se mueva y le hable a Jesús por mí y le diga lo que yo no sé decir. Déjele que se lo diga.” Eso es fe.

Un día, nos contó, él, que era el párroco, hubo de salir por la mañana en una emergencia y no se acordó de que tenía que oficiar en una boda. Al volver el día siguiente, el sacerdote auxiliar de la parroquia le contó lo de la boda y le dijo que como él (el párroco) no estaba, le habían pedido a él (el auxiliar) que oficiara en la boda, y lo había hecho con mucho gusto como un favor a todos. Lo dijo con satisfacción por el servicio prestado, esperando que el mismo párroco se lo agradeciese. Pero el párroco se llevó las manos a la cabeza y le dijo: “¿Cómo puedes haber hecho eso? ¿No sabes que necesitas delegación del párroco para casar a alguien? Tú no tienes facultades para la boda, y la boda es totalmente inválida. Hay que arreglarlo lo antes posible. Ahora sí, yo que soy el párroco te doy las facultades, vete a buscar enseguida a los recién ‘casados’ y cásalos de verdad en privado para no armar un escándalo.” El otro salió, y se enteró que los novios se habían ido de luna de miel a Varadero, a 140 kilómetros de La Habana, y allá se fue. Les explicó lo sucedido, los casó no sin cierto asombro de los que se casaban por segunda vez en dos días, volvió satisfecho, y se lo contó al párroco enseguida. El párroco volvió a llevarse las manos a la cabeza: “¿Pero no sabes que Varadero está en otra parroquia, y mis facultades no valen allí, con lo cual mi delegación a ti es también inválida? Siguen sin estar casados.” Esto ya le resultó demasiado al otro y dijo, “Bueno, que lo arregle Dios. Yo los he casado dos veces, y ya está bien. No voy a estarles casando indefinidamente. Imagínate qué dirán si les digo que tengo que casarles otra vez. Con que no lo sepan está todo arreglado.” Y así quedó todo. Tenían el certificado de boda. Pero no estaban casados. A eso lo llamábamos en clase de Derecho Canónico un caso de “supplet Ecclesia”, es decir, “la Iglesia suple”. Muchas cosas tiene que suplir la Iglesia. Es el canon 144. Nuestro favorito en los exámenes de Derecho Canónico. Sin duda muchos matrimonios andan colgados de él.

Yo entonces conté lo que sucedió en España hace años. El nuncio en Madrid por aquellos tiempos se prestó a casar en la capilla de la nunciatura a parejas de la aristocracia que se lo pedían. Casó a bastantes. Pero el nuncio no sabía que él no tenía facultades. Él era el embajador del Vaticano en Madrid, pero facultades para bodas las tiene sólo el obispo de la diócesis y el párroco del novio o la novia. Por lo cual todas las bodas oficiadas por el nuncio eran inválidas. Pero nadie lo sabía, ni él mismo. Al cabo de algún tiempo, una de las parejas casadas por el nuncio decidió divorciarse. Su abogado estudió el caso, sospechó el “defecto de forma” en la carencia de facultades del nuncio, y ganó el caso en los tribunales de la Iglesia. No había habido boda, y los contrayentes quedaban libres. Discretamente la nunciatura hizo lo posible por localizar a todas las parejas casadas por el nuncio y volver a casarlas en secreto. Y se suprimieron los esponsales en la nunciatura.

Seguimos hablando de bodas, y les conté lo que me había sucedido a mí una vez. Les avisé con tiempo a los novios que yo necesitaba delegación escrita del párroco para casarles. Llegamos a la iglesia, y no había ni párroco ni delegación. El padre de la novia dijo, algo enojado conmigo, que como allí estaban todos los testigos de la boda, eso bastaría. Le expliqué que ellos serían testigos de lo que yo hacía, y que si no había delegación, no había boda ni testigos de boda por muchos “sí quiero” que se dijeran los novios. Menos mal que a última hora apareció en la sacristía el sobre del párroco con la delegación por escrito, y hubo boda. Los novios habían preparado muy bien toda la ceremonia, imprimiendo toda la liturgia de la misa, rito de la boda, lecturas de la Biblia, oraciones. Todo muy bien. Habían elegido dos lecturas, una del Antiguo Testamento y otra del Evangelio. Menos mal que las vi. El Evangelio era… ¡el final de la Epístola de San Pablo a los Romanos! Les sorprendió cuando les dije que aquello no era evangelio. ¿No estaba en la Biblia y bien al final y hablaba de Jesús? Tuve que explicarles que evangelios son Mateo, Marcos, Lucas, y Juan, y no San Pablo por bellas que sean sus cartas, y escogimos a última hora un pasaje del evangelio de verdad. Peripecias litúrgicas. No es extraño, aunque sí triste, que según un estudio reciente de la Federación Bíblica Católica, España sea en Europa (incluso Rusia), el país en que menos se lee la Biblia (Vida Nueva, 9 mayo 2008, p. 17).

Otra anécdota que conté yo después de la primera que contó el obispo. Hace años en la India alguien se acusó en confesión de haber comido carne un viernes. Era ya después del Concilio, y yo le expliqué delicadamente al penitente que el papa había cambiado las normas de ayuno y abstinencia, que la prohibición de comer carne los viernes de cuaresma ya no regía, y que por ello no era pecado el haberla comido y no tenía por qué acusarse al menos en el futuro. El buen hombre me contestó con un dejo de indignación: “El papa dirá lo que quiera, pero comer carne los viernes es pecado y siempre lo ha sido y lo será, y yo hice mal porque el viernes estaba comiendo con unos no católicos y ellos comían carne y me ofrecieron y a mí me dio vergüenza decir que no por mi religión, y comí carne con ellos y ahora me arrepiento y le pido perdón a Dios, y usted tiene que darme la absolución y ponerme la penitencia para que yo pueda comulgar.” Más papista que el papa.

Para que digan que no son divertidas las comidas de curas.La anécdota que sigue no la hemos contado en la mesa, pero la acabo de leer en un libro y me ha hecho reír. Me imagino es inventada, pero también hace pensar un poco que se hagan estos chistes. Un muchacho va a confesarse mientras sus amigos esperan en la cola a ver qué tal le va. Tras mencionar pecadillos inofensivos, el muchacho indica con palabras atropelladas pero suficientemente claras que ha tenido sexo con una chica. El cura le pregunta:

– ¿Ha sido con Bridget, la del bar de la esquina?
– No, no padre, con ésa no.
– ¿Entonces con Margaret, la de la tienda de verduras enfrente? ¿Ya sabes de quién te hablo?
– Sí, ya lo sé, ya la conozco. Pero, no, no fue con ella.
– Ya caigo. ¿Sería con Elizabeth, la hija del jardinero?
– No padre, con Elizabeth no.
– Bueno, bueno, hijo mío. No importa. No te preocupes. Ahora reza diez padrenuestros y no vuelvas a hacerlo.
– No padre.

El muchacho recibe la absolución, se santigua, se levanta, vuelve a los amigos que le esperan impacientes en la cola y que le preguntan ansiosamente:

– ¿Qué tal te ha ido? ¿Te ha reñido mucho? ¿Por qué has tardado tanto?
– Me ha ido muy bien. No me ha reñido nada. Podéis pasar todos si queréis. Sólo me ha puesto diez padrenuestros de penitencia… ¡y me ha dado tres pistas de primera!

Me contáis

Alejandro: A la pregunta que hace usted en la última Web, “¿No habría que pensar en alegrar un poco nuestras propias imágenes religiosas?”, contesto que sí. En nuestra tradición tenemos algunas imágenes que asustan a los niños (y a los grandes). La imagen de Regina Martyrum tiene una espada que atraviesa su corazón. Yo tengo una cruz que me fabriqué con dos pedazos de madera y que luego barnicé. Pienso escribir sobre esa cruz alguna leyenda que me mueva a la oración, que eleve mi alma al Señor. Aprovecho para saludarlo muy afectuosamente luego de 6 meses sin Internet.

Mi comentario al comentario de Alejandro: Cuentan que llegó una vez un extraterrestre a la tierra, y representantes de las diversas religiones lo visitaron para proponerle cada uno la suya. Como no entendían su lengua, le llevaron los símbolos que representaban a cada religión. El musulmán le llevó la Media Luna, ya que ellos prohíben imágenes de personas. El hebreo le llevó el candelabro de siete brazos, la menorah. El budista llevó a El Buda Que Ríe. El hindú llevó a Krishna con la pluma de colores del pavo real en la frente, la guirnalda de flores al cuello, bailando y tocando la flauta. El cristiano le llevó a Cristo clavado en la cruz con las cinco llagas abiertas y la corona de espinas todo lleno de sangre. La pregunta del acertijo luego no era ¿cuál de las religiones elegiría? sino ¿cuál sería la primera que descartaría? La pasión de Cristo es lo más sagrado para nosotros, pero ciertamente no lo más apropiado para tenerla ante la vista a todas horas. Yo, personalmente, no creo que a Jesús le guste que lo tengamos presente continuamente colgado en la cruz y sangrando, sino caminando a nuestro lado, contándonos sus parábolas, escuchando nuestras confidencias, y partiendo el pan con nosotros. El Jesús que vive entre nosotros es Jesús resucitado.

En el muro exterior de la catedral de Santiago de Chile vi una hornacina mirando a la plaza en la que está la imagen del busto del Ecce Homo, Jesús en su pasión con la corona de espinas, el cetro de caña en su mano, el manto de burla sobre sus hombros, y sangre por todas partes. Debajo están grabados con letras grandes estos versos:

“Tú, que pasas, mírame.
Cuenta, si puedes, mis llagas.
¡Ay hijo, qué mal me pagas
la sangre que derramé!”

Todo eso es verdad. Pero yo no me imagino a Jesús echándonos en cara su pasión (“Cuenta, si puedes, mis llagas”), quejándose de nuestra falta de correspondencia (“Ay, hijo, qué mal me pagas”), y amargándonos el día que comenzamos al cruzar la plaza por la mañana de camino al trabajo con su triste reproche. No es ni digno ni elegante ni de buena educación. Jesús murió por nosotros pero no se jacta de ello ni se queja por ello. Son sus seguidores los que han usado su imagen para meternos en el alma el complejo de culpa con que dominarnos. Y lo han conseguido. Hasta que tanta culpa y tanto pecado han tocado techo y muchos cristianos, en reacción, están dejando de serlo en la práctica. Nadie mira al Ecce Homo de la catedral de Santiago cuando cruzan la plaza. Ni saben ya que existe. Yo se lo mencioné a amigos en Santiago, y nadie se había fijado en él.

Un buen amigo me pidió un día un favor. Tenía que ir a recoger un documento a una oficina y a él no le daba tiempo pues era médico y tenía su trabajo en el hospital todo el día. Yo en cambio estaba libre, y me presté a ir. Fui. Lo hice a gusto, pero me resultó algo molesto pues tuve que encontrar el sitio, que estaba lejos, esperar en la cola un buen rato de pie ante una ventanilla, y encima llovió. Se lo dije, medio en serio medio en broma, cuando le entregué el documento, e incluso se lo recordé después repitiéndole “¡Vaya mañanita me has hecho pasar con tu recadito!” Me dio las gracias y me añadió: “No volveré a pedirte un favor en la vida. Si quieres hacérmelo, házmelo, pero no me estés restregando por las narices lo que te ha costado el hacerlo.” Tenía razón. Y nunca me he olvidado. Yo había sido mezquino. Jesús nunca se hubiera portado como yo lo hice.

Y me parece totalmente inaceptable la imagen que dices de Regina Martyrum con una espada atravesándole el corazón. Una cosa es la expresión figurativa que usó de ella el mismo Simeón (quien, por cierto, en el original griego de Lucas 2:35 le dice a María que “una espada te atravesará el alma”, no el corazón), y otra la imagen física y sangrientamente traumatizante de lo que nunca sucedió. Es una metáfora, no un hecho físico. Lo mismo que con la Virgen de los Dolores y las siete espadas atravesándole el corazón. Aunque las espadas sean de plata con el puño de oro como las de la artística Dolorosa de Felipe del Corral en la Cofradía de la Vera Cruz de Salamanca. Bella imagen y piadoso abuso. También podéis decirme qué pensáis de todo esto. Yo creo que nos ha hecho mucho daño.

Salmo

Salmo 36 – Espera en el Señor

Confía en el Señor y haz el bien,
habita tu tierra y practica la lealtad;
sea el Señor tu delicia,
y él te dará lo que pide tu corazón.

Encomienda tu camino al Señor,
confía en él, y él actuará.
Descansa en el Señor y espera en él,
no te exasperes por el hombre que triunfa empleando la intriga,
porque los que obran mal son excluidos,
pero los que esperan en el Señor poseerán la tierra.”

Necesito esas palabras: “Descansa en el Señor y espera en él”. Descanso y espera. Yo soy todo impaciencia y prisas, siempre de aquí para allá, y ya no sé si eso es un celo santo por las cosas de tu gloria o, sencillamente, el mal genio que yo tengo y no me deja parar. Todo lo hago por tu Reino, desde luego, por el bien de las almas y el servicio del prójimo; pero hay en todo ello una presión constante, como si el destino de la humanidad entera dependiera exclusivamente de mí y de mis esfuerzos. Siento necesidad de trabajar, conseguir, bendecir, sanar, poner remedio a todos los males del mundo, comenzando, desde luego, por todos los defectos de mi persona, y así he de actuar, rezar, planear, organizar, conseguir, conquistar. Demasiada actividad en mi pequeño mundo; demasiadas ideas en mi cabeza; demasiados proyectos en mis manos. Y en medio de toda esa prisa loca, oigo la palabra que me llaga desde arriba: Espera.

Descansa y espera.

Espera en el Señor, que es esperar al Señor.

Todos mis planes y obligaciones quedan desde ahora reducidos a esa sola palabra. Espera. Tranquilo. No te precipites, no te empeñes, no te atosigues, no te vuelvas loco y no vuelvas loco a todo el mundo a tu alrededor. No te comportes como si el delicado equilibrio del cosmos entero dependiera de ti en cada instante. Siéntate y cállate. La naturaleza sabe esperar, y sus frutos llegan cuando les toca. La tierra aguarda a la lluvia, los campos esperan a las semillas y a las cosechas, el árbol espera a la primavera, las mareas esperan su horario celeste, y las estrellas centelleantes esperan edades enteras a que el ojo del hombre las descubra y alguien piense en la mano que las puso en sus órbitas.

Toda la creación sabe esperar la plenitud de los tiempos que viene a darle sentido y recoger la mies de esperanza en gavillas de alegría. Solo el hombre es impaciente y se le quema el tiempo en las manos. Solo yo quedo aún por aprender la paciencia de los cielos que trae la paz al alma y le deja a Dios libre para actuar a su tiempo y a su manera. El secreto de la acción cristiana no es el hacer, sino el dejarle a Dios que haga.

Confía en él, y él actuará.”

¡Si yo supiera dejarte hacer en mi vida y en mi mundo lo que tú quieres hacer! ¡Si aprendiera a no entrometerme, a no apurarme, a no temer que todo se va a perder si no controlo yo todo personalmente! ¡Si tuviera la fe y confianza suficientes para dejarte venir cuando tú quieras y hacer lo que te agrade! ¡Si aprendiera a esperar! Esperar es creer, y esperar es amar. Esperar tu venida es anticiparla en gozo y esperanza en la escatología privada de mi corazón.

¡Bienaventurados los que esperan, porque el gozo del encuentro coronará la fidelidad de la espera!

Meditación

El ángel del discernimiento

“Que la palabra de mi señor, el rey, traiga la paz, pues mi señor, el rey, es como el ángel de Dios para discernir el bien y el mal.”
(2 Samuel 14:17)

Es lo que más necesito en la vida. Saber discernir el bien y el mal. Tarea delicada que requiere equilibrio, atención, y sabiduría. No quiero hacerle daño a nadie, y sin embargo, a veces, sin querer, levanto oposición y provoco roces. Quiero procurar el bien en todo lo que hago, y a veces me paro y examino y dudo y no acabo de ver si lo que me propongo hacer va a ser realmente para bien o quizá torcidamente para mal. Y dentro de mí mismo me divido a veces entre lo que leo en los códigos y lo que me dice la conciencia, y me es fácil apoyarme en autoridades externas, pero no puedo separarme de mi propia conciencia con todo el riesgo de equivocarme y toda la responsabilidad de decidirme. No me puedo guiar ciegamente por manuales impresos ni tampoco ignorarlos con oculta soberbia. Tengo que oír a todos y tengo que decidir yo mismo. Discernir el bien y el mal es tarea difícil.

Es tarea de ángel. Porque el ángel tiene perspectiva, tiene independencia, me conoce a mí y conoce a todos a quienes atañe mi decisión, se sabe las reglas y los documentos, y viene directamente de Dios que está por encima de reglas y documentos. El ángel sabe trazar con geometría delicada y exacta la tenue línea que divide el bien del mal, conoce los terrenos de la conducta humana, prevé las consecuencias de nuestras acciones, mide responsabilidades y aconseja posturas. El ángel de Yahvé es nuestro guía en discernir el bien y el mal.

El secreto de las decisiones es sentirme ángel al tomarlas. Sentirme uno con mi ángel, interesado y desprendido, comprometido y libre, personal y universal, como él que es a un tiempo mensajero de Dios y compañero mío. Adquirir su mirada, apropiarme sus horizontes, ganar su equilibrio, escuchar su consejo. Sentir en mí mismo lo que, en fe y en cariño, creo yo que sentirá él; contagiarme de su presencia, levantarme con su vuelo, llenarme de su luz. Ojos de ángel para ver los caminos de la vida.

La mejor alabanza que recibió David en su vida fue la de aquella mujer que le dijo: “Mi señor, el rey, es como el ángel de Dios para discernir el bien y el mal.” De ese don real se sigue el bienestar de todo el pueblo, porque la palabra de quien sabe discernir entre el bien y el mal es palabra que trae la paz. Paz en el reino. Y paz en el alma.

 

Día 15
Os cuento

La homilia que pronuncié en el funeral de la madre de unas amigas

[La homilía que pronuncié en el funeral de la madre de unas amigas mías el 30 mayo 2008]

Nos reunimos con las hijas y la familia de Carmen en el recuerdo y el cariño a su madre, y en homenaje sentido y callado a todas nuestras madres. La madre es lo mejor que la vida nos ha dado. Para los que os viven vuestras madres, con el cariño y la bendición de su presencia, y para los que ya no la tenemos, con el recuerdo permanente de su vida con nosotros. Mi madre falleció tal día como mañana, 31 de mayo, hace once años, y uno mi recuerdo de ella al vuestro de vuestra madre.

De muy pequeño aprendí una poesía que decía:

“Mi madre, Dios me conceda
que antes de morir la pueda
abrazar.
En su seno, en aquel seno,
bebí la miel de lo bueno,
vertí la hiel del pesar.

Ella, al calor de sus besos,
que aún llevo en mi frente impresos,
modeló
en mi corazón de niño
el ídolo de cariño
que tanto, tanto adoró.

Ella, clavando en mis ojos
los suyos a veces rojos
de llorar;
despertaba en mi alma pura
aquella sed de ternura
que iba en su pecho a saciar.

¡Madre mía! ¡Madre mía!
Esta luz de poesía
que hay en mí,
es la luz de tu mirada
en mis ojos reflejada,
es tu amor que vive en mí.”

Eso ha sido nuestra madre para todos nosotros. Nos ha dado todo lo bueno y nos ha ayudado en todo lo malo. Margarita me cuenta cómo su madre cuidó a su familia con su trabajo, su habilidad, su inteligencia, en tiempos difíciles, siempre con alegría y con cariño. No sabía costura, pero para hacerles vestidos a sus hijas pequeñas extendía la tela, le hacía tumbarse a cada una y revolverse hasta quedar cubierta con la tela, y de ahí cortaba y cosía el vestido. Sus tres hijas han correspondido a tanto cariño cuidándose de ella cuando lo ha necesitado con dedicación ejemplar y afecto constante.

San Pablo, que conocía bien el Antiguo Testamento, les recuerda a los efesios que el cuarto mandamiento, honrar padre y madre, tiene algo de especial. Es el único que conlleva una promesa. Otros mandamientos son prohibiciones, mientras que el cuarto es positivo y dice: “Honra a tu padre y a tu madre para que seas feliz y tus días se alarguen sobre la tierra.” Al cuidaros tan bien de vuestra madre, os habéis ganado esa bendición bíblica.

Yo viví en la India cincuenta años y nunca quise volver. Mi madre me pidió volviera a España cuando cumplió los 90 años y quedó sola, y yo vine. Cuando yo le preguntaba, “¿Qué tal estás madre?”, ella me contestaba siempre, “Contigo muy bien, hijo mío.” La compañía en la avanzada edad es el mejor servicio posible. Vivió hasta los 101 años. A mí me ha consolado haber cumplido de corazón con el cuarto mandamiento. Honrar padre y madre. Que os consuele también a vosotras.

El apóstol Santiago dice en su epístola algo que resulta un poco fuerte: “Quien quebranta un mandamiento, los quebranta todos, porque quien dio ése mandamiento (Dios), dio todos los demás.” Yo, con todo respeto y con lógica jesuítica, arguyo: “Quien observa un mandamiento, los observa todos, porque quien dio ese mandamiento (Dios), dio todos los demás.” Eso os digo para que os alegréis de haber cumplido tan bien como lo habéis hecho con el cuarto mandamiento, y de ello somos testigo todos los que os hemos conocido. Os deja la satisfacción de haber hecho por vuestra madre todo lo posible por ayudarla en su vida y en sus últimos años. Y la satisfacción que os da el haberos portado tan bien con ella, os enseña ahora a seguir ese ideal de portarnos bien con todos los demás. Es la gran lección de la vida. Y de la muerte.

Dice la copla:

“La muerte al separarnos
del que se aleja,
nos enseña a acercarnos
a los que deja.”

Y esa es la gran enseñanza. Querer a todos, servir a todos, alegrar a todos, y eso nos dará el gran consuelo cuando se vayan ellos, y cuando nos vayamos nosotros, de habernos portado bien con todos.

Hoy es la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Su devoción tuvo una gran fuerza en nuestra juventud. Ahora se ha devaluado algo la palabra con las revistas del corazón y los programas del corazón en la televisión. Pero os recuerdo su valor permanente. Consiste en tres actitudes: consagración, reparación, propagación. La consagración es el compromiso que ahora decimos. La entrega, la dedicación, la identificación. La reparación es el tratar, con nuestro cariño y nuestro trabajo, de contrarrestar toda la violencia y el odio que causan estragos en el mundo. Y la propagación es el comunicar con nuestra alegría el amor y la amistad que es lo que hace a la vida digna de vivirse.

Que la memoria de Carmen, vuestra madre, mantenga este ideal vivo en vosotras, y en todos nosotros.

Citas divertidas
(Platón y un ornitorrinco entran en un bar… Thomas Cathcart y Daniel Klein, Planeta, Barcelona 2008)

115.Una abuela judía está viendo cómo su nieto juega en la orilla de la playa cuando se acerca una ola enorme y se lo traga el mar. Entonces ruega:

– Por favor, Dios mío. Te lo ruego, ¡devuélveme a mi nieto!Una ola enorme se levanta, se acerca, se llega a sus pies y le devuelve el nieto a la playa, intacto. Ella mira al cielo y dice:

– ¡Gracias, Señor! ¡Pero le falta el gorrito que llevaba puesto!121. El príncipe está bajo la maldición de una bruja por la que sólo puede pronunciar una palabra cada año. Eso sí, puede ahorrar las palabras de un año para otro y juntarlas luego al cabo de varios años. Él se enamora de una princesa, ahorra dos palabras en dos años, y el tercer año le dice las tres palabras consagradas, “¿Quieres casarte conmigo?” Ella le contesta, “¿Qué has dicho?”.

124. Dicho budista: “Si te encuentras al Buda, mátalo.” Phil Jackson, maestro zen: “Si te encuentras al Buda jugando al fútbol, pásale el balón.”127. Si Zeus no existe, ¿Poseidón sigue siendo su hermano?

196. – ¿Tú eres de los que creen que no hay verdades absolutas?
– Así es.
– ¿Y estás seguro de ello?
– Absolutamente.204. Filósofo griego va corriendo y le dice entusiasmado a su amigo Heráclito: “¡No me lo vas a creer! ¡He metido el pie dos veces en el mismo río!”

[Os acordaréis que Heráclito es el célebre autor del panta rei (todo fluye): “no se puede meter dos veces el pie en el mismo río”, no sólo porque el río ha cambiado, sino porque el mismo pie ha cambiado. De ahí el entusiasmo de su amigo.]

Me contáis

Veo por vuestros mensajes (muchos y todos sintiendo lo mismo) que seguís con el tema de las imágenes religiosas, y yo también sigo con él. Os voy a contar una situación real en que me vi una vez, y creo fue la que me hizo comenzar a pensar que nuestras imágenes deberían ser alegres, mientras que con frecuencia no lo son. Somos una religión de imágenes serias y dolorosas, y eso no ayuda a la alegría.

Había ido yo a dar una tanda de Ejercicios Ignacianos a parejas en la Casa de Ejercicios de los jesuitas en Mérida, Venezuela. El lugar era maravilloso. En medio de los Andes con toda la belleza agreste de las montañas y las nubes. Aunque el incidente que dio lugar a la Casa de Ejercicios allí había sido una tragedia. Un avión en el que iban estudiantes del Colegio de San Ignacio de Caracas en viaje de fin de colegio se estrelló en aquel paraje agreste y murieron todos. En su memoria se erigió el mejor monumento posible, que fue la Casa de Ejercicios, con un lago en medio del cual se han conservado las dos hélices del avión siniestrado en una isleta, y una lápida con todos los nombres de los muchachos.

Estábamos llegando durante el día, yo me acomodé en el cuarto del director, y un grupo de hombres que habían venido juntos vieron la puerta de mi cuarto abierta y entraron sin más a charlar conmigo. Los recibí con alegría, se sentaron en sillas alrededor de la mesa, y comenzamos a conocernos y divertirnos. La mejor manera de comenzar unos Ejercicios es entablar contacto directo entre todos, y bien sabía yo eso.

Por eso me entregué con gusto a la conversación espontánea; pero pronto noté una dificultad. En mi mesa, mesa grande alrededor de la cual ellos se habían sentado, había una imagen religiosa. Un busto de tamaño natural del Ecce Homo, Cristo en su Pasión en la corte de Pilatos, con la corona de espinas, el rostro cubierto de sangre, el cetro de caña en sus manos, y el manto de escarnio que los soldados romanos le habían echado sobre los hombros. Era imagen muy realista, de tamaño grande, y ocupaba todo el lado izquierdo de mi mesa.

Todo ello muy devoto. Pero yo miré al Santo Cristo, miré a mis amigos a mi alrededor, y no me dejó de chocar el contraste. Mis amigos estaban charlando, riendo, contando chistes, tomándose el pelo unos a otros; todos tenían latas de cerveza de las que estaban bebiendo, y varios fumaban. Y justo enfrente de ellos estaba Cristo con sus espinas y su sangre. Aquello no encajaba. Procuré no se fijasen en lo que yo me había fijado, y me uní con todo el interés posible a su alegría. No quería estropearles yo aquel primer contacto que tanto iba a facilitar el curso de los Ejercicios. No iba yo a mandarles que apagasen sus cigarrillos, dejaran sus cervezas, se arrodillasen, y se pusieran a rezar el rosario ante la imagen del Santo Cristo. Para rezar íbamos a tener tiempo abundante esos días. Reímos y charlamos y fumaron y bebieron todo lo que quisieron. Y se despidieron alegres con la ilusión inaugurada del primer encuentro de los Ejercicios.

