Los textos de Carlos G. Vallés
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Año 2012
Día 15
Os cuento

Recordando a un amigo

Un equipo de televisión de Polonia ha venido para filmar una entrevista conmigo sobre Anthony de Mello. Empezaron por preguntarme si yo consideraba a Tony como cristiano, pues ellos habían hecho ya varias entrevistas sobre él en la India y les habían dicho de todo. Yo les dije que Tony era un buen cristiano, pero no un buen católico. Su amor a Jesús y a los evangelios era evidente, pero no sentía el mismo afecto ni fidelidad por la Iglesia y el Vaticano. Ante sus repetidas críticas a la Iglesia yo le dije una vez: “Tony, si eso es lo que sientes, deberías dejar la Iglesia.” Me contestó: “¿Dejar la Iglesia, Carlos? No se merece ese cumplido.” Eso no significaba mucho aprecio. Su expresión repetida era “Let the Church sit lightly on you”, que venía a decir “No te tomes a la Iglesia muy en serio” –ni siquiera para protestar contra ella. Tony fue una gran persona que hizo y sigue haciendo mucho bien a mucha gente, y por eso mismo hay que mantener su grandeza y reconocer sus fallos. La historia tiene derecho a saberlo todo.

Al llegar yo a la India Tony era novicio en Bombay y yo lo conocí allí. Luego coincidimos dos años en el teologado de Pune. Cuando yo ya estaba en Ahmedabad me enteré de que Tony había anunciado unos Ejercicios Espirituales de Mes para quien quisiera. Yo me apunté. Poco más tarde el padre provincial, José Javier Aizpún, me dijo: “Tú eres catedrático de matemáticas en la universidad, y bastantes jóvenes jesuitas se dirigen contigo. Tú sabes matemáticas, pero no psicología o dirección (counselling), y podrías ir a aprender algo de eso en los cursos de Sádhana que Tony de Mello está dando. Tiene la Maxi-Sádhana de nueve meses, y la Mini-Sádhana de un mes. Tú podrías ir a la Mini.” Le contesté: “No me conoces, Aizpún. No hay minis para mí. Si voy a Sádhana será a la Maxi.” Y fui. Gracias a un buen provincial.

Tony era eminentemente personal y original, pero también se notaban influencias en su formación. La primera fue el P. Calveras SJ, gran conocedor y director de los Ejercicios Espirituales de san Ignacio, de quien Tony los aprendió. Después le influenció América donde estudió y a la que volvió varias veces. En Sádhana solíamos decir que siempre estábamos a merced del último viaje de Tony a los Estados Unidos. Las dos grandes influencias sobre él fueron la psicología Gestalt de Fritz Perls y Barry Stevens, y el non-directive counselling (dirigir sin dirigir) de Carl Rogers.

La “Oración Gestalt” era el código de Sádhana que repetíamos constantemente ante cualquier ocasión y siempre recalcando su contenido que nunca perdía su actualidad entre nosotros:

“Yo hago lo que yo hago, y tú haces lo que tú haces.
Yo no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas,
y tú no estás en este mundo para cumplir las mías.
Tú eres tú, y yo soy yo.
y si por casualidad nos encontramos, es maravilloso.
Si no, no hay nada que hacer.”

Barry Stevens es la del libro “No empujes el río; fluye por sí mismo”, cuyo título contiene ya el libro entero. Y otra cita que yo recuerdo especialmente, cuando ella había estado en una conferencia de Fritz Perls y al salir dijo que le había estado escuchando atentamente durante una hora, que no se acordaba ni de una sola cosa de lo que Fritz había dicho ni había tomado notas, pero que lo llevaba todo metido en el cuerpo y le vendría a la memoria cuando le hiciera falta. Gestalt.

La práctica de Carl Rogers de “dirigir sin dirigir”, es algo así como poner un espejo para que la persona se vaya viendo en él al hablar ella misma ante el terapeuta que va haciendo eco a lo que ella dice. Esta era ilustración favorita de Tony:

Dirigido: – A veces siento deseos de suicidarme.
Terapeuta: – Entiendo que a veces usted siente deseos de suicidarse.
– Ahora mismo me entran ganas de acabar con mi vida.
– Le oigo decir que ahora mismo le están entrando ganas de acabar con su vida.
– Voy a levantarme de esta silla.
– Va usted a levantarse de esa silla.
– Me acerco a la ventana y la abro.
– Se acerca usted a la ventana y la abre.
– Me tiro por ella.
– Se tira usted por ella.
– (El dirigido se tira por la ventana y se oye el ruido) ¡Plop!
– (El terapeuta se asoma por la ventana, mira hacia abajo y dice) ¡Plop!
Fin de la entrevista. Y del dirigido.

Con todo, yo creo que la mayor influencia sobre Tony fue Osho. Este, que en un principio se llamó Rajneesh, fue un profesor de filosofía del norte de la India, jainista de religión y orador de masas, que se hizo célebre dando conferencias por toda la India. Yo coincidí con él en varias ocasiones en que dimos conferencias juntos en Ahmedabad y en Bombay, así es que llegué a conocerlo personalmente como colega en escenarios de charlas, e incluso me invitó a presentar en público un libro suyo. Osho estableció su escuela en Pune (donde precisamente estaba Tony), atrajo a oyentes, seguidores, y discípulos de toda la India, estableció otra escuela en Oregón, EEUU, donde fue acusado de contravenir leyes de inmigración y estuvo en la cárcel. Volvió a la India y, aunque él no escribió directamente nada, sus charlas se transcribieron en infinidad de libros (182 en la actual lista del editor) que se hicieron muy populares no solo en la India sino en traducciones en todo el mundo, y lo siguen siendo hasta el día de hoy. Tony tenía en su cuarto un armario cerrado con llave, y nadie sabía lo que guardaba en él. Cuando murió lo abrieron y lo encontraron lleno de libros de Osho de arriba abajo. Muchos de los cuentos que cuenta Tony en sus libros están sacados de allí. Y más que los cuentos. Pero Tony nunca citaba a Osho ni lo menciona en sus libros ni reconoció su deuda a él. Como yo lo conocía personalmente, Tony me preguntaba siempre por Osho cada vez que nos encontrábamos para saber sus últimas ideas y noticias. Tony no era vanidoso ni orgulloso, pero sí era ambicioso pues tenía grandes cualidades y lo sabía, y su deseo era convertirse en el Osho cristiano como él mismo me decía. Y llevaba camino de serlo. Hablaba tan bien el español como el inglés, con lo que podía acceder al mundo entero, y multiplicó sus viajes. Es cierto que él predicaba y practicaba el desprendimiento interior y la santa indiferencia, y tenía y mostraba siempre una gran paz, pero su organismo no pudo soportar la presión y murió de un infarto. Me estremece pensar que era seis años menor que yo, que ahora tengo 85. Después de “El canto del pájaro” y “La oración de la rana” estaba ya preparando otro libro al cual había dado por título “El rugido del león”. No llegó a rugir.

Les recordé a mis amigos polacos que en sus mismos libros había ya puntos objetables. Una de sus historias en “El canto del pájaro” es “La feria de religiones” en la que cristianos, judíos, musulmanes tienen cada uno su caseta… sin que Dios al final escoja ninguna. Otra historia es la del partido de fútbol de católicos contra protestantes en el que Jesús, que está entre los espectadores, aplaude lo mismo a los goles de unos que a los de los otros. También son lo mismo. Yo leí el primer manuscrito de “El canto del pájaro” y Tony se rió comentando conmigo otras historias más “avanzadas” aún… que luego suprimió y que yo no voy a contar. Y les cité a los polacos lo que el Padre General de los jesuitas, Peter Hans Kolvenbach, se dice que dijo al morir Tony: “Tony murió a tiempo. A poco más que hubiera vivido, habría tenido problemas con Roma.” También les dije que ese temor se hizo realidad, y once años después de la muerte de Tony, el entonces cardenal Ratzinger publicó desde la Congregación para la Defensa de la Fe una “notificación” en la que daba citas de los libros de Tony y concluía: “las posiciones arriba expuestas son incompatibles con la fe católica.” No se inmutaron los polacos.

Los dejé con el resumen definitivo de todo lo que decía Tony: “Caer en la cuenta… sin escoger, sin esfuerzo, sin finalidad.” Que suena mejor en inglés: “Choiceless, effortless, purposeless awareness.” Cada palabra ahí es un tesoro. Cuatro palabras llenas de sentido y de sentires. Eso era Sádhana, y así se lo dije a mis amigos polacos.

Al final les canté a voz en cuello, desafinando un poquillo, el himno de Sádhana que me imagino yace en el olvido. La letra era de Tony (típica), y la música se la puse yo tomada de la canción alemana Ein Schneider hat’ne Maus. Algunos de los polacos conocían esa canción alemana y corearon el himno al despedirnos.

“We’re sorry to let you go,
We’re sorry to let you go;
But what the hell are your doing here?
We’re sorry to let you go.”

“Sentimos que os vayáis,
Sentimos que os vayáis;
¿Pero qué diablos estáis haciendo aquí?
Sentimos que os vayáis.”

Al menos os habrá intrigado un poquito.

Me contáis

Pregunta: Usted habla mucho en sus libros de la importancia del desapego. Los apegos son lo que nos hacen sufrir, y hay que soltarlos lo más posible. ¿Pero cómo se puede vivir sin apegos? La familia, los amigos, lo que nos gusta, lo que necesitamos para vivir… todo eso son apegos. ¿Cómo desprenderse de eso?

Respuesta: Yo uso más bien la palabra desprendimiento. Pero valga el desapego. El primer apego del que muchos tenemos que desprendernos es el apego a la lógica. Quiero decir a la lógica exagerada como la que tú acabas de usar. Somos demasiado aristotélicos. El sentido común está por encima de la lógica y no hay que olvidarse. Sin apegarse tampoco demasiado al sentido común, desde luego. Claro que necesitamos cosas y amamos a personas y nos ayudan situaciones, y todo eso está bien y conlleva un interés y un compromiso con todo y con todos los que entran en nuestra vida. Pero con equilibrio. El amor es esencial en la vida. Pero el “no puedo vivir sin ti” es el peligro. En el curso de Sádhana, Tony de Mello nos hacía decirles a nuestros mejores amigos: “Te quiero mucho, espero seguir queriéndote siempre, deseo que estés siempre en mi vida y yo en la tuya; pero puedo vivir sin ti.” Es ejercicio muy sano. Recomendado a parejas de novios.

Salmo

Salmo 119 – Canción del emigrante

“¡Ay de mí, desterrado en Masac,
emigrante en Cadar!”

Nombres extraños, Masac y Cadar. Tierras extrañas para el emigrante que ama a su patria y se ve llevado por las circunstancias a vivir en sitios lejanos, entre gente que no conoce y con una lengua que no entiende. El fenómeno de nuestro siglo. La crisis de nuestra civilización. El desterrado, el expatriado, el refugiado. El emigrante. Grupos enteros de hombres y mujeres desplazados de su tierra en busca de trabajo, de justicia, de vida. Cicatrices de nuestro tiempo en la faz de la humanidad.

Rezo por todos aquellos que han emigrado lejos de su lugar de origen, de sus amigos y familia, de sus tierras. Por todos aquellos que han tenido que construir una casa lejos de su propia casa y tienen que vivir en una cultura ajena a la suya. Por todos aquellos que provienen de un país, mientras que sus hijos nacen en otro; que sufren en sus propias familias la tensión de albergar dos tradiciones bajo un techo. Por todos aquellos que sueñan con la tierra prometida mientras acampan en el desierto.

Rezo por todos los emigrantes del mundo, para que preserven sus raíces al mimo tiempo que dan flores nuevas; para que encuentren amistad y den cariño; para que sus vecinos se hagan sus amigos; y para que sus peregrinaciones sirvan para recordarles a ellos y a la humanidad que todos somos uno. Rezo por que no se consideren ya emigrantes, sino que se encuentren a gusto y en su casa, se integren estén donde estén, y prosperen en cualquier tierra con el calor de la esperanza y la fuerza de la fe.

Al rezar por ellos caigo en la cuenta de que también estoy rezando por mí mismo. También yo soy un emigrante. También yo vivo en Masac y Cedar, lejos de mi casa y entre gente que no habla mi lengua. El lenguaje del espíritu se desconoce por aquí abajo. La sociedad en que vivo habla el lenguaje del dinero, el éxito, el poder, la violencia. Yo no entiendo ese lenguaje y me encuentro perdido en mi propio mundo. Ansío llegar a otras tierras y ver otros paisajes. Sé que estoy en camino y siento complejo del exiliado junto con la impaciencia del peregrino.

Deseo para mí la síntesis que he pedido para los demás. Quiero preservar mis raíces y dar flores nuevas; valorar mi cultura y asimilar las de otras razas; amar a mi patria y amar también mi destierro; demostrar con resignación activa la esperanza que puede convertir el desierto en un jardín, y en cielo la tierra.

Hoy soy un emigrante para llegar a ser ciudadano del cielo por siempre.

Meditación

En la India cuentan el cuento de dos muchachos que se encuentran en la calle al ir en direcciones opuestas. Son amigos y se saludan efusivamente al instante con palmaditas en el hombro mientras se preguntan casi al mismo tiempo: “¿A dónde vas?” Uno contesta: “Yo voy al templo a rezar. Tenía un rato libre y ya sabes que me gusta recogerme un poco de vez en cuando y voy a hacerlo ahora. Anda, ¿te vienes conmigo? Nos vendrá bien a los dos.” Su amigo le contesta: “Yo voy a otro sitio. Mira, voy a verme con una prostituta. Ya sabes que me gusta de vez en cuando, y hoy me está esperando una. Y, desde luego, tú puedes también tener otra si quieres. Anda, ¿te vienes conmigo? Lo pasaremos bien los dos.” Pero los dos tenían fijo a dónde querían ir, ninguno convenció al otro, y al fin, después de conversar un poco de pie sobre la acera, se despidieron tan amigos y cada uno siguió su camino.

El muchacho que iba al burdel pasó su rato allí tal como lo tenía planeado, pero no disfrutó. En medio de su entretenimiento no hacía más que acordarse de su amigo, de envidiarlo secretamente y de reprocharse a sí mismo no haber ido con él al templo. ¡Cuánto mejor le hubiera venido pasar un rato junto a su amigo en un ambiente recogido, lleno de paz y de tranquilidad para el alma! Aquí en cambio estaba perdiendo el tiempo y el dinero tontamente pretendiendo pasarlo bien cuando nada le hacía gracia, y ya era demasiado tarde para cambiar y había que aguantar al menos un rato para quedar bien. Lo lamentó y se prometió a sí mismo que la próxima vez iría al templo con su amigo.

Por su parte el amigo llegó al templo y procuró recogerse y rezar con devoción, pero no lo consiguió. Todo el rato estaba pensando en su amigo en el burdel y en lo bien que lo estaría pasando y en lo tonto que había sido él mismo de no hacerle caso y aceptar su invitación y haberle acompañado cuando tan buena ocasión se le ofrecía de pasarlo bien de veras una vez. Se reprochó a sí mismo su timidez y su encogimiento, pero ya no había nada que hacer y se estuvo un rato medio distraído e inquieto, y al fin hizo una reverencia y salió del templo, prometiéndose a sí mismo que en la próxima ocasión no sería tan tonto y se iría a gusto al otro sitio con su amigo.

Queda claro el mensaje. No se trata en el cuento de recomendar ir a un burdel, cuando ni siquiera trata de recomendar ir al templo. De lo que sí trata con humor y con agudeza es de recomendarnos vivir el presente sin dejarlo contaminarse por el pasado, y de estar donde estamos sin pretender estar donde no estamos. A los dos amigos se les aguó la fiesta. Ninguno disfrutó con lo que hacía porque cada uno estaba pensando en lo que hacía el otro. Es decir, que, con la dicotomía que estoy denunciando, tenían el cuerpo en un sitio y la mente en otra. El cuerpo está siempre en el único sitio que puede estar, que es el presente, mientras que la mente se va de paseo por otros horizontes que al no ser el aquí-y-ahora para su cuerpo correspondiente causan división y estorban el gozo. Sería divertido imaginar la próxima reunión de los dos amigos. ¿Quién habló primero? ¿Y qué le contestó el otro? Materia para otro cuento.

La lección permanente sigue siendo la de entrar y salir. Entrar con todo lo que somos en todo lo que hacemos, y salir con todo lo que somos de todo lo que acabamos. No andar a medias. No dividirnos. No claudicar. “Claudicare” en latín quiere decir “cojear”. Y eso es lo que hacemos la mayor parte del día. Andamos cojeando, porque andamos mirando hacia atrás mientras avanzamos por la calle, andamos pensando en el ayer cuando planeamos el mañana, lamentamos lo que no hicimos mientras hacemos lo que queríamos hacer aunque ya no estamos seguros de lo que realmente queríamos, con lo cual no disfrutamos lo que tenemos porque pensamos en lo que no tenemos, y desde luego tampoco disfrutamos lo que no tenemos porque sencillamente no lo tenemos. Y luego nos quejamos de que la vida es dura. Sí que lo es, pero algo contribuimos nosotros mismos a hacérnosla más dura.

El ritmo limpio del entrar y salir es la fórmula sencilla para aliviar la vida. Lo que sucede es que es bien fácil de decirla, exponerla y entenderla, pero se resiste tenazmente a ser llevada a la práctica. No salimos limpios porque no entramos limpios, y no entramos limpios porque no habíamos salido de antes limpios. Y llevamos tantos años ya y tanta costumbre y tanta repetición y tanta rutina que nos han marcado el círculo vicioso de por vida, y resulta difícil romperlo. La memoria es adhesiva, pegajosa, pringosa, y no se nos acaba de marchar de los dedos, hagamos lo que hagamos. Y mientras no tengamos las manos limpias no podemos jugar limpio.

No se trata de perder la memoria de lo que hicimos. De ninguna manera. Una buena memoria es ayuda de vida y garantía de porvenir. Una buena memoria ayuda para el trabajo, para la vida social, para la propia personalidad y para el equilibrio y el disfrute de la vida. Una de las preocupaciones del avance de la edad es la pérdida de neuronas y el olvido de cosas que siempre recordamos y nos mortifica olvidar. Una memoria amplia, ejercitada, disciplinada, rápida es ornamento de la persona e instrumento de mejor vida en todos sus niveles. Apreciemos, cultivemos y honremos este don preciado de la memoria humana y sepamos usarlo plenamente con gratitud y oportunidad. Entre la memoria noblemente animal (la proverbial del elefante y la diariamente comprobada del perro y sus olfatos) y la memoria electrónica de nuestros ordenadores con su rapidez instantánea y su amplitud ilimitada, se encuentra la memoria humana, no tan rápida ni tan universal, pero cálida, oportuna, personal, sabia, que recupera la historia, forma la personalidad, llena la vida. La memoria es indispensable y de ella depende nuestro ser. Una persona sin memoria difícilmente podría llamarse persona. La pregunta fundamental, en filosofía o en mística, ¿quién soy yo?, no puede contestarse sin la memoria. Y quizá la memoria sea la única manera de contestarla. Sin memoria no hay Yo. Pero no es una memoria descarnada, escueta, electrónica. Es una memoria humana, y eso le da toda su dignidad… y todo su riesgo.

No es la memoria en sí la que nos daña. Al contrario, la memoria limpia nos beneficia sin límite. Pero la memoria se oxida en su mecanismo, se ensucia en sus engranajes, y esas adherencias son las que nos afectan. Un eficiente ejecutivo decía: “Mi memoria es como los cajones de mi mesa. Abro uno, tomo sus papeles, los leo, los vuelvo a meter, cierro el cajón y se acabó el asunto. Abro otro cajón, lo despacho, lo cierro. Y otro. Y otro. No se mezclan los asuntos y no gotean los recuerdos. Así de bien va mi negocio.” Sí, pero la vida no es un negocio, y nuestra memoria no es un mueble con cajones. Hay mezcla y hay goteo y hay filtraciones. Eso complica las cosas.

Podemos hablar de una memoria intelectiva, una memoria afectiva, una memoria de nostalgia y otra memoria de rabieta. La memoria puramente intelectual es una necesidad y un beneficio. Pero la idea nunca aparece pura, lleva siempre al sentimiento, de un signo o de otro. También eso es normal, pues el hecho pasado se presenta con la aureola del placer que engendró, o con las sombras del disgusto que trajo, y no hay memoria neutra como tal, ni puede ni debe haberla. El peligro viene cuando el sentimiento se acentúa, se actualiza, se vive de nuevo, no ya con la realidad presente de disfrutarlo o rechazarlo que imperó en su momento, sino con el arrastre morboso y perpetuado de lamentar el no tener ya aquel gozo o el tener que haber sufrido aquella pena. Eso nos hace daño. El Talmud distingue tres clases de memoria en una célebre metáfora: la memoria embudo, la memoria esponja, y la memoria criba. La memoria embudo recoge todo pero deja escaparlo todo. La memoria esponja recibe todo y mantiene almacenado todo. La memoria criba recibe todo pero deja ir lo malo y retiene solo lo bueno. A esa aspiramos.

La memoria es gran ayuda de vida cuando es memoria. Pero puede convertirse en perpetuo aguafiestas cuando invade el presente. Con ella, más que con ninguna otra facultad o sentido, hemos de aprender el juego de entrar y salir, de abrir y cerrar, de cercanía y distancia. Es bueno contemplar el álbum de fotos pasadas como lo que son, fotos del pasado, no como modelos del presente. Comencemos otro álbum.

Día 1
Os cuento

Más sobre Tony

Ha habido bastante resaca de la última Web. Tony interesa a todos, todos tenéis la imagen que de él os habéis hecho cada uno, y cualquier nuevo rasgo que no encaje en vuestro cuadro os causa inquietud. En Chile no me perdonaron cuando les dije que Tony llevaba peluca. Y sí que la llevaba (no tenéis más que examinar con atención la imagen de la portada de mi libro “Ligero de equipaje” para verificarlo), pero no encajaba con lo que sus lectores se imaginaban que era y deseaban que fuera. No era calvo del todo, pero tenía poco pelo y se ponía peluca. También cuidaba mucho, y con razón, las manchas de piel blanca que tenía en los brazos. Vitíligo o leucoderma era la afección cutánea que padecía, y leuco en griego es “blanca” o “pálida”, y derma es “piel”, lo cual resaltaba en él que era oscuro de piel. Se pasaba horas enteras tumbado medio desnudo bajo el sol de la India para ver si desaparecían las manchas blancas del pecho y los brazos, y tomaba remedios para que no se le extendieran a la cara. Y hacía bien en cuidarse en su salud y en su aspecto. Aunque el vitíligo no causa trastornos orgánicos, afea la apariencia y eso le preocupaba con razón. Pero tampoco le gusta a la gente que yo lo diga. Por lo visto se imaginan que un “santo” no debe preocuparse por su salud o por su apariencia. Se equivocan.

Os cuento otra peculiaridad de Sádhana. Frases como las siguientes, “me gusta este libro pero es muy largo”, “estamos en verano pero hace frío”, “quiero descansar pero tengo mucho trabajo” estaban prohibidas en Sádhana. ¿Por qué? Por el “pero” que llevan dentro. “Pero” es conjunción adversativa, y eso da que pensar. “Adversativa”. Convierte en adversarios dos partes de la misma frase. Divide de por medio a la persona que así piensa y así habla. Y eso destruye la unidad de la persona. Teníamos que tener cuidado en Sádhana, pues en cuanto nos descuidábamos y pronunciábamos un “pero”, se nos echaba todo el mundo encima. Había que decir “y”. Me gusta este libro…, y es muy largo. Estamos en verano y hace frío. Quiero descansar y tengo mucho trabajo. Es decir, yo soy la misma persona que quiero descansar y que tengo mucho trabajo, pero no (menos mal que no estoy en Sádhana porque ya he escrito sin querer un “pero”; ¿lo habéis notado?), pero no estoy dividido, no tengo dos identidades, no estoy riñendo entre el descanso y el trabajo; sencillamente noto la situación externa que me está ofreciendo a mí dos opciones, y yo voy escogiendo la que me parece más oportuna a cada paso para mi única y unida persona. Yo soy uno solo. ¿Encaja eso? Es más práctico de lo que parece. Es un sano ejercicio. Y nos reíamos mucho con él.

A mis amigos polacos les conté una de las anécdotas más risqué que conozco de Tony y que ni yo ni nadie ha puesto por escrito, pero los polacos la entendieron y la encajaron perfectamente, y eso me anima a contarla aquí. Espero no seáis menos que los polacos. Él era el padre espiritual de los “filósofos” que es como llamamos a los seminaristas jesuitas que, después del noviciado y las humanidades pasan a estudiar la filosofía aristotélico-tomista durante dos o tres años como parte de su formación y antes de acceder a los estudios de teología y el sacerdocio. Así es como había estado Tony aquel día dirigiendo a un “filósofo” en una entrevista rutinaria en su habitación. Tony nos contó que según iban dialogando el muchacho y él, él comenzó a sentirse sexualmente atraído hacia el muchacho. Una pura atracción sexual en la mente no es ni extraña ni pecaminosa (lo raro sería no sentirla nunca), y desde luego que Tony no era homosexual, pero él notó enseguida en su agudeza de autoexamen permanente que mientras la sentía no podía concentrarse en la dirección espiritual del momento, y entonces hizo lo que sintió que debía hacer. Se lo dijo sencillamente al muchacho. Esa simple declaración le liberó de su distracción, estableció su credibilidad, dio mayor profundidad y sinceridad a la entrevista, aligeró la continuación del diálogo, y tanto el dirigido como el director salieron edificados y reconfortados de la entrevista. Y a nosotros nos dejó con un ejemplo reciente, característico e inusual de la personalidad de Tony –también inusual. Luego nos contó el chiste del psicólogo en cuyo despacho entra una mujer joven y atractiva que a las pocas frases le dice descaradamente: “No me niegue usted que le gustaría acostarse conmigo.” Y el psicólogo le contesta tranquilamente: “Sí que me gustaría…, y no pienso hacerlo.” Nada de protestas indignadas, sino una sencilla manifestación de intención. Sí que me gustaría…, y no pienso hacerlo. Notad aquí la importancia del “y” en vez del “pero”. Es la misma persona la que siente el atractivo y la que dice que no. Nada de lucha entre “sentimientos encontrados” ni de split personality. Me gustaría y no pienso hacerlo. Integración perfecta.

Me contáis

Pregunta: Mi madre ha fallecido antes de que yo pudiera pedirle perdón por no haberme portado bien con ella. Ahora me echo en culpa a mí misma no haberlo hecho. No tengo paz. No puedo rezar. ¿Puede una persona perdonar desde la otra vida? ¿Cómo sabemos que nos ha perdonado?

Respuesta: Vamos a hablar con delicadeza y ternura, porque la muerte y la eternidad están más allá de nuestro entender. Sí sabemos que el corazón de una madre no va a permitir que su hija sufra en la tierra mientras ella goza en el cielo. El remordimiento de la hija no es cuestión de moralidad o religión, sino de psicología, y como tal debe tratarse en toda seriedad. Tomamos de este mensaje lo que realmente nos ayuda, y es el aprender a amar a quienes viven con nosotros y a decirles que los queremos. Que nadie de ellos se muera sin haberle dicho que lo queremos.

La muerte al separarnos
del que se aleja,
nos enseña a acercarnos
a los que deja.

La madre en el cielo se alegrará al ver que su hija ha aprendido la lección a tiempo en la tierra.

Salmo

Salmo 120 – Mis flaquezas

“El Señor es tu guardián,
tu defensa a tu derecha.”

Conozco el sentido de esa imagen de la guerra de otros tiempos, Señor. Yo estoy firme con la lanza o la espada en mi diestra, dispuesto a descargar el golpe, mientras mi brazo izquierdo sostiene el largo escudo que protege mi cuerpo. En esa postura quedan defendidos la parte frontal de mi cuerpo y el lado izquierdo, pero el lado derecho queda al descubierto mientras arrojo la lanza o esgrimo la espada en mortal cuerpo a cuerpo. Tú, mi guardián, lo sabes, y por eso te colocas a mi derecha para proteger con tu escudo lo que yo dejo al descubierto con el mío. Ese es mi flanco vulnerable, el punto débil de mi defensa, y tú me lo cubres. Gracias, Señor, por saber tan bien los peligros de la guerra, los peligros del mundo; por conocer tan bien mis puntos flacos y prestarte a defenderlos con tu presencia. Ahora puedo ir a la guerra. La campaña diaria de mi vida en la tierra.

Tengo debilidades, Señor, y me alegra saber que tú las conoces mejor que yo mismo. Tengo buenas intenciones y buenos deseos, pero también tengo genio y orgullo, pasiones y violencia, envidia y codicia, y nunca sé lo que haré ante un ataque súbito o una oposición inesperada. Mi flanco derecho está al descubierto, y cualquier flecha enemiga puede hacer blanco en mi cuerpo expuesto. Ponte a mi derecha, Señor, y cúbreme.

Haz que caiga en la cuenta de mis puntos flacos, de las brechas en mis defensas. Abre mis ojos para que vea esos defectos que tengo y que mis amigos conocen a la perfección, y que yo soy el único que no veo. Hazme ver lo que todos ven en mí, lo que tantas veces les molesta de mí sin que yo caiga en la cuenta, lo que todos ellos comentan entre sí sin decírmelo nunca. Ayúdame a tomar nota de mis fallos más frecuentes, para acordarme de ellos; y tú sigue protegiendo en el futuro esas esquinas de mi personalidad que sabes son las más débiles y peor defendidas. Mantén la alerta constante a mi alrededor, Señor, pues siempre me quedan flancos expuestos, y necesito tu escudo que me proteja en los momentos de peligro.

“El Señor te guarda de todo mal,
él guarda tu alma;
el Señor guarda tus entradas y tus salidas,
ahora y por siempre.”

Meditación

Agua dulce

Sucedió una vez hace años que un barco japonés tras una larga travesía llegó al delta del Amazonas y penetró en el inmenso río. Habían tardado más tiempo del calculado y se habían quedado sin agua potable a bordo Se dirigieron, pues, al primer barco que cruzaron, y pidieron por medio de señales que les dieran algo de agua potable urgentemente, si tenían suficiente. Los del otro barco, marineros locales acostumbrados a aquellas aguas, contestaron con el mismo sistema de señales: “¡Echen unos cubos al agua!” Los japoneses creyeron por un momento que se burlaban de ellos, pero luego hicieron caso, y en medio de una buena sorpresa comprobaron que el agua en que estaban navegando era agua dulce. Pudieron beber toda la que quisieron.

Navegar en agua dulce y pasar sed. Triste destino del ser humano. Los ríos en el Japón son cortos, pues las islas no les dan mucho terreno para extender su curso, y al no alargarse, tampoco se ensanchan con las pretensiones de un delta. Por eso los marineros japoneses no reconocieron un río en la amplitud de la desembocadura. Creyeron que era todavía el océano y sus aguas saladas. Todos somos isleños de cortos ríos y nos perdemos en las aguas del Amazonas.

