Los textos de Carlos G. Vallés
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Año 2017
Día 1
Os cuento

Estos días estoy disfrutando el placer de volver a leer un libro que yo recordaba de hace mucho tiempo. La antigua memoria se junta con la lectura actual, y páginas olvidadas resurgen con gran fuerza. Me encuentro sonriendo una y otra vez con verdadero gusto. La vida es crecimiento, pero también es memoria, y el presente descansa sobre el pasado mientras mira al futuro. Y luego hay otro secreto en este placer de hoy, y es que estoy un libro que yo mismo escribí hace muchos años. Eso es mejor todavía. Escritor, y luego lector de mis propios escritos. No cabe duda que la profesión de escritor es la mejor del mundo. Y aún tiene otra ventaja, y es que el escritor no se retira y puede seguir escribiendo mientras le plazca. También soy sacerdote, y el sacerdote tampoco deja de serlo en toda su vida. Doy gracias a Dios de corazón.

Me contáis

Algunos (afortunadamente no muchos) me dicen que se aburren con su trabajo y con la vida en general, y eso les preocupa. A mí me ayuda algo que mi padre me dijo cuando yo era pequeño: “Sólo se aburren los tontos.” Bendita memoria. Hay que evitar los dos extremos de trabajar demasiado y estar ocioso. Siempre algo a la mano, y nunca prisas y apuros. La edad no es excusa para la vagancia. Siempre hay algo que hacer, leer o escribir, ir a pasear o verse con amigos, o incluso (Dios no lo permita) ver la televisión.

Salmo

Salmo 63 – Flechas.

Flechas en el aire son mensajeras de muerte. Silenciosas, agudas, envenenadas. Era el arma que más temían los guerreros de Israel. Ni vistas ni oídas. Llegan desde lejos, rápidas y derechas, con la muerte en sus alas, y encuentran con su puntería mortal a la víctima humana en las sombras de la noche. La espada se para con la espada, y el puñal con el puñal, pero la flecha viene sola y silenciosa desde una mano anónima en tierra enemiga. Su vuelo mortal hiere a la carne humana sin piedad, y su punta de acero abre el flujo de la sangre y se lleva la vida. Las flechas son la muerte con alas volando sobre los vientos del odio.

La palabra del hombre es esa flecha misma. También vuela y mata. Lleva veneno, destrucción y muerte. Una mera palabra puede llevarse a una vida. Palabras han provocado guerras y han creado enemistad entre familias de generación en generación. Palabras atacan a los sentimientos más nobles del hombre, su honor y su esperanza, dañan a la paz de su alma y el valor de su nombre. Las palabras pueden ser una amenaza en un mundo de envidia ciega y de competendia a muerte. Yo entonces rezo con la biblia:

“Escucha, Señor, la voz de mi corazón, protégeme del enemigo, líbrame de traición y maldad. Los malvados afilan sus lenguas y disparan sus palabras como flechas venenosas para herir al inocente con sorpresa y traición.”

Pido protección contra la palabra del hombre. Y la protección que se me da es la Palabra de Dios. Contra las flechas de los hombres la flecha del mismo Dios.

“Dios ha lanzado una flecha, mis enemigos han sido alcanzados, han caído por su maldad, y todos los que los ven sacuden la cabeza.”

Una flecha contra cien. La Palabra de Dios contra las palabras de los hombres. La Palabra de Dios en la Escritura, en la oración, en la Encarnación y en la Eucaristía. La presencia de Dios, la fuerza de Dios, la palabra de Dios. Ella ilumina mi mente y da vida a mi corazón. Me da fuerza para vivir en un mundo de palabras sin temer a ser herido por ellas. La Palabra de Dios me trae la paz y la alegría para siempre.<&p>

“El justo se alegra en el Señor, se refugia en él, y todos alaban al justo de corazón.”