Cuando se hubieron marchado y se hubo disipado el humo de sus cigarrillos, yo cerré la puerta de mi cuarto. Tomé la imagen del Santo Cristo en mis manos. Le di un beso en la frente. Lo levanté con cuidado porque pesaba bastante, y lo coloqué con cariño en un armario grande que había en la pared de enfrente. Cerré el armario, y allí quedó oculto durante todos los días de los Ejercicios mientras yo recibía a los ejercitantes en el cuarto y hablaba con ellos y los escuchaba y les aconsejaba y les sonreía y los animaba en su esfuerzo espiritual. El Santo Cristo los bendecía desde su escondite en el armario, pero no formó parte del decorado de mi cuarto mientras yo estuve allí. Yo quiero alegría, y no es posible la alegría ante una cabeza coronada de espinas.

Cuando acabaron los Ejercicios saqué al Santo Cristo del armario, lo volví a colocar sobre la mesa, le di otro beso en la frente, y allí lo dejé para el próximo director de Ejercicios. Eso fue hace años, pero supongo que todavía sigue allí. La lección que aprendí allí también sigue conmigo.

Salmo

Salmo 37 – En la enfermedad

Me ha llegado la enfermedad y he perdido el valor de vivir. Mientras mi cuerpo se encontraba bien, di la salud por supuesta. Soy un hombre sano y fuerte, puedo comer cualquier cosa y dormir en cualquier sitio, puedo trabajar todas las horas que haga falta al día, puedo enfrentarme al sol del verano, a la nieve del invierno y a la humedad enfermiza de los largos meses de los monzones. Tango a veces un dolor de cabeza o un catarro de estornudos, pero desprecio las medicinas y evito a los médicos, y confío en que mi fiel cuerpo me sacará de cualquier crisis y derrotará a cualquier microbio en interés de mi trabajo, que no puede esperar, ya que es trabajo por Dios y por su pueblo. Estoy orgulloso de mi robustez y cuento con ella para poder seguir trabajando sin descanso y viviendo sin preocupación.

Pero ahora me ha llegado la enfermedad, y estoy destrozado. Destrozado en el cuerpo, entre las sábanas ardientes de una cama en el hospital, y destrozado en el alma, bajo la humillación y el apuro de mi salud rota. Me da vueltas la cabeza, me palpitan las sienes, me duele todo el cuerpo, el pecho tiene que forzarse a respirar. No tengo apetito, no tengo sueño, no quiero ver a nadie y, sobre todo, no quiero que nadie me vea en este estado de miseria que parece va a durar para siempre. Si el cuerpo me falla, ¿cómo voy a seguir viviendo?

“No hay parte ilesa en mi carne.
No tienen descanso mis huesos.
Mis llagas están podridas por causa de mi insensatez.

Voy encorvado y encogido,
Todo el día camino sombrío,
Tengo las espaldas ardiendo,
Estoy agotado, deshecho del todo.”

Ahora, en las largas horas de inactividad forzada, mis pensamientos se vuelven casi necesariamente hacia mi cuerpo, y comienzo a verlo bajo otra luz y a recobrar una relación con él que nunca debí haber perdido. La enfermedad de mi cuerpo es su lenguaje, su manera de hablarme, de decirme que lo estaba maltratando, ignorando, despreciando, cuando de hecho él es parte íntima de mi ser. Como el niño llora cuando nadie le hace caso, así se queja mi cuerpo, porque yo lo he desatendido. Esas quejas son la fiebre, la debilidad y el dolor en que se expresa. Quiero escuchar su lenguaje, interpretar su sentido, y aceptar su verdad.

Mi cuerpo está tan cerca de mí que yo lo daba por supuesto y no le hacía caso. Y ahora él me dice, callada y dolorosamente, que no está dispuesto a aguantar más esa negligencia. La enfermedad es sólo un rompimiento entre el alma y el cuerpo, entre el ideal y la realidad, entre el sueño imposible y los hechos concretos. La enfermedad me devuelve a la tierra y me recuerda mi condición humana. Acepto la advertencia y me propongo restablecer el diálogo con mi cuerpo que nunca debí haber interrumpido.

Vamos a recorrer la vida juntos, mi querido cuerpo, de la mano, al mismo paso, mientras los ritmos de tu carne dan expresión a la marea de ideas y sentimientos que sube y baja en los acantilados de mi mente. Sonríe tú cuando yo me alegro y tiembla cuando tengo miedo; relájate cuando descanso y tensa los nervios cuando me concentro. Avísame cuando se avecine algún peligro, comunícame tu cansancio antes de que sea demasiado tarde, y hazme llegar tu aprobación cuando te encuentres a gusto y estés de acuerdo con lo que hago y disfrutes de la vida conmigo.

¡Gracias por mi cuerpo, Señor, mi compañero fiel y mi guía seguro por los caminos de la vida! Y gracias también por esta enfermedad que me acerca a él y me enseña a cuidarlo con cariño y con interés. Gracias por haberme recordado que es parte mía, por haber vuelto a unirnos, por haber restaurado la totalidad y unidad de mi ser. Y como señal de tu bendición, como testimonio de que esta enfermedad viene de ti para devolverme el todo orgánico de mi existencia, sana ahora este cuerpo que tú has creado y devuélveme la alegría de la salud y la fuerza para seguir viviendo con gusto y confianza, para seguir trabajando por ti, sabiendo ya que no son sólo mi mente y mi alma las que trabajan, sino mi cuerpo también, en unidad ferviente y cooperación fiel. Al rezar ahora, Señor, es todo mi ser el que te reza.

“No me abandones, Señor;
Dios mío, no te quedes lejos;
Ven aprisa a socorrerme

Señor mío, mi salvación.”
Meditación

Ángeles de los pobres

“Murió el pobre, y fue llevado por los ángeles al seno de Abraham.”
(Lucas 16:22)

Los ángeles se cuidan de llevar al pobre. Ha sufrido en la vida porque hay injusticia y opresión y desigualdad y sufrimiento. Los ángeles hacen todo lo que pueden por ayudar a los que sufren injustamente sobre la tierra carencias de cuerpo y de alma como personas, como grupos, como naciones.

Los ángeles a su manera castigaron incluso con la espada a opresores públicos y a invasores tiranos. Dentro de los caminos de la providencia, que decretan pruebas y alargan campañas, los ángeles defienden siempre a los que sufren, y se ponen de lado de los desamparados de la tierra.

Y cuando la vida acaba y el pobre oprimido pasa a su reino, corren a encargarse de él, muestran su preferencia y acompañan al nuevo viajero a las posadas de la eternidad. Ya está en buenas manos. Los ángeles llevan al pobre Lázaro al seno de Abraham. Acabó su sufrir.

Me consuela saber que me esperan manos de ángeles cuando muera y busque destino. Pero eso será sólo si soy pobre. Es privilegio de los pobres que los esperen ángeles en la otra orilla. Pobre en sencillez, pobre en desprendimiento, pobre en identificarme con los pobres, en sentir en mi carne su pobreza, en denunciarla en mi palabra ante el mundo, en trabajar en mi medida por aliviarla.

La pobreza atrae a los ángeles. Ellos la descubrieron en Belén, la siguieron en Nazaret, la escucharon de los labios de quien no tenía dónde reclinar su cabeza, la adoraron ante el Redentor que moría desnudo en la cruz. Ahora saben como identificar a sus seguidores. Son los pobres, los humildes, los oprimidos. Es Lázaro que pide limosna y pasa hambre en el portal de un rico. Yo no voy a llegar a vivir de limosna ni desfallecer en un portal, pero deseo al menos tener conciencia de que hay quienes viven y mueren así, de que hay hambre y miseria, de que hay enfermedad y sufrimiento, de que hay desfallecimiento e incluso muerte. Todo eso alrededor mío, en mi tiempo y en mi mundo, en la realidad de los hechos y en la imagen de mi televisor, en países lejanos y en hombres y mujeres hermanos.

No quiero ser el rico despreocupado y desentendido en la púrpura y lino de sus fiestas. Quiero sentir en mi dolor y en mi solidaridad y en cuanto pueda en mi acción y en mi cooperación personal el dolor de mis hermanos y hermanas que sufren en todos los países del mundo. Doy gracias a los ángeles que los esperan, les ruego que les ayuden también aquí a mejorar su vida y ver respetada su dignidad; y luego les indico también humildemente que aunque yo no entre en la descripción evangélica del pobre indigente que sufrió la necesidad en sus carnes, me esperen también los ángeles al otro lado para llevarme a mi también a puerto seguro antes de que me pierda yo por los laberintos de la eternidad.

Que me enseñen al menos por dónde cae el Seno de Abraham. Aunque creo que el Seno de Abraham era el Limbo, y ahora el papa ha suprimido el Limbo. Bueno, pues que me lleven al cielo directo.
Día 1
Os cuento

¿Fotos o no?

A algunos os gusta enviar vuestras fotos cuando me escribís por Internet. La mía está al comienzo de mi Web, aunque ya debería cambiarla porque han pasado años. Pero se trata de amistades cibernéticas, y este es un nuevo tipo de relación que estamos aprendiendo, y conviene irlo definiendo. Aprecio y disfruto el correo electrónico, al mismo tiempo que reconozco que con la mayor parte de esas personas no me encontraré nunca en la vida. ¿Conviene enviar la foto o no? Por lo menos vamos a pensarlo. Os cuento una experiencia mía de hace tiempo en la India que me ha hecho reflexionar al respecto al recordarla hoy, y puede arrojar alguna luz sobre el asunto. Aquí está.

Una vez recibí en mi propia ciudad de Ahmedabad en la India una carta de una muchacha desconocida para mí, que se presentaba como una joven estudiante, y en la que me consultaba algo. Se llamaba Sonali. Contesté inmediatamente en medio de todo el correo del día (correo ordinario de papel y pluma de entonces) y me olvidé de ella. Al cabo de unos días recibí un sobre en el que, al mirar atrás para ver el nombre del remitente, vi que ponía sólo lo siguiente en vez del remite: “Ábreme despacito.” Aquello se ponía interesante. La carta era de aquella muchacha, y en ella me decía lo siguiente:

“Mi muy querido y algo bruto Padre:
Recibí su respuesta. Clara, decidida, correcta. Muchas gracias. La persona eficiente, rápida, insensible. Usted será muy inteligente como dicen, pero no tiene ni idea de cómo tratar a sus corresponsales, por lo menos a los jóvenes. Yo soy tímida. Me lo pensé mucho antes de escribirle, dudé, esperé, por fin escribí la carta con cierto temblor como mi primera carta a una persona importante, la rompí, la volví a escribir, la corregí, al fin la eché, y me quedé casi temblando con la emoción de una aventura comenzada. Y usted me contesta al instante. A vuelta de correo. Muy rápido. Muy eficiente. Con eso su respuesta ha perdido todo el valor que pudiera haber tenido. Usted debería haberme hecho esperar, haber dejado pasar los días para que yo me quedara pensando en usted, si habría recibido mi carta o no, si le habría gustado o no, si me contestaría o no, si guardaría mi carta o la rompería, qué me diría si llegaba a contestarme, debería haberme dejado que me impacientase, me enfadase, me angustiase, me desesperase. Pero no. Usted, con su complejo de ‘mesa limpia’, va y me contesta a vuelta de correo. Carta que viene, carta que va. A la papelera, y a otra. ¿Cómo voy a tener yo una relación con usted de esa manera? ¿Cómo quiere que aprecie su respuesta? Me dice usted, muy correctamente, al acabar su carta que ‘si tienes algo más en que pueda ayudarte, no dudes en volver a escribirme’. Usted es quien necesita ayuda. Para colmo añade usted: ‘También puedes venir a verme en mi residencia en la Universidad de San Javier si quieres.’ ¿Y si no quiero? No tengo por qué presentarme a usted. Y no es que no sea guapa, que lo soy, pero prefiero que se me imagine usted como mejor le parezca. Espero que sea un buen pintor. Claro que también podría usted venir a mi casa, pues arriba he puesto mi dirección como debe hacerse, y no vivo lejos de su casa, y puede venir usted si quiere. Usted vendrá, llamará a la puerta, yo le abriré, usted preguntará ‘¿Está Sonali?’, y yo le contestaré, ‘No, no está en casa’, y usted se volverá por donde ha venido. Yo a usted sí lo he visto. El otro día en la conferencia que dio usted en el salón del ayuntamiento, yo estaba en primera fila. Pero no me busque. Y, por favor, no me conteste a vuelta de correo. Le pido su bendición,
Sonali.”

Gracias, Sonali. Me hiciste reír y me hiciste pensar. ¡Vaya muchacha! Y encima decías que eres tímida. ¡Pues si no lo llegas a ser! Ten cuidado con tus encantos, Sonali, que los tienes.

Hoy he recordado a Sonali. Ahora Internet ha creado un nuevo tipo de relación entre usuarios, independiente de la presencia física. Por eso yo prefiero que no me enviéis fotos. Quiero ser buen pintor.

[Sonali mantuvo una correspondencia deliciosa conmigo varios años. Luego me escribió que se había casado. No he llegado a verla. Pero es un recuerdo bello en mi vida.]

Tenista

Boris Becker cuenta en su autobiografía:

“La claustrofobia me afecta, y una vez lo pasé muy mal. Después de un concierto de los tres tenores, Luciano Pavarotti, Plácido Domingo, y José Carreras en la Sala Olímpica de Munich, Bárbara y yo fuimos a saludar a los cantantes entre bastidores. Íbamos después a un gran restaurante en las instalaciones donde habría cientos de invitados. Estábamos unos diez en uno de los ascensores: el director Zubin Mehta, los tres tenores, esposas, y muchachas. El ascensor se atascó. No un par de minutos, sino media hora. Gracias a mi altura yo tenía espacio y aire. Domingo, mi mujer, y Pavarotti se agarraron de la mano esperando que aquello acabara pronto. Entonces Pavarotti comenzó a tararear por lo bajo el ‘Ave María’ de Schubert. Yo no dije nada. Sólo estaba pensando en mi propia vida sin importancia, tratando de mantenerme sereno, aunque comenzaba a inquietarme qué iba a pasar si nadie venía a rescatarnos. Los tenores se pusieron a cantar una canción tras otra, y los demás acompañábamos sotto voce. Arias contra ansiedad –menuda escena fue aquello. De repente se sacudió el ascensor, descendió, se abrió la puerta. Se acabó el concierto en el ascensor.”

(Boris Becker, The Player, Bantam Books, London 1904, p. 107)

“El secreto es tener plena conciencia de tus límites, tanto físicos como mentales…, para ir más allá de ellos.” (102)

“A veces sentía odio por mi adversario, pero el odio es mal consejero. Cuando me sentía así, nunca jugaba bien.” (311)

“Estamos en Wimbledon esperando debajo del palco real a la señal para salir. Al entrar en la pista tenemos que pasar debajo de un arco en el que están escritos dos versos del célebre poema de Rudyard Kipling en el que le explica a su hijo cómo ennoblecerá su vida si… y va enumerando las condiciones tras cada “sí”, y éste es uno de ellos:

“If you can meet with Triumph and Disaster
And treat those two impostors just the same.”

(Si puedes enfrentar Triunfo y Fracaso,
y tratarlos –son falsos– por igual.)
(p. 25)

“Andre Hagassi me reveló una vez por qué él me solía ganar siempre. Era un detalle tonto, y más bien increíble. Él se había dado cuenta que al servir yo, abría la boca y sacaba la lengua en la dirección en que iba a enviar la pelota. Eso hacía mi servicio totalmente inofensivo, mientras que su respuesta era su mejor golpe. Aprendí que tener la boca cerrada es la mejor táctica.”
(p. 307)

Comiendo fuego

Wangari Maathai, Premio Nóbel de la Paz 2004, cuenta esta historia de un colegio de monjas en África.

“En una ocasión una niña escribió lo siguiente en una carta a su amiga también africana: ‘En Santa Cecilia estamos bien y seguimos comiendo fuego.’ La hermana Cristiana leyó aquello y se escandalizó. ‘¡Fijaos todas en esta niña! ¡No le da vergüenza mentir y decir que le damos fuego para comer!’, gritó. Aquella noche, en el comedor, todas encontramos frente a nosotras un plato de comida, todas excepto la niña que había escrito la carta. En su plato había un pedazo de carbón. Después de bendecir la mesa, nos sentamos a comer y la hermana Cristiana nos contó que la niña había mentido y le había escrito a su amiga que las monjas nos alimentaban con fuego. ‘Ahí tienes tu fuego. Cómetelo’, chilló.

A todas nos costó un gran esfuerzo contener las carcajadas; incluso a la niña en cuestión le pareció divertido. Era evidente que la hermana Cristiana había pasado por alto un detalle crucial: la niña había traducido un dicho kikuyu al inglés de forma literal. ‘Seguimos comiendo fuego’ es una expresión coloquial que significa ‘nos estamos divirtiendo mucho’, pero como nuestros conocimientos de inglés eran todavía básicos, la niña lo había traducido sin caer en la cuenta de que en inglés perdía todo su significado. Y la hermana Cristiana, que no sabía kikuyu, se lo tomó al pie de la letra. Nuestra compañera se quedó sin cenar y las demás nos apresuramos a terminar cuanto antes para salir de allí enseguida y poder reírnos a gusto. Estoy segura de que, aquella noche, la conversación de las monjas también giró en torno al fuego.”

(Wangari Maathai, Con la cabeza bien alta, Lumen, Barcelona, 2007, p. 81)

Me contáis

Esto me escribe un lector desde Canadá, y ya sabéis que alguien reza por todos los que entráis en este “espacio sagrado” que espero lo sea.

“Que Dios siga bendiciendo sus palabras, su página, su teclado, su pantalla, las puntas de sus dedos, y el ratón. Que Dios siga bendiciendo sus cuentos únicos, y que a través de usted bendiga a todos los que entran en su espacio sagrado.”

Amén.

Salmo

Salmo 38 – Plegaria del hombre cansado

Estoy cansado, Señor, un poco cansado de la vida. Déjame que hoy te cuente también mi pesar. La gente dice que la vida es corta; a mí ahora me parece larga, eternamente larga. No sé qué hacer con ella. Podría vivir aún años y años, y me estremezco de sólo pensarlo. La carga, la rutina, el puro aburrimiento de vivir. No me quejo ahora del sufrimiento, sino del abrumador cansancio de la existencia. Recorrer las mismas calles, hacer los mismos quehaceres, encontrarse con la misma gente, decir las mismas vaciedades. ¿Es eso vivir? Y si eso es vivir, ¿merece la pena? Celebro que hayas puesto esa queja en tu salmo, Señor. Me ayuda a rezar hoy.

“Señor, dame a conocer mi fin.” 

Parece una plegaria fúnebre y, sin embargo, en este momento es mi mejor consolación. Dame a conocer mi fin. Recuérdame que esta pasajera existencia llegará un día a su fin, que todo se acabará y ya no habrá más caminar sin dirección ni más vivir sin sentido. Hazme saber al menos que esto no va a durar para siempre, por favor. Que me espera algo grande después de esto para que con la esperanza futura alegre la realidad presente. Y hazme saber que este nublado pasajero que hoy oscurece mis sentidos también tiene fin, y volverá la luz y el sol y la alegría a mi vida.

A veces temo a la silla en que me siento, a la mesa sobre la que escribo, a la pantalla del ordenador que me escudriña, a esas cuatro paredes que circundan mi vida y limitan mi existencia. Rutina, repetición, encerramiento. Un mañana que es igual que hoy, como hoy ha sido lo mismo que ayer y siempre lo ha sido y seguirá siendo sin remedio. “Ganarse la vida” le dicen a eso. ¿No habrá llegado el momento de vivir la vida?

Hoy estoy cansado, Señor, y tú lo sabes. Sin embargo siento cierto descanso al decírtelo no como una queja, ni siquiera como una oración, si es que me entiendes, sino simplemente como una confidencia, una charla entre amigos, un desahogo ante alguien que me entiende y está dispuesto a escucharme con paciencia. Mi cansancio es el cansancio del caminante, y quiero sentarme sobre una piedra al borde del camino y olvidar por un momento la fatiga del caminar por el polvo y las piedras. Seguiré andando, Señor, pero déjame descansar un poco antes de volver a emprender el largo viaje. El recuerdo de que tú estás cerca me dará las fuerzas que necesito para continuar.

“Escucha, Señor, mi oración,
haz caso de mis gritos,
no seas sordo a mi llanto:
porque yo soy huésped tuyo,
forastero como todos mis padres.
Aplácate, dame respiro
antes de que pase y no exista.”

Meditación

Ángeles que se alegran

“Del mismo modo, os digo, se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta.”
(Lucas 15:10)

Deseo poder alegrar a los ángeles. Y me entero de que una cosa que les alegra especialmente es que un pecador se convierta. Lo que pasa es que el único pecador a quien puedo convertir soy yo mismo, y que tampoco estoy seguro de que pueda convertirme. Ni siquiera estoy seguro de ser pecador. A ver qué es lo que hago.

Ya sé que pecador, pecador, lo que se dice pecador de verdad tampoco lo soy. Ni creo que haya nadie así. Yo no soy mala persona, no hago daño a nadie a sabiendas, no tengo pactos con el demonio, y si es verdad que con lamentable frecuencia quebranto la ley de Dios y los mandatos de los hombres, también es verdad que no lo hago por malicia sino por debilidad, que es aquello del hombre nuevo y el hombre viejo, que hasta en edad lo soy y tengo derecho de asilo en viejas costumbres y torcidos hábitos, y también aquello de que no hago el bien que quiero sino el mal que no quiero, que alguien lo dijo más importante que yo y se escapó con ello limpiamente de pagar responsabilidades o cumplir condenas. Todo eso me aligera pesos y me grangea amnistías.

Pero también sé que algo podría hacer, y eso alegraría a los ángeles casi tanto como la conversión sonada del pecador público. Puedo limpiar mis pensamientos y suavizar mis palabras, puedo limar mis envidias y domar mis ambiciones, puedo calmar mis tempestades y nivelar mis depresiones, puedo levantar mi ánimo y avivar mi sonrisa, puedo apretar manos con gusto y besar mejillas con cariño, puedo comunicar gozo a los que me ven y fe a los que me escuchan, puedo amar un poco más a la vida y un mucho más al Señor de la vida. Y sé que si hago todo eso o al menos parte de ello, o procuro hacerlo y lo consigo un poquito, se han de alegrar los ángeles en el cielo y hacer fiesta y bailar y cantar porque alguien por aquí abajo se ha portado mejor y ha dado alegría a hombres y mujeres. La mejor manera de dar alegría a los ángeles en el cielo es darles alegría a hombres y mujeres en la tierra.

 

Día 15
Os cuento

La bella del silencio

Brenda Costa, del Brasil, se presenta en su libro como sordomuda de nacimiento y top model internacional. Su retrato en la portada justifica su presentación. “Bella del silencio” es el título del libro. Pero pronto nos dice que la belleza física no basta para ser modelo. (En matemáticas diríamos que es condición necesaria pero no suficiente para el teorema.) Una vez al ir a un casting se encuentra en la sala de espera con otras veinte aspirantes, todas ellas guapísimas. No es solo el rostro y la figura, sino el carácter, la personalidad, la seguridad, la mente tras el rostro y el alma tras el cuerpo lo que cuenta, y ahí viene su dificultad al ser sordomuda, y su triunfo por su buen temple, su energía, y su perseverancia. En ese casting se encuentra con la dificultad a que la somete el ser sordomuda.

“Van llamando una a una a las aspirantes a modelo en la sala de espera. El casting toca a su fin sin que me hayan llamado. Empiezo a preguntarme si no me he equivocado en la cita, ya que, aunque yo no oigo nada, leo bastante bien los labios, y les había dicho a mis compañeras que me lo dijeran cuando llamaran mi nombre. Al final una empleada se acerca a mí, se coloca delante de mi boca y me dice, articulando lo mejor que puede y haciendo gestos evidentes: ‘Te han llamado hace un momento.’ Entonces me doy cuenta de que las modelos presentes no me han avisado. Una candidata menos es eliminar a una rival. Lo más divertido es que el final me eligieron a mí.”

Sus padres descubren poco a poco su sordera total de nacimiento, la cual le impide aprender a hablar. Al no escuchar sonidos, no puede reproducirlos, y tratan penosamente de enseñarle a hablar. Médicos, ejercicios, logopedas. Esfuerzos para que diga “papá” y “mamá” y empiece a hablar. Al fin un día,

“Una mañana, mientras mamá está en el cuarto de baño, oye la voz de Celeste sobreexcitada: ‘¡Doña Fátima! ¡Doña Fátima! ¡Venga enseguida! ¡Brenda acaba de decir su primera palabra!’ Mi madre se precipita a la cocina, se sienta frente a mí, mira a Celeste, me mira a mí, vuelve a mirar a Celeste… Mi nodriza tiene los ojos húmedos, sonríe de oreja a oreja pero guarda silencio. Yo estoy sentada en mi sillita, la boca en forma de corazón para tratar de formar sonidos, alegre, como siempre. No pasa nada. ‘Mamá… papá…’ balbucea mi madre para ayudarme. ‘Ven, mi amor, dilo. Sé que puedes hacerlo. Mamá… papá…’ Y de repente, a costa de un esfuerzo indudablemente sobrehumano, yo suelto, victoriosa: ‘¡Coca-Cola!’ Mamá, desconcertada, se vuelve hacia Celeste que prorrumpe en risa mientras yo repito al foro, como un disco rayado: ‘¡Coca-Cola! ¡Coca-Cola!’ Mi madre llora, Celeste llora, y yo me muero de alegría. ¡Hablo, es genial! Y durante las semanas siguientes, delante de cada miembro de la familia, delante de los amigos, todos reunidos por la extraordinaria circunstancia y todos maravillados por mi proeza, me transformo en viva publicidad de la célebre bebida gaseosa. ¡Coca-Cola! ¡Coca-Cola! Esta anécdota, que tanto me alegra cada vez que mamá o Celeste la cuentan, cerrará una etapa realmente feliz, entre risas y lágrimas, pero feliz. Y llena de esperanzas.”

“En mi cabeza de niña pequeña las cosas están claras. Más adelante seré modelo. ¡Tengo cinco años y quiero ser modelo! ¡Lo sé a ciencia cierta! Reparo en esas bellezas que aparecen en las revistas de moda, donde se explica que una fotografía se ha tomado en Roma, la otra en París, o en Nueva York. Viajo con la imaginación. Seré modelo.”

Cuando ya es mayor y tras muchos esfuerzos logra que la entrevisten para hacer una prueba en Agencia Mega de modelos. Va con su madre, el técnico hace las pruebas, y se dirige a su madre, ya que Brenda no oye nada, y el técnico lo sabe. Este es el veredicto: “Es verdad, su hija tiene un auténtico potencial, es muy bella, sin embargo, tendré serios problemas para venderla. Nunca podría asegurar a mis clientes que todo marchará sobre ruedas. No oye nada, y con los fotógrafos es esencial el comunicar. Y sólo pronuncia sonidos raros y desagradables, apenas inteligibles. Ya sea para revista o para campaña de carteles, hay mucho dinero en juego. No podemos permitirnos correr ningún riesgo. No dudo de las cualidades de Brenda. Vale mucho. Pero…, es totalmente sorda.”