El agua dulce está aquí mismo. Nos rodea por todas partes. Y pasamos sed. Pedimos y mendigamos a todo el que se nos acerca: “¡Danos un poco de agua!” Y cuando nos dicen que echemos un cubo y lo llenemos, creemos que no nos han entendido. El agua está aquí mismo. No hay que esperar, no hay que pedir, no hay que comprar. La salvación está en el presente. No hay más que echar el cubo al agua y beber. Quizá por ser tan sencillo no pensamos en ello. Ahora ya lo sabemos.

 

Día 15
Os cuento

De joven jugué al tenis, y me ha entretenido la autobiografía de Andre Agassi de la que os voy a transcribir algunos párrafos. Él dice que la vida se parece al tenis.

“Algunos días antes de mi 33 cumpleaños yo soy el tenista más viejo que jamás haya tenido el número 1.  Vuelo a Roma y me bajo del avión andando como un viejo. Juego el partido número mil de mi carrera. Y me acuerdo de todos ellos. Comienzo el juego contra un muchacho de 19 años, y entro en acción con esa mezcla perfecta de preocupación y despreocupación que es la mejor preparación. Pero a mitad de camino voy perdiendo. No puedo concentrarme, y sin concentración no hay juego. De repente noto en la cara de mi adversario que está empañado en ganar y con miedo de perder. Y pierde. Son los sentimientos los que hacen el juego. Mira la pelota, pero mira la cara de tu adversario.

Mi mujer Steffi me da consejos desde su experiencia. Deja de pensar, me dice. Déjate sentir. Sentir.

Tengo que jugar en Las Vegas pero me duele todo. No puedo mover el hombro. Cada intento me arranca un grito de dolor. La filosofía de mi entrenador es no huir del dolor. Aceptarlo, darle la bienvenida, reconocer que el dolor es la vida. Y la vida es dolor. Él canta en el coche:
Sufrir es recordarte
Que estás vivo.

Soy el número uno de tenis en el mundo, y sin embargo me siento vacío. Si uno se siente vacío siendo el número uno, ¿para qué sirve? ¿Por qué no retirarme sin más? Me digo a mí mismo que retirarme no resolverá mi problema esencial, no me ayudará a averiguar quién soy y qué he de hacer con mi vida. Tendré 25 años cuando me retire, y eso suena como uno que ha dejado el bachillerato en tercero. Lo que necesito es un nuevo ideal. El problema todo este tiempo es que me he equivocado de ideal. Yo nunca he querido ser el número uno, eso era lo que otros querían por mí. Yo ni siquiera quería jugar al tenis. Mi padre me obligó. Bien, ahora soy el número uno. Mi historial supera el historial de todos los demás jugadores. Los ordenadores me aman. ¿Y qué? Aquí estoy despierto en la cama, tenso como un cable, jugando al tenis en el techo.

Tengo que jugar con Chang. Juego con agresividad. Envidio sus principios y su disciplina en el juego – pero sencillamente no me gusta. Siempre va diciendo sin más que Jesús está de su parte, y cada vez que gana señala al cielo, da las gracias a Dios, le da a Dios todo el crédito, y eso me molesta. Que Dios es parcial en un partido de tenis, que Dios se declara estar en contra mío, que Dios está en el lado de Chang, todo eso es estúpido e insultante, una mezcla de egoísmo y religión que me revienta. Le gano en cuatro juegos. Jesús pierde.

Llevo un tiempo pasando por una crisis personal. No es ya perder un juego sino cuestionar mi misma existencia. Sencillamente me rebelo contra todo. Me he acuchillado el pelo, me dejo crecer las uñas, incluso una que mide cinco cm. y está pintada de rojo como un coche de bomberos. Me he agujereado el cuerpo, he violado reglas, me he saltado horarios, me he liado a puñetazos, he cogido rabietas, he evitado clases, incluso me he metido en las cabinas de las chicas de noche. (Bollettiery Tennis Academy) Me he bebido litros de whisky, con frecuencia sentado en mi litera. ¿Qué me queda para rebelarme? ¿Qué nuevo pecado puedo cometer para demostrarle al mundo que no soy feliz y que quiero irme a casa?

Juego un partido de entrenamiento con mi padre. Voy ganando 5-2 y tengo el saque para ganar. Nunca he derrotado a mi padre, y ahora parece que va a perder. De repente se va de la pista. Coge tus cosas, dice, nos vamos. Prefiere escaparse que perder ante su hijo. Por dentro sé que es la última vez que jugamos uno enfrente de otro. Cojo mi bolsa, cierro la cremallera de la funda de la raqueta, y siento una emoción mayor de la que nunca haya experimentado al ganar. Esta es la victoria más dulce de mi vida, y no será fácil tener otra mejor. Es más que toda una carretilla llena de dólares de plata porque esta es la victoria que ha hecho por fin que mi padre se aparte de mí.

Mi padre ha fabricado el dragón, una malvada máquina que me tira pelotas a una velocidad y frecuencia increíbles. Ponerse delante de ella es el mismo infierno. Mi padre dice que si les doy a 2,500 pelotas cada día, les habré dado a 17,500 a la semana, y al final del año les habré dado a casi un millón. Cree en las matemáticas. Los números, dice, no mienten. Un muchacho que les da a un millón de pelotas cada año será imbatible.

Tengo siete años, estoy hablando conmigo mismo porque tengo miedo y porque yo soy la única persona que me escucha. Me digo en voz baja, Déjalo, Andre, sencillamente déjalo. Tira la raqueta y márchate de la pista, ahora mismo. Vete a casa y come algo bueno. Juega con Rita, Philly, o Tami. Siéntate junto a tu madre cuando está cosiendo o haciendo puzzles. ¿No te parece bien? ¿No te sentirás como en el cielo, Andre?  Sencillamente dejarlo. No volver a jugar al tenis. Pero no puedo. No solo es que mi padre me perseguiría por toda la casa con la raqueta, sino que algo en mis entrañas, algún músculo profundo y escondido no me deja. Odio el tenis, lo odio de todo corazón, y sin embargo sigo jugando, sigo ejercitándolo toda la mañana y toda la tarde porque no tengo opción. Por mucho que yo quiera dejarlo, no puedo. Me sigo pidiendo a mí mismo el dejarlo, y sigo jugando, y esa oposición, esa contradicción entre lo que quiero hacer y lo que de hecho hago, es la médula de mi vida.

Soy relativamente joven. Treinta y seis. Pero me despierto como si tuviera noventa y seis. Después de tres años de correr, pararme en seco, saltar alto y bajando con fuerza, ya no siento a mi cuerpo como mío, sobre todo por la mañana. Y luego por eso mi mente ya no se siente como mi mente. Cuando abro los ojos me siento como extraño a mí mismo, y aunque esto no es nuevo, por las mañanas es cuando más lo siento. Repaso rápidamente los hechos básicos. Me llamo Andre Agassi. Mi mujer se llama Stefanie Graf. Vivimos en Las Vegas, Nevada, pero ahora mismo estamos en un piso en el hotel Four Seasons en Nueva York porque estoy jugando en el 2004 U.S. Open. Mi último U.S. Open. Mi último campeonato para siempre. Juego al tenis para ganarme la vida, aunque odio el tenis, lo odio con una pasión oscura y secreta, y siempre lo he odiado. Cuando esta última pieza de mi identidad se ajusta en su sitio, caigo de rodillas y murmuro: que se acabe esto, por favor. Luego: no estoy preparado para que se acabe. Entonces, desde el cuarto de al lado oigo a Stefanie y a los niños. Están desayunando, hablando, riendo. Mi deseo intenso de verlos y tocarlos, junto con la necesidad urgente de cafeína, me da fuerzas para levantarme, ponerme en la vertical. El odio me pone de rodillas, el amor me pone de pie.

[Construyó un colegio con su nombre, y esta es una experiencia significativa con uno de sus estudiantes.]
No hace mucho, al pasear por el colegio me paró un estudiante. Tenía quince años, era tímido, tenía ojos muy despiertos y mejillas salientes. Me dijo si podía hablarme en privado.
Claro que sí, le dije.
Fuimos a un cuarto fuera del pasillo.
No sabía por donde empezar. Le dije que empezara por el principio.
Mi vida cambió hace un año, me dijo. Mi padre murió. Lo mataron. Lo asesinaron, quiero decir.
Lo siento.
Después de eso me encontré perdido. No sabía qué hacer.
Sus ojos se llenaron de lágrimas.
Después vine a este colegio, dijo. Y eso me dio una dirección. Me dio esperanza. Me dio vida. Por eso estaba esperando a verle a usted, señor Agassi, y cuando usted vino tuve que presentarme y decirle esto. Gracias.
Yo lo abracé. Le dije que era yo quien tenía que darle las gracias a él.

[Juega contra Marcos Baghdatis y le gana. Después de un partido agotador se tumban los dos en dos literas paralelas en los vestuarios.] “En mi visión periférica detecto un leve movimiento. Me vuelvo y veo a Baghdatis alargar la mano. Su rostro está diciendo, Lo conseguimos. Yo extiendo mi mano, cojo la suya, y nos quedamos así, las manos juntas mientras la pantalla de televisión enfrente de nosotros va repitiendo las escenas de nuestra lucha salvaje. Volvemos a vivir todo el partido. Volvemos a vivir nuestras vidas.”
Me contáis

Pregunta: Mi marido me ha pedido permiso para acostarse de vez en cuando con otra mujer. ¿Puedo dárselo?

Respuesta: No. La obligación de no ir con otras mujeres no se la impones tú, se la impone la ley de Dios que él ha de respetar y aceptar en su conciencia. Otras cosa es que tú “le perdones”, pero aun en eso hay que tener cuidado. Tú le puedes, e incluso debes perdonarle el daño y ofensa que a ti te hace por la situación en que te pone, pero no puedes perdonarle su ofensa a Dios, y para eso ha de ir ante el confesor que representa a Dios en el sacramento de la reconciliación. Y ese perdón conlleva el propósito de enmienda.

Una cosa sí te digo y es que el matrimonio es más importante que el sexo. Por vosotros y por vuestros hijos y por la sociedad entera hay que hacer todo lo posible para llevar adelante el matrimonio. Espero lo consigas.

Salmo

Salmo 121 – Ciudad de paz

Jerusalén, tu nombre es “Ciudad de Paz” y, sin embargo, no has visto la paz desde que te fundaron. Estás destinada a ser la ciudad donde todas las tribus se reúnan para unirse y, sin embargo, a través de la historia solo han venido a ti para luchar. Tus muros han sido edificados y destruidos una y otra vez; un templo nuevo se erigió sobre las ruinas del antiguo, muchos gobernantes se han sentado en el trono de David y hoy la policía armada patrulla tus calles día y noche.

Jerusalén, ¿qué ha sido de tu paz? ¿Por qué ha huido siempre de tus murallas, a pesar de proclamarla con tu deseo y con tu nombre? ¿Por qué está tu historia llena de sangre, y tu cielo sigue ennegrecido por el odio? ¿Es tu nombre “Ciudad de Paz” o “Ciudad de Terror”? ¿No eres tú el corazón de las tribus de Israel, la cuna de la fe del hombre, la patria de todos los hijos de Dios? ¿Por qué eres ahora noticia en los periódicos, en vez de ser bendición en la plegaria? ¿Por qué has de ser protegida tú, cuyo deber y privilegio era proteger a todos cuantos vinieran a ti?

Seas lo que seas, Jerusalén, yo siempre seguiré de camino hacia ti. Peregrino perpetuo de tu eterno encanto. Siempre soñando en tus puertas, peregrinando a tu templo, escudriñando el horizonte para ver cuándo aparece el perfil de tus torres contra el cielo azul. Para mí, tu nombre resume todo a lo que aspiro llegar en esta vida y en la otra: justicia, felicidad, salvación, paz. Tú eres símbolo y esperanza, fantasía y plegaria, piedra y poesía. Siempre camino hacia ti, y me lleno de alegría cuando oigo decir a mis hermanos: “Vamos a la casa del Señor.”

Te deseo todo lo mejor del mundo, Jerusalén. Deseo que tus mercados prosperen y tus jardines florezcan, que tus pueblos se unan y tus torres permanezcan. Y, sobre todo, te deseo que hagas honor a tu nombre y tengas paz y la des a todos aquellos que vengan a buscarla en ti desde todos los rincones del mundo.

“Desea la paz a Jerusalén:
‘Vivan seguros los que te aman,
haya paz dentro de tus muros,
seguridad en tus palacios’.
Por mis hermanos y compañeros voy a decir:
‘La paz contigo’.
Por la casa del Señor nuestro Dios,
te deseo todo bien.”

Meditación

El verdadero ecologista

Solo es ecologista
el que ha dejado de hacerse daño a sí mismo.
(Chamalú)

Soy tan parte de la naturaleza que al dañarme a mí mismo hago daño al ambiente que me rodea. Y al dañar al ambiente, me daño a mí mismo que vivo en él. Ese es el vínculo estrecho que convierte el cuidado propio en virtud altruista, y la generosidad desinteresada en beneficio personal. El ecologismo no es práctica opcional de elección voluntaria. Es ley de vida y responsabilidad de persona en el entorno, que vive con los que en él vivimos, y enferma cuando nosotros enfermamos. Somos uno con el aire que respiramos y la tierra que pisamos. Su suerte, a nuestro lado, es nuestra suerte.

El que fuma no solo enturbia sus pulmones sino el aire que lo rodea. El que corta un árbol en su patio reduce su oxígeno. El que mancilla un césped pierde frescura. Y el que insulta a la naturaleza pierde dignidad, respeto, nobleza. Todo daño hecho hacia fuera se vuelve hacia dentro, y todo ataque al entorno es pérdida en el centro. Somos entraña en el cuerpo del universo.

Pensándolo en positivo. Al hacer el bien a los demás y a lo demás, me lo hago a mí mismo. Y al hacerme el bien a mí mismo, el verdadero y sincero y permanente bien, lo hago también a todo lo que existe a mi alrededor. Una vida sana, limpia, equilibrada, responsable y atenta a todo, no solo es el mejor favor que puedo hacerme a mí mismo, sino al mismo tiempo el mejor servicio que puedo prestarle a la sociedad y al universo entero. Ese es su mérito.

El ecologismo es caridad porque piensa en los demás, piensa en futuras generaciones, piensa en beneficios ajenos, se sacrifica por resultados que nunca verá. Al practicar la caridad hemos pensado en el “prójimo”, el cercano, el vecino, el hermano. Era la manera auténtica de empezar. Ahora levantamos la vista y aprendemos a amar en la práctica a hombres y mujeres del mañana, es decir, a planear ventajas y preparar entornos para gente por venir, a conservar el planeta y mejorar los ambientes para generaciones que aún no han nacido, a renovar la naturaleza para pueblos que no nos conocerán para darnos las gracias. Todo esto es amor. Todo esto es el gran mandamiento. Todo esto es generosidad desbordada en desinterés universal. Todo esto es evangelio.

El bien de uno es el bien de todos. Y este “todos” incluye ya no solo a hombres y mujeres, sino, con generosidad progresivamente abierta y nuevamente aprendida, a todo lo que vive y existe a nuestro lado, a todo lo que es vida y naturaleza, todo lo que es creación. A todo se extiende el abrazo hermano en la familia universal que a todos nos une.

La conciencia ecológica nos ha revelado el daño que nos hacemos a nosotros mismos con hábitos nocivos, por universales y aceptables que hasta ahora nos hubieran parecido. Ya no podemos alegar inocencia. Dejemos de hacernos daño. Es el primer ecologismo.

Día 1
Os cuento

Ya hemos resucitado

Esto le preguntaron al Buda una vez, y esto contestó:
– ¿Cuántos discípulos tiene usted?
– Diez mil.
– Y de ellos, ¿cuántos han sido ya iluminados?
– Todos. Pero ellos no lo saben.

La iluminación en el budismo es el abrirse los ojos del alma, el ver la realidad, el descubrir el verdadero sentido de la vida, el animarnos a ser realmente lo que somos en nuestra vida humana y ganarnos lo que estamos llamados a ser en la eternidad. El Buda, huido del palacio y meditando bajo un árbol, tuvo esa experiencia que iluminó su mente con el resplandor de la verdad, y lo convirtió de príncipe contrariado en maestro realizado para ayudar al despertar espiritual de muchos a través de los siglos. Y se pasó el resto de su vida contándoles a los demás lo que le había pasado a él.

“Buda” significa “El Iluminado”, y el nombre define la persona y vida de Siddharta Gautama. Ver la Verdad es la experiencia suprema de la vida, y el que la ve no puede callarse, no puede contenerse, tiene que hablar, que comunicar, que animar, que convencer. “No podemos no hablar” decían los apóstoles cuando contaban sus encuentros con Jesús resucitado (Hechos 4:20). Es la fuerza del testimonio personal que es la base indispensable de toda predicación y de toda doctrina. Luego la gente reacciona de distintas maneras. A quien no espera nada, no le sucede nada.

Esto que parece un diálogo inocente, una de tantas anécdotas del Buda que nos divierten y nos enseñan, es en realidad algo más serio y que también a nosotros los cristianos nos toca de cerca. San Pablo usa el mismo lenguaje con nosotros: “Dios nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él.” (Efesios 2:6) Lo importante es la gramática de la frase. San Pablo usa los dos verbos “nos ha resucitado” y “nos ha sentado” en aoristo, que en griego es el tiempo del verbo para describir una acción definida y acabada en tiempo pasado. Ya ha sucedido. Ya está hecho. Estamos sentados con Cristo Jesús en el cielo. Lo que pasa es que no nos hemos enterado. Como los discípulos de Buda que están ya iluminados pero no lo saben. Hemos resucitado pero no nos hemos dado cuenta. No se nos nota. No estamos convencidos. Nietzsche nos reprochaba: “Los cristianos deberíais aparecer un poco más redimidos para que os tomásemos en serio.” La resurrección de Jesús fue maravillosa para él pero todavía no se nota en nosotros. Y ni siquiera hace falta sentarse debajo de un árbol para transformarse. Basta con creer de verdad lo que nos enseña nuestra fe. Ya hemos resucitado.

Es lo que los biblistas llaman “el optimismo paulino”. San Pablo veía las cosas así. Ya se veía resucitado y sentado al lado de Jesús como la cosa más natural del mundo. Era el gran optimista. Y ese optimismo es el modo de ser cristiano. Ya hemos resucitado.

Me contáis

Pregunta: ¿Qué opina usted sobre la ordenación sacerdotal de las mujeres?

Respuesta: La Iglesia ha dado por cerrada la cuestión con su negativa que llama expresamente “definitiva” (aunque no “dogmática” o “infalible” o “ex cátedra” que la convertiría en dogma); pero se sigue hablando, y el semanario católico inglés The Tablet sigue publicando número tras número un anuncio a favor de la idea. A mí no me mueve la idea de que como hay cada vez más escasez de sacerdotes, habrá que ordenar a mujeres para poder continuar el culto. Eso sería introducir el sacerdocio femenino como a regañadientes por la puerta de atrás y porque no habría otro remedio, lo cual no me parece digno. Yo arguyo más bien, con toda humildad y respeto, pero en sentido directo, desde mi conciencia responsable y cristiana.

El argumento fundamental de la Iglesia para no ordenar mujeres es que no tiene mandato de Jesús para ello, ya que Jesús no las ordenó. A eso digo yo que Jesús ordenó a hombres casados, con lo cual la Iglesia sí tiene mandato de Jesús para ordenar a hombres casados, y sin embargo la Iglesia latina se niega a hacerlo. Con lo cual el argumento de “el mandato de Jesús” no parece convincente. La Iglesia latina se niega a ordenar a hombres casados aunque Jesús los ordenó, y sin embargo dice que no puede ordenar a mujeres porque Jesús no las ordenó. No encaja.

No me parece bien que se prohíba hablar de ello. Mejor es que se vaya formando libremente lo que los teólogos llaman “el sentido de los fieles” (sensus fidelium) a través del cual también dirige a la Iglesia el Espíritu Santo. Me has preguntado, y te contesto humildemente lo que opino, aunque arriesgue el cuello al decirlo.

Salmo

Salmo 122 – La oración de mis ojos

Mis ojos hablan al volverse a un lado y a otro, y hoy son mis ojos los que rezan al volverse hacia ti, Señor.

«A ti levanto mis ojos,
a ti, que habitas en el cielo».

Mis ojos miran hacia arriba, porque, en figura y en descripción humana, tú estás en los cielos, y los cielos están en lo alto. A lo largo de la rutina del día, llevo de ordinario la vista baja para ver donde piso, o mirando justo enfrente de mí, no para ver a la gente, sino para no chocar con ella. Veo gente y tráfico, edificios y habita­ciones, libros y papeles, colores pintados y palabras im­presas. Veo mil imágenes en un instante. Al único a quien no veo es a ti. He abierto los ojos, pero siguen cerrados.

Cuando hablo con la gente, caigo en la cuenta de que mis ojos también hablan. Me traicionan. Declaran, sin mi permiso, mis gustos y repugnancias, mi interés o mi aburrimiento, mi placer instantáneo o mi genio enfurecido. Un guiño de los ojos puede decir más que todo un discurso. Una mirada de amor puede encerrar más afecto que todo un poema amoroso. Los ojos hablan en silencio, con ternura, con eficacia. Son mis mejores embajadores.

Hoy mis ojos se vuelven hacia ti, Señor. Y eso es oración. Sin palabras, sin peticiones, sin cantos. Sólo mis ojos vueltos al cielo. Tú sabes leer su lengua y entender su mensaje. Mirada tierna de fe y entrega, de confianza y amor. Sólo mirarte a ti. Volver los ojos despacio hacia arriba. Siento que me hace bien. Mis ojos me dicen que les gusta mirar hacia arriba, y yo les dejo seguir su inclinación, y acompaño la dirección de su mirada con los deseos de mi alma. También a mi alma le gusta mirar hacia arriba, Señor.

«Como están los ojos de los esclavos
fijos en las manos de sus señores,
como están los ojos de la esclava
fijos en las manos de su señora,
así están nuestros ojos en el Señor Dios nuestro,
esperando su misericordia».

Meditación

Romper el cántaro

Cuando el cántaro se rompe
su espacio se hace infinito.

Se trata del Yo. Mi cántaro querido y acostumbrado, el recipiente terreno de mi existencia, la conciencia acariciada de mi presencia en el mundo, la concha de mi ser. Lo que yo soy ante mí mismo y ante los que me conocen, mi memoria y mi pasado, mi personalidad y mi carácter, mis recuerdos y mis sueños. Todo lo que soy y me siento y me adivino. Mi propio ser. Mi yo.

Es todo lo que soy, claro, y por eso tiene tanta importancia para mí. Son todos mis ahorros, por así decirlo, y los cuido con esmero y los protejo con celo. Tienen que durarme toda una vida y, espero, toda una eternidad. Son mi única posesión, mi hacienda, mi todo. Soy yo mismo y por eso es tan valioso, tan único para mí este molde de mi ser. Es todo lo que tengo. Todo lo que soy. Lo más querido para mí.

Pero también veo que es algo bien limitado. Un trocito mínimo de existencia. Una mota de polvo. Un átomo en la creación. El cántaro, por bien trabajado que esté, es breve y escueto, y abraza solo una porción reducida de espacio. Y también sé, con intuiciones de fe y proyecciones de esperanza, que ese espacio limitado está llamad a hacerse grande, a unirse con otros espacios en hermandad sentida, a abrirse a la creación entera y al Creador mismo en unidad mística de amor sustancial. El cántaro está llamado a hacerse firmamento. Lo sé y lo deseo.

¿Cómo se hará? Eso es lo difícil. Más que difícil, penoso. Se hará rompiéndose. Es la única manera. La condición del infinito es la ruptura de lo limitado. Quien quiera seguirme ha de nevarse a sí mismo. Quien quiera salvar su alma, la perderá. Quien quiera conservar su cántaro se ahogará en él. Para abrirme he de dejar que se rompa. Y eso me duele. Me da miedo. Me causa la sensación de que voy a quedar desnudo, sin nada donde asirme. Sé que ese es el salto que me llevará a la vida. Pero me aterra la soledad del vacío. ¿Qué será de mí sin mi cántaro? Y ahora oigo en eco revelador de mi pegunta inquieta: ¿Y qué será de mí si me aferro a mi cántaro? No quiero quedarme enano. Más me vale confiar y saltar. Es el precio de la inmensidad.

Es egoísmo, es apego, es miedo. Es el Yo que se niega a bajar del trono, a dejar las riendas, a abandonar el centro del círculo. Lo ha sido todo siempre y teme que sin él nada va a funcionar. No le faltan argumentos, datos, persuasiones. Le sobra razón. Pero en el fondo sabe que él mismo sobra y que su retirada humilde es el comienzo de la verdadera salvación. Es preciso que Él crezca y que yo disminuya. Que Él sea todo en mí y que yo me retire para dejarle sitio. Que yo rompa mi cántaro para que me llene su infinidad. Lo sé con la sabiduría de Oriente y Occidente que coinciden en señalar el Yo como el obstáculo definitivo para la liberación final. Pido el coraje para dar el paso.

Cántaro querido, déjame que te rompa con cariño. Créeme, por favor, que es lo mejor que nos puede pasar.

 

Día 15
Os cuento

La vida a los 90

[Esto es lo que dije hace unos días en una reunión familiar con una amiga que cumplía los 90 años.]

Ya que han hablado los jóvenes, vamos a hablar los viejos. Algo de derecho tengo porque yo también me acerco a la cifra, y de experiencia porque yo ya preparé la fiesta del 90 cumpleaños de mi madre en su día. Ella me lo pidió y me dijo: “Mira, hijo, a los 100 llegan pocos, así es vamos a celebrar los 90 para estar seguros.” Lo hicimos por todo lo alto, y luego ella siguió y llegó… ¡hasta los 101! Así es que prepárate, Mari Ros, que va para largo. Esta fiesta de tus 90 años nos servirá de ensayo para la de los 100.

La vida a los 90. La Biblia dice algo sobre la edad. Salmo 90:10: “Setenta son los años del hombre sobre la tierra, y si es fuerte, ochenta. La mayor parte son trabajo y sufrimiento, pasan pronto y desaparecen.” De los noventa no dice nada. Seguro porque son los mejores. Yo le oí a un compañero alegre y divertido en la India cuando fuimos a celebrar su noventa cumpleaños decir con toda la ilusión del alma: “¡La vida comienza a los noventa!” Así es que prepárate a disfrutarla. A mí me leyó el horóscopo un adivino según la posición de las estrellas el día en que yo nací, pero no bastaba la fecha y había que saber la hora para calcular la posición exacta de los astros en el momento de asomar la cabeza. Yo no la sabía porque no me di cuenta en el momento, y hube de preguntarle a mi madre: nací a las 9 de la noche. Y por lo visto me fui a dormir como hay que hacer a esa hora. Pues bien, el astrólogo calculó la posición de los astros en el cielo a las 9 de la noche del 4 de noviembre de 1925 y declaró que yo viviría 96 años. Espero dejarlo corto.

Cuando mi madre se acercaba a los 90 años me escribió una carta en la India diciendo que ella ya no iba a vivir mucho, que estaba sola porque mi hermano se había casado y no había más familia que cuidara de ella, que sabía que aquel año yo me jubilaba de la cátedra de matemáticas en la universidad, y que volviera a Madrid a cuidarme de ella lo poco que le quedaba de vida. Yo no quise nunca salir de la India y la carta me sentó muy mal. Lo reconozco. Pero pensé que la madre estaba por encima de todo, que era cuestión de poco tiempo y que yo volvería pronto a la India a mi trabajo y a mi entorno. Y vine a Madrid. Pero mi madre, que entonces cumplía 90, vivió hasta los 101 como os he dicho. Es decir que para entonces yo ya había desarrollado mi campo de trabajo aquí en España, había accedido a Latinoamérica a donde se vuela tan fácil desde Madrid, todo lo cual amplió mi campo de trabajo con gran fruto y alegría para mi alma. Con esto Dios me pagó bien pronto el cuarto mandamiento. Y os digo una cosa curiosa. De los diez mandamientos en la Biblia solo uno tiene una promesa añadida, y es precisamente el cuarto mandamiento: “Honra a tu padre y a tu madre para que se prolonguen tus días sobre la tierra.” Es decir, que Dios os bendecirá a todos vosotros por cuidar de vuestra madre y abuela con tanto cariño, y “prolongará vuestros días sobre la tierra”. Preparaos, todos, a una vejez feliz.

Has sido profesora, Mari Ros, y de eso voy a hablar porque yo también he sido profesor y sé la gran bendición que nuestra profesión conlleva. El reconocimiento, más tarde o más temprano, explícito o implícito, del bien que les hemos hecho a nuestros alumnos al contribuir a la educación de tantos y tantas a lo largo de muchos años. Muchas anécdotas quedan en la memoria del profesor, y un par de ellas bastarán para recobrar y apreciar el ambiente. Yo las cuento de mi experiencia.

Yo enseñaba matemáticas a una clase de 110 alumnos en un salón anfiteatro y de una hora cada sesión. Las chicas se sentaban en las primeras filas, los chicos en las siguientes, subiendo siempre de los más listos a los menos hasta los enchufados allá al final contra la pared del fondo. Teníamos un listón muy alto para la admisión, 80% en la calificación del examen de entrada, pero siempre nos venía a visitar esos días el obispo con casos como el del muchacho que no había superado el 50% pero que era hijo del señor que le había regalado el coche al obispo, y nosotros teníamos que pagar por el coche. Desde entonces me han caído mal los obispos.

Éramos la mejor universidad, y ante mí tenía yo los mejores talentos jóvenes de toda la región. En la primera fila de todas, en la misma mitad se sentaba una chica que bien recuerdo. Ila Shah. Guapa, elegante, alegre, inteligente. Lo tenía todo. Su rostro era el primero que se encendía al ir yo escribiendo ecuaciones en la pizarra y siguiéndolas ella, y poco a poco se iban abriendo las demás caras subiendo de fila en fila mientras yo me fijaba: ‘Ya me han entendido hasta la fila cuarta. Aún me faltan tres.’ Así pasó el curso y el siguiente y toda la carrera. Los muchachos y muchachas vinieron a despedirse, se marcharon, nos dejaron el recuerdo vivo de un curso feliz. Ila Sha vino a despedirse de mí, me pidió la bendición y siguió su vida. En la India las chicas no estudian para ejercer una carrera sino para obtener un buen marido, ya que un título académico ayuda a encontrar un novio de mayor categoría. Así tenemos doctoras que no han puesto una inyección en su vida, y abogadas que nunca han defendido un caso. Pasó el tiempo y un día el correo me trajo un sobre alargado con una participación de boda. Antiguos alumnos suelen invitar a profesores que recuerdan, y yo siempre que pude fui a esas bodas porque sabía lo que significaba para ellos. La presencia de un religioso garantiza el éxito del matrimonio en su modo de ver. Se acercan los novios, se inclinan, tocan ambos con las puntas de los dedos los pies del sacerdote y este les pone las manos simultáneamente sobre la cabeza. Es todo un rito que he repetido muchas veces, y siempre me hace a mí más bien que a ellos. Emociones profundas que hacen la vida.