Meditación

Jawaharlal Nehru fue el primer Primer Ministro de la India independiente, y lo primero que hizo fue ir a visitar al popular santo Vinoba Bhave en Poone y pedirle consejo. El santo le contestó: “Toque usted la flauta una hora cada día.” Se publicó la historia, y todo el mundo la entendió en la India. No era cuestión de comprarse una flauta y ponerse a tocar, se trataba sólo de no sumergirse en el trabajo, de descansar, de no tomar todo demasiado en serio, sencillamente de relajarse. Bien sencillo. Y bien difícil. El mismo Nehru lo contó en su autobiografía que lleva el significativo título de “El Descubrimiento de la India”. Él mismo era indio, pero tenía que descubrir a la India antes de regirla.

Día 1
Os cuento

Esta mañana estaba yo paseando por Madrid cuando un señor se me acercó pidiéndome una limosna con un vaso de plástico en la mano. Lo extraño es que estaba bien vestido y que hablaba y se portaba en todo como un caballero. En Madrid está prohibido el dar limosna en público, y hay avisos sobre ello en carteles. Claro que no hay avisos contra el pedir limosna ya que un mendigo no tendría limosna para pagar la multa. Yo obedecí a la ley y no di nada, pero me quedé pensando que aquel buen hombre debía estar en un verdadero apuro cuando se veía reducido a ese extremo. Nosotros hablamos de la crisis que estamos sufriendo, pero no a todos nos afecta lo mismo. Quienes más sufren son los pobres. Los religiosos hacemos voto de pobreza, pero no sentimos sus efectos. Que aprendamos al menos a ser sencillos y modestos en el vivir.

Me contáis

Pregunta: Soy una mujer casada desde hace 17 años y no tenemos hijos. Mi marido y yo nos estamos distanciando más y más. Me gustaría volver a casarme. ¿Es eso posible?

Respuesta: No. “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre.” (Marcos 10,9) Esto me recuerda una pequeña experiencia que tuve una vez en América. Un amigo que me había invitado a dar conferencias en su país y me estaba llevando en su coche a su lado con su mujer y sus dos hijos detrás me sorprendió diciéndome: “Yo también soy sacerdote. Yo me ordené y trabajé como sacerdote varios años, pero luego caí en la cuenta de que eso no era para mí, y pedí al Vaticano permiso para casarme. Todo llevó algún tiempo, pero al fin me lo permitieron, y ahora estoy felizmente casado… mientras permanezco siendo sacerdote para siempre. Me consuela pensar que si alguna vez me encuentro ante una persona que está en peligro de muerte y pide un confesor… yo entonces podría y debería absolverla y lo haría con mucho gusto.”

Salmo

Salmo 65 – La estación de las lluvias.

Está lloviendo. Lluvia furiosa como un monzón oriental. La cortina de agua, el súbito Niágara, la calle hecha un río, el oscuro nublado, el descenso violento del cielo sobre la tierra con el agua de la destrucción por todo el horizonte donde el cielo y la tierra se hacen uno en la unidad cósmica de todos los seres. La danza de la lluvia, la danza de los niños en la lluvia que sella la alianza eterna del hombre y la naturaleza, y la renueva año tras año para bendecir a la tierra y multiplicar sus cosechas. La liturgia de la lluvia en el templo donde reza la humanidad.

Disfruto con la lluvia que hace fértiles a los campos, pinta de verde a la tierra y hace al aire transparente. Libera al perfume escondido en la tierra seca, y llena con su encanto los espacios en los que se renueva la vida. Rebaja el calor, oculta al sol, refresca el aire y forma a los frutos de las plantas para el sustento y el gozo del hortelano. Dios cumple su promesa año tras año y envía a la lluvia como prueba de su amor y expresión de su providencia. La lluvia es la bendición de Dios sobre el mundo que él creó, y su contacto con él nos recuerda su presencia, su poder, y su cuidado por todos nosotros. La lluvia viene de lo alto y penetra hasta el fondo de la tierra. El dedo de Dios toca a la tierra con el gesto original de la primera creación.

“Tú te preocupas por la tierra, tú la riegas y la enriqueces sin medida; el arroyo se llena de agua, los campos se inundan y se empapan para preparar la cosecha que da vida al hombre.