“Me levanto al mismo tiempo que mamá. Ya está dicho todo. Espero a estar en el pasillo para dar rienda suelta a las lágrimas. En el patio que está al nivel del jardín donde se encuentra la agencia, me apoyo contra la pared y lloro, lloro… Mamá me abraza y me acuna como a una niña: ‘Brenda… Tranquila… Cálmate… No es tan importante…’. Entre hipido e hipido, grito a mi manera de sonidos raros que ‘Sí, sí, es muy importante.’ De pronto, un hombre de unos cincuenta años, de aspecto distinguido, se acerca a nosotras. ‘¿Porqué lloras, pequeña?’ me pregunta. Incapaz de pronunciar el menor sonido, no le respondo. Se vuelve hacia mamá: ‘Sé que no es asunto mío, pese a todo, insisto, ¿por qué está su hija en este estado?’ ‘Quiere ser modelo’ –responde mamá–. ‘El problema resulta ser que es sorda de nacimiento. El director de la Agencia Mega acaba de decirle que nunca podrá ejercer esa profesión.’ – ‘Me llamo Antonio Velásquez y soy el presidente de la Agencia Mega. Tengo un hijo sordo de nacimiento. Entiendo lo que su hija sufre. Vengan conmigo.’ Y Brenda queda contratada por la Agencia Mega.”

Nueva York, París. Aprende a leer labios, no solo en portugués sino en inglés y en francés. Toda una hazaña. Está en París con su madre. Ve algo en la calle, se lo señala a su madre y grita con dificultad, “¡Mira, mamá!”. “Mi madre, que todavía está aturdida por la diferencia horaria del viaje de Brasil a París, no ha caído en la cuenta. Grito como puedo, ‘¡Mamá, soy yo, allí, en el tablón publicitario!’ Mamá se vuelve. No olvidaré jamás la expresión de su mirada en el momento mismo en que me reconoce en la foto enorme del tablón publicitario de dimensiones desmesuradas en plena calle. Soy yo en la fotografía. Su pequeña sordita que un día, y han pasado ya más de veinte años, logró decir ‘¡Coca-Cola!’ En París. De modelo. Enseguida iremos de tiendas o nos sentaremos en la terraza de un café, ebrias de intensa felicidad. Sueño cumplido.”

(Brenda Costa, Bella del silencio, Styria, 2007, pp. 47, 67, 90, 102, 129, 130, 217.)

Me contáis

– ¿Es verdad que Berlusconi le ha pedido al papa que le permita comulgar a pesar de estar divorciado y vuelto a casar? Lo he oído en las noticias y me gustaría saber si es verdad y qué consecuencias tiene.

– Yo también he leído la noticia y me interesa el tema. Sois muchos los que me consultáis sobre el poder comulgar los divorciados que se han vuelto a casar. En particular, padres cuyos hijos van a hacer la primera comunión, y ellos van con sus hijos a la ceremonia, y los hijos comulgan pero los padres no pueden comulgar. Eso es muy triste y le hace mucho daño a la Iglesia. ¿Cómo pueden los padres educar cristianamente a sus hijos si no los acompañan en la comunión? ¿Y quiénes somos nosotros para juzgar las conciencias y las circunstancias que llevaron a esa situación?

El obispo australiano Geoffrey Robinson en su reciente y valiente libro Confronting Power and Sex in the Catholic Church, p. 257 escribe: “Muchos obispos católicos se sienten francamente incómodos frente a la doctrina actual de la Iglesia en el tema del divorcio y segundo matrimonio.” (Many Catholic bishops express a real uneasiness about the present teaching of their church on the subject of divorce and remarriage.) Uno de esos obispos, por lo visto, es el obispo de Cerdeña, por la narración que sigue:

Lo sucedido, según la prensa, es que Berlusconi, con ocasión de una ceremonia religiosa en una iglesia de Cerdeña, le preguntó al obispo del lugar, monseñor Sebastiano Sanguinetti, cuándo se cambiarían las reglas sobre los divorciados y vueltos a casar, que no pueden recibir la Eucaristía por estar públicamente fuera de la práctica católica. El obispo le contestó: “Usted, que tiene poder, diríjase a quien está por encima de mí.” Es decir, que Berlusconi no ha recurrido al papa, pero de alguna manera le habrá llegado al papa el mensaje que ha salido en todos los medios y ha llenado todo el cotilleo de Italia.

Esto le pone las cosas difíciles al papa, pues, si no concede la comunión a los divorciados, se le dirá que todo el mundo (hasta obispos) desea que la conceda; y, si la concede, se dirá que ahora la concede (después de haberla negado tanto tiempo) porque lo ha pedido Berlusconi. Difícil dilema. Aunque no es Berlusconi quien propiamente ha recurrido al papa, sino, de manera bien ocurrente y diplomática, el buen obispo de Cerdeña. El Vaticano no ha comentado nada por ahora.

Salmo

Salmo 39 – ¡Abre mis oídos!

“Ni sacrificio ni oblación querías,
pero el oído me has abierto.
Oh Dios mío, en tu ley me complazco
En el fondo de mi ser.”

Abre mis oídos, Señor, para que pueda oír tu palabra, obedecer tu voluntad y cumplir tu ley. Hazme prestar atención a tu voz, estar a tono con tu acento, para que pueda reconocer al instante tus mensajes de amor en medio de la selva de ruidos que rodea mi vida.

Abre mis oídos para que oigan tu palabra, tus escrituras, tu revelación en voz y sonido a la humanidad y a mí. Haz que yo ame la lectura de la escritura santa, me alegre de oír su sonido y disfrute con su repetición. Que sea música en mis oídos, descanso en mi mente y alegría en mi corazón. Que despierte en mí el eco instantáneo de la familiaridad, el recuerdo, la amistad. Que descubra yo nuevos sentidos en ella cada vez que la lea, porque tu voz es nueva y tu mensaje acaba de salir de tus labios. Que tu palabra sea revelación para mí, que sea fuerza y alegría en mi peregrinar por la vida. Dame oídos para captar, escuchar, entender. Hazme estar siempre atento a tu palabra en las escrituras.

Abre mis oídos también a tu palabra en la naturaleza. Tu palabra en los cielos y en las nubes, en el viento y en la lluvia, en las montañas heladas y en las entrañas de fuego de esta tierra que tú has creado para que yo viva en ella. Tu voz que es poder y es ternura, tu sonrisa en la flor y tu ira en la tempestad, tu caricia en la brisa y tus amenazas en el rugido del trueno. Tú hablas en tus obras, Señor, y yo quiero tener oídos de fe para entender su sentido y vivir su mensaje. Toda tu creación habla, y quiero ser oyente devoto de las ondas íntimas de tu lenguaje cósmico. La gramática de las galaxias, la sintaxis de las estrellas. Tu palabra, que asentó el universo, tiene que asentar ahora mi corazón con su bendición y su gracia. Llena mis oídos con los sonidos de tu creación y de tu presencia en ella, Señor.

Abre también mis oídos a tu palabra en mi corazón. El mensaje secreto, el roce íntimo, la presencia silenciosa. Divino fax de noticias de familia. Email de comunicación constante. Que funcione, que transmita, que me traiga minuto a minuto el vivo recuerdo de tu amor constante. Que pueda yo escuchar tu silencio en mi alma, adivinar tu sonrisa cuando frunces ceño, anticipar tus sentimientos y responder a ellos con la delicadeza de la fe y del amor. Mantengamos el diálogo, Señor, sin interrupción, sin sospechas, sin malentendidos. Tu palabra eterna en mi corazón abierto.

Abre por fin mis oídos, Señor, y muy especialmente a tu palabra presente en mis hermanos para mí. Tú me hablas a través de ellos, de su presencia, de sus necesidades, de sus sufrimientos y sus gozos. Que escuche yo ahora por mi parte el concierto humano de mi propia raza a mi alrededor, las notas que me agradan y las que me desagradan, las melodías en contraste, los acordes valientes, el contrapunto exacto. Que me llegue cada una de las voces, que no me pierda ni uno de los acentos. Es tu voz, Señor. Quiero estar a tono con la armonía global de la historia y la sociedad, unirme a ella y dejar que mi vida también suene en el conjunto en acorde perfecto.

Abre mis oídos, Señor. Gracia de gracias en un mundo de sonidos.

Meditación

Ángeles en el juicio

“Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles y separarán a los malos de entre los justos.”
(Mateo 13:49)

Ahora se descubre por qué quiero quedar bien con los ángeles. Porque ellos son los que ejecutan la criba al final. Ellos separan los que van a un lado de los que van a otro. Y yo quiero que me lleven al lado bueno. Hay que hacerse amigo desde ahora.

Los ángeles separan. Esto me ha inquietado por un momento, porque no quiero separar en mi opinión a “malos y buenos”, no quiero juzgar a nadie, no quiero establecer categorías ni menos meter a nadie en ellas. El mundo no es una película de malos y buenos. Nadie es malo del todo ni bueno del todo. La niña inocente a quien se le dijo que los buenos tenían al alma blanca, y los malos la tenían negra, dijo cándidamente que su alma sería como una cebra. Todos somos cebras. Por eso he pensado un momento en qué quiere decir eso de que los ángeles separan. Y resulta que sí que separan, pero sólo al final. Lo dice el mismo pasaje del evangelio: “La siega es el fin del mundo. El Hijo del hombre enviará a sus ángeles que recogerán de su reino todos los escándalos y a los agentes de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego.” (Mateo 13:41-42)

Eso me da un respiro y me marca una dirección. A mí no me toca juzgar a nadie ni separar a la gente ni etiquetar a personas. Para mí todos son buenos. Hay gente que hace cosas que a mí no me parecen justas, y hay dolor en el mundo y hay locura y hay sangre y hay guerras, y una vez más hay que hacer todo lo posible porque no la haya y se sufra menos y se ame más, pero no es a mí a quien me toca juzgar conciencias ni arreglar el mundo, aunque haré y seguiré haciendo todo lo posible a mi alrededor para suavizar choques y alegrar vidas. Hay prejuicios y hay presiones, hay condicionamientos y hay convicciones asumidas, por falsas que en sí mismas sean, hay cegueras y hay locuras y hay grupos y hay violencia y hay histeria. No justifico a nada, pero tampoco condeno a nadie. Que lo haga la justicia para los que dañan al bien público. Pero no lo hago yo para la conciencia de nadie. Eso lo harán sólo los ángeles. Y lo harán al final. Y ellos saben cómo lo harán y qué sentido tendrá eso de separar y derecha e izquierda o buenos y malos. Yo lo veremos entonces. Lo importante para nosotros por ahora es lo que eso nos quiere decir: no condenéis a nadie, no juzguéis a nadie, no separéis a nadie. Ayudad a todos, amad a todos, entended a todos. Y dejadles a los ángeles que hagan su trabajo cuando les toque.

De todos modos yo quiero grangearme la amistad de los ángeles, por la alegría que me da ahora, y por la seguridad que me dará el último día. Será un encuentro de amigos. Nos conocemos ya. Y que me lleven con los buenos.
Día 1
Os cuento

Interludio matemático

Paul Erdös, matemático húngaro, dedicó toda su vida a las matemáticas con exclusión de casi toda otra actividad excepto comer y dormir. En vez de saludar a cualquier colega con un “Buenos días”, su saludo era, “¿Tienes abierto el cerebro?”, y continuaba, “Sea k el número integral más pequeño que…”, y así por horas y a cualquier hora del día o de la noche. Sus cartas desde cualquier parte del mundo seguían el mismo patrón: “Estoy en Australia. Mañana salgo para Hungría. Sea f una función de x tal que…”.

Todos los niños pequeños eran para él “epsilón”, que es el símbolo matemático para una cantidad muy pequeña.

Un día fue a la ceremonia del bar mitzvah del hijo de un amigo suyo, cuaderno en mano, y probó varios teoremas nuevos durante la ceremonia.

Decía, “La televisión la inventaron los rusos para destruir la educación en América.”

A un amigo suyo que le consultó sobre con qué frecuencia debería tener sexo con su mujer para mantener continuidad junto con variedad, le recomendó: “Hazlo en los días del mes que son números primos; con eso tienes intensidad a primeros de mes, 2, 3, 5, 7, y descanso hacia el final cuando los números primos se distancian, 21, 29.” De sí mismo decía con candor que nunca tuvo sexo en su vida. No tenía tiempo.

Cuando enseñaba en la universidad de Notre Dame tenía asignado un asistente permanente para que si de repente se marchaba por la necesidad imperiosa de resolver con un colega un problema matemático que había iniciado con él y cuya solución se le acababa de ocurrir en clase, el asistente pudiera continuar con la explicación.

Su amigo Stanislaw Ulam, húngaro y matemático como él, tuvo una hemorragia cerebral, y Erdös fue a visitarlo en el hospital. Nada más entrar en su habitación le saludó con estas palabras: ‘Menos mal que te encuentro vivo, Stan, si no, hubiera tenido que acabar yo solo las investigaciones que estamos llevando entre los dos…, y además hubiera tenido que escribir tu necrología. Vamos a trabajar.’

Cuenta Chip Ordman, su colega en la universidad de Memphis: “Comenzó a perder vista, pero no quería quitarle tiempo a las matemáticas para ir al oculista. Por fin perdió casi toda la visión y necesitó un transplante de córnea. No era fácil encontrar un donante. Se saltaron un poco la cola diciendo que su cura avanzaría las matemáticas para bien de la humanidad. La operación iba a durar varias horas. El cirujano le explicó la operación y sus resultados, y Erdös le preguntó solamente: ‘¿Podré leer?’ ‘Sí’, le contestó el doctor, ‘de eso precisamente se trata.’ Erdös entró en el quirófano, y al ver que bajaban la luz protestó: ‘¿Por qué bajan las luces?’ Le contestaron que para la operación, y él se indignó: ¿No me habían dicho que podría leer?’ El cirujano pacientemente le explicó que se trataba de leer después de la operación, no durante ella; pero Erdös se puso a discutir vivamente, insistiendo en que mientras le operaba un ojo podía leer una revista matemática con el otro. El cirujano tuvo que recurrir a la desesperada al teléfono para conseguir de la facultad de matemáticas de la Universidad de Memphis que un profesor viniera de inmediato a hablar de matemáticas con Erdös durante la operación. Vino, y todo fue bien.

En su habitación del hospital continuó con las matemáticas. El suelo estaba lleno de revistas matemáticas, y Erdös, desde la cama, llevaba tres conversaciones al mismo tiempo, en húngaro con un grupo en un rincón, en alemán con otro grupo en otro rincón, y en inglés con otro. Todo eso mientras seguía hablando conmigo y con mi mujer. Los médicos entraban, y él les decía: ‘¡Márchense! ¿No ven que estoy ocupado? Vuelvan después de unas horas.’ Que es lo que hacían.”

Cuando estaba en la mitad de una conferencia en el International Symposium on Combinatorics, Graph Theory, and Computing en Boca Raton, Florida, en 1996, se levantó de la mesa para escribir en el tablero, y cayó de repente al suelo quedándose rígido como un tronco. Su presión arterial bajó a 37. Estaba tumbado en el suelo pero con el micrófono todavía colgado al cuello. Los asistentes se asustaron y los de seguridad los estaban conduciendo hacia fuera. De repente Erdös volvió en sí y, tumbado como estaba, dijo por el micrófono: ‘Díganles que no se marchen. Aún tengo dos problemas más que proponerles.’

Una vez en Kalamazoo, Michigan, estaba escuchando una conferencia de Gerhart Ringel, un matemático de Santa Cruz. Al acabar la charla, Erdös, que estaba sentado en la primera fila, le hizo una pregunta. En mitad de la pregunta se cayó y quedó frío. Le llevaron a la clínica y le pusieron un marcapasos. Por la noche, con toda tranquilidad, asistió al banquete de despedida. Sus dos cirujanos del corazón vinieron con él. Él los presentó, saludó a todos, y añadió: ‘Ahora querría acabar de hacerle al doctor Ringel mi pregunta.’

Sus problemas de ojo y de corazón no lo pararon en su circuito de charlas en veinticinco países. Notó que la concurrencia a sus charlas iba en aumento hasta el punto que había que buscar salones cada vez mayores para sus conferencias. Esta era la traviesa razón que daba para explicar su aumento en popularidad: ‘Todo el mundo quiere poder presumir cuando yo me muera, “Sí, claro que yo conocía a Erdös; incluso asistí a su última charla.” Con esa idea vienen a oírme cada vez más según me acerco a mi fin, esperando que sea la última.’

En una célebre comunicación en el Congreso de Matemáticos reunido en París en 1900, David Hilbert propuso veintitrés problemas importantes que, según él, estaban clamando por una solución durante el siglo veinte que entonces comenzaba. El primero en su lista fue la Hipótesis del Continuo de Cantor. Georg Cantor (1845-1918) había investigado conjuntos infinitos llegando a la conclusión de que había un infinito número de infinitos infinitamente distintos unos de otros. El primer infinito es el infinito aritmético o de los números naturales al que Cantor bautizó alef-cero. El siguiente, es el infinito geométrico de los números reales, alef-uno para los iniciados. Y de ahí a toda la generación espontánea de los alefs de todos tamaños y colores. Toda una tribu.

Aquí es donde viene la pregunta. Bien sencilla. Alef-uno es mayor que alef-cero. ¿Habrá ahora algún otro alef entre los dos, mayor que el primero y menor que el segundo? Como para perder el sueño. Cantor había conjeturado que no existía tal conjunto entremedio, pero no tenía prueba de ello y nadie la había encontrado todavía. Esa era la Hipótesis del Continuo. Paul Cohen en 1963 sacudió a toda la comunidad matemática mundial cuando demostró que ni se podía probar que había otro alef entre alef-cero y alef-uno, ni se podía probar que no lo había. Por esa hazaña logística se le concedió la Medalla Fields (que es el Premio Nobel de matemáticas) en el Congreso de Matemáticos reunido en Moscú en 1966. (Yo estuve presente en ese acto como delegado de la India al congreso, y por eso me emociono ahora al contarlo en la Web. Se me rompieron las manos de aplaudir). Y ahora viene Erdös.

A Erdös le preocupaba la Hipótesis del Continuo y no estaba muy convencido de la solución de Cohen, o mejor, no se resignaba a ella. Eso de que no se pudiera probar que sí y no se pudiera probar que no, hería su orgullo matemático. Su salida era contar el chiste del evangelista que paraba a gente en la calle con la pregunta, ‘¿Qué le diría usted a Jesús si se lo encontrara ahora en la calle?’ Erdös decía que le preguntaría a ver si la Hipótesis del Continuo de Cantor era verdadera. Decía que Jesús tenía tres respuestas posibles. Podría decir, ‘Paul Cohen ya te ha dicho todo lo que se sabe acerca de eso’. O, ‘Sí, hay una respuesta, pero por desgracia tu cerebro no está lo suficientemente desarrollado para comprenderla.’ Y también podía dar una tercera respuesta, ‘El Padre, el Espíritu Santo, y Yo lo llevamos pensando desde antes de la creación, y aún no hemos llegado a una conclusión.’ Esta última respuesta –continuaba Erdös– es, desde luego, la mejor, y nos asegura que vamos a tener una eternidad matemáticamente divertida en el cielo. Va a merecer la pena.”

Cuando cumplió 81 años dijo, “Probablemente soy cuadrado perfecto por última vez.” Se refería a que 81 es 9 al cuadrado, y el próximo cuadrado perfecto sería 10 al cuadrado, es decir, cien. Murió a los 83 años en 1996.

(Paul Hoffman, The man who loved only numbers, Hyperion, New York 1998, pp. 3, 6, 9, 16, 35, 104, 127, 176, 225, 242, 244, 245).

Me contáis

Me dices cosas penosas que nos afectan a muchos. Son tus palabras:
“¿Por qué mi Iglesia sigue a un Cristo Muerto? ¿Por que va la gente a misa a cumplir con un compromiso moral y no vive a Cristo? ¿Por qué escucho sacerdotes que parecen rezanderos repitiendo las mismas fórmulas mágicas, y a gente repitiendo frases que ni siquiera saben qué quieren decir? Domingo tras domingo escuchando sermones fríos y vacíos, meras formalidades parcas y estoicas, y gente con caras largas y mortificadas. ¿Cómo puedo hacer ahora para poder tener el crecimiento espiritual que anhelo y que no encuentro en la Iglesia?”

Te contesto que me ha llegado al alma tu queja. No conocía la palabra “rezanderos” aunque he adivinado su sentido. Luego he mirado en el “Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua”, y he leído la siguiente definición: “Persona que tiene por oficio rezar por los muertos durante los rituales funerarios.” Es triste reducir el “sacerdote” a un “rezandero”. Funerario. Hemos de hacer todo lo posible por darles vida a oraciones y sacramentos. Pero también me dices que esa aridez te duele más porque has experimentado el fervor de la Renovación Carismática, y así echas de menos en nuestras parroquias lo que has vivido con los carismáticos. En eso te voy a contar mi experiencia.

Yo entré en mis años jóvenes (hace unos cuarenta años) en la India en el que entonces llamábamos “Movimiento Carismático”, y lo hice de la mano de Tony de Mello, que fue quien introdujo el Movimiento Carismático en la India después de haberlo encontrado en el libro de David Wilkerson, The Cross and the Switchblade, (que era lectura obligada para todos los que hicimos Ejercicios Espirituales con él por aquel tiempo, junto con su secuela Run, Baby, Run de su seguidor Nicky Cruz) y ampliado en el primer grupo de carismáticos católicos en Ann Arbor, Michigan en 1967, aunque Tony no quiso que esta actividad suya apareciera nunca en sus escritos, y por eso nadie la sabe excepto los pocos que participamos en ella. Cuando el padre Arrupe, general de los jesuitas, vino a Goa en la India para una reunión con los padres provinciales de la India, le dijo a Tony, a quien conocía y cuyo ministerio seguía con atención, que quería asistir a una reunión de oración de los carismáticos, ya que en Roma no podía hacerlo porque se enteraría enseguida todo el mundo, y así quería tener esa experiencia disimuladamente en Goa. Tony le organizó discretamente un grupo carismático que él mismo dirigió, y yo estuve en él. Esto no se ha contado en ninguna de las múltiples biografías del padre Arrupe. Aprovecho para contar aquí que Arrupe se unió al grupo con toda sencillez tomando parte en todo, sentado en el suelo a la japonesa mientras nosotros estábamos sentados a la india, levantaba las manos cuando los demás lo hacíamos, contestaba con los demás y rezó en voz alta espontáneamente con fervor evidente. Un jesuita párroco de una iglesia en Goa pidió le apoyásemos en su petición a Dios para construir una nueva iglesia parroquial, para la que necesitaba… tantos miles de rupias. Aquello casi estropeó el carisma, y a Tony le supo muy mal, pero por lo demás todo fue bien, y Arrupe se volvió a Roma con su experiencia.

Te sigo contando. La experiencia carismática me hizo a mí muchísimo bien. Durante años oré horas enteras a diario, asistí a grupos de oración, levanté los brazos y coreé aleluyas, hablé y canté en lenguas, impuse manos, sané a enfermos, abrí la Biblia y la leí al azar recibiendo mensajes, recibí y escuché profecías. En Bandra, Mumbai, tuvimos una vez una misa carismática “cantada en lenguas” entre todo el grupo (y tú sabes lo que es eso) que fue una de las misas más bellas de mi vida y la recuerdo con gratitud y asombro. Más de cien personas cantando cada una en la “lengua” que le traía la inspiración, cien melodías en armonía increíble de sentimiento y voz. Lástima que no se grabara en cinta, pero no lo hacíamos para el público. Mis experiencias llegaron a publicarse en la revista carismática católica norteamericana The New Covenant, y en un libro que la misma revista publicó más adelante como antología de experiencias carismáticas. Creo que se llamaba The Way to Damascus, pero no estoy seguro. Fueron años gloriosos.

Al cabo de unos seis años noté que me decrecía el interés por lo carismático y me alarmé un poco. Tony me volvió a dar su típico consejo: “Carlos, cuando te vino, lo dejaste venir; ahora que se marcha, déjalo marchar.” Yo he dicho siempre que el Movimiento Carismático me hizo mucho bien cuando entró en mi vida, y me hizo mucho bien cuando se marchó. Para mí era, como el nombre decía entonces, “movimiento”, no estado permanente. Mi vida hubiera sido más pobre sin él, y mucho más pobre todavía si me hubiera quedado en él. En el camino del espíritu aferrarse es perderse. Cuando san Pedro quiso quedarse en el Monte Tabor de la transfiguración con Cristo, éste le dijo suavemente que tenían que bajar del monte. No se puede vivir toda la vida en el Tabor. No se puede estar profiriendo aleluyas y hosannas toda la vida. Se hace artificial. Cansa. Aburre. Si me hubiera quedado en los aleluyas carismáticos estaría yo ahora tan «rezandero» como el peor de los que tú llamas así con triste razón. Imagínate que, de haber seguido, yo me habría pasado ya cuarenta años profiriendo aleluyas. Tan triste llega a hacerse el repetir un aleluya como un responso. Rezandero.

A dónde hay que moverse para seguir adelante depende ya de la situación de cada uno. Dios te guiará. Él es quien dirige a cada uno a través de las circunstancias y las inclinaciones y la vida. Lo importante es dejarse guiar sin miedo de lo que viene y sin añoranzas de lo que pasó. Lo mejor está por descubrir. El camino es vivir el presente tal y como nos va viniendo, sabiendo que es lo mejor que nos puede pasar. Deja el pasado, y entrégate con confianza al presente. Si en algo te puedo ayudar, no dejes de decírmelo. Y gracias por haberme provocado todos estos pensamientos y confidencias. Besos, Carlos.

Salmo

Salmo 40  –  Amor al pobre

“Dichoso el que cuida del pobre y desvalido;
En el día aciago lo pondrá a salvo el Señor.
El Señor lo guarda y lo conserva en vida
Para que sea dichoso en la tierra.”

Gracias, Señor por el don que has hecho a tu Iglesia en nuestros días: el don de la inquietud por los pobres, de la denuncia de la opresión y la injusticia, de la lucha por la liberación en las almas de los hombres y en las estructuras de la sociedad. Gracias por habernos sacudido y habernos sacado de la autocomplacencia en el orden de cosas establecido, de la conformidad culpable con la desigualdad social y del contemporizar con la explotación del hombre por el hombre. Gracias por la nueva luz y el nuevo valor que han surgido en tu Iglesia para denunciar la pobreza y luchar contra la opresión ¡Gracias por la Iglesia de los pobres!

Has hecho que nuestros pensadores piensen y nuestros hombres y mujeres de acción actúen. En nuestros días la teología se ha hecho teología de la liberación, y pastores de almas se han hecho mártires. Nos has abierto los ojos para ver en los pobres a nuestros hermanos que sufren, miembros doloridos, junto con nosotros, de ese cuerpo de humanidad cuya cabeza eres Tú. Has acabado con los días en que equivocadamente entendíamos que obedecíamos a tu voluntad al aceptar la injusticia y exhortábamos al pobre a permanecer pobre, como si fuera ésa tu voluntad sobre él. Tu voluntad no es la injusticia, Señor; tu voluntad no es la opresión, y te pedimos perdón si alguna vez hemos usado la excusa de tu voluntad para justificar un orden injusto. Tú has vuelto a hablar por tus profetas, como lo hiciste antaño, y respondemos agradecidos a la llamada y el reto que nos ofrecen. Queremos volver a liberar a tu pueblo.