Fui a la boda de Ila. Se presentó deslumbrante en su vestido de novia, que es siempre un sari de color blanco con borde rojo y que llevan con una elegancia exquisita. Se acercó sin decir nada, se inclinó, me rozó los pies y yo posé mi mano derecha sobre su velo de novia. La emoción mutua nos llenó a los dos. Al vernos otra vez frente a frente los dos teníamos los ojos húmedos. Yo no tenía problema con el maquillaje, pero ella hubo de arreglarse polvos y colores por las lágrimas, y cuando nos serenamos un poco le dije. “Vamos a ver, Ila. Repaso de trigonometría. ¿Cuánto es seno al cuadrado de alfa más coseno al cuadro de alfa?” Ella se echó a reír y se rindió: “¡Suspenso!” Yo sentencié: “¡Te has olvidado de todas las matemáticas que te enseñé!” Y ella al instante me contestó con seriedad alegre: “Sí. Me he olvidado de todas las matemáticas; ¡pero del profesor de matemáticas no me olvidaré nunca!” Tampoco yo me he olvidado de Ila. Por allí andará con su familia y sus hijos y el recuerdo que le dejé. Bendita muchacha.

El día que comenzaba el curso y llegaban en pelotón los nuevos alumnos yo me colocaba siempre en la puerta a la entrada de la universidad, los iba saludando, y de vez en cuando le paraba a alguno, le preguntaba su nombre, de dónde venía, qué quería estudiar…, y a veces les añadía una pregunta más seria: “Ya has estudiado mucho. ¿A qué vienes ahora a la universidad?” Me contestaban más o menos lo mismo. “Después del colegio, la universidad, ¿no es eso?”, “Vengo como todo el mundo viene”, “He sacado buenas notas y aquí vengo”, “Me mandan de casa y aquí estoy”. Pero un muchacho me resultó distinto. Me fue contestando a las preguntas de rutina, pero al llegar a la última se paró y se quedó callado. Yo esperé. Él dijo: “¿Se lo cuento?” – “Cuéntamelo si quieres, Mahendra.” Yo ya había aprendido su nombre. Se puso serio y me contó: “Mi madre murió cuando yo era muy pequeño. Tenía solo dos años. Y murió de una enfermedad que tiene cura, de tuberculosis, pero en el pueblo no había un buen médico, cuando cayeron en la cuenta ya era muy tarde, la llevaron en carreta de bueyes a la ciudad pero ya no se pudo hacer nada y se murió. Y me dejó a mí muy triste desde entonces. Yo ahora he trabajado mucho, he sacado buenas notas para poder entrar aquí, y lo que quiero es lograr entrar en la facultad de medicina y estudiar allí y ser médico. Y luego, si mi madre murió porque no había un buen médico en el pueblo, yo haré que no se muera la madre de ningún niño pequeño en el pueblo en que yo esté. Aquí se nos saltaron las lágrimas a los dos.

Este otro incidente habré de explicarlo un poco pero lo entenderéis. A otro muchacho le pregunté nombre, aldea, planes, y mientras íbamos hablando le puse la mano en el hombro como gesto de amistad y confianza. En cuanto le toqué, el muchacho dejó de hablar. Se quedó mudo. Miró hacia abajo. ¿Qué le había pasado? ¿Qué le había hecho yo? Me fijé. Estaba llorando. “¿Por qué lloras, hijo? ¿He dicho algo que te haya ofendido?” Él alzó la cabeza, se secó las lágrimas, y con el rostro serio todavía y sin sonreír me dijo: “Yo soy intocable y usted lo sabe. Y sin embargo usted me ha tocado. No sabe lo que eso significa para mí. Gracias.” Me quedé de una pieza. Yo sabía que la intocabilidad estaba prohibida en la misma constitución de la India desde su independencia, pero también sabía que sobre todo en los pueblos aún quedaba mucho por andar. Yo sabía que el chico era intocable y que él sabía que yo lo sabía porque me había dado su nombre y apellido. El apellido define la casta. Las cuatro castas de brahmanes, soldados, comerciantes, y agricultores, y la no-casta de los intocables, los sin casta. La llevan en el apellido para no esconderla. Por eso yo sabía que el chico era intocable, pero a mí eso no me suponía nada y le toqué solamente en gesto amistoso entre amigos sin más. Pero el gesto desencadenó una tormenta. Que yo, no ya indio de casta sino, lo que es mucho más, europeo, extranjero, blanco, alto y noble, profesor y escritor le hubieses puesto la mano en el hombro era algo insólito para él. Era una experiencia, una vivencia, una lección de cosas, un episodio práctico y real en su vida que cambiaba su enfoque y realzaba su valor. De alguna manera, con aquel gesto sencillo se borraba una historia de prejuicios, inferioridades, maldiciones, rechazos. Una mano en el hombro alegra una vida.

Otro muchacho, con problemas de familia en su casa, tras haber venido muchas veces a verme y a contarme su situación, me dijo un día: “No lo comprendo, padre, pero siento más confianza y más afecto hacia usted que hacia mi propio padre.” Me halagó su cumplido, y luego me sorprendió su explicación: “Claro, en la encarnación anterior usted era mi padre y yo era su hijo. No hay otra explicación.” Le dije que desde luego eso explicaba todo. Nuestro profesor de teología, el jesuita austriaco Hans Staffner, en Pune, nos decía en clase que como la mitad de la humanidad, hindúes, budistas y jainistas, creen en la rencarnación, y la otra mitad, cristianos, musulmanes y judíos, no creemos, hacemos bien en mantener nuestra opinión siempre que respetemos la contraria. Explica muchas cosas.

El último año de carrera nos proporcionaba en clase los temas y teoremas más temidos por los alumnos y más desafiantes para los profesores. No olvidaré el día en que como profesor invitado a otra universidad hube de explicar ante los alumnos de último curso el célebre teorema de “la condición necesaria y suficiente para la existencia de la función inversa de una función de variable compleja”. Con buen tiempo y sin equivocaciones la prueba del teorema lleva una hora entera. Yo lo estudié. Ya me lo sabía de otros años pero siempre repasaba yo al día cada teorema que había de explicar por bien que me lo supiera. Y así lo hice esta vez. Comencé ecuación tras ecuación, tablero tras tablero, sin parar ni mirar atrás. Se van anotando los resultados parciales, se formulan las nuevas hipótesis, se avanza en la demostración sin un momento de respiro. El suspense que se genera es mayor y más intenso que en la mejor novela de Agatha Christie. El resultado final ha quedado anotado en la esquina superior izquierda del tablero, y a él hay que llegar sin diferencia ni duda alguna al final de la larga y elaborada demostración. Cualquier equivocación frenará el argumento y estropeará la conclusión. El tiempo pasaba. Sin mirar al reloj, y solamente viendo por dónde iba la demostración de la fórmula, calculaba yo cómo andábamos de tiempo, pero al final me enfrasqué en la tarea de tal manera que no me quedó conciencia del tiempo ni de nada, y seguía como un loco escribiendo y borrando ecuaciones y ecuaciones. En la India no se le permite al profesar llevar apuntes a clase, de modo que todo tenía que ir bien estudiado y memorizado hasta el último detalle. El esfuerzo era fabuloso. Por fin llegó el ansiado final. Dejé el tablero limpio, escribí en él el último resultado alcanzado, y lo comparé con el que esperaba escrito en la esquina superior izquierda del tablero. Eran exactos. Y en aquel mismo momento sonó solemne la campana de fin de clase. Los alumnos aplaudieron, respiraron, cerraron sus cuadernos, se levantaron y me rodearon dando gritos. Ojalá fueran así siempre las matemáticas. Esos días no se olvidan nunca. Aunque ya no pueda yo reproducir sobre el tablero la prueba de la existencia de la función inversa en una variable compleja.

G. H. Hardy fue el matemático inglés más célebre de mediados del siglo pasado. A principios de siglo las matemáticas se enseñaban sin rigor alguno, y las demostraciones tal como se daban carecían de todo valor. Él fue quien estableció el rigor en teoremas y problemas, y se dedicó a la misión de introducir el rigor en la matemática, en frase suya, “con el celo de un misionero predicándoles la Biblia a caníbales”. Me hizo pensar que si yo hiciera por Jesucristo lo que aquel hombre hacía por las matemáticas, yo sería un santo.

Hardy era ateo. Se llamaba a sí mismo “enemigo personal de Dios”, aunque eso no es precisamente negarlo sino atacarlo, y decía que la mayor desgracia de su vida era tener que haber vivido al lado de una iglesia católica y oír cada día las campanas de su torre. En cambio también contaba el mejor día de su vida cuando asistía a un partido de cricket, el gran juego de los ingleses, nada menos que en el “Ovalo” de Londres, catedral del cricket en Inglaterra, y en un día de sol espléndido. Un rato después de comenzar el partido hubo que detenerlo porque alguien del público le estaba mandando reflejos con en espejo a los ojos del jugador que recibe la pelota y que no podía verla con el sol en los ojos. Se investigó el área de donde podían venir los rayos, y se descubrió que los reflejos solares venían de la gran cruz pectoral de plata que el arzobispo de la ciudad llevaba sobre su sotana roja. Hardy se pasó la tarde enviándoles postales, que eran su medio favorito de comunicación, a todos los curas que conocía. Leo el final del libro:

“Nunca he hecho nada ‘útil’. Ninguno de mis descubrimientos ha supuesto ni es probable que suponga, directa o indirectamente, para bien o para mal, el más mínimo cambio en el bienestar de la humanidad. Es verdad que he ayudado a otros a hacerse matemáticos, pero precisamente matemáticos como yo, y su carrera, al menos en cuanto yo la influencié, ha sido tan inútil como la mía. A juzgar por todos los criterios prácticos, el valor de mi vida matemática es cero; y fuera de las matemáticas es trivial de todos modos.”

Pesimismo injustificado que lo llevó a intentar suicidarse, y a comentar, cuando no lo consiguió, que ni eso había sabido hacerlo bien. Triste episodio que nos recuerda que por sí solas las matemáticas no bastan. Hace falta algo más para llenar la vida.

Y para acabar te cuento la anécdota más bella de mi vida de profesor, que también refleja la tuya aunque a ti quizá no te lo hayan dicho expresamente, pero les quedó tu influencia en la memoria. Varios de mis discípulos pasaron a ser ellos mismos profesores de matemáticas. En la India hay un examen de ingreso en la universidad que es muy difícil y que es necesario aprobar para estudiar una carrera. Es examen escrito, y el alumno no sabe quién es el que corrige su examen, y el examinador no sabe de quién es el examen que corrige, pues todo va por números. Pero hay modos y sobornos para enterarse, y un discípulo mío que ahora era profesor y examinaba el examen de ingreso en la universidad recibió la visita privada de un señor que le dijo ser el padre del alumno cuyo examen llevaba el número que le dijo, que el examen la había salido mal pero que el chico sabía y quería hacer una carrera, y le ofreció una cantidad de dinero si aprobaba a su hijo. El profesor le contestó: “¿Cómo me hace usted esa propuesta vergonzosa? ¿No sabe usted que yo soy discípulo del padre Vallés?” También se me humedecen los ojos aquí. Como ves, soy muy sentimental.

La vida sigue, Mari Ros, y nosotros con ella. A nuestra edad podemos hacer tres cosas para mantenernos en forma. Primera: pasear. Algo todos los días, con bastón o sin él, lejos o cerca, pero todos los días. Segunda: leer, mantenernos informados, tener interés por saber noticias, seguir acontecimientos, comentar, discutir. Tercera: relacionarnos. Familia, amistades, reuniones, visitas. El contacto con los que nos quieren nos mantiene vivos y alegres.

Esos son mis recuerdos, paralelos sin duda a los tuyos, Mari Ros. Te han hecho lo que eres a los 90 años con la alegría de tanto bien hecho y vivido. Al ver la foto que han puesto en el programa de tu fiesta y comentar lo bien que estabas en ella, me dijeron que era tu foto del DNI. Ya sabes que en la foto del DNI todo el mundo sale mal. Tu foto es la mejor foto de DNI que he visto en mi vida. Que te dure siempre esa sonrisa.

Día 1
Os cuento

Ayer me encontré con un compañero jesuita de mis años jóvenes que ahora es misionero en Japón, y con él recordé un rato largo otros compañeros queridos, con nostalgia especial por los que ya no están con nosotros. Uno de esos nombres, Juanjo, ha sacudido más mi memoria, y se me empañan los ojos al escribir esto pensando en él. A él le debo haber ido a la India, que es lo mejor que me ha sucedido en la vida. Os cuento cómo fue.

Yo nunca había pensado en ir a misiones. Una vez en el noviciado hubimos de responder por escrito a una encuesta sobre misiones que comenzaba preguntando: “¿Han tenido las misiones alguna influencia en su vocación de jesuita?” Yo contesté: “Ninguna.” Y taché todo el resto del cuestionario. ¿Qué pasó entonces?

Pasó que un jueves llovió en Oña, la localidad cercana a Burgos donde yo cursaba los tres años de filosofía de nuestra carrera de jesuita. (La gente del pueblo tenía un dicho que nosotros repetíamos alegremente durante aquellos tres años: “Naces en Oña, vives en Oña, mueres en Oña; hazte cuenta de que no has nacido.”) Los jueves eran los días de paseo largo por la tarde, tres horas por los alrededores, el Pico del Águila, el Caballón, Aguas Cándidas que era un pueblo por cuya Calle Mayor fluía un arroyo de agua limpia y cristalina – pero nunca al pueblo vecino de Oña pues teníamos prohibido el contacto con seres humanos. Íbamos de tres en tres en “ternas” asignadas oficialmente de semana en semana y charlábamos animadamente primero media hora en latín y luego en castellano, y nos reíamos tanto en una lengua como en la otra. Pero si llovía, no había paseo. Ni había ternas. Nos juntábamos dos o tres según bajábamos y nos pasábamos la tarde dando vueltas a cubierto en el soberbio claustro gótico del antiguo monasterio cisterciense que ahora era nuestro seminario.

Aquel jueves llovió, y yo me encontré dando vueltas al claustro gótico con un buen compañero. (Este era Juanjo.) En una de las primeras vueltas me soltó de repente: “Hermano Vallés, [nada de “Carlos” y nada de “tú” sino “Hermano” con el apellido y siempre de usted] ¿por qué no nos vamos a las misiones?” Yo le dije que nunca se me había pasado por la cabeza, pero él arguyó de esta manera en lenguaje de novicios: “Mire usted, hermano, ya hemos dejado el ‘mundo’ por Cristo, pero ahora ese ‘mundo’ que hemos dejado se nos está metiendo por la puerta de atrás. A usted lo van a destinar a Roma a ser profesor de Sagrada Escritura en la Universidad Gregoriana nada menos, que es un gran honor; y a mí me mandan a estudiar una carrera también para ser profesor en nuestra Universidad de Deusto, que es otro honor. Para eso no hemos venido aquí. Ya que hemos dejado el ‘mundo’, vamos ahora a dejar el país, a ir a cualquier tierra lejana de misiones donde no nos conozca nadie, donde tengamos que aprender una lengua rara que nunca dominaremos, y donde pasaremos la vida ignorados sirviendo a otros anónimamente sin gloria ni honores. El Padre Provincial va a venir pronto aquí a darnos ya nuestros destinos definitivos. Vamos a pedirle que nos destine a las misiones.” Dimos muchas vueltas – al claustro y al tema – pero no me convenció.

El jueves siguiente volvió a llover. Y volvimos al claustro. Y volví a dar vueltas con Juanjo. Y él volvió a la carga. Y me convenció. ¡A las misiones! Y seguimos hablando. Había un problema. A mí me destinaban a la Gregoriana, y no iban a mandar a un futuro profesor de Roma a perderse en el trabajo, digno pero no precisamente intelectual, de las misiones. Pero Juanjo no se desanimó y me sugirió el truco. El papa Pío XII había hecho un llamamiento a misioneros para el Japón. El Japón había perdido la guerra ante Estados Unidos, y como consecuencia se estaba abriendo por primera vez en su historia a la influencia, lengua, cultura de América, y el papa razonaba que se abriría también a la religión y se convertiría fácilmente al cristianismo. En consecuencia, Pío XII llamó al Padre General de los jesuitas, Wlodimir Ledóchowski, y le ordenó, invocando el voto especial de obediencia al papa que hacemos los jesuitas, que mandase inmediatamente el mayor número posible de jesuitas de todos los países del mundo de misioneros a Japón. Esa era mi oportunidad.

El mismo día le escribí una carta al Padre Provincial, Fernando Arellano, pidiendo el destino al Japón. Me contestó a vuelta de correo: “Al Japón, no. A la India, sí. El Padre General nos ha encomendado a nuestra Provincia de Loyola la misión del Guyarat en la India; lo primero que quiero hacer es establecer una Universidad Católica en la capital del Guyarat, Ahmedabad, y estaba pensando en nombres para ser sus primeros profesores. Yo voy a visitarlos a ustedes pronto en Oña y estaba ultimando los destinos definitivos que ustedes esperan. En su caso yo no veía claro todavía a dónde mandarle a usted, pues tenía varias propuestas, pero su carta lo ha decidido. ¡A la India! ¡A comenzar la nueva universidad! Yo mismo quiero visitar la India e iré en noviembre con todos ustedes acompañando al grupo de los destinados este año. ¡Enhorabuena!” En noviembre llegué a la India con el nuevo grupo acompañado del Padre Arellano. Me mandó directamente a Madrás, donde estaba la mejor universidad de la India, a hacer la carrera de matemáticas con vistas a la nueva universidad en Ahmedabad. De ahí partió mi vida.

Así fue como mi feliz destino a la India se debió a que llovió dos jueves consecutivos por la tarde en Oña. La meteorología puede ser más importante de lo que parece. La amistad, también.

Gracias, Juanjo. (Perdón, “Gracias, Hermano Madariaga”.) La amistad ha sido siempre lo primero en mi vida, y tú fuiste un gran amigo.

El Japón no se convirtió. El papa se engañó. El compañero del Japón con quien me encontré ayer y hablé de todo esto conocía la historia y se refirió a ella como “el espejismo de Pío XII”. Espero os haya divertido la repetida mención de “el mundo” entre nosotros. Era la terminología del catecismo: “los enemigos del alma son tres: mundo, demonio y carne”. Y había que vencerlos. Ese era nuestro lenguaje. Y nuestro esfuerzo. Juanjo fue destinado a Venezuela. Allí vivió, trabajó, y murió. No volvimos a vernos. Se me salen las lágrimas.

Recuerdo la fecha de la carta del Padre Provincial. 15 de febrero de 1949. Fiesta de san Claudio de la Colombière (entonces beato). Esa carta cambió mi vida.

Me contáis

Pregunta: No entiendo cómo actúa la Divina Providencia. Acepto que los hombres seamos libres, lo cual puede causar daños y males a otros, pero en la naturaleza no entramos los hombres, y sus terremotos y volcanes y sobre todo sus veranos en que nos asamos de calor y sus inviernos en que nos helamos de frío y hasta se muere la gente, no vienen de mano del hombre sino directa y únicamente de la mano de un Dios omnipotente y amante que puede y quiere darnos lo mejor a los hombres en la tierra que ha creado para nosotros. ¿No podía, entonces, haber hecho un planeta algo más adaptado a la habitación humana?

Respuesta: Tampoco yo entiendo a la Divina Providencia, J.R., y siento frío en invierno y calor en verano, y me pregunto si Dios no podía haber hecho un planeta un poco más templado y más amable. Cuando veo en la mitad del invierno en las calles de Madrid por la mañana temprano a pobres que han pasado la noche gélida acurrucados en un portal, se me sacude el alma. Hay mucho esfuerzo cristiano para eliminar la pobreza en el mundo, pero nunca llega a todos. La Divina Providencia no es para entenderla sino para aceptarla, J.R. De la Divina Providencia trata la fe, no la filosofía. El filósofo Leibniz se hizo célebre con su teoría de que nuestro mundo actual es el mejor de todos los mundos posibles, porque Dios, que es perfecto, no puede menos de haber hecho lo mejor que podía en la creación como lo haría un buen padre que construyera una morada para albergar a sus hijos. Muy lógico, desde luego, pero basta abrir los ojos para ver que no es verdad. Hay mucha miseria en el mundo causada directamente por los elementos sin intervención del hombre. Yo prefiero decir que sí, que Dios es todo lo que respetuosamente y devotamente decimos de él, que es bueno y omnipotente y justo y amante, pero que sobre todo es eminentemente libre, y no se ata por lo que nosotros creamos de él ni se porta como nosotros le decimos que se porte. Y ha mostrado su libertad haciéndonos sudar un poco y estornudar otro poco. A veces basta con el pañuelo.

Salmo

Salmo 123 – Atrapado en la trampa

En mis malos ratos, pienso, Señor, que la vida es una trampa. Perdóname por decir esto ante ti, que has hecho la vida y eres el responsable de su funcionamiento; pero a veces me siento como atrapado en las redes de una existencia sin valor y sin sentido, como un pájaro en el lazo del cazador. De nada me sirve agitar las alas o mover frenéticamente las piernas. Estoy apresado en la tenaza de acero de mi duda mortal. No puedo ir a ningún sitio. Quizá es que no hay ningún sitio adonde ir.

De todas las depresiones que sufro, este sentido de impotencia es la mayor prueba. No puedo hacer nada. No soy nada. Un pedazo de arcilla, una masa inerte, un vacío existencial. Mi vida no cuenta para nada, si es que puede llamarse vida. No le supongo nada a nadie, y menos a mí mismo. Mi llegada a este mundo no ha cambiado en nada la faz de la tierra, y tampoco la cambiará mi salida. El viento va y viene, pero al menos columpia a las flores y hace cantar a los árboles. Yo no valgo ni para eso. No cuento para nada. Veo la vida como un juego cruel en el que me echan de aquí para allá, sin que siquiera me pregunten adónde quiero ir y qué quiero hacer. O, más en profundidad el hecho descarnado es que yo mismo no sé adónde quiero ir ni lo que quiero hacer. Las raíces de mi impotencia se hunden en mi propio ser. Eso es lo que me desespera.

Estoy atrapado, alma y cuerpo, en una trampa que yo mismo he puesto. Quizá esperaba demasiado de la vida, de mí mismo, de ti, Señor, si es que puedo hablarte cuando ni siquiera tu existencia me dice nada (y perdóname por decirte esto, pero es sólo para marcar el límite de mi desesperación). Tenía esperanzas que no se han cumplido y sueños que no se han hecho realidad. La vida me ha estafado con toda la cruel indiferencia de un juego de azar. Estoy sumido en la miseria de un vivir sin sentido.

La única oración que puedo hacer hoy, Señor (y aun ésa la he de tomar prestada palabra por palabra del salmo, ya que yo no tengo fuerzas para crear hoy mi oración), es pedirte que me saques pronto de las tinieblas en que estoy, para que pueda hacer mías de verdad las palabras que tú has inspirado:

«Hemos salvado la vida
como un pájaro de la trampa del cazador;
la trampa se rompió y escapamos.
Nuestro auxilio es el nombre del Señor,
que hizo el cielo y la tierra».

¡Rompe la trampa pronto, Señor!

Meditación

La tierra cansada

El mundo está cansado,
por eso todos estamos cansados.
(Dicho indio omagua)

“La vieja tierra” la llamamos. Tiempo lleva dando vueltas sobre sí misma y alrededor del sol. Razón tiene de andar un poco mareada y cansada. Son muchas edades, mucho roce, mucho desgaste. Y siempre la misma órbita, las mismas estaciones, los mismos eclipses. Mucha rutina y mucho aburrimiento. Al sacudirse de vez en cuando en un terremoto, parece sacudirse la pereza. Casi se iba a dormir y se acordó de que ha de seguir dando vueltas. Sacudida y al tiovivo. Que siga la feria.

Yo creo que no es así. Yo no creo que la tierra está cansada y nos comunique su cansancio a nosotros, sino al revés: yo creo que somos nosotros los que estamos cansados y, en pura proyección psicológica para descargo nuestro, acusamos de cansancio a la tierra para poder quejarnos de que ella nos ha contagiado. Eso es calumniar a la tierra. Los reos del cansancio somos nosotros.

Nosotros sí que estamos cansados de dar vueltas y vueltas a una órbita repetida de aburrimiento diario. La misma casa, el mismo trabajo, las mismas caras, los mismos problemas. Y, más importante, las vueltas que damos alrededor de nosotros mismos tratando de mejorarnos, de purificarnos, de madurar como personas y de crecer en el espíritu. Y no parece que hayamos conseguido mucho, sino cansarnos y desanimarnos en el empeño. Lo que más cansa es el sentir que nuestros esfuerzos por mejorar no dan fruto. ¡Tantas vueltas y estamos donde empezamos! ¿Para qué seguir?

Cada vez que de tiempo en tiempo voy a una amiga psicóloga para limpiar fondos, me encuentro con la desagradable sorpresa: complejos que yo creía resueltos están todavía firmemente asentados, y bloqueos que yo consideraba disueltos siguen firmes dentro de mí anulando el camino. ¿Pero no habíamos trabajado esto ya? Sí, y hay que volver a trabajarlo. Los mismos resentimientos, los mismos miedos, los mismos condicionamientos, la misma ansiedad. Toda esa programación insidiosa de que soy esclavo desde que estoy vivo y que yo creía ya sobradamente desenmascarada, desafiada, contrarrestada, depurada, resulta que está todavía viva y activa dentro de mí, y ata mis potencias y reduce mis energías. Da pereza volver a enfrentarse otra vez con el mismo reto… sabiendo que otra vez ha de volver.

Y aquí es donde la tierra me da fuerzas, porque ella sigue fielmente el camino de siempre. Otra vez el calendario y las mareas, los solsticios y los equinoccios. Con la misma ilusión y la misma fe. Claro que hay que pasar una y otra vez por el invierno y el verano del desencanto y del vigor. Pero con la cabeza alta y el entusiasmo intacto ante la tarea que siempre es noble precisamente porque siempre sigue.

La tierra está llena de vigor, y su vigor alimenta el nuestro. ¡Seguimos en órbita!

 

Día 15
Os cuento

El complejo de culpa es una triste herencia que arrastramos los mayores. Cuando éramos jóvenes, todo era pecado. O eso nos decían y nos lo creíamos. Bastaba un solo “mal pensamiento” consentido por un instante para irte al infierno por toda la eternidad si no te habías confesado enseguida o habías hecho un acto de perfecta contrición que se nos advertía era muy difícil hacer y nunca podía uno fiarse de hacerlo bien. Eso explicaba las colas ante el confesionario cada mañana para poder comulgar. Fila… espera…;padre, bueno, anoche…;hijo, en penitencia tres avemarías y la comunión… El “mal pensamiento”, por cierto, no era precisamente el pensar asaltar un banco, sino solo sexo. Los sábados los congregantes oíamos misa ante el altar de la Virgen en una capilla lateral, y como no tenía sagrario colocaban antes en la patena tantas formas como chicos iban a comulgar. Para eso se nos preguntaba a cada uno delantede todos: ¿Tú comulgas? Todos sabíamos lo que la pregunta significaba. Y se colocaba el número de formas correspondientes. El complejo de culpa se reforzaba.

En la India me encontré con que solo se considera pecado lo que le hace daño a alguien. No hay obligación de ir al templo ni de rezar oraciones ni de “amar a Dios sobre todas las cosas”. No hagas daño a nadie, y con eso cumples. Es decir, los pecados son los mismos que en todas partes, pero la diferencia es que, mientras no se le haga daño a nadie, el pecado no es una ofensa a Dios sino solamente es la transgresión de una ley, algo así como aparcar el coche bajo un cartel de “Prohibido aparcar” sin estorbarle a nadie, lo cual lleva a una multa si te cogen, y a nada si no te cogen. Nadie se acusa en confesión de haber aparcado el coche en segunda fila. El pecado, en la India, es ofensa a Dios solamente si le hace daño a alguna persona, que Dios toma como hecho a sí mismo. Si no, es puramente una transgresión de una ley que se reduce a pagar la multa sin más. Lo divertido es que la multa puede pagarse después de cometer la falta o antes. Eso es muy cómodo, pero habrá que explicarlo.

Un amigo mío brahmán, y como tal vegetariano en conciencia, se sirvió pollo en una comida de toda la facultad de la universidad en que yo estaba sentado a su lado. Se volvió a mí, y me dijo sencillamente: “Ya sé que esto no me está permitido, que el comes carne es pecado para mí, pero como sabía que iba a comer aquí y me aprovecharía para comer pollo que mi mujer no me da en mi casa, antes de venir aquí fui al templo a hacer la ofrenda a Dios en penitencia del pecado que iba a cometer, y así puedo disfrutar ahora del pollo con buena conciencia. Está riquísimo.” Yo no creo que Dios se ofendiera con el buen brahmán.

Me recordó la anécdota que había leído de una señora en Nueva York que se encuentra por la tarde con que no tiene nada de cena para su marido, coge el coche y sale a toda prisa para comprar algo de comer. Tanta prisa que un guardia la para y le pone una multa por exceso de velocidad. Ella le ruega: “Mire usted, tengo mucha prisa porque no tengo nada para cenar y mi marido se enfadará. Voy a comprar algo y volver a toda prisa. ¿Puede usted ser tan amable como para ponerme ya la multa de vuelta y así ahorramos tiempo?” Hace reír, y explica la situación. No le está haciendo nada malo a nadie, solo está faltando a una ley, y pide poder pagar la multa antes de la infracción.

Confesión antes de pecar. Como decirle a un confesor una tarde de viernes: “Mire, padre, soy joven, voy a pasar el fin de semana con amigos y amigas, y bueno, habrá algo de todo, ya sabe. ¿Podría usted darme ahora de antemano la absolución para el fin de semana y así lo puedo disfrutar más tranquilo?” Hace sonreír, pero explica la diferencia entre Oriente y Occidente. Otro amigo hindú me dijo claramente: “Pecado como limitación metafísica del ser humano, sí; pecado como ofensa a Dios, no.” Repito que se trata de pecados que no le hacen daño a nadie, pues si se le hace daño a alguien ya es reprobable y ofende a Dios; pero en la mayor parte de los casos (como no ir a misa,trabajar en domingo, mentir sin consecuencias, y sobre todo sexo voluntario que es el candidato más popular) no se le hace daño a nadie. Entonces se trata solamente de la transgresión de una ley, y la multa puede pagarse antes o después. Tiene sus ventajas. Mientras no se le haga daño a nadie, el “pecado” no es “ofensa de Dios” sino pura transgresión deuna ley que se paga con la multa correspondiente. Sin que eso nos haga “pecadores”. Eso aprendí yo en la India. Claro que antes, como he dicho al principio, todo era pecado, y ahora nada lo es. Hemos ido de un extremo a otro como era de esperar. A ver cuándo encontramos el medio.

Cuando les cuento todo esto a mis amigos, me dicen que tienen muchas ganas de ir a la India.

Me contáis

Pregunta: ¿Es verdad que el papa quiso aprobar la píldora anticonceptiva y se negaron los cardenales? He oído algo de eso y me gustaría saber la verdad.