Amo a la lluvia, densa, constante, extensa, veloz como la figura y promesa que es de otra lluvia que también nos llegará desde arriba.

Meditación

Esto sólo puede pasar en la India. Pero en la India sí que pasa, y una vez me pasó a mí y quiero contarla, por difícil que sea entenderla fuera de la India.

Yo iba en un tren que va de Ahmedabad a Baroda en la provincia del Guyarat. El vagón iba totalmente lleno, era ya la hora, pero ni trazo de que arrancara el tren. Mi impaciencia iba en aumento. Un cuarto de hora, media hora, hasta una hora entera y ni asomo de salida. Por fin arrancó. Dos monjes hindúes estaba sentados a mi lado. Cuando el tren estaba en marcha, uno de ellos preguntó aunque sin mirar a nadie en particular: “¿A dónde va este tren?” Ahí tenía yo a un buen hombre sin preocupaciones. Yo estaba preocupado a ver cuándo íbamos a llegar, mientras que el monje no le preocupaba ni a dónde nos estaban llevando. Baroda o Bombay le daban enteramente lo mismo. Y si llegamos hoy, será hoy, y si mañana pues mañana. Nada de prisas ni preocupaciones ni impaciencias. ¿A dónde nos lleva esta vida? A donde sea. La vida es descanso, y salir es llegar.

Me da envidia ese monje. Yo tengo citas, horarios, fechas, visitas, charlas, programas sin fin en mi vida. Mi programa hoy es en Baroda, no en Bombay, y a las 7 de la tarde, no a las 8. Estoy comprometido, y eso me ata. En la sociedad en que vivo hay que ser puntual, y eso se ha hecho ya para mí una obsesión, una preocupación, una molestia, una maldición. El día, la hora, el sitio, el traje, la memoria y la sonrisa. Esto es el colmo. Por eso quiero hacerme monje, al menos por un rato, quiero coger cualquier tren en cualquier estación sin preguntar cuándo va a salir, y cuando se ponga en marcha quiero preguntarle al aire sin mirar a nadie en particular: “¿A dónde va este tren?” Y entonces habré sido por primera vez un hombre libre.”

Día 1
Os cuento

El Adviento es uno de los más bellos tiempos litúrgicos del año. Esperando al Señor. Esperando, preparando, deseando. Realza el valor de la Navidad, nos prepara en mente y corazón, entroniza la llegada del Señor. Nos presenta a la Virgen desde la llegada del ángel, sus sentimientos, su esperanza, su alegría, y también su problema con José, cómo se enteraría él y cómo reaccionaría. Todo resultó muy bien como ahora lo sabemos, pero ella no sabía nada por entonces. Para la Virgen todo era fe y esperanza. El Adviento realza a la Navidad, alarga un día hasta un mes, nos enseña la importancia de esperar, el valor del tiempo. La mejor preparación para la Venida.

Me contáis

Pregunta: Perdone mi curiosidad pero me gustaría saber, si no le importa, por qué fue usted a la India y por qué luego volvió.

Respuesta: Yo nunca había pensado en ir a las misiones, pero cuando estaba yo en el noviciado el papa pidió a los jesuitas que enviasen todos los misioneros que pudieran, pensando que como el Japón había sido derrotado en la guerra se abriría ahora a la influencia del Oeste en general y así se convertiría al cristianismo. El papa se equivocó, pero yo de todos modos yo me ofrecí a ir al Japón y el superior me contestó al instante: “Al Japón no, a la India. El Padre General acaba de dividir la misión de Bombay en dos, Bombay y Ahmedabad, y nos ha encargado Ahmedabad a nosotros. Desde este momento es usted el primero destinado a Ahmedabad.” Sólo me queda a mí el recordar la reacción de mi madre cuando le dije que el provincial me enviaba a la India: “¡De Corella tenía que ser!” Corella es un pueblo pequeño poco conocido. Al llegar a la India le pedí a mi padre espiritual, el alsaciano Padre Froely, que me diera permiso para hacer un voto de nunca salir de la India, pues yo había visto que muchos jesuitas misioneros volvían después de algún tiempo a sus países de origen y yo quería protegerme contra esa “retirada” con un voto en toda regla. Él me negó el permiso (sabio que era). Mi madre viuda llegó a los noventa años y me escribió entonces que, como ella ya no viviría mucho, fuera yo a acompañarla en sus últimos años. Así lo hice yo. Y luego ella vivió… ¡doce años más! Eso al menos me da a mí buenos genes y la satisfacción de haber cumplido con el cuarto mandamiento. Y mi agradecimiento al Padre Froely.