Tú siempre escuchaste la súplica del huérfano y de la viuda, y tomaste como hecha a ti cualquier injusticia que se hiciera a ellos. En nuestros días, Señor, son pueblos enteros los que son huérfanos, y sectores enteros de la sociedad los que se encuentran desamparados como viuda sin apoyo y sin ayuda. Sus gritos han llegado hasta ti, y Tú, en respuesta, has despertado una conciencia nueva en nosotros para hacernos solidarios con todos los que sufren y hacernos trabajar para acabar con los males que les afligen.

Tomamos a privilegio el que nuestra era haya sido escogida como la era de la liberación, y nuestra Iglesia como la Iglesia de los pobres. Aceptamos con alegría la responsabilidad de trabajar por conseguir un nuevo orden social, de volver a hacer brillar la justicia entre los hombres, para que, así como todos somos iguales en el amor que nos tienes, lo seamos también en el uso de los bienes que Tú nos has legado generosamente a todos tus hijos e hijas.

Queremos que este empeño se convierta en la meta de todos nuestros esfuerzos y en la misión de nuestra vida entera. Nos alegra constatar que a nuestro alrededor se alza una conciencia universal de justicia y hermandad entre todos los hombres y mujeres, y queremos contribuir a ella con nuestro entusiasmo y nuestro trabajo. Sentimos en nuestro corazón la fuerza del llamamiento a un orden justo, y nos consideramos afortunados de haber nacido en este momento y haber recibido esa gracia. Gracias, Señor, por haber bendecido así a nuestra generación, y haz que nos empleemos a fondo en servicio del pobre.

“Bendito el Señor, Dios de Israel,
Ahora y por siempre.
Amén, amén.”

Meditación

Ángeles testigos

“Todo el que se declare por mí ante los hombres, también el Hijo del hombre se declarará por él ante los ángeles de Dios. Pero el que me niegue delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios.”
(Lucas 12:8-9)

Jesús da importancia a los ángeles. Los pone como testigos de la conducta de hombres y mujeres para con él ante su Padre en el juicio final, al que se refieren estas palabras, como lo hace más claro aún otro pasaje del mismo evangelio:

“Quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles.”
(Lucas 9:26)

La prueba de que soy de Jesús es que él se lo dice a los ángeles. Jesús sella mi amistad conmigo contándoles a sus ángeles que es amigo mío. El testimonio que tengo de que Jesús me defenderá en el último día es que se lo ha dicho ya a los ángeles. Él “se declarará por mí ante los ángeles de Dios.” No puede haber mayor gozo para mí.

¿Lo habéis oído, ángeles míos? Jesús dice que soy de los suyos. Y os lo ha dicho a vosotros, su gente de confianza, sus consejeros de siempre, su corte celestial. Mi nombre ha sonado entre consultas secretas y disposiciones eternas. Jesús lo ha pronunciado ante vosotros con la familiaridad de alguien que está cerca y es conocido. Y vosotros habéis asentido a la mención de mi nombre con un murmullo de alas. ¿A que sí? Soy de los vuestros. Guardadme siempre en vuestra compañía. Que esté yo siempre con Jesús para estar siempre con vosotros. Y que esté siempre con vosotros, para que seáis mis testigos fieles ante él. En vosotros confío.

Día 1
Os cuento

Ya sabéis que me gusta leer autobiografías porque me hablan directamente de personas y me proporcionan anécdotas para esta página. Esperaba yo la anunciada publicación de las cartas de la Madre Teresa, que no son precisamente autobiografía porque los santos no suelen escribir sus autobiografías (aunque mi padre san Ignacio de Loyola lo hizo, si bien que en tercera persona), pero se acerca al género. He leído el libro entero con ilusión y me ha enseñado mucho. Pero también me ha inquietado un poco. Cuenta a sus corresponsales las revelaciones que tuvo en que Jesús le daba órdenes con palabras concretas que repite con la misma exactitud en varias cartas y añade subrayando en una de ellas: “Sé que todo lo que he escrito es verdad” (3 diciembre 1947). Sin embargo, algunas de esas palabras no son precisamente las que uno esperaría oír de boca de Jesús. Las cito primero, y las comento después.

“Un día durante la Sagrada Comunión oí la misma voz muy claramente: ‘Tú has venido a la India por mí. ¿Tienes miedo a dar un nuevo paso por Mí? ¿Se ha enfriado tu generosidad? ¿Soy secundario para ti? Tú no moriste por las almas; por eso no te importa lo que les suceda. Tu corazón nunca estuvo ahogado en el dolor como lo estuvo el de Mi Madre. Ambos nos dimos totalmente por las almas. ¿Y tú?

Dame las almas de los pobres niñitos de la calle. ¡Cómo duele –si tú lo supieras– ver a estos niños pobres manchados de pecado! ¡Si sólo supieras cuántos pequeños caen en pecado cada día! Hay conventos con numerosas religiosas cuidando a los ricos y los que pueden valerse por sí mismos, pero para mis muy pobres no hay absolutamente ninguna. Es a ellos a quienes anhelo. ¿Te negarás? Quiero religiosas que sean víctimas indias para la India. Esa será la congregación que has de fundar. Pide a Su Excelencia que me conceda esto como agradecimiento por los 25 años de gracia que le he dado.”

(Madre Teresa, Ven, sé mi luz, Planeta, Barcelona 2008, pp. 70, 72)

Su Excelencia era el obispo (después arzobispo) jesuita de Calcuta, monseñor Périer, a quien va dirigida la carta (13 enero 1947). El buen obispo se estaba pensando debidamente la propuesta insólita de la religiosa de Loreto que le había pedido permiso para salirse de su congregación y fundar una nueva. No podía precipitarse. Ella insistía con santa impaciencia. Los “25 años de gracia” son los veinticinco años que monseñor Périer llevaba como obispo de Calcuta. El obispo expresó delicadamente al padre Van Exem, director espiritual de la Madre Teresa, su reacción a la carta para que se la comunicase a ella: “El señor obispo considera demasiado sentimental la referida petición de Jesús de que monseñor Périer apruebe el proyecto como acción de gracias por sus veinticinco años como obispo.” Al obispo no le hizo mucha gracia, y se entiende. Jesús no es mezquino y no cobra por sus gracias. Pero la Madre Teresa no cede y le vuelve a urgir directamente:

“Respecto al sentimentalismo no puede usted negar que Nuestro Señor ha hecho maravillas por usted en estos veinticinco años. Así que lo que Él pide es tan natural como sobrenatural. Depende de usted decir sí o no.” (25 enero 1947) (pp. 81-82)

Yo no me imagino a Jesús pasándole factura al buen obispo por los “veinticinco años de gracia” que le había dado, ni echándole en cara a la buena Madre que “no le importan las almas porque ella no ha muerto por ellas”, ni hablando de los niños de la calle “cometiendo pecados cada día”, ni pidiendo “víctimas indias para la India”, ni diciendo que no hay “absolutamente ninguna” religiosa en la India para cuidarse de los más pobres. Todo eso no es verdad, ni, aunque lo fuera, sería noble el decirlo ni dignas esas palabras.

¿Son entonces falsas las revelaciones? Pueden ser verdaderas, pero siempre son filtradas por el elemento humano, por la mentalidad y la personalidad de quien las recibe. La Madre Teresa proyectaba inconscientemente en esas comunicaciones sus propios puntos de vista y las coloreaba con sus propios deseos y conceptos y proyectos, y eso explica el lenguaje y la insistencia. Al menos así lo entiendo yo. Si me permitís un toque de humor, yo no me imagino a Jesús refiriéndose al arzobispo de Calcuta como a “Su Excelencia”. Suena ridículo, y a mí me ha hecho reír. Casi me he imaginado a Jesús llamando a Pedro “Su Santidad”. Quien llamaba al arzobispo “Su Excelencia” era la Madre Teresa, y ella le presta esas palabras a Jesús en su revelación. Ejemplo claro de lo que he dicho que las palabras de Jesús se filtran a través de la mente de Teresa. La Madre Teresa es quien dice que los niños de la calle pecan todos los días, no Jesús; y la Madre Teresa es quien dice que no hay absolutamente ninguna religiosa que se cuide de los pobres en la India, no Jesús. Ella justificaba su nueva fundación para los pobres diciendo (exageradamente) que no había hasta entonces ni una sola religiosa que cuidara de los pobres en la India, y acaba por atribuirle a Jesús lo que ella llevaba repitiendo a todo el mundo todos los días. Habría que distinguir qué expresiones vienen de quién, algo así como hacen los exegetas con la Biblia.

Las mismas cartas revelan que era una mujer de gran energía de carácter y dotes de mando, y las hizo valer con su insistencia repetida y creciente a todas las autoridades desde Calcuta hasta Roma. “Perdóneme si le canso con tantas cartas. Usted representa al Santo Padre aquí. Por favor, Excelencia, déjeme ir enseguida.” (7 noviembre 1947) El fruto de esas revelaciones fue excelente como todo el mundo sabe, y eso las refrenda.El que nosotros proyectemos nuestras imaginaciones sobre Dios no debe asustarnos porque siempre lo hacemos. Voltaire lo dijo algo volterianamente: “Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, y el hombre respondió haciendo a Dios a su imagen y semejanza.” Es inevitable. Manejamos los conceptos de nuestra experiencia, los refinamos, los adornamos, los sublimamos, y los adoramos. En teoría reconocemos que Dios está por encima de todos nuestros conceptos, pero en la práctica lo limitamos a ellos. En África dicen que los cocodrilos se imaginan al dios de los cocodrilos como un cocodrilo de cien metros. Muy divertido, y muy instructivo. Imaginamos a Dios según nuestros conceptos, por limitados que éstos sean. Eso explica también que en el caso más íntimo de revelaciones personales se mezclen rasgos de la persona a quien se le revelan. Es lo que puede haber pasado aquí. Si tenéis alguna sugerencia al respecto, decídmelo. Puede ayudarnos a todos.
Monseñor Périer fue quien eventualmente presentó el caso de la Madre Teresa a la congregación de Loreto y al Vaticano, obtuvo para ella el permiso de exclaustración primero y fundación después, y protegió y favoreció siempre la obra de la Madre Teresa. Él fue también, más adelante, el primero en recibir por escrito las confidencias de la Madre Teresa sobre su crisis de fe.

“Quiero decirle a usted algo, pero no sé cómo expresarlo. Desde hace más de cuatro años no encuentro ninguna ayuda en la dirección del Rdo. P. C. Van Exem. He ido al confesionario con la esperanza de hablar, y sin embargo no sale nada. El Padre me dijo que se lo expusiera a usted. Es un terrible vacío, un sentimiento de ausencia de Dios.” (Febrero 1956) (p. 204)
“No soy querida por Dios. Rechazada. Vacía. Ni fe ni amor ni fervor. Las almas no me atraen. El Cielo no significa nada. Me parece un lugar vacío.” (15 abril 1951) (p. 211)

“Señor, Dios mío, ¿quién soy yo para que Tú me abandones? La niña de Tu amor –y ahora convertida en la más odiada, la que Tú has desechado como despreciable, no amada. Llamo, me aferro, yo quiero…, y no hay Nadie que conteste, no hay Nadie a Quien yo me pueda aferrar, no, Nada. Sola. La oscuridad es tan oscura, y yo estoy sola. Despreciada, abandonada. La soledad del corazón que quiere el amor es insoportable. ¿Dónde está mi fe? Incluso en lo más profundo, todo dentro, no hay nada sino vacío y oscuridad. Dios mío, qué doloroso es este dolor desconocido. Duele sin cesar. No tengo fe. No me atrevo a pronunciar las palabras y pensamientos que se agolpan en mi corazón y que me hacen sufrir una agonía indecible. Tantas preguntas sin respuesta viven dentro de mí. Me da miedo descubrirlas porque suenan a blasfemia. Cuando intento elevar mis pensamientos al Cielo, hay un vacío tan acusador que esos mismos pensamientos regresan como cuchillos afilados e hieren mi alma. Amor –la palabra no me trae nada. Se me dice que Dios me ama, y sin embargo la realidad de la oscuridad y de la frialdad y del vacío es tan grande que nada mueve mi alma. Antes de que comenzara la obra había tanta unión, amor, fe, confianza, oración, sacrificio. ¿Me equivoqué al entregarme ciegamente a la llamada del Sagrado Corazón?”

(Carta del 3 julio 1959 al padre Picachy, p. 231)

“No sé qué placer puede obtener Él de esta oscuridad.” (Al padre Picachy, 23 enero 1961, p. 254)

“Mi alma es un bloque de hielo.” (Al padre Neuner, 8 noviembre 1961, p. 277)

“Las personas dicen que al ver mi gran fe, se sienten más cerca de Dios ¿No es esto engañar a la gente? Cada vez que he querido decir la verdad –que no tengo fe– las palabras simplemente no me vienen, mi boca permanece cerrada.” (Al padre Picachy –ya obispo– septiembre 1962, p. 292)Las palabras son duras, pero su sinceridad es nuestro consuelo. Todos tenemos altos y bajos en nuestra oración y sacramentos, y con frecuencia nos acomplejamos reconociendo nuestro propio descuido, tibieza, culpa, indignidad como causas de nuestra sequedad espiritual. Puede ser, pero también podemos aplicarnos a nosotros mismos en nuestras pequeñas crisis lo que el obispo Périer le explicó a la Madre Teresa en su gran crisis:

“A esa revelación de la desolación de su alma, el arzobispo contestó can un breve resumen de las enseñanzas de San Juan de la Cruz sobre ‘la noche oscura del alma’.” (205)

La “noche oscura del alma” es para todos nosotros en nuestro ascenso personal al Monte Carmelo, y bueno es saberlo y sentirnos acompañados cuando se nubla el camino y se hace escarpada la pendiente. Durante el Retiro Espiritual que hizo del 29 de marzo al 12 de abril 1959, la Madre Teresa hubo de responder a un cuestionario personal para su auto-examen de conciencia. A la pregunta, “¿Considero realmente que la Santa Misa es la mayor acción de mi día?”, contesta: “Lo quiero pero no es así.” (p. 428) Esa humilde confesión nos acerca la santa a nosotros más que su Premio Nóbel de la Paz. Todos hemos pasado en algún momento por esa dolorosa oscuridad sacramental. Tenemos compañía. La noche oscura, en cualquiera de sus manifestaciones, extremas u ordinarias, no es negligencia ni culpa sino prueba y mérito. No es descalificación sino promoción. No es debilidad de pecadores sino cualidad de santos. La Madre Teresa nos lo ha enseñado con su vida. Quizá sea ésa su mayor obra.

Y hay un detalle enternecedor entre tanta sombra y tanto misterio. Siempre que escribe en sus cartas la palabra Sonrisa, la escribe con mayúscula. (p. 27)

Me contáis

– ¿Ha leído usted el libro de Pagola sobre Jesús? Sin duda habrá oído hablar de él. ¿Qué le parece?

– Lo vi y lo ojeé en la Feria del Libro de Madrid, pero no lo compré por dos razones. Era muy caro, y no me decía nada nuevo. Lo que dice él en el libro ya lo había leído yo repetidas veces en libros y revistas buenos de teología católica que me gusta leer; pero siempre queda una diferencia entre lo que dicen teólogos modernos en sus publicadiones especializadas y lo que se dice en el púlpito en la homilía dominical. Este libro ha puesto a nivel popular lo que los teólogos dicen a nivel profesional. Toco el punto central y lo explico a mi manera. El recurrir a la parábola del hijo pródigo es idea mía para mayor claridad, pero la conclusión es la misma.

Tradicionalmente la muerte de Jesús se explica como que el Padre exige una reparación por nuestros pecados, y ya que nosotros somos incapaces de ofrecerla, Jesús paga por nosotros con su muerte en la cruz. Esa es la teoría anselmiana (de san Anselmo en el siglo XI). Pero eso no es lo que dice el evangelio. Cuando el hijo pródigo vuelve a su padre y le pide perdón, el padre no le dice: “Está bien, hijo mío, pero tú no tienes méritos para ser oído, así es que yo primero voy a mandar matar a tu hermano mayor, que es muy fiel y sigue conmigo en mi casa, y luego con su sangre quedará satisfecha mi justicia y tú podrás volver a casa.” El padre del hijo pródigo no dice semejante cosa. No le hace pagar al hermano mayor por el menor. Y esa parábola la contó Jesús para decirnos cómo es y cómo actúa su Padre. El padre de la parábola abraza a su hijo y dispone el banquete de bienvenida sin más. Hacer morir a Jesús para perdonarnos a nosotros es hacer pagar a justos por pecadores, y eso siempre ha estado mal. Ni el Padre es tampoco tan cruel como para exigir de su Hijo la muerte más cruenta en una cruz. Con perdón de san Anselmo.

Teólogos actuales dicen que Jesús vino porque quería identificarse con nosotros, compartir nuestra suerte, ser uno de nosotros; y al identificarse con nosotros lo hizo hasta el final del mayor dolor y la peor muerte para ser uno hasta con los que más sufren sobre la tierra. No “pagó” por nosotros por necesidad, sino “se hizo uno” de nosotros por amor hasta sus últimas consecuencias. Esto, como digo, se ha dicho en muchas revistas de teología que pocos leen, pero al llegar a un libro que ha tenido una gran difusión desde el principio, ha causado sensación y ha dado lugar a esas reacciones. La Comisión Episcopal de Doctrina de la Fe en España ha publicado el 27.06.2008 una nota censurando varios aspectos del libro de Pagola, pero el obispo de San Sebastián ha dado su Imprimatur a una “edición revisada” de la obra. Me imagino que la controversia seguirá.

Salmo

Salmo 41 – En busca de Dios

“Como busca la cierva corrientes de agua,
Así mi alma te busca a ti, Dios mío;
Tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?”

Es deseo, anhelo, sed. Es el empuje vital de mis entrañas, el motivo existencial de mi vida entera sobre la tierra. Vivo porque te deseo, Señor; y en cierto modo muero también porque te deseo. Dulce tormento de amar a distancia, de ver a través del velo, de poseer en fe y esperar con impaciencia. Deseo tu presencia más que ninguna otra cosa en este mundo. Imagino tu rostro, escucho tu voz, adoro tu divinidad. Me consuela el pensamiento de que, si es tan dulce esperare, ¿qué será encontrarte?

Quiero encontrarte en la oración, en tu presencia inconfundible durante esos momentos en los que el alma se olvida de todo a su alrededor y queda en silencio ante ti. Tú dominas el arte de hacer sentir tu presencia al alma que piensa en ti con amor. Atesoro esos instantes que anticipan el cielo en la tierra.

Quiero encontrarte en tus sacramentos, en la realidad de tu perdón y en la gloria escondida de tu cena con tus amigos. Me acerco a ti con fe, y tú premias esa fe con el suave murmullo de las alas de tu presencia. Vendré una y otra vez con el recuerdo de esas benditas reuniones, la paciencia de esperar en la oscuridad, y la ilusión de sentirme de nuevo cerca de ti.

Quiero encontrarte en el rostro de los hombres y mujeres, en la compañía de mis semejantes, en la revelación súbita y profunda de que todos los hombres son mis hermanos, en la necesidad de los pobres y en el amor de mis amigos, en la sonrisa del niño y en el ruido de la muchedumbre. Tú estás en todos los hombres, Señor, y quiero reconocerte en ellos.

Y quiero, finalmente, encontrarte un día en la pobreza de mi ser y la desnudez de mi alma, de mano de la muerte a la entrada de la eternidad. Quiero encontrarte cara a cara en ese momento que se hará gozo eterno en el abrazo del reconocimiento mutuo después de la noche de la vida en este mundo.

Anhelo encontrarte, Señor, y la vehemencia de ese anhelo sostiene mi vida y endereza mis pasos. Esa esperanza es la que da sentido a mi vida y dirección a mi caminar. Vengo a ti, Señor.

“Como busca la cierva corrientes de agua,
Así mi alma te busca a ti, Dios mío;
Tiene sed de Dios, del Dios vivo:
¿cuándo entraré a ver el rostro de Dios?

Meditación

El ángel del consuelo

“Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba.”
(Lucas 22:43)

Ángel del consuelo, enséñame a consolar. Hay dolor en el mundo, hay sufrimientos ocultos, hay huertos de Getsemaní en las sombras de la noche, y hay hombres y mujeres a mi alrededor que llevan en su cansino andar el peso de ser seres mortales en soledad perdida. Hay silencios de angustia y lágrimas calladas, hay posturas postradas y sudores de sangre, hay hastío de vida y hay terror de muerte. Hay gente que roza mi vida con tristeza en los ojos y temblor en las manos. ¿Qué puedo hacer por ellos?

No me gusta dar consuelos fáciles o frases de cumplido. No quiero insultar el dolor ajeno con la ligereza de la consolación barata. No me valen las fórmulas de siempre ni los pésames prefabricados. No me basta con decirle al que sufre que ya pasará, porque todavía no ha pasado; ni decirle al que llora que a todos nos llegan las lágrimas, porque ahora el que llora es él. No quiero dar consuelos superficiales en dolores profundos. Quiero respetar el sufrimiento, que es la primera condición para acercarme al que sufre.

No sé cómo lo hiciste tú en los olivos de Getsemaní, ángel del consuelo. Quizá no dijiste nada, porque a veces lo mejor es callarse cuando la herida es tan viva que la mera palabra la puede irritar. Quizá bastó con que estuvieras presente, cerca, con delicadeza, con amor, para suavizar con tu presencia la agonía que nadie ya podía evitar. No sé lo que hiciste.

Pero sí sé que tu presencia confortó a Jesús. Le dio fuerzas, le infundió ánimos, le ayudó a “orar con mayor intensidad”. Lo que no supieron hacer sus discípulos, lo hiciste tú. Cuando ellos se durmieron, tú velaste; y cuando ellos quedaron apartados “como un tiro de piedra”, tú te acercaste.

Creo que en esa cercanía está tu secreto. Estar al lado, velar, hacer compañía. Y de ahí quiero aprender tu oficio de consolador de dolores humanos. Estar cerca del que sufre, velar el dolor, estrechar la mano. Basta una silueta al lado, una presencia sentida, un silencio cercano. Cuando las palabras no sirven, es mejor no decirlas. Cuando las teorías no encajan, es mejor callarlas. Saber estar en el dolor es la mejor manera de aliviarlo. Compartir es sanar.

Gracias, ángel del consuelo, por haberlo hecho así con Jesús. Enséñame a mí y recuérdamelo y anímame para que yo también sepa hacerlo un poquito con hombres y mujeres que sufren cerca de mí.

 

Día 15
Os cuento

Usar y tirar

Mi teléfono móvil me avisa que tengo ya tantos puntos que pueden servir para comprarme un nuevo móvil. Último modelo. Bien barato. Aunque siempre hay que pagar algo en efectivo. Tantos puntos y tantos euros. Con descuento si antes de tal fecha. Y con todos los avances de los últimos modelos. Todo empuja. Pero resisto y no cambio de modelo. Me basta con el que tengo.

La ciencia no es neutra. El teléfono móvil es un gran avance. Bien lo sé, y de él me aprovecho. Pero viene con carga escondida. Con anuncios. Con puntos. Con tentación de pasar al último modelo. Que pronto traerá también sus puntos para incitar a comprar el próximo último modelo. Usar y tirar. El móvil me facilita ciertos trámites en la vida y se lo agradezco, pero me ataca con la tentación consumista de lo último, lo mejor, la moda. Obligación al cambio. Nuevo. Moda. Barato. Nada se hace para durar. De ser instrumento de comunicación, que lo es soberanamente, el teléfono móvil ha pasado a ser herramienta de consumismo.

Estoy en un grupo de jóvenes y suena mi móvil. Lo oigo, lo saco, me lo acerco a la oreja con orgullo. Así verán estos muchachos que yo también soy moderno. También yo tengo móvil. Pero se ríen de mí. ¡Qué móvil tan viejo! me dicen a carcajadas. Y yo que estaba tan orgulloso de él… Pero comprendo, es demasiado gordo, pesado, tiene la pantalla muy pequeña y en blanco y negro. Los muchachos se saben todos los modelos. Ahora los móviles ya no son así. Acabo brevemente la conversación al teléfono. Me lo meto al bolsillo. Hablemos de otra cosa.

Pero el incidente me ha hecho fijarme en los puntos que tengo en el móvil. Me dan de sobra para uno nuevo. Ahora sí cedo a la tentación. Yo también soy consumista. Lo he adquirido. Es mucho más delgado, ligero, con pantalla grande en colores. Tiene hasta SMS 2.0 que en este momento es la última moda. Y que pronto, me imagino, pasará a ser 3.0. Ya tendré más puntos para entonces. Aunque no creo me lleguen para un iPhone 3G.

Atención a la cita que sigue de Isabel Allende.

“Mi país inventado”

“Si Romeo y Julieta hubieran tenido un móvil, su destino hubiera sido diferente.” (Isabel Allende, Mi país inventado, p. 107)

A Shakespeare probablemente no le hubiera servido. Vaya la tecnología por la dramática. Voy a citar del mismo libro de Isabel Allende una página sobre otro tema que a todos nos afecta. Y amenaza a la sociedad entera. Y, un poco, hasta a la Iglesia. La burocracia. Una vez, en vida de mi madre, hube de llevarla para conseguir una “fe de vida”, es decir, el certificado de que estaba viva. La llevé a la oficina donde acechaban quince oficinistas tras quince ventanillas, fui a la que tenía menos cola, le presenté a mi madre al dios sentado tras la ventanilla, le dije viera lo bien y feliz que estaba mi madre, y le dije a mi madre que sonriera y le diera la mano. Pero el dios me dijo que tenía que ir a la ventanilla número 5 para que me dieran unos impresos, llenarlos cuidadosamente por duplicado, firmarlos, luego ir a la 6 para que me pusieran el sello, y luego a la 7 para que los archivaran, y pasar al día siguiente a por el certificado. Entendí. Eso es lo que se llama crear empleo. Dar un salario a los de la ventanilla 5, 6, y 7 cuando bastaría un apretón de manos. Burocracia. Escribe Isabel Allende:

“El amor a las reglas, por más impracticables que sean, encuentra su mejor exponente en la enorme burocracia de nuestro sufrido país. Esta burocracia es el paraíso de la gente de uniforme de traje gris. Allí esa persona puede vegetar a placer, totalmente a salvo de las trampas de la imaginación, perfectamente segura en su puesto hasta que se jubile –a no ser que sea lo suficientemente imprudente como para intentar cambiar las cosas. Todo empleado público debe entender desde su primer día en el cargo que cualquier señal de iniciativa marcará el final de su carrera, ya que él no está allí para hacer méritos sino para llegar a su nivel de incompetencia con dignidad. La razón de mover papeles con sellos y firmas de un pupitre a otro no es el resolver problemas sino el obstaculizar soluciones. Si se resolvieran los problemas, la burocracia perdería poder, y mucha gente honrada se quedaría sin empleo. Por el otro lado, si las cosas van a peor, el estado aumenta el presupuesto y emplea más gente, bajando así el índice de desempleo. Todos contentos. El oficial abusa hasta la última pizca de su poder, partiendo de la premisa que el público es su enemigo, sentir que el público le reciproca. El oficinista de turno exige que el pobre peticionario muestre pruebas de que nació, de que no es un criminal, de que paga impuestos, de que está registrado para votar, y de que todavía está vivo, porque si se pone furioso para demostrar que no se ha muerto, le obligan a presentar una ‘fe de vida’. El problema ha alcanzado tales proporciones que el mismo gobierno ha creado una oficina para combatir la burocracia. Los ciudadanos pueden ahora quejarse de haber sido tratados mal y denunciar a oficiales incompetentes… y hacerlo en unos impresos con sello y tres copias, desde luego. Recientemente, un autobús lleno de turistas entre Chile y Argentina hubo de esperar una hora y media mientras examinaban nuestros documentos. Más fácil era atravesar el muro de Berlín.” (p. 93)

Aplico esto, con debido respeto y cariño, a la Iglesia. En los comienzos de la Iglesia, como narran Los Hechos de los Apóstoles, los doce apóstoles se vieron demasiado ocupados con la tarea de “llevar cuentas” (esa es la palabra griega que usa el texto) y nombraron a los siete diáconos para que se ocupasen de eso y los apóstoles quedasen libres para “La Palabra”, es decir el evangelizar. De los diáconos conocemos a dos, Esteban y Felipe, y los dos, en vez de “llevar cuentas” se dedicaron pronto a “La Palabra”, que a Esteban lo llevó al martirio, y a Felipe lo llevó a evangelizar Samaría. Es decir, que los destinados a la burocracia se dedicaron a la evangelización, y así floreció la Iglesia primitiva; mientras que ahora, al revés, hay sacerdotes destinados a la evangelización que tienen que dedicar gran parte de su tiempo a la burocracia. Algunos, a tiempo completo. También el resultado es distinto.