Respuesta: Es un asunto desagradable pero tienes derecho a saberlo, y te cuento la verdad. La píldora anticonceptiva se había empezado a comercializar a mediados del siglo XX, y ante las dudas de los católicos de si estaba permitida o no, el papa Juan XXIII nombró en 1963 una comisión para estudiar el tema y aconsejarle debidamente. Murió ese mismo año y fue sucedido por Pablo VI. En 1965 la comisión, por mayoría absoluta de dos tercios, le recomendó a Pablo VI la aprobación de la píldora, y él entonces consultó en privado a los obispos que formaban parte de la comisión, y que le recomendaron lo mismo. El papa, a quien llamaban Hamlet por lo mucho que dudaba y procrastinaba, se estuvo tres años pensándoselo. Al fin, en julio de 1968, publicó la encíclicaHumanae Vitae, y en ella prohibió terminantemente el uso de la píldora y demás anticonceptivos. Es decir, que actuó en contra de la mayoría absoluta de dos tercios en las comisiones que él mismo había nombrado. El Cardenal Ottaviani, decimotercero hijo en familia numerosa (por lo que él mismo decía que si en tiempo de sus padres hubiese habido píldora, él no existiría), conservador que llevaba en su escudo cardenalicio la leyenda SEMPER IDEM (siempre igual), y confidente cercano del papa, le convenció que si cambiaba la doctrina de la Iglesia y permitía ahora lo que hasta entonces había prohibido, perdería credibilidad. Pablo VI se dejó convencer, y prohibió la píldora en su encíclica Humanae Vitae de 1968. A pesar de la prohibición pontificia, la píldora se impuso en la práctica, y yo te puedo contar cómo me enteré yo de todo esto. Yo estaba en la India cuando todo esto sucedía, y me enteraba a través de revistas católicas pero me caía muy lejos porque yo trataba enteramente con indios (lo que yo llamaba “mi parroquia hindú”) y a ellos no les preocupaba el tema de la prohibición de la Iglesia católica, y yo respeto la conciencia de cada cual en dirección espiritual. Volví por entonces a España por primera vez, y pregunté sobre qué actitud se tomaba en el confesionario sobre el tema de la píldora, y el padre superior me dijo: “Ellas no lo mencionan, y nosotros no preguntamos.” Divergencia asumida de doctrina y práctica. Sigue la prohibición y sigue la práctica. Irónicamente, la Iglesia perdió credibilidad por negarse a cambiar. Ottaviani estaba equivocado.

Salmo

Salmo 124 – Perseverancia

“Los que confían en el Señor
son como el monte Sión:
no tiembla,
está asentado para siempre.”.

La vista de una montaña siempre me alegra el alma. Adivino que será porque la montaña representa solidez; aguante, perse­verancia, y yo necesito esa cualidad en mi vida. Una montaña so­bre el horizonte es lo que yo querría ser en mis ideas y en mi con­ducta: firme y constante. Por eso me gusta sentarme sobre rocas y contemplar la cumbre de piedra que se alza frente a mí: esa pos­tura y esa larga mirada es una oración para que la firmeza de la montaña se comunique a mi vida.

“El monte Sión no tiembla.”

Yo no puedo decir lo mismo. Cualquier viento de adversidad me sacude y me derriba. Como también cualquier brisa de adulación ligera me levanta en el aire, para estrellarme luego con mayor violencia contra el suelo. Dudo, vacilo, temo. Pierdo el valor y no tengo constancia. Empiezo mil empresas y las dejo todas a medias. Prometo esfuerzo diario, y lo interrumpo al día siguiente. No puedo confiar en mí. Y ahora tú, Señor, me señalas el único camino que lleva a la constancia: con­fiar en ti. “Los que confían en el Señor son como el monte Sión”. La confianza en ti es mi apoyo y mi fortaleza.

Enséñame a confiar en ti, Señor, para que mi vida se asiente y se ordene. Enséñame a fiarme de ti, ya que no puedo fiarme de mi mismo. Enséñame a escalar el monte Sión con el deseo y con la fe, para encontrar en su cumbre lo que no encuentro en mi valle. Enséñame a buscar apoyo en la roca eterna de tu palabra, tu pro­mesa, tu amor, para que halle en ti lo que echo de menos en mí. Haz que llegue yo a sentir en mi vida la realidad de esas bellas palabras de tu salmo:

“Jerusalén está rodeada de montañas:
así rodea el Señor a su pueblo
ahora y para siempre.”

Meditación

La puerta

Un dicho esotérico
del Patriarca Dogen:
“Para llegar a la Puerta
has de ser recomendado
por diez mil seres.”

Un poco misterioso parece. Aunque ya de cerca no lo es tanto: “Llegar a la Puerta” es desde luego llegar a donde estábamos llamados a llegar como fruto de nuestra vida y destino de nuestro ser. La meta se llama paradójica y alegóricamente “Puerta” porque el llegar es pasar y el acercarse es entrar. La cuestión es como llegar allí. Y resulta que nos hace falta recomendación para ello. Y no de uno o de otro sino de nada menos que diez mil seres. ¿Quiénes son esos diez mil seres? ¿Por qué diez mil? Diez mil es cifra universal para incluir a todos, es decir, a todos aquellos seres que han entrado en contacto con nosotros a lo largo de nuestra vida. Y ellos son los quehan de recomendarnos. Sin su intercesión cumulativa no podemos llegar.

La mujer ha de ser recomendada por el marido, y el marido por la mujer. Padres por hijos e hijos por padres. Conocidos, amigos, parientes, sirvientes, compañeros, maestros, discípulos. Todos aquellos a quienes conocemos y que nos conocen aunque solo sea de un roce casual. Todos han de testificar a nuestro favor para que podamos llegar. Y no solo personas, sino todos los seres. Perros y gatos, pájaros y caballos, plantas y árboles, flores y prados. La casa en que vivo, el cuarto que ocupo. El aire que respiro, la tierra y los astros, la luna y el sol. Todos han de ser testigos favorables y recomendar mi causa si he de llegar.

¿Y cuál es la recomendación que de ellos espero? No se trata de que digan si he sido bueno o malo, que la creación no juzga a hombres y mujeres, sino solamente de que testifiquen que estuve allí, que me vieron, que me rozaron y que yo también los vi a ellos, les saludé, les sonreí al pasar leve y alegremente ante ellos en mi marcha por la vida. Tienen que testificar que he vivido, es decir, que me he dado cuenta de ellos, que no he pasado por lavida como un ciego, sordo y atolondrado, que he visto colores y he escuchado voces, que he estado donde estaba con conciencia presente y atención alerta, que me he enterado de dónde estaba y he tocado y he sentido y he amado y he vivido. Esos son mis testigos ante la Puerta final.

En algunas carreras de barcos, coches, motos o esquí, el corredor ha de pasar necesariamente por ciertos puestos fijos, y si se salta alguno, queda descalificado. Y hay controles para verificar el paso. Algo así han de hacer los diez mil seres para mí. No están para decir que he ganado la carrera, sino que he pasado por ellos. No me he saltado los controles. No he ignorado el dolor ni el gozo, no he escapado de la compañía ni de la soledad, no he cerrado los ojos ante la belleza y la fealdad, no me he tapado los oídos ante la música ni el ruido. He pasado por cada puesto con plena conciencia del momento vivido. Cuando diez mil seres digan eso de mí, llegaré a la Puerta.

Vivir en contacto. Estar donde estoy. Hacer lo que hago. Ver lo que veo. Día tras día y hora tras hora. Ésa es la asignatura de la vida. No se trata de acontecimientos grandes o pequeños. Todo vale. Lo importante es el dar valor a cada uno con la presencia alerta en el momento dado. No hacen falta acciones heroicas, sino vivencia constante. Si hay mayor mérito está en valorar las accionesordinarias y los momentos triviales Si estamos plenamente presentes en ellos, lo estaremos con más facilidad en los de transcendencia.

Otro dicho japonés ilumina y refuerza la misma actitud: “Un grano de trigo pesa lo mismo que el Monte Sumeru.”

No hay que despreciar los momentos leves de la vida. Todo es vida. Todo pesa. El grano de trigo y el Monte Sumeru. En esto son iguales. Tanto pierdo si ignoro el uno como el otro. Todos son controles que he de pasar. Seres que han de dar testimonio por mí. El grano habla tanto como el monte, y en fijarme en los dos está el equilibrio de mi vida. Que no se me pase nada delargo.

Parecía que diez mil seres eran muchos. Ahora resulta que son bien pocos. Si aprendo a vivir con los ojos abiertos, pronto llegaré a la Puerta.

Día 1
Os cuento

A un conocido mío le ha ocurrido algo divertido que me ha contado y que ilustra cómo las palabras cambian de sentido sin que a veces nos demos cuenta. Y no siempre cambian a mejor. Él es indio y vive en la India, y había ido de visita a Londres. Habla el inglés perfectamente desde niño así es que no tenía ninguna dificultad con el lenguaje. O eso se creía. Un día en una reunión de más o menos conocidos se le acercó uno de ellos y le preguntó en inglés “Are you gay?” (¿Eres alegre?) Él entendió inocentemente que le preguntaba si era una persona alegre, y contestó, “Yes, I’m gay” (Sí, estoy contento), pero el otro le preguntaba si era homosexual, y a mi amigo le costó caer en la cuenta y desentenderse del lío en que sin saberlo se había metido. Le dije que DomenicMoraes, editor del principal diario de Bombay, The Times of India, tuvo la misma experiencia hace bastantes años, y la contó en su autobiografía.

He mirado por curiosidad en el “Oxford Dictionary” la palabra “gay”, y en la tercera edición (1949) da primero “mirthful” y después “dissolute”, mientras que en la sexta edición (2000) da primero “homosexual” y después y como anticuado, “happy and full of fun”.  El lenguaje es aquí testigo de una relajación en las costumbres. Cuidado con ser “alegre” en Inglaterra.

Me contáis

“Le escribo por una duda que me contrista mucho. Yo tenía un amigo que ha fallecido. Él era homosexual y yo no, pero éramos buenos amigos y nos respetábamos mutuamente. Ahora la duda es si estará en el cielo, porque practicaba con homosexuales. ¿Puede usted darme alguna luz?”

Dios es quien hizo a ese muchacho homosexual, L., y a Dios siempre le gusta lo que hace como cuenta el Génesis en cada día de la creación al ver lo que había creado y decir “Y vio Dios que era bueno”. Y no solo creó a Adán y Eva sino que nos crea a cada uno de nosotros tal y como somos, con un alma especialmente creada para cada uno con sus tendencias y sentidos. Y a Dios le gusta lo que ha creado. Ahora no va él a condenar a alguien por ser como él lo había hecho y obrar en consecuencia. También es verdad que a veces los homosexuales no lo son de nacimiento sino que se hacen así por las circunstancias. Pero Dios es quien los ha puesto en esas circunstancias así es que es lo mismo. Nosotros respetamos el misterio que es la vida y la muerte, aceptamos a todos, confiamos en el amor que Dios nos tiene a todos y en su infinita misericordia. Y no juzgamos a nadie.

Salmo

Salmo 125 – Torrentes en el desierto

“Cuando el Señor cambió la suerte de Sión
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.”

La vida es como marea que sube y baja, y yo he visto muchas mareas altas y  mareas bajas en ritmo incesante a lo largo de muchos años y cambios y experiencias. Sé que la esterilidad del desierto puede trocarse de la noche a la mañana en fertilidad cuando de desbordan los “torrentes del Negueb.” Torrentes secos del sur, a los que una súbita lluvia primaveral llena de agua, cubriendo de verde sus riberas en sonrisa espontánea de campos agradecidos. Ese es el poder de la mano de Dios cuando toca una tierra seca… o una vida humana.

Toca mi vida, Señor, suelta las corrientes de la gracia, haz que suba la marea y florezca de nuevo mi vida. Y, entretanto, dame fe y paciencia para aguardar tu venida, con la certeza de que llegará el día y los alegres torrentes volverán a llenarse de agua en la tierra del Negueb.

Es ley de vida: “Los que sembraban con lágrimas cosechan entre cantares.” Ahora me toca trabajar y penar con la esperanza de que un día cambiará la suerte y volveré a sonreír y a cantar. En esta vida no hay éxito sin trabajo duro, no hay avance sin esfuerzo penoso. Pare ir adelante en la vida, en el trabajo, en el espíritu, tengo que esforzarme, buscar recursos, hacer todo lo que honradamente pueda. La tarea del sembrador es lenta y trabajosa, pero se hace posible y hasta alegre con la promesa de la cosecha que viene. Para cosecha hay que sembrar, y para poder cantar hay que llorar.

¿No es mi vida entera un campo que hay que sembrar con lágrimas? No quiero dramatizar mi existencia, pero hay lágrimas de sobra en mi vida para justificar ese pensamiento. Vivir es trabajo duro, y sembrar eternidad es labor de héroes. Sueño con que la certeza dela cosecha traiga ya la sonrisa a mi rostro cansado: y pido permiso para tomar prestado un canto de la fiesta del cielo para irlo ensayando con alegría anticipada mientras siembro aquí abajo.

“Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.”

Meditación

Ángeles de las aguas

“El ángel del Señor bajaba de tiempo en tiempo a la piscina y agitaba el agua; y el primero que se metía después de la agitación del agua, quedaba curado de cualquier mal que tuviera.”
(Juan 5:4)

Ahora sé por qué el agua cura. Por qué me encanta nadar en mares abiertos o en lagos ceñidos. Por qué he nadado con fruición en las playas de la isla Mauricio y en el lago Dal en el medio de Srinagar en Cachemira. Por qué he sentido el placer de zambullirme en olas enormes de marea creciente en el Cantábrico, y de flotar inmóvil en las aguas lisas sin fin del Pacífico. Por qué el agua descansa, refresca, vivifica, renueva como ningún otro elemento. Por qué disfruto al ducharme en bautismo vertical cada día y me abandono con lujuria elemental al húmedo placer horizontal de la bañera diseñada por arquitectos paganos de baños turcos y termas romanas en tiempos en que el cuerpo era un dios y el agua era un culto. Ahora conozco el secreto del agua y el misterio de su curación.

El agua cura porque la mueve un ángel. El ángel del agua. El ángel que vela y espera al lado de la piscina de los cinco pórticos (¿no serán los cinco sentidos corporales?) observando la fe y la prontitud de quien a ella se arroja para sanar su cuerpo y su alma de la parálisis de la inercia y la pereza y el desánimo y la depresión que lo atenaza como atenaza a todo mortal en la vida larga cargada de la enfermedad del tedio.

El ángel agita el agua y le da vida con su remolino. Pero hay que lanzarse enseguida, hay que tener fe, hay que estar atentos, hay que ser el primero para atrapar la ola y sentir el efecto y dejarse llevar y salir rejuvenecido. Hay que ser decidido para salir sanado. Las dudas y las dilaciones y las timideces y las distracciones ahuyentan al ángel. Para que el agua de cada día me limpie en cuerpo y alma, para que purifique mi piel y descargue mi mente, para que refresque mis miembros y fortalezca mis virtudes he de tener fe en Dios y amor a la creación, he de ver a Dios en todas partes y a su ángel en el agua, he de vivir redención en cada momento y sacramento en cada gota de agua. He de saber que la naturaleza es sagrada y sus elementos hijos de Dios. He de percibir que hay ángeles en el cielo y en la tierra, en el valle y en las montañas, en los árboles y en los pájaros, en los cielos y en las nubes, en los vientos que saludan a mi cuerpo y en las aguas que besan mi piel. La presencia de los ángeles en los elementos de la creación es el toque de Dios que sana y vivifica too lo que él ha hecho. Por eso el agua sana. Y los vientos y el aire y el campo y el sol. La naturaleza nos devuelve a la vida de manos de los ángeles que en ella nos esperan. No esperemos treinta y ocho años como el paralítico del Evangelio al que Jesús curó.

El número treinta y ocho tiene su misterio en la interpretación de san Agustín. ¿La cuento? Agustín en su numerología encontraba razones a cada cifra de la Escritura y evidencias en cada número. No en vano el número es treinta y ocho, y no treinta y nueve o treinta y siete (aunque respetuosamente sospecho que Agustín le hubiera encontrado significado a cualquier cifra matemática a juzgar por lo que hace con ésta; pero no me anticipo).

¿Qué es treinta y ocho? Pregunta el sabio. Cuarenta menos dos, se contesta él mismo. Exacto, y ¿qué es cuarenta? Cuarenta es el número de la perfección con los cuarenta años de Israel en el desierto, cuarenta días y cuarenta noches del camino del profeta Elías hasta el monte Horeb, cuarenta días proclamados por el profeta Jonás para la destrucción de Nínive, cuarenta días que llovió el diluvio sobre la tierra, cuarenta días que pasó Moisés en el Sinaí esperando a Dios, cuarenta días de Jesús en el desierto ayunando, cuarenta días entre su resurrección y su ascensión.

Y ahora, ¿qué significa el “dos”? Está claro. Dos son los mandamientos a que Jesús reduce “la ley y los profetas”, es decir, amar a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Ahora bien, si al cuarenta, que es la perfección, le quitamos dos, que es la ley entera, no queda nada, pues es quitar el todo del todo, y por eso el resultado de la resta (que es treinta y ocho) es símbolo de lo que parece algo sin ser nada, de quien parece tener fuerzas cuando está inerme, del paralítico que a pesar de estar esperando en la camilla junto al agua no tenía ni fuerzas para arrojarse de ella. Por eso, siempre según san Agustín en un latín cultivado que acaricia el oído, el paralítico de la piscina tenía que tener exactamente treinta y ocho años.

Yo tengo ochenta y dos al escribir esto. No sé qué porvenir me dibujaría san Agustín. Pero no quiero perder la frescura de mis sentidos, la energía de mi cuerpo, la viveza de mis reacciones, la electricidad de mi piel, la prontitud de mis miembros, la amistad del entorno. Y para ello quiero cultivar la amistad de los ángeles de ese entorno que habitan elementos y juegan en las aguas. Ellos renuevan mi juventud, cuidan mi cuerpo, sanan mis dolencias. Están siempre dispuestos a renovar mis tejidos gastados cuando recurro a ellos en terapia de fe. Ángeles que sanan y fortalecen, que limpian y que enderezan, que ajustan y que rejuvenecen con su saber terapéutico y su amor tutelar. Ángeles de los vientos y las nubes, de los campos y las ciudades, de la luz y las sombras, de las tierras y de las aguas, ángeles sanadores amigos de la creación. Entrad en mi vida para hacerla más sana, más entera, más viva.

Gracias, ángel amado de las aguas.

 

Día 15
Os cuento

EL VATICANO INVESTIGA A LAS MONJAS EN EEUU

Aprecio mucho y quiero a las monjas, y siempre digo que es lo mejor que tenemos con sus dispensarios, hospitales, orfanatos, leproserías, escuelas, su presencia en todo el mundo con su sonrisa y su entrega al trabajo más abnegado del mundo en nombre de Jesús. Por eso me duele el tratamiento que les está dando el Vaticano a las religiosas de los Estados Unidos. En España esta noticia apenas se conoce, y casi parece silenciada por medios de información católicos que desde luego la saben. El semanario católico inglés “The Tablet” hadedicado su editorial del 28 de abril a esta actitud que justamente critica bajo este título en portada: “Entregaron sus vidas a Dios; están dedicadas al servicio de los pobres; el Vaticano dice que son dignas de alabanza. Sin embargo ahora cae sobre ellas la ira de Roma.” Esta es la editorial:

“La Congregación para la Defensa de la Fe (CDF) ha investigado las actividades de la organización que representa a la gran mayoría de las religiosas en los Estados Unidos, y no le ha gustado lo que ha visto. En consecuencia, le ha pedido a la Conferencia de Superioras de Religiosas que acepte una detallada investigación sobre sus actividades para volver a ponerlas en línea con las enseñanzas y la política de la Iglesia. Aproximadamente nueve de diez de las más de 50.000 monjas en América están en comunidades afiliadas a la Conferencia, que está reconocida por el Vaticano pero que ahora está en peligro de perder su reconocimiento. Se acusa a la Conferencia de tener una agenda radicalmente feminista, y sus actividades inaceptables incluyen dar curso a opiniones consideradas contrarias a la doctrina de la Iglesia, como la ordenación de mujeres, el tratamiento de homosexuales, o los anticonceptivos.

La verdad es que la discusión de tales opiniones es solo una pequeña parte de las actividades de la Conferencia, que esas opiniones no son su política oficial sino solo el punto de vista de algunas de sus miembros, y que muchas monjas afiliadas tampoco están de acuerdo con ellas. También es verdad que las autoridades de la Conferencia han parecido dispuestas a arriesgar o aun provocar una reacción de las autoridades eclesiásticas. Críticas más reservadas podrían quizá a veces haber sido más prudentes.

Pero todo esto no quiere decir que la reacción de la CDF haya sido apropiada. Con su habitual indiferencia hacia relaciones públicas, el Vaticano ha enfurecido a grandes sectores de católicos americanos que tienen en la más alta estima a las religiosas, y no solo por su magnífico trabajo en el área de la salud, la educación, y la ayuda a los pobres y necesitados.

Nuestras religiosas son la gloria de la Iglesia Católica Americana. Las monjas, a diferencia de los obispos, no han quedado salpicadas por el escándalo del abuso de niños y los consiguientes encubrimientos. La Conferencia ha tendido a reaccionar de manera diferente a los obispos en varios puntos de la reforma del sistema de salud propuesta por el Presidente Obama (que incluye anticonceptivos, homosexualidad, y aborto) quizá porque están más cerca de la gente a quien esto afecta más. Pero ellas no son tropas de asalto. Son religiosas que han dedicado sus vidas a la oración y a las obras de misericordia. Las monjas no tienen oficio de predicar, ni obligación de actuar como agentes o abogados a favor de los obispos en temas de política pública. Esto puede haber animado a la Conferencia a sentir que era libre para cuestionar la política oficial de la Iglesia. Si esa política oficial estuviera sólidamente fundada, la jerarquía no tendría nada que temer. En cambio, recurrir a pura disciplina puede parecer un intento desesperado para defender una posición débil. Puede incluso parecer con facilidad abuso de poder.

La reforma no resultará sin el consenso de la mayoría de las hermanas. Este consenso dependerá probablemente de que se preserve un foro en el cual dudas en conciencia sobre política eclesiástica se puedan proponer y discutir responsablemente – sea que a las autoridades les guste esto o no. Cerrar la tapa de golpe y atornillarla sin dejar al menos una tal válvula de escape sería exponerse a una explosión.”

Me contáis

Soy joven todavía, no he cumplido los 40, pero me han diagnosticado cáncer y estoy en tratamiento. Le aseguro que siempre he sido buena persona y no le he hecho daño a nadie. Pregunte a mi familia o a mis amigos y verá como todos hablan bien de mí. Y ahora esto. ¿Cómo se explica? Más que el cáncer mismo me duele el que no tenga sentido ni justicia. ¿Por qué me pasa esto?

Ante el dolor no hay explicación, J., y nada se arregla con consideraciones piadosas, más bien al contrario. Claro que del mal puede salir bien, y en cielo nos divertiremos mucho todos, pero aquí y ahora no hay explicación ni consuelo. La vida es lo que es, y nos toca lo que nos toca. Desde tiempos de la Biblia nos quejamos, ¿Por qué a los malos les va bien, y los buenos lo pasamos mal? Tampoco es que sea siempre así, pues para todos hay de todo, pero siempre tenemos a mano ejemplos de algún sinvergüenza que ha triunfado en la vida, y de una bellísima persona a quien todo le ha ido mal. Esa es la realidad, y haremos mejor en aceptarla como tal. Si a los “buenos” les fuera siempre bien, y a los “malos” les fuera mal, todos nos haríamos buenos por egoísmo, y ya no tendría gracia serlo. Por eso se mezcla todo, y procuramos hacer el bien, que es lo que creemos y sentimos y sabemos que es lo que siempre va a resultar lo mejor.

Salmo

Salmo 126 – Oración del que trabaja demasiado

“Es inútil que madruguéis,
que veléis hasta muy tarde,
que comáis el pan de vuestros sudores:
¡Dios lo da a sus amigos mientras duermen!”

Gracias, Señor, por este oportuno aviso. Trabajo demasiado. Trabajo porque me considero indispensable; trabajo para conseguir fama; trabajo para llenar el tiempo: trabajo para no tener que enfrentarme conmigo mismo. Y luego tapo todas esas miserias diciendo que trabajo por ti y por tu gloriay para servir a mis hermanos y hermanas en el mundo. El trabajo es para mí un vicio, sólo que lleva un nombre digno, y así puedo sentirme orgulloso de él mientras me emborracho con su droga. Me alegro, Señor, de que me hayas puesto al descubierto, denunciado mi vicio, y proclamado su inutilidad. Te has reído cariñosamente de mis madrugones y mis vigilias, y has echado abajo mi reputación con una sonrisa. Sin que nadie más se entere, Señor, pero quede claro entre tú y yo que me alegro de veras de ello, y siento mis hombros aligerados de la pesada carga que yo había puesto sobre ellos sin más ni más.

“Si el Señor no construye la casa,
en vano se cansan los albañiles;
si el Señor no guarda la ciudad,
en vano vigilan los centinelas.”

No es que haya que dejar de trabajar; tengo que estar en mi oficina más o menos como el centinela ha de estar en su puesto si ha de velar sobre la ciudad. Pero en realidad eres tú, Señor, quien guardas la ciudad y construyes la casa y llevas el trabajo de mi oficina, y tu presencia aligera mi carga según repartimos responsabilidades y yo dejo suavemente que el peso caiga sobre ti.

Probablemente aún seguiré madrugando por las mañanas y acostándome tarde por las noches, ya que una larga costumbre no se suprime fácilmente, pero sí tomaré ahora el trabajo con una pícara sonrisa y un ánimo secretamente despreocupado. Vamos a divertirnos, vamos a seguir conel juego, vamos a poner cara seria como si todo el mundo dependiera de lo que yo hago. Pero, por dentro, a reírnos. El trabajo es un juego, y como juego quiero tomarlo y jugarlo sin preocupación y sin tensiones. Nada de matarme por ganar, sino disfrutar del partido amistoso, sin que importe el resultado. Sólo con eso ya que siento mejor y más descansado, y, sobre todo, más cerca de ti, Señor, y aún más a gusto con mi trabajo.

¿Sabes lo que adivino? Que ahora que aflojo las riendas y acorto las horas  y tomo a la ligera el trabajo… ¡me va a salir mejor todavía!

Meditación

Oración ante un semáforo en rojo

Oración del ciudadano de la urbe moderna:
“Señor, añádeme como propina al final de la vida
todos los ratos que me he pasado
esperando en semáforos en rojo.”

Sería una buena propina. ¡Tantos ratos de pie o en el coche, mirando impacientes el muñequito rojo o el disco intransigente que nos clavan al asfalto en inmovilidad forzada! La espera, la impaciencia, la rabia por haber perdido el verde por un pelo, la duda de si el semáforo funciona bien o se ha quedado atascado en el rojo, la mirada repetida al reloj, el salto brusco cuando al fin se ve el verde, el empujón al peatón de delante o el bocinazo al coche que nos obstruye el camino y ha perdido medio segundo en arrancar. Seguro que si se suman todos esos ratos de largas y múltiples esperas y se nos regalan al final, vamos a disfrutar de una buena prórroga.

Eso es lo que hacen en el fútbol. El árbitro añade al final los minutos en que el juego estuvo parado. Hay que jugar los noventa minutos íntegros y, si el balón estuvo parado, hay que cronometrar esos vacíos y recuperarlos al final. El público tiene derecho a ver el partido entero. Para eso ha pagado.

Pero sigo pensando ante el semáforo en rojo en el que se me arrancaron estos pensamientos. Se trata de recuperar los ratos perdidos. ¿Son de veras perdidos? Hay quien los aprovecha para oír música, para hacer gimnasia como puede, para que le limpien el parabrisas del coche, o para grabar en el dictáfono una carta para la secretaria. Siempre se puede aprovechar el rato de alguna manera. Hoy mismo yo estoy aprovechando mi parón ante el semáforo para hilar esta consideración. Y la escribiré en cuanto llegue a casa. ¿No es eso aprovechar el tiempo?

Pero hay algo más. ¿Por qué he de aprovechar el tiempo? O, mejor dicho, ¿por qué he de hacer algo para demostrar y demostrarme que he aprovechado el tiempo? ¿No tengo derecho a estar quieto sencillamente ante el semáforo sin hacer nada? Quieto, no solo de piernas o de ruedas de coche, sino de pensar y cavilar. Quieto en la mente, en la imaginación, y en los sentidos. Quieto mirando al muñequito rojo sin deseos de romperlo de una pedrada, sin mirar el reloj, sin maldecir el tráfico. Quieto como un monje budista en la paz de su mirada y la tranquilidad de su existencia. Quieto, estando donde estoy, haciendo lo que hago, y siendo lo que soy. Todo es parte de la vida. El caminar y el esperar. El trabajar y el descansar. El urgir y el ceder. El rojo y el verde. Y cada parcela del vivir es tan importante como la otra. Hay que aprender a estarse quieto.

No hay ratos “perdidos”. No hay tiempo que “recuperar”. No hay que reclamar “tiempo muerto”. Todo tiempo es vivo si sabemos vivirlo en la especialidad de su categoría y en la plenitud de su sentido. No hay por qué ponerse a cantar y bailar, a hacer gimnasia y dictar cartas para “aprovechar” el tiempo. Cada tiempo es lo que es. El semáforo en rojo es semáforo enrojo. Tiempo para pararse, interrumpir, frenar. Y es importante en la vida saber parar, interrumpir, frenar. Tiempo para dejar pasar el tiempo. Y de las cosas más difíciles en la vida es saber dejar pasar el tiempo. Con tranquilidad, con elegancia, con estilo. Saber estar. Saber contemplar. Saber vivir. Haceramistad con el rojo como con el verde. Dar libertad alsemáforo a que siga su juego. No llamar “bueno” al verde y “malo” al rojo. Tomar las cosas como vienen y el semáforo en su color. Todo vale. Todo es vida. Todo cuenta. O, mejor aún, nada tiene por qué contar, no hay que justificar instantes ni llenar horas. Los vacíos valen tanto como los llenos, y los valles como las cumbres. Y los semáforos en rojo tanto como los semáforos en verde. Voy a cambiar mi oración:

“Señor, enséñame a perder el tiempo.
Hazme caer en la cuenta
de que todo tiene su puesto en la vida,
y de que en respetar cada faceta
está la plenitud del vivir.
Recuérdame la lección
siempre que me encuentre ante un semáforo en rojo.

Ya se ha puesto verde. Adelante.

Día 1
Os cuento

De “Taxi”, Khaled Al Khamissi, p. 73]

El rostro del taxista reflejaba una profunda tristeza que se extendía sobre él hasta engullirlo. Era como si las preocupaciones del mundo se hubiesen amontonado para acabar formando una pesada bola que se desplomaba sobre el alma de ese desgraciado. Bastaba con mirarle para darse cuenta de que le había sucedido algo grave.

Al preguntarle sobre la causa de  su profunda tristeza me contestó:

– No sé qué puedo hacer ni cómo apañármelas. No hago más que darle vueltas a la cabeza y soy incapaz de tomar una decisión. Me voy a volver loco, siento como si la cabeza me fuera a estallar.

– ¿Qué es lo que te pasa?