Salmo

Salmo 65 – Venid y ver

«Venid y ver todo lo que ha hecho el Señor.»

Venid y ver. La invitación a la experiencia. La oportunidad de estar presente. El desafío de ser testigo. Venid y ver. Estas tres palabras son la esencia de la fe, el corazón del misticismo, la base de toda religión. Ven. No te quedes sentado esperando a que sucedan cosas. Levántate y muévete y busca y encuentra. Abre los ojos y mira alrededor. Te has pasado la vida leyendo y estudiando y probando y demostrando todo lo habido y por haber. Todo eso está muy bien, pero todo es de segunda mano. Ahora tienes que buscar evidencia. Venid y ver. Buscar y encontrar. Entrar y disfrutar. El Señor te ha invitado a su corte.

Tomo esas palabras como dirigidas a mí personalmente, Señor. «Ven y ve por ti mismo.» Me estás invitando a estar a tu lado, a mirar a tu rostro. Bien claro y bien definitivo. Y sin embargo me pongo a buscar excusas, retrasos, escapes. Me han enseñado a decir “Señor, yo no soy digno de que vengas a mí…” y luego me retiro y me voy. Tengo miedo, no quiero líos, estoy bien donde estoy. Las alturas no se hicieron para mí. Si sigo así tendré que cambiar, y se acabará la tranquilidad que ahora tengo. Hago como el Pueblo de Israel que temía tu presencia y delegaba a Moisés el que tratara directamente contigo. Déjame como estoy.

Pero ahora quiero ir y ver, quiero ver tus obras y sentir tu presencia. Quiero verte en la luz de la fe y en la alegría de la oración. Deseo la experiencia directa, e encuentro personal, la visión clara y distinta. Siervas tuyos en todas las religiones han hablado de la experiencia que cambió sus vidas, la visión que satisface todas sus aspiraciones, la iluminación que da sentido a toda su vida. En mi humildad quiero pedir también la visión de tu rostro, contemplarte como la gran realidad que le da sentido a toda la creación y a mí mismo con ella. Ese es mi deseo y esa es mi esperanza.

«Venid y ver.» Ya voy, Señor, Enséñame a ver.

Meditación

Pregunta: ¿Por qué las iglesias que los jesuitas edificaron en el Paraguay en el siglo XVII fueron destruidas todas, mientras que las que edificaron los franciscanos están todavía en pie?

Respuesta: Porque los jesuitas las edificaron con piedra, mientras que los franciscanos las edificaron con ladrillos de barro.

Explicación: Cuando esos misioneros jesuitas se marcharon, la gente de los pueblos las destruyeron y edificaron casas para ellos mismos con esas piedras. Pero no iban a coger ladrillos de barro, y así las iglesias franciscanas se quedaron donde estaban. La humildad franciscana duró más que la eficiencia jesuítica.
Los franciscanos les dieron nombres locales a los nuevos pueblos. Yo visité Yaguarón y recé en su iglesia. Los jesuitas dieron nombres de santos (santos jesuitas desde luego) a esos pueblos. Yo visité a San Ignacio, o más bien el sitio donde estaba San Ignacio, que ahora es un museo de antigüedades. Muchos jesuitas murieron a manos de los nativos, mientras que éstos no mataron a ningún franciscano. Honramos a los que murieron por su fe… y también honramos a los que se adaptaron tan bien a sitios y circunstancias que no necesitaron mártires.

Fundación González Vallés

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