Otra cita de Isabel Allende, que también me aplico por mi vida entre España y la India: “Por el momento California es mi casa y Chile es la tierra de mi nostalgia. Mi corazón no está dividido, se ha hecho más grande.” (p. 197)

Me contáis

Me seguís preguntando sobre el libro “Jesús” de Pagola, y os sigo contestando. Os repito que no dice nada que no haya aparecido repetidamente en revistas y libros estudiosos de teología, pero que al llegar ahora al público en general en un libro muy bien escrito que está siendo leído por muchos (ocho ediciones en seis meses), ha causado cierta sorpresa. He tenido que leer ahora el libro para contestaros (estaba agotado en tres de las librerías en que he preguntado), y os voy a poner sólo un ejemplo. Esto es lo que dice Pagola sobre el episodio en que Jesús lava los pies de sus discípulos en la última cena:

“El evangelio de Juan dice que, en un momento determinado de la cena, Jesús se levantó de la mesa y se puso a lavar los pies de los discípulos. La escena es probablemente una creación del evangelista, pero recoge de manera admirable el pensamiento de Jesús. El pasaje se encuentra sólo en Juan 13:1-16. Aunque hay estudiosos que defienden su autenticidad, la mayoría tiende a considerar el relato como una composición tardía.” (p. 368)

Cualquier católico normal que lea eso se sentirá escandalizado. Todos los años en Jueves Santo recuerda y revive en la iglesia la escena entrañable e inolvidable del lavatorio de los pies, la lectura del texto del evangelio, el gesto de Jesús ciñéndose la toalla, el simpático diálogo con Pedro, la alusión a que “no todos estáis limpios”, el mandato de hacer lo que él ha hecho. Y ahora vienen y le dicen que todo eso es “una composición tardía”, “una creación del evangelista”. Jesús no lavó los pies de nadie, y Pedro no dialogó con él en la ocasión. Se explica la perplejidad. Si este pasaje del evangelio no es verdadero, ¿quién puede fiarse de los demás?

Esto no quiere decir que todo lo que dicen los teólogos sea verdad, pero sí que no hay contacto entre teólogos y pueblo. Eso es malo para los teólogos y para el pueblo. Si las reacciones a ese libro ayudan a un acercamiento mutuo, habrá hecho un buen servicio.

Salmo

Salmo 42 – El Dios de mi alegría

“Que yo me acerque al altar de mi Dios,
al Dios de mi alegría.”

Dame el don de la alegría, Señor. Lo necesito para mí y para mis hermanos. No es ésta una petición egoísta para mi satisfacción propia, sino una necesidad profunda, a un tiempo social y religiosa, de comunicar a otros tu presencia con el sacramento de tu alegría en la sinceridad de mi corazón.

Este mundo resulta triste para muchos con sus preocupaciones y su miseria, sus luchas y sus tensiones. Apenas se ve una sonrisa genuina o se oye una carcajada espontánea. Hay una niebla de tristeza sobre las vidas de los hombres y las mujeres. Sólo tu presencia, Señor, puede dispersar esa melancolía y hacer que el resplandor de tu alegría brille, como el reventar de la aurora, sobre el desierto de la vida.

Para comunicar tu alegría a hombres y mujeres necesitas otros hombres y otras mujeres que sean testigos y canales de la única verdadera alegría que es tu gracia y tu amor. Por eso te ofrezco aquí mi corazón y mi vida, Señor, para que llegues a otros hombres y mujeres llegándote a mí. Enséñame a alegrarme contigo para que, cuando yo entre en la vida de otra persona, pueda iluminar su rostro en tu nombre, y cuando me presente ante un grupo en sociedad, pueda hacer resplandecer el ambiente con tu esplendor.

Haz que mi sonrisa sea sincera y mi risa genuina. Haz que mi rostro brille con el resplandor de tu presencia. Haz que mi corazón se expansione con el calor de tu gracia. Que mis pasos y mis gestos respondan a la majestad de tu gloria. Bendíceme con la bendición de la alegría para que yo, a mi vez, pueda bendecir en tu nombre a las personas y los sitios que visite. Úngeme con el óleo de la alegría, Señor, para que yo pueda consagrar el mundo de los hombres y mujeres con la liturgia del regocijo.

Todo el mundo desea la felicidad, Señor, y si ven la felicidad en las vidas de los que te siguen y profesan servirte, vendrán a ti para obtener ellos mismos lo que han visto en los que te siguen. Si quieres acreditar la causa de la religión en el mundo, Señor, dales tu alegría a los religiosos que te sirven. Tu alegría es nuestra fortaleza.

Al pedir alegría no me escapo de sufrimientos y pruebas. Conozco la condición humana sobre la tierra, y la acepto con pronta fe. Lo que pido es que, en medio de esas pruebas y sufrimientos que forman parte del ser humano, tenga yo la serenidad y la fuerza de mantenerme firme y avanzar con confianza, para que incluso en mis horas de dolor pueda yo ser testigo del poder de tu mano. Cuando no logre tener el resplandor evidente de la alegría externa, dame al menos la dócil claridad de la aceptación resignada. En la paz y en la alegría, hazme ser siempre testigo sereno de la gloria que viene, ciudadano del cielo que camina por la tierra hacia su último destino.

¡Dios de mi alegría! Esas son mis credenciales. Tu alegría me da derecho a hablar, a convencer y a vivir.

“Envía tu luz y tu verdad:
que ellas me guíen y me conduzcan
hasta tu monte santo, hasta tu morada.
Que yo me acerque al altar de Dios,
al Dios de mi alegría.”

Meditación

El ángel del sepulcro

“De pronto se produjo un gran terremoto, pues el ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, hizo rodar la piedra y se sentó encima de ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve.”
(Mateo 28:2-3)

Gesto glorioso del ángel de la resurrección. Sentado sobre la piedra. La piedra alta y redonda, rodada ante la entrada al sepulcro, sellada con los sellos de la autoridad, imposible de mover. Y ahora está al lado del sepulcro abierto, con el ángel alegremente sentado sobre ella. Brillante como el relámpago y blanco como la nieve. Estampa de mañana de Pascua.

Los ángeles marcan los grandes momentos del evangelio. Como marcaron las etapas del pueblo de Dios en su historia. Y como yo deseo marquen mis días y mis aventuras y mis subidas y mis bajadas en las mañanas y en las tardes de la vida. Un ángel en cada etapa. Y sobre todo un ángel anunciando la vida ante la puerta abierta de lo que se pensaba era tumba cerrada. Triunfo final de la fe de una vida entera. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?

La tumba fúnebre se ha convertido en trono de ángel. Su postura es un desafío a la muerte. Que vengan y vean los que creían que todo había acabado. Ahora es cuando comienza. Si el ángel de Belén anunció los comienzos, el de Jerusalén inaugura la plenitud. Jesús ha cumplido su misión, y la alegría que trajo “para todo el pueblo” en su venida es ya realidad para todos los tiempos en su despedida. El ángel está otra vez instalado en su misión favorita que es traer alegría. Alegría contagiosa que extiende la noticia como los testigos de la resurrección en la mañana gloriosa. Hemos visto ángeles. Hemos visto al Señor. Hemos caminado con él. Hemos comido con él. Presencia ya constante del Señor de la gloria, y compañías de los ángeles de su séquito. “al introducir a su Primogénito en el mundo dijo: ‘Adórenle todos los ángeles’.” (Hebreos 1:6) Y los ángeles lo han seguido en su vida y lo acompañan con más gozo que nunca en su resurrección.

Evangelizar es anunciar la buena nueva. La buena nueva es la resurrección de Jesús. Los ángeles nos la anuncian para que nosotros vayamos anunciándonosla unos a otros. Misión de ángeles hecha misión nuestra. Ha resucitado. Ya no está aquí. Sepulcro vacío y esperanza llena. El ángel del sepulcro la proclama con su postura. Los guardias huyeron.

Día 1
Os cuento

Jóvenes

Yo me encontraba muy feliz y orgulloso con mi página web y mi correo electrónico que me pone en contacto con tanta gente de manera inmediata y moderna, y de repente, en un libro sobre los jóvenes que estaba leyendo, me encuentro con esta frase: “Los jóvenes apenas hace uso de emails, y dicen que el correo electrónico es el medio de comunicación de la tercera edad.”
(Jeroen Boschma, Generación Einstein, Gestión 2000, Barcelona 2008, p. 61)

Ya quedó anticuado. Tercera edad. Correo electrónico. ¡Y a mí que me parecía tan moderno! Por lo visto es demasiado lento. Hay que esperar a que la otra persona lo reciba, abra su ordenador, lo conteste a su tiempo, me llegue a mí su respuesta cuando me llegue, cuando vuelva a abrir mi ordenador, y para entonces la comunicación ha perdido contacto, o mejor dicho nunca lo había tenido, no había inmediatez, no había tiempo real, y todo lo que no sea instantáneo ya no es comunicación. Ahora es la Web 2.0, el SMS 2.0, el iPhone 3G. Y lo que vendrá.

Vivir en contacto. Mi atención a las cosas y a las personas es lineal, es decir, una detrás de otra. “Cada cosa a su tiempo, y un tiempo para cada cosa”, nos decían desde pequeños. La atención de los jóvenes es lateral, muchas cosas y varias personas al mismo tiempo. Estar conectado. Estar en contacto. Esa es la nueva manera de ser. No juzgo y no comparo. Solo quiero entender. Cito del libro:

“Un trabajo de clase, por ejemplo. En vez de sentarse con calma y sumergirse en el tema, los jóvenes abren el navegador, teclean algunas palabras clave que se saben de memoria, navegan arriba y abajo por Internet, y cuando encuentran lo que buscan, copian, pegan y ¡listo! La impresora escupe el trabajo de clase a todo color. ¿Pero sabes ahora lo bueno? Que simultáneamente tienen al menos diez ventanas abiertas con webs, sitios de juegos, y vete a saber cuántas conversaciones en el Messenger. Además suena el móvil con un nuevo mensaje, está puesta la televisión, y al otro lado de la mesa está sentado un amigo. ¿Cómo pueden concentrarse con tanto estímulo y tanta distracción? No lo entiendes porque tú te sentabas tranquilo en tu habitación a estudiar, a escribir, ¿te acuerdas?, con lápiz y papel. Quizá ponías la radio, pero con música clásica y bajito, y eso era todo.” (p. 9)

Yo trabajo solo. Cuando preparaba mis clases de profesor de matemáticas y cuando ahora escribo libros o armo la web, yo leo, yo pienso, yo escojo, yo escribo. El joven trabaja en equipo. En línea. En red. Hablando y contactando y consultando y contrastando. Sabiduría de grupo. Para mí, Internet es un medio de información. Para los jóvenes es un medio de comunicación. Dice el citado libro:

“Esta nueva generación es más sociable que ninguna otra, tiene unas enormes redes de amigos tanto online como offline y está acostumbrada a aprender y trabajar en grupo. Todo ha de hacerse en colaboración, porque entre todos es cuando logramos cambios de verdad.” (306)

“El conocimiento del grupo y la sabiduría colectiva es algo que han mamado los jóvenes vía Internet y es un reflejo, además, de cómo ellos han aprendido a situarse ante el intercambio de conocimiento. El aprender en red está basado en el intercambio de pericias personales. Todos esos individuos juntos hacen que el colectivo sepa más. Los jóvenes saben mejor que nadie que existe mucho más conocimiento del que ellos podrían almacenar, por eso confían en ese colectivo para verificar qué es cierto y qué es menos cierto. Ellos saben que todo el mundo es bueno en algún campo de conocimiento y hacen uso común de los talentos de cada individuo sin dejarse presionar por el principio de que tienen que hacerlo solos. El grupo es significativamente más inteligente que el más inteligente de los individuos del grupo.” (300)

A mí me desborda la cantidad de información en Internet, la infinitud de Google, la multiplicidad de anuncios, la proliferación de citas y de datos. El joven se abre paso rápido en la jungla informática, selecciona, descarta, descarga, corta y pega, y navega con rapidez y con placer. Otra vez el libro:

“Nosotros tenemos la sensación de que hay demasiada información para poder asimilarla, de que nos agobia porque no somos capaces de seleccionarla, y nos provoca estrés. Nos criamos con la idea de que había que saberlo todo sobre un tema antes de opinar algo al respecto, y eso engendra complejo de culpa al ver tanta información y no poder dominarla. A los jóvenes eso no les molesta lo más mínimo. Han crecido en la profusión informativa y han desarrollado de manera natural unos criterios de selección y una forma de filtrar en función de sus intereses personales y de las recomendaciones de otros sin más.” (299)

A nosotros nos parecen todos los jóvenes iguales. Todos visten vaqueros, llevan móvil, van a la peluquería. Sí, pero cada uno personaliza su propia imagen. Escogen cuidadosamente la marca de vaqueros, los flecos, los adornos, los accesorios, los cinturones. No hay dos vaqueros iguales. La marca del teléfono móvil, el modelo, la funda, los colgantes. No hay dos móviles iguales. El peinado no solo es distinto en cada uno en corte de pelo, barba o barbilla, bigote, patillas… sino que cambia de repente para cambiar de imagen sin previo aviso según sigue la vida. Un iPod es tan individual como la huella dactilar de su dueño, y rasgos comunes como pendientes, aretes, tatuajes, piercing, son solo comunes para ojos adultos, mientras para ellos mismos son esencialmente distintos y personales como marcas de identificación. “Los jóvenes añaden su propia identidad a la marca.” (139)

“Como valores centrales del joven apuntamos la autenticidad, el respeto, la autorrealización, y el honor.” (165)

“Desde muy jóvenes aprenden a ser críticos y a no vincular automáticamente verdad a autoridad.” (59)

Comento: No vinculan la verdad a la autoridad. Quizá esto explique algunas cosas en las que deberíamos pensar desde la Iglesia.

Me contáis

– Me gustaría que me enviaras un pensamiento con respecto al rechazo y el abandono de mi esposo, ha sido muy difícil para mí. Dios te bendiga. Gracias.

– Comprendo tu dolor. Tiene que ser tremendo el ver marcharse a una persona con quien se ha tenido tanta intimidad y que ha formado parte de tu vida. Me cuesta imaginarlo. Conozco muchos casos y sé las estadísticas y comprendo que hay maneras de separarse, pero lo veo todo un poco desde la barrera, pues no estoy casado, y no presumo de ello ni creo que sea mejor ni peor que otra opción, pero me cae todo un poco lejos. La institución del matrimonio está cambiando rápidamente y nos cuesta adaptarnos a los cambios. Hemos insistido tanto en el carácter del matrimonio de por vida, que no sabemos reaccionar cuando resulta que en la práctica con frecuencia no es así. Es tarde para reeducarnos y aprender cómo reaccionar en estos casos, cosa que los jóvenes, para bien o para mal, están aprendiendo ya. Lo importante es no venirte abajo y seguir adelante con tu vida. No te cierres por esta experiencia. Sigue con tu familia, sigue con amistades de mujeres y hombres, sigue con contactos sociales que todo eso es lo principal, no te aísles, no te vuelvas escéptica ni te amargues, no creas que todos los hombres son igual, sigue abierta a todo y a todos, y aprende poco a poco a vivir de otra manera y a dejarte llevar a donde te lleve la vida. Sigue con todas tus actividades, vive el día a día y hora a hora que es lo mejor en cada caso, y trata de «cerrar el capítulo» interiormente, sin olvidarlo nunca, ya que eso no es ni posible ni deseable, pero que pase a formar parte de tu pasado, no ya de tu presente. Y ábrete al futuro, que tienes toda la vida por delante.

Gracias por tu confianza y escríbeme siempre que quieras.
Besos,

Carlos.

Salmo

Salmo 43 – Oración por la Iglesia afligida

No es que nos ataquen, Señor, es que, sencillamente, no nos hacen caso. Nos ignoran. La Iglesia ya no cuenta para nada en la mente de muchos. La mayor parte de la gente deja a un lado sus enseñanzas, su doctrina, sus advertencias y sus mandatos. Ni siquiera se preocupan de atacarnos, de considerar nuestras reflexiones o responder a nuestros argumentos. No se dan por aludidos, y siguen su camino como si nosotros no existiéramos, como si tu Iglesia no tuviera nada que hacer en el mundo moderno. Nos dicen que no tenemos nada que decirle a la sociedad de hoy, y ésa es la peor acusación que podían hacernos. Son tiempos difíciles para tu Pueblo, Señor.

Esto nos ha pillado un poco por sorpresa, porque estábamos acostumbrados a que nos tuvieran respeto y consideración. La palabra de tu Iglesia era escuchada y obedecida, mandaba en las conciencias y trazaba fronteras entre naciones. Eran días de influencia y de poder, y aún conservamos su memoria.

“Oh Dios, nuestros oídos lo oyeron,
nuestros padres nos lo han contado:
la obra que realizaste en sus días,
en los años remotos.

Tú mismo con tu mano desposeíste a los gentiles,
y los plantaste a ellos;
trituraste a las naciones,
y los hiciste crecer a ellos.

Porque no fue su espada la que ocupó la tierra,
ni su brazo el que les dio la victoria;
sino tu diestra y tu brazo y la luz de tu rostro,
porque tú los amabas.”

No pretendemos en modo alguno volver a ese fácil triunfalismo, pero sí nos sentimos arrojados de un extremo al otro. Antes éramos el centro del mundo, y ahora, de repente, parece que no existimos. En la expresión militar de tu Salmo, “Ahora, en cambio, nos rechazas y nos avergüenzas, y ya no sales, Señor, con nuestras tropas.”

Ésa es mi aflicción, Señor; ya no sales con nuestras tropas. No hablo de batallas con arcos y flechas, y menos con bombas y misiles; hablo de las batallas del espíritu, las conquistas de la mente, la defensa de los valores humanos, y la victoria de la libertad sobre la  opresión. Ya no luchas con nosotros. No sales con nuestras tropas. No sentimos el poder de tu diestra. Clamamos, y nadie escucha; imploramos, y nadie se da por enterado. La dignidad humana es violada y los derechos humanos son pisoteados. Y a ti parece como si no te importara.

“Nos haces el escarnio de nuestros vecinos,
irrisión y burla de los que nos rodean.
Nos has hecho el refrán de los gentiles,
nos hacen muecas las naciones.

Tengo siempre delante mi deshonra,
y la vergüenza me cubre la cara
al oír insultos e injurias,
al ver a mi rival y a mi enemigo.”

No pedimos glorias externas, sino conversión de los corazones. No queremos honores públicos, sino eficiencia callada. No queremos triunfos personales sino amor y felicidad para todos. Tú lo hiciste, Señor, en tiempos antiguos, y puedes volverlo a hacer ahora.

Aunque ya comprendo que la culpa la tenemos nosotros. La Iglesia ha perdido influencia porque ha perdido evangelio. Hay mucha burocracia, inmovilidad, conservadurismo, autoritarismo, rigidez, censura entre nosotros mismos. Y con esa inflexibilidad perdemos contacto con la realidad a nuestro alrededor y con la sociedad que queremos salvar. Sálvanos a nosotros para que salvemos a los demás.

“Despierta, Señor, ¿por qué duermes?
Levántate, no nos rechaces más.
¿Por qué nos escondes tu rostro
y olvidas nuestra desgracia y opresión?

Nuestro aliento se hunde en el polvo,
nuestro vientre está pegado al suelo.
Levántate a socorrernos,

redímenos por tu misericordia.”
Meditación

El ángel y las mujeres

“El ángel se dirigió a las mujeres y les dijo: ‘Vosotras no temáis, pues sé que buscáis a Jesús, el Crucificado; no está aquí, ha resucitado, como lo había dicho. Venid, ved el lugar donde estaba. Y ahora id enseguida a decir a sus discípulos: “Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis.” Ya os lo he dicho.’ Ellos partieron a toda prisa del sepulcro, con miedo y gran gozo, y corrieron a dar la noticia a sus discípulos.”
(Mateo 28:5-8)

Me alegra ver que son las mujeres las primeras a quienes habla el ángel. Ellas habían seguido a Jesús, le habían servido con fidelidad, le habían llorado con desolación, le habían buscado para un último gesto de perfumes y ungüentos. Y por eso son las primeras en oír la gran noticia, en ver de mano del ángel el sepulcro vacío, en llenarse de gozo y en correr en el primer relevo de la carrera de la Buena Nueva que sigue dando la vuelta al mudo con el mensaje de la resurrección liberadora para siempre y para todos: “¡Ya no está aquí! ¡Ha resucitado!”

Mensajeras de gozo, testigos de claridades, primicias de evangelio. Suyo ha sido el amanecer del domingo de Pascua, como es el amanecer de cada día en tantos hogares que de ellas dependen en el cariño diario y el trabajo constante. Ellas están en todo, piensan en todo, calculan tareas, afinan detalles, tienen el valor de volver de mañana temprano a un sepulcro cerrado y sellado y guardado sin saber cómo se abrirán paso y empujarán la piedra y romperán los sellos y podrán rendir al cadáver adorado el último servicio de embalsamarlo y perfumarlo. Por todo eso merecen ser las primeras en el gozo pascual y evangelizar a los mismos apóstoles que luego han de evangelizar al mundo.

En ellas se juntan la delicadeza y el valor, la prisa y el detalle, la previsión y la improvisación, la temeridad y el cariño. Todo lo llevan en sus manos cargadas y en su corazón amante, y con todo eso corren al sepulcro frío en cuanto se lo permiten las primeras luces del día que sigue al descanso del sábado. Están con prisas de honrar el cuerpo muerto de Jesús. Y Jesús está con no menos ganas de sorprender su inocencia y transformar sus vidas. Por eso él mismo, no contento con el encargo del ángel, se les aparece y colma su gozo en persona.

“En esto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: ‘¡Dios os guarde!’ Y ellas, acercándose, se asieron a sus pies y le adoraron. Entonces les dice Jesús: ‘No temáis. Id, avisad a mis hermanos que salgan para Galilea; allí me verán’.”
(Mateo 28:9-10)

No es extraño que Jesús, también, las escoja primero a ellas. Recompensa su fidelidad, su perseverancia, su devoción. Y añade con esto a su resurrección, a su evangelio, a su predicación el toque femenino que le es indispensable para comunicar delicadeza, profundizar el afecto, afirmar la entrega, sellar la consagración. Mujeres en el amanecer de la resurrección marcan con el testimonio de su presencia entusiasta la necesidad agradecida de su colaboración continuada, su abnegación comprometida, su entrega decidida, su inteligencia refinada, su instinto certero, su servicio irremplazable, su dignidad maternal, su amistad generosa en todas las etapas de la historia del pueblo de Dios y más que nunca en nuestros días. Jesús ha visitado primero a las mujeres. Y antes las ha preparado un ángel.

Gracias, ángel noble y caballeroso, por haber pensado primero en ellas y haberlas esperado gozoso con la sorpresa soberana de Jesús resucitado. Que ellas continúen, gloriosas, tu labor.
Día 15
Os cuento

Vibraciones

Nunca sabré de dónde me vino esa sensación aquel día, pero la cuento como me sucedió. Eran los últimos años de vida de mi madre, era un domingo a media mañana, yo estaba solo con ella en casa, trabajando en mi habitación mientras ella dormía en la suya, y entonces recibí una llamada telefónica de mi hermano, que vivía al lado y me invitaba a reunirme con él y con su mujer en un bar cercano a tomar un café como hacíamos todos los domingos. Le contesté que allá iba, eché un vistazo a mi madre que dormía tranquila en su cama, salí y cerré la puerta del piso con llave.

Llegué al bar donde ellos ya estaban sentados, me senté a su lado, pedí un café y lo empecé a beber. Entonces sucedió lo extraño. Me sentí inquieto. Desasosegado. Turbado. Me ocurrió que algo pasaba en casa. Me pareció irracional pero no pude contenerme. Se lo dije a mi hermano y mi cuñada que me dijeron hiciera lo que quisiera, me levanté y volví a casa. Debieron pensar que yo estaba chiflado. Nunca había hecho yo cosa semejante en la vida, pero el sentimiento fue muy fuerte y no me quedaba otro remedio que ceder.

Mi habitación tenía un ventanal hasta el suelo que se abría sobre una pequeña terraza donde una verja de arriba abajo protegía la casa del exterior. El ventanal, al llegar yo, estaba abierto. Miré y vi a un hombre que había separado la verja a nivel del suelo y se había introducido hasta los hombros en la habitación arrastrándose tumbado sobre la alfombra y seguía haciéndolo poco a poco. No hice ningún ruido. Me acerqué sigiloso hacia él hasta que mis zapatos estuvieron debajo de su cara. Si yo hubiese gritado, él podía haber acelerado su entrada y enfrentarse a mí. Tenía un cuchillo en el suelo a su lado. Pero lo primero que él vio fueron mis zapatos bajo sus narices, miró hacia arriba, me vio a mí en toda mi altura, se escurrió poco a poco hacia atrás hasta que quedó del todo fuera, se levantó, se sacudió el polvo de la camisa y los pantalones, y quedó de pie en la terraza enfrente de mí al otro lado de la verja.

Era un joven español, alto, bien vestido. Me dijo educadamente: “Usted perdone. Creí que no había nadie en casa.” Muy amable. Se había equivocado y pedía excusas. Buenos modales. Vi que había trepado hasta la terraza por un árbol del jardín que sube hasta allí, y le dije sin más: “Vuélvete por donde has venido.” Él entonces empezó a rogarme: “Por favor, no me haga bajar por ese maldito árbol, que bastante trabajo he tenido con subir por él. Ábrame por favor, déjeme entrar y salir por la puerta y bajar por la escalera. No le haré ningún daño. Se lo prometo. Déjeme, por favor.”