– Lo que ocurre es que hago una ruta de colegio. Llevo a seis niños y por cada uno cobro nada más que ochenta libras al mes. Hace dos días que el padre de una chica y un chico está en la cárcel, o detenido, no estoy seguro. Ayer fui a coger el dinero del mes, la madre me contó lo que ocurrió y me pidió que esperara a que lo soltaran. Para que las rutas de los colegios merezcan la pena, hay que llevar a siete u ocho niños, pero yo sólo llevo a seis. Al mismo tiempo, me pregunto qué van a hacer los críos. Su madre es estricta, lleva velo y no sale de casa; mi mujer me dice: “Esto es trabajo, y el trabajo, trabajo es; dile que, o te paga o no llevas a los niños.” La madre me juró por El Corán que no tenía dinero ni para comer, y me dijo que la paciencia es la llave de la felicidad y que hoy por ti, mañana por mí. No sé qué hacer. La conciencia me dice que he de llevar a los niños, pero al mismo tiempo estoy muerto de hambre y necesito que alguien me dé de comer. ¿Y usted qué opina?

– Me es muy difícil opinar sobre este tema. No es lo mismo verlo desde fuera que desde dentro – respondí diplomáticamente.

– No, en serio, si estuviera en mi lugar, ¿qué es lo que haría?

– Yo haría lo correcto, llevaría a los niños y no le daría más vueltas – me atreví a decantarme.

– Mi padre, que en paz descanse, decía siempre: “Al que hace el bien, la vida se lo devuelve. Es como el sonido y el eco: si no gritas alto, con el corazón, no oirás el eco.” También decía: “Si no haces el bien de corazón a la gente, nunca se te devolverá.” Bendito seas, padre. Pero él vivía en otros tiempos. Tiempos en los que salía de trabajar a las tres de la tarde y se sentaba con nosotros. Yo veo a mis hijos de viernes a viernes, eso si los veo.

– Y concluyó:

– Bueno, si llevo a los niños este mes  y su padre no hasalido, ¿hasta cuándo voy a esperar? No puedo seguir así siempre. Ayer mi mujer me montó una de escándalo cuando le dije que los llevaba y punto. Es que, encima, adoro a la pequeña Amina; tiene cinco años y es clavada a mi sobrina Asma: una niña preciosa, simpática y tranquila. ¿Alguna vez ha visto a una niña que sea traviesa y tranquila al mismo tiempo? Pues así es Amina. Así es que no sé qué hacer.

– Al bajarme del coche, le pedí que tomara una decisión, que la cumpliera y que no volviera a pensar en ello.

– Me cobró la carrera y ni siquiera miró cuánto le di. No parecía encontrarse mejor que cuando me monté.

Me contáis

R.: He dejado la lectura del evangelio que hacía todos los días. Por un lado me remuerde la conciencia, y por el otro sencillamente no tengo ganas de hacerlo. ¿Qué debo hacer?

Leer el evangelio todos los días es una gran costumbre cristiana. Y no lleva mucho tiempo. Al no ir a misa diaria, se recoge al menos el mensaje diario de Dios en su palabra, y eso ayuda, anima, e ilumina.Nada mejor. El peligro, que es el que tú has llegado a sentir, es que la costumbre se haga obligación, la obligación se haga pesada solamente ya por ser obligación, y se resienta y se resista y se deje. Es importante que los actos religiosos los hagamos a gusto. Espera más tiempo y observa si te vuelven las ganas. Si no, no te fuerces.

Salmo

Salmo 127 – Comida en familia

Es una gracia de Dios comer juntos, sentarse a la mesa en compañía de hermanos, tomar en unidad el fruto común de nuestro trabajo, sentirse en familia y charlar y comentar y comer y beber todos juntos en la alegre intimidad del grupo unido. Comer juntos es bendición de Dios. El comedor común nos une quizá tanto como la capilla. Somos cuerpo y alma, y si aprendemos a rezar juntos y a comer juntos, tendremos ya medio camino andado hacia el necesario arte de vivir juntos.

Quiero aprender el arte de la conversación en la mesa, marco elegante de cada plato en gesto de humor y cortesía. Nada de comidas de negocios, nada de prisas, preocupaciones, sándwiches en la oficina mientras sigue el trabajo: eso es insultar a la mente y atacar al cuerpo. Cada comida tiene también su liturgia, y quiero ajustarme a sus rúbricas por la reverencia que le debo a mi cuerpo, objeto directo de la creación de Dios.

La buena comida es bendición bíblica a la mesa del justo. Por eso aprecio la buena comida con agradecimiento cristiano, par alegrar lo más terreno denuestra existencia con el más sencillo de los placeres en su visita diaria a nuestro hogar. ¿No han comparado el cielo a un banquete personas que sabían lo que decían? Si el cielo es un banquete, cada comida es un ensayopara el cielo.

Que la bendición del salmo descienda sobre todas nuestras comidas en común al rezar y dar gracias.

“Comerás el froto de tu trabajo, serás dichoso, te irá bien. Que el Señor te bendiga desde Sión, que veas la prosperidad de Jerusalén todos los días de ti vida.”

Meditación

Ser y hacer

El árbol es.
(Dicho Zen)

Me fascina la sencillez del principio radical. Allí está dicho todo. No hace falta más. Toda explicación es complicación, y toda aclaración es oscuridad. Pero necesito al menos un rato de la oscuridad para aclararme. ¡Me dice tanto esa breve frase con sabiduría callada! Sonrisa de liberación. Brevedad de expresión. Reírme de mí mismo al ver que todo era tan fácil… y sigue siendo tan difícil. Pero me encanta al menos tocar con la punta de los dedos el centro mismo adonde se dirige mi vida sin nunca lograrlo ni nuca entenderlo. La sencillez del ser. Allí está todo. El árbol es. Y al ser, es todo lo que es. Crece y hunde raíces y bebe savia, y echaramas y hojas, y da sombra y da frutos, y sigue en pie marcando sobre la tierra horizontal el perfil de la vida. El árbol es.Y en su “ser” en plenitud y paciencia está la realización total de su encarnación verde. El árbol es y eso es todo. Biografía en tres palabras.

Yo me he machacado la vida tratando de conseguir resultados. Siempre me he esforzado para conseguir algo, y ese “para” que expresa intención y propósito es el que ha arrasado sin piedad mis mejores momentos y ha convertido en ansiedad primero, y desilusión después, los esfuerzos generosos que jalonan mi existencia. Estudié para aprender, me discipliné para obtener devoción, medité para ver a Dios, guardé silencio para alcanzar la contemplación. Escribo libros para realizarme, leo para escribir libros, organizo mi tiempo para leer, planifico mi vida para poder tener tiempo. Descanso para recuperar fuerzas, trabajo para dar gloria a Dios, asisto a cursos para mejorarme, doy cursos para mejorar a otros. Siempre hay un “para” en medio de todo lo que hago, y ese “para” obliga mis esfuerzos, exige resultados, mide actuaciones, juzga conductas, y me hace estar siempre tenso antes de lograr la meta, y triste después de tratar de alcanzarla porque veo que nunca he llegado.

Ensayé un método para dormir mejor en días en que viajes y tensiones dificultaban el sueño. Lo usé el primer día, y resultó. Dormí como un ángel. Fui feliz. ¡Ya está! ¡Ya lo tengo! ¡Ya loconseguí! Lo usé el segundo día y falló. No pegue ojo. Me sentí miserable. Falló el sistema. Lo hablé con una amiga mía, psicóloga nata. Se rió. “¿No lo ves? ¡Caíste en la trampa! Trabajar para obtener resultados, nunca resulta. Todo lo que se hace desde el esfuerzo derrota al esfuerzo. Condicionas tu sueño a tu sistema; y cuando resulta, te entusiasmas, con lo cual te condicionas más; y cuando falla, te desmoronas. El único trabajo es ser uno mismo. Trabajar desde el ‘ser’ es el único trabajo válido.”

Llevo años citando la frase de Krishnamurti: “Todo esfuerzo es una distracción del ser.” La he citado en libros y conferencias, en conversaciones y en reflexiones conmigo mismo. La he citado con gusto, con fruición, con regocijo interno y con respeto emocional. La he sentido crear un silencio reverente en mentes y conciencias ante la visión súbita de un secreto de vida. La he dejado abrirse paso entre novedad y sorpresa hacia el entender profundo del misterio ineludible y práctico que es el vivir. La he llegado a pronunciar con tanta naturalidad que a mí mismo me pareció que la entendía. Y así tantos años.

Hoy he caído en la cuenta de que no la entendía. Ha sido al mirar el árbol. Ha sido al contemplar en él el misterio del “ser” sin las distracciones del “hacer”. El árbol por sí mismo, sin su “justificación”, su “misión”, sus “frutos”. No tiene por qué justificar su existencia con resultados comerciales. Ni yo tampoco. Me basta con ser. Con ser plenamente, felizmente, botánicamente como el árbol maestro. Del ser nacerá al ritmo de las estacioneslo que haya de nacer, y saldrá lo que haya de salir y se hará lo que se hayade hacer. Todo se hará. A condición de que todo sea.

Por un momento me ha sonreído la ilusión de que ahora sí había entendido por fin a Krishnamurti. Ya sabía el secreto de la frase maestra. Ya había recibido la iniciación. Ya había llegado. Luego me sonrió la realidad cariñosa que me recuerda que aún no he entendido nada. Sigo como antes. Nada ha cambiado. La compulsión inicial de mi vida programada me lleva a seguir tratando de conseguir éxitos, triunfos, resultados. Todo hade hacerse “para” algo. Siempre es futuro, meta, proyección. Con lo cual yo no soy yo ni estoy donde estoy nivivo lo que vivo. Algo me consuela pensar que ahora por lo menos lo sé. Lo sé, y me abro a la esperanza del día en que sepa vivir sin metas.

El árbol es. Yo, simplemente, soy.

 

Día 15
Os cuento

[Del libro “Tiene gracia…” de James Martin, SJ]

124. Hace unos años, me lamentaba yo ante mi director espiritual delo ocupado que me encontraba. En aquella época estaba yo asumiendo continuamente más estudios de sagrada escritura, aceptando demasiadas tareas, no negándome nunca a hacer más en el trabajo, no rechazando nunca una invitación a dirigir unos Ejercicios, no declinando nunca la oportunidad de hablar en una parroquia, no diciendo nunca que no a ninguna oferta de ser más “productivo”… Ciertamente, era productivo, pero también me sentía agobiado por lo que parecía un trabajo incesante. En lugar de reñirme o aleccionarme, mi director espiritual se limitó a contarme una historia que cambió mi modo de vivir.

Un hombre entra un día en el comedor de su empresa y se sienta junto a su amigo. Abrela fiambrera, saca un bocadillo, lo desenvuelve y pone cara de circunstancias.

“Vaya!”, le dice a su amigo.

“¿Qué ocurre?”, le pregunta este.

“Un bocadillo de queso.¡Odiolos bocadillos de queso! –dice poniéndose a mordisquearlo con abatimiento-. Son horribles. Son tan secos…”.

Al día siguiente se sienta al lado del mismo amigo, abre la fiambrera y exclama: “¡Vaya, no puedo creerlo: otro bocadillo de queso!”. Su amigo mueve la cabeza comprensivamente y le ve poner mala cara mientras se come el dichoso bocadillo.

El tercer día, el hombre se sienta de nuevo junto a su amigo y abre la fiambrera: “¡Oh, vaya: otro bocadillo de queso!”.

Su amigo le dice: “Chico, odias de corazón esos bocadillos de queso, ¿verdad?”. “¡Sí; no puedo soportarlos!”

Finalmente, su amigo le dice: “Perdona que me meta, pero ¿por qué no le dices sencillamente a tu mujer que deje de ponerte bocadillos de queso?”.

“No estoy casado”, dice el hombre.

“Entonces – dice su amigo -, ¿quién te prepara esos bocadillos de queso?”.

“Yo”, dice el hombre.

Este cuento, que me hizo reír a carcajadas, me impactó a mí mismo. Al escucharlo, caí en la cuenta de que yo, como el tipo de la historia, era el responsable de mi exceso de trabajo. Yo era quien decía que sí a todos los compromisos, quien aceptaba más peticiones de explicar sagrada escritura, y quien se negaba a decir no a cualquier charla o entrevista, por muy ocupado que estuviera. Yo mismo me estaba haciendo esos bocadillos de queso que luego resentía. Y eso es lo que nos pasa siempre.

Me contáis

– ¿Cree usted en el infierno?

– Me lo han preguntado muchas veces, pero hacía tiempo que no venía la pregunta, así es que retomo la respuesta. Todo cristiano ha de creer en el infierno, ya que es dogma de fe en el catolicismo y se menciona catorce veces en los evangelios. La escena del juicio final nos viene de labios del mismo Jesús: “Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno.” Es duro, pero no puede negarse. Entonces la gente me dice – y me lo han dicho mil veces – “Sí, hay infierno pero está vacío.” Esa escapada a mí no me parece seria. Se trataría entonces de una amenaza que no pensaba cumplirse. Asustarnos solamente pero sin cumplir la amenaza. Como asustamos a los niños pequeños con el coco:
“Duérmete, niño mío,
que viene el coco;
y se lleva a los niños
que duermen poco.”
Y luego no viene el coco, claro. No es serio. No somos niños pequeños. Además, los que así dicen – y repito me lo han dicho mil veces – saben muy bien que el infierno no está vacío. Está lleno de demonios. Los demonios son ángeles (“el fuego eterno preparado para el demonio y sus ángeles” dice Jesús) y acabaron allí por toda la eternidad. Es dura esta doctrina. Por grave que sea la ofensa contra Dios no hay proporción entre no ir a misa un domingo y una eternidad de fuego. Yo espero que Dios lo entiende y lo hace mejor que nosotros. Algún día nos enteraremos… y espero que nos alegremos.

Salmo

Salmo 129 – Desde lo más profundo

“Desde lo más profundo grito hacia ti, Señor.”

Sea cual sea la oración que yo haga, Señor, quiero que vaya siempre precedida por este verso: “Desde lo más profundo.”  Siempre que rezo, voy en serio, Señor, y mi oración brota de lo más profundo de mi ser, de la realidad de mi experiencia y de la urgencia de mi salvación. Siempre que rezo, lo hago con toda mi alma, pongo toda mi fuerza en cada palabra, toda mi vida en cada petición. Cada oración que hago es el aliento de mi alma, el latir de mi corazón, el testamento de mi existencia. En ella van mi derecho a vivir y mi esperanza de eternidad. Voy de veras cuando rezo, Señor; no se trata de mera costumbre, rutina, necesidad de guardar las apariencias o de dar buen ejemplo: no es eso lo que me hace buscar tu presencia y caer de rodillas ante ti. Es la necesidad de ser yo mismo, en toda la pobreza de mi ser y la grandeza de mi esperanza, la que me lleva a ti, porque solo ante ti en oración es como puedo encontrarme a mí mimo. Por eso rezo, Señor.

        Conozco mi indignidad, Señor, conozco mi miseria, conozco mi pecado. Pero también conozco la prontitud de tu perdón y la generosidadde tu gracia,  eso me hace esperar tu visita con un deseo que me brota también delo más profundo de mi ser.

       “Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra, mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora.”

Observa mi interés, Señor, comprueba mi ansiedad. Te necesito como el centinela necesita la aurora, como la tierra necesita el sol. Te necesito como el alma necesita a su Creador. Cuando rezo, rezo con toda el alma, porque sé que tú lo eres todo para mí y que la oración es lo que me une a ti con vínculo existencial y diario. Por eso rezo, Señor.

Y hoy rezo en especial por mis rezos, oro por mis oraciones. Quiero realzar ante mí y ante ti su sentido y su importancia. Rezo para que cada oración mía siga saliendo de lo más profundo de mi ser, y para que tú sigas viendo en cada petición mía una petición en la que va toda mi vida y todo mi ser.

“Desde lo más profundo grito hacia ti, Señor.”

Meditación

«Load a mi Señor.»

Omnipotente, Altísimo, Bondadoso Señor,
tuyas son la alabanza, la gloria y el honor;
tan solo tú eres digno de toda bendición
y nunca es digno el hombre
de hacer de ti mención.
Loado sea por toda criaturami Señor,
Y en especial loado por el hermano sol
que alumbra y abre el día,
y es bello en su esplendor,
y lleva por los cielos
noticia de su autor.
Y por la hermana luna,
De blanca luz menor,
y las estrellas claras
que tu poder creó
tan limpias, tan hermosas,
tan vivas como son
y brillan en los cielos,
¡loado mi Señor!
Y por la hermana agua,
preciosa en su candor,
que es útil, casta, humilde,
¡loado mi Señor!
Por el hermano fuego,
que alumbra al irse el sol
y es fuerte, hermoso, alegre,
¡loado mi Señor!
Y por la hermana tierra
que da en toda ocasión
las hierbas y los frutos
y flores de color
y nos sustenta y rige, ¡loado mi Señor!
Y por los que perdonan
y aguantan por tu amor
los males corporales
y la tribulación:
¡felices los que sufren
en paz con el dolor,
porque les llega el tiempo
de la consolación!
Y por la hermana muerte,
¡loado mi Señor!
Ningún viviente escapa
de su persecución;
¡ay, si en pecado grave
sorprende al pecador!
¡Dichosos los que cumplen
la voluntad de Dios:
no probarán la muerte
de la condenación!
Servidle con ternura
y humilde corazón.
Agradeced sus dones,
cantad su creación.
Las criaturas todas,
¡load a mi Señor!”

(Francisco de Asís)

Día 1
Os cuento

[Más citas del libro “Tiene gracia…” de James Martin, SJ, ya que parece os gustaron las de la vez pasada.]

183. Groucho Marx se encontraba una vez en el vestíbulo de un hotel cuando un sacerdote, con alzacuello, lo reconoció y saludó efusivamente al gran cómico. “¡Gracias, Groucho, por aportar tanta alegría y risa a la vida de la gente!”, dijo el sacerdote. “Gracias a ustedes los sacerdotes –replicó Groucho– que nos lo hacen fácil, ya que ustedes les quitan la alegría con los miedos y los sermones que les meten, y nosotros no hacemos más que devolvérsela.”

106. Un periodista le preguntó inocentemente a Juan XXIII: “Santidad, ¿cuántas personas trabajan en el Vaticano?” Juan XXIII hizo una pausa, se lo pensó, y dijo: “Aproximadamente la mitad.”

107. Alguien preguntó a Juan XXIII por la costumbre italiana de cerrar las oficinas por la tarde: “Santidad, tenemos entendido que el Vaticano está cerrado por la tarde y que la gente no trabaja.” –  “¡Ah, no! –dijo el pontífice– Las oficinas están cerradas por la tarde. La gente no trabaja por la mañana.”

107. Juan XXIII fue a visitar el Hospital del Espíritu Santo en Roma. La superiora se presentó: “Santo Padre, soy la superiora del Espíritu Santo.” El papa le contestó: “Yo solo soy el Vicario de Cristo.”

115. El superior provincial de los jesuitas de la ciudad de Nueva York estaba visitando la enfermería donde residen los sacerdotes y hermanos enfermos y ancianos. El provincial estaba hablando de cómo los jesuitas de la provincia se estaban haciendo cada vez mayores. “Tenemos tantos jesuitas ancianos – decía el provincial – que realmente no tenemos dónde meterlos. No siquiera hay una habitación para cada uno aquí en la enfermería.” A lo que un anciano jesuita replicó: “Padre, no se preocupe. Ya nos iremos muriendo lo más rápidamente posible.”

127. Es sabido que san Lorenzo bromeó con sus verdugos cuando lo asaban en la parrilla diciendo: “Por este lado ya estoy hecho. Dadme la vuelta para quedar bien del todo.”En la misma línea, en el siglo XVI, santo Tomás Moro, al subir los escalones del patíbulo para ser decapitado, dijo al verdugo: “Ayúdame a subir, que para bajar ya me arreglaré por mi cuenta.”

197. Timothy Radcliffe, anterior superior general de los dominicos, contaba que un anciano monje benedictino iba a recibir la Eucaristía. Cuando el sacerdote le dijo: “El cuerpo de Cristo”, él le dijo: “Sí, ya lo sé.” Es lo menos que podía decir.

Me contáis

“Soy una religiosa y hemos tenido en nuestra comunidad una reunión para hablar de las vocaciones. Antes teníamos muchas, y ahora son muy pocas las jóvenes que piden o piensan entrar en el noviciado. Algunas de entre nosotras han dicho que nuestra fundación lleva ya más de dos siglos, y estaba muy bien cuando empezó, pero que los tiempos han cambiado y ya no responde a la mentalidad de los jóvenes y por eso no vienen. Otras les han echado la culpa a los jóvenes de ahora que ya no tienen ideales religiosos ni valor y decisión como los de antes. ¿Usted qué opina?”

Ante todo, la falta de vocaciones nos afecta a todos, y bien que lo sentimos. Antes decíamos que Dios nos enviaba muchas vocaciones para mostrarnos así que le agradábamos, y bendecirnos de ese modo tangible a nosotros y a nuestro trabajo. Pero seguimos siendo lo mismo y trabajando lo mismo, y ahora apenas hay vocaciones.

Yo no creo que haya que “echarles la culpa” a los jóvenes ni a la sociedad ni a la vida religiosa. Sí ha habido un cambio en la mentalidad de los jóvenes, y no precisamente con respecto a la vida religiosa, sino a la vida en general. El cambio es que antes se valoraban mucho las opciones hechas de por vida, más que las puramente temporales, mientras que ahora esas opciones irrevocables para toda la vidaparecen menos aceptables a algunos, y se prefiere quedar siempre abiertos a otras opciones según como se vaya presentando la vida. La vida es más larga, las opciones más variadas, la libertad individual más apreciada, y el escoger de joven definitiva e irrevocablemente un modo de vida para siempre no parece justo. Eso se aplica a todo: el matrimonio, los estudios, la profesión civil, la residencia, la vida religiosa, el sacerdocio. Hay que ir escogiendo un camino en la vida, desde luego, pero al mismo tiempo se desea mantener las más opciones posibles abiertas el máximo tiempo posible para dejarse ir labrando la vida según se vaya presentando. Por eso hay tantas parejas de hecho enfrente a otros tantos matrimonios consagrados. Pero eso rebaja mucho la relación entre las personas y la convierte en temporal y superficial.

La elección de por vida tiene el valor de su totalidad, su permanencia y su entrega.

Salmo

Salmo 130 – Plegaria del intelectual

Demasiadas palabras, Señor, demasiadas ideas. Hasta la oración he traído el eso de mis razonamientos, la carga irracional de la razón. Tengo el vicio del silogismo, soy esclavo de la razón y víctima del intelectualismo. Enturbio mis oraciones con mis cálculos y emboto el filo de mis peticiones con la verborrea de mis discursos. Reconozco mi defecto y quiero volver a la sencillez y a la inocencia del niño que todavía vive en mí. Eso me da alegría.

“Mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos altaneros;
no pretendo grandezas que superan mi capacidad,
sino que acallo y modero mis deseos
como un niño en brazos de su madre.”

Acallo mis deseos, Señor. Acallo mi mente, mis conceptos, mis conocimientos, mis teorías, mis elucubraciones. He pensado tanto, tantísimo, en mi vida que del entendimiento que me diste para encontrarte he hecho un obstáculo que no me deja verte. Me doy por vencido, Señor. Doma mi razón y refrena mi pensamiento. Acalla mi entendimiento y pacifica mi mente. Acaba con el ruido de mi alma que no me deja oír tu voz dentro de mí.

Déjame descansar en tus brazos, Señor, como un niño en brazos de su madre. ¡Cuánto me dice esa imagen! Cierro los ojos, desato los nervios, siento el cálido tacto, el cariño, la protección, y me quedo dormido en plena sencillez y confianza. Esa es la oración que mayor bien me hace, Señor.

Meditación

Carta de un hermano

(Carta del jefe Sheatl, de la tribusuwamish, al presidente de los Estados Unidos, Franklin Pierce, en 1854)

El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras. Cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido, son sagrados en la memoria y la experiencia de mi pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.

Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las crestas rocosas, las savias de la pradera, el calor corporal del potrillo y el hombre, todos pertenecen a la misma familia.

Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Todas las cosas comparten el mismo aliento; el animal, al árbol y el hombre. Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia. ¿Cómo podéis comprar el cielo y la tierra? ¿Acaso podéis comprar el aire que respiráis? ¿Podéis comprar el calor del suelo? ¿Podéis comprar la vida de los animales? Si todos los animales desaparecieran, el hombre moriría en gran soledad de espíritu, porque todo lo que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas entre sí. No podéis ser dueños de nuestras tierras.

 

Día 15
Os cuento

[Citas del libro “Mi hermano el papa” por su hermano Georg Ratzinger, San Pablo 2012. Trasmite la imagen, todavía cercana pero ya pasada, del fervor con que el pueblo cristiano recibía a un nuevo sacerdote. Y cuenta anécdotas poco conocidas. Al papa le gusta el vino de Málaga.]

9. Este libro está escrito en Absam, Tirol. La imagen de la Virgen de Absam es la única en Europa que, como la de Guadalupe en México, reivindica para sí el no haber sido creada por mano humana. Su origen, en cualquier caso, es un enigma al que la ciencia no ha encontrado todavía respuesta alguna. El 17 de enero de 1797, la joven campesina RosinaBucher estaba dedicada a sus quehaceres domésticos sentada junto a una ventana del salón, en la planta baja de su casa paterna, por la que penetraba el sol del atardecer. En ese momento ella vio que a través del cristal de la ventana la miraba una mujer joven cuyo rostro quedó realmente grabado en el cristal y no desapareció jamás de él. Incluso los intentos de borrarla por abrasión o de eliminarla con ácido fracasaron por completo. Terminadas las investigaciones, las autoridades episcopales cedieron y permitieron el traslado de la imagen de la ventana a la iglesia de St Michael de Absam. Allí es venerada todavía hoy por muchísimos peregrinos.

29. Para ocasiones especiales, mamá limpiaba a fondo con Sidol el casco y la hebilla del cinturón que habían de estar relucientes. [Esto me hace gracias porque el “Sidol” era el limpiametales que usábamos de pequeños, y no había vuelto a oír el nombre. Por lo visto lo usaban también en Alemania.]

46. Lo que más fascinaba a Joseph en la tienda de juguetes era un oso de peluche.Cada día, hiciese viento o mal tiempo, cruzábamos la calle para ver el osito que tanto le gustaba. Pero un día, poco antes de Navidad, el osito ya no estaba. Mi hermano lloró amargamente sin dejarse consolar. Llegó la Navidad con el reparto de regalos. Cuando Joseph entró en la sala festivamente adornada en la que estaba el árbol de Navidad se echó a reír de felicidad: en medio de los regalos estaba el osito de peluche para él. El Niño Jesús se lo había traído. Este hecho le deparó la alegría más grande de su niñez.

52. Toda la familia íbamos juntos a vísperas los sábados por la tarde, a misa los domingo por la mañana, con frecuencia a dos misas, una temprano para comulgar, y otra solemne a medio día, rezábamos las oraciones de la noche, y bendecíamos la mesa. Estoy convencido de que la falta de esta piedad tradicional en muchas familias es una de las razones por las que hoy hay tan pocas vocaciones sacerdotales. Actualmente en muchas familias lo que se practica actualmente no es la fe cristiana sino una especie de ateísmo práctico, y Dios ya no entra en la vida de familia.

56. En la celebración de la resurrección, la iglesia estaba a oscuras; todas las ventanas estaban cubiertas con paños negros. Después el párroco, vestido con ornamentos solemnes y capa pluvial, cantaba tres veces “Cristo ha resucitado”. Tras la tercera entonación, el coro respondía con el “Aleluya”. En realidad, el sacerdote tenía que cantar cada vez en un tono más alto, pero la mayoría de los párrocos tenían mal oído y no sabían música, y cantaban las tres veces en el mismo tono. [Esto también me ha divertido a mí, porque yo era el organista en los oficios de Semana Santa, y en ese momento le daba el tono al sacerdote desde el órgano subiendo cada vez, pero de poco servía mi ayuda porque todos cantaban siempre en el mismo tono. Por lo visto el clero no anda bien de música. Ni siquiera en Alemania.]

57 Aparte de los huevos de Pascua, nuestra madre también nos preparaba un desayuno especial ese domingo con un buen plato de cordero pascual. [Tampoco está mal, cordero para desayunar. Dudo que se lo den ahora en Roma.]

59. Celebrábamos el día del santo de los tres hermanos, y lo más especial era un vino de Málaga. Pero entonces no se celebraba el cumpleaños. [Me alegro le guste el Málaga al papa, y si vais de peregrinación a Roma podéis llevarle una botella. También noto que nosotros de pequeños solo celebrábamos el santo, ya que celebrar el cumpleaños se consideraba algo pagano. Yo tenía el asunto solucionado porque me pusieron el nombre del santo del día en que nací, como era costumbre, y así celebro todo el mismo día: 4 de noviembre, San Carlos. Ahora se celebra más el cumpleaños que el santo. Las cosas cambian. Y los cambios son significativos.]

162. Ya como teólogo entró Joseph Ratzinger en contacto con la “Comunidad Católica Integrada” de Múnich. La Comunidad surgió de las preguntas que se planteaban después de la II guerra mundial: “¿Qué le falta a nuestra Iglesia que, a pesar de los muchos millones de bautizados que hay en Europa, en el siglo XX los cristianos han librado dos guerras mundiales unos contra otros; que, a pesar de que hay tantos cristianos, la cuestión social, planteada hace más de cien años, no ha podido resolverse, de modo que han podido surgir e imponerse dictaduras e ideologías mortíferas como el comunismo y el nacionalsocialismo? ¿Qué se ha perdido en nuestra Iglesia que sus fieles no han podido impedir la Shoá, el asesinato de seis millones de judíos durante el Tercer Reich?” Ratzinger autorizó los estatutos de la Sociedad y la reconoció como “comunidad apostólica” autónoma subordinada al control eclesiástico del obispo del lugar.

185. Los dos hermanos estábamos juntos en el seminario. Un día vino al seminario el cardenal Faulhaber, arzobispo de Múnich. En la comida, el propio rector quiso servirle a la mesa en deferencia, pero le volcó la sopera encima de la sotana al cardenal sin querer y lo puso perdido. El cardenal lo miró con expresión de reproche, y el rector, apellidado Bartl, alcanzó apenas a balbucear: “Eminencia, no se preocupe, hay todavía mucha sopa en la cocina.” Para nosotros entonces el cardenal era como el mismísimo Dios en persona, con su capa magna y su cola de siete metros de largo. Era un gran honor que el prefecto nos asignara al servicio “ad caudam” (de la cola), y en dos ocasiones ese honor recayó en mi hermano. Todos lo admirábamos por ese hecho, y algunos hasta le tenían envidia por poder llevar la cola de la capa del cardenal. Algún día habría de llevar su cola otro.