Aquello se ponía divertido. Me arriesgué. Le dije que me pasara el cuchillo, me lo dio, abrí el candado, separé la verja y le dejé entrar. Quedamos los dos frente a frente en la habitación sin hablar un rato. Se le veía de buena familia, educado, confundido. Le puse una mano en el hombro (con la otra mano yo seguía sosteniendo el cuchillo), y él bajó la cabeza y se le humedecieron los ojos.

– Ya se imagina usted. Es la droga.
– Ya entiendo.
– Estoy sin ella y no lo puedo resistir.
– Comprendo.
– La necesito a la desesperada y pensé que de aquí podía sacar algún dinero para comprarla.
– Ya veo.
– No crea que soy malo.
– No lo eres.

Estuvimos un rato sin decirnos nada. Le di el cuchillo. Me dirigí hacia la puerta para abrírsela, y él me dijo: “Por favor, ¿podría usted darme para una dosis?” El muchacho me sorprendía a cada paso. Yo dudé un momento sin saber qué decirle, y él mismo cortó y añadió: “Déjelo, ya me arreglaré. Ábrame la puerta y me voy. Y perdone las molestias que le he causado.” Le abrí la puerta y se fue. Nunca lo volví a ver. Y nunca sabré qué me hizo volver aquella mañana del café a casa. Mi madre seguía durmiendo sin enterarse. No le dije nada.

Siempre me ha quedado la pena de no haberle dado dinero al muchacho.

El problema

Una cita clásica de Krishnamurti. Que puede cambiaros la vida si la tomáis en serio.

“¿Qué hace que un problema sea un problema? Escuchad con atención, por favor. ¿Qué hace que sea un problema? El problema existe solo cuando quieres resolverlo. Por favor, escuchad con atención. Tengo un problema: Quiero tener una mente limpia, sana, intacta, libre, vital, llena de belleza y de energía. La ha examinado, y veo que ni el psicoanálisis ni la interpretación de sueños son el camino. Como no lo es el irte a alguien y decirle, ‘Por favor, ayúdame’, o seguir a un guru que te dice, ‘Olvídate de todo eso y piensa en Dios.’ Veo que todo eso no vale. No resulta. Entonces me quedo con mi problema, y entonces es cuando se hace problema. Y me pregunto, ¿Por qué se ha hecho problema? Si no puedo hacer nada al respecto, deja de ser problema. No sé si estáis entendiendo todo esto.

Si sé de hecho que me enfrento a una montaña gigantesca y no puedo hacer nada al respecto –está allí con su altura gigantesca, con su dignidad, su majestad, su estabilidad, su esplendor– ¿por qué me he de crear un problema por ello? El problema viene solamente cuando quiero escalarla, pasar al otro lado. Pero si veo que no puedo hacer nada, ¿por qué ha de ser un problema? Y si deja de ser un problema, ya está resuelto ¿no es eso? Esto no es un truco, por favor. Es la pura verdad.

Un río fluye al lado, lleno, poderoso, majestuoso en sus aguas. El problema viene cuando yo quiero pasar al otro lado donde creo que hay más libertad, más belleza, más placer, más paz. Pero veo que no puedo cruzar el río –no tengo barca, no sé nadar, no sé qué hacer-. ¿Qué le ocurre entonces a mi mente? No se quiere quedar en este lado, ya lo entendéis. Pero si lo entiendo bien ya no tiene problema porque no tiene más remedio que quedarse. No sé si estáis siguiendo todo esto. Mi molestia ya no es un problema. Por consiguiente dejo de estar molesto. ¡Oh, es tan sencillo una vez que lo ves! Tan sencillo que por eso nos negamos a verlo.”

(Krishnamurti, Facing a World in Crisis, Krishnamurti Foundation India, Chennai 2007, p. 52)

Lo encuentro encantador.
El problema es problema cuando quiero resolverlo.
El río es un problema si quiero atravesarlo.
La montaña es un problema si quiero escalarla.
El mundo es un problema si quiero reformarlo.
La Iglesia… bueno.
Se acabaron los problemas.

Gracias, Krishnamurti.

Otro problema
“Ni me dejan entrar en la mezquita, reprochándome: ‘Estás ebrio.’
Ni me dejan entrar en la taberna, diciéndome: ‘Estás sobrio’.”

(Ahmad Yam)

Me contáis

Me preguntas: “Llevo a mi hijo pequeño a misa los domingos porque no puedo dejarlo solo en casa y porque creo es bueno participe ya de alguna manera en la misa ya que nos dicen que los niños pequeños interiorizan a su manera todas sus primeras memorias, y esto le hará bien para su formación cristiana. El problema es que se me suelta, se mete por los bancos, chilla y corre y la gente frunce el ceño y yo me pongo nerviosa. ¿Qué hago?

Te voy a contar una lectura reciente. Es del libro “Lejos de Casa” de Kiyohiro Miura en el que narra la vocación de su hijo pequeño de ser monje budista.
“Cuando le pregunté a mi hijo si quería acompañarme al templo, se mostró encantado; quizá porque se había estado preguntando por el tipo de lugar al que su padre iba cada domingo. Pensé que se cansaría pronto, pero, en vez de eso, empezó a despertarme los domingos por la mañana. Aunque pronto empezaron los problemas. Uno de los ancianos se quejó:

– Esto no es una guardería. Él perturba nuestra oración.

El sacerdote llamó al representante laico de las reuniones de meditación, y le requirió:

– ¿Quién es el maestro y quién el discípulo aquí? Yo he aprobado que el chico venga al templo. Tengo algo en mente para él. Y es importante que vaya asimilando el ambiente a su manera desde ahora. En cualquier caso, ¿qué tipo de oración es este, si resulta que puede ser alterado por un chiquillo? Si no puedes concentrarte con un niño al lado, ¿cómo te concentrarás con toda tu familia encima? El Zen se practica en todas partes y en todas circunstancias, o no es Zen. Que se quede el chico.”

(Kiyohiro Miura, Lejos de Casa, Obelisco, Barcelona 2007, p. 25)

Se lo puedes contar al párroco.

Te cuento algo más. Yo comencé de joven a dar conferencias, talleres, cursos, a los que acudían adultos y en los que yo exigía plena disciplina, puntualidad, silencio, puerta cerrada, aguante hasta el final, atención absoluta. Por primera vez, y esto fue en el Instituto Senderos, Tres Arroyos, Argentina, al reunirse en la sala los participantes en mi primera conferencia, vi que en primera fila, justo enfrente de mí, se acomodaba una pareja joven con un niño muy pequeño que se sentó en el suelo entre sus padres y comenzó allí su propio programa paralelo de actividades culturales. Me horroricé. Nunca me había sucedido tal cosa. Y nadie me había avisado ni pedido permiso para el niño. Yo necesitaba concentración absoluta para acordarme de lo que había de decir, dominar al auditorio, accionar con libertad, trabajar los crescendos, sostener los silencios, garantizar el ambiente. Y ahora todo quedaba a merced del niño de la primera fila. Un berrido agudo y se acabó mi charla.

Aún faltaban algunos minutos para empezar. Me serené. Respiré hondo. Me paseé por el escenario. Me acerqué al niño. Le dije, ’Hola’. No me hizo caso. Le alargué una mano. Se dignó cogérmela. Se estableció contacto. Le perdí miedo. Le miré a los ojos. Que te lo pases bien. Les sonreí a sus padres. Pensé que si mi charla iba bien, si yo estaba a gusto y mis oyentes estaban a gusto, el niño también estaría a gusto y no desentonaría. De alguna manera, él iba a ser el termómetro para medir el nivel de la sesión. Si yo aburría a los oyentes, el primero en notarlo sería el niño, y se alborotaría. Si los oyentes estaban relajados y contentos, el niño también lo estaría. Bienvenido, muchacho. “Dejad que los niños se acerquen a mí.”

Desde entonces he tenido hasta perros en mis charlas. Pero eso no se lo cuentes al párroco.

Salmo

Salmo 44 – Canto de amor

Romance de un rey y una reina, esponsales de un príncipe y una princesa, alianza entre Dios y su Pueblo, unión de Cristo con su Iglesia. Este es un poema de amor entre tú y yo, Señor; es nuestro cántico privado, nuestra fiesta de amor espiritual, nuestra intimidad mística. No es extraño que me sienta inspirado y las palabras fluyan de mi pluma:

“Me brota del corazón un poema bello,
recito mis versos a un rey;
mi lengua es ágil pluma de escribano.”

¡Qué bello eres, príncipe de mis sueños!:

“Eres el más bello de los hombres,
en tus labios se derrama la gracia,
el Señor te bendice eternamente.
Dios te ha ungido con aceite de júbilo.
A mirra, áloe y acacia huelen tus vestidos,
desde los palacios de marfiles te deleitan las arpas.”

Y te oigo decir de tu escogida:

“¡Qué bella eres, hija del rey, princesa de Tiro,
vestida de perlas y brocado, enjoyada con oro de Ofir,
con séquito de vírgenes entre alegría y algazara!”

El corazón de la religión es el amor. Estudio, investigación, saber y discusiones ayudan, sin duda, pero me dejan frío. Deseo conocerte, Señor, pero a veces el conocimiento se queda en puro conocimiento, y al estudiarte a ti me olvido de ti. Por eso hoy quiero dejarlo todo a un lado y decirte, pura y simplemente, que eres maravilloso, que llenas mi vida, que sé que me amas, y que yo te amo más que a ninguna otra cosa o persona sobre la tierra. Eres lo más atractivo que existe, Señor, y tu belleza me fascina con el encanto infinito que solo tú posees. Te amo, Señor.

Te amo desde mi niñez. Descubrí tu amistad en mi juventud, me enamoré de tus evangelios y aprendí a soñar cada día con el momento de encontrarte en la Eucaristía. Si alguna vez ha habido un idilio en la vida de un joven, ¡este lo fue! Para mí la fe es enamorarse de ti, la vocación religiosa es sostener tu mirada, y el cielo eres tú. Esa es mi teología y ése es mi dogma. Tu persona, tu rostro, tu voz. Orar es estar contigo, y contemplar es verte. La religión es experiencia. “Venid y ved” es el resumen de los cuatro evangelios y de toda la escritura. Verte es amarte, Señor, y amarte es gozo perpetuo en esta vida y en la otra.

Mi amor ha madurado con la vida. No tiene ahora la impetuosidad del primer encuentro, pero ha ganado en profundidad y entender y sentir. He aprendido a callar en tu presencia, a confiar en ti, a saber que tú estás en el andar de mis días y en el esperar de mis noches, contentándome con pronunciar tu nombre sagrado para sellar con fe la confianza mutua que tantos años juntos han creado entre nosotros. Te voy conociendo mejor y amando más según vivo mi vida contigo en feliz compañía.

Tú has hablado de una boda, de esponsales, de esposo y esposa, de príncipe y princesa; tú mismo has escogido una terminología que yo no me hubiera atrevido a usar por mí mismo, y te lo agradezco y hago míos los vocablos del amor en la valentía de tus expresiones. Has escogido lo mejor del lenguaje humano, las expresiones más intensas, más íntimas, más expresivas, para describir nuestra relación; y ahora yo me apropio ese vocabulario con reverencia y alegría. El amante sabe escoger palabras, acariciarlas, llenarlas de sentido y pronunciarlas con ternura. De ti he recibido esas palabras, y a ti te las devuelvo reforzadas con mi devoción y mi amor. ¡Bendito seas para siempre, Príncipe de mis sueños!

“Quiero hacer memorable tu nombre
por generaciones y generaciones,
y los pueblos te alabarán

por los siglos de los siglos.”
Meditación

Ángeles del momento presente

“Estando ellos mirando fijamente al cielo mientras Jesús se iba, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: ‘Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando a cielo? Este que ha sido llevado al cielo, este mismo Jesús, vendrá del mimo modo que le habéis visto subir al cielo.’ Entonces se volvieron a Jerusalén.”
(Hechos 1:10-12)

Estos dos hombres vestidos de blanco se me antojan a mí una pareja de ángeles de paisano. No podían faltar al final los que acompañaron los principios. Saben a dónde va Jesús y cómo volverá en su gloria. Y despiden a los embelesados galileos con el toque práctico de la acción inmediata. De nada sirve quedarse mirando al cielo, por mucha nostalgia que en un principio engendre la intensa despedida. Hay que bajar del monte, volver a la ciudad, prepararse para la venida del Espíritu Santo, y salir a dar testimonio de todo lo que han visto y oído por toda Judea y Samaria y hasta los confines de la tierra.

Los ángeles llaman a la acción. A Jesús he de encontrarlo ahora en la vida diaria. Está bien mirar al cielo, pero ahora mi ángel me recuerda que he de mirar también a la tierra para ver dónde piso, a la gente para ver con qué cara se me presenta, a los árboles para acordarme de que existe el verde, y al tráfico para salvar la vida en el sobresalto del semáforo ignorado. Realidad concreta de vida diaria.

El ángel del momento. El ángel del aquí y ahora. El ángel de cada hora y de cada circunstancia, de devolvernos a la realidad, de acercarnos al trabajo, de hacernos eficientes. Quizá por eso mismo han tomado aspecto de hombres –aun conservando su color oficial blanco– para devolvernos a la compañía humana de cada día con la que vivimos y trabajamos y rozamos, cortando un poco los vuelos de alas que nos encantan con su agilidad pero pueden distraernos con su nostalgia. Vuelta a casa. Ángeles en la cocina. Esa es la lección.

El ángel no se despide. Cambia de aspecto. Se viste de paisano. Se oculta tras un rostro, una flor, una canción, un relámpago. Está en cada circunstancia, cada encuentro, cada negocio. Cada momento tiene su ángel en adaptación discreta a la situación que se presenta. El trato con mi ángel me devuelve al presente después de haber contemplado la eternidad, me hace mirar a la tierra después de mirar al cielo, me hace práctico después de hacerme místico. Necesito su realismo.

El ángel se ha quedado en tierra después de que Jesús ha desaparecido ya de la vista en el cielo. Yo le agradezco ese gesto que significa solidaridad conmigo. Le agradezco sus palabras de abrirme los ojos. Y anoto su promesa de que Jesús volverá. De hecho vuelve cada día y cada momento, y en esto está la conciencia de su presencia continua, y la preparación de su última venida. También en su última venida estará “acompañado de todos sus ángeles” (Mateo 25:31), y así los ángeles nos ayudan también a prepararla. Los ángeles nos acompañan siempre como acompañan a Jesús en todos sus pasos sobre la tierra y en todo su reinado en el cielo. Compañía adaptada a cada situación, a cada necesidad, a cada momento. Los ángeles saben ser útiles estén donde estén y hagamos nosotros lo que hagamos.

Los dos ángeles de la ascensión son los ángeles del trabajo porque nos devuelven a nuestros deberes, a nuestras ocupaciones, a nuestra ciudad. Pedro y Santiago y Juan volverán primero a pescar, y luego a predicar, a viajar, y a morir en testimonio de Jesús, a quien han conocido en compañía de sus ángeles.

Ángeles de mirar al cielo y volver a la tierra: guiadme hoy y siempre del silencio de la oración a la actividad del trabajo, de la soledad a la compañía, del pensar al compartir, del descanso a la ocupación, de la compañía interrumpida de Jesús en Galilea a la presencia constante de su divina persona en cada momento de mi vida.

Ángeles del momento presente: enseñadme a vivir cada momento con todo mi ser.
Día 1
Os cuento

Ayer tuvimos la celebración de quienes cumplíamos este año los 50 años de sacerdocio en mi comunidad. Éramos cuatro. (Yo los cumplí en marzo, y lo recordé aquí entonces.) Me tocó a mí predicar en la misa de acción de gracias, y esto es algo de lo que dije:

A mí me tocaba ordenarme de sacerdote el año 1957. Pero me retrasé un año. Yo había llegado a la India con la mitad de los estudios de jesuita hecha en España, y me quedaba la otra mitad por hacer en la India. Antes de proseguir con esos estudios hube de hacer la carrera de matemáticas en Madrás, y el año de lengua guyaratí en Anand, lo cual me retrasó ya seis años. Acabado el año de lenguas con mis compañeros jesuitas, todos se fueron a Pune para proseguir con los estudios de teología y la ordenación sacerdotal, pero yo me quedé un año más, y por eso la ordenación me llegó en 1958. Explico por qué me quedé un año más.

El gujaratí es lengua difícil, y un año no basta para dominarla. Por muchos esfuerzos que hice con dedicación exclusiva e intensa, aprendí bastante en un año pero no tenía facilidad para leer ni buena pronunciación ni vocabulario para hablar, ni mucho menos corrección y soltura para escribir. Lo sabía a medias y era bien consciente de ello. A mí me había inculcado mi padre el hacer las cosas bien hechas, y esa herencia me marcó para siempre. Bendito sea quien me la inculcó. Una lengua aprendida a medias no sirve para nada. Con un año más, sí lograría dominarla y poder usarla de palabra y por escrito. Lo vi claro, y decidí quedarme. Lo malo fue que entonces mismo hicieron Primer Ministro de la autonomía de Bombay (que entonces comprendía a Guyarat y a Pune) a Morarji Desai, que era anticristiano, y nos hizo saber oficialmente, a través de la representante católica en su Parlamento, Violet Alva, que después de acabados nuestros estudios en Pune habríamos de volver a España, pues la India no prorrogaría su permiso de estancia a misioneros extranjeros. Eso hizo difícil mi decisión porque ¿de qué me servía aprender mejor el guyaratí si no me iba a quedar en el Guyarat? Fue una crisis fuerte. Un momento decisivo en mi vida.

Todos mis compañeros lo tuvieron claro y se fueron alegres a Pune a sus estudios de teología, que lo mismo podían hacerse en la India que en España, y luego volverían a España. Pero yo me mantuve firme y me quedé. Para colmo ellos, al marcharse, me cargaron la conciencia diciéndome que yo tendría que darle cuenta a Dios por haber dicho 365 misas menos que ellos. Lo dijeron medio en serio medio en broma, pero lo dijeron, y casi me tuvieron compasión. Yo parecía un poco chiflado. Pero me quedé. Junto con la herencia fundamental de mi padre, me ayudó también en aquel momento lo que me había dicho un gran superior provincial, el padre Fernando Arellano a quien rindo tributo, quien, al dejarme en la India con el encargo de formarme para la futura Universidad de San Javier en Ahmedabad me dijo con claridad y firmeza: “No vaya usted a estudiar teología a Pune sin haber conseguido antes dos cosas: acabar la carrera entera de matemáticas, y haber aprendido guyaratí a su satisfacción. Lo que no se hace antes, no se hace después.” Visión certera la de aquel gran hombre de gobierno. Me ayudó en la crisis.

Me quedé. Fui a la Universidad de Vidyánagar y me pasé un año entero viviendo en una residencia de estudiantes, asistiendo a todas las clases de literatura guyaratí, asistido por profesores de primera, alternando todo el día con estudiantes guyaratís, y cumpliendo con el voto que hice para aquel año de no decir ni una sola palabra en inglés para obligarme literalmente a pensar, hablar, soñar en guyaratí en aquel ambiente exclusivo y exigente. Así fue como aprendí bien la lengua, lo que me dio luego la verdadera entrada entre el pueblo y la identificación con la India, me hizo escritor en lengua guyaratí, y cambió mi vida; y el Primer Ministro cambió también en aquellos años, y al final se nos permitió quedarnos en la India. Mis compañeros se quedaron sin aprender la lengua, aunque sí dijeron 365 misas más que yo. Siempre resulta bien apostar por lo mejor. Y nadie me ha preguntado en mi vida si tardé un año más en ordenarme sacerdote. ¿Qué importa eso a los 83 años? Lo que importa es hacer bien las cosas.

Por primera vez aquel año se celebraron las ordenaciones en un puesto de misión para fomentar vocaciones. El problema era que la iglesia del pueblo era pequeña y no podría contener el gentío. La ceremonia se tuvo al aire libre en el campo de fútbol y hubo que levantar una gran plataforma para la ocasión. Se hizo de la siguiente manera. Por aquel entonces la India recibía del gobierno de EEUU ayuda en forma de latas de leche en polvo, grandes, sólidas, macizas, rectangulares, y había muchas de ellas almacenadas por los puestos de misión que recibían esa ayuda. Se reunieron centenares de ellas, se apilaron, se ataron bien atadas, se pusieron unas alfombras sobre ellas, y eso sirvió de altar y presbiterio para nuestra ceremonia. Nunca me olvidaré que me ordené sacerdote sobre latas de leche en polvo americanas que crujían al desplazarnos litúrgicamente sobre ellas. Pero aguantó el tablado. Y las latas se devolvieron incólumes a los puestos de misión. Alguien se bebería la leche hecha con aquellos polvos que nos sostuvieron. Fuimos seis los que nos ordenamos, de los cuales tres han fallecido.

Yo había estudiado la Epístola a los Hebreos como preparación para la ordenación, ya que trata del sacerdocio de Cristo. En ella se dicen dos cosas muy interesantes y divertidas. Una, que nuestro sacerdocio no es según Leví, y otra, que es según Melquisedec. ¿Qué quiere decir eso? Melquisedec, curiosamente, no era hebreo, no pertenecía al pueblo escogido, era “pagano” (a mí me encantaba contar eso en la India) y sin embargo bendijo a Abraham, padre de todos los creyentes en el pueblo escogido, y, arguye la Epístola, era consiguientemente mayor que Abraham, ya que el que bendice es mayor que el bendecido. Es decir, el sacerdocio no es político, no es de poder, no es nacional. El sacerdocio de Jesús, y el nuestro con él, es sacerdocio universal para todos, y el sacerdote puede bendecir a todos. Melquisedec distribuyó pan y vino entre Abraham y los suyos.

Y luego lo de Leví. Jesús era de la tribu de Judá, dice la Epístola, e insiste mucho en eso. ¿Por qué? Que Jesús era de la tribu de Judá implica que no era de la tribu de Leví, y eso es lo que quiere subrayar la Epístola. Los descendientes de Leví eran los levitas, los sacerdotes de Israel, que llevaban a cabo los servicios del Templo, pero de una manera puramente ritual, rutinaria, rubricista, burocrática. Por así decirlo, eran los de las 365 misas menos, la cuenta material, la pura administración. La contabilidad. Ese no es el sacerdocio de Cristo. Jesús no era sacerdote de Leví. Su sacrificio es personal, real, sacrificial, general. De esa manera la Epístola a los Hebreos define nuestro sacerdocio como universal, personal, pastoral. No somos burócratas sino pastores.

Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan que los apóstoles desde el principio se dedicaron al ministerio de la Palabra, pero los distraían las ocupaciones burocráticas de organizar las comidas de caridad para las viudas, con el conflicto entre viudas judaicas y viudas helenistas, y el “servir a las mesas”, que no quiere decir que los apóstoles fueran camareros, ya que las “mesas” eran las mesas de los cambistas que manejaban dinero, es decir, la administración, y eso es lo que distraía a los apóstoles y les quitaba el tiempo de dedicarse a la Palabra. Entonces decidieron nombrar siete diáconos que se preocupasen de las “mesas” para que los apóstoles quedaran libres para la Palabra. Así se hizo. Y aquí viene lo interesante. De los siete diáconos no sabemos nada excepto de los dos primeros: Esteban y Felipe. Pero lo que sabemos es significativo. Esteban se dedicó a predicar hasta su martirio, y Felipe se fue a evangelizar al funcionario de la reina Candace y a toda Samaría. Es decir, los destinados a las mesas se dedicaron a la Palabra. Y así fue como la Palabra creció. “La Palabra de Dios iba creciendo” (Hechos 6:7)

Hoy ocurre lo contrario. En vez de que los destinados a tareas burocráticas se dediquen a la Palabra, muchos sacerdotes y obispos ordenados para la Palabra, se pasan gran parte de su tiempo en tareas burocráticas. El resultado también es el opuesto. La Palabra no crece. Recordemos que los sacerdotes –todos los sacerdotes– no somos burócratas sino pastores. No somos sacerdotes de Leví sino de Judá, de Melquisedec, de Jesús. Al servicio de la Palabra. Eso es lo que queremos ser.

Me contáis

Muchos me habéis escrito sobre lo que puse el 1 de septiembre: El Padre no envía al Hijo a la muerte en la cruz para que pague por nuestros pecados. Os lo recuerdo: el padre del hijo pródigo no le dice cuando este vuelve, “Está bien, pero tú no te mereces el perdón; ahora mandaré matar a mi hijo mayor, y aplacado por su sangre te aceptaré a ti.” Eso sería un disparate sacrílego, y desde luego no es lo que dice el evangelio; pero tanto nos lo han dicho de Jesús y del Padre y de nosotros que nos lo hemos creído. Una amiga me escribe encantadoramente: “Tienes razón que no tiene sentido decir que Jesús murió por nuestros pecados, pero estoy tan acostumbrada a oírlo y decirlo que no se me quita de encima.”

Yo no hago más que hacer asequible lo que los teólogos dicen en sus revistas especializadas. En el número de marzo de este mismo año de la revista Sal Terrae, el jesuita Juan Manuel Martín-Moreno, profesor de teología, escribe un artículo bajo el título “Murió por nuestros pecados”, para rechazar precisamente ese concepto, y empieza así:

“A partir de san Anselmo, la teología medieval insistía en su peculiar  concepto de la redención como ‘satisfacción’ de una deuda. Jesús, hombre-Dios, vino a ‘satisfacer’ al Padre la deuda de Adán, una deuda infinita que sólo alguien que fuera a la vez Dios y hombre podría pagar. Jesús ‘satisfacía’ por nosotros con sus sufrimientos y cancelaba esta deuda mediante su muerte en cruz. Entonces Dios se avenía a perdonarnos y a reconciliarse con nosotros. Para esta satisfacción ‘vicaria’ era muy importante el sufrimiento de Cristo, que era el pago por nuestros pecados.

Toda esta construcción teológica no es inteligible para el hombre de hoy, y es difícilmente conciliable con muchos textos del Nuevo Testamento. Supone una triste imagen de un Dios Padre justiciero que exige que su ofensa sea reparada a cualquier precio, aun al precio de una injusticia mayor, haciendo pagar al inocente los pecados de los culpables. Dios nunca pudo complacerse en esa muerte, y menos exigirla.”
(Juan Manuel Martín-Moreno, SJ, Sal Terrae, marzo 2008, p. 193)

Y el número octubre-diciembre 2008 de Selecciones de Teología, que acaba de aparecer, dice lo mismo, “En la teoría anselmiana Dios se convierte en una combinación de juez temible, de señor ofendido, y de espíritu rencoroso. Se cuestiona la libertad de Dios, su justicia, y hasta su buen sentido. Se presenta una idea de Dios incompatible con la idea bíblica central de un Dios amoroso y compasivo.” Y se pregunta: “¿Cómo pudo suceder que tal idea de Dios llegara a ser concebida como cristiana”?
(Geraldo Luiz de Mori, SJ, p. 314)

Como veis, si alguna culpa tengo yo es que leo mucho y me entero de mucho y me gusta contarlo y ampliar conceptos y salir de rutinas y sentirme libre y arriesgarme a que algunos no me entiendan y buscar maneras de que ideas tradicionales se presenten de manera aceptable a mentes modernas para bien de todos. Siempre me ha gustado mucho leer teología. Es hora de que los estudios de los teólogos vayan llegando a los púlpitos.

Salmo

Salmo 45 – ¡Callad!

“Callad, y sabed que yo soy Dios.”

¡Qué bien me viene ese aviso, Señor! Al escucharlo de tus labios siento que todo mi bienestar espiritual, mi avance y mi felicidad dependen de eso. Si aprendo a callarme, a quedarme tranquilo, a relajarme, a dejar con fe y confianza que las cosas sigan su curso, estaré en disposición de aprender que tú eres Dios y Señor, que el mundo está en tus manos, y yo con él, y que en esa revelación es donde se encuentran la paz y la alegría del alma.

Sin embargo, he de confesar que eso es lo que peor sé hacer: estarme quieto. Siempre estoy moviéndome, apresurándome, ocupándome y preocupándome. Siempre haciendo cosas y trazando planes y urgiendo reformas y volviéndome loco y volviendo loco a todo el mundo con toda clase de actividades sin cuento. Incluso en mi vida de oración, no ceso de pensar y planear y controlar y examinar y tratar de mejorar siempre lo que hago, con el prurito de conseguir mañana más perfección que hoy y asegurarme de que sigo adelante en mi noble empeño. Soy un perfeccionista nato, y quiero tener garantías de que todo lo que yo haga, sea en mi profesión o en la oración, ha de ser, sin falta, lo mejor que yo pueda hacer. Esa misma insistencia destruye el equilibrio de mi mente y me hace imposible encontrarte a ti con paz.

Quiero dirigir mi propia vida, por no decir el futuro de la sociedad y los destinos de la humanidad. Quiero ser yo el que lleve los mandos. Y por eso estoy siempre moviéndome, tanto en la avalancha de mis pensamientos como en el torrente de mis actividades. Y esa misma prisa me ciega para no ver tu presencia y me hace perderme la oferta de tu poder y de tu gracia. No veo, porque estoy demasiado ocupado con verme a mí mismo. Lleno mi día de actividad febril, y no dejo tiempo para estar contigo. Entonces me siento vacío sin ti, y apiño aún más actividades para cubrir mi vacío. ¡Esfuerzo inútil! Mi desengaño crece, y mi distancia de ti aumenta. Círculo vicioso que atenaza mi vida.

Entonces oigo tu voz: “Estáte quieto, y verás que yo soy Dios.” Me dices que me calme, que frene, que entre en el silencio y la quietud. Quieres que yo afloje mis controles, que tome las cosas con calma, que invite a la tranquilidad. Me pides que me siente y que te mire. Que vea que mi vida está en tus manos, que tú diriges el curso de la creación, que tú eres Dios y Señor. Sólo en la paz de mi alma podré reconocer la gloria de tu majestad. Sólo en el silencio puedo adorar.

Conozco el sentido de esas palabras cuando tú las dirigiste a Israel: “Dejad de luchar, y veréis que yo soy Dios”. Deponed las armas, parad vuestras luchas, dejad de empeñaros en defender vuestros feudos y conseguir vuestras victorias. Dejadme a mí, y veréis entonces que yo soy Dios y os protejo y os defiendo. Mucho he luchado, Señor, por tu causa. Enséñame a dejar de luchar.

Tu brazo extendido calmó las tormentas del mar, Señor. Extiéndelo ahora sobre mi corazón para que calme las tormentas que se incuban en él como en la negrura de un cielo de invierno. Calma mis emociones, cura mi ansiedad, apaga mis miedos. Haz que la bendición de paz descienda a tu mando sobre mi atribulado corazón. Pronuncia otra vez la palabra de consejo y poder que me posea: “Estáte quieto”. Y en el silencio de la admiración y la quietud de la fe sabré que eres mi Dios, el Dios de mi vida.

Meditación

El ángel de los itinerarios

“El ángel del Señor habló a Felipe diciendo: ‘Levántate y marcha hacia el mediodía por el camino que baja de Jerusalén a Gaza, que está desierto’, Se levantó y partió.” (Hechos 8:26-27)

Ángel que señala direcciones de evangelio. Levántate y marcha hacia el mediodía. Felipe, el diácono, se levantó y partió. Llegó al camino, encontró la carroza del funcionario de Candace, reina de los etíopes, recibió otra vez del ángel la indicación de subirse a ella, instruyó al personaje partiendo de un texto de Isaías hasta evangelizarle a Jesús, lo bautizó en una extensión de agua junto al camino, y se encontró de vuelta en Azoto, en la costa sur, desde donde recorrió todas las ciudades del litoral predicando el evangelio hasta Cesarea en el norte. Todo un viaje apostólico. Una de las primeras misiones avanzadas fuera de Jerusalén, anterior aun a Pablo. Y todo ello organizado por un ángel. Tuvo que salir bien.

No sé a dónde dirigirme. Ya dijo Jesús que la mies es mucha y los operarios son pocos. Norte, sur, este, y oeste, caminos de desierto y caminos que están desiertos como en aquel momento el de Jerusalén a Gaza, excepto por un viajero que va leyendo la Biblia por el camino. ¿Cómo lo sabré? ¿Como sabré dónde puede tener más eficacia mi trabajo, más eco mi palabra, más alcance mi testimonio? ¿Cómo sabré encontrar a alguien que se está preguntando sobre el sentido de la Biblia, que medita a los profetas, que está abierto a Jesús? ¿Quién me señalará la carroza solitaria en el camino desierto de Jerusalén a Gaza?

Viajo mucho, y a veces me pregunto: ¿Merece la pena? ¿Escogí bien los sitios? ¿Llega el fruto a justificar el cansancio? ¿Lo hago por vanidad o por apostolado, por afán turístico o por celo evangélico, por provecho espiritual de todos o por satisfacción personal propia? ¿Quién me ayudará en mis perplejidades apostólicas?

Y no ya en mis opciones profesionales sino en las decisiones constantes de cada día, pequeñas o grandes, de familia o de amigos, de trabajo o de ocio, de leer o de conversar, de decir aquello o callarlo. ¿Cómo acertaré? ¿Quién me guiará? ¿Cómo lo sabré?

Sé que hay un ángel para ello, y desde ahora busco sus servicios. Que me inspire, que me dirija, que me acompañe, que me señale personas y me dé valentía y me anime a acercarme a extraños y a subirme a un carruaje en marcha y a entablar conversaciones que llevan a Jesús. Direcciones de ángel en desiertos de incredulidad Esperanzas de evangelio en sociedades descreídas. Itinerarios de fe entre mapas de turistas. Junto con el diácono Felipe. Y con su ángel.

El relato bíblico acaba con un rasgo feliz. El funcionario de la reina “siguió gozoso su camino”. Gozo para todos.

 

Día 15
Os cuento

Me ha sacudido

Escribo esto inmediatamente después de haberme sucedido ahora mismo, con todos mis sentimientos en carne viva tras la experiencia.Después de una mañana de trabajo y una comida alegre con mis compañeros, me había quedado yo dormido mientras leía un libro como descanso después de comer. Me ha despertado el teléfono. Una voz de hombre, tan monótona que al principio parecía una cinta grabada, ha comenzado a recitar:

– La empresa… le ofrece una mejora radical de su conexión a Internet a un precio…
– Perdone, no me interesa.
– Sepa usted que perderá una buena oportunidad si…
– Perdone otra vez, y no me gusta colgarle el teléfono a nadie, pero no me interesa su oferta.

Entonces lo que hasta ese momento había parecido una cinta se ha transformado de repente en una voz angustiosa que ha suplicado con toda la vehemencia de un alma en pena:

– ¡NO ME CUELGUE, SEÑOR! ¡POR FAVOR! ES MI TRABAJO. LLEVO AQUÍ DESDE LAS NUEVE DE LA MAÑANA. ¿¿¿ME ESCUCHÓ???

Me ha partido el alma. Este buen hombre llevaba desde las nueve de la mañana tratando de vender una nueva conexión de Internet a quienes no tenían ninguna gana de comprarla. Eran las cuatro de la tarde. Allí estaría con los audífonos en las orejas y el micrófono ante la boca. Mirando en la pantalla de su ordenador los números de teléfono de una lista interminable, marcando, hablando, esperando. ¡Cuántas veces habrá repetido esta mañana la misma cantinela! ¡Cuántos le habrán dicho que no les interesa! ¡Cuántos le habrán colgado el teléfono! ¡Cuánto cansancio, cuánta frustración, cuánto aburrimiento, cuánto aguante!

Es verdad que yo estaba adormecido en el momento que ha sonado el teléfono, y me ha sentado mal la llamada. Pero para mí era solo una molestia pasajera. Para aquel hombre era su sustento. Nos hemos despedido amablemente.

Era voz de inmigrante. Latinoamericano.

Me ha partido el alma.

Cuentos sapienciales

Cada día, el viejo sabio caminaba tranquilamente. Sus discípulos eran escasos, porque él no se mostraba hablador. Hablaban ellos, y él se contentaba con una ligera inclinación de cabeza o con una reflexión aquí y allá. Enseñaba más con sus actos que con sus palabras. A ellos les correspondía averiguar el significado. Un día, uno de sus discípulos le preguntó:

– ¿Puedo hablar contigo?
– Por supuesto. Estaré mañana por la mañana en el ciruelo a la salida del sol.

A la hora convenida, el estudiante acudió a la cita. El sabio no estaba. El tiempo pasó y pasó. Por fin, el joven se fue, decepcionado. Al día siguiente, cuando volvió a ver al sabio, exclamó:

– ¿Dónde estabas? No te vi bajo el ciruelo.
– Estaba en el árbol. Sentado encima de una rama. ¿Por qué no miraste arriba? Ya te lo dije muy claro: “En el ciruelo.” Escucha lo que te dicen y aprende a observar a tu alrededor. No te quedes con lo que parece obvio.

(Fun-Chang, Los sabios de la túnica color ciruela, Obelisco, Barcelona 2004, p. 40)

El viejo sabio salía del agua chorreando, y sus discípulos, sentados en la orilla, reían, burlándose de él porque le habían visto tropezar en las piedras y caer al río. Le vieron desnudarse, encender un fuego y poner su ropa a secar. Para aquellos jóvenes, que seguían las enseñanzas de ese maestro cada día, verlo caer en el agua había sido una decepción. Sin decir una palabra, el sabio volvió a ponerse la ropa en cuanto estuvo seca y, siempre en silencio, se unió a sus discípulos y les hizo signos de que le siguiesen. Entonces el sabio les preguntó sonriendo: “¿Quién es más estúpido, el que tropieza o el que sigue a un hombre que tropieza?”
(38)

Entre la gente del pueblo había un joven que se llamaba Chao Mu. Tenía veintidós años y nunca había abandonado el lugar de su nacimiento. Ver al viejo sabio despertó en él el deseo de saber y decidió seguirle. El sabio y el joven caminaron durante un buen rato en silencio. Al pasar bajo un membrillo, el sabio tomó un fruto y se puso a comerlo. Chao Mu dijo: “No me gustan los membrillos.” El sabio contestó: “No te he dicho que comieras. Sencillamente déjalo.” Reemprendieron la marcha y Chao Mu vio un ciruelo en un prado. “¡Oh, qué hermosas frutas! ¡Me encantan las ciruelas!” El sabio comentó: “Cómetelas sin más.” El joven cogió varias y se las fue comiendo por el camino.
Unas horas más tarde llegaron a la orilla de un río al que daban sombra unos árboles de troncos sinuosos. El agua se deslizaba apaciblemente y unos cisnes nadaban siguiendo la corriente. “¡Oh, qué belleza!”, exclamó Chao Mu parándose a contemplarla. “Disfrútala”, respondió el sabio siguiendo su camino. Más adelante pasaron al lado del cadáver de un perro que se pudría en el polvo. “¡Qué repugnante!”, prorrumpió el joven al verlo. “Ignóralo”, sentenció el sabio.
Al acabar el paseo, el discípulo se quejó al maestro: “Maestro, hemos paseado juntos varias horas pero no he habéis enseñado nada.” El maestro contestó: “Te he enseñado todo.”
(16)
Un día, un hombre llegó apresurado al árbol a cuya sombra descasaba el maestro y le preguntó jadeando: “Maestro, ¿qué camino debo tomar?” El maestro contestó: “Ninguno. Deja que el camino te tome a ti.”
(33)

Críticas

Dicho indio: Al tiempo no le importa que le critiquen.

Pentateuco

Moisés está grabando en las Tablas de la Ley los diez mandamientos que Yahvé le va dictando. Cuando acaba el décimo, mira hacia Yahvé con ilusión en su mirada y le dice: “Señor, aún me queda sitio para uno más.”
De hecho, los mandamientos de Moisés son once, pues el segundo es el de “no hacer imágenes de lo que hay arriba en los cielos”, que nosotros hemos suprimido.

Me acaban de contar otro, que modifico un poco. Yahvé le dijo a Moisés que subrayase algunas de las letras y palabras en las Tablas de la Ley, y que eso ayudaría a futuros intérpretes de los diez mandamientos a entenderla mejor. Moisés lo hizo así sin entender es significado de esos subrayados. Cuando pasaron muchas generaciones y los rabinos enseñaban los mandamientos, sus discípulos les preguntaban qué querían decir esos subrayados, y los maestros contestaban que esos los puso Moisés, y que él sabría por qué los puso, pero ya no lo sabemos.
Eso es algo más que un chiste.
Y Yahvé tiene siempre la última palabra.

Me contáis

Gracias, Francisco, por el número del semanario católico inglés, The Tablet, que me has enviado y que dedica toda una sección a analizar, en su 40 aniversario, el efecto que la encíclica Humanae Vitae causó al publicarse en 1968. Yo estaba entonces en la India, y no me enteré de las reacciones; por eso me ha gustado ver lo que dicen ahora sobre el revuelo que se armó cuando se publicó. Lo que sigue son todo citas literales de los varios artículos del número de The Tablet, 26.07.08.

“Fue una división de las aguas. Un antes y un después. El editor de The Tablet de entonces (julio 1968) tomo la difícil y arriesgada decisión de oponerse a la encíclica, y acabó su célebre editorial con estas palabras: ‘Los que pertenecemos a la Iglesia y no podemos pensar de otra manera, tenemos el derecho de cuestionar, protestar, y quejarnos cuando nuestra conciencia nos lo impone. Tenemos ese derecho y esa obligación precisamente porque amamos a nuestros hermanos y hermanas’.”

“Se ha roto la comunicación entre la autoridad eclesiástica y los fieles en esta materia. La mayor parte de los obispos y sacerdotes se callan, y los laicos se callan también al llegar al confesionario… si es que se confiesan. Por el contrario, un gran número de los fieles, al menos en occidente, han desarrollado una especie de autonomía moral.”

“Humanae Vitae ha tenido un efecto desastroso sobre la capacidad de la Iglesia de influenciar la esfera pública en la moral sexual.”

“El periódico The New York Times filtró el informe redactado por la comisión nombrada a dedo por el papa para decidir sobre el uso de anticonceptivos, según el cual la mayoría absoluta de la comisión estaba a favor de su uso. Todos esperaban, pues, una respuesta favorable, pero Pablo VI meditó largamente sobre el tema, y decidió ir en contra de la misma comisión.”

“La encíclica Humanae Vitae hizo un daño profundo e irreparable.”

“Algo ha ido terriblemente mal.”

“Ruego y espero que en los comienzos del siglo XXI, el magisterio eclesiástico reconozca que ha reclamado demasiada certeza en muchas de sus doctrinas de moral sexual. La Iglesia se está jugando su credibilidad.”

“Soy irlandesa, católica, casada con un irlandés católico, y ambos educados en la moral sexual más estricta. Fui a confesarme de no seguir los mandamientos de la Iglesia sobre anticonceptivos, y se me dijo explícitamente en confesión que no volviese a mencionar esa materia como pecado. El consuelo que eso me supuso quedó algo disminuido cuando el confesor me pidió que no dijera a nadie que él me había dicho eso.”

Salmo

Salmo 46 – Tú escogiste nuestra heredad

“El Señor nos escogió nuestra herencia.”

Tú dividiste la Tierra Prometida entre las tribus de Israel, Señor, y tú has determinado las circunstancias de historia, familia y sociedad en que yo he de vivir. Mi tierra prometida, mi herencia, mi “viña” en términos bíblicos. Te doy las gracias por mi viña, la acepto de tu mano, quiero declararte, directa y claramente, que me agrada la vida que para mí has escogido, que estoy orgulloso de los tiempos en que vivo, que me encuentro a gusto en mi cultura y feliz en mi tierra. Es fantástico estar vivo en este momento de la historia, y me alegro de ello con toda el alma, Señor.

Oigo a gente que compara y se queja y preferiría haber nacido en otra tierra y en otra edad. Para mí eso es rebelión y herejía. Todos los tiempos son buenos y todas las tierras son sagradas, y el tiempo y el espacio que tú escoges para mí son doblemente sagrados a mis ojos por ser tú quien los has escogido en amor y providencia como regalo personal para mí. Me encanta mi viña, Señor, y no la cambiaría por ninguna.

Amo mi cuerpo y mi alma, mi inteligencia y mi memoria, mi herencia y mi entorno tal como tú me los has dado. Mi viña. Muchos a mi alrededor tienen cuerpos más sanos e inteligencias más agudas que la mía, y yo te alabo por ello, Señor, al verte mostrar destellos de tu belleza y tu poder en la obra viva de tu creación que es el ser humano. Hay racimos más apretados y uvas más dulces en otros viñedos alrededor del mío. Con todo, yo aprecio y valoro el mío más que ningún otro, porque es el que tú me has dado a mí. Tú has fijado el que debía ser mi patrimonio, y yo me regocijo en aceptarlo de tus manos.

Tú me preparas cada día los acontecimientos que salen a mi encuentro, las noticias que leo, el tiempo que me espera y el estado de alma que se apodera de mí. Tú me preparas mi heredad. Tú me entregas mi viña día a día. Enséñame a arar la tierra, a dominar esos estados de alma, a tratar a los que encuentro, a sacar provecho de todos los acontecimientos que tú me envías. Soy hijo de mi tiempo, y considero este tiempo como don tuyo que quiero aprovechar con fe y alegría, sin desanimarme ni desconfiar nunca. El mundo es bello, porque tú lo has creado para mí. Gracias por este mundo, por esta vida, por esta tierra y por este tiempo.

Gracias por mi viña, Señor.

Meditación

El ángel de las cadenas

“Cuando ya Herodes le iba a ejecutar, aquella misma noche estaba Pedro durmiendo entre dos soldados, atado con dos cadenas; también había ante la puerta unos centinelas custodiando la cárcel. De pronto se presentó el ángel del Señor y la celda se llenó de luz. Le dio el ángel a Pedro en el costado, le despertó y le dijo: ‘Levanta aprisa’. Y cayeron las cadenas de sus manos.” (Hechos 12:6-7)

El ángel de las cadenas. El que rompe ataduras injustas y libera a prisioneros inocentes. El que denuncia con su presencia e ilumina con su luz todos los rincones oscuros de la opresión y la violencia, el que lidera la causa de los pobres y los defiende de quienes los explotan sin piedad, el que ayuda a los que no tienen ayuda y salva a los que más necesitan salvación. El ángel de la libertad.

Hoy hay cadenas y opresión y hambre y pobreza y privación y muerte. Y hay también ángeles en carne humana, hombres y mujeres de conciencia clara y corazón valiente que luchan por la justicia, despiertan a los dormidos, hacen oír la voz de los silenciados, denuncian los atropellos y entregan sus vidas a la tarea sagrada de mejorar las de los demás. Que los ángeles del cielo protejan a estos ángeles de la tierra y les den fuerza y acierto y perseverancia y eficacia para aliviar sufrimientos y erradicar miserias.

El mundo de hoy nos abruma día a día con las noticias de sufrimientos universales en guerras y desplazamientos, odios y venganzas, enfermedad y desnutrición, desigualdad y desamparo, discriminación y arrogancia. Son cadenas peores que las que atan pies y manos con eslabones de hierro. Porque éstas atan cuerpos y almas, pueblos y razas enteras con sus hombres y mujeres y niños y ancianos en la cárcel oscura de la negación de lo más necesario para vivir como seres humanos. Cadenas de opresión entre declaraciones de libertad. Cada vez parece más difícil librarnos de ellas.

Ángel de las cadenas: ayuda, inspira, protege, defiende, organiza, y acompaña a todos los que con toda el alma deseamos romper cadenas y liberar la humanidad. Que se haga en el mundo entero la luz que tú trajiste a un oscuro calabozo. Que todos lleguemos a regocijarnos con la libertad de todos.

Día 1
Os cuento

Oriente y occidente

[En una charla que di en Zaragoza hace diez días sobre “Oriente y Occidente”, dije, entre otras cosas, lo siguiente:]

En el cristianismo el pecado es una ofensa personal a Dios (Salmo 50:6) pues crucificamos a Cristo cada vez que pecamos (Hebreos 6:6), lo cual nos constituye en enemigos de Dios (Santiago 4:4) y reos del infierno (Mateo 25:41). En el hinduismo el pecado (mientras no se cause daño a nadie) es solo la trasgresión de una ley que se compensa con la correspondiente penitencia (prayashchitt) para reestablecer el equilibrio del karma sin reproche personal alguno. Y la mayoría de los pecados católicos no hacen daño a nadie. Si no que se lo pregunten a nuestros jóvenes.

Una anécdota para explicar la diferencia y la importancia de esa diferencia en entender el pecado. En la India los astros prohíben comenzar algo nuevo en miércoles. (Ejemplo de ley cuya infracción no hace daño a nadie. Como lo sería entre nosotros, por ejemplo, el no ir a misa un domingo.) El curso universitario comenzaba el 20 de julio, aunque este cayera en miércoles. Los estudiantes sabían que si no acudían ese día perderían su puesto en nuestra prestigiosa Universidad de San Javier, cosa que no podían permitirse. Por consiguiente acudían debidamente, y yo les preguntaba, no sin cierta malicia cristiana en mi voz, ¿cómo es así?, ¿no incurrís en una falta grave con ello?, ¿no está prohibido por vuestra religión? Me contestaban con toda naturalidad que sí, que estaba prohibido, pero que todo estaba previsto. El martes anterior habían ido al templo, le habían pedido perdón a Dios por la falta que iban a cometer el miércoles, habían ofrecido una nuez de coco en reparación de antemano, y todo quedaba arreglado. Es como si un muchacho católico fuera a confesarse el viernes y le dijera al confesor: “Mire, padre, este fin de semana vamos a juntarnos un grupo de chicos y chicas, y, ya sabe usted, habrá de todo entre nosotros. Por favor, déme la absolución de antemano para poder disfrutar yo de todo eso con buena conciencia.” Nos hace reír, y es bueno para caer en la cuenta de las diferencias con humor. Mientras no se haga daño a nadie, el “pecado” para el hindú es una mera infracción de una ley que se compensa con pagar la multa pero no deja herida en el alma. Es como si aparcamos el coche indebidamente (sin molestia a nadie, repito), y, si viene el policía pagamos la multa. Hemos violado una ley, pero eso no nos convierte en enemigos personales del rey don Juan Carlos. Esa es la diferencia.

Para el hindú una acción no ética (siempre en el supuesto que no haga daño a nadie) es solamente un “karma negativo” que habrá que compensar con el correspondiente castigo en sufrimiento humano, pero no es una ofensa a Dios ni un “pecado” que constituya al hombre en “pecador” ni menos en “enemigo de Dios” ni “crucifica a Cristo”. La palabra “pecado” existe en sánscrito y lenguas indias derivadas (pap), pero se usa solo en casos extremos de maldad refinada; y donde nosotros diríamos pecado, ellos usan bhool, que quiere decir error, falta, equivocación.

Un Viernes Santo, vacación en la universidad, fui yo a un puesto de misión en un pueblo del Guyarat llamado Jham a ayudar al párroco, mi buen amigo el padre Alex, en los oficios de Semana Santa. Me pidió oyese las confesiones de unos treinta hombres que habían sido bautizados al comienzo de la cuaresma, y querían aprovechar la visita de un sacerdote de fuera para hacer su primera confesión en la Pascua. Estaban bien preparados. Me ofrecí gustoso. Se presentó el primer hombre joven, le acogí, le bendije, y esperé. Estaban bien instruidos, pero él no arrancaba. Comencé yo suavemente: “Estamos aquí los dos ante Dios, y puedes mencionar en su presencia cualquier pecado que hayas cometido…”. Me interrumpió sobresaltado: “¿Pecado? ¿Yo? Yo no hago esas cosas, padre. Yo no hago nada malo. Yo no le hago mal a nadie. ¿Quién se ha creído usted que soy yo?” El muchacho estaba indignado. Y la misma fue la reacción de todos sus compañeros uno por uno, ante los cuales fui yo suavizando mi enfoque y mi lenguaje según iba aprendiendo, siempre sin resultado. Ni un solo pecado católico que contabilizar entre todos aquellos buenos muchachos recientemente bautizados. Estaban bien instruidos. Pero habían sido hindúes hasta el principio de la cuaresma. Solo conseguí sonsacarles algunos “errores”.

Me permito una breve pero necesaria salida de la India para observar el mismo fenómeno en América. Conté entre sacerdotes en Chile la anécdota del pueblo indio de Jham, y me exclamaron enseguida: “¡Los mapuches! No hay quien les saque un pecado en la confesión. Inténtalo y verás.” Y leí en las cartas del jesuita tirolés del sur Antonius Sepp, que fue el fundador de la Reducción de San Miguel en el Paraguay en 1692, que los guaraníes respondían muy bien a todos los sacramentos excepto a la confesión, ya que, declara con cierto desencanto, “¡pecados mortales no cometen!”. El historiador Swiburne escribió que “el pecado de los españoles fue llevar el pecado a gente que no conocía el pecado”, lo cual se entiende en el contexto que estoy describiendo de regiones fuera del ambiente judeo-cristiano en las que desde luego sí existe el pecado como acción no moral, pero no como ofensa de Dios, ni se predica el temor de Dios. Ser “pecadores” y “enemigos de Dios” atemorizados por nuestra indignidad moral y sus consecuencias eternas es exclusiva cristiana. Da algo que pensar.

En Santiago de Chile encontré un grupo de oración católico que rezaba el santo rosario en sus reuniones pero con una ligera variación. En vez de decir en la repetida avemaría “ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte”, todos decían devotamente, “ruega por nosotros, tus hijos, ahora y en la hora de nuestro encuentro”. Así digo yo en el avemaría desde entonces. Y lo digo también cuando rezamos el ángelus en voz alta en comunidad, pero lo digo bajito para que no se enteren mis compañeros de que yo he dejado de ser pecador mientras ellos siguen siéndolo. Me da devoción la travesura. De vuelta en la India un amigo mío hindú que reza el padrenuestro con su mujer, ya que está casado con una católica, en vez de decir “perdónanos nuestras ofensas” dice siempre “perdónanos nuestros errores”. Pero me dice que su mujer continúa con los “pecados”. Su mujer es de Goa, y los católicos goanos, fruto de la evangelización de san Francisco Javier, se consideran los católicos más ortodoxos del mundo.