Me contáis

Me dices: Tras un año durísimo de crisis personal y acontecimientos vitales que me han marcado para siempre, he llorado mucho y me he sentido sola. ¿Dónde está Dios? ¿Por qué no lo veo? No quiero creer en un dios que desea que me pasen estas cosas o que las consiente porque tiene preparadas otras para mí. No quiero creer en un dios que tenga mi destino escrito y no se pueda hacer nada; me quita la ilusión de vivir, no me hace feliz, no quiero ese dios. Mi Dios sufre al verme llorar todos los días, mi Dios sufre como una madre o un padre que ve desesperado a su hijo y desea su felicidad. Muchos me dicen que seguramente Él tiene algo mejor para mí que yo ahora no veo, que si algo sucede es porque es mejor. ¿Entonces que un niño muera de enfermedad es lo mejor para sus pobres padres? No. Si eso fuera verdad, al final todo lo que sucede sería lo mejor y no es así. No siempre ocurre lo mejor. Las personas que amamos y nos abandonan no se van para bien. ¡NO!Prefiero ser atea a un dios tan poco humano. Pero entonces, ahora se hace el silencio. ¿Por qué no me escucha? ¿Por qué nos ve sufrir y no interviene?¿Es un Dios que mira y no interviene?¿Por qué Jesús nos dijo «nada hay imposible para el que cree» o «Pedid y se os dará…» o «es que acaso al hijo que pide un pez el padre le da una culebra?»Estoy agotada, agotada y decepcionada. ¿Por qué no hizo nada?¿Porqué tenemos que esperar a la vida eterna para ser felices?

Te contesto: Casi me alegra lo que me dices, C., porque yo llevo mucho tiempo en mi vida diciendo lo mismo, solo que con más tranquilidad. El sufrimiento no tiene explicación. Y la respuesta ante él no es ni la fe ciega ni el ateísmo. No está en decir que a Dios no le importa que yo sufra y no cumple sus promesas de darnos lo que le pedimos, ni tampoco en decir que quieres que Dios sufra en el cielo cuando tú sufres en la tierra como una buena madre sufre cuando su hija sufre. (Si Dios sufre en el cielo, yo no estaría interesado en ir allí para seguir sufriendo con él. A no ser que quieras decir que Dios es feliz  -en el cielo – y sufre al mismo tiempo – en la tierra – , que es más absurdo todavía.) Hay que reconocer que la imagen que nos hemos formado de Dios no se corresponde con la realidad que vivimos. Dios es infinito y la imagen que de él nos formamos es tan limitada como nuestro entendimiento, es lo que yo llamo el Dios de bolsillo, el Dios de barrio, el Dios antropomórfico que es un señor con barba que ha de portarse como nosotros esperamos que tiene que portarse y hacer lo que nosotros queremos que haga, y eso desde luego no es Dios. Yo aprendí en la India que el “Dios de los Principiantes” es el “Dios Concreto”, que es más o menos un hombre sublimado a quien se ruega, se alaba, se agradece, se protesta, se trata con familiaridad, mientras que el “Dios de los Avanzados” es el “Dios Abstracto” que es sencillamente el “Totalmente Otro” a quien respetamos y adoramos de lejos sin comprenderlo ni cuestionarlo. Y allí dicen que el progreso de la vida espiritual está en ir pasando del uno al otro. Del Concreto al Abstracto. Del de las quejas al de la adoración. La cercanía de Dios y confianza con él es valiosísima y no renunciamos a ella, pero aceptamos también la contrapartida de tener que sufrir cuando la realidad nos recuerda que Dios es infinito y eterno y no encaja en nuestros moldes. No vale recordar el «pedid y recibiréis» (que de ordinario no se cumple), ni decir que Dios lo hace todo para bien, que saca bienes de los males, que en el cielo verás cómo esto era lo mejor, que cuanto más sufras en esta vida mayor recompensa tendrás en la eterna. Mi tía Julieta de Huesca, ya muy mayor, cayó enferma, Y el párroco de San Lorenzo la consolaba diciéndole que Dios le enviaba ese sufrimiento al final de su vida para darle un puesto más alto en el cielo. Ella le contestó: “Pero don Miguel, ¡si en el cielo yo me conformo con un rinconcico!” Sabía mucha teología mi tía Julieta.

El sufrimiento es un gran misterio, que en el fondo lo es de amor, y que hacemos bien en aceptar con fe y vivir con humildad. Gracias por tu confianza y por haber puesto tan clara tu situación que me ha ayudado a mí a ser bien claro también. El dolor ha de tratarse con respeto y con cariño. Y con plena sinceridad.

Besos,
Carlos.

Salmo

Salmo 131

David tenía un corazón noble. Tenía sus fallos, sin duda, pero redimía los impulsos de sus pasiones con la nobleza de sus reacciones. No podía tolerar que el Arca del Señor, símbolo y sacramento de su presencia, descansara bajo una tienda de campaña cuando él, David, se albergaba ya en un palacio real en la Jerusalén conquistada. Cuando cayó en la cuenta de ello, reaccionó con su típica vehemencia:

“No entraré bajo el techo de mi casa, no subiré al lecho de mi descanso, no daré sueño a mis ojos ni reposo a mis párpados hasta que encuentre un lugar para el Señor, una morada para el Fuerte de Jacob.”

Desde aquel momento, la obsesión de Israel fue encontrar una morada digna para el Arca que habían traído a través del desierto con liturgia de trompetas y fragor de batallas.

“Levántate, Señor, ve a tu mansión,
ven con el arca de tu poder.”

El Señor aceptó la invitación de su pueblo y escogió a Sión para que fuera su casa: “Esta es mi mansión por siempre: aquí viviré, porque la deseo.”

La mansión del Señor. La gloria y el orgullo de Israel. Si el primer mandamiento es amar a Dios sobre todas las cosas, una consecuencia práctica será edificarle una morada más magnífica que todas las demás moradas. Esa es la fe que ha dado lugar a las manifestaciones más bellas del arte y la imaginación del hombre, que con su celo y su esfuerzo ha cubierto de templos todos los rincones del orbe habitado. Los edificios más majestuosos de la tierra son tus templos Señor, y todos los creyentes sentimos la satisfacción que David sintió cuando hizo su voto. La mejor morada del mundo ha de ser la tuya. Un templo digno de ti para tu estancia en la tierra.

Lo que ahora nos preocupa, Señor, es el otro pensamiento. No el tuyo, sino el de los hombres. Tú ya tienes una morada digna en la tierra, pero muchos hombres no la tienen. Muchos de tus hijos no tienen un techo sobre sus cabezas para protegerse del calor y del frío, del viento y de la lluvia. El juramento de David pesa todavía sobre nuestras cabezas en esta su dimensión humana que nuestras conciencias han abierto ante nuestros ojos. ¿Cómo puedo dormir en una cama blanda cuando mi hermano duerme en la plaza pública bajo un cielo implacable? ¿Cómo puedo construirme una casa con madera de cedro cuando el Arca del Señor, los pobres del Señor, viven en chabolas con paredes de papel de periódico y techos de trozos de plástico, inútiles ante la lluvia?

Lo que hacemos por el más pequeño entrelos hombres, lo hacemos por ti, Señor. Encontrarles morada a tus hijos es encontrártela a ti. Renuevo el juramento de David en nombre de toda la humanidad, y te ruego no nos dejes permanecer en complacencia culpable mientras nuestros hermanos sufren el azote del tiempo en su vida sin techo.

“Acuérdate Señor, de David, y del juramento que te hizo.”

Meditación

Las flores hablan

Cuentan de Ignacio de Loyola en su vejez que al pasearse por el jardín de su residencia romana, acariciaba con su bastón las florecillas de los parterres, y les decía suavemente: “Callad, callad, que ya os entiendo.

Sabía su lenguaje. Entendía lo que querían decirle. También nosotros comprendemos enseguida el diálogo imaginario. Pero hay una diferencia. Para nosotros es una anécdota edificante de una narración hagiográfica. Para su santo protagonista, era una experiencia. Él pronunciaba su sentimiento íntimo con la punta de su bastón, y oía la respuesta floral con realismo palpable. Casi le gritaban tanto las flores, que tenía que pedirle que se callasen. La las oía bien.

Había sido guerrero y cortesano. Fue ya mayor cuando acudió a las aulas. No estaba la poesía entre las disciplinas de su juventud. Nunca fue artesano del lenguaje y el estilo. Pero era místico profundo de trato familiar con Dios y sus criaturas, y la vista de una humilde flor bastaba para llevarlo al instante a la presencia de quien la formó. Entendía el lenguaje de pétalos, perfumes y colores. Era un enamorado.

Menos nos sorprende su reacción en el jardín cuando recordamos lo que al principio de su carrera espiritual dejó escrito en los Ejercicios que han guiado a generaciones en el camino de encontrar a Dios. Allí, al acabar treinta días de contemplación asidua en purificación del alma, seguimiento de Cristo y búsqueda de la divina voluntad, describe la última experiencia con la que despide al candidato a las alturas y lo entrena para el resto de su vida. Esto es lo que le dice:

“Mirar cómo Dios habita en las criaturas, en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando, y haciéndome entender, así mismo haciendo templo de mí siendo criado a la similitud e imagen de su divina majestad.

Considerar cómo Dios trabaja y labora por mí en todas las cosas criadas sobre el haz de la tierra. Así como en los cielos, elementos, plantas, frutos, ganados…, cando ser, conservando, vegetando y sensando.

Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la suma e infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia.., así como del sol descienden los rayos, y de la fuente las aguas.”(Contemplación para alcanzar amor)

Siguen las creaturas siendo sagradas. Dios está en ellas, “trabaja” en ellas, vive en ellas como vive en mí, y todo lo que existe desciende de su ser como del sol los rayo o de la fuente las aguas. Presencia divina en entornos terrenos. Parentesco de cielo y tierra Intimidad del Creador con sus criaturas. Todo nos habla de él, porque él está en todo.

“Callad, callad, que ya os entiendo.”
Las flores hablan.

Día 1
Os cuento

[Más citas del libro del hermano del papa, Georg Ratzinger, sobre su hermano. ¿Sabías que al actual papa lo suspendieron en su tesis doctoral?]

198. Los dos hermanos nos ordenamos juntos. Quedamos muy sorprendidos por la cantidad de gente que vino a la ceremonia. Nos habían dicho que el mismo día tenía lugar en Traunstein una carrera de bicicletas, y que no debíamos entristecernos si nuestra primera misa no tenía muchos asistentes Pero después nos enteramos de que la carrera apenas había tenido espectadores, porque la gente había ido toda a la primera misa. Las cosas ya no son lo mismo ahora. 

200. La bendición de un sacerdote recién ordenado se considera algo muy especial. “Para recibir la bendición de un nuevo sacerdote vale la pena gastar un par de suelas de zapatos”, dice un refrán en Baviera. Días enteros estuvimos recorriendo la ciudad de casa en casa desde temprano hasta tarde, y en todas partes fuimos recibidos muy cordialmente. En cada casa recibíamos una merienda o aperitivo y algo de dinero de regalo, pero sobre todo nos alegraba mucho darnos cuenta de la gracia de haber recibido la ordenación sacerdotal y de tener la posibilidad de transmitir esa bendición a la gente. Una y otra vez fuimos testigos del anhelo con que la gente esperaba al sacerdote, a un ser humano que había sido llamado por Dios para servirles.

204. El párroco de nuestra parroquia era Max Blumshein, que se convirtió en nuestro modelo. Estaba siempre disponible para las personas que lo necesitaban, y ello literalmente hasta su último aliento: murió mientras llevaba la comunión a un enfermo. Mi hermano comenzó su ministerio sacerdotal como vicario de ese párroco. Cada mañana permanecía una hora en el confesionario, los sábados hasta cuatro horas. Acudía en bicicleta a entierros, bautizos y bodas, y tenía a su cargo a los jóvenes de la parroquia, mientras daba 19 horas semanales de clase de religión.

212. Mi hermano presentó su tesis de doctorado, necesaria para poder ser profesor de teología, pero el examinador, Schmaus, lo suspendió y rechazó la tesis. Joseph se quedó pasmado. Todo su mundo pareció desplomarse de pronto. ¿Qué iba a ser de él? Como fracasado en la obtención de la habilitación como profesor tendría que abandonar la facultad como un perro apaleado. En todo caso, podría aspirar a un puesto de vicario, para el que también se preveía la disponibilidad de una vivienda, pero esta no era para él una perspectiva halagüeña. Menos mal que, a pesar de que Schmaus era muy respetado por sus colegas, no logró imponer en la sesión de la facultad un rechazo total de la tesis de habilitación. El trabajo no fue rechazado, sino devuelto para su corrección. Lo que había que corregir surgía de las anotaciones marginales introducidas por Schmaus en su ejemplar, que se le devolvía a Ratzinger. Ratzinger, en vez de hacer correcciones, suprimió toda la parte de la tesis afectada por ella, y amplió la otra parte que no necesitaba correcciones. Todavía tenía que pasar un examen público ante dos profesores, Schmaus y Söhngen. Ocurrió que ambos se enzarzaron en una disputa tan apasionada entre los dos que se olvidaron de Ratzinger. La posterior consulta de las autoridades de la facultad duró largo tiempo. Finalmente, salió el decano al pasillo en el que esperaba Joseph conmigo y algunos amigos, para comunicarle, sin formalismo alguno, que había aprobado y que, con ello, había obtenido su habilitación para la titularidad de cátedra. Tenía 29 años.

236. Para Ratzinger fue una tentación irresistible que la Universidad de Tubinga le ofreciera en 1966 la cátedra de teología dogmática que acababa de quedar vacante. Un teólogo de Tubinga que insistió mucho a favor de que llamaran a Ratzinger fue Hans Küng. Ambos se conocían del Concilio. Solo más tarde se convertirían en adversarios.

269. Era el segundo día del cónclave para elegir al nuevo papa. A las 18:40 horas salió al balcón de San Pedro a través de las pesadas cortinas de terciopelo rojo el cardenal chileno Jorge Medina Estévez, saludó primero a la multitud en francés, italiano y alemán [no en español] y siguió después con la antiquísima fórmula latina: “Annuntiovobisgaudiam magnum: Habemospapam!” (“Os anuncio una gran alegría: ¡tenemos papa!”). La multitud estalló en júbilo. El cardenal chileno continuó después mencionando el nombre de pila del elegido: “EminentissimumacReverendissimumDominum, DominumJosephum”(El eminentísmio y reverendísimo señor, señor Joseph”). E hizo una pausa para aumentar la tensión.

Cuando dijo el nombre “Josephum”, Joseph, me quedé helado en lo más íntimo. Sabía que, entonces, la situación se ponía tensa. Estaba impaciente por saber cómo seguía.

Y después vino el resto de la fórmula: “SanctaeRomanaeEcclesiaeCardinalem Ratzinger” (el cardenal de la Santa Romana Iglesia, Ratzinger). Me sentí como abatido. Para mis adentros pensé que era un gran desafío, una enorme tarea para el, y me preocupé seriamente. Toda la tarde y hasta después del siguiente mediodía sonó sin parar el teléfono, pero me daba absolutamente igual. Simplemente, no lo atendí “¡Idos todos a freír espárragos!” pensé para mis adentros. Tampoco lo llamé a él. A la mañana siguiente él me llamó, o, más exactamente, quiso llamarme, pero como en mi casa sonaba el teléfono todo el tiempo y me ponía nervioso, no respondí. ¡Y era mi hermano! En algún momento mi ama de llaves, la señora Heindl, atendió el teléfono, de modo que fue ella, y no yo, quien lo escuchó primero.

Me contáis

Estimado padre Carlos, soy nuevamente el joven religioso que le escribió hace algún tiempo, y ahora le escribo para contarle que un joven se me acercó con una pregunta que me dejó algo sorprendido. La pregunta fue, «Hermano, cómo puedo saber que Dios me llama para ser sacerdote; dígame qué es lo que tengo que sentir para saber que el Señor me llama.” Era obvio que debía darle una respuesta, pero la respuesta que le di no le dejo muy satisfecho, ya que le dije que es un sentimiento que muchas veces no se puede explicar pero que sientes en tu interior,  para dar el paso. Pero creo que no le convencí. Ahora mi pregunta talvez atrevida para usted es la misma, cómo sintió usted el llamado de  Dios. Porque la verdad, no sé que decir si otro muchacho se me acerca con la misma pregunta. Pero lo que si estoy seguro es que no sé como pero siento su llamada.

Respuesta: La llamada de Dios llega por las circunstancias, Miguel Ángel, no por ninguna revelación o visión extraordinaria. Yo he descrito mi caso en mi libro ‘Saber escoger’ con todo detalle. Dios nos habla y nos forma a través del ambiente, el entorno, las circunstancias, los condicionamientos, la familia, las amistades que van determinando el camino y uno se va inclinando a la decisión. Y la fe y religiosidad personal hacen el resto. Yo cuando iba a entrar en el noviciado y mis amigos me preguntaban por qué me iba, les decía con una convicción ingenua pero absoluta y sincera: “Siento que Dios me llama como siento y veo que tú estás hablando conmigo aquí.” Si no hubiera entrado, hubiera ido contra mi conciencia. Parece exagerado, pero es la realidad. Nunca se ‘sabe’ sino que se ‘siente’. Como tú bellamente me dices que lo has sentido. Cuando se pregunta ‘¿Cómo sabré que Dios me llama?’, es que se duda. Y eso no resulta. A Mozart dicen que le preguntaron, ‘¿Qué hizo usted para convertirse en un gran músico?’, y él contestó, ‘No preguntarlo.’ La música se siente. La vocación también. Gracias por escribir, y un abrazo, Carlos.

Salmo

Salmo 132 – Amor fraterno

La felicidad de un hogar está en que todos los hermanos y hermanas se amen entre sí. Viven juntos muchos años en casa de sus padres, y allí aprenden a jugar juntos, a reñir unos con otros, a conocerse unos a otros mejor de lo que nadie más llegará a conocerlos, a defenderse unos a otros con una lealtad no igualada por ningún otro vínculo sobre la tierra: la lealtad de miembros unidos de una familia. La sangre habla en el hombre, y hermanos y hermanas saben que una misma sangre recorre sus venas.

“Ved: qué dulzura, qué delicia,
convivir los hermanos unidos.”

Aquí la tristeza que da la experiencia y el realismo que trae la historia nos hacen añadir: “¡Qué delicia!… y ¡qué raro!”. Qué raro es que así suceda de hecho. Los lazos más fuertes de la naturaleza pueden desatarse, y el testimonio de la sangre puede acallarse. El hermano persigue al hermano, y las páginas de la historia se llenan de sangre fratricida. La paz en el hogar no es premisa que se pueda dar por descontada, sino noble victoria que ha de lograrse con los esfuerzos de todos.

Bendiciones muy especiales del Señor aguardan a la feliz familia que consiga la paz.

“Es ungüento precioso en la cabeza,
que va bajando por la barba,
que baja por la barba de Aarón
hasta la franja de su ornamento.
Es rocío del Hermón
que va bajando sobre el monte Sión.”

La fragancia del ungüento y la frescura del rocío significan la suavidad y la nobleza de la vida en familia. La unión hace la fuerza, y la unión trae la felicidad a la familia cuyos miembros viven juntos en armonía.

Rezo por mi familia, por todas las familias, por todos los hermanos y hermanas del mundo, para que el amor fraternal que representan y practican llene sus hogares y, a través de ellos, la sociedad entera, y redima así por dentro a la humanidad.

“Porque allí manda el Señor la bendición:
la vida para siempre.”

Meditación

La devaluación de la naturaleza

Creo en el respeto.
Respeto a las criaturas, a los hombres,
a la belleza, a lo sagrado.
(Cardenal Danielou)

Respeto, veneración, adoración. “Acatamiento y reverencia” en frase ignaciana que es clave de postura espiritual. Ante Dios y su creación, ante hombres y mujeres, ante paisajes y horizontes, ante lo bello y lo sagrado. Un sentir profundo de reverencia intensa ante la presencia del Creador en cada una de sus creaciones. Humildad admirativa. Recogimiento artístico. Misticismo cósmico.

El ritual reposado de una puesta de sol. La majestad serena de una cumbre en los hielos. El milagro verde de un árbol en flor. La belleza amiga de un rostro humano. Todo son huellas. Todo son facetas. Todo son rayos de un sol y arroyos de una fuente y brisas de un amanecer. Todo en el mundo tiene esa cualidad divina que marca su origen y señala su destino. Cada flor es un ángel, y cada roca un sacramento. Nos invade el silencio al asomarnos a la naturaleza porque sentimos en ella el perfume de los dedos que la crearon. Silencio y oración.

Estamos perdiendo el sentido de adoración. Todo es profano. Todo se explica científicamente y se disfruta despreocupadamente –mientras haya dinero para ello–. Los cielos son astrofísica, los mares son deporte, los animales son cacería, las montañas son excursión. Las personas son estadísticas, la música es ruido, el trabajo es competencia, el amor es sexo. Todo ha perdido su misterio, su secreto, su sacralidad. Todo puede obtenerse por dinero y disfrutarse con ligereza. Hemos sufrido la mayor devaluación de los mercados del mundo: la devaluación de la naturaleza.

Hay que volver a saber admirarse, a saber ponerse de rodillas, a saber adorar. Hay que recobrar el sentido de lo sagrado en todo lo que nos rodea, que de Dios viene y a Dios va. Hay que reconocer los pasos y sentir la presencia. Hay que volver a sentir a Dios en la brisa que pasa, en la lluvia que cae, en la sonrisa que nos saluda, en la mano que estrechamos, en el aire que nos da vida y en la tierra que nos sostiene. Hay que volver a saber y querer saber y lograr el tiempo y la paz del alma para contemplar una puesta de sol, para pasear por un bosque, para mirar al mar, para acompañar en fantasía  la marcha de las nubes por el cielo. Hay que volver a saber extasiarse ante un capullo de rosa y un trino de ruiseñor. Hay que volver a descubrir la imagen de Dios en el rostro, la palabra, el andar y el mirar de cada hombre y mujer que se nos presentan en la vida y acompañan nuestro caminar. Hay que resucitar el respeto a todo lo creado, que es respeto al Creador. Solo al devolver esa profundidad a nuestra mirada, devolveremos la plenitud a nuestra vida.

¿No será que hemos perdido respeto a la creación porque ya no nos respetamos a nosotros mismos?

Día 1
Os cuento

He estado unos días en Filadelfia dando unas charlas a la comunidad india en aquella ciudad. Me pidieron les hablara sobre Gandhi, y es un tema que me encanta porque yo viví muchos años en la India precisamente en la provincia de la que él venía, el Guyarat, y en consecuencia hablando la lengua que él hablaba como su lengua materna, el guyaratí (en la India hay 17 lenguas oficiales distintas). La lectura de su autobiografía, que él tituló «Historia de mis experimentos con la verdad» en la misma lengua en que él la escribió (aunque hay buenas traducciones de ella en todas las lenguas) fue una de las experiencias que han marcado mi vida. El año del centenario de Gandhi (1969) yo escribí en lengua guyaratí un libro sobre él, «Gandhi, la alternativa a la violencia», que ahora he traducido yo mismo al español y al inglés, y es de los libros que me han dado más satisfacción al escribirlos. Los mismos indios se están olvidando de él, pues la generación anterior lo conoció como un contemporáneo de ellos, mientras para la nueva generación, Gandhi es ya historia. Yo estaba un día en una casa de amigos indios en la ciudad del Guyarat hablando con los mayores, mientras dos niños pequeños estaban en un rincón (todos estábamos sentados en el suelo como es costumbre), y oí que uno de ellos le preguntaba al otro, ¿Quién era Gandhi? Por lo visto habían tratado de él en clase y ahora tenían que escribir un ensayo o preparar una lección sobre el tema. Agucé el oído para oír la contestación. El amiguito le contestó: «¿Gandhi? Lección número cuatro.» Y a mí su respuesta me sacudió el alma. Para ellos Gandhi era solamente una lección en el libro de texto. 

Me contáis

Te ha sentado mal, querida L., lo que he escrito sobre vuestra santa madre fundadora. Ella, como sabes tú mejor que yo, había tomado el lema latino «nulla dies sine línea» (no dejar pasar ni un día sin escribir al menos una línea, ni un día sin línea), y había creado para vosotras el lema «nulla dies sine cruce» (ni un día sin cruz), es decir sin alguna penitencia o mortificación o privación voluntaria, que sí es práctica ascética bastante extendida. Y yo me permití decir que bastante tenemos ya con las contrariedades y molestias que nos trae la vida para ir añadiendo otras innecesarias por nuestra cuenta. De jóvenes sí que nos decían que había que hacer «mortificaciones» (que por cierto es una palabra horrible: «mortem-facit» = causa la muerte) para ¿vencernos? a nosotros mismos (otra lindeza del latín: ¿vince teipsum?), adquirir firmeza de carácter, y ofrecerlas por la salvación de las almas. Así lo hice yo muchos años, y luego dejé de hacerlo. Ya decía san Juan Berchmans: «La mayor penitencia es la vida común.? También sé que santa Teresa, a quien quiero mucho, decía «O padecer o morir», «Padecer y no morir», y esa era la espiritualidad de entonces, pero entiendo que también la espiritualidad cambia, y hoy ya no decimos eso.

Salmo

Salmo 133 – Vigilia nocturna

Hiciste la noche para el descanso, Señor, pero muchos hombres y  mujeres no encuentran descanso por la noche. Trabajan de noche, viajan, estudian, vigilan o, sencillamente, dan vueltas en la cama mientras el sueño se les escapa de los párpados. Rezo por las víctimas de la noche, por todos aquellos que siguen despiertos cuando las tinieblas cubren la tierra e invitan a un descanso que no llega a todos.

Me acuerdo de ti, Señor, en las guardias de la noche. Me uno en fraternidad desvelada a todos aquellos que renuncian al sueño para pronunciar tu nombre en la liturgia nocturna, para contemplar tu verdad, para guardar tu templo, para continuar durante la noche el sacrificio de alabanza que otros ofrecen durante el día, y que no quede ni una hora privada del incienso de la oración ante el altar de tu majestad siempre despierta.

¿Y ahora bendecid al Señor los siervos del Señor,
los que pasáis la noche en la casa del Señor:
levantad las manos hacia el santuario
y bendecid al Señor.?

Enséñame, Señor, a bendecirte de día y de noche, a la luz y a la sombra, con los ojos abiertos y  con los ojos cerrados, en el trabajo y en el descanso. Enséñame a santificar las noches con el recuerdo de tu nombre. Haz que así merezca la bendición de los sacerdotes que velan en tu santo templo y te proclaman con su presencia Señor del día y de la noche:

¿El Señor te bendiga desde Sión:
El que hizo el cielo y la tierra.?

¡Bendice mis noches, Señor, como bendices mis días!

 

Día 15
Os cuento

Bello incidente

En el último número del semanario inglés “The Tablet” alguien cuenta el siguiente incidente, sencillo en sí mismo pero instructivo, delicado, y sobre todo de elegancia y buen gusto en un momento violento para todos.

“Yo era el tercero en la cola del cajero del supermercado, y la joven delante de mí iba metiendo en sus bolsas todo lo que había comprado: toda una cesta de alimentos esenciales, ninguno de marca, que era claro había elegido porque eran baragos. Iba vestida pobremente, y parecía cansada y poco limpia, y el bebe en el cochecito a su lado estaba aún más sucio y cansado. Cuando la cajera le dijo cuánto tenía que pagar, ella vació sobre el mostrador el contenido de su monedero, pero por mucho que contaba y amontonaba las monedas, no llegaban al precio requerido. Fue un momento de confusión muy desagradable.

Mientras yo estaba pensando en ofrecerle de mi parte lo que faltaba, pero pensaba que le resultaría muy vergonzoso, vi que el hombre que estaba enfrente de mí y detrás de ella se echaba la mano al bolsillo, sacaba un billete de 10 libras y lo dejaba caer al suelo. Luego dirigiéndose a la señora en apuros apuntó al billete en el suelo y le dijo: ‘Perdone, señora, creo que esto se la ha caído de su bolso.’ La había ayudado sin humillarla. La única persona que lo vio fui yo.”

[Me ha hecho llorar esa lectura. Por lo bella, por lo sencilla, por lo elegante, por lo cristiana. Y solo una persona lo notó.]

Lógica de Google

Paseando por un mercado callejero de verduras y flores vi el cartel ante un lote de patatas ovaladas y pálidas: PATATAS ROSAMUNDA. Poético el nombre. No sé de dónde vendrían y a qué se debería su apelación y que virtudes tenían. Seguí caminando. A un lado y otro, verduras y flores de todo tipo y de todo nombre. Exposición vegetal de sabores y colores. Abría el apetito.

Seguí adelante, y me encontré tarareando una melodía al andar. Sucede a veces. Sin aviso previo, sin saber por qué, sin caer en la cuenta, uno se encuentra con que una melodía le surge en la mente y se forma en los labios y le comienza a sonar a uno mismo repitiéndose por sí misma. Bienvenida sea.

De repente caí en la cuenta. ¿Cuál era esa melodía? Era familiar, desde luego. Es difícil a veces identificar de repente sonidos salidos por sí mismos del fondo de la memoria. “Sé qué es pero no me acuerdo” es la expresión. Y la expresión me vino a mí mismo, pero pronto me di una palmada en la frente y me acordé. Claro que sé lo que es. Y me acuerdo ahora. Y sonreí. Por algo me había salido. Y seguí cantándola en voz alta.

Era el tema del tercer entreacto de Rosamunda, de Schubert, que le gustó tanto a él mismo que lo volvió a usar en el andante del Cuarteto de Cuerda en La Menor y en unas variaciones para piano. Una de las más bellas y más populares melodías de Schubert. Seguí cantando.

Y seguí pensando en lo divertida que es nuestra mente. De las Patatas Rosamunda a la Rosamunda de Schubert. Así, sin más. Conexión de ordenador. Vínculo de Internet. Lógica de Google. Una palabra une dos conceptos solamente por el sonido de una misma palabra, aunque las patatas no tengan nada que ver con la música. Y yo me encuentro cantando a Schubert después de ver un nombre en una verdulería.

Una cosa me alegra. Mi memoria ha grabado muchas melodías, tengo una buena colección archivada, mi e-pod personal. Ahora necesito estímulos que me traigan memorias felices para seguir cantando. He encontrado una nueva versión de la célebre melodía de Schubert. La música alegra la vida. Y la tortilla de patatas también. Patatas de Schubert.

Me contáis

Si Dios es un Padre amoroso. Por qué no es más cercano a sus hijos? Por qué nos hace tan difícil entender ciertas cosas que ocurren en el mundo? ¿Por qué no es más asequible a través de su palabra que no puede ser adecuadamente interpretada si no es por expertos en el estudio de la Biblia?  ¿Por qué….por qué…? Un afectuoso saludo.

Te atormentas repitiendo preguntas que no tienen respuesta, A.F.. Vienen de un concepto que nos hemos formado nosotros mismos de Dios, y que tiene muy poco que ver con la realidad. Es el ‘Dios de bolsillo’, manejable y manipulable, un Dios antropomórfico que es solamente un hombre algo más poderoso que nosotros, y eso evidentemente  no es Dios. El verdadero Dios es infinito, trascendente, Totalmente Otro como le llaman los buenos filósofos.

Adoración y reverencia. Déjate de preguntas y vive la vida tal como es, vive el presente en pleno contacto y con toda intensidad y no pierdas el tiempo con elucubraciones inútiles. Y recobra tu buen humor sin enfadarte con nadie ni contigo mismo ni con Dios. Un abrazo, Carlos.