Contribuí a dirigir y corregir la traducción, que por vez primera se hacía de toda la Biblia en lengua guyaratí, por mano del exquisito traductor Naguindas Parekh, brahmán hindú escritor especializado en traducciones, que emprendió y completó la ingente tarea de traducir la Biblia entera al guyaratí como la gran obra de su vida. Vivimos momentos divertidos e instructivos en el proceso de la traducción, y uno de ellos me resultó especialmente significativo. Sabido es que el rey David se enamoró de Betsabé e hizo que su marido Urías muriese en batalla para poseerla. El profeta Natán le reprochó, y David confesó, “¡He pecado!” Frase grabada a fuego en toda conciencia cristiana en todo país, época, y lenguaje. “He pecado”. ¿Cómo tradujo nuestro fiel traductor hindú la clásica expresión de David a la lengua guyaratí? Lo hizo con exactitud lingüística y precisión idiomática. Pero los colaboradores católicos no pudimos menos de sonreír al leerla. Esta era, traducida aquí ahora por mí literalmente al castellano, la expresión de David “he pecado” en su versión guyaratí del traductor hindú: “A través de mí una equivocación ha sucedido.” Una equivocación. Ha sucedido. A través de mí. Esa era la traducción perfecta en el contexto hindú. Pero no le hubiera satisfecho a Yahvé.

Un día, en la Universidad Sardar Patel de Vallabh Vidyánagar, donde estaba yo estudiando la lengua guyaratí, salí a pasear con un amigo hindú compañero de clase. En el curso de la conversación yo dije en algún contexto que no recuerdo: “Yo soy un pecador…”. El muchacho se paró, se volvió a mí, me miró de arriba abajo, se encogió de hombros, y dijo con toda naturalidad: “Pues yo, no.” Aquellas tres palabras me iluminaron el alma. Aquí me encontraba yo por primera vez en mi vida con una persona que no era un pecador. Nada de hacer cola ante el confesionario, de rezar el “Yo, pecador, me confieso a Dios todopoderoso…”, de darme golpes de pecho, de cantar “Pecador no te acuestes / nunca en pecado / no sea que despiertes / ya condenado”. Miré a mi alrededor, contemplé unos momentos a otros estudiantes que circulaban solos o en grupos alrededor, los miré despacio mientras no acababa yo de salir de mi asombro. De modo que todos estos no son pecadores. Y van tan felices, tranquilos, contentos. En buena hora los conocí. Miré a mi amigo y añadí: “Pues yo tampoco.” Se acabó el complejo.

Gracias, India.

Me contáis

Elisa: Es verdad todo lo que usted dice sobre la encíclica Humanae Vitae de 1968, pero resulta superfluo pues ya hemos superado píldora y preservativo y no nos preocupamos de ello ni nadie nos pregunta sobre ello. Es mejor no hablar más de ello.

Carlos: Eso es para mí lo grave, Elisa. Que lo “hemos superado”. Es decir, que hemos dejado que las autoridades sigan mandando lo que mandan sabiendo que no se les hace caso. Y no se lo decimos.  La autoridad se ha distanciado de la realidad, y nosotros nos callamos. Yo creo que tenemos el deber de hablar, y nos estamos callando. Si no les hacemos caso a las autoridades tenemos al menos el deber de decírselo. No “superarlo” sin más. Muchos jóvenes no siguen la doctrina oficial en su conducta, pero sí gritan ¡Viva el papa! alegremente. Que no nos engañemos creyendo que esos gritos fervientes significan aceptación de las enseñanzas morales. No lo son. El periódico católico inglés The Tablet contó en agosto sin malicia y con humor británico la anécdota (que yo leí y me reí con inocencia) que durante la visita del papa a Australia en las jornadas de juventud, algunos burdeles en Sydney ofrecían rebajas a los delegados. Sin ofensa a nadie. Y sin decir que nadie aceptara la oferta. Sólo como una imagen. Para hacer pensar. La encíclica nunca ganó aceptación general.

Salmo

Salmo 47 – La ciudad de Dios
Sión es Jerusalén, la de la tierra y la del cielo, la patria del Pueblo de Dios, la Iglesia, la Tierra Prometida, la Ciudad de Dios. Me regocijo al oír su nombre, disfruto al pronunciarlo, al cantarlo, al llenarlo con los sueños de esta patria querida, con los paisajes de mi imaginación y los colores de mi anhelo. Proyección de todo lo que es bueno y bello sobre el perfil en el horizonte de la última ciudad en los collados eternos.

“Grande es el Señor y muy digno de alabanza
en la ciudad de nuestro Dios.
Su Monte Santo, una altura hermosa,
alegría de toda la tierra;
el monte Sión, vértice del cielo,
ciudad del gran rey.
Entre sus palacios,
Dios descuella como un alcázar.”

Una ciudad tiene baluartes y monumentos y jardines y avenidas, y la ciudad de mis sueños tiene todo eso en perfección de dibujo y en arte de arquitectura. Símbolo de orden y de planificación, de convivencia humana en unidad y de utilización de lo mejor que puede ofrecer la naturaleza para el bienestar de los hijos de los hombres. La ciudad encaja en el paisaje, se hace parte de él, es el horizonte hecho estructura, los árboles y las nubes mezclándose en fácil armonía con las terrazas y las torres de la mano del hombre. Ciudad perfecta en un mundo real.

Me deleito en mi sueño de la ciudad celeste, y luego abro los ojos y me enfrento al día, dispuesto a recorrer en trajín necesario las calles de la ciudad terrena en que vivo. Veo callejuelas serpenteantes y rincones sucios, paso al lado de altos edificios y oscuros portales, me mezclo con el tráfico y la multitud, huelo la presencia cercana de la humanidad irredenta, oigo súplicas de mendigos y sollozos de niños, sufro en medio de la realidad insegura de la Ciudad, la “polis”, la “urbs”, que ha transformado el sueño en pesadilla y el modelo de diseño en proyecto para la agomeración humana. Lloro en las calles y en las plazas de la atormentada metrópolis de mis días.

Y luego vuelvo a abrir los ojos, los ojos de la fe, los ojos de saber y entender con una sabiduría más alta y un entender más profundo… y veo mi ciudad, y en ella, como signo y figura, discierno ahora la Ciudad de mis sueños. Sólo hay una ciudad, y su apariencia depende de los ojos que la contemplan. También esta ciudad mía, con sus callejones angostos y su atormentado pavimento, fue creada por Dios, es decir, fue creada por el hombre que fue creado por Dios. Dios vive en ella, en el silencio de sus templos y en el ruido de sus plazas. También esta ciudad es sagrada, también a ella la santifican el humo de los sacrificios y el bullicio de las fiestas. También es ésta la Ciudad de Dios, porque es la ciudad del hombre, y el hombre es hijo de Dios.

Ahora vuelvo a alegrarme al pasar por sus calles, mezclarme con la turba y quedarme atascado en los embotellamientos de tráfico. Esté donde esté, canto himnos de gloria y alabanza a plano pulmón. Sí, ésta es la Ciudad y el Templo y la Tienda de la Presencia y la morada del Gran Rey. Mi ciudad terrena brilla con el resplandor del hombre que la habita, y así como el hombre es imagen de Dios, así su ciudad es imagen de la Ciudad celestial. Este descubrimiento alegra mi vida y me reconcilia con mi existencia urbana durante mi permanencia en la tierra. ¡Bendita sea tu Ciudad y mi ciudad, Señor!

“Dad la vuelta en torno a Sión, contando sus torreones;
fijaos en sus baluartes, observad sus palacios,
para poder decirle a la próxima generación:
‘Este es el Señor nuestro Dios’.
Él nos guiará por siempre jamás.”

Meditación

El ángel del naufragio

“Pablo se puso en medio de ellos y les dijo: ‘Amigos, más hubiera valido que me hubierais escuchado y no haberos hecho a la mar desde Creta; os hubierais ahorrado este peligro y esta pérdida. Pero ahora os recomiendo que tengáis buen ánimo; ninguna de vuestras vidas se perderá; solamente la nave. Pues esta noche se me ha presentado un ángel del Dios a quien pertenezco y a quien doy culto, y me ha dicho: ‘No temas, Pablo; tienes que comparecer ante el César; y mira, Dios te ha concedido la vida de todos los que navegan contigo.’ Por tanto, amigos, ¡ánimo! Yo tengo fe en Dios de que sucederá tal como se me ha dicho.”
(Hechos 27:21-26)

Generosa promesa de ángel del naufragio. No solo salva a Pablo, que ha de llegar a Roma para ser juzgado y liberado por el tribunal imperial y así ha de llevar al centro del imperio su empuje, su organización y su testimonio para consolidar con Pedro la instalación y propagación del evangelio en el mundo romano, sino que en gesto amplio y solidario le concede también la vida de todos los que navegan con él. Nadie perecerá aunque la nave encalle y se deshaga en los arrecifes de Malta, todos llegarán a la orilla, invernarán en la isla y continuarán el viaje hasta Roma tres meses después. La promesa del ángel los protege.

Muchos son los que navegan conmigo, mi querido ángel. No en dependencia de mí en modo alguno o en superioridad mía de ningún género, que bien sé que no la hay, pero sí en compañerismo cercano y destino compartido como Pablo y sus compañeros de travesía. En visitas y reuniones y charlas y libros y cartas y correos electrónicos me encuentro en persona o en pensamiento con compañeros de viaje en ilusión de vida y en búsqueda de puerto. Hay peligros de vientos y mareas y rocas y naufragios, y yo te pido, ángel querido, que me salves a mí… y que “me concedas” a mí, en la expresión del ángel de Pablo, la salvación de todos los que de alguna manera viajan conmigo. Salvación de escollos de esta vida y de obstáculos para la eterna, salud de cuerpo y alma y de familia y de alegría, y salud de fe y oración y fidelidad y redención. Salud y salvación en esta vida y en la otra para todos los que leen mis libros, oyen mis charlas, me escriben o me leen en mis libros o en mi página Web, o sencillamente conocen mi nombre. Que no sufra nadie, que no naufrague nadie, que no se pierda nadie. Viajamos todos juntos. Que no se pierda nadie.

Claro que para eso hay que trabajar y estar atento y denunciar peligros. Los marineros del barco de Pablo maquinaron salvarse arriando el único bote salvavidas y dejando así a los pasajeros a merced del temporal: pero Pablo los vio, los denunció, y los soldados cortaron las amarras del bote y la tripulación permaneció a bordo y dirigió la última maniobra. También los soldados quisieron matar a todos los prisioneros por miedo a que si cada uno llegaba a la isla a nado, se escaparan luego y hubieran de responder por ellos con sus vidas. Pero Pablo volvió a intervenir y a convencer al centurión Julio, de quien se había hecho amigo, de que si mataba a los prisioneros tenía que matarlo también a él, Pablo, que también era prisionero, y le aseguró que nadie se escaparía. Así se hizo. Unos nadando y otros sobre tablones de la nave rota llegaron a la orilla de Malta, y nadie se perdió y nadie huyó. Y todos, más tarde, llegaron a Roma.

Por mi parte seguiré trabajando y vigilando y haciendo lo que pueda y diciendo lo que sepa. Le pido a mi ángel que me dé alegría en esta vida como preparación de la alegría definitiva de la siguiente, y también le pido, con experiencia bíblica y ejemplo paulino, que “me conceda” la alegría de todos los que de alguna manera viajan conmigo.

Ángel querido, gracias por haberme hecho escribir estas líneas con alegría. Ahora “concédeme” que todos los que las lean, las lean también con alegría. Viajamos juntos.

 

Día 15
Os cuento

Entrevista

[El mes pasado el periódico de Zaragoza “Heraldo de Aragón” publicó esta entrevista conmigo con la ocasión de unas charlas que allí di.]

1. ¿Qué diferencias más destacadas observa usted entre la cultura oriental y la occidental?

En general destaco como rasgos generales del Oriente el ritmo de vida, la familia de tres generaciones viviendo juntas, el desprendimiento, la hospitalidad, la tranquilidad ante la muerte, la creencia en la reencarnación, la paz. Cuando yo iba a dar clases de matemáticas a la universidad del estado en Ahmedabad, India, el Canciller, Umáshankar Yoshi, que mantenía abierta la puerta de su despacho en la universidad por el calor, me decía que, sin levantar la vista de sus papeles, sabía cuándo llegaba yo a la universidad porque notaba que, en medio de la tranquilidad con que los demás andaban por el pasillo, de repente alguien pasaba por delante de su puerta a toda velocidad como una exhalación. “Ahí va el cura”, se decía él mismo. Ese era yo. Español, claro.

2. ¿Qué valores tomaría de una y otra para que el mundo fuera más justo y consiguientemente la población mundial pudiera tener una vida digna y en paz?

El mismo Canciller de la Universidad que acabo de citar, Umáshankar Yoshi, hindú y brahmán de pura cepa, me decía con suave humor que él deseaba en sueños que la India entera se hiciese cristiana por diez años, para aprender de Occidente los valores de trabajo duro, puntualidad, aprovechamiento del tiempo, excelencia, eficiencia, eficacia, productividad, honradez, y éxito; para después, desde luego, al cabo de esos diez años volver al hinduismo con sus valores tradicionales de paz, tranquilidad, espiritualidad, desprendimiento, sencillez, convivencia, y familia. Habría que pensar en hacernos hindúes por diez años. Intercambio cultural.

3. ¿Qué puede aportar la cultura oriental a Occidente?

Cuando España se abrió al turismo extranjero después de la guerra, lo hizo bajo un eslogan de propaganda que hizo fortuna. “España exporta sol” rezaban los carteles. Yo diría en un tono semejante de la India: “India exporta paz”. Desde luego que hay fricciones como en todas partes y bien conocemos las heridas recientes, pero su historia eterna, el ambiente general, el paso reposado, el tono de voz, las imágenes del Buda, los templos y las plazas, la sociedad y la familia hablan de paz y pueden transmitirla.

4. De su larga estancia en la India, ¿fundamentalmente qué aprendió?

No sé si aprendí, pero conocí otros puntos de vista. El principal fue su concepto de Dios. La base de la cultura de un pueblo es el concepto que ese pueblo tiene de Dios. “Dime a qué dios adoras y te diré quién eres.” Para entender a los griegos clásicos hay que conocer su Olimpo, y para tratar con los protestantes hay que leer a Lutero. Y el concepto hindú nos puede interesar. Menciono un rasgo. En el Occidente preocupa teológicamente la masculinidad de Dios. Dios en sí mismo no es ni hombre ni mujer, pero en Occidente lo hemos definido como Padre, y su encarnación es un hombre, Jesús, y eso preocupa ahora un poco a teólogos católicos de ambos sexos. En cambio, en la trinidad hindú, Brahma-Vishnu-Shiva, las tres personas divinas tienen sus correspondientes esposas en Saráswati-Lakshmi-Párvati, y tan Dios (no digo diosa) es Saráswati como Brahma, Lakshmi como Vishnu, y Párvati como Shiva. Seis personas divinas formando un solo Dios, o quizá mejor dicho tres personas, cada una de las tres formada y entendida en pareja masculina-femenina. Y cuando la segunda persona (coincidencia teológica) de la trinidad india, Vishnu, se encarna y se hace hombre en Krishna, su divina esposa, Lakshmi, se encarna y se hace mujer en Radha, la mujer de Krishna, y tan encarnación de la divinidad es Radha como Krishna. Eso da mucha vida a la teología, al culto, y a la devoción popular. A la Virgen nosotros la queremos con toda el alma, a mí me pasaron de pequeño por la Virgen del Pilar de Zaragoza y siempre que visito el Pilar se me saltan las lágrimas de recuerdo y nostalgia y devoción y cariño. Pero la Virgen no es Dios. Nuestro Dios es exclusivamente masculino, mientras que el Dios hindú es masculino-femenino. Y eso es importante. Si se enteran por aquí ciertos departamentos del estado, pronto vamos a tener teología hindú en nuestros seminarios. Igualdad de sexos.

5. ¿Qué consecuencias pueden tener para Occidente dichas aportaciones?

Occidente debe ante todo olvidarse de su orgullo de ser el centro del mundo. Las distancias de “el lejano Oriente”, “el Oriente medio”, “el Oriente próximo” se midieron desde Inglaterra, y esa mentalidad permanece. Es hora de cambiarla.

6. ¿Qué llevaba peor o qué le hacía sufrir más en sus primeros años de estancia en la India?

La lengua. Parecía que habíamos hecho algo con aprender inglés al llegar a la India, pero una vez allí caíamos en la cuenta de que había que aprender la lengua local de la región escogida, en mi caso el guyaratí del Guyarat. Y lo que siempre me costó, al principio y al final, y a lo que nunca me acostumbré fue el calor. Y las lluvias torrenciales de los monzones. Me calé de chaparrones sin remedio. La comida picante me costó al principio pero me conquistó pronto. La echo de menos.

7. ¿El progreso económico en la India está cambiando o puede cambiar la cultura?

Sí puede. El progreso económico junto con el crecimiento demográfico y urbano está llevando en las ciudades de la India a que los hijos e hijas al casarse vayan a vivir separados de los padres, y eso lleva a la ruptura de la familia conjunta de varias generaciones en la misma casa. Es un cambio cultural radical.

8. ¿Era previsible el batacazo de la economía de mercado descontrolada? ¿Cómo cree que puede afectar esa crisis económica en el mundo desarrollado y en el que no lo está o se encuentra en el camino?

La explosión de las hipotecas basura de la noche a la mañana ha cogido a todos por sorpresa. Se cumplió la definición del economista como “alguien que explica mañana por qué lo que dijo ayer no se ha cumplido hoy”. Esperemos que la crisis financiera, causada primordialmente por Occidente y suavizada por Oriente, nos lleve a todos a igualar niveles económicos en todo el mundo.

Las estadísticas de Santa Claus

(Matemática, ¿estás ahí?”, Adrián Paenza, RBA Barcelona 2008, p. 181)

“Como creo que aún hoy hay gente que le reclama a Santa Claus que no le haya traído lo que le pidió, les pido que sigan atentamente las peripecias que el pobre Santa tiene que padecer todos los años. Aquí va.

Existen aproximadamente dos mil millones de niños en el mundo. Sin embargo, como Santa Claus no visita niños musulmanes, ni judíos, ni budistas, esto reduce su trabajo en la noche de Navidad y sólo tiene que visitar 378 millones de chicos.

Con una tasa promedio de 3,5 niños por casa, el trabajo se rebaja a 108 millones de hogares (suponiendo que al menos hay un niño bueno por casa). Santa Claus tiene alrededor de 31 horas de Navidad para realizar su trabajo, gracias a las diferentes zonas horarias y a la rotación de la Tierra, asumiendo que viaja de este a oeste (lo cual parece lógico). Esto suma 968 visitas por segundo. Para cada casa cristiana con un niño bueno, Santa tiene alrededor de una milésima de segundo para: estacionar el trineo, bajar, entrar por la chimenea, llenar las botas o las medias o calcetines de regalos, distribuir los demás regalos bajo el arbolito, comer los bocadillos que le dejan, trepar nuevamente por la chimenea, subirse al trineo… y llegar a la siguiente casa.

Suponiendo que cada una de esas 108 millones de paradas están equidistribuidas geográficamente, estamos hablando de alrededor de 1.248 metros entre casa y casa. Esto significa un viaje total de 121 millones de kilómetros. Por lo tanto, el trineo de Santa Claus se mueve a una velocidad de 1.040 kilómetros por segundo, es decir, casi tres mil veces la velocidad del sonido.

Un reno convencional puede correr (como máximo) a 24 kilómetros por hora o, lo que es lo mismo, unas siete milésimas de kilómetro por segundo. La carga del trineo agrega otro elemento interesante. Suponiendo que cada niño sólo pidió un juguete de tamaño mediano (digamos de un kilo), el trineo estaría cargando más de 500.000 toneladas… sin contar a Santa Claus. En la Tierra, un reno normal no puede acarrear más de 150 kilos. Aun suponiendo que un reno pudiera acarrear diez veces el peso normal, Santa Claus necesitaría 260.000 de ellos.

Si no importara todo lo anterior, hay que considerar el resultado de la desaceleración de 1.040 kilómetros por segundo. En 0,001 segundos, suponiendo un peso de Santa Claus de 150 kilos, estaría sujeto a una inercia de fuerza de 2.315.000 kilos, lo que le rompería todos sus huesos al pobre Santa Claus.

Si con todos estos datos, los enoja que Santa Claus no les haya traído lo que le pidieron este año, es porque son tremendamente injustos y desconsiderados.”

Los Reyes Magos, que son los de verdad, van en camello y se lo toman con más calma. Ahora reciben peticiones por correo electrónico melchor.gaspar.baltasar@gmail.com y distribuyen los regalos por mensajero.

Me contáis

Llevo varios correos electrónicos repasando con una querida amiga la cuestión de cambiar o no cambiar. Le he contado la anécdota de la discusión que tuvo lugar entre Bossuet, defensor del catolicismo y Leibnitz que representaba al protestantismo, en el siglo XVII. El católico Bossuet lanzó su condena al protestante con un anatema fulminante desde su lógica francesa: “Tú cambias, ¡luego no eres la verdad!” Pero el protestante Leibnitz no era manco, y le contestó al momento: “Tú no cambias, ¡luego no eres la vida!”

Lo divertido de esa anécdota para mí es que desde el principio de mi formación jesuita la oí contar muchas veces en clase y en sermones, pero se nos contaba solo la primera parte, es decir, lo que Bossuet le dijo a Leibnitz, “Tú cambias, luego no eres la verdad”, y nos quedábamos satisfechos y felices con el triunfo de nuestro campeón católico (¡y obispo! Bossuet) que hizo callar al filósofo-matemático protestante Leibnitz con ese golpe claro y definitivo. “¡Tú cambias, luego no eres la verdad!”. Le metimos gol. ¡Ganamos! Uno-cero. Fue solo al cabo de muchos años cuando leyendo por mi cuenta historia y filosofía fuera de censura, me encontré con la anécdota completa y la respuesta de Leibnitz, “Tú no cambias, luego no eres la vida.” Gol del protestante. Empate con el obispo. Y me eché a reír. A uno iguales.

Jesús dijo, “Yo soy el camino, la verdad, y la vida”. Tendremos que juntarnos los dos, católicos y protestantes, para tener el evangelio completo. El camino. Con la verdad y la vida.

No es la única vez en que me han contado la historia a medias. Y siempre me he reído al descubrir la otra mitad por mí mismo.

Salmo

Salmo 48 -El enigma eterno

“Oíd esto, todas las naciones,
escuchadlo, habitantes del orbe,
plebeyos y nobles, ricos y pobres:
Mi boca hablará sabiamente
y serán muy sensatas mis reflexiones;
prestaré oído al proverbio
y propondré mi problema al son de la cítara.”

El problema es el enigma eterno de todos los tiempos y todas las edades. ¿Por qué sufren los justos mientras los malvados triunfan? ¿Es para tentar nuestra fe, para probar nuestra paciencia, para aumentar nuestros méritos? ¿Es para ocultar a nuestra mirada los caminos de Dios, para sacudir nuestro orgullo, para desautorizar todos nuestros cálculos humanos? ¿Es para decirnos que Dios es Dios y no hay mente humana que pueda atreverse a pedirle cuentas? ¿Es para recordarnos la pequeñez de nuestro entendimiento y la mezquindad de nuestros corazones?

Canta el poeta indio Kársandas Manek:

“¡Yo te acuso, Creador!
Tus misterios me confunden.
¡En tu mar flotan las piedras,
mientras las flores se hunden!”

¿Por qué sufren los justos, y los malvados triunfan? Todas las filosofías han atacado el problema, todos los hombres sabios y todas las mentes privilegiadas han tratado la cuestión. Tomos y tomos, discusión tras discusión. ¿Es Dios injusto? ¿Es el hombre estúpido? ¿Es que la vida no tiene sentido?

Los hombres han analizado el problema con su mente. El salmo lo canta con la cítara. Y ese gesto del salmista está lleno de sabiduría y de conocimiento del hacer humano. La profundidad del misterio de la vida del hombre y la mujer sobre la tierra no es para pensarla, sino para cantarla; no puede expresarse con ecuaciones, sino con mística; no es algo para ser estudiado, sino para ser vivido. Sabia lección.

Sí, hay cosas que no entiendo en la vida, muchas situaciones que no comprendo, muchos enigmas que no llego a descifrar. Ahora puedo escoger entre devanarme los sesos tratando de encontrar respuesta a preguntas que generaciones de sabios no han podido contestar… o tomar la vida tal como viene, con realismo y humildad, y contestar a sus preguntas viviéndolas con delicadeza y entrega, con responsabilidad personal y sentido social, con honradez en mis acciones y compromiso en el servicio. Eso es lo que prefiero. Prefiero tratar enigmas con la cítara que con la espada. Prefiero vivir la vida antes que gastarla en razonar cómo debo vivirla. Prefiero cantar a discutir. Como repetía Unamuno:

“Si quieres ser feliz como me dices,
No analices, muchacho, no analices.”

Acepto el enigma de la vida, Señor. Me fío de tu entender cuando falla el mío, y pongo mi vida y la de todos los hombres y mujeres en tus manos con alegría y confianza. Esa es mi manera práctica de mostrar en mi vida que tú eres Señor de todo y de todos.

“A mí Dios me salva…,
y me lleva consigo.”

Meditación

Ángeles y pastores

“Había en la misma comarca algunos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el ángel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz; y se llenaron de temor. El ángel les dijo: ‘No temáis, pues os anuncio una gran alegría que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.’ Y de pronto se juntó con el ángel una multitud del ejército celestial, que alababa a Dios diciendo: ‘Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes él se complace’.”
(Lucas 2:8-14)

 Ángeles de la Navidad. Campos de Belén, rebaños de pastores y noche de luz. Un ángel que habla, y muchos que cantan. La humildad del pesebre realzada por la gloria de los coros celestiales. El cielo entero que se regocija al ver lo que comienza a suceder en la humilde tierra. La corte entera que se traslada de las alturas a un portal porque allí ha bajado el Señor a quien adoran y a quien ahora vienen a servir y proteger en su paso por la humanidad. Algo muy nuevo para los ángeles que se acercan más a nosotros, porque a nosotros se ha acercado su Señor.

El ángel de la Navidad trae luz, trae tranquilidad en el temor, trae alegría para todo el pueblo, y trae señales para reconocer al Mesías recién nacido que, al no acomodarse a nuestras expectativas triunfalistas se nos hace difícil de identificar en pañales y pesebre. Y trae consigo todo un coro de compañeros para significar en multitud que nos protegen a nosotros como pueblo.

Se hacen amigos de los pastores, guían a los más humildes, aman los campos serenos de la noche, nos enseñan a todos humildad y sencillez y prontitud en los grandes momentos de la vida.

“Cuando los ángeles, dejándolos, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: ‘Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado.’ Y fueron a toda prisa, y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, dieron a conocer lo que les habían dicho acerca de aquel niño; y todos los que los oyeron se maravillaban de lo que los pastores les decían. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón. Los pastores se volvieron glorificando y alabando a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.”
(Lucas 2:15-20)

Los pastores creen a los ángeles, corren, ven, y al verlo todo tal como se les había dicho, encuentran fe, adquieren confianza y cuentan ellos también su experiencia con ángeles en los campos de la noche. Así los ángeles, que vivían en la tradición del pueblo de Dios en el Antiguo Testamento, se hacen presentes y reales ante los primeros testigos del Nuevo. Su estirpe continúa.

Los pastores repiten el mensaje de los ángeles. Quién ha visto un ángel no puede olvidarlo. Quien ha escuchado sus palabras no puede menos de proclamarlas. Si quiero ser apóstol de la Navidad, he de hacerme compañero de los ángeles. Para ello buscaré la compañía de humildes pastores en los campos de Belén para la cita de la media noche. ¡Gloria a Dios en las alturas!

Fundación González Vallés

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