Salmo

Salmo 134 – Hog y Sijón

Nombres en la historia de Israel –que es mi propia historia–: Hog y Sijón. Los reyes que no dejaban pasar a Israel. Gigantes entre los hombres, engreídos en su poder y en su despecho, lo que les hizo negar el paso a los israelitas aun cuando éstos prometieron no tocar sus viñedos ni beber de sus pozos. Obstáculos en el camino hacia la tierra prometida. Y Dios los allanó por completo. El Señor no permitirá que nada ni nadie trate de parar la marcha decidida de su pueblo hacia su destino. Israel recodará esos nombres extranjeros y los convertirá en símbolo y muestra del rescate divino frente a ingentes obstáculos, en leyenda para sus anales y verso sonoro en sus salmos de acción de gracias por la ayuda y la victoria.

Obstáculos en el camino de la tierra prometida. Hog y Sijón. También yo los recuerdo. También a mí han querido cortarme el paso. Peligros que he encontrado, desengaños que he sufrido, momentos en que parecía que todo se había acabado, equivocaciones que parecían destruir toda posibilidad de ir adelante. El camino ascendente de mi alma quedó cerrado más de una vez por obstáculos que parecían imponer el fin del avance. Reyes gigantes y ejércitos compactos. Y, por dentro, cansancio del alma y falta de fe. ¿Cómo pasar adelante? ¿Cómo llegar?

Sin embargo, esos obstáculos insuperables fueron superados, el camino quedó despejado y el viaje prosiguió. Una mano poderosa abría el camino una y otra vez, renovaba las esperanzas y daba ánimos. También yo tengo leyendas y nombres en mis memorias privadas y en mi historia secreta. No volverán a intimidarme los obstáculos, por impresionantes que sean. Mientras me acuerde de Sijón y de Hog, tendré libre el camino hasta el final.

“Hirió de muerte a pueblos numerosos,
mató a reyes poderosos:
aSijón, rey de los amorreos; a Hog, rey de Basán,
y a todos los reyes de Canaán.

Y dio su tierra en heredad,
en heredad a Israel su Pueblo.

Señor, tu nombre es eterno;
Señor, tu recuerdo de edad en edad.

Porque el Señor gobierna a su pueblo
y se compadece de sus siervos.”

Meditación

La opinión del artista

Y vio Dios que todo era bueno.
(Génesis)

Dios va pintando el cuadro de los siete días, y como pintor consumado se aparta un poquito del lienzo al final de cada sesión, lo mira con detalle a distancia y se recrea en su obra. Le gusta a Dios lo que ha hecho. Disfruta creando. Va tomando forma el sueño de su eternidad. Y se murmura a sí mismo con aprecio artístico: “Está bien todo lo hecho. Está muy bien en verdad.”

La luz y el firmamento, las aguas y la tierra, las hierbas y los árboles, el sol, la luna y las estrellas, los peces, las aves y los animales de la tierra, y el hombre y la mujer que dan sentido a todo el cuadro con el perfil inocente y racional de la imagen de Dios. Todo era bueno. La naturaleza era dócil. Adán daba su nombre a los animales, y Dios se paseaba por el jardín en la brisa del atardecer.

Se perdió el Paraíso. Se cerraron sus puertas con la llama de la espada del ángel. La serpiente arrastró su vientre por el polvo. La tierra produjo abrojos y espinos. La mujer parió con dolor. Y el sudor humedeció la frente del hombre. Se rompió la primera primavera.

Un día otro ángel, con rumores alados de nueva creación, se acercó a una doncella y le habló de parto con alegría, de nombres de promesa y poderes de gloria, de profecías a punto de cumplirse y del reino en la hora de instaurarse. La doncella escuchó reverente, e inclinó la cabeza. Y volvió a florecer la primavera.

La Iglesia ha rezado siempre con fe en la noche sagrada de la vigilia pascual: “¡Oh Dios, que creaste maravillosamente la dignidad del género humano, y más maravillosamente aún la reformaste…!” La segunda primavera es aún más maravillosa que la primera. La encarnación es la consumación de la creación. La presencia, en carne y en hermandad, de Dios mismo sobre la tierra en que vivimos, es más que compensación por las comodidades perdidas en el fácil paraíso. Y la resurrección y la ascensión realzan aún más el nuevo cuadro. Tenemos Palabra y Espíritu, tenemos Bautismo y Eucaristía, tenemos Cuerpo y Cabeza, tenemos Padre y Patria aquí en espera y para siempre en promesa eterna. Si sabemos abrir los ojos y apreciar la vida y comprender el todo, mejor es nuestra situación, en el designio de Dios y los planes de su providencia, que la del idilio inicial del paraíso blando. Aprendamos a valorar el cuadro.

Es verdad que hay dolor y sufrimiento, que hay injusticia y pobreza, que hay enfermedad y muerte, y el hacer todo lo que podamos por restaurar igualdades, remediar aflicciones y acallar violencias será siempre nuestro primer cometido con conciencia firme y entrega total. Pero no maldigamos el cuadro por sus sombras. No perdamos la visión por el túnel. No desconfiemos de la creación por el abuso que se haga de ella. El mundo que Dios hizo sigue siendo bueno en su origen y su raíz, en su abundancia y su belleza en su destino y su gloria. En él vivimos las vidas que esperanzadoramente nos preparan para el gozo final. No menospreciemos su hospitalidad.

Dicen que el mundo ha de tener un fin. Así habla la ciencia y habla la escritura. Yo me imagino que cuando cierre su último capítulo, Dios volverá a asomarse a las galerías de su arte, volverá a contemplar el cuadro ya acabado, y se dirá a sí mismo con comprensión final: “Estaba bien hecho; muy bien hecho.”

Me gusta el mundo. Porque le gusta a Dios.

Día 1
Os cuento

What’s up?

“What’s up” es lo último en el móvil. ¿Qué pasa? ¿Qué hay de nuevo? ¿Qué se dice? ¿Qué se cuenta? Chat en tiempo real de pantalla a pantalla. En contacto constante. De palabra o por escrito. Eso nos ha traído el móvil. La moda actual de la comunicación moderna.

Pero no tan moderna. Demóstenes (y eso era ya antes de la era cristiana) en su célebre discurso “Pro corona” cuenta que la ocupación favorita de los atenienses era dar vueltas en la Plaza Mayor (el “Ágora”, que de ahí hemos tomado la palabra) preguntándose unos a otros: “¿Légetai ti kainón?” = “¿Se dice algo nuevo?” What’s up?

Lo divertido es que nada menos que la biblia cuenta lo mismo. San Lucas en los Hechos de los Apóstoles 17/21 dice textualmente que “los atenienses no se ocupaban en otra cosa que en decir o en oír la última novedad.” Y eso que no tenían móvil. Al menos paseaban por la plaza al preguntarse y contestarse.

Se ve que el género humano sigue lo mismo. Todos somos herederos de Atenas. ¿Qué hay de nuevo?

Números aburridos

En el conjunto de los números integrales positivos hay algunos números interesantes, como los números primos, los cuadrados perfectos o cubos perfectos, los múltiplos de diez, etc. y se podría pensar que hay otros números aburridos, es decir, que no tengan ningún interés especial. Pero en matemáticas tenemos un teorema para probar que no hay números aburridos, todos tienen algo de interesante. La prueba del teorema se basa en otro teorema (como siempre) que dice que “Todo conjunto de números bien ordenado tiene un primer miembro.” Como, por ejemplo, el conjunto 1, 2, 3, 4… tiene el 1. Parece claro. Tomemos ahora el conjunto de todos los números aburridos. Si ese conjunto está vacío, no hay números aburridos; y si no está vacío, como es ordenado tendrá un primer miembro. Pues bien, este primer miembro de los números aburridos será interesante por ser el primero de los aburridos, es decir, que tenemos una contradicción, un número aburrido y no aburrido al mismo tiempo, y en consecuencia el conjunto tiene que ser un conjunto vacío, y por consiguiente no hay números aburridos. Que es lo que se quería demostrar. Como dicen en inglés, QED, que más bien es latín: QuodEratDemonstrandum.

Me contáis

“Tengo un hijo único de 21 años. Se ha hecho ateo. Yo hago todo lo posible por volverle a la fe, pero él sigue empeñado en lo suyo. Rezo por él y por que se convierta todos los días y encargo misas por la misma intención. ¿Qué más puedo hacer?”

“Puedes dejar de tratar de convencerle. Lo digo en serio. Cuanto más le insistas, más se resistirá. En cambio si lo aceptas tal como es, se hace más posible que cambie con el tiempo. Yo viví muchos años en la India, y algunos de mis mejores amigos eran ateos. Son los “jainistas” que pertenecen a una “religión atea” si se puede decir así. Y eran bellísimas personas. Varios de mis colegas profesores en nuestra Universidad de San Javier eran jainistas, y consiguientemente ateos. Y nos llevábamos muy bien. Lo importante es que mantengas una muy buena relación con tu hijo por encima de todo.

Salmo

Salmo 135 – El gran Hal-lel

“Dad gracias al Señor, porque es bueno,
porque es eterno su amor.
Dad gracias al Dios de los dioses,
porque es eterno su amor;
dad gracias al Señor de los señores,
porque es eterno su amor.”

Israel canta su acción de gracias en la fiesta de la Pascua, enumerando con memoria cariñosa todas las maravillas que ha hecho el Señor, desde la creación y el rescate hasta la conquista y el cuidado diario, bajo la sagrada monotonía del mismo estribillo: “Porque es eterno su amor.”

“Hizo los cielos con inteligencia,
porque es eterno su amor;
sobre las aguas tendió la tierra,
porque es eterno su amor.

Hizo las grandes lumbreras,
porque es eterno su amor;
el sol para dominar el día,
porque es eterno su amor;
la luna y las estrellas para dominar la noche,
porque es eterno su amor.”

Añado a la letanía oficial mis propios versos privados. Él me trajo a la vida, porque es eterno su amor. Me puso en una familia buena, porque es eterno su amor. Me enseñó a pronunciar su nombre, porque es eterno su amor. Me reveló sus escrituras, porque es eterno su amor. Me llamó a su servicio, porque es eterno su amor. Me envió a ayudar a su pueblo, porque es eterno su amor. Me visita cada día, porque es eterno su amor. Me ha llamado amigo suyo, porque es eterno su amor.

Ahora continúo, en el silencio de la conciencia, rememorando aquellos momentos que solo él y yo conocemos, momentos de intimidad y gozo, momentos de dolor y arrepentimiento, momentos de gracia y misericordia. Porque es eterno su amor.

Mi vida se hace oración, mis recuerdos son letanía sagrada, y mi historia es un salmo. Y tras de cada suceso, grande o pequeño, alegre o penoso, oculto o manifiesto, viene el verso que los une a todos y da sentido y alegría a mi vida en la dirección eterna y única de la íntima providencia de Dios. Porque es eterno su amor.

“Dad gracias al Dios de los cielos,
porque es eterno su amor.”

Meditación

Después de nuestra ordenación sacerdotal en la India, nos estaban saludando parientes y amigos, y uno de ellos, no de los más cercanos pero sí persona de gran conocimiento y sentimiento, se me acercó, me dio la mano, y luego reteniéndola por un instante entre las suyas me dijo al oído: “Guarda tus manos limpias. Han tocado a Cristo.”

Se me quedó el momento en la memoria. Las manos y el alma y la vida entera y el cuerpo entero. Hemos tocado al Señor, y su tacto santifica y vivifica. Las prisas y las muchedumbres y los roces y los empujones acercan nuestros cuerpos, y podemos santificar espacios porque él viene en nosotros. En todos nosotros.

Cuando hablo en público acciono libremente con las manos y las dejo hablar, comunicar, describir a su manera las ideas que llevo dentro. Las manos son palomas mensajeras que vuelan libres llenas de mensajes y de cariño.

Cada apretón de manos es una plegaria, cada abrazo es una oración, cada caricia es un sacramento. El tacto comunica más que la palabra y llega más lejos y más profundo.

Jesús preguntó: “¿Quién me ha tocado?”

Hay que saber tocar.

 

Día 15
Os cuento

Los refranes son, en cada lengua y país, fuente y reserva de sabiduría popular y de conducta práctica. Os cuento algunos refranes de la India.

«No hay placer como estar sano.» Fundamental. Con una doble idea de por medio. La importancia de la salud ante todo, y la preeminencia del sano placer de estar sano sobre los placeres artificiales de dinero y diversión. El cuerpo y la mente en buen estado son la base y la garantía de tranquilidad y satisfacción.  San Ignacio tenía un cuidado muy especial de los enfermos a los que visitaba y servía con sus propias manos, y esa experiencia continuada lo llevó a apreciar más y más la salud y a recordarles su importancia a sus discípulos y dejar el principio estampado en las Constituciones de la Compañía de Jesús. Él mismo había cometido excesos en sus penitencias, vigilias y ayunos al principio de su conversión, y aprendió la lección que luego transmitió a sus seguidores. Su repetida expresión era: «Con el cuerpo sano podréis hacer mucho; más con él enfermo, no sé qué podréis.» Sabio consejo.

Los placeres artificiales no son verdaderos placeres. Son diversión, entretenimiento, interrupción, destape, excesos, agitación, frenesí, locura. Una noche de discoteca no es un placer. Será una travesura, un atrevimiento, una experiencia, un traspasar fronteras, un forzar límites, pero no un placer genuino, profundo, personal, duradero, íntimo, satisfactorio. Si nos fijamos en el lenguaje parece que «placer» en singular es noble y digno, mientras que «placeres» en plural se hacen sospechosos y rechazables. Los placeres de los sentidos, los placeres de la carne, los placeres de la mesa. Todos van con sombra. El placer de la amistad, el placer de la naturaleza, el placer del deporte y el ejercicio y la salud, el placer de leer y de tocar el piano y de caminar y de hablar es placer de verdad en cada caso con toda su profundidad y seriedad. Por lo visto placer no hay más que uno que se logra a través de distintas actividades y situaciones, mientras que placeres son muchos y dudosos.

«Llama el huésped, llama Dios.» Este ya existía en latín: «Venit hospes, venit Christus.» (Llegó el huésped, llegó Cristo.) Yo me aproveché bien de ese refrán. Llevaba yo algún tiempo en la ciudad de Ahmedabad donde, además de dar clase de matemáticas en la universidad me dedicaba a escribir artículos en el periódico en lengua guyaratí, y la gente me conocía por ellos. Me invitaban a visitarles en sus casas, y más aún a vivir en ellas con ellos, y así lo hice muchos años en lo que yo llamé mi «peregrinación urbana». Una semana en cada casa con una familia distinta, viviendo, comiendo, durmiendo como ellos y yendo en bicicleta a dar clase en la universidad todos los días. Me invitaban con la frase consagrada: «Venga usted, y que sus pies pisen mi casa.» Pisé muchas casas. Descalzo, porque se descalza uno al entrar. Y eso me dio un contacto, una intimidad, un conocimiento y una experiencia que marcó mi vida felizmente. Hay refranes que vienen muy bien. Pero también hay otro refrán indio que dice:

Un día huésped,
dos días pelma,
tres días se queda
perdió la cabeza.

Otro refrán: «Los mangos no maduran deprisa.» Los mangos «afús» son la fruta mejor del mundo. A los portugueses que llegaron a Goa los primeros desde Europa les encantaron los mangos y les dieron el nombre de su rey, Alfonso. La pronunciación local torció un poco el nombre y resultó lo de «afús» en vez de Alfonso, y hoy nadie se acuerda del rey de Portugal. En la lengua india el mango se llama «keri». A mí eso me suena a «querido». Mi profesor de inglés en la India solía decir que lo de Adán y Eva en el paraíso no fue una manzana sino un mango. Una manzana no hubiera merecido la pena; en cambio un mango sí… Y otro profesor nos decía que a él los mangos le daban dolor de estómago…, pero que se los comía bien a gusto.

«El cuervo se posó, y la rama se cayó.» Este también estaba en latín: «Post hoc ergo propter hoc.» La rama estaba ya rota y se estaba ya cayendo por sí sola, pero en ese mismo momento se posó el cuervo sobre ella y pareció como si ella cayera por el peso o el empujón del cuervo. «Una cosa después de otra parece una cosa a causa de la otra.» Aunque era pura coincidencia.

«Té, chocolate y café –
a llorar prepárate.»

Eso te lo dicen al traerte el té que hay que beber obligatoriamente en cada casa que visitas. Dicen que esas tres bebidas acortan la vida. Pero se ríen al decirlo. En cambio los chinos dicen que Dios te añade al fin de la vida todos los ratos que has pasado tomando una taza de té. La manera tradicional de tomar el té en la India es la siguiente. El ama de casa a la que se ha ido de visita pregunta si el huésped quiere té o café. Lo elegante es decir té. (El café lo beben los extranjeros.) Ella lo prepara, y viene con la taza de té en su platillo y se la ofrece al huésped. Este toma la taza en la mano derecha y el platillo en la izquierda. Vierte la mitad del contenido de la taza en el platillo y se lo devuelve a ella. Ella se bebe el té del platillo, y él de la taza. Mitad y mitad. Y se sonríen mutuamente. Acuérdate si vas a la India.

«Solo un perro loco o un inglés salen a pasear al mediodía.» Recuerdo de los tiempos en que la India era colonia inglesa.

Me contáis

Pregunta: ¿Es verdad que san Pablo tenía una idea muy pobre del matrimonio y decía que es mejor no casarse? ¿Cómo puede ser eso parte de la Sagrada Escritura?

Respuesta: Sí es verdad que lo decía. «Es bueno que el hombre no toque mujer.» «Deseo que todos los hombres fueran como yo mismo (solteros)». «A los no casados y a las viudas les digo: es bueno que se mantengan como yo.» «¿Estás unido a una mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques mujer. Pero si te casas, no pecas, y si una soltera se casa, tampoco peca.» 1 Corintios, 7. – No es muy agradable oír todo eso. «Si te casa no pecas» no es precisamente una apología del matrimonio. Pero san Pablo mismo fue cambiando de opinión a lo largo de su vida. En Efesios dice del matrimonio: «Este es un gran misterio y yo lo refiero a Cristo y a la Iglesia.» Y en 1 Timoteo, escrita ya al final de su vida, instruye así a su discípulo predilecto: «Quiero que las viudas jóvenes se casen.» Gracias por preguntar.

Salmo

Salmo 136 – ¿Cómo puedo cantar?

“¿Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera?”

Esta es la cruz y la paradoja de mi propia vida, Señor. ¿Cómo puedo cantar mientras otros lloran? ¿Cómo puedo bailar cuando otros guardan luto? ¿Cómo puedo comer cuando otros pasan hambre? ¿Cómo puedo jugar cuando otros laboran? ¿Cómo puedo vivir cuando otros mueren? Este mundo es destierro, prueba y sufrimiento; ¿cómo hablar en él de felicidad cuando veo la miseria a mi alrededor y la siento en mi propia alma? ¿Cómo cantar en el destierro?

La corriente del río invita al regocijo, pero nosotros lloramos a su orilla; los árboles hacen ondular sus ramas al ritmo de la música esperada, pero nosotros hemos colgado de ellas nuestra cítaras mudas; la gente nos pide canciones, pero les contestamos con lamentos. ¿Cómo podemos hablar de Jerusalén cuando estamos en Babilonia?

“Junto a los ríos de Babilonia
nos sentamos a llorar con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.

Allí, los que nos deportaban nos invitaban a cantar,
nuestros opresores, a divertirlos:
‘Cantadnos un cantar de Sión.’
¿Cómo cantar un cántico del Señor
en tierra extranjera?”

Haz, Señor, que sienta como mío el dolor de los demás. No permitas que olvide los sufrimientos de hombres y mujeres cerca y lejos de mí, la aflicción de la humanidad en nuestro tiempo, la agonía de millones frente al hambre, el abandono y la muerte. Que no me vuelva sordo o insensible. La humanidad sufre, y la vida es destierro. Los que sufren son mis hermanos y hermanas, y yo sufro con ellos.

Hay lugar para la alegría en la vida, pero también lo hay para la conciencia seria y trágica de la crisis de nuestro tiempo y de la responsabilidad común de aliviar el sufrimiento y buscar la paz.

Quiero poder cantar, Señor, quiero cantar las alabanzas de tu nombre y las alegrías de la vida como tú me has enseñado a hacerlo en las fiestas de Sión. Pero no puedo cantar en la amargura del destierro. Por eso mi respuesta negativa, “¿cómo puedo cantar?”, es en sí misma una oración para que acortes el destierro, redimas a la humanidad, traigas la alegría a la tierra, y yo pueda volver a cantar.

Si quieres volver a oír los cánticos de Sión, Señor, vuelve a traer la alegría de Sión al corazón de los hombres y mujeres que tú creaste.

Meditación

Parábola del reino

Mirad las aves del cielo: no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alienta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Observad los lirios del campo, cómo crecen, no se fatigan ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? (Sermón del Monte)

Jesús vive cerca de la naturaleza y de ella toma, al hablar, su inspiración y sus imágenes. Predica al aire libre y dice lo que ve y saca lecciones de lo que observa. Las aves del cielo y los lirios del campo, y otro día el sembrador y la cizaño, o la levadura y la mostaza, y la higuera y la vid. Todo es enseñanza en sus manos, porque en todo ve la presencia del Padre que da vida a cada ser y sentido a cada situación. El evangelio nació al aire libre.

Él mismo nos indica lo que nos falta para tener esa visión y adquirir esa confianza. Nos llama “hombres de poca fe”. Y con eso señala nuestra debilidad y explica nuestra pobreza. Nuestra mirada es corta y superficial. No vemos lejos, no vemos dentro, no penetramos la superficie, no llegamos al misterio. No vemos la providencia en una flor, ni la vida del hombre en el sarmiento de una vid. Nos falta imaginación, nos falta profundidad, nos falta fe. Nos falta caer en la cuenta del alcance de la encarnación, por la cual Dios se hace hombre, el aire que respiramos lo ha respirado él, y la tierra que pisamos la han pisado sus plantas. Ojos de hombre, que eran visión de Dios, han visto misterios en las meses del campo y profecías en las nubes de cielo. Y con eso nos han abierto, en bendición magnánima, la facultad de ver maravillas en la vida ordinaria y milagros en la campaña. Paisajes de la fe.

Tras el origen de la creación viene la presencia de la encarnación. La naturaleza, que ya era sagrada por venir de las manos de Dios, se adentra aún más en el santuario al ser asumida por el mismo Dios. La máxima unión entre materia y divinidad. El contacto vivo entre tierra y cielo. Dios toma el alimento que nosotros tomamos. Todo queda santificado porque él ha estado aquí.

“Salió el sembrador…” Y desde aquel momento, nadie ha podido ver un campo sin ver en él la semilla, la palabra, la gracia, los arbustos que ahogan y la cosecha del ciento por uno. Vino Jesús… y todo el mundo se hizo parábola. Sepamos entenderla.

Día 1
Os cuento

Otra aventura que me pasó en la India con el muchacho hindú a quien cité hace algún tiempo.

Íbamos otro día caminando juntos en la estación de los monzones. No estaba lloviendo en aquel momento, pero había charcos de agua por todas partes y ranas alegres que saltaban por cualquier lado de un charco a otro y aterrizaban en cualquier parte. En esto mi amigo, Amín El Blanco como dije que se llamaba y lo llamaban por ser amigo mío, me agarró de repente del brazo y me dio un empujón. Cuando lo le miré extrañado, él me explicó: «Dame las gracias; te acabo de salvar de cometer un gran pecado.»

Tendré que explicar esto. Yo iba charlando animado, y no me había dado cuenta de que había una rana parada en nuestro camino, y yo estaba a punto de aplastarla con el pie a mi paso sin caer en la cuenta. La rana estaba también aturdida entre salto y salto, y no hubiera podido reaccionar a tiempo para salvarse. El empujón salvó a la rana, que se levantó perezosamente y saltó a un lado. Yo le di las gracias a mi amigo Amín, ya que nunca es agradable aplastar a una rana, pero por otra parte noté la palabra «pecado» y eso nos dio un buen tema de conversación el resto de nuestro paseo.

Para mí, matar una rana no es pecado, pero para él sí, pues los hindúes consideran a toda vida sagrada, y tan pecado es matar a un conejo como a un hombre, y algunos hasta me decían que es peor matar al conejo porque el hombre puede defenderse de hombre a hombre, mientras que el conejo no puede hacer nada ante un cazador con buena puntería, con lo cual el encuentro es desigual y por consiguiente injusto. Pero el tema importante no era ese, sino lo que lo siguió. Y aquí viene la gran diferencia entre Oriente y Occidente. Aunque fuera pecado matar a la rana, yo no lo hacía a idea, yo iba paseando pacíficamente por un camino asfaltado para humanos, no había notado a la rana intrusa y el pisarla solo hubiera sido un accidente sin culpa mía. Como si estoy limpiando una pistola que creo descargada, y resulta que estaba cargada y se dispara y mata al de al lado, eso no es un asesinato sino una desgracia o a lo más una imprudencia que yo soy el primero en lamentar. Eso es para mí en mi visión cristiana. Para mi amigo en su visión hindú era diferente. Para él lo que cuenta es el acto en sí, no la intención con que se hace. Si yo piso a la rana y la mato, aun sin quererlo, yo he matado a la rana y soy responsable del acto según los hindúes, y eso es pecado. Dicho de otra manera: para mí, el matar a la rana (o a un hombre) sin querer, es un asesinato «material», pero no «formal»; es solo formal si yo mato a idea, sabiendo y queriendo lo que hago. Y un acto material es puramente un accidente, que solo adquiere responsabilidad formal si yo sé y quiero lo que hago. Si yo, en ejemplo contrario, abro la presa de un embalse para traer agua a mi huerto, y resulta que un hombre se estaba ahogando allí y al bajar el nivel del agua le salvo la vida sin yo saberlo, me da las gracias, desde luego, pero yo no tengo ningún mérito pues no tenía idea de que lo estaba salvando. Lo que cuenta para mérito o culpa moral no es el acto material sino la intención formal.

Todo eso por una rana. Pero las consecuencias prácticas son enormes. Para el hindú lo importante es la acción, no la intención; mientras que para un cristiano lo es la intención. No juzgo ni comparo, pero quiero entender lo mejor de ambas actitudes. Quiero conservar mi intención pura y clara y bienhechora en todo lo que hago, y quiero sentir que la intención por sí misma no hace nada si no se sigue la acción. Oriente y Occidente no están para oponerse sino para completarse. Todo eso me enseñó un empujón oportuno ante una rana en la estación de los monzones.

Me contáis

Mi hijo no quiere ir a misa los domingos. Tiene 14 años. Hasta ahora venía conmigo pero ahora dice que se aburre, que no saca nada, que sus amigos no van, y que como ahora se quedan los sábados por la noche en casa de alguno hasta tarde, el domingo no hay quien se levante. Yo ahora voy sola a misa, pero me duele mucho. ¿Puedo hacer algo?

Ni tú ni yo podemos hacer mucho allí por mucho que nos gustaría y quisiéramos. Es verdad que las misas no suelen ser muy atractivas en sí, que muchos jóvenes no van, y que sus andanzas nocturnas hacen difícil encontrar tiempo para ir a la iglesia. Por otra parte, la misa es lo mejor que tenemos, y la comunión es nuestro compromiso personal renovado y nuestra fuente de fe y de vida. No podemos perderla. Precisamente el cristianismo se caracteriza por distinguir entre católicos practicantes y católicos no practicantes. Los practicantes son los que van a misa los domingos. Los no practicantes son los que están bautizados pero no van a la iglesia. En el hinduismo, que observé de cerca muchos años en la India, no existe esa diferencia. El Pandit Nehru declaró espontáneamente: «Yo soy hindú por nacionalidad, casta y religión, pero no he entrado en un templo en toda mi vida ni rezo oración alguna ni practico ningún rito.» Eso no nos basta a los católicos. Una cosa es estar bautizado, y otra el «cumplir con la Iglesia».

El domingo viene señalado desde el Génesis, «y el séptimo descansó», y consagrado por la resurrección del Señor «al alborear el primer día de la semana».

Salmo

Salmo 137 – ¡No dejes por acabar la obra de tus manos!

“El Señor llevará a cabo sus planes sobre mí.
Señor, tu misericordia es eterna;
no abandones la obra de tus manos.”

Palabras consoladoras, si las hay. El Señor llevará a cabo sus planes sobre mí. Sé que tienes planes sobre mí, Señor, que has comenzado tu trabajo y que quieres llevar a feliz término lo que has comenzado. Eso me basta. Con eso descanso. Estoy en buenas manos. El trabajo a comenzado. No quedará estancado a mitad de camino. Has prometido que lo acabarás. Gracias, Señor.

Tú mismo hablaste con reproche del hombre que comienza y no acaba: del labrador que mira hacia atrás a mitad del surco, del aparejador que deja la torre a medias, sin acabar de construir. Eso quiere decir que tú, Señor, no eres así. Tú trazas el surco hasta el final, acabas la torre, llevas a buen fin tu trabajo. Yo soy tu trabajo. Tus manos me han hecho, y tu gracia me ha traído adonde estoy. No eludas tu responsabilidad, Señor. No me dejes en la estacada. No repudies tu trabajo. Se trata de tu propia reputación, Señor. Que nadie, al verme a mí, pueda decir de ti: “Comenzó a construir y no pudo concluir.” Lleva a feliz término lo que en mí has comenzado, Señor.

Tú me has dado los deseos, dame ahora la ejecución de esos deseos. Tú me invitaste a hacer los votos, dame ahora fuerza para cumplirlos. Tú me llamaste para que me pusiera en camino hacia ti, dame ahora determinación para llegar. ¿Por qué me llamaste, si luego no ibas a continuar llamándome? ¿Por qué me hiciste salir, si no tenías intención de hacerme llegar? ¿Por qué me diste la mano, si luego me ibas a soltar a mitad de camino? Eso no se hace, Señor…

Estoy en pleno trajinar, y siento la dificultad, el cansancio, la duda. Por eso me consuela pensar en la seriedad de tus palabras y la solidez de tu promesa. “El Señor llevará a cabo sus planes sobre mi.” Esa declaración me da esperanza cuando me fallan las fuerzas, y ánimo cuando se acobarda mi fe. Yo puedo fallar, pero tú no. Tú te has comprometido en mi causa. Y tú cumples tu promesa hasta el final.

Permíteme expresar mi fe en una oración, mi propia convicción, en una humilde plegaria, con las palabras que tú me has dado y que me deleitan al pronunciarlas:

“¡Señor, no dejes por acabar la obra de tus manos!”

Meditación

Ecologismo y ecumenismo

Mirad las aves del cielo: no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alienta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Observad los lirios del campo,cómo crecen, no se fatigan ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? (Sermón del Monte)

Jesús vive cerca de la naturaleza y de ella toma, al hablar, su inspiración y sus imágenes. Predica al aire libre y dice lo que ve y saca lecciones de lo que observa. Las aves del cielo y los lirios del campo, y otro día el sembrador y la cizaño, o la levadura y la mostaza, y la higuera y la vid. Todo es enseñanza en sus manos, porque en todo ve la presencia del Padre que da vida a cada ser y sentido a cada situación. El evangelio nació al aire libre.

Él mismo nos indica lo que nos falta para tener esa visión y adquirir esa confianza. Nos llama “hombres de poca fe”. Y con eso señala nuestra debilidad y explica nuestra pobreza. Nuestra mirada es corta y superficial. No vemos lejos, no vemos dentro, no penetramos la superficie, no llegamos al misterio. No vemos la providencia en una flor, ni la vida del hombre en el sarmiento de una vid. Nos falta imaginación, nos falta profundidad, nos falta fe. Nos falta caer en la cuenta del alcance de la encarnación, por la cual Dios se hace hombre, el aire que respiramos lo ha respirado él, y la tierra que pisamos la han pisado sus plantas. Ojos de hombre, que eran visión de Dios, han visto misterios en las meses del campo y profecías en las nubes de cielo. Y con eso nos han abierto, en bendición magnánima, la facultad de ver maravillas en la vida ordinaria y milagros en la campaña. Paisajes de la fe.

Tras el origen de la creación viene la presencia de la encarnación. La naturaleza, que ya era sagrada por venir de las manos de Dios, se adentra aún más en el santuario al ser asumida por el mismo Dios. La máxima unión entre materia y divinidad. El contacto vivo entre tierra y cielo. Dios toma el alimento que nosotros tomamos. Todo queda santificado porque él ha estado aquí.

“Salió el sembrador…” Y desde aquelmomento, nadie ha podido ver un campo sin ver en él la semilla, la palabra, la gracia, los arbustos que ahogan y la cosecha del ciento por uno. Vino Jesús… y todo el mundo se hizo parábola. Sepamos entenderla.

 

Día 15
Os cuento

Hace años se hicieron célebres en círculos de espiritualidad unos versos en inglés sobre la experiencia directa de Dios. Los  recitábamos en voz alta, todos juntos y al unísono en nuestras reuniones de oración en la India. Y nos hacían mucho bien. Es verdad que lo fundamental y universal en el cristianismo es la fe, pero también el sentimiento es importante. No vamos a hablar de dones místicos, que ya reservamos para los grandes santos, pero lo que san Ignacio llama en sus Ejercicios Espirituales “consolación y desolación” es bien real y bien práctico. Hay días en que el rato de oración, por largo que sea, pasa sin darse cuenta, y hay días en que hay que mirar al reloj varias veces para asegurarse que está pasando el tiempo. Jesús se hace presente con la delicadeza y naturalidad con que él sabe hacerlo, y lo sentimos al lado también con naturalidad y alegría. Los versos se llamaban “El evangelio en tiempo presente.” Lección de gramática. Los traduzco al castellano:

Tus doctos discursos no son evidencia;
Lo que yo deseo y luz y presencia.
¿Hace veinte siglos qué sé qué pasó?
Lo que pasa ahora quiero saber yo.

No me digas cosas que turban la mente
Quiero el evangelio en tiempo presente.
Pasado y futuro no me dicen nada,
Solo en el presente nace la alborada.

No quiero sermones ni libros antiguos,
Ni citas ni pruebas ni versos ambiguos.
No digas que dicen, dijeron, dirán;
Muéstrame al que viene a partir el pan.

Tienen fuerza los versos y hacen pensar. Y sentir. A mí se me saltan las lágrimas al leerlos, de tantos buenos ratos como he pasado con ellos. Pero ahora parece que hemos cambiado el enfoque. Hemos descartado la experiencia de Dios como algo que sería pretencioso ambicionar, nos da reparo y casi vergüenza hablar de ella, no la predicamos ni la proponemos ni nos la proponemos a nosotros mismos, no la esperamos ni creemos que nos la merezcamos, y así seguimos siendo cristianos de segunda mano, discípulos de oídas, devotos de labios, repetimos lo que hemos aprendido, creemos por lo que otros nos dicen que ellos vieron, pero no hemos visto ni sentido ni palpado ni experimentado. Lección bien aprendida y bien recitada. Rutina, tradición, herencia, costumbre. Pero no contacto personal ni vivencia ni experiencia ni vida. Religión de libros de texto, oración recitada de memoria, liturgia bien ensayada. Pero no el encuentro, la compañía, la realidad, la experiencia. Burocracia en la vida espiritual.

No digas que dicen, dijeron, dirán;
Muéstrame al que viene a partir el pan.

Siento todo esto que digo con toda mi alma, y siento la falta de esta práctica y actitud en nuestra vida espiritual oficial.

Me contáis

¿Qué piensa usted de Krishnamurti?

Ante todo siento que me alegra la pregunta. Me alegra que alguien por aquí y ahora conozca y se acuerde y cite a Krishnamurti, el sabio hindú del siglo pasado que se hizo célebre en la India donde vivía y en Suiza donde pasaba los veranos (¡sabio que era!), e hizo mucho bien a muchos con sus diálogos y con sus libros. Yo hablé con él en dos ocasiones, una en Madrás (Chennai) y otra en Zurich (también yo puedo ser sabio).Me impresionó primero la calidez con que al saludarme tomó mis manos entre las suyas y las retuvo un rato apretadas sin decir nada pero comunicando aprecio y afecto. No esperaba yo tanta emotividad y cercanía en un intelectual acendrado. Me ganó con su gesto. Me presenté diciéndole que era jesuita, y él se echó las manos a la cabeza y exclamó: “¡Salió el sol por occidente! ¡Un jesuita ha venido a visitarme!” Luego me hizo una pregunta que a mí, como escritor, me gustaría hacer a los que me dicen que leen mis libros: “Usted me dice que le han ayudado mis libros. ¿Qué es lo que usted ha sacado de ellos?” Pero yo tenía la respuesta y le contesté inmediatamente: “Tres cosas. Vivir el presente, librarse de los condicionamientos, y ver siempre la totalidad en vez de las partes separadas.” Me contestó: “Ya se ve que es usted jesuita.” Lo tomé como un cumplido. Mejor que hablar de él doy alguna cita suya:

“La meditación es la inocencia del tiempo.”

“La meditación está más allá del pensamiento.”

“La meditación es el mayor arte de la vida, y no es posible aprenderla de nadie, y menos de manuales. No tiene técnica, y por consiguiente no la regula ninguna autoridad. Esa es su belleza.”

“La meditación no es un medio para un fin, es ella misma el medio y el fin.”

“Si te pones a meditar, eso no es meditación. Si te pones a ser bueno, la bondad no florecerá. Si cultivas la humildad, deja de existir. La meditación es la brisa que llega cuando dejas la ventana abierta, pero si la abres deliberadamente, si invitas deliberadamente a la brisa a que entre, nunca entrará.”

“No medites en público, o con otro, o en grupo. Medita únicamente en soledad, en la quietud de la noche o en la frescura del amanecer. Y la soledad ha de ser soledad. Has de estar totalmente solo, sin estar acompañado de un sistema, sin seguir un método, sin repetir palabras, tener pensamientos, sentir deseos, o formular propósitos. Todo eso impide la meditación.”

Salmo

Salmo 138 – Me conoces a fondo

“Señor, tú me sondeas y me conoces:
me conoces cuando me siento o me levanto,
de lejos penetras mis pensamientos;
distingues mi camino y mi descanso;
todas mis sendas te son familiares;
no ha llegado la palabra a mi lengua,
y ya, Señor, te la sabes toda.

Tanto saber me sobrepasa;
es sublime, y no lo abarco.”

Conoces mis pensamientos, mis palabras, mis idas y venidas, mis motivos y pasiones, mi lealtad y mis fallos, mi carácter, mi personalidad. Me conoces mejor que yo mismo. Me entiendes aun en lo que yo no me entiendo a mí mismo. Me descansa saber que al menos hay alguien que me entiende.

Sé que el conocimiento propio es el camino de la salud mental y de la perfección espiritual. He trabajado por conseguirlo sin éxito, y ahora caigo en la cuenta de que en ti es donde me encuentro a mí mismo, en tu rostro veo el reflejo del mío, en el conocimiento que tú tienes de mí es donde he de encontrar el propio conocimiento que afanosamente busco. Tratar contigo en la oración es la mejor manera de llegar a conocerme a mí mismo. Esta iluminación marca una nueva etapa en mi carrera espiritual.

Tú conoces hasta mi cuerpo, que, según empiezo a ver ahora, juega un papel mucho más importante en mi vida de lo que yo había creído hasta ahora, unido como está a mi alma en vínculo íntimo de influencia mutua en existencia fundida.

“Tú has creado mis entrañas,
me has tejido en el seno materno.
Conoces hasta el fondo de mi alma,
no desconoces mis huesos.

Cuando en lo oculto me iba formando,
y entretejiendo en lo profundo de la tierra,
tus ojos veían todos mis miembros,
y se inscribían en tu libro;
los formaste día a día,
y ninguno se retrasó en su crecimiento.

¡Qué incomparables encuentro tus designios, Dios mío,
qué inmenso su conjunto!”

Llévame a entender mi cuerpo día a día como lo entiendes tú. Hazme apreciar esta maravilla de tu creación y amar el don de la materia en mi cuerpo. Reconcíliame con lo que hay de físico y material en mí y haz que me sienta orgulloso de mi contacto con la tierra a través de la arcilla de mi cuerpo.

Hazme amar mis sentidos corporales, fiarme de su sabiduría, seguir sus instintos. Haz que me sienta uno con la naturaleza a través de su contacto, hasta llegar a establecer una fraternidad de ver, oír y gustar con todo el mundo material que tú has creado para que me haga compañía en mi camino hacia ti.

Y luego llévame a que me entienda a mí mismo como un todo, alma y cuerpo, sentidos y mente, sabiduría y locura, tal como soy en la unicidad de mi carácter y en la santidad de mi naturaleza, que lleva tu sello. Dame, Señor, la gracia suprema del conocimiento propio frente a ti en el contexto de tu creación entera. En esa gracia están todas las gracias.

Me conoces a fondo, Señor. Enséñame a conocerme a mí mismo a fondo.

Meditación

Y la mariposa dijo… os avisé.
(Chamalú)

¿Hace cuánto no has visto volar una mariposa? ¿Días, meses.., quizá años? ¿Cuál fue la última vez que te sorprendió el palpitar del abanico viviente de alas ingrávidas en leve trayectoria del color? ¿Cuándo viste por última vez a unamariposa posarse en una flor y observaste sus antenaserectas y la espiral de su trompa expertamente desenroscada en busca del néctar oculto en el seno de la flor?

En  mi niñez yo veía mariposas todos los días, no ya en el campo, sino en medio de la ciudad que era menos asfalto y más jardín que ahora. Sólo en invierno las echaba de menos, y esperaba la aparición de la primera mariposa como certificado vivo de la llegada de la primavera, incluso las atrapaba sigilosamente entre mis dedos, para observar de cerca sus geométricos dibujos, admirar la viveza de sus colores, y dejarlas marchar guardando solo entre mis dedos el recuerdo impreso del mágico polvillo de sus alas de hada. Eso era cuando yo era inocente y el aire era limpio Ahora no veo mariposas. ¿Dónde estarán?

Nos dicen que un buen índice de la salud ecológica de una región es el número de mariposas que en ella se ven. Si eso es así, andamos mal de salud. Las mariposas se retiran porque el aire se enturbia, la hierba se marchita, las flores se van. Y al marcharse se llevan con ellas la consolación que nos quedaba de ver su alegre presencia y recibir su testimonio valioso acerca de nuestro entorno vital. Hoy no están y su ausencia nos hace sentir la pobreza entristecida del aire que respiramos y de la tierra que pisamos. Hemos perdido el certificado de buena conducta. Algún castigo nos llegará.

¿Qué es perder una mariposa? Es perder naturaleza, perder patrimonio, perder creación. Dios creó generosamente la multiplicidad de seres vivos para compañía, servicio y alegría del hombre y la mujer que eran imagen suya, y a quienes quiso manifestar así su amor profundo y su providencia cuidadosa. Herencia paterna que adorna y acomoda la casa en que los hijos han de vivir. Conservar esa casa es deber de familia. Por eso la ecología es virtud, y el cuidado del entorno es reverencia a Dios. Toda pérdida de herencia es deslealtad al Padre que nos la legó.

Y seguimos perdiendo. Planta a planta, mariposa a mariposa, especie a especie. La lista aumenta cada día. Perdemos follaje, perdemos trinos, perdemos vida. Y la pérdida es siempre irreparable. La mariposa que se va, no vuelve. Por eso quiere avisarnos antes de marcharse. Para que no se nos haga demasiado tarde.

La mariposa nos avisa con su desaparición paulatina. Cada ala de menos en nuestros jardines es un peligro más para nuestro futuro. Despertemos a tiempo al mensaje. Antes de que llegue el día en que la mariposa ya no esté aquí apara advertírnoslo.

Día 1
Os cuento

La Virgen y el Niño

[Una mujer, Isabel de Bertodano, comparte con nosotros su reacción and el cuadro de Leonardo da Vinci “Madonna Litta” (La Virgen de la Leche) de María y el Niño.]

Como mujer que soy, esperando a mi primer hijo al final de diciembre (¡que es Navidad!), mi primera reacción ante el cuadro de Leonardo es cierto temor. En este momento, y pensando en las dificultades del parto, no me imagino poder estar tan tranquila como María con su Hijo, y desde luego que no debo aparecer tan sosegada como ella. María es el símbolo universal de la maternidad, representada a través de la historia como modelo de ternura, docilidad, y abnegación. Como modelo para nuevas madres resulta una imagen tan apabullante como la perfecta Demi Moore. Por los evangelios sabemos muy poco del momento del nacimiento de Jesús. Nada se menciona del buen lío que debió ser – todos sus detalles se dejan a la imaginación. Del mismo modo, artistas a través de todas las edades se han saltado siempre el episodio concreto. Aunque luego no se nos perdona la sangre y la agonía de Jesús en su pasión, nunca se nos enseña la realidad del nacimiento. En vez de eso, vemos a María después del parto con una apariencia fina y delicada, sin muestra alguna del esfuerzo del parto y la fatiga de noches sin sueño. Otras madres me han dicho que la manera como María tiene en brazos al Niño hace imposible darle el pecho. Como fotógrafos de familias de la era victoriana las hacían posar con rigidez estudiada, las escenas de la Natividad también nos parecen remotas, incluso engañosas. El retrato que Leonardo hace de María es una más de las innumerables imágenes de artistas que usaron su imaginación para inventarse su rostro, su pelo, sus vestidos. Leonardo la pinta como mujer blanca y pelo reluciente y bien peinado. Es un símbolo quinceañero de mujer, casta y fértil, inocente y sabia, llena de la divina gracia así como de la humana.

A mi marido y a mí nos están diciendo todo el rato que la llegada de nuestro bebé cambiará nuestras vidas en sentido tanto positivo como negativo. Tendremos que renunciar, al menos por un tiempo, de la libertad que ahora tenemos para disfrutar con nuestros viajes, de la tranquilidad de nuestro trabajo, de dormir la noche entera de un tirón, de salir de casa con solo el llavín y la cartera, de aceptar espontáneamente invitaciones y quedarnos hasta tarde en el bar. Tendremos aun pequeño y exigente autócrata en medio, y todo lo demás se nos hará secundario. En este sentido Jesús en el cuadro aparece como cualquier otro niño. Pero también nos dicen que no echaremos de menos todas esas cosas. Como un amigo que es un entusiasta nuevo padre me dijo hace poco, “Estarás tan enamorada de tu bebé que ni siquiera tendrás ganas para otras cosas.”

[Bello comentario de una madre.]

Me contáis

Me citas Juan 16:26, “No os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os quiere” y me preguntas: “Si Jesús ya no intercede por nosotros porque ya conocemos al Padre, ¿por qué le pedimos a él y ala Virgen y a los santos que intercedan por nosotros?”

Yo entiendo que son maneras normales de conversar y reaccionar en un diálogo ordinario. Claro que el Padre lo sabe todo, pero le gusta que nos acordemos de él y se lo digamos. Hay un proverbio en la lengua guyaratí de la India que dice: “Si tú no se lo pides, ni siquiera tu madre te servirá otra ración.” Está deseando hacerlo, pero quiere que tú se lo pidas. La oración de petición es más para enseñarnos a nosotros a practicar nuestra fe que para conseguir favores de Dios. La única oración que Jesús nos enseñó personalmente en su doctrina es la oración de petición. Y la tradición cristiana de todos los tiempos confirma su valor.

Salmo

Salmo 139 – Justicia para los oprimidos

“Yo sé que el Señor hace justicia al afligido
y defiende el derecho del pobre.”

Renuevo mi fe en tu justicia, Señor, en medio de un mundo en el que tu justicia parece brillar por su ausencia. Lo he intentado todo: oración y acción, palabras y escritos, persuasión y revolución, y nada ha resultado. La injusticia sigue dominando al mundo. ¿Qué más puedo hacer?

No puedo resignarme a quedarme sentado y que las cosas sean como son. Tampoco puedo cambiar nada, a pesar de todos mis esfuerzos. Deseo con toda mi alma que triunfe la justicia, y veo triunfar a la injusticia por todos lados. Creo en un Dios justo, mientras vivo en una sociedad injusta. Eso me hace sufrir, Señor, y quiero que tú lo sepas.

Ya sé que tus puntos de vista son diferentes de los míos, Señor, que tú ves lo que yo no veo, que tú llegas donde yo no llego, que tu tiempo se mide en eternidad. Pero mi vida en este mundo no es eterna, Señor, y espero ver al menos algún destello de tu justicia mientras camino todavía por la tierra.

También sé que la felicidad humana es engañosa y que las riquezas pueden acarrear miseria, mientras que la pobreza puede traer alegría. Eso será verdad, pero en modo alguno justifica la pobreza del pobre. Mi alma se rebela ante escenas de degradación infrahumana y no puede sufrir la mirada de hambre en el rostro de un niño.

No quiero predicar, no quiero discutir, ni siquiera deseo rezar. Quiero unirme de corazón al sufrimiento de mis hermanos y hermanas para recordarte, en unidad de existencia y de fe, la agonía diaria de tu pueblo en la tierra.

“El Señor hace justicia al afligido
y defiende el derecho del pobre.”

Meditación

Al abrir mi ventana todas las mañanas,
Veo el monte Fuji.

Nos alegramos mucho. Quizá envidiamos también al sabio japonés que nada más con abrir la ventana de su casa por la mañana puede disfrutar de la vista, a un tiempo artística y sagrada, del monte perfecto en su cono de nieve, cargado de tradición y de sentimiento, símbolo de un pueblo, de una fe, de un esfuerzo para elevarse desde una base terrestre hasta un vértice de nubes en contacto con el mismo cielo. Una vista así cada mañana consagra y eleva el resto del día con el recuerdo gráfico y emotivo del destino eterno que nos espera y al que nos acercamos día a día en peregrinación agradecida. Feliz el hombre que comienza el día ante el triángulo sagrado del monte Fuji.

La cosa cambia un poco cuando nos enteramos de que el sabio japonés que pronunció esas palabras vivía muy lejos del monte Fuji, de hecho vivía en otra isla del Japón desde donde ni siquiera en el horizonte se divisaba tierra alguna, y además su casa estaba en un pueblecito de viviendas apiñadas donde lo único que veía al abrir la ventana por la mañana era la pared del vecino con su color deslucido y sus manchas de tiempo. Para colmo, el buen hombre nunca había salido de su pueblo y nunca había visto el monte Fuji en su vida, y solo lo conocía a través de poemas y pinturas, como un nombre, un símbolo, una imaginación. ¿A qué venía, pues, el decir que veía el monte Fuji desde su ventana? ¿Era presunción? ¿Era deseo objetivado? ¿Era licencia poética? ¿Era nostalgia? ¿Era sueño?

Era algo más sencillo y más profundo al mismo tiempo. El sabio había aprendido a valorar la vida ordinaria, a tomar cualquier incidente como manifestación de la vida, a descubrir nobleza en lo vulgar y belleza en lo trivial, a saber que cada palabra es mensaje y cada rostro revelación, a ver la creación entera en una hoja de hierba, y el monte Fuji en una pared de barro. Había encontrado el sentido sagrado de la existencia, el alma del universo, la unidad del cosmos. No necesitaba vivir en un monte sagrado o en una gruta solitaria. No necesitaba imágenes ni paisajes. No necesitaba escrituras ni ritos. Por todo ello había pasado con devoción y respeto, y todo ello lo había llevado a la contemplación directa de todo en todo, del cielo en la tierra, de lo divino en lo humano, del monte Fuji en la pared de enfrente. Así lo veía todas las mañanas y bendecía su día con la presencia remota pero cercana del espíritu en la materia. Ojos de fe que ven redención en cada suceso y gracia en cada gesto. Ese era el secreto del escondido adorador del monte Fuji.

Ese es el secreto de la elevación del alma en medio de la rutina diaria. La contemplación del monte Fuji cada mañana al abrir la ventana. El culto de lo cotidiano. La novedad de lo repetido. La sorpresa de lo aburrido. La reconciliación con las cosas tal como son y con la vida tal como es. El gozo del presente sin esperar a triunfos de futuro. El saludo a la pared de enfrente sin envidiar a los vecinos del Fuji. Esa actitud cada mañana es la más apropiada para vivir bien el día.

Yo incluso sospecho que los vecinos del Fuji que lo ven en realidad desde sus casas a cualquier hora, acaban por acostumbrarse, aburrirse, y dejan de mirarlo. Más vale el sabio lejano que sigue adivinándolo porque nunca lo ha visto. Eso es fe.

 

Día 15
Os cuento

El Pandit Nehru fue el primer ministro que inauguró la independencia de la India cuando dejó de ser colonia inglesa en 1947. Era de familia de brahmanes de Cachemira, se había educado y vivido en Inglaterra, y en mentalidad y cultura era casimás inglés que indio, pero era muy popular, respetado y querido en la India por su familia noble y por su propia personalidad. El artífice de la independencia de la India fue Mahatma Gandhi, pero,después de conseguirla,él no quiso tener ningún cargo político en la nación,y propuso, y todos aceptaron, a Nehru como primer ministro. Para Nehru eso fue un gran honor y una gran responsabilidad. La primera autoridad en la nueva India. Pero al mismo tiempo fue un gran reto porque él apenas conocía su propia nación. Se puso a leer, estudiar y conocer a la India, y lo que aprendió lo escribió en un libro que llamó apropiadamente “Descubrimiento de la India” (TheDiscovery of India), yque es un clásico en la literatura india moderna.

Como parte de su nueva formación visitó también a personajes sabios y cultos de la India para aprender de ellos opiniones y situaciones, y recabar consejos para su administración. Uno de estos hombres sabios que Nehru consultó fue VinobaBhave. Este era el ideólogo de Mahatma Gandhi, organizador del movimiento “La tierra para quien la trabaja”, y autor de un célebre comentario del libro sagrado de la India, el Bhágavat Guita.

En la entrevista Nehrule hizo muchas preguntas a Vinoba sobre cómo gobernar en casos concretos y en situaciones difíciles. Hablaron largo en profundidad y confianza. Al despedirse, Nehru pidió a Vinoba: “Ahora deme, por favor, un consejo, una frase, una palabra para recordar y resumir todo lo que usted me ha dicho hoy para ser un buen primer ministro en esta nueva nación.”Vinoba le contestó: “Toque usted la flauta una hora todos los días.”

La entrevista había sido pública en presencia de mucha gente, y todos sonrieron al oír el consejo. Nehru también sonrió. Los múltiples trabajos del día, la responsabilidad del país, reuniones internacionales, visitas, comisiones, correspondencia, discursos le llenaban el día, y las veinticuatro horas le quedaban cortas al primer ministro. Y ahora le piden una hora de descanso. Y que lo sepan todos. Que sepan que el primer ministro de la India se pasa una hora cada día tocando la flauta. Y que se animen a hacer ellos lo mismo. Todo el país prosperará. La flauta es el descanso en el trabajo, la pausa en la vida, la medicina contra la ansiedad. Todo el resto del día se beneficia de su melodía, y toda actividad mejora con sus escalas. Tranquilidad, ecuanimidad, equilibrio, enfoque, arte y habilidad, música y poesía. Solución de problemas, nacimiento de planes, evaluación de conductas, examen de actitudes; todo se aclara, todo encaja, todo tiene sentido, todo se unifica en su variedad y se revalora en su riqueza. Al tocar la flauta.

La vida se nos ha disparado, y hay que frenarla. No paramos, no pensamos, no reposamos, no disfrutamos. Tenemos horarios y citas y compromisos y reuniones. Contra reloj. Vemos el paisaje desde el tren, y las nubes desde el avión. Es decir, no vemos. No discernimos.  No contemplamos. Y de esa falta de contemplación se resiente la vida. Hay que volver a la serenidad, a la visión, a la pausa, a la  contemplación.

El consejo es para todos nosotros desde luego. No se trata de comprar el instrumento y dar clases de música. Se trata de la actitud, la cultura, hasta de la espiritualidad. El descanso, la interrupción, la distracción, la diversión. Tenemos complejos que nos atan, manías que nos dominan, vicios que nos acosan, y rutinas que nos aplanan. Y sobre todo tenemos la repetición monótona de cada día igual que el anterior y figura del siguiente. Hay que interrumpir la corriente de la uniformidad con la melodía redentora. Hay que tocar la flauta. Una hora cada día. Do re mi fa sol…

Me contáis

[Me ha venido bien esta pregunta sobre la flauta. Seguimos tocando.]

Pregunta: He visitado la India y me ha llamado la atención que a su dios principal, Krishna, lo representan siempre tocando la flauta, que es una postura muy simpática y alegre. ¿Es tan alegre la religión hinduista?

Respuesta: Sí que lo es. La flauta de Krishna es el símbolo más conocido y repetido en el hinduismo, y su melodía calma a las fieras, atrae a las personas, enciende la devoción y lleva a Dios. Su secreto es que está vacía, no es más que un largo agujero por el que sopla Krishna, como el secreto de la vida espiritual es vaciarnos de nosotros mismos para que sea Dios quien actúe en nosotros. Eso es muy bello y muy profundo. Un compañero mío en los estudios de teología en el seminario en la India escribió su tesis de fin de carrera sobre el tema “La Cruz y la Flauta” como símbolos respectivamente del cristianismo y el hinduismo. Y la verdad es que no nos dejó muy bien parados en la comparación. El hecho fundamental del cristianismo no es la muerte de Jesús sino su resurrección, pero lo que pasa es que la muerte en la cruz se presta mucho más a la representación popular que la salida del sepulcro, y por eso la cruz ha quedado como nuestro símbolo. Sí que hay algunas representaciones de Jesús resucitado saliendo del sepulcro con una bandera en la mano y un ángel retirando la piedra, pero resultan algo artificiales y no se han hecho tan populares. La cruz ha quedado en el centro.

Salmo

Salmo 140 – Oración de la tarde

“Suba mi oración como incienso en tu presencia,
el alzar de mis manos como ofrenda de la tarde.”

Va oscureciendo, Señor. Ha pasado el día con su cortejo de actividades y reuniones, gente y trabajo, hablar y escuchar, logros y papeles, decisiones y dudas. Ni siquiera sé bien lo que he hecho o lo que he dicho, pero el día toca a su fin y quiero ofrecértelo, Señor, tal como ha sido, antes de cerrar la cuentay pasar página.

Acepta este día como varilla de incienso que se ha quemado hora a hora en tu presencia, dejando en las cenizas del pasado la fragancia del presente. Acéptalo como mis manos alzadas hacia ti, símbolo e instrumento de mis acciones diarias para vivir mi vida y establecer tu Reino. Acéptalo como ofrenda de la tarde, sacrificio vespertino que celebra en el altar del tiempo la liturgia de la eternidad. Acéptalo como oración que resume mi fe, mi entrega, mi vida. Acepta al final del día el humilde homenaje de mi existir humano.

No trato de justificar mis acciones, defender mis decisiones o excusar mis fallos. Sencillamente, presento ante ti el día de hoy tal y como ha sido, como yo lo he vivido y como tú lo has visto. Recógelo con tu mirada y archívalo en los pliegues de tu misericordia. Su recuerdo queda a salvo en tu eternidad, y yo puedo desprenderme de él con alegre confianza. Aligera mis hombros dela carga de este día, para que no oprima mi memoria o hiera mi pensamiento. Limpia mi mente de todo disgusto y toda pena, y que no quede resto ni basura que enturbie mi conciencia. Que arda mi día como ha ardido la varilla de incienso que se deshace en perfume, se desvanece en la nada y llena todo el espacio alrededor con el gesto evasivo de su presencia invisible; y que no deje así residuo alguno de remordimiento, preocupación, ansiedad o culpa en mi alma abierta al cielo.

Acepta, Señor, mi sacrificio vespertino. Haz que cicatricen mis recuerdos y se cierre mi pasado, para que yo pueda vivir el presente con la plenitud de tu gracia.

Meditación

“Y la mariposa dijo: “Os avisé.”
(Chamalú)

¿Hace cuánto no has visto volar una mariposa? ¿Días, meses…, años quizá? ¿Cuándo fue la última vez que te sorprendió el palpitar del abanico viviente de alas ingrávidas en leve trayectoria de color? ¿Cuándo viste por última vez a una mariposa posarse en una flor, y observaste sus antenas erectas y la espiral de su trompa expertamente desenroscada en busca del néctar oculto en el seno de la flor?

En mi niñez yo veía mariposas todos los días, no ya en el campo sino en medio de la ciudad que era menos asfalto y más jardín que ahora. Solo en invierno las echaba de menos, y esperaba la aparición de la primera mariposa como certificado vivo de la llegada de la primavera. Incluso las atrapaba sigilosamente entremis dedos, para observar de cerca sus geométricos dibujos, admirar la viveza de sus colores, y dejarlas marchar guardando solo entre mis dedos el recuerdo impreso del mágico polvillo de sus alas de hada. Eso era cuando yo era inocente y el aire era limpio. Ahora no veo mariposas. ¿Dónde estarán?

Nos dicen que un buen índice de la salud ecológica de una región es el número de mariposas que en ella se ven. Si eso es así, andamos mal de salud. Las mariposas se retiran porque el aire se enturbia, la hierba se marchita, las flores se van. Y al marcharse se llevan con ellas la consolación que nos quedaba de ver su alegre presencia y recibir su testimonio valioso acerca de su entorno vital. Hoy no están, y su ausencia nos hace sentir la pobreza entristecida del aire que respiramos y de la tierra que pisamos. Hemos perdido el certificado de buena conducta. Algún castigo nos llegará.

¿Qué es perder una mariposa? Es perder naturaleza, perder patrimonio, perder creación, perder vida. Dios creó generosamente la multiplicidad de seres vivos para compañía, servicio y alegría del hombre y la mujer que eran imagen suya, y a quienes quiso manifestar así su amor profundo y su providencia cuidadosa. Herencia paterna que adorna y acomoda la casa en que los hijos han de vivir. Conservar esa casa es deber de familia. Por eso la ecología es virtud, y el cuidado del entorno es reverencia a Dios. Toda pérdida de herencia es deslealtad al Padre que la legó.

Y seguimos perdiendo. Planta a planta, mariposa a mariposa, especie a especie. La lista aumenta cada día. Perdemos follaje, perdemos trinos, perdemos vida. Y la pérdida es siempre irreparable. La mariposa que se va, no vuelve. Por eso quiere avisarnos antes de marcharse. Para que no se nos haga demasiado tarde.

La mariposa nos avisa con su desaparición paulatina. Cada ala de menos en nuestros jardines es un peligro más para nuestro futuro. Despertemos a tiempo al mensaje. Antes de que llegue el día en que la mariposa ya no está aquí para advertírnoslo.

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